Bitácora
EL NOBEL DE DYLAN Y LOS GENEROS INTANGIBLES
José Rodríguez Elizondo
Como siempre, había candidatos con supuestos mayores merecimientos que Bob Dylan para el Nobel de Literatura. Sin embargo, el suyo brinda una señal importante: la Academia Sueca no se deja anquilosar
Recibo dos "memes" sobre el último Nobel de Literatura. Uno supone a Juan Luis Guerra postulando al de Química por sus hallazgos sobre la bilirrubina. Otro lo supone compitiendo con Sabina, por su long play Física y Química.
Divertidos son, aunque sus autores ignoren que contienen una burla reaccionaria. Y no sólo porque Bob Dylan sea un buen representante de los que aquí llamamos “cantautores progresistas”. Además (y en lo fundamental), porque reflejan la tendencia anacrónica a encasillar los géneros artísticos como intangibles e inmutables. Como si no evolucionaran ni se interpenetraran.
Afortunadamente, la luz vino desde Europa. Quizás nos llegó cuando el político Winston Churchill recibió el premio (encantadísimo) por sus memorias y textos de la segunda guerra mundial, o cuando el filósofo Sartre lo rechazó por motivos ideológicos (un amigo sueco me apunta que eso fue para la exportación: Jean Paul estaba furioso porque Albert Camus lo había recibido pocos años antes).
Por nuestro retraso comparativo, aquí ni nos percatamos de que, en vez de cantautora, Violeta Parra fue una poeta excelsa. Y eso que nos lo había advertido Nicanor. Nos perdimos una gran candidata, tan meritoria como su hermano.
En esa línea y como tangómano, pienso en cuantos postulantes se perdieron los letristas de tango. Y no sólo evoco a Discépolo y su universalizado Cambalache. También recuerdo a los más cercanos Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. ¿O alguien cree que Balada para un loco es sólo música?
También nos ha costado, en Chile, desglosar la ficción de la no ficción. En sí es un desglose rudimentario, pero un pequeño progreso. Antes, todo lo que no fuera narrativa y poesía “puras” no era literatura y se mandaba al trasto de los ensayos, el periodismo o los libros académicos. Ortega y Gasset no habría sido digno de una crítica literaria. Los textos periodísticos de Ernest Hemmingway, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, eran la parte bastarda de su obra mayor.
Agrego un dato de la más pura autorreferencia: por considerarlo un gran poeta, incluí unos versos de Bob Dylan como epígrafe en mi primer libro (1968). Los extraje de su armagedónico canto Dios está de nuestro lado.
A mayor abundamiento, como decimos los abogados, es un hecho que se recuerda mucho más a los poetas musicalizados que a los poetas “puros". El hijo de un amigo, demostrando que tuvo una educación de calidad, me hace un apunte importante: “si nos remontamos al pasado, clásicos griegos como Platón y otros escribían para ser cantados”.
Quizás por eso, Neruda pidió a Vicente Bianchi que le pusiera un buen ritmo a algunos poemas de su Canto General.
Nuestro Nóbel se las sabía por libro
Divertidos son, aunque sus autores ignoren que contienen una burla reaccionaria. Y no sólo porque Bob Dylan sea un buen representante de los que aquí llamamos “cantautores progresistas”. Además (y en lo fundamental), porque reflejan la tendencia anacrónica a encasillar los géneros artísticos como intangibles e inmutables. Como si no evolucionaran ni se interpenetraran.
Afortunadamente, la luz vino desde Europa. Quizás nos llegó cuando el político Winston Churchill recibió el premio (encantadísimo) por sus memorias y textos de la segunda guerra mundial, o cuando el filósofo Sartre lo rechazó por motivos ideológicos (un amigo sueco me apunta que eso fue para la exportación: Jean Paul estaba furioso porque Albert Camus lo había recibido pocos años antes).
Por nuestro retraso comparativo, aquí ni nos percatamos de que, en vez de cantautora, Violeta Parra fue una poeta excelsa. Y eso que nos lo había advertido Nicanor. Nos perdimos una gran candidata, tan meritoria como su hermano.
En esa línea y como tangómano, pienso en cuantos postulantes se perdieron los letristas de tango. Y no sólo evoco a Discépolo y su universalizado Cambalache. También recuerdo a los más cercanos Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. ¿O alguien cree que Balada para un loco es sólo música?
También nos ha costado, en Chile, desglosar la ficción de la no ficción. En sí es un desglose rudimentario, pero un pequeño progreso. Antes, todo lo que no fuera narrativa y poesía “puras” no era literatura y se mandaba al trasto de los ensayos, el periodismo o los libros académicos. Ortega y Gasset no habría sido digno de una crítica literaria. Los textos periodísticos de Ernest Hemmingway, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, eran la parte bastarda de su obra mayor.
Agrego un dato de la más pura autorreferencia: por considerarlo un gran poeta, incluí unos versos de Bob Dylan como epígrafe en mi primer libro (1968). Los extraje de su armagedónico canto Dios está de nuestro lado.
A mayor abundamiento, como decimos los abogados, es un hecho que se recuerda mucho más a los poetas musicalizados que a los poetas “puros". El hijo de un amigo, demostrando que tuvo una educación de calidad, me hace un apunte importante: “si nos remontamos al pasado, clásicos griegos como Platón y otros escribían para ser cantados”.
Quizás por eso, Neruda pidió a Vicente Bianchi que le pusiera un buen ritmo a algunos poemas de su Canto General.
Nuestro Nóbel se las sabía por libro
Bitácora
ENTREVISTA SOBRE MI ULTIMO LIBRO
José Rodríguez Elizondo
A comienzos de septiembre comenzó a circular mi último libro titulado "Todo sobre Bolivia y su compleja lucha por el mar". A su propósito fui entrevistado el día 4 por la periodista Pilar Vergara, en la sección Reportajes del diario El Mercurio. Como, a mi juicio, es una excelente presentación de contenidos, estimo interesante compartir la entrevista con los lectores de esta bitácora.
Con un título de Evocación Almodóvar y doscientas y tantas páginas provocadoras, llega el último libro del abogado, periodista y estudioso de los temas limítrofes José Rodríguez Elizondo. "Todo sobre Bolivia" -que se lanza el miércoles, con presentaciones de Ascanio Cavallo y Joaquín Fermandois- se suma a la saga de obras como "De Charaña a La Haya","La historia de dos demandas", "Las crisis vecinales del gobierno de Lagos".
"Ahora me concentro en Bolivia, porque mientras se hablaba de lo errático que era Evo Morales, yo me di cuenta de que era todo lo contrario; ha demostrado una tremenda coherencia estratégica y una trayectoria rectilínea para conquistar Arica y luego abrirse a la recuperación de Antofagasta y pedir que se le pague todo lo que ganó Chile durante la época que tuvo a su cargo los territorios. Evo es un clásico recuperacionista".
A esa conclusión llega Pepe Rodríguez atando toda suerte de cabos: escritos, orales, gestuales; testimonios directos e indirectos.
De ahí lanza sus dardos a la Cancillería chilena, la actual y la de todos los últimos tiempos. Sostiene, por ejemplo, que los tratados firmados en los cuales se afirman las defensas de nuestro país no son palabra santa; que no tendríamos para qué haber aceptado comparecer ante la Corte de La Haya, instancia que solo está sirviendo a Bolivia para negociar con ventaja, y que, a diferencia de nuestros oponentes, no hay estrategia política de parte de nuestro país.
"Si todo es secreto, los errores se tapan y se repiten"
-¿ Y cuál es la idea de decir todo esto ahora,cuando estamos ya en La Haya?
-Lo digo para que los errores no se sigan repitiendo. Lo que está pasando es que tenemos una Cancillería del siglo XIX. Yo lo he conversado con personas tan ilustres como Carlos Martínez Sotomayor y Gabriel Valdés; este último pensaba que para hacer la modernización de la Cancillería había que hacerla desde afuera.
-Se me ocurre que es por la oportunidad que le van a llover las críticas.
-Es que nunca va a ser oportuno. Entiendo que la diplomacia tiene un lado de secreto importante. Pero si todo es secreto, los errores se tapan y se repiten. Yo estoy reaccionando contra el secretismo de la Cancillería, que ha facilitado los errores, que si se hubieran conocido no se habrían cometido.
-No recuerdo gobierno que no haya propuesto la modernización de la Cancillería entre sus planes... ¿cuándo ha estado más cerca de acometerse?
-Y yo he participado en todas las comisiones de modernización. La primera fue con Enrique Silva Cimma. La última, de Alfredo Moreno, fue la que llegó más lejos; él consultó a expertos extranjeros y chilenos, y tenía la certeza de que el problema es la falta de recursos presupuestarios. Itamaraty es lo que es, por los diplomáticos que recluta.
"El Pacto de Bogotá es ingenuo"
-Por lo que entiendo, la hipótesis que desarrolla su libro es la de un llamado a negociar con Bolivia, más que defender los derechos que nos otorgan el Tratado de Fronteras de 1904 y el protocolo del Tratado de 1929 con Perú.
-Yo no lo diría así, tan sencillo. Es un llamado a recapacitar, para provocar las condiciones que nos permitan negociar, porque hemos estado actuando reactivamente... La mejor manera de defenderse es negociar. Todos los diplomáticos te dicen que frente a cualquier conflicto, la primera línea de defensa de los intereses de un país es la negociación, y la última, la solución jurisdiccional. Los abogados son muy buenos asesores de apoyo.
-Será por eso que usted es tan poco partidario de la Corte de La Haya.
-Es que esta instancia surge del Pacto de Bogotá, que es ingenuo. Nosotros creímos que iba a ser nuestra defensa frente a los países poderosos, pero ninguno de ellos lo suscribió. ¡Cómo iban a hipotecar su política exterior a una serie de jueces de diversos países! Entonces la Corte de La Haya quedó reducida a las peleas de los chicos. En ese contexto es que nunca desecha juicios. Si hubiera sido más jurídica, ante la demanda de Bolivia contra Chile tendría que haberse inhabilitado, porque no se trataba de un conflicto jurídico, sino político. Pero la ley de hierro de toda burocracia es tener más poder. Aun así, Chile no tendría por qué haber aceptado comparecer. Yo he venido advirtiendo sobre el artículo 53, que dice que la Corte es una jurisdicción voluntaria. Este es uno de los puntos que desarrollo a fondo en el libro.
"Insulza está ante un conflicto existencial"
-Usted sostiene que la defensa chilena peca de extremadamente legalista y poco política. ¿Cómo ve, entonces, la incorporación del panzer político que es José Miguel Insulza como agente? ¿Qué cambio advierte usted a partir de ese momento?
-Insulza tiene una visión naturalmente política, por mucho que sea abogado. Y el cambio fue precisamente el reconocimiento del canciller Muñoz, de que había que pasar a una nueva etapa. Es decir, no era posible seguir con el legalismo puro.
-¿Y cómo pueden afectar, a su juicio, los coqueteos de Insulza con una candidatura presidencial?
-Ahí hay sentimientos encontrados. Yo me alegré mucho del nombramiento de Insulza, porque el criterio político había estado ausente y él es un político con niveles de estadista. Y ahí estará seguramente su conflicto existencial; él puede pensar en ser Presidente. Lo que a mí me parecería importante es que si termina con su labor de agente, deje orientada la acción con tesis y cosas concretas que sean herencia para un paso superior, y terminar de una vez por todas con el juridicismo ingenuo.
"Evo, tras la derrota de Chile"
La conclusión de Rodríguez Elizondo es que en el conflicto con Bolivia estamos metidos en un laberinto geopolítico... "por el irredentismo boliviano, la retorsión peruana y la rusticidad chilensis".
-Sobre el último punto ya nos habló. Dígame en qué consiste el "irredentismo boliviano".
-No es una acusación. Es el sentimiento profundo del pueblo boliviano de sentirse oprimido, agredido permanentemente por Chile. García Linera dice que Chile es como un matón que llega a la casa de un niño, le pega un puñete a la mamá, al papá, le quita la casa. Mi tesis es que un país que piensa así y educa así, está permanentemente odiando al otro. Es absurdo entonces que apele a la generosidad para que nuestro país le ceda gratuitamente espacio territorial y marítimo cuando está enseñando a su gente a odiarnos. En el fondo, es un recurso de estrategia indirecta para ir hacia la derrota de Chile por vías no militares.
-¿Y qué entiende por la "retorsión peruana"?
-La retorsión peruana nace en el momento en que Chile negocia directamente con Bolivia un corredor soberano hacia el Pacífico pasando por Arica, con lo cual el establishment dice que está violando el Tratado de 1929 y el protocolo complementario. De ahí nace el trilateralismo perverso. La retorsión significa que, cuando por segunda vez Chile negocia directamente con Bolivia, que fue Pinochet en Charaña, surge un almirante que dice 'esto que está negociando Chile es peruano, puesto que es la proyección de la Línea de la Concordia, por lo tanto hay que demandarlo'. Así nace la demanda marítima peruana, que yo llamo retorsión. Fue una tesis audaz pero exacta.
"Choquehuanca está levantando un conflicto por la paz"
-¿Cómo recoge usted las últimas actuaciones del canciller Choquehuanca, de franca agresividad hacia nuestro país?
-Cuando un país es tan agresivo como para invocar el derramamiento de sangre, está llamando la atención del mundo; pone el conflicto entre los temas que afectan la paz y la seguridad internacionales. Si yo soy Naciones Unidas, lo registro como peligro potencial y levanto el relieve del conflicto por una aspiración marítima a un conflicto por la paz. Ese es su objetivo. Frente a eso, los indicadores que nosotros damos es que se le declara persona non grata y se le pide visa cada vez que venga a Chile. Pero un país estructurado, serio como el nuestro, no solo tiene una burocracia diplomática sino también una militar, que debe ser cooperadora a la política exterior. Lo que quiero decir es que Choquehuanca nos ha puesto en una situación como para tomar una mayor atención en la necesidad de coordinar esfuerzos entre la diplomacia y la defensa. Los militares debieran ser consultados.
-¿Cómo afecta en el desarrollo del conflicto con Bolivia el giro a la derecha que se está viendo en todas las últimas elecciones en América Latina? Evo Morales, si bien es cierto goza de una popularidad mundial enorme, se está quedando sin aliados en la región.
-Esto es tremendamente importante. Cuando nace la estrategia agresiva-ofensiva de Evo Morales es precisamente cuando está el ALBA en todo su esplendor. Hugo Chávez dice que se quiere bañar en una playa boliviana, con lo que le decía: "ahora arremete". Pero se ha desgranado el choclo del ALBA, sin Chávez, sin kirchnerismo y sin lulismo-roussefiano. En ese contexto, Morales se debilita y es, por lo tanto, el momento para tener una estrategia real y no estar más a la defensiva. Evo sabe que ya no cuenta con las simpatías ni de Brasil ni de Argentina ni con el poder de Chávez. Y encima le cae la señora Zapata con un lío sentimental de la madonna. .. ¿Qué alternativa descubre? Hacer otra demanda contra Chile...
"Ahora me concentro en Bolivia, porque mientras se hablaba de lo errático que era Evo Morales, yo me di cuenta de que era todo lo contrario; ha demostrado una tremenda coherencia estratégica y una trayectoria rectilínea para conquistar Arica y luego abrirse a la recuperación de Antofagasta y pedir que se le pague todo lo que ganó Chile durante la época que tuvo a su cargo los territorios. Evo es un clásico recuperacionista".
A esa conclusión llega Pepe Rodríguez atando toda suerte de cabos: escritos, orales, gestuales; testimonios directos e indirectos.
De ahí lanza sus dardos a la Cancillería chilena, la actual y la de todos los últimos tiempos. Sostiene, por ejemplo, que los tratados firmados en los cuales se afirman las defensas de nuestro país no son palabra santa; que no tendríamos para qué haber aceptado comparecer ante la Corte de La Haya, instancia que solo está sirviendo a Bolivia para negociar con ventaja, y que, a diferencia de nuestros oponentes, no hay estrategia política de parte de nuestro país.
"Si todo es secreto, los errores se tapan y se repiten"
-¿ Y cuál es la idea de decir todo esto ahora,cuando estamos ya en La Haya?
-Lo digo para que los errores no se sigan repitiendo. Lo que está pasando es que tenemos una Cancillería del siglo XIX. Yo lo he conversado con personas tan ilustres como Carlos Martínez Sotomayor y Gabriel Valdés; este último pensaba que para hacer la modernización de la Cancillería había que hacerla desde afuera.
-Se me ocurre que es por la oportunidad que le van a llover las críticas.
-Es que nunca va a ser oportuno. Entiendo que la diplomacia tiene un lado de secreto importante. Pero si todo es secreto, los errores se tapan y se repiten. Yo estoy reaccionando contra el secretismo de la Cancillería, que ha facilitado los errores, que si se hubieran conocido no se habrían cometido.
-No recuerdo gobierno que no haya propuesto la modernización de la Cancillería entre sus planes... ¿cuándo ha estado más cerca de acometerse?
-Y yo he participado en todas las comisiones de modernización. La primera fue con Enrique Silva Cimma. La última, de Alfredo Moreno, fue la que llegó más lejos; él consultó a expertos extranjeros y chilenos, y tenía la certeza de que el problema es la falta de recursos presupuestarios. Itamaraty es lo que es, por los diplomáticos que recluta.
"El Pacto de Bogotá es ingenuo"
-Por lo que entiendo, la hipótesis que desarrolla su libro es la de un llamado a negociar con Bolivia, más que defender los derechos que nos otorgan el Tratado de Fronteras de 1904 y el protocolo del Tratado de 1929 con Perú.
-Yo no lo diría así, tan sencillo. Es un llamado a recapacitar, para provocar las condiciones que nos permitan negociar, porque hemos estado actuando reactivamente... La mejor manera de defenderse es negociar. Todos los diplomáticos te dicen que frente a cualquier conflicto, la primera línea de defensa de los intereses de un país es la negociación, y la última, la solución jurisdiccional. Los abogados son muy buenos asesores de apoyo.
-Será por eso que usted es tan poco partidario de la Corte de La Haya.
-Es que esta instancia surge del Pacto de Bogotá, que es ingenuo. Nosotros creímos que iba a ser nuestra defensa frente a los países poderosos, pero ninguno de ellos lo suscribió. ¡Cómo iban a hipotecar su política exterior a una serie de jueces de diversos países! Entonces la Corte de La Haya quedó reducida a las peleas de los chicos. En ese contexto es que nunca desecha juicios. Si hubiera sido más jurídica, ante la demanda de Bolivia contra Chile tendría que haberse inhabilitado, porque no se trataba de un conflicto jurídico, sino político. Pero la ley de hierro de toda burocracia es tener más poder. Aun así, Chile no tendría por qué haber aceptado comparecer. Yo he venido advirtiendo sobre el artículo 53, que dice que la Corte es una jurisdicción voluntaria. Este es uno de los puntos que desarrollo a fondo en el libro.
"Insulza está ante un conflicto existencial"
-Usted sostiene que la defensa chilena peca de extremadamente legalista y poco política. ¿Cómo ve, entonces, la incorporación del panzer político que es José Miguel Insulza como agente? ¿Qué cambio advierte usted a partir de ese momento?
-Insulza tiene una visión naturalmente política, por mucho que sea abogado. Y el cambio fue precisamente el reconocimiento del canciller Muñoz, de que había que pasar a una nueva etapa. Es decir, no era posible seguir con el legalismo puro.
-¿Y cómo pueden afectar, a su juicio, los coqueteos de Insulza con una candidatura presidencial?
-Ahí hay sentimientos encontrados. Yo me alegré mucho del nombramiento de Insulza, porque el criterio político había estado ausente y él es un político con niveles de estadista. Y ahí estará seguramente su conflicto existencial; él puede pensar en ser Presidente. Lo que a mí me parecería importante es que si termina con su labor de agente, deje orientada la acción con tesis y cosas concretas que sean herencia para un paso superior, y terminar de una vez por todas con el juridicismo ingenuo.
"Evo, tras la derrota de Chile"
La conclusión de Rodríguez Elizondo es que en el conflicto con Bolivia estamos metidos en un laberinto geopolítico... "por el irredentismo boliviano, la retorsión peruana y la rusticidad chilensis".
-Sobre el último punto ya nos habló. Dígame en qué consiste el "irredentismo boliviano".
-No es una acusación. Es el sentimiento profundo del pueblo boliviano de sentirse oprimido, agredido permanentemente por Chile. García Linera dice que Chile es como un matón que llega a la casa de un niño, le pega un puñete a la mamá, al papá, le quita la casa. Mi tesis es que un país que piensa así y educa así, está permanentemente odiando al otro. Es absurdo entonces que apele a la generosidad para que nuestro país le ceda gratuitamente espacio territorial y marítimo cuando está enseñando a su gente a odiarnos. En el fondo, es un recurso de estrategia indirecta para ir hacia la derrota de Chile por vías no militares.
-¿Y qué entiende por la "retorsión peruana"?
-La retorsión peruana nace en el momento en que Chile negocia directamente con Bolivia un corredor soberano hacia el Pacífico pasando por Arica, con lo cual el establishment dice que está violando el Tratado de 1929 y el protocolo complementario. De ahí nace el trilateralismo perverso. La retorsión significa que, cuando por segunda vez Chile negocia directamente con Bolivia, que fue Pinochet en Charaña, surge un almirante que dice 'esto que está negociando Chile es peruano, puesto que es la proyección de la Línea de la Concordia, por lo tanto hay que demandarlo'. Así nace la demanda marítima peruana, que yo llamo retorsión. Fue una tesis audaz pero exacta.
"Choquehuanca está levantando un conflicto por la paz"
-¿Cómo recoge usted las últimas actuaciones del canciller Choquehuanca, de franca agresividad hacia nuestro país?
-Cuando un país es tan agresivo como para invocar el derramamiento de sangre, está llamando la atención del mundo; pone el conflicto entre los temas que afectan la paz y la seguridad internacionales. Si yo soy Naciones Unidas, lo registro como peligro potencial y levanto el relieve del conflicto por una aspiración marítima a un conflicto por la paz. Ese es su objetivo. Frente a eso, los indicadores que nosotros damos es que se le declara persona non grata y se le pide visa cada vez que venga a Chile. Pero un país estructurado, serio como el nuestro, no solo tiene una burocracia diplomática sino también una militar, que debe ser cooperadora a la política exterior. Lo que quiero decir es que Choquehuanca nos ha puesto en una situación como para tomar una mayor atención en la necesidad de coordinar esfuerzos entre la diplomacia y la defensa. Los militares debieran ser consultados.
-¿Cómo afecta en el desarrollo del conflicto con Bolivia el giro a la derecha que se está viendo en todas las últimas elecciones en América Latina? Evo Morales, si bien es cierto goza de una popularidad mundial enorme, se está quedando sin aliados en la región.
-Esto es tremendamente importante. Cuando nace la estrategia agresiva-ofensiva de Evo Morales es precisamente cuando está el ALBA en todo su esplendor. Hugo Chávez dice que se quiere bañar en una playa boliviana, con lo que le decía: "ahora arremete". Pero se ha desgranado el choclo del ALBA, sin Chávez, sin kirchnerismo y sin lulismo-roussefiano. En ese contexto, Morales se debilita y es, por lo tanto, el momento para tener una estrategia real y no estar más a la defensiva. Evo sabe que ya no cuenta con las simpatías ni de Brasil ni de Argentina ni con el poder de Chávez. Y encima le cae la señora Zapata con un lío sentimental de la madonna. .. ¿Qué alternativa descubre? Hacer otra demanda contra Chile...
Bitácora
LOS EXAGERADOS 90 AÑOS DE FIDEL CASTRO
José Rodríguez Elizondo
Este saludo de cumpleaños, un poco heterodoxo, fue publicado en el diario online El Mostrador, de Chile y en la revista peruana Caretas.
Pese a que el flamante nonagenario Fidel Castro se declaró absuelto por la Historia en 1953, ésta ya está diciendo cosas que lo disgustan. Por ejemplo, que desde el nivel isla y pese a su carisma innegable, cumplió el mismo rol que José Stalin ejerció, a lo bestia, desde un país-continente. En su década anterior, el periodista peruano César Hildebrandt aludió a ese parentesco con una metáfora de tres cañones: "Hugo Chávez es una mala copia de Fidel Castro, y éste es una copia brillante de Stalin".
Como el “pésimo perdedor” que es –según su difunto amigo Gabriel García Márquez- Castro trata de desviar esa homologación dando “orientación histórica” a los estudiosos en formación. Lo hace a través de una columna en el diario oficial cubano, bajo el título “Reflexiones de Fidel”. Cree que su verbo escrito impedirá que los intelectuales libres publiquen lo que publicarán.
Aunque parezca impiadoso decirle tamaña obviedad, este Castro arrinconado por la edad está lejos del Castro seductor de sus años estelares, con discursos sin papel de tres horas promedio. Cuesta asumirlo como el líder político más decisivo y maquiavélico de América Latina durante el siglo pasado. Además, mal dotado para la escritura desde siempre, en sus columnas luce ramplón, sigue ignorando el mérito de la síntesis y suele perder el hilo.
O no tiene quien lo edite... o nadie –ni su hermano Raúl- se atreve a hacerlo.
INCIDENCIA PLANETARIA
En nuestro gélido Chile sonamos “tropicales” cuando presumimos, cada cierto tiempo, de lo importantes que somos para el mundo. En la tropical Cuba, esa presunción fue la pura y literal verdad, durante décadas, gracias al incombustible protagonismo de Castro.
La certificación de su importancia planetaria fue emitida el 22 de octubre de 1962, desde la Casa Blanca, Washington, cuando John F. Kennedy informó que en la isla se estaban instalando bases secretas para misiles soviéticos. Su objetivo, dijo, era "contar con una capacidad de ataque nuclear contra el hemisferio occidental". Días después, la familia del jerarca soviético Nikita Jruschov era trasladada fuera de Moscú, donde se esperaba un ataque norteamericano de carácter preventivo o reactivo.
Tras un mes de miedo, Castro blindó su poder instalándose en dos nichos estratégicos: el que existía entre los Estados Unidos y la URSS y el que se abría entre la URSS y la República Popular China. Desde ese espeluznante desfiladero geopolítico, demostró a Washington que Moscú lo respaldaba y a Moscú, que necesitaba una estrella tercermundista –aunque fuera díscola- para probar a Beijing que el motor de Lenin aún tenía revoluciones.
Hasta fines de los años 70 del siglo pasado, eso le brindó un estrecho –pero real- margen de autonomía comunista, que le permitió ejercer un liderazgo desmesurado. Superando el sueño bolivariano, combatió contra “el imperio norteamericano” y sus “neocolonizados”, en América Latina, Africa y Asia.
Con el Che Guevara como primer adelantado, quería pasar a la historia como el gran jefe tricontinental.
EL ULTRA INMORTAL
Aunque ese sueño desorbitado fracasó, Castro se consolidó como un ultra impune. Retuvo el poder en su isla y mantuvo su influencia en las izquierdas irrenovables.
A nivel global, siguió siendo la bestia negra para los habitantes de la Casa Blanca y un díscolo intocable para los jerarcas del Kremlin, donde se lo contrastaba con los grises dirigentes del socialismo real. En 1975, conversando en Moscú con José Grigulevich –mezcla de politólogo oficial y agente secreto de la URSS- éste me sintetizó su estatus en una frase, con sesgo crítico para los exiliados chilenos: “Fidel será un loco, pero supo defender su revolución”.
Agréguese que en su locura hubo método, inteligencia, imaginación, histrionismo y… cero escrúpulo. Lo último, porque sus años de resplandor no fueron gratis para los soñadores y reformadores sistémicos de América Latina. Cuando dictaminó que su revolución armada y socialista había echado a andar por toda la región, con paso de gigante, las izquierdas y centroizquierdas democráticas quedaron entre dos fuegos: al frente, las élites tradicionales, respaldadas por los Estados Unidos; a sus espaldas, los castristas emergentes. Estos, con ecuanimidad feroz, atacaban a tiranos clásicos, como el dominicano Rafael Leonidas Trujillo; a socialdemócratas, como el venezolano Rómulo Betancourt; a demócratacristianos como el chileno Eduardo Frei Montalva y hasta al presidenciable socialista Salvador Allende. Para Regis Debray, entonces escribidor principal de Castro, el líder chileno era un simple reformista y (textual) “una “pálida figura de socialista perteneciente a la aristocracia de la gran burguesía”.
En ese contexto delirante, los castristas mal armados empujaron al precipicio a los viapacifistas de la región y los ejércitos profesionales los aplastaron a ellos. Esto trajo una oleada de dictaduras militares, con miles de jóvenes sacrificados, que no alcanzaron a leer la asombrosa confesión de Castro, en la edición del 9 de enero de 1984, de la revista Newsweek: "Ni siquiera oculto que, cuando un grupo de países latinoamericanos, bajo la guía e inspiración de Washington, no sólo trató de aislar a Cuba, sino que la bloqueó y patrocinó acciones contrarrevolucionarias, nosotros respondimos, en un acto de legítima defensa, ayudando a todos aquellos que querían combatir contra tales gobiernos".
Es decir, esa América Latina suya, “preñada de revolución”, solo fue una metáfora diversionista. Como tal, ayudó a apernarlo al poder cubano hasta este avanzado cumpleaños o hasta su muerte… “si es que muere”, como le escuché decir, con bonito humor, al ex canciller mexicano Jorge Castañeda.
VAYA UN AMIGO
En Chile Castro nos costó caro. En lo principal, porque las izquierdas laicas, cristianas y marxistas no asumieron que su adhesión al “líder máximo” carecía de reciprocidad. Este mimaba sólo a los “verdaderos revolucionarios”, que asumían “el método superior de la lucha armada”. Rechazaba, de plano, tanto el proyecto socialcristiano de “revolución en libertad”, como el allendista-comunista de transición al socialismo por “otros métodos”.
Por eso, desde que emergió a la notoriedad mundial, se dedicó a descalificar a nuestros gobernantes y protogobernantes. El primer atacado fue Frei Montalva, a cuyo gobierno calificó como "prostituta del imperialismo". En 1967, acusó como falsarios a quienes pronosticaban un triunfo electoral de Allende: "los que afirmen en cualquier lugar de América Latina que van a llegar pacíficamente al poder, estarán engañando a las masas". Sólo se retractó (a medias) en 1970, cuando las encuestas le advirtieron que podía sufrir un fiasco. Luego, con Allende en La Moneda, le propinó una visita insólitamente prolongada, potenciando al ultrismo local y acelerando la crisis política general que cuajó con el golpe de Estado de 1973.
De hecho, la crisis terminal de la Unidad Popular no inspiró en Castro la voluntad de salvar la vida de Allende, sino la de instarlo, in extremis, a morir combatiendo (como le habría gustado, quizás, que muriera el Che Guevara). En su carta al Presidente chileno del 29 de julio de 1973, le sugirió una muerte ejemplar, a la medida de su mitología guerrillera. Pero, como Allende optó por un suicidio de estirpe romana, Castro decidió que esa muerte era incorrecta y procedió a imponerle la que le había esbozado. A pocos días del golpe, en un acto de homenaje al líder fallecido, legitimó ante el mundo una versión funcional a sus designios, en la cual Allende despanzurraba dos tanques, enfrentaba a un pelotón de soldados y moría acribillado a balazos. Esa invención le permitió inaugurar el reproche público sobre el déficit militar de los comunistas y otros “reformistas” de la Unidad Popular. Incluso proclamó ese estigma con más asertividad que Grigulevich: "Los revolucionarios chilenos saben que ya no hay ninguna otra alternativa que la lucha armada revolucionaria".
La culpa de Allende, según tan singular amigo, fue no seguir la línea que él le bajaba desde La Habana.
SEGUNDO OTOÑO DEL PATRIARCA
Dado el superávit de datos insólitos que brinda Castro, las izquierdas renovadas de Chile no supieron –o no se atrevieron- a reconocer la profundidad ni la prospectiva de su intervencionismo. Incluso excusaron su falsificación de la muerte de Allende, como si no fuera una acción más pecaminosa, por ejemplo, que la falsificación de las memorias del general Carlos Prats.
Esa omisión de las izquierdas tuvo y seguirá teniendo consecuencias prácticas. Por soslayar sus deberes con la verdad, la presidenta Michelle Bachelet no pudo dimensionar el riesgo que implicaba su visita a Cuba durante su primer gobierno. Fue con la ilusión de encontrarse en La Habana con un camarada mitológico y fraternal, sin sospechar que activaría el recelo de Castro contra los socialistas sistémicos de Chile. En efecto, el anciano no vaciló, entonces, en reventarle el protocolo de la visita a su hermano Raul, aconsejando a Bachelet que fuera más generosa con la aspiración marítima de Bolivia. Por la repercusión global de casi todo lo que él dice, aquello fue un golazo de Evo Morales.
En ese contexto, entre histórico y surrealista, puede apostarse que Castro, como otrora Stalin, nunca rendirá cuentas políticas a nadie. Primero, porque supo autoabsolverse cuando estaba en la plenitud de su poder. Ahora, porque se ha convertido en un personaje inventado por García Márquez e inmune, por tanto, a la acción de los humanos.
Así mitificado, uno puede imaginarlo sacándose el chándal para, como émulo de Clark Kent, mostrarse en su uniforme verdeoliva. En cuanto anciano de acción, luego saldrá a recorrer la isla a grandes zancadas, mientras en las sedes de gobierno entran las vacas y las gallinas picotean distraídas. En el camino irá dictando, a un secretario imaginario, decretos contra los suicidas, los reformistas y los homosexuales, mientras diseña, en paralelo, los festejos de su cumpleaños número 100.
Fue una lástima que Gabo no se atreviera a escribir El otoño del patriarca II. Es que, para entender a Fidel Castro, debemos saber que su naturaleza imita al arte.
Bitácora
PERÚ, CHILE Y LA CRISIS DEL ESTADO DEMOCRÁTICO
José Rodríguez Elizondo
Tras una primavera democrática de mediana extensión, el tema del desencanto con los políticos latinoamericanos está mutando, peligrosamente, en el de la crisis del sistema democrático de gobierno. De ahí al tema de la crisis del Estado hay poco trecho. Es lo que he venido anotando en esta bitácora, a propósito de las recientes elecciones en el Perú, la derrota del kirchnerismo en Argentina, el impeachment contra Dilma Rousseff en Brasil, la dictadura fáctica de Nicolás Maduro en Venezuela y lo que está sucediendo con el sistema de partidos en Chile. ¿Guerra avisada no mata gente?
Publicado en El Mostrador 22.6.2016
Decía don Bernardo O’Higgins que mientras mejor le fuera al Perú mejor nos iría a los chilenos. Por eso me alegra que Pedro Pablo Kuczynski (PPK) sea hoy su nuevo presidente. Como no es un iluminado, sino un político realista, él prefiere autodefinirse como “tecnócrata”. Sabe que en los días que corren ser politico profesional no califica para diploma.
El tema duro es que tendrá que lidiar contra poderes políticos y fácticos informales, pero numéricamente superiores, con base en un grupete que él mismo inventó y bautizó con su sigla: PPK o Peruanos Por el Kambio. Esto significa que, para conseguir una gobernabilidad eficiente, tendrá que mezclar sus habilidades tecnocráticas con las destrezas del gran negociador y los trucos de Mandrake.
Y es aquí donde los chilenos debemos estar atentos y estudiar su ejecutoria, porque el tema de fondo es el angustioso salvataje periódico de la democracia. Un asunto que va más allá del Perú e incluso de la región. Parafraseando a la dupla Marx-Engels, es un fantasma nuevo que está recorriendo el mundo: la crisis yuxtapuesta de los partidos políticos y del Estado Democrático.
PARTIDOS IRRELEVANTES
Todo indica que la irrelevancia de los partidos políticos peruanos comenzó a fines de los años 80 del siglo pasado. No se percibió con claridad porque se disfrazó de opción por el mal menor. El bien a proteger era la democracia del futuro, amenazada más por las izquierdas apristas y marxistas que por la dictadura militar en ejercicio. Cosas de la guerra fría.
Mucho tuvo que ver el carácter informal de un vasto sector de la economía peruana –tema prolijamente analizado por el economista Hernando de Soto- y el carácter socialista de esa insólita dictadura. Entre ambos fenómenos, los políticos conservadores quedaron sin blindaje. Privados del reseguro castrense, se dieron por misión apoyarse en los partidos de centro o reformistas. Objetivo: unirse con todos quienes temían que los revolucionarios castrenses fueran reemplazados por una masa de revolucionarios civiles. Sobre esa base, Fernando Belaunde, señorial líder de Acción Popular, derrotó a Armando Villanueva, aprista histórico y “con fuerza”, según propia confesión.
La opción por el mal menor se complicó en la elección siguiente, pues el Perú se confirmó como país sociológicamente de izquierdas. Los dos finalistas -el aprista treintañero Alan García y el socialista Alfonso “Frejolito” Barrantes, alcalde de Lima- venían de ese sector. En tal coyuntura, el malmenorismo favoreció el marxismo “light” de García, contra el marxismo supuestamente staliniano de Barrantes quien, por lo demás, declinó competir en la segunda vuelta.
Ese cuadro dio un pequeño fruto democrático pues, tras un gobierno desastroso –con terrorismo e hiperinflación-, García se allanó a la alternancia. Entendió que presidente que sobrevive sirve para otra candidatura. Por lo demás, sospechaba que los militares querían golpearlo. El hecho fue importante en lo sistémico, pues dio al Apra la legitimidad democrática que le negaban “los antiapristas de padre y madre”, como decían en el Perú. Contribuyó a ello el viento global de la historia. La guerra fría había terminado, la Unión Soviética comenzaba a desaparecer y el establishment quedaba vacunado contra los revolucionarios
sistémicos.
EL PELIGRO DE LOS OUTSIDERS
En ese contexto, la alternativa de las izquierdas duras fue marginarse de la política formal –“irse para la casa” decimos en Chile- o incorporarse a los terrorismos en auge, con Sendero Luminoso a la cabeza. Con ello, los electores se sintieron más libres que nunca para apoyar a candidatos sin carnet de partido. Así emergieron al gran escenario político los outsiders o forasteros. Fue el inicio del auge de “los rostros”, al tiempo que la opción por el mal menor se consolidaba como engranaje del sistema.
En 1990, dos outsiders pasaron a la finalísima: Uno, el escritor Mario Vargas Llosa, que ofrecía una economía de Chicago sin fronteras, lo cual terminó asustando a muchos. El otro, Alberto “el chino” Fujimori, profesor de matemáticas, seguramente nacido en Japón, de quien se ignoraba casi todo y, por tanto, no asustaba casi a nadie. En la coyuntura, Alan García cometería el error más grave de su biografía: apoyarlo con todo su peso (que no era poco), por calcular que, agradecidísimo, le cuidaría el sillón presidencial durante un período.
Tras la victoria de “el chino”, Vargas Llosa se dedicó a ganar el Premio Nobel, el Apra comenzó a languidecer y García debió exiliarse. Fujimori, que admiraba secretamente la mano dura y la gestión económica de Pinochet, fue derivando hacia una dictadura mafiosa, amparado en el éxito de su gestión antiterrorista y en el control de la inflación.
Un asistencialismo demagógico le dio base social popular, un clientelismo descarado le permitió aliarse con un segmento empresarial y un manejo corrupto de los recursos del poder le permitió depredar el país. Su alter ego Vladimiro Montesinos –procesado militarmente por traición a la patria en el gobierno del general Francisco Morales Bermúdez- terminaría convertido en un mellizo del narco colombiano Pablo Escobar, con sicarios en planilla, narcotraficantes propios, tesoros enterrados y oficiales castrenses y de la policía gratificados con dineros negros.
NI SPIDERMAN
Como mal menor, Fujimori fue un fiasco con tragedia y fuga. Desgraciadamente, ello no sirvió para estructurar un sistema político con partidos escarmentados, sino para ajustar las válvulas del malmenorismo.
Tras una corta transición con el jurista Valentín Paniagua, los peruanos hicieron presidente a Alejandro Toledo, economista “cholo” con posgrado en los Estados Unidos, para bloquear el retorno de García. Luego, optaron por el mismo García (pero ahora virado hacia el liberalismo), para bloquear la irresistible ascensión del subversivo militar Ollanta Humala. Este, apoyado por Hugo Chávez, había prometido a su papá un nacionalismo “cobrizo” y una revancha contra Chile. A continuación, para derrotar a Keiko la hija de Fujimori, eligieron al propio Humala, pero sólo después de que exhibiera un certificado de buena conducta democrática, expedido por Mario Vargas Llosa y Javier Pérez de Cuéllar.
Así fue como el Perú llegó a estas elecciones de 2016 con agrupaciones políticas hechizas o emergentes y partidos en proceso de extinción. Aplicado el filtro de la primera vuelta, pasaron al ballotage PPK y Keiko “la china” Fujimori, generando un malmenorismo inverso al de 1985. Si entonces compitieron dos “izquierdistas”, ahora competían dos “derechistas”. Una Keiko representante del capitalismo “cholo”, con relaciones sospechosas y un PPK representante del capitalismo “cuico”, socialmente bien relacionado.
Dada la amplia ventaja porcentual de Keiko en primera vuelta (39,8 vs. 20,9 de PPK) sus creativos potenciaron la consigna de que una hija no es responsable por las fechorías de su padre, soslayando que esta hija concreta tenía en su equipo a demasiados cómplices y discípulos del dictador. Los encuestadores, por su lado, negaban las posibilidades de PPK, sobre una base aritmética simple: ni Spiderman podría saltar desde un casi 21% al 50 % más uno. Todos olvidaron que el Perú era un país electoralmente impredecible.
UN CASO TEST
Cuando faltaban días para la elección, tres imprevistos cayeron, encadenados, sobre la cabeza de Keiko. El primero, la autoproclamación de su hermano Kenji como “sucesor”. Luego, la denuncia por blanqueo de activos, avalada por la DEA, contra Joaquín Ramírez secretario general y gran financista de su organización. A ello siguió una verificada manipulación mediática del hecho, por cuenta de José Khlimper, único candidato a vicepresidente en la fórmula presidencial. El otro candidato ya había sido aventado, por distribuir regalos en un mitin proselitista, violando la ley electoral.
Esos reminiscentes escándalos estremecieron a los demócratas con buena memoria. Fue una fortísima reacción, con marchas y nuevas piezas de convicción, advirtiendo que la amenaza a la democracia era inminente. Gustavo Gorriti, periodista de investigación y uno de los líderes de opinión más gravitantes del Perú, produjo un explícito manifiesto en la revista Caretas. Recordó que la opción tradicional por el mal menor tenía una funcionalidad triste pero noble: “siempre votamos por quien no hubiéramos deseado hacerlo, para salvar la erosionada democracia del enemigo del momento”. Agregó que, de ganar Keiko, “el mal menor nos terminará llevando al fin del círculo, de regreso al fujimorato, por más que éste se presente como nuevo y diferente.”
Por efecto de acumulación, se activaron las subestimadas izquierdas. Quienes juraban que en la segunda vuelta no pinchaban ni cortaban se encontraron, de sopetón, con que Verónika Mendoza, líder del Frente Amplio –tercer lugar con 18% en la primera vuelta-, endosaba la candidatura de PPK. Su opción, que sonaba cercana al conocido artefacto de Nicanor Parra, equivalía a la tesis de la convergencia. Toda una herejía en la edad de oro del marxismo-leninismo.
A esa altura sospeché que lo increíble estaba por suceder y consulté a mi sabio y viejo amigo peruano Fernando Yovera, analista político y experto electoral. Este fue su brillante y textual pronóstico del 2 de junio: “Creo que PPK va a ganar. La victoria será sumamente ajustada y van a pelear voto a voto.”
DEL DESBORDE AL ACABOSE
Tal vez ya sospechen los lectores que lo sucedido en el Perú es un tema que nos concierne a los latinoamericanos todos (y todas, para ser genéricamente correctos). Me hace recordar que, durante un tiempo, muchos peruanos se miraban en el espejo de la Concertación. Les parecía una estructura y una estrategia excelentes para el buen funcionamiento de un sistema democrático formal y avanzado. En los apristas era una mirada con tradición. Su fundador, Víctor Raúl Haya de las Torre, había escrito y predicado sobre nuestra ejemplar institucionalidad política, sin excluir el comportamiento de los partidos de derechas.
Hoy todo eso terminó, pues los peruanos se resignaron a vivir sin partidos, mientras crecía su economía y apostaban su democracia en cada elección. En el intertanto llegaron los gobernantes bolivarianos y kirchneristas, con aspiraciones de eternidad y enriquecimiento refundacional. En Chile, la Concertación dejó de existir, la sustituta Nueva Mayoría se está acabando, militantes conspicuos de izquierdas y derechas abandonan la militancia, surgen nuevos referentes en todo el espectro y los parlamentarios no se sonrojan por estar entre los más caros del mundo.
En ese marco político, ya no nos describimos como un país libre de corrupción; ésta mutó en un monstruo grande que pisa fuerte. Paralelamente, los profesores temen a los alumnos, la ciudadanía no se siente segura en las calles ni en sus domicilios, terroristas merodean en la Araucanía y posan para la televisión. Un clima funcional para que vándalos paraestudiantiles destrocen sus establecimientos y asuelen la capital, no respetando ni a Cristo.
Junto con ese síndrome, de por sí alarmante, no hay instrucciones claras y funcionales para la policía uniformada y se olvidaron las lecciones históricas sobre la relación civil-militar. En vez de una política ilustrada y mutuamente inclusiva respecto a las Fuerzas Armadas, se está volviendo (de hecho) a la fracasada política de los “compartimentos estancos”. Yendo más lejos, un ente gubernamental hoy acusa al general Juan Emilio Cheyre, líder emblemático de una relación civil-militar moderna, por violación de derechos humanos supuestamente cometidos hace 42 años, cuando era un joven teniente.
Todo esto nos puede llevar desde el “subdesarrollo exitoso”, que describí en un libro de 2002, a lo que el sociólogo peruano José Matos Mar calificara, en 1984, como “desborde popular y crisis del Estado”. Una situación en la cual se puede llegar hasta a las ejecuciones sumarias, pues “se trata de sobrevivir y alcanzar seguridad por vías de la propia iniciativa, individual o colectiva, sin tomar en cuenta los límites impuestos por las leyes y normas oficiales”.
En resumidas cuentas, la prolongada experiencia peruana de una democracia sin partidos debe ser estudiada con atención, pues ya dejó de ser una rareza. Sus señales se perciben en demasiados países y ensamblan con el rol minimalista que asignaba Karl Popper a la democracia, en cuanto método incruento para cambiar a los gobernantes.
Quizás eso sirva para alertarnos sobre una riesgosa opción final: o nuestros dirigentes políticos facilitan una reconversión del sistema de partidos, que no se limite a la aritmética de la representatividad, o los chilenos nos cansamos de seguir legitimándolos electoralmente.
En el segundo caso, una de las alternativas derivadas sería una dictadura concebida como mal menor. En rigor, el efecto de un desborde social que arrasa con las instituciones y la cultura del Estado democrático.
Mi nota optimista es que estamos a tiempo para evitarlo.
Decía don Bernardo O’Higgins que mientras mejor le fuera al Perú mejor nos iría a los chilenos. Por eso me alegra que Pedro Pablo Kuczynski (PPK) sea hoy su nuevo presidente. Como no es un iluminado, sino un político realista, él prefiere autodefinirse como “tecnócrata”. Sabe que en los días que corren ser politico profesional no califica para diploma.
El tema duro es que tendrá que lidiar contra poderes políticos y fácticos informales, pero numéricamente superiores, con base en un grupete que él mismo inventó y bautizó con su sigla: PPK o Peruanos Por el Kambio. Esto significa que, para conseguir una gobernabilidad eficiente, tendrá que mezclar sus habilidades tecnocráticas con las destrezas del gran negociador y los trucos de Mandrake.
Y es aquí donde los chilenos debemos estar atentos y estudiar su ejecutoria, porque el tema de fondo es el angustioso salvataje periódico de la democracia. Un asunto que va más allá del Perú e incluso de la región. Parafraseando a la dupla Marx-Engels, es un fantasma nuevo que está recorriendo el mundo: la crisis yuxtapuesta de los partidos políticos y del Estado Democrático.
PARTIDOS IRRELEVANTES
Todo indica que la irrelevancia de los partidos políticos peruanos comenzó a fines de los años 80 del siglo pasado. No se percibió con claridad porque se disfrazó de opción por el mal menor. El bien a proteger era la democracia del futuro, amenazada más por las izquierdas apristas y marxistas que por la dictadura militar en ejercicio. Cosas de la guerra fría.
Mucho tuvo que ver el carácter informal de un vasto sector de la economía peruana –tema prolijamente analizado por el economista Hernando de Soto- y el carácter socialista de esa insólita dictadura. Entre ambos fenómenos, los políticos conservadores quedaron sin blindaje. Privados del reseguro castrense, se dieron por misión apoyarse en los partidos de centro o reformistas. Objetivo: unirse con todos quienes temían que los revolucionarios castrenses fueran reemplazados por una masa de revolucionarios civiles. Sobre esa base, Fernando Belaunde, señorial líder de Acción Popular, derrotó a Armando Villanueva, aprista histórico y “con fuerza”, según propia confesión.
La opción por el mal menor se complicó en la elección siguiente, pues el Perú se confirmó como país sociológicamente de izquierdas. Los dos finalistas -el aprista treintañero Alan García y el socialista Alfonso “Frejolito” Barrantes, alcalde de Lima- venían de ese sector. En tal coyuntura, el malmenorismo favoreció el marxismo “light” de García, contra el marxismo supuestamente staliniano de Barrantes quien, por lo demás, declinó competir en la segunda vuelta.
Ese cuadro dio un pequeño fruto democrático pues, tras un gobierno desastroso –con terrorismo e hiperinflación-, García se allanó a la alternancia. Entendió que presidente que sobrevive sirve para otra candidatura. Por lo demás, sospechaba que los militares querían golpearlo. El hecho fue importante en lo sistémico, pues dio al Apra la legitimidad democrática que le negaban “los antiapristas de padre y madre”, como decían en el Perú. Contribuyó a ello el viento global de la historia. La guerra fría había terminado, la Unión Soviética comenzaba a desaparecer y el establishment quedaba vacunado contra los revolucionarios
sistémicos.
EL PELIGRO DE LOS OUTSIDERS
En ese contexto, la alternativa de las izquierdas duras fue marginarse de la política formal –“irse para la casa” decimos en Chile- o incorporarse a los terrorismos en auge, con Sendero Luminoso a la cabeza. Con ello, los electores se sintieron más libres que nunca para apoyar a candidatos sin carnet de partido. Así emergieron al gran escenario político los outsiders o forasteros. Fue el inicio del auge de “los rostros”, al tiempo que la opción por el mal menor se consolidaba como engranaje del sistema.
En 1990, dos outsiders pasaron a la finalísima: Uno, el escritor Mario Vargas Llosa, que ofrecía una economía de Chicago sin fronteras, lo cual terminó asustando a muchos. El otro, Alberto “el chino” Fujimori, profesor de matemáticas, seguramente nacido en Japón, de quien se ignoraba casi todo y, por tanto, no asustaba casi a nadie. En la coyuntura, Alan García cometería el error más grave de su biografía: apoyarlo con todo su peso (que no era poco), por calcular que, agradecidísimo, le cuidaría el sillón presidencial durante un período.
Tras la victoria de “el chino”, Vargas Llosa se dedicó a ganar el Premio Nobel, el Apra comenzó a languidecer y García debió exiliarse. Fujimori, que admiraba secretamente la mano dura y la gestión económica de Pinochet, fue derivando hacia una dictadura mafiosa, amparado en el éxito de su gestión antiterrorista y en el control de la inflación.
Un asistencialismo demagógico le dio base social popular, un clientelismo descarado le permitió aliarse con un segmento empresarial y un manejo corrupto de los recursos del poder le permitió depredar el país. Su alter ego Vladimiro Montesinos –procesado militarmente por traición a la patria en el gobierno del general Francisco Morales Bermúdez- terminaría convertido en un mellizo del narco colombiano Pablo Escobar, con sicarios en planilla, narcotraficantes propios, tesoros enterrados y oficiales castrenses y de la policía gratificados con dineros negros.
NI SPIDERMAN
Como mal menor, Fujimori fue un fiasco con tragedia y fuga. Desgraciadamente, ello no sirvió para estructurar un sistema político con partidos escarmentados, sino para ajustar las válvulas del malmenorismo.
Tras una corta transición con el jurista Valentín Paniagua, los peruanos hicieron presidente a Alejandro Toledo, economista “cholo” con posgrado en los Estados Unidos, para bloquear el retorno de García. Luego, optaron por el mismo García (pero ahora virado hacia el liberalismo), para bloquear la irresistible ascensión del subversivo militar Ollanta Humala. Este, apoyado por Hugo Chávez, había prometido a su papá un nacionalismo “cobrizo” y una revancha contra Chile. A continuación, para derrotar a Keiko la hija de Fujimori, eligieron al propio Humala, pero sólo después de que exhibiera un certificado de buena conducta democrática, expedido por Mario Vargas Llosa y Javier Pérez de Cuéllar.
Así fue como el Perú llegó a estas elecciones de 2016 con agrupaciones políticas hechizas o emergentes y partidos en proceso de extinción. Aplicado el filtro de la primera vuelta, pasaron al ballotage PPK y Keiko “la china” Fujimori, generando un malmenorismo inverso al de 1985. Si entonces compitieron dos “izquierdistas”, ahora competían dos “derechistas”. Una Keiko representante del capitalismo “cholo”, con relaciones sospechosas y un PPK representante del capitalismo “cuico”, socialmente bien relacionado.
Dada la amplia ventaja porcentual de Keiko en primera vuelta (39,8 vs. 20,9 de PPK) sus creativos potenciaron la consigna de que una hija no es responsable por las fechorías de su padre, soslayando que esta hija concreta tenía en su equipo a demasiados cómplices y discípulos del dictador. Los encuestadores, por su lado, negaban las posibilidades de PPK, sobre una base aritmética simple: ni Spiderman podría saltar desde un casi 21% al 50 % más uno. Todos olvidaron que el Perú era un país electoralmente impredecible.
UN CASO TEST
Cuando faltaban días para la elección, tres imprevistos cayeron, encadenados, sobre la cabeza de Keiko. El primero, la autoproclamación de su hermano Kenji como “sucesor”. Luego, la denuncia por blanqueo de activos, avalada por la DEA, contra Joaquín Ramírez secretario general y gran financista de su organización. A ello siguió una verificada manipulación mediática del hecho, por cuenta de José Khlimper, único candidato a vicepresidente en la fórmula presidencial. El otro candidato ya había sido aventado, por distribuir regalos en un mitin proselitista, violando la ley electoral.
Esos reminiscentes escándalos estremecieron a los demócratas con buena memoria. Fue una fortísima reacción, con marchas y nuevas piezas de convicción, advirtiendo que la amenaza a la democracia era inminente. Gustavo Gorriti, periodista de investigación y uno de los líderes de opinión más gravitantes del Perú, produjo un explícito manifiesto en la revista Caretas. Recordó que la opción tradicional por el mal menor tenía una funcionalidad triste pero noble: “siempre votamos por quien no hubiéramos deseado hacerlo, para salvar la erosionada democracia del enemigo del momento”. Agregó que, de ganar Keiko, “el mal menor nos terminará llevando al fin del círculo, de regreso al fujimorato, por más que éste se presente como nuevo y diferente.”
Por efecto de acumulación, se activaron las subestimadas izquierdas. Quienes juraban que en la segunda vuelta no pinchaban ni cortaban se encontraron, de sopetón, con que Verónika Mendoza, líder del Frente Amplio –tercer lugar con 18% en la primera vuelta-, endosaba la candidatura de PPK. Su opción, que sonaba cercana al conocido artefacto de Nicanor Parra, equivalía a la tesis de la convergencia. Toda una herejía en la edad de oro del marxismo-leninismo.
A esa altura sospeché que lo increíble estaba por suceder y consulté a mi sabio y viejo amigo peruano Fernando Yovera, analista político y experto electoral. Este fue su brillante y textual pronóstico del 2 de junio: “Creo que PPK va a ganar. La victoria será sumamente ajustada y van a pelear voto a voto.”
DEL DESBORDE AL ACABOSE
Tal vez ya sospechen los lectores que lo sucedido en el Perú es un tema que nos concierne a los latinoamericanos todos (y todas, para ser genéricamente correctos). Me hace recordar que, durante un tiempo, muchos peruanos se miraban en el espejo de la Concertación. Les parecía una estructura y una estrategia excelentes para el buen funcionamiento de un sistema democrático formal y avanzado. En los apristas era una mirada con tradición. Su fundador, Víctor Raúl Haya de las Torre, había escrito y predicado sobre nuestra ejemplar institucionalidad política, sin excluir el comportamiento de los partidos de derechas.
Hoy todo eso terminó, pues los peruanos se resignaron a vivir sin partidos, mientras crecía su economía y apostaban su democracia en cada elección. En el intertanto llegaron los gobernantes bolivarianos y kirchneristas, con aspiraciones de eternidad y enriquecimiento refundacional. En Chile, la Concertación dejó de existir, la sustituta Nueva Mayoría se está acabando, militantes conspicuos de izquierdas y derechas abandonan la militancia, surgen nuevos referentes en todo el espectro y los parlamentarios no se sonrojan por estar entre los más caros del mundo.
En ese marco político, ya no nos describimos como un país libre de corrupción; ésta mutó en un monstruo grande que pisa fuerte. Paralelamente, los profesores temen a los alumnos, la ciudadanía no se siente segura en las calles ni en sus domicilios, terroristas merodean en la Araucanía y posan para la televisión. Un clima funcional para que vándalos paraestudiantiles destrocen sus establecimientos y asuelen la capital, no respetando ni a Cristo.
Junto con ese síndrome, de por sí alarmante, no hay instrucciones claras y funcionales para la policía uniformada y se olvidaron las lecciones históricas sobre la relación civil-militar. En vez de una política ilustrada y mutuamente inclusiva respecto a las Fuerzas Armadas, se está volviendo (de hecho) a la fracasada política de los “compartimentos estancos”. Yendo más lejos, un ente gubernamental hoy acusa al general Juan Emilio Cheyre, líder emblemático de una relación civil-militar moderna, por violación de derechos humanos supuestamente cometidos hace 42 años, cuando era un joven teniente.
Todo esto nos puede llevar desde el “subdesarrollo exitoso”, que describí en un libro de 2002, a lo que el sociólogo peruano José Matos Mar calificara, en 1984, como “desborde popular y crisis del Estado”. Una situación en la cual se puede llegar hasta a las ejecuciones sumarias, pues “se trata de sobrevivir y alcanzar seguridad por vías de la propia iniciativa, individual o colectiva, sin tomar en cuenta los límites impuestos por las leyes y normas oficiales”.
En resumidas cuentas, la prolongada experiencia peruana de una democracia sin partidos debe ser estudiada con atención, pues ya dejó de ser una rareza. Sus señales se perciben en demasiados países y ensamblan con el rol minimalista que asignaba Karl Popper a la democracia, en cuanto método incruento para cambiar a los gobernantes.
Quizás eso sirva para alertarnos sobre una riesgosa opción final: o nuestros dirigentes políticos facilitan una reconversión del sistema de partidos, que no se limite a la aritmética de la representatividad, o los chilenos nos cansamos de seguir legitimándolos electoralmente.
En el segundo caso, una de las alternativas derivadas sería una dictadura concebida como mal menor. En rigor, el efecto de un desborde social que arrasa con las instituciones y la cultura del Estado democrático.
Mi nota optimista es que estamos a tiempo para evitarlo.
Bitácora
PPK Y LA DEMOCRACIA SIN PARTIDOS
José Rodríguez Elizondo
La invasión de los outsiders en la política peruana ha dado origen a un sistema sui generis, donde los presidentes son elegidos como "mal menor". Esto ha significado, a la vez, una decadencia del sistema de partidos políticos estructurados. Tal vez estemos ante una nueva manera de administrar la democracia, tan insegura como la tradicional,
Publicado en El Mercurio, 15.6.2016
Político inteligente y realista, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) prefiere definirse como “tecnócrata”. Sabe que los bonos de los políticos profesionales están por los suelos.
También se asume como “el mejor mal menor” del Perú, lo cual contiene un escarmiento. Alberto Fujimori, mal menor de 1990, fue un fiasco con tragedia. Tras su fuga los partidos políticos ya no pudieron recuperarse y se resignaron a la suerte del malmenorismo Así llegó a la Presidencia Alejandro Toledo, para bloquear el retorno del temerario Alan García. Luego llegó el mismo García -pero virado al liberalismo tranquilo-, para bloquear la ascensión de Ollanta Humala. Este, apoyado por Hugo Chávez, había prometido a su padre un nacionalismo racista y una revancha contra Chile. A continuación, para derrotar a Keiko, la heredera de Fujimori, el propio Humala se ciñó la banda, tras mostrar un certificado de buena conducta expedido por Mario Vargas Llosa y Javier Pérez de Cuéllar.
Desde esa experiencia, los peruanos enfrentaron las recientes elecciones con agrupaciones políticas personalizadas, partidos en extinción y un “frente” de izquierdistas testimoniales. Tras el filtro de la primera vuelta, pasaron al ballotage PPK y Keiko. Ella, como representante de un capitalismo “cholo” y clasemediero, con relaciones sospechosas. Él, como representante de un capitalismo “cuico”, tecnológicamente aspiracional y muy bien relacionado.
Dada la amplia ventaja de Keiko en primera vuelta (39,8 vs. 20,9 de PPK) sus creativos se apresuraron a adjudicarle la corona del mal menor. Una hija no es responsable por las fechorías de su padre, dijeron, soslayando que esta hija concreta cohonestó demasiados entuertos y tenía en su equipo a demasiados cómplices del dictador. Los encuestadores, por su lado, negaron las posibilidades de PPK: ni Spiderman podría saltar desde menos de un 21% al 50 % más un voto.
Todos olvidaron que el Perú es un país electoralmente imprevisible. Esto se confirmó a días de la elección, cuando los imprevistos cayeron sobre la cabeza de Keiko. El primero, su hermano Kenji proclamándose “sucesor”. Luego, una denuncia por lavado de activos, avalada por la DEA, contra el secretario general de su organización. En paralelo, una falsificación mediática del hecho, por cuenta del único candidato a vicepresidente sobreviviente de su lista. Si el Tribunal Electoral se hubiera atrevido a recusarlo –como hizo con el otro vicepresidente candidato- ella habría quedado sin fórmula presidencial.
Fueron señales que activaron las memorias. Con marchas multitudinarias y nuevas piezas de convicción, los antifujimoristas salieron a alertar sobre la amenaza inminente. El periodista Gustavo Gorriti, gravitante líder de opinión, produjo un vibrante alegato. “Siempre votamos por quien no hubiéramos deseado hacerlo, para salvar la erosionada democracia del enemigo del momento”, escribió. Pero, agregó, de ganar Keiko “el mal menor nos terminará llevando al fin del círculo, de regreso al fujimorato, por más que éste se presente como nuevo y diferente.”
El puntillazo vino desde las subestimadas izquierdas. Quienes juraban que en la coyuntura no pinchaban ni cortaban se encontraron, de sopetón, con que Verónika Mendoza, líder del Frente Amplio –18% de la votación-, apoyaba la candidatura de PPK, asumiendo, pragmática, que el mal mayor era Keiko. En ese momento consulté a Fernando Yovera, sabio ex colega de Caretas. Su pronóstico, emitido el 2 de junio fue exacto: “Creo que PPK va a ganar. La victoria será sumamente ajustada y van a pelear voto a voto.”
Así fue como el mal menor siguió dirimiendo elecciones en el Perú y sosteniendo una democracia sin partidos. Pero, ojo, esto ya no debe parecernos una rareza. En nuestro país (tan serio), está reptando un síndrome que conduce a lo mismo. En efecto, la funcional Concertación dejó de existir, la Nueva Mayoría se está acabando, militantes conspicuos -de izquierdas y derechas- abandonan la militancia, la corrupción política ahora pisa fuerte, los parlamentarios siguen cobrando un ojo de la cara, surgen nuevos referentes políticos en el espectro, terroristas inexistentes atacan en el sur, estudiantes declaran que no dejarán que el gobierno gobierne, los ciudadanos son asaltados a domicilio, los vándalos impunes ya no respetan ni a Cristo. Son síntomas de lo que en el Perú bautizaron, hace décadas, como “el desborde del Estado”.
A mayor abundamiento, la crisis de los partidos no se limita a nuestra región. Hasta en los Estados Unidos hay temblores en el sistema. Puede decirse que los duros hechos están sobrepasando la teoría ortodoxa, según la cual era impensable una democracia sin partidos. Punto a favor de Karl Popper, quien la identificaba con un mal menor: facilitar el cambio incruento de los gobernantes.
En resumidas cuentas, habrá que seguir con atención la andadura de PPK. Su gobierno bien podría ser el test case de una gran alternativa regional: O los electores nos limitamos cada cierto tiempo a salvar la democracia por “tincada” o los políticos, en vez de llevar a sus partidos hacia la nada, recuperan las claves de la ética que exige una democracia de verdad.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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