CONO SUR: J. R. Elizondo

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Quienes viven políticamente al borde de la coyuntura no asumen que la crisis de la representación política y de la política misma, actualmente en curso, es un proceso de larga data y en pleno desarrollo. En lo personal lo vengo trabajando desde inicios del milenio. En 2003, en el Seminario de Investigación para la Paz, de Zaragoza, presenté una ponencia al respecto, que se publicó como "América Latina: el fantasma de otra década perdida". Otros analistas hacían lo mismo en diversos países, pero a todos nos sucedía lo mismo: esos antecedentes e inquietudes no llegaban al escritorio de los líderes políticos, porque éstos estaban ocupados en sus respectivas coyunturas o porque eran simples "divagaciones académicas". Actualmente la situación ha cambiado, pero no porque los políticos profesionales se pusieran estudiosos, sino porque fenómenos de gran dimensión los han puesto en estado de alerta. Al parecer, muchos comienzan a entender que su rol público ya no es lo que era.


Publicado en El Mostrador 22.12.2016


El ensimismamiento corporativo de los políticos, a escala global, no sólo los alejó del estudio. También –con encomiables excepciones- los alejó de la cultura humanista y de la sociedad real. Por eso, sólo reaccionan cuando los sorprenden cataclismos como el Brexit, la elección de Donald Trump o la abstención del 65% en nuestras elecciones municipales.
Configurados como “clase” sistémica, los políticos de hoy no asumen que ese tipo de fenómenos estaba anunciado por sus propios comportamientos. Es decir, no entienden que el desencanto ciudadano con la política que hacen, mutó (hace tiempo) en escenarios ominosos. En profecías que, por acción u omisión, ellos mismos se encargan de cumplir. Puntualmente.

Si se quiere un “reencantamiento” con la política, habría que partir por la reconfiguración de los políticos realmente existentes, para que su conocimiento de los grandes temas sea real y no sólo recurso “campañero”. Para que entiendan que sus privilegios, en cuanto excesivos, son incompatibles con la democracia representativa. Para que comprendan que la democracia del país comienza con la democracia por casa. También, para que dejen de condenar sólo a los dictadores “malos”.

Planteo así el problema, pues acabo de exhumar un texto de 2003 que me alarmó, pues me provocó la ilusión de haberlo escrito ayer. Entre otros y con base en América Latina, ahí están los temas del desprestigio incremental de los políticos, el gran poder de los narcotraficantes, el separatismo como réplica escapista y tres futuros negros para la democracia representativa. Asumiendo el terrible riesgo de la autocita, comparto sus 18 tesis principales. A mi juicio, bastan para ratificar la profundidad del precipicio que separa a los ciudadanos de a pie de los políticos profesionales.

18 TESIS EN ACTUAL DESARROLLO
  • El comportamiento del primer quintil de la primera década del siglo, sumado al comportamiento prescindente de los Estados Unidos, está provocando el temor a un serio retroceso en el desarrollo democrático de América Latina.
  • El retroceso eventual no consistiría en una vuelta al ciclo democracias-dictaduras ni produciría una nueva “década perdida”, pues los síntomas muestran una inédita constelación de crisis: crisis de las ideologías, crisis de los partidos, crisis de la moral pública, crisis de la moral a secas, crisis de la democracia y crisis del Estado.
  • La conjunción crítica se está resolviendo en un síndrome de rechazo a la Política misma y se expresa como desencanto masivo con los partidos políticos y sus dirigencias. El desencanto, a su vez, se interpreta como un apoyo cada vez más débil a los sistemas democráticos.
  • Lo expresado indica que en la región se está pasando del optimismo escéptico de Winston Churchill al pesimismo agnóstico de Karl Popper: el mérito de la democracia se reduciría a la posibilidad de cambio incruento de los malos gobiernos.
  • En ese contexto, la alternancia democrática ya no representa un cambio de responsabilidades de conducción, por mérito de la oposición, sino un castigo a los políticos en el poder.
  • Otros castigos ciudadanos, en línea ascendente, son el desinterés por concurrir a las elecciones programadas, los comportamientos tácitos de protesta al emitir los sufragios, la opción por los outsiders o el repudio masivo –eventualmente violento- a los políticos de gobierno y/o de oposición.
  • En la medida en que decae la adhesión al ideario democrático, cualquier comportamiento sociopolítico parece viable. Pueden visualizarse, al respecto, tres opciones negativas de futuro: las repúblicas de mercado, las repúblicas mafiosas o las repúblicas centrifugadas.
  • Las repúblicas de mercado suponen una subliminal priorización del consumo: no importa el sistema que se adopte, si existen mercados bien provistos. Esto marcaría el hiperdesarrollo de la dominación de publicistas, encuestadores y comunicadores sobre la opinión pública y los políticos.
  • Las repúblicas mafiosas marcarían la etapa en la cual la marginación de América Latina se hace intolerable para una masa crítica de desposeídos. Equivale a la reinserción en la economía global por métodos delictivos y/o destructores, con el narcotráfico como paradigma.
  • Las repúblicas centrifugadas serían producto del escape sistémico de las poblaciones locales con mayor y con menor desarrollo dentro de las unidades nacionales existentes. Unas, por no beneficiarse del Estado y otras por percibirse expoliadas en beneficio del resto.
  • En el origen de la constelación de crisis está la histórica dependencia del pensamiento político regional, que condujo a nuestros gobiernos hacia un conservadurismo inerte, un revolucionarismo sin bases reales o un pragmatismo sin principios. Por eso, el precario nivel de creatividad con que los líderes de la región enfrentaron la independencia, en el siglo XIX, se repitió cuando hubo que enfrentar el desafío del cambio epocal, a fines del siglo XX.
  • Verificar la constelación de crisis no es un acto pesimista per se, pero el pesimismo se instalará si nuestras élites no aprovechan la oportunidad implícita en toda gran crisis, para superarla mediante un salto cualitativo.
  • El aprovechamiento de la crisis supone, en lo fundamental, insertar la Política regional en la matriz de la Cultura, con la renovación de los actores políticos, la subordinación de los tecnócratas y la reposición de los fundamentos éticos y humanistas del contrato social.
  • Lo señalado exige una reingeniería de la Política regional, que permita erradicar los trucos de mercadotecnia en la relación políticos-ciudadanía y dignificar la vocación política alejándola del reality show de los poderes públicos.
  • Sobre las bases de ese cambio, América Latina estaría en condiciones de ejecutar su proyecto integracionista pendiente. Partiría de las homogeneidades estructurales históricas, los nuevos consensos sobre democracia política y rol del mercado y la renovación intelectual de los altos mandos militares. Esta les permitiría fortalecer el polo de la asociación por sobre el de la disuasión.
  • La renovación intelectual de los oficiales militares implica, además, un enriquecimiento de su autopercepción como Fuerza del Poder Político. Pero no para ejercer ese poder, como en el ciclo antiguo, sino para trabajar como colaboradores estratégicos de las autoridades democráticas y poner sus habilidades técnicas y organizativas al servicio de la comunidad establecida en una zona de paz.
  • En definitiva, América Latina puede llegar al bicentenario configurada como una región-bloque, en condiciones de integrarse con España y Portugal en una Comunidad Iberoamericana de Naciones y de asociarse con los Estados Unidos en una negociación sin subordinación.
  • Si aquello no se da, habría que establecer un premio para quien invente otro trabajo a los políticos de hoy.
 
COLOFON

Trece años después, estas tesis siguen vigentes. Pero, compensatoriamente, los latinoamericanos y los chilenos no estamos solos. En efecto, si alguna vez sostuve que Chile es “el país de los pronósticos políticamente inservibles”, hoy debo ampliar drásticamente el escenario. Con Trump en la Casa Blanca, la inercia anticultural de los políticos llegó hasta el corazón de los Estados Unidos y, por tanto, se enquistó en la globalización.

José Rodríguez Elizondo
Jueves, 22 de Diciembre 2016



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LA HABANA QUE QUISIMOS TANTO José Rodríguez Elizondo

Entre el 7 y el 14 de octubre de este año cumplí mi muy diferido deseo de conocer La Habana. Todavía estaba Fidel Castro in situ, aunque se notaba poquísimo. Como subproducto del viaje compuse una especie de vistazo de turista con adiestramiento de reportero. Una versión resumida fue publicada, con todo esmero , en la revista Cosas del 9 de diciembre. A continuación va la versión completa, porque no quise renunciar a ciertas observaciones de detalle, que completan el notable cuadro que percibimos con mi esposa.



A comienzos de octubre un amigo médico con buen diagnóstico me dijo que yo estaba trabajando mucho. Quizás quiso decirme que estaba escribiendo demasiado. Me recetó una semana en un lugar donde no leyera diarios, me desconectara del celular, la tele fuera inmirable, no recibiera promoción comercial y caminara kilómetros. “No basta con hacer pilates dos horas a la semana”, sintetizó. Yo asumí la receta y mi esposa, como siempre, asumió la ejecución. Arregló la parte logística y en cuestión de días estábamos en La Habana. Tras estudiar el tema, ambos entendimos que era el lugar indicado. Además, alcanzaríamos a conocerlo antes de que se fuera Fidel Castro
 
LINDA ERA CUBA
Al inicio de los años 60 La Habana fue mi ciudad soñada, por su alegría musical, su revolución “con pachanga” (con juerga) y el desparpajo de Fidel Castro y sus barbudos. En los medios se hablaba de un líder que descolocaba a los Estados Unidos y de dirigentes con colorido. Todos muy distintos a los grises funcionarios del socialismo real.

En 1969 estuve a punto de cumplir mi sueño tras aterrizar en su aeropuerto, pero hasta ahí no más llegué. Viajaba a Arica con colegas académicos en un vuelo LAN secuestrado y el capitán de la aeronave no nos autorizó un tour rápido por la ciudad. Lo maldije bastante, aunque después nos compensó a todos con una corrida de whisky.

Casi medio siglo después, instalado en el Hotel Iberostar, me dispongo a contrastar esa visión romántica con lo que hoy luce como un melancólico fin de fiesta: los barbudos se afeitaron, el son (casi) se fue de Cuba y Castro es un ícono nonagenario que se muestra con cuentagotas. Incluso veo posters con la sonriente efigie de Barack Obama y muchachos (as) con poleras y vestidos que reproducen la bandera de los Estados Unidos.

Dado que estoy en modo descanso, no haré mis pesquisas grabadora en mano, sino como turista que sabe sacarle verdades a la calle. Mi calle concreta serán los empleados del hotel, vendedores de artesanía, marchantes de arte, guías y taxistas de diversas especies, casi todos profesionales universitarios. Además, incluiré un par de diplomáticos, que siempre saben algo de cualquier cosa.

EL SON NO SE FUE DEL TODO


Es cierto que la revolución se operó de la pachanga, tras el cierre de los cabarets que describía Guillermo Cabrera Infante y el exilio de monstruos como Fernando Albuerne, Celia Cruz y Olga Guillot. Sin embargo, el son no se fue del todo. Se quedó, pero no para alegrar noches bohemias junto al mar, sino como recurso de sobrevivencia para artistas por cuenta propia.

Los cantantes y músicos hoy son animadores de los tiempos gastronómicos y de piscina en los grandes hoteles y en cualquier lugar que garantice propinas en “cucs” (pesos cubanos convertibles). Por cierto, no saben hacerlo mal, pues llevan el ritmo en la sangre. Vi un grupo guaracheando en la medieval Fortaleza del Morro, lo que me recordó a ciertos desubicados artistas chilenos del metro.

Dos excepciones contrapuestas. Una, los estupendos viejitos del Buena Vista Social Club que, tras un golpe de cine de Wim Wenders, tuvieron un momento de gloria global. Gracias a ello mitigaron sus penurias locales y dan conciertos populares. La otra es La Tropicana, el night club emblemático y casi centenario, que sigue brindando una oferta gastronómica sofisticada y una gloriosa mezcla de vaudeville francés, ritmos caribeños y escenografía de musical norteamericano. Se mantiene porque –según el abogado que nos conduce en taxi- los ingresos que aporta al Estado tienen la ideología correcta.

Por cierto, compartimos mesa con dos gringos y al frente tuvimos a nueve japoneses (as) con sus fantásticas máquinas filmadoras.

ECONOMIA AL PASO

Si vas para La Habana, viajero, debes llevar euros y transformarlos en cucs, que valen casi lo mismo. Si llevas dólares, estos serán castigados en un 18 por ciento, así es que ni tontos. También está permitido que los autóctonos tengan cucs, con menos valor comparativo, pues deben comprarlos con pesos cubanos simples o dólares depreciados que les llegan desde Miami.

El sistema, más la disuasión de un castigo rápido y duro, prácticamente ha eliminado el “cambio negro”.  Al mismo tiempo, ha potenciado la importancia de las remesas solidarias que envían los cubanos del exterior. Como dice la calle, “sobrevivimos porque casi todos tenemos parientes fuera”. Es de suponer que los cubanos sin parientes “gusanos” (exiliados, según el léxico castrista), son los que peor lo están pasando… salvo que tengan pitutos en el gobierno.

En paralelo, el fin de la subvención soviética y la crisis de Venezuela, han motorizado el turismo, ayudando a crear una cultura disfuncional a la ortodoxia estatista. El régimen ha creado una flota de taxis amarillos –casi todos made in China- para alquilarlos a particulares que los trabajan a su amaño. También ha autorizado a “taxear” a propietarios de descapotables norteamericanos de los años 50, cocheros de “victorias” y motoristas o triciclistas con acoplado, en versión cubana del rickshaw asiático.

La misma dinámica está convirtiendo algunos domésticos “paladares” en restoranes de excelente nivel. El San Cristóbal, con estilo similar al de nuestra Peluquería Francesa del barrio Yungay, se ha convertido en atracción internacional: mesas finamente dispuestas, baños de lujo y un decorado de objetos, muebles, íconos religiosos, retratos antiguos y fotos. Entre éstas, la prescriptiva de Castro, una de Celia Cruz y otra de Obama captada el día en que cenó allí (dateado por Beyoncé). El dueño,
Carlos Cristóbal –un mulato alto y fornido que, según mi reporteo, fue cocinero militar en Angola- me la muestra con orgullo evidente.

Todos esos cuentapropistas son parte de un sector que busca espacio para sus emprendimientos. Uno quiere ampliar el paladar que instaló en su casa hace algunos meses. Otro está negociando un Plymouth remotorizado de 1952, por el cual le piden 40 mil dólares (me lo dice así para que dimensione el costo de esa reliquia). Un tercero me cuenta que, además del taxi estatal que alquila, es propietario de dos vehículos. Los está inscribiendo a nombre de distintos parientes, para obtener autorizaciones suplementarias.


Otro ítem turístico, es la venta de objetos de arte en locales del Estado. En uno de ellos llama la atención un cuadro que muestra la pared desconchada de un ruinoso edificio, de la cual cuelga un poster del Ché con la leyenda “la revolución es invencible”. Una de las vendedoras, que avalúa en 5.000 cucs “negociables” una hermosa pintura de tamaño medio, se resiste a darme el nombre del autor. Ante mi extrañeza, termina soltando “el secreto” y semiexplicando que en Cuba se busca impedir el trato directo entre compradores y artistas. 

Un caso de marketing hipocritón es el del ron y los tabacos, que se venden en locales bien presentados. El del hotel muestra fotos de Winston Churchill, Sigmund Freud y Orson Welles, luciendo soberbios habanos. Para cuidar los equilibrios también exhibe una foto pequeña de Castro con el Ché Guevara, pero no fumando sino con metralletas. La explicación obvia es que el gobierno se ha plegado a la campaña mundial sobre el daño que hace el tabaco. Una pegatina del Minsap (Ministerio de Salud Pública) sobre una hermosa caja de cigarros, advierte al comprador: “Protege el ambiente de tu hogar, no fumes”.

Agrego que entre los hoteles, restoranes, taxis y turistas, circulan vendedores muy majaderos de cualquier cosa, muy impertinentes enganchadores para los transportistas y mendigos muy ancianos. También están las célebres “jineteras”, que no se me acercan pues mi esposa, caray, inspira mucho respeto.


BELLEZA Y PRECARIEDAD

Me lo advirtieron: La Habana es una ciudad cara, pero sus costos se compensan con el ahorro que implica la falta de tentaciones consumistas.

Eso facilita que uno descubra, caminando, la increíble belleza mar y verde de La Habana, con las impecables esculturas y monumentos que adornan sus plazas y calles. Vaya bendición, es un territorio libre de grafiteros. Además, cualquier paseo por el malecón, Habana Centro y Habana Vieja pone en contacto con una arquitectura variopinta de altura europea. Mención especial para el Museo de Bellas Artes, el Teatro Nacional, la Fortaleza del Morro, el Paseo del Prado y un Capitolio clonado del de Washington, aunque un simpático nacionalista nos advierte que es seis centímetros más alto.

La mala noticia es que, si los paseantes se introducen a las callecitas de La Habana Vieja o Habana Centro, la belleza arquitectónica comienza a coincidir con el estado calamitoso de demasiados edificios. De algunos emana un cierto olor a cloaca y asoma la queja de sus moradores por los apagones frecuentes y los problemas con el abastecimiento de agua. Si un huracán pasara por ahí, pocos resistirían.


Mención aparte para las oriundas, en este rubro estético (y perdón si se estima como un machismo). Las hemos visto en el cine y en la tele, pero sucede que, en vivo y en directo, sus atributos y su garbo son superlativos: Además, ellas lo saben. Cuando comenté a una vendedora de ropa femenina (artesanal) lo que costaría a las mujeres de otros países llenar la parte posterior de sus productos, rió complacida y se palmoteó patrióticamente el trasero: “esto es el orgullo de las cubanas” me dijo. Agregó un dardo chovinista: “en Cuba todo es natural, aquí no usamos implantes como las venezolanas”.

PRESENCIA DE CHILE


Como Cuba es un país con más béisbol que fútbol, su calle no menciona a Vidal ni Alexis. Sólo tras el triunfo de “la roja” sobre Perú, un empleado del hotel parece enterado de que nuestros futbolistas no son malos.

También percibo una especie de reconocimiento con sorna: “ustedes no son como otros chilenos”, nos dice un taxista. Explica que suele conducir a jóvenes, implícitamente desubicados, que le hablan maravillas del régimen cubano. La observación me hace recordar a un exiliado chileno en la ex RDA, que recriminaba a los dueños de casa por no compartir su fervor por el régimen de Honecker.

Rescato una anécdota interesante en la Bodeguita del Medio, uno de los lugares donde Hemingway trasegaba litros de daiquiri.
Según un informante agradecido, ese mítico bar sigue funcionando gracias a Salvador Allende. En una de sus visitas a La Habana, ya como Presidente de Chile, quiso volver a dicho bar, ignorando -o sin saber sabiendo- que el gobierno lo había clausurado, porque era un “antro de intelectuales”. Ante tan alto pedido, veloces funcionarios rehabilitaron el bar y el gobierno se resignó a que se convirtiera en un ícono turístico.

Mi penúltima experiencia con la nacionalidad me la proporciona, en el Parque Central, un mulato regordete y majadero, que opera como acarreador de turistas para medios de transporte.  Ha reconocido mi acento y, para alejarlo, cometo el error de decirle que mejor hablemos al día siguiente. Ese día nos espera a la salida del hotel y no tengo más remedio que pedirle me deje en paz. Ante eso, opta por una funa unipersonal. Nos sigue cien metros hasta un bus turístico, proclamando a voz en cuello que todos los chilenos somos unos tales por cuales.

En ese mismo bus se produce mi último e insólito encuentro con la patria. Desde mi ventanilla descubro, a pocos metros, a una aguerrida compañera de curso de mi Facultad de Derecho. Está roja de ira y emite un sonoro CTM contra alguien. Suenan aplausos en su entorno. Para máxima coincidencia, sube al mismo bus y, todavía sin verme, informa en voz alta al conductor que un muchachón trató de robarle el celular. Me acerco por detrás y la sorprendo: “señora, deme los datos para informar a carabineros”.


Esto nunca debió suceder, pues mis amigos diplomáticos dicen que en La Habana la seguridad es plena.

NOTICIAS POCAS Y CON SESGO.

No hay quioscos con diarios y tampoco hay prensa disponible en el hotel. Sólo descubro un viejo ejemplar de Granma en la antesala de una masajista. Tras hojearlo, verifico que en vez de noticias contiene orientaciones políticas. Me recuerda la ironía sobre el diario oficial de la ex RDA: “Lea el Neues Deutchland, cada día trae una fecha distinta”


Como no leer diarios es parte del descanso, trato de informarme con la tele, pero en ella domina Telesur y el doctrinarismo burdo de Nicolás Maduro. “Camaradas y camarados” alcanzo a escucharle, en una versión creativa del tontorronazo “todas y todos”. Para no rendirme, compro en el hotel una tarjeta (8 cucs) que, teóricamente, me da acceso a una hora de internet, pero despilfarro 45 minutos tratando de obtener una señal. “Esta tarjeta es malísima”, le digo al encargado, quien me mira con una rara mezcla de tristeza y complicidad: “antes ni siquiera teníamos eso”, me informa.

Incorregiblemente, busco libros. En lo que debió ser la gran biblioteca del hotel hay una enorme estantería de madera fina… casi vacía. Tiene entre 4 y 6 libros por panel.  Son de Marx, Lenin, Castro y el Ché, mezclados con textos de medicina, derecho, ingeniería, varios en ruso y un “Manual de negocios modernos” ¡de 1948! Me hace recordar que, según la historia, los conquistadores españoles prohibían las novelas en sus dominios de ultramar.

Los vendedores de libros viejos de la Plaza de Armas tienen un stock ligeramente más variado. Tras semblantearme, uno me sorprende mostrándome cuatro obras de Leonardo Padura. Su precio equivale al de esos mismos libros, nuevos y puestos en Chile.


LA REVOLUCIÓN EN EL MUSEO

Una revolución que dura medio siglo, sin abrirse al debate y a la alternancia, deja de ser revolución. Se convierte en un régimen conservador y los habaneros lo asumen sin teorizar. Recorriendo los barrios residenciales de El Vedado y Miramar, un guía nos asegura que ahí no viven cubanos ricos, como creen los turistas: “aquí no tenemos diferencias de clases, hay una sola, todos somos pobres” dice. ¿Y quiénes viven ahí? pregunto. Respuesta: “diplomáticos, altos cargos del gobierno, son casas que abandonaron los que se fueron cuando llegó Fidel”.


La calle, por su parte, ha resuelto la paradoja a su manera, estampando al Ché en todas las camisetas y souvenirs baratos. Su rostro, fijado por Korda, gana por goleada al de Castro en las tiendecitas y locales de artesanía. Se comprueba, así, que en el imaginario popular siempre prevalecerá el samurai que muere joven y en lo suyo, por sobre el que muta en gobernante vitalicio y sufre los naufragios de la vejez. Inevitablemente, el tema me inspira un par de caricaturas.

Para reencontrarme con el talante revolucionario debo buscarlo en el Museo de la Revolución, instalado en el que antes fuera palacio presidencial. Ahí ratifico, literalmente de entrada, la fusión inextricable entre el momentum épico y la personalidad avasallante de Castro. Lo primero que veo, al pagar los tickets (12 cucs), es un pedestal de mármol coronado por una gorra de bronce, que reproduce la que usara en un evento equis.

Las tres plantas del edificio exhiben objetos como los bototos que el líder usaba en la Sierra Maestra y una toga tipo mandarín chino que, supuestamente, usó en 1953 para emitir ante sus jueces su alegato “La historia me absolverá”. En paralelo, corre una exposición de periódicos, fotografías y documentos que destacan sus hazañas guerrilleras, sus audacias como gobernante y su liderazgo militar durante la invasión de Playa Girón y la crisis de los misiles de 1962, Circunspectamente dicho, es una excelente muestra del culto administrativo al jefe. Muestras semejantes de devoción funcionaria vi en Moscú, respecto a Lenin y en China respecto a Mao.

Comparativamente marginal es el reconocimiento al Ché -cuyos bototos también se exhiben- y al estado mayor de Castro. Un gran recuadro muestra a las otras “personalidades de la revolución”, como su hermano Raúl, Wilma Espín (esposa de Raúl), Celia Sánchez y Camilo Cienfuegos. Quienes tenemos memoria sabemos que falta Haydée Santamaría, entonces con rango superior de heroína y luego directora-fundadora de la Casa de las Américas. Ella sólo aparece en fotos de a dos o grupales, tamaño estándar. Mi autoexplicación es que Haydée, cuyo pensamiento crítico se hizo progresivamente incómodo para Castro, terminó suicidándose un 26 de julio, día de la revolución. Es decir, le reventó la fiesta nacional al líder máximo.

Otra nota sobre el espíritu del museo es un recuadro con los rostros de los guerrilleros cubanos que acompañaron al Ché, en
su aventura boliviana. Al pie de cada foto el nombre real, nombre de combate, fecha de nacimiento y muerte… excepto en la última de Daniel Alarcón (a) Benigno. En ésta se informa que nació en 1940 y, tras puntos suspensivos, se le estigmatiza como “traidor”. Castro no perdona

Postdata para este párrafo:

En la Casa de las Américas hay una Galería de Arte Haydée Santamaría. Es el mayor homenaje que percibí, pero nadie supo (o quiso) decirme quien era esa Haydée.

Alarcón fue uno de los tres guerrilleros que escaparon hacia Chile, desde Bolivia, en 1968 y que Allende tomó bajo su protección. Vuelto a Cuba se hizo disidente silencioso, logró exiliarse y luego acusó a Castro de haber traicionado al Ché.

EL HOMBRE NUEVO Y EL HOMBRE FRUSTRADO

De vuelta a Chile, en el desangelado aeropuerto habanero, imagino un Ché anciano como Castro y me pregunto si hoy podría sostener su vieja utopía del “hombre nuevo”. Ese revolucionario que vive con su fe al tope, dispuesto a enfrentar cualquier sacrificio, para “ponerse a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América”.


No eludo mi pregunta y me respondo que no, pues gran parte de ese pueblo parece parafrasear el célebre título de Milan Kundera según el cual “la vida está en otra parte”. Así lo reconoció Canek Sánchez Guevara, fallecido nieto del propio Ché, en una novela que dejó como legado. En ella define a Cuba castrista como “un disco rayado”, en el cual cada día es una repetición del anterior y la fe se confunde con el fanatismo.

Imagino que, en vez de ese hombre nuevo, lo que ahora existe es el hombre frustrado. Ese que, sin enfrentarse al régimen, viene de vuelta de su retórica. Magistralmente descrito por Padura, ha visto morir tantas promesas y esperanzas, que ahora sólo desea “un lugar en el mundo sin grandes responsabilidades históricas”.

Y no sigo imaginando más, pues debo enfrentar problemas con la prosaica policía de aduanas. El detector de metales me obliga a sacarme casi todas las prendas y los rayos equis denuncian que (mea culpa) llevo una hermosa botella de ron añejo en mi equipaje de mano. Me la requisan fríamente y sin enojo y, veinte metros más allá, una tienda de última oportunidad para turistas me la ofrece con precio recargado.

Resisto la tentación, en parte para autocastigarme y en parte porque ya se me acabaron los cucs. Alguien se quedará sin ese regalo.

José Rodríguez Elizondo
Martes, 13 de Diciembre 2016



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CHILE BAJO EL EMBRUJO DE FIDEL CASTRO José Rodríguez Elizondo

Como ex crítico de cine lo sé muy bien: las cámaras se enamoran de algunos actores y actrices, no importa cuán buenos o malos sean. Con Fidel Castro sucedió algo similar, A escala política global y por más de medio siglo, sedujo a periodistas y políticos, a despecho de que él estuviera en las antípodas de sus intereses nacionales. Uno de los que más me sorprendió fue el muy neoliberal Roger Fontaine, ideólogo de Ronald Reagan, a quien entrevisté en 1985 para la revista peruana Caretas. Me definió a Castro como un líder a quien se escuchaba atentamente en Washington, pues “es un hombre notable, extraordinario, que puede cambiarlo todo”. Por cierto, en Chile no fuimos inmunes a ese carisma, pero con una particularidad notable: Castro no conquistó ningún admirador en las derechas, pero contribuyó a profundizar la división de las izquierdas, socavó una vía propia de transición al socialismo y contribuyó al fracaso del gobierno de Salvador Allende.



LOS PRIMEROS SEDUCIDOS

Los primeros chilenos que experimentaron su seducción fueron los radicalizados jóvenes del viejo Partido Radical. Desde “el guatemalazo” de 1954, eran antimperialistas duros, discrepaban de sus dirigentes socialdemócratas y resentían el menosprecio de los marxistas. Algunos, como el fogoso Julio “el flaco” Stuardo y el misterioso “Pato” Valdés, agitaban en la Facultad de Derecho de la Chile y filosofaban en la Fraternidad Juvenil Alfa Pi Epsilon. En la Universidad de Concepción, eran liderados por los hermanos Miguel y Edgardo Enríquez.

Luego, el castrismo proliferó en el Partido Socialista, donde trató de bloquearlo el histórico líder Raúl Ampuero. Para éste, ese “embrujo” era disfuncional al proyecto de las izquierdas chilenas. Sin embargo, otros dirigentes discreparon y así cuajó una coexistencia rara. Mientras unos querían orientar el PS hacia la lucha armada, otros se fueron a cofundar el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) junto con los hermanos Enríquez, algunos optaron por la doble militancia y Allende debió equilibrarse en la cornisa. Por una parte apoyaba a Castro y, por otra, sostenía su convicción de que la vía chilena al socialismo iba por carriles institucionales. 

 Ni siquiera la centrista y gobernante Democracia Cristiana escapó a la seducción. Entre los admiradores del líder cubano hubo militantes destacados como Alberto Jerez, Bosco Parra, Jacques Chonchol, Julio Silva Solar, Patricio Hurtado y Pedro Videla. Ello estaría en el origen de dos escisiones sucesivas: Una, para formar el Mapu, bajo el liderazgo de Rodrigo Ambrosio; otra, para formar la Izquierda Cristiana, bajo la conducción de Luis Maira.

Todo eso fue un problema insoluble para los comunistas, aplicados estrategos de una transición al socialismo sin lucha armada. Para ellos Castro era un “aventurero” con “ideas extrañas a la ideología del proletariado”. Pero no lo decían en voz alta, pues la URSS lo blindaba y el cubano aprovechaba tal ventaja para aserrucharles el piso. En La Habana, 1966, en pleno acto masivo, ridiculizó al alto dirigente Orlando Millas, quien había rechazado su intervencionismo en Chile. También promovió un cargamontón de los intelectuales cubanos contra Pablo Neruda y era usual encontrar en la prensa isleña alusiones a Luis Corvalán, secretario general del PC, definido como “buromarxista chileno”.

 ATRACCIÓN FATAL

Castro dejó en claro su repudio al proceso izquierdista-institucionalista que venía fraguándose en el Chile sesentero. Dijo que el gobierno de Eduardo Frei Montalva era la “prostituta del imperialismo” y trató a éste de “reaccionario”, “cobarde”, “mentiroso” y “pobre burgués”. También quiso tutorizar a Allende pero, al no conseguirlo, deslizó -vía el intelectual francés Regis Debray- que era un simple “reformista” (grave ofensa en el léxico revolucionario). Además, sometió el proyecto allendista a una polémica a machetazos. En la primera y única conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), el 10 de agosto de 1967, dictaminó que “estarán engañando a las masas quienes afirmen, en cualquier lugar de América Latina, que van a llegar pacíficamente al poder”.

 Sin embargo, Castro debió dar un volteretazo táctico cuando comprendió, encuestas en mano, que Allende podía ganar las elecciones de 1970. A sólo a un mes de las mismas y sin arrugarse, admitió que en Chile, como cosa excepcional, sí era posible llegar al socialismo tras una victoria electoral.  Como contrapartida, Allende inició su gestión tendiéndole una mano desaislante. Le formuló una invitación para que conociera in situ la experiencia chilena, pensando (esperando) que, tras asomarse a la realidad, el líder cubano tranquilizaría a sus epígonos locales.

Fue una invitación temeraria pues, como escribiera Gabriel García Márquez respecto a Castro, “no creo que pueda existir en este mundo alguien que sea tan mal perdedor”. Si ya le había sembrado guerrilleros al patriarca socialdemócrata venezolano Rómulo Betancourt, mal podía pedírsele comprensión para un Allende que emergía como su contramodelo a escala mundial. En definitiva, la visita sería una catástrofe sin retorno para el líder chileno.
Los opinantes 24 días que el cubano quiso quedarse, enconaron las diferencias internas de la Unidad Popular, unificaron a la oposición, exasperaron a los militares y consolidaron el proyecto desestabilizador del binomio Nixon-Kissinger. El Presidente chileno incluso soportó la impertinencia de su huésped. Este ninguneó a su gobierno en el Estadio Nacional, diciendo que ese acto de masas era nada, comparado con los de La Habana. Agregó que “el insólito proceso chileno” permitía a los fascistas tomarse las calles y concluyó diciendo que volvería a Cuba “más revolucionario y extremista”.

 HISTORIA SIN INVESTIGAR

Por lo expuesto, no puede decirse que la crisis terminal de la Unidad Popular inspirara en Castro una angustia fraterna por la vida de Allende. Él sólo quería que, abdicando de su trayectoria institucionalista, el chileno empuñara las armas in extremis. En carta del 29 de julio de 1973, hasta le sugirió una muerte ejemplar. Luego, en discurso de 28 de septiembre de 1973, se desentendió de las informaciones sobre su suicidio, para inventarle un final castristamente correcto. Su idea quedó encapsulada en una frase: “Los revolucionarios chilenos saben que ya no hay ninguna otra alternativa que la lucha armada revolucionaria”.

Más grave, aún, Castro sugirió en ese mismo discurso que el fin de la experiencia de Allende podía ser el comienzo de una buena guerra contra Chile. Una más funcional, para la revolución, que sus artesanales y ya fracasados “focos guerrilleros”. La idea estaba implícita en el siguiente párrafo: “El imperialismo, al tomar el poder en Chile en forma desembozada con un régimen fascista, amenaza por el oeste a la Argentina y amenaza por el sur a Perú”.
 
Es impresionante que este tramo estratégico de la historia del castrismo no haya sido procesado por nuestros historiadores. Máxime cuando la crónica dice que, después de ese discurso, el general y dictador peruano Juan Velasco Alvarado inició preparativos muy serios para atacar al Chile de Pinochet.

MORIR POR FIDEL

Como buen “animal ideológico”, Castro nunca hizo la autocrítica de su política setentera hacia Chile. Peor, en los años 80, en un extraño giro de la historia, patrocinó el derrocamiento militar de Pinochet, esta vez con el apoyo de los comunistas, pero sin contar con los socialistas renovados.

Patricio Aylwin, primer presidente de los gobiernos de la Concertación, captó bien esa pasión tutorial de Castro y le puso freno con elegancia y sutileza. Preguntado por el cubano si se podían tutear pues "yo me tuteo con todos", respondió: "Mire usted, este señor que está aquí, mi canciller don Enrique Silva Cimma… con él somos amigos desde que éramos profesores jóvenes de la universidad y siempre nos hemos tratado de usted".

A continuación, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, mantuvo el distanciamiento aylwinista y Ricardo Lagos, fue descalificado por Castro, al alimón con el venezolano Hugo Chávez, pues ambos lo consideraban un falso socialista.

Sólo Michelle Bachelet, durante su primer gobierno, quiso salvar la valla del recelo mutuo con su decisión de viajar a Cuba. Fue con mucha ilusión pues, seguramente, sintió por el Castro joven la misma admiración de los entonces jóvenes radicalizados. Pero, lamentablemente, ella cayó en medio de la dualidad del poder que representaban el patriarca ya invernal y su otoñal hermano Raúl. Este no pudo dar a Bachelet el tratamiento político que merecía, pues “el líder máximo” estaba más interesado en darle una mano geopolítica a su discípulo Evo Morales. Fue un triste fiasco para Chile.

En síntesis, los chilenos no supimos decodificar el embrujo de Castro. Nunca asumimos que éste no se relacionaba con nadie en términos de noble amistad y que sólo amaba a quienes aceptaban morir por la revolución (es decir, por él). El rústico Diego Maradona lo sospechó desde el principio cuando, tras besar sus manos, dijo que “por Fidel yo daría mi vida”.

Esa fue la verdad esencial de su magnetismo. La que afectó a los que murieron en el asalto al cuartel Moncada, en la Sierra Maestra, en los diversos focos guerrilleros y en las guerras africanas. La que impregnó a quienes se suicidaron, como Osvaldo Dorticós y Haydée Santamaría. La que se aplicó a los militares de su Ejército, condenados a muerte por sus tribunales, como Arnaldo Ochoa, héroe de la revolución.

 El tantas veces autoabsuelto Castro tuvo la enorme responsabilidad de haber ocultado esa verdad esencial. La mayoría de esos muertos prematuros no alcanzó a leer, en la revista Newsweek del 9 de enero de 1984, la asombrosa confesión de que su proyecto continental fue una táctica diversionista: “Ni siquiera oculto  el hecho de que, cuando un grupo de países latinoamericanos, bajo la guía e inspiración de Washington, no sólo trató de aislar a Cuba políticamente, sino la bloqueó y patrocinó acciones contrarrevolucionarias (...), nosotros respondimos, en un acto de legítima defensa, ayudando a todos aquellos que querían combatir contra tales gobiernos”.

Al fin de cuentas, su América Latina “preñada de revolución” fue sólo eso: la metáfora vendedora de un seductor excepcional. Uno tan “incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal” -según otra caracterización de García Márquez-, como capaz de desafiar a los EE.UU, usar a la URSS, torpedear a las izquierdas tradicionales, ubicar a Cuba en el Directorio mundial de la guerra fría y morir en el poder.

José Rodríguez Elizondo
Domingo, 27 de Noviembre 2016



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Bitácora

5votos
EL GOLPE DE DONALD TRUMP José Rodríguez Elizondo

En cuanto “extremista de centro” suelo buscar la información política, nacional e internacional, en los analistas de derechas e izquierdas, sensatos o insensatos. Es decir, soy agnóstico sobre la relevancia de la información que ofrecen los partidos políticos que se autoafirman como sistémicos. La teoría me dice que, si fueron alguna vez la plataforma de la democracia representativa, hoy suelen aparecer como estructuras encuesto-dependientes y clientelares y no como conductores de la opinión pública. Quienes quisieron ver este fenómeno lo han visto así desde hace muchos años y no lo reducen a las democracias subdesarrolladas. Quienes cerraban los ojos a nivel global, han tenido que abrirlos tras dos macroprocesos que los partidos no pudieron orientar ni, menos, conducir: el sacudón del Brexit al sistema de partidos con más solera democrática del mundo y el “No” al proceso de paz en Colombia. En Chile, mi país, el 65% por ciento de abstención que marcó el carácter de las recientes elecciones municipales fue el remezón que vino a sacudir a los autocomplacientes (v. mi Bitácora anterior). Por eso, la irresistible ascensión de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. no debió sorprender tanto ni a tantos. Fue, “simplemente”, un doblar de las mismas campanas, sólo que en el país más poderoso del planeta.



El primer resultado parcial fue premonitorio. Kentucky asignaba sus 8 votos electorales a Donald Trump y éste clavaba su primera banderilla en el toro de la opinión pública mundial. Sintomáticamente, contactos de este bloguero en Washington y New York, pletóricos de wishful thinking, aseguraron que eso no significaba mucho. Esa votación reflejaba un porcentaje minoritario de los votos emitidos y ese Estado era usualmente republicano.

Sin embargo, en definitiva significó tanto como un primer gol en frío, al inicio de un partido de fútbol definitorio. E
specíficamente, permitió verificar dos supuestos antes dudosos: Uno, que a despecho de los líderes históricos de su Partido Republicano, Trump era asumido como líder por los votantes republicanos de a pie. El segundo, que Hillary Clinton no disponía del plus de liderazgo necesario para dar vuelta las tornas de la tradición y conquistar nuevos territorios para su Partido Demócrata.

Lo que siguió está a la vista, en las primeras imágenes y primeras planas de los medios del planeta. Más allá de los distintos fraseos y lugares comunes, casi todas reflejan el temor de que un afuerino extravagante y autoritario disponga, en lo sucesivo, del cargo dotado con el mayor poder político y militar del mundo.

Teóricamente, esto significa que el “fenómeno Trump” se ha posicionado en la encrucijada de las democracias representativas de hoy. Esto es, entre la decadencia de los partidos políticos tradicionales y el auge de las nuevas tecnologías y nuevos formatos, en cuanto cauce para externalizar las percepciones políticas de las distintas sociedades. Son dos curvas que se intersectan en el punto Opinión Pública: mientras ésta tiene cada vez menos anclaje en los partidos, más oportunidades tienen los outsiders para que la misma opinión pública los acepte como legítima alternativa. 

DEMOCRACIA RESIDUALMENTE REPRESENTATIVA

Los analistas y teóricos podrían explicarlo a partir de los procesos desatados por el fin de la guerra fría. Entre ellos, el decaimiento de las ideologías, con la licuación de las diferencias antagónicas entre derechas a izquierdas. En un mundo en que coexisten los socialismos de mercado con los capitalismos regulados, lo más probable es que se imponga la desdramatización de las opciones políticas y, en paralelo, la percepción de que los extremos –anarquía y capitalismo salvaje- son tan imprevisibles o inevitables como las catástrofes naturales. En ese marco, si da lo mismo Chana que Juana, la participación política activa se hace superflua, se relaja el binomio derechos-obligaciones de los ciudadanos, el aventurerismo deja de ser abominable y el sufragio se banaliza.

Lo más grave es que los partidos y políticos sistémicos, dando la razón a sus críticos, han creído posible surfear sobre esas malas ondas. Ensimismados en sus debates e intereses de endogrupo, lucen resignados a democracias más excluyentes que inclusivas, donde la opinión que importa es la de los profesionales de la política y de las encuestas. No parece incomodarles un escenario donde la democracia sólo es residualmente representativa.

Ha sido una pasividad suicida porque, como se sabe, nada es para siempre y lo malo que puede suceder muchas veces sucede. Distintas sociedades venían experimentando la movilización de “los indignados”, el repudio a la inepcia de los dirigentes políticos, la emergencia de nuevos populismos y la insurgencia de partidos y movimientos antisistema, no exentos de manifestaciones violentas. Sin embargo, hasta el día de las elecciones norteamericanas, esos síntomas tan visibles parecían resbalar sobre los políticos incumbentes.

Por ello, gracias al victorioso Trump, lo que algunos podían considerar como periférico hoy está en el centro de la atención mundial, afectando los equilibrios y desequilibrios del planeta. El arrogante empresario, ocupando el lugar que antes ocuparon Washington y Jefferson, ha venido a demostrar que no hay democracias blindadas y que las utopías negras también pueden tener anclaje en la Casa Blanca.

José Rodríguez Elizondo
Viernes, 11 de Noviembre 2016



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Bitácora

3votos

Las recientes elecciones municipales demostraron que, en Chile, las tendencias políticas mundiales suelen mostrarse con muchísimo vigor. Esta vez le tocó ser el laboratorio experimental del rechazo a la política de partidos y a los malos políticos, pues un 65% del electorado optó por no concurrir a los lugares de votación. Con esto, sólo un escaso 35% de sufragantes, que corresponde a gobiernistas y opositores, optó por expresarse dentro de un sistema que los "políticos profesionales" han desprestigiado, con la ayuda indirecta de un gobierno sin liderazgo real. Lo que sigue es mi reflexión sobre este tema



 
Publicado en El Mostrador 25.10.2016
 
Ante el abrumador desencanto con la política de los chilenos, no es casual que algunos intelectuales estén revisitando a Alexis de Tocqueville y su pensamiento dialéctico sobre el trinomio democracia-libertad-igualdad. Aunque el tema es tan viejo como las ciencias sociales, nuestra crisis actual lo convierte en novedosísimo.

Comencé a barruntar esa temática a inicio de los años 60, cuando leí algo de Alejandro Silva Bascuñán –ya veterano profesor de derecho constitucional-, que me pareció sacrílego. A despecho del utopismo estudiantil y revolucionario de entonces, él llamaba a aterrizar conceptos, hablando de “democracia no necesariamente del todo representativa”. En contra de nuestro entusiasmo por la “democracia real”, él se resignaba a la democracia “impura”.

Escuchando a nuestros dirigentes políticos de hoy –no digo “líderes”-, creo que están reproduciendo el mismo debate, aunque sin revolución a la vista. Clavados en el deber ser utópico, no ven la democracia-representativa vigente como un bien instrumental, progresivo y perfectible, sino como un valor inmutable o “en sí”.  En consecuencia suponen que cualquier disfunción se soluciona con ajustes legales de coyuntura. Y si en la realidad esos ajustes no funcionan, peor para la realidad, sigamos arrastrando los pies, votemos de todas maneras, peor es abstenerse.

Por eso, lo que ahora me provoca no es un simple giro hacia el realismo, sino un vuelco copernicano que nos exponga a los problemas de la democracia representativa realmente existente, para comprobar si es lo que dice ser. Bueno sería, entonces, obviar los adjetivos para ver con más claridad si nos estamos alejando del deber ser democrático “clásico” o si tenemos que postular un deber ser “actualizado”.
 
IDEOLOGÍA Y LEGITIMIDAD

Primer factor diferencial, a mi juicio, es el factor ideológico. En efecto, después de la guerra fría empezamos a vivir lo que algunos categorizaron como el fin de las ideologías. La aparente licuación de las diferencias entre derechas a izquierdas, expresada en los socialismos de mercado y los capitalismos intervenidos, inducía la fantástica percepción de que vivíamos el fin de las contradicciones antagónicas.  El fukuyamesco “fin de la historia”.

 
Es lo que explica, al menos en Chile, el nuevo sesgo de la vieja discusión constitucionalista sobre si es bueno o malo que el voto sea voluntario. Al principio, en el marco de Fukuyama, algunos vieron la voluntariedad como la lógica desdramatización de las opciones políticas. Si daba lo mismo Chana que Juana, la gente votaría porque quería votar. Si no votaba, ejercería una participación pasiva, delegando la confianza en los votantes o manifestándose tácitamente satisfecha con la actuación de los representantes establecidos.  Desde esa perspectiva, la democracia con sufragio opcional les parecía más representativa que nunca.
 
Pero hoy, después del desencanto, los representantes o incumbentes reales tienden a ver el tema desde un punto de vista más contingente. Los más francos aceptan que se equivocaron con el voto voluntario. Precisamente por eso, los analistas debemos “pedir por abajo”. Es que, quizás, les inquieta más la seguridad de su posición personal que el mejor o peor funcionamiento de la representatividad democrática. En otras palabras, dada la dimensión del desencuentro con los ciudadanos, temen quedar sin votos que los legitimen.
 
Tal percepción se vincula, estrechamente, con una concepción del servicio público que los aleja del deber ser de la teoría y los acerca a la profesionalización espuria. En efecto, al enorgullecerse, algunos, por ser políticos profesionales y sobrevalorar su experiencia, están justificando una especie de “propiedad del empleo”. Incluso lo reconocen expresamente al acuñar el chocante dicho según el cual “el que tiene, mantiene”. Parten de la base de que sus opositores –internos y externos- no saben lo que saben ellos y, por tanto, no tiene sentido abrir espacios a la alternancia.
 
LA REMUNERACIÓN DE LOS POLÍTICOS
 
Si seguimos encadenando síntomas, llegamos al incómodo tema de la dieta parlamentaria, hoy sinónimo de la altísima remuneración que reciben los políticos por ser políticos.  Un tema radicalmente distinto de lo que fuera en su origen, cuando la dieta era un factor de homologación social, para abrir la representación política a gente de distintas valencias económicas.

Por cierto, la actual remuneración de los políticos hace tiempo dejó de cumplir esa función. Es más una plataforma para insertarlos y/o mantenerlos en los niveles socioeconómicos superiores, que para facilitar su defensa de los más necesitados. De ahí que, por lo general, los políticos justifiquen sus estipendios desde el punto de vista de la legalidad y no de la moralidad.  Además, siempre les parecerá “demagógico”, “oportunista” o “irrelevante”, cualquier iniciativa que tienda a reducir la diferencia entre los salarios normales de los representados y la remuneración excesiva de los representantes.

No están capacitados para aceptar el impacto del altruismo en la calidad de la democracia.

 LAS NUEVAS OPCIONES

Termino esta sinopsis de factores diferenciales con el acceso a la información. Recuerdo, al respecto, que la vieja teoría de la democracia nos decía, a los universitarios de mi época: “hay que militar, compañeros, porque la información está en los partidos”.

Se suponía, entonces, que en los partidos se impartía la información seria, procesada y confiable de lo que estaba sucediendo en la política doméstica y mundial. Por lo mismo, allí estaban los cuadros políticos y técnicos de reemplazo para los incumbentes.

Yo creo que ningún joven universitario actual aceptaría, hoy, que la buena información y sus buenas consecuencias están en los partidos políticos establecidos. No quieren saber nada con ellos. La información válida, en su caso, está en las redes sociales, siempre disponible en sus celulares, tabletas y computadores personales.

Todo esto y algo más, me hace pensar que estamos ante una crisis que, sólo en cuanto inexplorada, nos hace volver a Tocqueville. Quizás, ya no es tan cierto que sin los partidos políticos que tenemos no puede haber democracia. Puede que las nuevas tecnologías estén procreando una nueva forma de ver y hacer la democracia. Tal vez lo que está en la agenda del futuro sea la transición hacia una “democracia no necesariamente del todo representativa”… o hacia una cosa distinta.

Esa cosa podría ser un sistema democrático inédito, que nos hará repensar la teoría o una dictadura que, por el momento, sólo podemos imaginar como una nueva versión del viejo fascismo.

 

José Rodríguez Elizondo
Viernes, 28 de Octubre 2016



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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