Notas(17-01-2022) (1028)
Escribe Antonio Piñero
Muy buena, ilustrativa y clara me parece la breve sección que S. Guijarro dedica a la “Producción y difusión de los Evangelios” (pp. 66-67 de la obra comentada “Los Cuatro Evangelios”). Indica Guijarro que nuestra mentalidad moderna de producción de obras nos aleja de la comprensión de cómo se publicaban los libros en la época de composición de los Evangelios. En una cultura eminentemente oral, eran pocos los que sabía leer correctamente. Por ello una obra que iba a expandirse por escrito, por medio de copias, se “ensayaba” oralmente de diversos modos. Un inciso: un scriptorium (si era propiedad de un “editor” que tenía esclavos para producir libros y ganar así dinero) era una sala con varias mesas y una suerte de asiento, normalmente sin respaldo (¡a veces los escribas copiaban sentados en el suelo!), en la un lector profesional leía despacio, en voz alta y clara, y los escribas copiaban. Naturalmente se producían errores. Otras veces podía hacerse una lectura en voz alta dentro de algún grupo que el autor supusiera interesado en la obra que deseaba publicar. Es probable que debamos imaginar así como empezó la redacción de un evangelio. Es posible que en primer lugar el autor recabara de los amigos y conocidos las “hojas volantes” o cuadernillos que los particulares interesados en la difusión del “mesianismo de Jesús” transcribían por su cuenta. Es muy probable también que se pasara mucho tiempo el autor reuniéndose con los transmisores orales de anécdotas, dichos ya célebres y acciones de Jesús y fuera recopilando material. Tras este trabajo de reunión de “materiales” podía procederse, normalmente en la reunión litúrgica del grupo de judeocristianos o paganocristianos, los domingos, a la lectura en voz alta ante los reunidos del material así recopilado. Se supone que en esas reuniones precedían oraciones, salmos y la voz de algún profeta; se supone también que podría haber alguna lectura de alguna sección (o recitado de memoria de lo que hoy es la Biblia hebrea) sobre todo de los profetas que habían hablado sobre el futuro de la época mesiánica, ya que entonces para los cristianos la Biblia hebrea era su único libro sagrado). Y es probable también que a continuación alguien dotado para la recitación pública leyera los materiales que había recogido la persona que luego sería el autor del primer evangelio. A esta persona la denominamos “Marcos”, aunque no sabemos si era Juan Marcos, o cualquier otro que hubiera tenido algún contacto con gentes que habían vivido con Jesús. Una vez dicho esto, me permito transcribir, por lo interesante, lo que escribe Guijarro: “Es muy probable que en los primeros estadios del Evangelio de Marcos, su versión escrita se redujera a una notas que servían como soporte para la recitación (pública; en los oficios litúrgicos). Solo después de haber sido recitado varias veces y haber recibido la aprobación de los oyentes, se habría puesto por escrito el relato completo, que pronto habría sido copiado para ser recitado también en otro grupo de discípulos que deseaban escucharlo. A medida que el texto de Marcos se copiaba, los copistas podrían haber ido incorporando recuerdos sobre Jesús que eran significativos en las comunidades para los que los copiaban, y es posible que con el paso del tiempo, su autor, o un escriba autorizado hiciera una edición nueva que se difundió apoyándose en la autoridad de algunos de los apóstoles” (añado: en el caso de Marcos circuló la tradición de que este había sido el secretario de Pedro); (p. 66). Y es muy importante lo que nuestro autor añade en la p. 67: “La flexibilidad el proceso de composición y difusión de los evangelios se explica fácilmente si se tiene en cuenta que, cuando comenzaron a difundirse, los evangelio no tenían aún el reconocimiento y autoridad de alcanzarían después”… (p. 67). Y luego nuestro autor comienza a hacerse preguntas que nos haríamos todos junto con él: “¿Es posible identificar el texto original de Marcos? ¿Cuál de las primeras copias puede considerarse la original? Y en el caso de este Evangelio de Marcos hubiese sido utilizado por otro evangelista ¿podemos estar seguros Dios que todos utilizaron la misma versión?” Es difícil plantear mejor la cuestión que la realizada por S. Guijarro. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Lunes, 17 de Enero 2022
Comentarios
NotasEscribe Antonio Piñero Hemos concluido el comentario a la importante “Introducción” a la obra “Los Cuatro Evangelios” de S. Guijarro, publicada en la editorial Sígueme, Salamanca en 2021.Comienzo hoy a comentar brevemente la Primera parte, “La formación de los Evangelios”, y dentro de ella la sección primera “Las relaciones de los cuatro evangelios”, canónicos, ya que sin duda alguna “se encuentran estrechamente relacionados entre sí” (p. 63). Respecto al primer tema básico “EL texto de los evangelios”, la mirada del autor se concentra en la crítica textual, es decir, la “ciencia” que se ocupa de estudiar minuciosamente “Los casi seis mil manuscritos del Nuevo Testamento que han llegado hasta nosotros” y una vez examinados elegir unas lecturas como las más cercanas probablemente al “autógrafo” (el texto original que salió de la mano del ignoto autor de cada evangelio, texto que se ha perdido creemos que irremisiblemente). Con razón arguye Guijarro que la elección /rechazo de lecturas incide en la cuestión de cómo considerar las relaciones de los evangelios entre sí. Precisamente conocer a fondo la tarea de la crítica textual del Nuevo Testamento (¡titánica!) impone la conciencia de sus límites: por ello “quienes estudian críticamente el texto del Nuevo Testamento no buscan ya reconstruir el texto original, sino más bien recuperar el «texto inicial», es decir, aquel que puede reconstruirse a partir de las manuscritos” (p. 65), que suelen ser los más antiguos, aunque no necesariamente. Debe insistirse, aunque eso produzca cierta inseguridad en el creyente, que el «texto inicial» puede no ser exactamente igual al original. Por tanto, el texto reconstruido (en nuestro caso todos los traductores y estudiosos “técnicos” utilizan la edición 28, “Novum Testamentum Graece”, editado por el “Institut für neutestamentliche Textkritik” (“Instituto (dedicado a) de la crítica neotestamentaria”, relacionado íntimamente con la Universidad de Münster, en Westfalia (Alemania) y publicado por la editorial “Deutsche Bibelgesselschaft” en Stuttgart. Esto es muy importante. Nadie que desee tener credibilidad en los estudios sobre el Nuevo Testamento puede desconocer la lengua griega y debe, casi diría imperativamente, trabajar sobre esta edición, aunque sea en sí provisional. Pasarán unos cuantos años y el buen monto de investigadores que trabajan en el Instituto mencionado, o para él, harán una edición nueva, que presentará un texto diferente. Desgraciadamente, la edición 28 no trae algo importante que sí tenía la 27 respecto a la anterior, la 26: un buen monto de páginas en las que se pone de relieve la buena cantidad de cambios que hay en el texto entre una edición y otra. Afirman que están preparando una edición digital de las diferencias. En la edición 28 sí aparecen casi 15 páginas de “nuevas lecturas menores”, es decir, menos importantes que se han incorporado al “aparato crítico” = a pie de página las líneas que señalan versículo por versículo las variantes más notables entre los manuscritos. Siento que Guijarro no haya advertido al lector que esta situación ha hecho absolutamente imposible que las Iglesias cristianas (salvo algunos fanáticos de sesgo fundamentalista) hayan podido establecer cuál fue el texto inspirado por el Espíritu Santo a los autores. Sin embargo, pienso que cualquier lector reflexivo caerá en la cuenta de que la teoría de la “inspiración verbal de las Escrituras” (imaginada como si Dios o un ángel hubieran dictado exactamente las palabras de un evangelio al oído del autor terreno) es absolutamente imposible. Es un bulo. El que estudia los Evangelios tiene que caer en la cuenta de que el texto griego puede cambiar (normalmente sin excesiva importancia), gracias a la crítica textual. Sí señala Guijarro que pudo haber incluso varias versiones de la misma obra neotestamentaria y que el proceso de transmisión por parte de los escribas de un evangelio concreto fue tan fluido que hace “extraordinariamente compleja la tarea de identificar las relaciones de dependencia literaria que existieron entre los evangelios” (p. 65). Pero añado: es difícil…, cierto…, pero las líneas generales sí pueden delinearse, y ello basta para emitir un juicio sobre la fiabilidad de un texto determinado de los evangelios. Remito a “Los libros del Nuevo Testamento”, Trotta 2021, pp. 382-386. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Sábado, 15 de Enero 2022
Notas
Escribe Antonio Piñero
Sigo comentando (y creo que por bastante tiempo) el libro de Santiago Guijarro sobre “Los cuatro evangelios” (Sígueme, Salamanca; 4ª edición, 2021). Opino que tiene razón Guijarro cuando sostiene que el detonante que movió a la iglesia de Roma a iniciar el movimiento que –en menos de 50 años: 150-200– llevará a tener casi completo una lista de libros sagrados propiamente cristianos fue la iniciativa del heresiarca Marción cuando fundó su propia iglesia en Roma hacia el 145 y la dotó de un “evangelio”, el de Lucas. Denominar “evangelio” al libro de “Lucas” era consagrar ese término para que poco más tarde fuera utilizado generalmente “evangelio” como designación de los libros “biográficos” sobre Jesús. Con esto “Lucas” / Marción se unen explícitamente a la línea de Pablo que califica como “evangelio” su proclama sobre Jesús (Gálatas 1,7; 2,2.7). La investigación inglesa (L. M. Mc Donald) ha querido restar importancia al “detonante Marción” argumentando que de hecho Marción mismo y sus continuadores no formaron un canon cerrado de Escrituras. Los marcionitas –se argumenta– añadieron más textos a la primera colección de su maestro y finalmente aceptaron como sagrada la armonía evangélica de Taciano sirio (el Diatessáron, un evangelio formado a base de fundir armónicamente los cuatro evangelios canónicos). Entre otros factores que aceleraron el proceso que iba a llevar a la formación del canon, fue especial la pujanza de los herejes montanistas, surgidos hacia el 170 en Asia Menor, movimiento que hacía mucho hincapié en el gobierno de la Iglesia por medio del Espíritu santo (= profetas) y no por obispos designados. Como estos profetas generaban muchas profecías, la Iglesia buscó algún modo de distinguir entre las profecías circunstanciales y aquellas contenidas en libros inspirados que ayudaran a la mayoría de los fieles, no a pequeños grupos. Los que matizan la tesis de Marción como “detonante” añaden que la proliferación de otras sectas gnósticas cristianas (si es que se puede considerar a Marción como un gnóstico estricto), que se jactaban de basar sus conocimientos religiosos especiales en ciertos escritos «inspirados» o en presuntas revelaciones también especiales de Jesús), hizo necesario que se formaran listas de libros seguros que expresaran la fe común de las iglesias. Guijarro no tiene apenas en cuenta estas sugerencias e insiste, en mi opinión con buenos razonamientos, que el principal detonante del canon fue la postura de Marción. Otra idea interesante es la indagación sobre cómo los inicios / títulos de los manuscritos más antiguos (solo medio centenar de “testigos” /manuscritos) sobre los Evangelios presentan ya una opción por copiar solo los cuatro y rechazar el resto de los evangelios. Una curiosidad notable es que de entre los evangelios considerados apócrifos más tarde (unos diez), más o menos la mitad, utilizaron el sistema antiguo del “rollo” para copiarlos, mientras que los manuscritos que se decantan por copiar solo los que luego fueron los cuatro canónicos no se escribieron en rollos sino en “códices”, es decir, en formato libro como los de hoy. Al parecer, la elección del uso del formato “códice” sobre el formato “rollo” fue una peculiaridad cristiana, que indica también qué evangelios eran considerados sagrados y cuáles no para los que sufragaban los gastos de copiar los textos. También interesante es la observación de S. Guijarro sobre el uso abreviado de los denominados “nombres sagrados” (Jesús, Dios, Espíritu) en los manuscritos que copian evangelios apócrifos y los que copian solo los canónicos. El uso de abreviaturas es común en ambas clases de evangelios, pero las de los canónicos el número de abreviaturas es mayor y siguen siempre un patrón uniforme; el de los apócrifos es al revés: menor número de abreviaturas y cada escriba sigue el patrón que mejor le parece. Y un último factor distintivo, además del uso del códice y de las abreviaturas de nombres sagrados, es la caligrafía de los manuscritos. Los códices con caligrafía cuidada y selecta (por tanto más caros porque los escribas cobraban más) corresponden a los cuatro canónicos. Los de caligrafía descuidada, más baratos, copian apócrifos. Estos indicios en textos (papiro) que se remontan al año 200 o un poco más indican a las claras que los copistas y quienes les pagaban tenían ya una idea clara de que había evangelios canónicos, aceptados, y otros que no lo eran. Interesantísimo es también observar cómo los manuscritos que contienen más de un evangelio solo copian alguno de los cuatro (por ejemplo, Papiro 44 (Mt y Jn); P. 45 (Mt; Mc, Lc y Jn: el primer papiro que copia cuatro evangelios: inicio o mediados del siglo III: el orden es Mt-Jn-Lc-Mc; Ireneo de Lyón presenta otro orden: Mt-Mc-Lc-Jn que se hará tradicional hasta el siglo XIX); P. 75 (Lc y Jn); P. 84 (Mc y Jn), etc. Y otros papiros que copian un solo evangelio, siempre se trata de uno de los cuatro canónicos (lista del Novum Testamentum graece de Nestle-Aland, edición 28, pp.792-799 que recoge 127 papiros). A base de estos indicios y a falta de textos explícitos de autores eclesiásticos que hablen de la formación del canon neotestamentario se puede rastrear cómo desde tiempos de Justino Mártir (150) hasta Ireneo de Lyón (175) hay un movimiento rápido en las iglesias que puede interpretarse como reacción a la postura innovadora y útil de Marción: tener una lista de libros sagrados en los que poder basarse con seguridad para hacer teología cristiana. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Miércoles, 12 de Enero 2022
Notas
Escribe Antonio Piñero
En mi análisis de la “Introducción” a “Los Cuatro Evangelios” de Santiago Guijarro (editorial Sígueme, 4ª edición Salamanca 2021) señalo hoy cosas interesantes que el lector puede encontrar en ella. Lo que comento trata de los criterios que utilizó la iglesia primitiva para la selección de los evangelios como canónicos. Respecto a ellos hay que decir que no se hallan de modo claro en ningún texto, porque quizás se daban por supuestos. Aunque Guijarro no lo diga expresamente, es posible que fuera la cristiandad romana la que iba haciendo acopio de los criterios, la que reunía noticias sobre ellos, y que fuera ella una de las impulsoras principales del canon de escritos sagrados del cristianismo. El primero fue sin duda la lectura pública en los oficios litúrgicos dominicales: ¿Qué se leía públicamente en ellos en las iglesias principales? Las noticias de los textos más leídos, es decir, preferidos, llegarían a Roma vía correos privados, o de dirigentes eclesiásticos, a través de las comunicaciones por barco (mercaderes y otros pasajeros). Los “recuerdos de los apóstoles”, como los denominaba Justino Mártir (I Apología 67,3) era quizás el nombre de los Evangelios a mediados del siglo II. Solo posteriormente recibieron el nombre de “Buena Noticia” (griego euaggelion, en singular) o “Proclamación de la buena noticia de Jesús” por parte de sus apóstoles. Es muy posible que esta denominación, “evangelio”, tuviera un doble objetivo. El primero era oponerse directamente a las buenas noticias (griego euaggelia, en plural)) que procedían de los emperadores, y sus aduladores, proclamados como buenos gobernantes y benefactores de las ciudades. Los cristianos, por el contrario, sostenían que la verdadera buena noticia era la proclamación de Jesús como mesías, salvador del género humano. Y la segunda era formar un vínculo con las profecías de Isaías, en especial 52,7, donde se lee: “Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres noticias, del que publica la paz, del que trae buenas noticias del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!”, texto en el que se emplea el verbo griego euaggelízo con el significado de “traer, o dar buenas noticias”. En todo el Nuevo Testamento se utiliza el mismo vocablo “evangelio” con pequeños matices diferentes, pero sin importancia. El vocablo “evangelio” parece que se hizo común a lo largo del siglo II, como testimonian textos que proceden de la primera mitad, La Didaché o Doctrina de los XII Apóstoles (no se sabe la fecha: oscilan los comentaristas entre el 110-140), y la Segunda Carta de Clemente de Roma 8,5, seguramente falsa, pero que se fechan hacia el principio del siglo III, sin demasiadas precisiones. El segundo criterio para la elección entre os diversos evangelios fue el vínculo que cada autor (o pretendido autor) tenía con los apóstoles de Jesús. Tales vínculos eran al principio desconocidos, pero empezaron a formarse a mediados del siglo II. Señala con justeza Guijarro cómo Papías de Hierápolis, hacia el 140, difundió la idea de que el autor de “Marcos” había sido oyente y secretario de Pedro (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III 39,14-15. Que Lucas era el médico de Pablo lo dice Ireneo de Lyón, bastante entrado el siglo II (Contra los herejes III 1,1), hacia el 175. Que Mateo y Juan eran discípulos directos de Jesús se podía deducir sin más de lo que se lee en Mt 9,9, y de las misteriosas noticias sobre el Discípulo Amado que proporciona el IV Evangelio (Jn 18,15-16; 19, 26; 20,2; 21,7; 21,24). Y el tercer criterio de selección era básico: si la doctrina de un evangelio determinado estaba o no de acuerdo con lo que sostenía el común de las iglesias importantes. Guijarro, como otros comentaristas cita el caso de Serapión, obispo de Rhossos, en Cilicia, Asia Menor, donde afirma que no debería leerse este evangelio en público porque algunas de sus ideas (unas pocas ciertamente; no la mayoría) no estaban de acuerdo con la opinión común de las iglesias (Eusebio, Historia Eclesiástica VI 12, 2-6). Todas estas noticias, que he expandido un poco, se encuentran bien expuestas en la parte de la “Introducción” a “Los Cuatro Evangelios” de S. Guijarro, pp. 42-49, a las que no se puede oponer reparo alguno. Saludos cordiales de Antonio Piñero NOTA El gerente de la “página” de You Tube llamada “Desafío Viajero” me hizo una entrevista a propósito de los “Libros del Nuevo Testamento”, titulada “El Nuevo Testamento descodificado”. En los primeros tres días tuvo más de 7.000 visualizaciones: https://www.youtube.com/watch?
Martes, 11 de Enero 2022
Notas
Si al parecer el Nazareno pensaba en términos judíos al hablar del alma, podría pensarse que Pablo de Tarso, supuesto fundador del cristianismo como interpretación de la vida y obra de Jesús, sí pudo haber dado el salto hacia el concepto de alma que nosotros conocemos. Es hora de repasar esos datos.
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Editado por
Antonio Piñero
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Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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