Notas
Escribe Antonio Piñero
Sigo comentando (y creo que por bastante tiempo) el libro de Santiago Guijarro sobre “Los cuatro evangelios” (Sígueme, Salamanca; 4ª edición, 2021). Opino que tiene razón Guijarro cuando sostiene que el detonante que movió a la iglesia de Roma a iniciar el movimiento que –en menos de 50 años: 150-200– llevará a tener casi completo una lista de libros sagrados propiamente cristianos fue la iniciativa del heresiarca Marción cuando fundó su propia iglesia en Roma hacia el 145 y la dotó de un “evangelio”, el de Lucas. Denominar “evangelio” al libro de “Lucas” era consagrar ese término para que poco más tarde fuera utilizado generalmente “evangelio” como designación de los libros “biográficos” sobre Jesús. Con esto “Lucas” / Marción se unen explícitamente a la línea de Pablo que califica como “evangelio” su proclama sobre Jesús (Gálatas 1,7; 2,2.7). La investigación inglesa (L. M. Mc Donald) ha querido restar importancia al “detonante Marción” argumentando que de hecho Marción mismo y sus continuadores no formaron un canon cerrado de Escrituras. Los marcionitas –se argumenta– añadieron más textos a la primera colección de su maestro y finalmente aceptaron como sagrada la armonía evangélica de Taciano sirio (el Diatessáron, un evangelio formado a base de fundir armónicamente los cuatro evangelios canónicos). Entre otros factores que aceleraron el proceso que iba a llevar a la formación del canon, fue especial la pujanza de los herejes montanistas, surgidos hacia el 170 en Asia Menor, movimiento que hacía mucho hincapié en el gobierno de la Iglesia por medio del Espíritu santo (= profetas) y no por obispos designados. Como estos profetas generaban muchas profecías, la Iglesia buscó algún modo de distinguir entre las profecías circunstanciales y aquellas contenidas en libros inspirados que ayudaran a la mayoría de los fieles, no a pequeños grupos. Los que matizan la tesis de Marción como “detonante” añaden que la proliferación de otras sectas gnósticas cristianas (si es que se puede considerar a Marción como un gnóstico estricto), que se jactaban de basar sus conocimientos religiosos especiales en ciertos escritos «inspirados» o en presuntas revelaciones también especiales de Jesús), hizo necesario que se formaran listas de libros seguros que expresaran la fe común de las iglesias. Guijarro no tiene apenas en cuenta estas sugerencias e insiste, en mi opinión con buenos razonamientos, que el principal detonante del canon fue la postura de Marción. Otra idea interesante es la indagación sobre cómo los inicios / títulos de los manuscritos más antiguos (solo medio centenar de “testigos” /manuscritos) sobre los Evangelios presentan ya una opción por copiar solo los cuatro y rechazar el resto de los evangelios. Una curiosidad notable es que de entre los evangelios considerados apócrifos más tarde (unos diez), más o menos la mitad, utilizaron el sistema antiguo del “rollo” para copiarlos, mientras que los manuscritos que se decantan por copiar solo los que luego fueron los cuatro canónicos no se escribieron en rollos sino en “códices”, es decir, en formato libro como los de hoy. Al parecer, la elección del uso del formato “códice” sobre el formato “rollo” fue una peculiaridad cristiana, que indica también qué evangelios eran considerados sagrados y cuáles no para los que sufragaban los gastos de copiar los textos. También interesante es la observación de S. Guijarro sobre el uso abreviado de los denominados “nombres sagrados” (Jesús, Dios, Espíritu) en los manuscritos que copian evangelios apócrifos y los que copian solo los canónicos. El uso de abreviaturas es común en ambas clases de evangelios, pero las de los canónicos el número de abreviaturas es mayor y siguen siempre un patrón uniforme; el de los apócrifos es al revés: menor número de abreviaturas y cada escriba sigue el patrón que mejor le parece. Y un último factor distintivo, además del uso del códice y de las abreviaturas de nombres sagrados, es la caligrafía de los manuscritos. Los códices con caligrafía cuidada y selecta (por tanto más caros porque los escribas cobraban más) corresponden a los cuatro canónicos. Los de caligrafía descuidada, más baratos, copian apócrifos. Estos indicios en textos (papiro) que se remontan al año 200 o un poco más indican a las claras que los copistas y quienes les pagaban tenían ya una idea clara de que había evangelios canónicos, aceptados, y otros que no lo eran. Interesantísimo es también observar cómo los manuscritos que contienen más de un evangelio solo copian alguno de los cuatro (por ejemplo, Papiro 44 (Mt y Jn); P. 45 (Mt; Mc, Lc y Jn: el primer papiro que copia cuatro evangelios: inicio o mediados del siglo III: el orden es Mt-Jn-Lc-Mc; Ireneo de Lyón presenta otro orden: Mt-Mc-Lc-Jn que se hará tradicional hasta el siglo XIX); P. 75 (Lc y Jn); P. 84 (Mc y Jn), etc. Y otros papiros que copian un solo evangelio, siempre se trata de uno de los cuatro canónicos (lista del Novum Testamentum graece de Nestle-Aland, edición 28, pp.792-799 que recoge 127 papiros). A base de estos indicios y a falta de textos explícitos de autores eclesiásticos que hablen de la formación del canon neotestamentario se puede rastrear cómo desde tiempos de Justino Mártir (150) hasta Ireneo de Lyón (175) hay un movimiento rápido en las iglesias que puede interpretarse como reacción a la postura innovadora y útil de Marción: tener una lista de libros sagrados en los que poder basarse con seguridad para hacer teología cristiana. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Miércoles, 12 de Enero 2022
Comentarios
Notas
Escribe Antonio Piñero
En mi análisis de la “Introducción” a “Los Cuatro Evangelios” de Santiago Guijarro (editorial Sígueme, 4ª edición Salamanca 2021) señalo hoy cosas interesantes que el lector puede encontrar en ella. Lo que comento trata de los criterios que utilizó la iglesia primitiva para la selección de los evangelios como canónicos. Respecto a ellos hay que decir que no se hallan de modo claro en ningún texto, porque quizás se daban por supuestos. Aunque Guijarro no lo diga expresamente, es posible que fuera la cristiandad romana la que iba haciendo acopio de los criterios, la que reunía noticias sobre ellos, y que fuera ella una de las impulsoras principales del canon de escritos sagrados del cristianismo. El primero fue sin duda la lectura pública en los oficios litúrgicos dominicales: ¿Qué se leía públicamente en ellos en las iglesias principales? Las noticias de los textos más leídos, es decir, preferidos, llegarían a Roma vía correos privados, o de dirigentes eclesiásticos, a través de las comunicaciones por barco (mercaderes y otros pasajeros). Los “recuerdos de los apóstoles”, como los denominaba Justino Mártir (I Apología 67,3) era quizás el nombre de los Evangelios a mediados del siglo II. Solo posteriormente recibieron el nombre de “Buena Noticia” (griego euaggelion, en singular) o “Proclamación de la buena noticia de Jesús” por parte de sus apóstoles. Es muy posible que esta denominación, “evangelio”, tuviera un doble objetivo. El primero era oponerse directamente a las buenas noticias (griego euaggelia, en plural)) que procedían de los emperadores, y sus aduladores, proclamados como buenos gobernantes y benefactores de las ciudades. Los cristianos, por el contrario, sostenían que la verdadera buena noticia era la proclamación de Jesús como mesías, salvador del género humano. Y la segunda era formar un vínculo con las profecías de Isaías, en especial 52,7, donde se lee: “Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres noticias, del que publica la paz, del que trae buenas noticias del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!”, texto en el que se emplea el verbo griego euaggelízo con el significado de “traer, o dar buenas noticias”. En todo el Nuevo Testamento se utiliza el mismo vocablo “evangelio” con pequeños matices diferentes, pero sin importancia. El vocablo “evangelio” parece que se hizo común a lo largo del siglo II, como testimonian textos que proceden de la primera mitad, La Didaché o Doctrina de los XII Apóstoles (no se sabe la fecha: oscilan los comentaristas entre el 110-140), y la Segunda Carta de Clemente de Roma 8,5, seguramente falsa, pero que se fechan hacia el principio del siglo III, sin demasiadas precisiones. El segundo criterio para la elección entre os diversos evangelios fue el vínculo que cada autor (o pretendido autor) tenía con los apóstoles de Jesús. Tales vínculos eran al principio desconocidos, pero empezaron a formarse a mediados del siglo II. Señala con justeza Guijarro cómo Papías de Hierápolis, hacia el 140, difundió la idea de que el autor de “Marcos” había sido oyente y secretario de Pedro (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III 39,14-15. Que Lucas era el médico de Pablo lo dice Ireneo de Lyón, bastante entrado el siglo II (Contra los herejes III 1,1), hacia el 175. Que Mateo y Juan eran discípulos directos de Jesús se podía deducir sin más de lo que se lee en Mt 9,9, y de las misteriosas noticias sobre el Discípulo Amado que proporciona el IV Evangelio (Jn 18,15-16; 19, 26; 20,2; 21,7; 21,24). Y el tercer criterio de selección era básico: si la doctrina de un evangelio determinado estaba o no de acuerdo con lo que sostenía el común de las iglesias importantes. Guijarro, como otros comentaristas cita el caso de Serapión, obispo de Rhossos, en Cilicia, Asia Menor, donde afirma que no debería leerse este evangelio en público porque algunas de sus ideas (unas pocas ciertamente; no la mayoría) no estaban de acuerdo con la opinión común de las iglesias (Eusebio, Historia Eclesiástica VI 12, 2-6). Todas estas noticias, que he expandido un poco, se encuentran bien expuestas en la parte de la “Introducción” a “Los Cuatro Evangelios” de S. Guijarro, pp. 42-49, a las que no se puede oponer reparo alguno. Saludos cordiales de Antonio Piñero NOTA El gerente de la “página” de You Tube llamada “Desafío Viajero” me hizo una entrevista a propósito de los “Libros del Nuevo Testamento”, titulada “El Nuevo Testamento descodificado”. En los primeros tres días tuvo más de 7.000 visualizaciones: https://www.youtube.com/watch?
Martes, 11 de Enero 2022
Notas
Si al parecer el Nazareno pensaba en términos judíos al hablar del alma, podría pensarse que Pablo de Tarso, supuesto fundador del cristianismo como interpretación de la vida y obra de Jesús, sí pudo haber dado el salto hacia el concepto de alma que nosotros conocemos. Es hora de repasar esos datos.
|
Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
Secciones
Últimos apuntes
Archivo
Tendencias de las Religiones
|
Blog sobre la cristiandad de Tendencias21
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850 |