Cristo de la Catedral de San Andrés de Burdeos. Fotografía del autor.
La palara Cristo es una de las más importantes de la principal religión de Occidente. Etimológicamente hablando, su claridad resulta desconocida. El título es, en realidad, el adjetivo verbal con valor pasivo del verbo
chrío (χρίω), que significa “untar”, “ungir”. La razón por la que aparece en la historia del cristianismo es fácil: cuando a Jesús de Nazaret se le consideró el esperado catalizador de la nueva creación, del nuevo paraíso en la Tierra que sería el reino restaurado de Yahvé, se le aplicó un título hebreo que significaba eso mismo “Ungido”.
El título, por supuesto, era el de Mesiah, del correspondiente verbo hebreo “untar”, “ungir”. La razón de esta atribución (y el momento) es cuestión de debate histórico y filológico, aspecto que no es objeto de esta postal. Lo que sí interesa es saber un poco más de lo que implica para decidir qué hacer con él. Qué hacer desde el punto de vista de una traducción lo más completa posible de los textos cristianos.
Para empezar, sabemos que el término está firmísimamente asentado en toda la correspondencia paulina, es decir, para el año 50 de nuestra era. Además, contamos con el informe de Suetonio sobre unos disturbios ocurridos en Roma durante el reinado de Claudio (41-54), disturbios que se atribuyeron a un tal
Chrestus. concretamente en el año 49. Posiblemente los famosos Prisca y Aquila, después grandes colaboradores de Pablo, salieron de Roma a consecuencia de tales disturbios.
El caso es que tenemos datos fiables sobre la metamorfosis experimentada por el nombre del difunto Jesús de Nazaret: tanto en Roma como en Grecia se usaba el título Cristo para denominarlo, al menos con tanta frecuencia, si atendemos a las cartas de Pablo, como su nombre original.
Otra cosa es saber qué pensarían los oyentes o lectores de las predicaciones del momento al escuchar una palabra que los griegos identificaban perfectamente en su idioma como “Ungido”. La extrañeza habría sido relativa a tenor de lo que sabemos sobre el uso del aceite con fines sagrados y medicinales, tanto en la medicina y religión populares como más cultas. En efecto, las prácticas de la época incluían diversos usos de unturas, pomadas, aceite mismo con estos fines.
Sí sería chocante su empleo como título sagrado, lo cual (parece indudable) requeriría una explicación previa. ¿Qué simbolizaría ser el “Ungido”, el Cristo? Además, las cartas de Pablo incluyen algunos pasajes en los que Cristo aparece independientemente el nombre de Jesús (Rom 5, 6, por ejemplo). lo cual abunda en la naturalidad que acabó alcanzando el cambio.
Pero no hemos de olvidar que en Roma no se daba tan fácilmente esa naturalización, pues Cristo (
Chrestus) es una palabra griega. Y aunque la comunidad judía de Roma hablara bien el griego, cosa posible, no deja de chocar que los hablantes latinos ya se sirvieran de la palabra como el título, si no el nombre, del personaje.
Por eso, cabe la pregunta de si un traductor moderno del Nuevo Testamento (de sus diferentes libros) debe servirse del término griego ya naturalizado como nombre o si debe traducir según la época de composición de la obra a la que dedique sus esfuerzos. Porque quizá en las cartas de Pablo sea apropiado traducir “Ungido” con una debida explicación etimológica e histórica pero en otras obras, por ejemplo el evangelio según Juan, sea lógico traducir ya un título-nombre sólidamente establecido y mantener Cristo (también con su explicación oportuna).
Es tan chocante leer Jesús el Ungido o el Ungido Nuestro Señor que quizá llame la atención del lector y oyente como seguramente lo hizo en el caso de aquellas personas que escucharon a Pablo hablar por primera vez del Mesías de su religión.
Saludos cordiales.
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