Notas
Escribe Antonio Piñero
En mi análisis de la “Introducción” a “Los Cuatro Evangelios” de Santiago Guijarro (editorial Sígueme, 4ª edición Salamanca 2021) señalo hoy cosas interesantes que el lector puede encontrar en ella. Lo que comento trata de los criterios que utilizó la iglesia primitiva para la selección de los evangelios como canónicos. Respecto a ellos hay que decir que no se hallan de modo claro en ningún texto, porque quizás se daban por supuestos. Aunque Guijarro no lo diga expresamente, es posible que fuera la cristiandad romana la que iba haciendo acopio de los criterios, la que reunía noticias sobre ellos, y que fuera ella una de las impulsoras principales del canon de escritos sagrados del cristianismo. El primero fue sin duda la lectura pública en los oficios litúrgicos dominicales: ¿Qué se leía públicamente en ellos en las iglesias principales? Las noticias de los textos más leídos, es decir, preferidos, llegarían a Roma vía correos privados, o de dirigentes eclesiásticos, a través de las comunicaciones por barco (mercaderes y otros pasajeros). Los “recuerdos de los apóstoles”, como los denominaba Justino Mártir (I Apología 67,3) era quizás el nombre de los Evangelios a mediados del siglo II. Solo posteriormente recibieron el nombre de “Buena Noticia” (griego euaggelion, en singular) o “Proclamación de la buena noticia de Jesús” por parte de sus apóstoles. Es muy posible que esta denominación, “evangelio”, tuviera un doble objetivo. El primero era oponerse directamente a las buenas noticias (griego euaggelia, en plural)) que procedían de los emperadores, y sus aduladores, proclamados como buenos gobernantes y benefactores de las ciudades. Los cristianos, por el contrario, sostenían que la verdadera buena noticia era la proclamación de Jesús como mesías, salvador del género humano. Y la segunda era formar un vínculo con las profecías de Isaías, en especial 52,7, donde se lee: “Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres noticias, del que publica la paz, del que trae buenas noticias del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!”, texto en el que se emplea el verbo griego euaggelízo con el significado de “traer, o dar buenas noticias”. En todo el Nuevo Testamento se utiliza el mismo vocablo “evangelio” con pequeños matices diferentes, pero sin importancia. El vocablo “evangelio” parece que se hizo común a lo largo del siglo II, como testimonian textos que proceden de la primera mitad, La Didaché o Doctrina de los XII Apóstoles (no se sabe la fecha: oscilan los comentaristas entre el 110-140), y la Segunda Carta de Clemente de Roma 8,5, seguramente falsa, pero que se fechan hacia el principio del siglo III, sin demasiadas precisiones. El segundo criterio para la elección entre os diversos evangelios fue el vínculo que cada autor (o pretendido autor) tenía con los apóstoles de Jesús. Tales vínculos eran al principio desconocidos, pero empezaron a formarse a mediados del siglo II. Señala con justeza Guijarro cómo Papías de Hierápolis, hacia el 140, difundió la idea de que el autor de “Marcos” había sido oyente y secretario de Pedro (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III 39,14-15. Que Lucas era el médico de Pablo lo dice Ireneo de Lyón, bastante entrado el siglo II (Contra los herejes III 1,1), hacia el 175. Que Mateo y Juan eran discípulos directos de Jesús se podía deducir sin más de lo que se lee en Mt 9,9, y de las misteriosas noticias sobre el Discípulo Amado que proporciona el IV Evangelio (Jn 18,15-16; 19, 26; 20,2; 21,7; 21,24). Y el tercer criterio de selección era básico: si la doctrina de un evangelio determinado estaba o no de acuerdo con lo que sostenía el común de las iglesias importantes. Guijarro, como otros comentaristas cita el caso de Serapión, obispo de Rhossos, en Cilicia, Asia Menor, donde afirma que no debería leerse este evangelio en público porque algunas de sus ideas (unas pocas ciertamente; no la mayoría) no estaban de acuerdo con la opinión común de las iglesias (Eusebio, Historia Eclesiástica VI 12, 2-6). Todas estas noticias, que he expandido un poco, se encuentran bien expuestas en la parte de la “Introducción” a “Los Cuatro Evangelios” de S. Guijarro, pp. 42-49, a las que no se puede oponer reparo alguno. Saludos cordiales de Antonio Piñero NOTA El gerente de la “página” de You Tube llamada “Desafío Viajero” me hizo una entrevista a propósito de los “Libros del Nuevo Testamento”, titulada “El Nuevo Testamento descodificado”. En los primeros tres días tuvo más de 7.000 visualizaciones: https://www.youtube.com/watch?
Martes, 11 de Enero 2022
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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