CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Queridos lectores de este Blog:


Por motivos personales voy a estar ausente de España, y sin prácticamente Internet, cerca de dos meses. Pero no deseo perder el contacto con Ustedes, de modo que he escrito seis postales y las he introducido en el servidor, de modo que queden ahí archivadas y puedan ser lanzadas a la Red en el momento oportuno. Será mi amigo y colega, Gonzalo del Cerro el que se encargará de este menester.

Durante mi ausencia el Blog quedará así: tres intervenciones por semana: lunes a cargo de Gonzalo del Cerro; los miércoles escribirá Fernando Bermejo; y yo –por medio de Gonzalo- escribiré los viernes.

Por favor, no me enviéis correos personales, porque no podré contestarlos.

Saludos muy cordiales y ¡hasta la vuelta!

Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Martes, 15 de Noviembre 2011
Vida del apóstol Tomás según sus Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hecho XI (cc. 134-138): Tercia, la mujer del rey Misdeo

El rey Misdeo regresó a su casa, donde contó a su mujer Tercia lo que estaba sucediendo a su pariente Carisio. Comentaba que no hay nada más importante para un hombre que su propia mujer. Pues bien, la mujer de Carisio había escuchado al mago extranjero, que la había enredado hasta el punto de que se había separado de su marido, que no sabía lo que hacer. Él había tratado de intervenir, pero no logró ningún resultado positivo. Pedía ahora a su propia mujer que aconsejara a Migdonia que volviera a su marido y se apartara de las palabras de aquel malvado encantador.

Se levantó Tercia de mañana y se dirigió a la casa de Carisio. Allí estaba Migdonia rezando para que Dios le perdonara sus antiguos pecados y la llevara pronto de esta vida. Tercia empezó su encargo reprochando la actitud de Migdonia y recomendándole que volviera con su marido. La respuesta de Migdonia insistió en el contraste entre la vida efímera y la vida eterna que Tomás predicaba. Lo hizo con tal eficacia que Tercia remató su encargo pidiendo a Migdonia que la condujera al maestro extranjero para poder aprender esas grandiosas doctrinas que predicaba. Migdonia informó a Tercia de que el apóstol se encontraba en la casa del general Sifor.

Allá se dirigió Tercia para ver al nuevo apóstol y escuchar su palabra. La gran riqueza que Tomás poseía, y que ofrecía a Tercia, no era otra que Jesús, el salvador de toda la humanidad. Tercia se mostró dispuesta a recibir la gracia de esa riqueza. El apóstol le explicaba que Dios exigía ante todo un corazón bueno y puro. Si Tercia creía en él, sería digna de conocer sus misterios, poseería la verdadera riqueza y heredaría su reino (c.136,3). Regresó a su casa llena de gozo y encontró a su marido que la estaba esperando sin haber desayunado. Misdeo, sorprendido al ver a su esposa tan alegre, le preguntó los motivos. Ella le contestó agradeciéndole el favor que le había hecho poniéndola en contacto con el apóstol del nuevo Dios. Gracias a sus palabras había conocido una nueva vida llena de gozo y esperanza. Aconsejaba además a su marido que escuchara al apóstol y siguiera sus consejos de conservarse puro, para poder conseguir una vida y un reino que duran para siempre.

Misdeo se dio cuenta inmediatamente del desaguisado, se golpeó el rostro y desgarró sus vestiduras prometiendo castigar a Carisio. Le echaba en cara no haber permitido que acabara con el mago antes de que destruyera su casa, como ha hecho. Le contó lo sucedido con la misión de su mujer, que había acabado embrujada por el extranjero. Marcharon ambos, el rey y Carisio, a la casa del general Sifor, donde se encontraba Tomás enseñando. Todos los presentes se levantaron, menos el apóstol. El rey tomó un sillón por las patas y golpeó con él a Judas Tomás. Luego, se lo entregó a los soldados para que lo llevaran al lugar donde Misdeo administraba justicia (c. 138,2).

(Alegoría de la castidad)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 14 de Noviembre 2011
“El panorama de las iglesias paulinas primitivas en cuanto al estado de las mujeres” (414-05)
Hoy escribe Antonio Piñero

Tiene razón H. Küng cuando señala que las comunidades paulinas supusieron frente al mundo que tenían delante, pesar de algunas rémoras, un avance notable en lo que se refiere a la consideración de las mujeres: Pablo las empleó como colaboradoras (Priscila/Prisca, Evodia, Síntique, Lidia, Junia, etc. = cap 16 de Romanos), como apóstolas y profetisas.

Pero creo que exagera cuando habla de que este hecho se debe a un principio teológico expresado en Gálatas 3,26-29:

“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.27 En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: 28 ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.29 Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahán, herederos según la Promesa”.
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Creo que este texto básico tiene un significado soteriológico, es decir, en cuanto a la salvación, todos somos iguales; pero b[no un sentido sociológico]b: las mujeres no son iguales en los sociológico en ls comunidades paulinas. Ya Pablo lo dice bien claro: para él la mujer es secundaria en el orden de la creación en cuanto formada del cuerpo de Adán (11,3) y debe llevar velo por respeto al los ángeles y como signo de subordinación, mientras que el varón, no (11,5).

Ya he indicado en otra ocasión que Pablo, como buen ciudadano del Imperio, sabe perfectamente distinguir entre el ámbito doméstico y el ámbito público. Las iglesias domésticas de su tiempo, fundadas por él, eran grupos muy pequeños: por tanto se reunían en las casas particulares y pertenecían al ámbito de lo doméstico y no al de lo público. Por ello, las mujeres desempeñan un gran papel. Ello no significa que Pablo sea un doctrinario, ni mucho menos, de la libertad de la mujer, aunque ésta tenga el derecho de profetizar en la iglesia.

En el mundo grecorromano de la época lo que daba de verdad libertad a las mujeres era la posesión de dinero. Toda mujer con peculio propio no podía aspirar a un cargo público-político, ciertamente, pero sí a ser bastante libre y a desempeñar cargos de responsabilidad en instituciones religiosas. El que los vates/profets fueran mujeres era cosa extraordinariamente común en la Antigüedad grecorromana.

Sí estoy de acuerdo totalmente con H. Küng en su apreciación de la mujer en el ámbito de la gnosis/gnosticismo, a la vez que debe admitirse fue el movimiento gnóstico el que estuvo a punto de hacer peligrar la unidad de la Gran Iglesia. El gnosticismo daba una gran oportunidad a la mujer como vehículo y receptáculo de revelaciones privadas, a pesar de la postura –en apariencia contradictoria-- al considerarla, a la vez, como el prototipo de la carnalidad y de la materia.

El peligro del sincretismo (mezcla de ideas) era real en el gnosticismo puesto a aceptaban dos fuentes de la revelación: las Escrituras sagradas judías y cristianas, a la vez que consideraban a algunos textos de Platón como inspirados y como guías de la interpretación de las Escrituras. En un ambiente en el que se estaba construyendo una nuevo teología sincrética, mezclada, de elementos judíos, cristianos y helénicos el papel de los que recibían revelaciones de lo Alto de cómo debía ser ese nuevo sistema teológico era fundamental. Por ello las mujeres gozaban de prestigio como receptoras del Espíritu.

Pero como hemos indicado en la nota anterior, las circunstancias obligan. Una iglesia ya asentada en el mundo, con un control jerárquico rígido, compuesto por varones (las iglesias crecían y pasaban al ámbito de lo publico), no podía permitir una iglesia controlada solo por el Espíritu, y por tanto con mayoría de mujeres.

Aquí tiene toda la razón Küng en que si consideramos a la Gran Iglesia sucesora más o menos legítima de Jesús y con una estructura teológica en apariencia poco sincrética, el poder del gnosticismo (mucho más mítico y sincrético que el cristianismo) estaba condenado al fracaso... y dentro de él la función preponderante de las mujeres en el cristianismo.

También es muy interesante --en gran parte como fruto de un Seminario de la Universidad de Tubinga dirigido en otros tiempos por el mismo Küng sobre la mujer y la iglesia en época de los Santos Padres hasta más o menos el siglo V-- el resto del capítulo II. En él se aclara la evolución de la iglesia antigua en lo que respecta a la posición de la mujer en el gobierno de la Iglesia, la necesidad de redescubrir a la mujeres como profetisas y doctoras: se explicitan también las dudas de H. Küng sobre si en verdad las mujeres habrían podido emanciparse en el cristianismo antiguo a base de la doctrina cristiana (¡muy dudoso, por no decir imposible!) que iba evolucionando hacia una dogmática rígida de amplio espectro, y su queja, de Küng, de la necesidad de manejar con mucho cuidado el argumento de la tradición. El tratamiento de estos temas por parte del autor gozan de mi apoyo.

De la continuación del libro de Küng no me pronuncio, porque no me siento competente. Pero tengo la impresión de que está bien visto el conjunto de su síntesis del Medioevo, de la Reforma y del movimiento moderno iniciado por la Ilustración. Creo que Küng tiene mucho talento para la síntesis y que lo hace generalmente bien. A mí me ha interesado leer el libro completo, aunque se salga de mi ámbito, así como sentir con él que desde el punto de vista de un cristianismo de los orígenes –sean cuales fueren las explicaciones sociológicas—, las mujeres creyentes de hoy deben seguir luchando dentro de la Iglesia por obtener el papel que les corresponde.

Es más, estoy también convencido de que si no son nombradas sacerdotisas y toman las riendas de seminarios y de los obispados, y si no se permite a la vez que los sacerdotes varones se casen y sean en este aspecto personas normales, la declinación de la Iglesia se hará mucho más acentuada.

Por ello el libro de Küng termina con justeza con los epígrafes de “reformas concretas (pendientes)” y el alegato a las mujeres (y a los varones para que apoyen) condensado en la consigna ¡“No cejar!


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Domingo, 13 de Noviembre 2011




Hoy escribe Antonio Piñero

Continuamos con el comentario a los dos primeros capítulos del libro de H. Küng, “La mujer en el cristianismo”.


Küng afirma que Jesús relativiza “a los padres” cuando habla de la “familia de Dios”, y el que llame al círculo de sus discípulos a mujeres (¿¿??) “demuestra que las jerarquías patriarcales no pueden apelar a Jesús para justificarse”. No estoy seguro de la veracidad de esta afirmación una vez que se admite que Jesús llama a Dios “Padre” y no otra cosa.

A este propósito deseo recordar también que en el 2001, y también en el 2011, ya no era posible afirmar (p. 16) que Jesús llamaba a Dios “papaíto”. Se había logrado ya un consenso entre los estudiosos, después de la investigación de James Barr del uso de ‘abbá en arameo, a saber que este vocablo no significa “papaíto” (es decir un término sólo usable por los niños), sino "papá", en el sentido en el que también a los adultos les estaba permitido utilizarlo.

Luego Küng habla de la “Iglesia primitiva del paradigma judeocristiano” como

"digna de ser denominada “democrática”
en el mejor sentido del término, en cualquier caso ni aristocrática ni monárquica…"

Dudo seriamente de esta aserción. pienso más bien que en la iglesia de Jerusalén existió un cierto principio “monárquico” al tener a Santiago como jefe supremo del grupo por encima incluso de Pedro--, el cual no tuvo más remedio que emigrar a Antioquía. Opino que fue así no sólo porque Santiago se sintiera en el fondo más ligado a la rama farisea de la comunidad (que Pablo llama despectivamente “falsos hermanos” en Gál 2,4) que a la rama “propaulina”, sino ante todo porque era el “hermano de Jesús”. Nos consta que el judaísmo riguroso y nacionalista (y la iglesia de Jerusalén lo era) el principio de consanguinidad tenía notable importancia (por ejemplo, en los Macabeos). ¡Santiago era el hermano del héroe Jesús condenado a la cruz por los romanos!

El que en la iglesia primitiva de Jerusalén hubiera "un sentimiento de liberad, igualdad y fraternidad” (p. 18) no se debía sólo, ni creo que principalmente ni mucho menos, a la creencia firme de que Jesús era el verdadero mesías y que había resucitado (las dos notas que caracterizan a la comunidad judeocristiana de Jerusalén frente a sus connacionales judíos), sino a las circunstancias histórico-sociológicas especiales:

A. se había formado un grupo muy pequeño, apocalíptico, que creía firmemente que el fin estaba absolutamente cercano. Es claro que esto explica que no fuera aún una institución de poder (no había tenido tiempo todavía), ni era una iglesia de razas o castas (todos eran judíos y muchos galileos), y no era un imperio de culto a personas regido patriarcalmente, sino una comunidad de hermanos (pero sí tenían sus jefes: Pedro, Juan de Zebedeo y Santiago… ¡todos varones!).
Además, la comunidad semiautónoma de los helenistas de Jerusalén también tenían sus jefes, los llamados siete “diáconos” con Esteban a la cabeza. ¡ninguno era una mujer!

A este propósito debe insistir también en que la imagen que ofrece Lucas de la comunidad jerusalemita no era de “igualdad y fraternidad: ¡léase el capítulo 6 de los Hechos de los apóstoles! Küng está idealizando la situación.

B. Tal iglesia no era un grupo destinado a vivir en el mundo. Una comunidad ya consolidada en la tierra necesita imperiosamente una estructura. Kúng tendría que echar la culpa a Dios por haber retrasado la parusía. Al retrasrla y como Dios no cambiaba la naturaleza humana, la iglesia seguidora de Jesús tenía necesariamente que acabar siendo una institución de poder (para subsistir), poco “democrática”…, es decir consentida por Dios que no había cambiado la constitución de los seres humanos. En la actualidad, dentro del cristianismo, sólo hay grupos “asamblearios”, mejor denominados así que “democráticos” aunque lo sean, cuando tales grupos son pequeños, carismáticos, se afirman regidos por el Espíritu, y cuando la mayoría de ellos están también convencidos de que el fin del mundo está muy cerca.

En conclusión me reafirmo que las circunstancias sociales son las que hacen al grupo primitivo “democrático”, no la fe en Jesús. Por tanto: esta "constitución" del grupo no se deriva de la doctrina de Jesús ni de la fe en el mesianismo y la resurrección del Maestro, que es lo que constituye propiamente al judeocristianismo.

Un grupo que respondía relativamente bien a estas características en los inicios del siglo II fue el de los montanistas, al que, por cierto, alude Küng. Era un auténtico movimiento de renovación del seguimiento a Jesús que deseaba volver al imperio sólo del Espíritu, a los orígenes…, cuando la jerarquía era aún maleable y cuando la pobreza y el ascetismo eran propias del rigor de los tiempos.

Pero en seguida el montanismo, al que perteneció Tertuliano (por eso no es santo) fue calumniado y perseguido, calificado de herético… por la Gran Iglesia, ¡porque las circunstancias iniciales del movimiento de Jesús ya habían cambiado!

Esa condena era esperable: ya era la Gran Iglesia una institución asentada en el mundo, y comenzaba a ser también una institución de poder (según mi tesis en “Los cristianismos derrotados”) que, sin embargo, aunque se considerara absolutamente heredera del espíritu y de la doctrina de Jesús. ¡Las circunstancias obligan!

Terminamos el próximo día.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Sábado, 12 de Noviembre 2011



Hoy escribe Antonio Piñero.

Seguimos con el libro "La mujer en el cristianismo" de H. Küng.

Afirma el autor, y creo que tiene razón, que, porque Jesús llamaba a Dios “Padre” o Padre mío”, no por eso hay que acusarlo del deseo de resaltar el papel masculino de Dios. En Jesús, probablemente, Dios padre no significaba hacer diferencias sexistas en Dios mismo… entre otras cosas porque tal planteamiento sería anacrónico.

Por otro lado, es bien claro, que aunque el Antiguo Testamento puede resaltar en ciertos casos los aspectos afectivos de Dios para con el ser humano, que son a menudo más propios de las madres que de los padres, a Jesús ni siquiera se le ocurrió denominar a Dios “madre”. Aceptaba como los demás, el modelo patriarcal de la familia física o natural.

Alaba en exceso Küng a Elisabeth Schüssler-Fiorenza quien confirmó la “intuición” (ya que no está ciertamente claro en las fuentes del Nuevo Testamento) que en el movimiento judeocristiano (¿¿?? de Jesús: ya hemos criticado lo de cristiano)

"Existió una praxis de igualdad entre todos y de contar con todos, discípulos y discípulas”.

Vuelvo a manifestar mi asombro porque no veo claro en el movimiento de Jesús nada de eso. Pienso que esto del igualitarismo en el movimiento de Jesús es uno de los mitos fundacionales del cristianismo construido en el siglo XX con una exégesis (habría que denominarla "eiségesis") de muy buena voluntad, sin duda, pero sesgada en cuanto que no tiene en cuenta la realidad del siglo I en Israel.

Otra cosa es la denominada “familia Dei”… según Jesús (es decir, el grupo de discípulos que habían dejado todo por seguirlo y que sólo debían llamar “Padre” a Dios y a nadie más sobre la tierra (Mt 23,9). Quizás existió tal familia…, pero a veces me siento inclinado a pensar que forma parte del “mito fundacional igualitario” al que hace un momento he aludido.

Pero pienso que tiene razón Küng en afirmar que sobre el hecho de que en las “primeras comunidades judeocristianas las mujeres actuaran como predicadoras ambulantes carismáticas sólo cabe hacer suposiciones. Históricamente una respuesta positiva a esta cuestión (para mí sería hasta impensable incluso llegar a plantearla en el judeocristianismo) es “tan poco verificable como la tesis de que en la (primera) expansión del movimiento de Jesús entre los no judíos las mujeres fueran determinantes”. Opino que es éste un juicio acertado.

Por último, por hoy, me parece que vuelve a exagerar Küng cuando, al insistir machaconamente en el igualitarismo del movimiento de Jesús suscribe sin ningún 'pero' el siguiente párrafo de E. Schüssler-Fiorenza:

“Ninguna ni ninguno queda excluido; todas y todos son invitados. La parábola del gran banquete (Lc 14, 13-15) inculca a los oyentes la idea de que el reino de Dios abarca a todas y a todos. Y advierte de que quienes fueron invitados los primeros y no aceptaron la invitación quedan excluidos. No es la santidad de los elegidos, sino la salvación de todos la concepción central de Jesús. Por eso, las imágenes de sus parábolas las toma también del mundo de las mujeres, y sus curaciones y exorcismos recaen en mujeres. Su anuncio de la conversión escatológica –muchos serán últimos y muchos últimos serán primeros— se refiere también a las mujeres y a las estructuras patriarcales que soportan”.

Aparte de ese exageración innecesaria de “todas y todos”, que ignora los fundamentos de la lingüística y la teoría de las funciones del lenguaje, este párrafo me parece de lo más carente de sentido que se pueda leer al respecto: ¿acaso hay que alabar a Jesús de “feminista” (esto es lo que pretendía Schüssler-Fiorenza) porque no excluía de la salvación a las mujeres? ¡Hasta ahí podríamos llegar! ¿Excluyen los fanáticos entre los musulmanes (¡ellos mismos lamentan que los haya!) la salvación de las mujeres? ¿Son igualitarios esos fanáticos? ¿Condenan al infierno alas mujeres y afirman que para ellas no vale la salvación que Alá da a los fieles? Además: ¿es “igualitario” Jesús porque también sanó a las mujeres?

La exageración y el sesgo son evidentes. A la verdad, creo que es sacar las cosas de quicio y extraer forzadamente de los textos lo que no tienen. Gran parte del libro De Schüssler-Fiorenza es la causa de que se formara ese mito fundacional cristiano del siglo XX de que Jesús fue el primer feminista y sacó a a las mujeres de la indignidad de su situación social.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
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Viernes, 11 de Noviembre 2011
“La mujer en el tiempo de Jesús” (414-02)

Hoy escribe Antonio Piñero.


Continuamos con nuestra lectura critica de los dos primeros capítulos de la obra de Hans Küng, “La mujer en el cristianismo”.

Küng afirma:

“En el círculo más amplio de seguidores de Jesús es evidente que las mujeres tenían un papel importante. Estas discípulas guardaron fidelidad al maestro hasta la muerte, se mantuvieron al pie de la cruz y cuidaron su sepulcro”.

Todas estas afirmaciones son más que dudosas, menos una.

1, No podemos llamarlas “discípulas”, aunque nos gustaría, porque no tenemos base textual para hacerlo. El famoso texto de Lc 8,1-3 reza:

“Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, 2 y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, 3 Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes”.

Observaciones sobre este pasaje:

A. Se discute enormemente entre los estudiosos si este texto es primario, información directa, o depende secundariamente de Mc 15,40-41:

“Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, 41 que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén”.

Por tanto, no sabemos que clase de “seguidoras” eran.

B. Se puede sospechar que la precisión de Lucas se refiere expresamente a que eran seguidoras/servidoras, es decir, se ocupaban, incluso costeándolo de su bolsillo, de la intendencia de un grupo de predicadores itinerantes que dependía muy probablemente de la beneficencia de otros para subsistir. Por tanto, no iban en plan de igualdad, sino de servidoras.

Eso no quiere decir que no estuvieran de acuerdo con doctrina de Jesús. Por supuesto que lo estaban. Y también muchos de las muchedumbres que lo escuchaban absortos. ¿Hay que llamarlos también discípulos? ¿No es ensanchar demasiado el vocablo?

C. No se duda de que esas mujeres tenían mucho valor y afecto, pues para la época un “séquito” de mujeres podía estimarse como de “malas costumbres”. Como apunta claramente Kathleen Corley, la gente, normalmente malpensada, podía pensar que tenían un punto de esclavas sexuales. Luchar contra esa presunta comidilla tenía su mérito.

B. “Guardaron fidelidad al Maestro hasta la muerte”, parece noticia fidedigna porque unas fuentes androcéntricas, como eran en general en la época, contrastan la cobardía de los varones con la de las mujeres. Debía ser verdad para aceptarlo.

C. “Se mantuvieron al pie de la cruz”: el plural sólo es aceptable si se incluye a la madre de Jesús, que al ser tal genéticamente, cuenta menos como discípula; está atraída también por otras razones afectivas. Queda estrictamente una: María Magdalena.

Pero Marcos apunta, por el contrario, “que estaban mirando desde lejos”, no al pie de la cruz (15,40). ¿Por qué dar por sentado que estaban al pie de la cruz, cuando, conociendo las costumbres romanas, es inverosímil este último hecho?

D. “Y cuidaron su sepulcro”: ¿Por qué no tiene en cuenta el autor del libro la información, mucho más verosímil proporcionada por Lucas/Hechos en 13,29:

“Los príncipes (del pueblo)… lo bajaron del leño y lo depositaron en un sepulcro”;

se sobrentiende que sepultura “común” dado el carácter, para ellos, del ajusticiado). Y es evidente que lo de “cuidar del sepulcro” va unida a la tradición diferente de los evangelistas de la tumba tallada en roca, nueva, mausoleo rico y particular, etc., que tampoco es verosímil teniendo, como tenemos, la tradición alternativa, en el mismo Nuevo Testamento y mucho más probable.

Y sigue Küng:

“En todo caso, el Nazareno, aunque él mismo fuera soltero, no hizo del celibato una condición para seguirle”.

¿Cómo sabe H. Küng que Jesús era soltero?. ¿Sólo por Mt 19,12

“Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda”?.

sentencia que dista mucho de ser clara. Soy personalmente partidario de que lo más probable es que Jesús, en su vida pública, no mantuviera vida conyugal alguna por el estilo de vida que llevaba. ¿Pero antes? En esos treinta años, o más, de “vida oculta”, Jesús pudo ser soltero, casado o viudo. Incluso, como algunos de sus discípulos, pudo haber dejado temporalmente su familia y trabajo, para proclamar la venida inmediata del Reino… Pero saber, no los sabemos. Por tanto habría que moderar el lenguaje.

Por último, escribe también Küng:

“Los apóstoles fueron casados y siguieron siéndolo (Pablo se presenta a sí mismo como una excepción). En cambio, la débil posición jurídica y social de la mujer queda claramente al descubierto con la prohibición del divorcio (por parte de Jesús)”.

Aquí sí que me quedo de veras admirado. Por lo siguiente: Jesús, al prohibir el divorcio, no hizo otra cosa que alinearse con la posición rigorista defendida por Shammai, el maestro fariseo del siglo I que compartía con Hillel, según la Misná, el honor de ser el más renombrado entre los fariseos. Por tanto, el honor de “dejar al descubierto la débil posición jurídica de la mujer” sería para Sammai y no para Jesús…, por no hablar de los esenios que mantenían la misma postura. ¡Y más rigorista aún!

Que yo sepa los esenios no han pasado a la historia por haber criticado la débil posición jurídica de la mujer en el judaísmo. en todo caso, justamente por lo contrario. Basta con leer el Documento de Damasco para comprobarlo. Luego "prohibir el divorcio" no es prueba alguna en sí de "feminismo". Defendían como acto positivo de la creación que desde toda la eternidad Dios había predeterminado una pareja definitiva para cada varón, estimando que el singular de Gn 1,27 "los hizo varón y mujer" (literalmente "varona") era
prueba teológica suficiente.

Pues bien, y en honor a la verdad, con tal postura exegética respecto a la ley que permitía el divorcio (Dt 24,1-4) ni los esenios ni ninguno de los dos maestros fariseos, Sahammai y Jesús, hicieron nada, ni lo mínimo, por arreglar esa “débil posición jurídica” de las mujeres. Todo siguió igual porque a los esenios y a ninguno de los dos fariseos se les pasó por la cabeza que hubiera que hacer algo por arreglar tal entuerto.


Seguiremos porque también tiene cosas buenas, por supuesto, el libro de H. Küng.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Hoy escribe Antonio Piñero.


Continuamos con nuestra lectura critica de los dos primeros capítulos de la obra de Hans Küng, “La mujer en el cristianismo”.

Küng afirma: “En el círculo más amplio de seguidores de Jesús es evidente que las mujeres tenían un papel importante. Estas discípulas guardaron fidelidad al maestro hasta la muerte, se mantuvieron al pie de la cruz y cuidaron su sepulcro”. Todas estas afirmaciones n más que dudosas, menos una.

1 No podemos llamarlas “discípulas”, aunque nos gustaría, porque no tenemos base textual para hacerlo. El famoso texto de Lc 8,1-3 reza: “Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, 2 y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, 3 Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes”.

A. Se discute enormemente entre los estudiosos si este texto es primario, información directa, o depende secundariamente de Mc 15,40-41: “40 Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, 41 que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén”. No sabemos que clase de “seguidoras” eran.

B. Se puede sospechar que Lucas precisa: eran seguidoras/servidoras, es decir, se ocupaban, incluso costeándolo de su bolsillo, de la intendencia de un grupo de predicadores itinerantes dependían muy probablemente de la beneficencia de otros para subsistir. Por tanto, no iban en plan de igualdad, sino de servidoras.

C. No se duda de que tenía mucho valor, pues para la época un “séquito” de mujeres podía muy estimarse como de “malas costumbres”. Com apunta Kathleen Corley, la gente, normalmente malpensada, podía pensar que tenían un punto de esclavas sexuales. Luchar contra esa presunta comidilla tiene mérito.

2 “Guardaron fidelidad al Maestro hasta la muerte”, parece noticia fidedigna porque unas fuentes androcéntricas, como eran en general en la época contrastan la cobardía de los varones con la de las mujeres. Debía ser verdad para aceptarlo.

3. “Se mantuvieron al pie de la cruz”: el plural sólo es aceptable si se incluye a la madre de Jesús, que al ser tal cuenta menos como discípula; está atraída también por otras razones afectivas. Queda estrictamente una: María Magdalena.

Pero Marcos apunta “que estaban mirando desde lejos”, no al pie de la cruz (15,40). ¿Por qué dar por sentado que estaban al pie de la cruz, cuando, conociendo las costumbres romanas es inverosímil?

4. “Y cuidaron su sepulcro”: ¿Por qué no tiene en cuenta el autor la información, mucho más verosímil proporcionada por Lucas/Hechos en 13,29 (“Los príncipes (del pueblo)… lo bajaron del leño y lo depositaron en un sepulcro”; se sobrentiende que “común” dado el carácter, para ellos, del ajusticiado). Y es evidente que lo de “cuidar del sepulcro” va unida a la tradición diferente de los evangelistas de la tumba tallada en roca, nueva, sepultura rica y particular, etc., que tampoco es verosímil teniendo, como tenemos, la tradición alternativa, en el mismo Nuevo Testamento, y mucho más probable.

Y sigue: “… En todo caso, el Nazareno, aunque él mismo fuera soltero, no hizo del celibato una condición para seguirle”. ¿Cómo sabe H. Küng que Jesús era soltero? Sólo por Mt 19,12 “Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda”, sentencia que dista mucho de ser clara. Soy personalmente partidario de que lo más probable es que Jesús, en su vida pública, no mantuviera vida conyugal alguna por el estilo de vida que llevara. ¿Pero antes? En esos treinta años o más de “vida oculta”. Pudo ser soltero, casado o viudo. Incluso, como algunos de sus discípulos, pudo haber dejado temporalmente su familia, para proclamar la venida inmediata del Reino… Pero saber, no los sabemos. Por tanto habría que moderar el lenguaje.

Por último: “Los apóstoles fueron casados y siguieron siéndolo (Pablo se presenta a sí mismo como una excepción). En cambio, la débil posición jurídica y social de la mujer queda claramente al descubierto con la prohibición del divorcio (por parte de Jesús)”.

Aquí sí que me quedo admirado, pues resulta que Jesús, al prohibir el divorcio, no hace otra cosa que alinearse con la posición rigorista defendida por Shammai, el maestro fariseo del siglo I que compartía con Hillel, según la Misná, el honor de ser el más renombrado entre los fariseos. Por tanto, el honor de “dejar al descubierto la débil posición jurídica de la mujer” sería para Sammai y no para Jesús…, por no habar de los esenios que mantenían la misma postura. ¡Y más rigorista aún! Que yo sepa los esenios no han pasado a la historia por

Pues bien, y en honor a la verdad, con tal postura exegética respecto a la ley que permitía el divorcio (Dt 24,1-4) ni los esenios ni ninguno de los dos maestros fariseos, Sahammai y Jesús, hicieron nada, ni lo mínimo, por arreglar esa “débil posición jurídica” de las mujeres. Todo siguió igual porque a los esenios y a ninguno de los dos fariseos se les pasó por la cabeza que hubiera que hacer algo por arreglar tal entuerto.


Seguiremos porque también tiene cosas buenas, por supuesto, el libro de H. Küng.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
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Jueves, 10 de Noviembre 2011
Hoy escribe Fernando Bermejo

En uno de los posts anteriores sobre el antijudaísmo y el Evangelio de Judas, observé que, aunque este nuevo Evangelio no puede considerarse ni mucho menos una “superación” del antijudaísmo tradicional, “a diferencia de lo que pasa en los Evangelios canónicos, Hechos, el Evangelio de Pedro o incluso el Evangelio de Tomás, no hallamos en él referencias genéricas a “los judíos”. Esto contrasta con el relato tradicional cristiano, en el que no un individuo o una facción, sino “los judíos” en general acaban siendo los responsables de la muerte de Jesús.

Un amable lector (Xabier) puntualizó que “Marcos no vilifica a ‘los judíos’”. Tiene razón este lector en tanto que, comparativamente, en el que es considerado el primer evangelio no encontramos el grado de generalización y de vilificación que se halla más tarde en la tradición cristiana. De hecho, resulta elocuente que muchos tratamientos sobre el antijudaísmo en los Evangelios contengan capítulos sobre Mt, Lc y Jn, pero no sobre Marcos.

Es posible también que tenga razón al observar que al igual que “si saliese Marx de su tumba se escandalizaría con los horrores del gulag, los campos de la muerte de Pol Pot o el culto a la personalidad de Corea del Norte, creo que casi con total seguridad los autores de los evangelios, si saliesen de sus tumbas, no les gustaría que sus libros se hayan empleado para las persecuciones que han sufrido a lo largo de la historia”. Por lo que a mí respecta, yo no estoy interesado en hacer juicios de intenciones sobre los redactores de los Evangelios, sino en a) en qué medida sus relatos constituyen objetivamente una distorsión de lo que parece haber sido la realidad histórica, y b) en qué medida sus textos han tenido una influencia funesta en la historia.

Mientras que Marcos aparentemente sabe que Jesús de hecho fue ejecutado por un crimen político (Mc 15, 26), en la escena del juicio Pilatos no encuentra a Jesús culpable de eso o de cualquier otro crimen. Los únicos factores en la decisión de Pilatos en contra de Jesús son la influencia de sus acusadores (judíos) y la hostilidad pública que han suscitado (15,15). Está claramente establecido que los relatos de la pasión revelan un progresivo desplazamiento de la culpabilización por la muerte de Jesús de los romanos a los judíos, y que este movimiento es visible ya en Marcos.

Marcos (o sus fuentes) desarrolla la tesis, ya desde muy pronto en su Evangelio, de que “los fariseos” junto con “los herodianos” toman la determinación de matar a Jesús (Mc 3, 1-6). “Los fariseos” no son “los judíos”, pero sí, cuando escribe Marcos, los representantes de la autoridad espiritual judía. Hallamos en Marcos el motivo de una conspiración de las autoridades judías contra Jesús. El motivo del complot -aunque desde entonces los sujetos son prácticamente siempre los Sumos Sacerdotes y escribas- vuelve a aparecer explícitamente sin cesar (Mc 11, 18; 12, 13; 14, 1-2) e implícitamente (Mc 8, 11.31; 10, 33-34; 14, 10-11.43-45), y lleva directamente al proceso y a la crucifixión. Para Mc, la muerte de Jesús se debió a este complot. Para Mc, si bien el juicio romano viene después del judío, el destino de Jesús está definitivamente decidido en este: el juicio romano, en realidad, apenas merece ese nombre, pues Pilato no llega a una decisión sobre la base de evidencia, sino simplemente ejecuta el deseo de la corte judía.

Aunque en un solo pasaje (Mc 7, 1-5), Marcos sí se refiere a “los judíos” en general, y no precisamente en términos elogiosos: “Y se reúnen los fariseos y algunos de los escribas venidos de Jerusalén, y se presentan a Jesús. Y viendo a algunos de sus discípulos comer sus panes con manos profanas, es decir, no lavadas -porque los fariseos y todos los judíos, si no se lavan las manos con un puño- [lleno de agua] no comen, observando así la tradición de los ancianos; y al volver del mercado si no se bañan no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, purificaciones de vasos, jarros, bandejas y camas-, le preguntaban los fariseos y los escribas…”. El evangelista explica a sus lectores gentiles una praxis judía, pero el paréntesis es agresivo: no contento con generalizar a todos los fariseos una práctica que posiblemente solo fue parcial, amplía el juicio (negativo) a todos los judíos.

Por lo demás, la responsabilidad de la muerte de Jesús es achacada a la totalidad de los dirigentes judíos (Mc 14-15). “Todos ellos le condenaron, diciendo ser reo de muerte [...] Y luego al amanecer, después de celebrar consejo los sumos sacerdotes con los ancianos y los escribas, es decir, todo el sanedrín, atando a Jesús, lo llevaron de allí y lo entregaron a Pilato”.

En el pasaje fundamental de Mc 15,6-15 hallamos ya la nítida exoneración de Pilato y el incipiente papel de la multitud en el destino de Jesús: “Pues sabía que por envidia le habían entregado los sumos sacerdotes. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la turba para que más bien les liberase a Barrabás. Pilato, de nuevo respondiendo, les dijo: ¿Qué queréis que haga con este que llamáis el Rey de los judíos? Ellos de nuevo gritaron: Crucifícale. Mas Pilato les decía: Pues,¿qué mal ha hecho? Ellos gritaban cada vez más: ¡Crucifícales! Pilato, queriendo dar satisfacción a la multitud, les soltó a Barrabás. Y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuese crucificado” (Mc 15, 6-15). Ciertamente, estas tendencias se continúan y exacerban en los siguientes relatos de la pasión.

Las tendencias antijudías de Marcos alcanzan su clímax en un pasaje que en cierto modo puede ser considerado un clímax del propio Evangelio. Tras mostrar en su relato cómo los líderes judíos y el pueblo habían fracasado en comprender la divinidad de Jesús, Marcos representa al centurión romano a cargo de la crucifixión como el primer ser humano en percibir la verdad. Cuando Jesús está muriendo, objeto de burla por los judíos que han causado su muerte, es este gentil, un soldado de Roma, el que tiene la fe para exclamar: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios” (Mc 15,39).

En suma, en comparación con el resto de los Evangelios canónicos, el anti-judaísmo de Marcos puede ser juzgado sin duda menor. Pero en este Evangelio no solo hallamos ya referencias generales negativas a “los judíos”, sino el modelo (históricamente inverosímil) de relato de la vida y muerte de Jesús que se perpetúa en la tradición cristiana con las funestas consecuencias de todos conocidas.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 9 de Noviembre 2011
“La mujer en el cristianismo” de Hans Küng (414-01)
Hoy escribe Antonio Piñero


El libro que comentamos es ya antiguo (1ª edición alemana de 2001; trad. española de 2002, de Daniel Romero, Editorial Trotta, Madrid), pero la Editorial, en su política de reediciones, ha elegido este pequeño volumen, para que vea la luz de nuevo.

Aunque el texto es el mismo que el de 2001, esta reedición tiene al final un nueva bibliografía, puesta al día y complementada por Mercedes Navarro Puerto, conocida teóloga feminista. Este trabajo es muy de agradecer y justifica aún más la reedición, sobre todo porque se tiene en cuenta las publicaciones españolas… ¡menos algunas, aunque las conoce perfectamente!

El libro es breve: 142 pp. en formato pequeño. El ISNB es 978-84-9879-240-9, y creo que el precio es de 12 euros. Hay suficiente número de notas informativas al final del libro. Quizás Mercedes Navarro nos habría hecho un mejor favor aún, si entre paréntesis cuadrados [] hubiera añadido en las notas mismas la bibliografía complementaria o la española; sobre todo en temas generales.

El libro en conjunto merece la pena, y mucho, ser leído, puesto que su autor tiene una excelente capacidad de síntesis, está muy bien informado, y a la vez que sintetiza la opinión que puede extraerse de la investigación confesional (normalmente sólo cita bibliografía alemana e inglesa) expone adecuadamente su opinión personal, documentada y razonada, en cada tema.

El presente volumen dedica dos capítulos a la “mujer en el cristianismo primitivo, donde incluye a Jesús (¿?)”, y la “mujer en la iglesia primitiva” –que son los que más interesan a este Blog. Pero no son menos importantes y esclarecedores otros apartados como

“La mujer en la Edad Media”, con puntos fuertes como el estudio del pensamiento de san Agustín, Tomás de Aquino y la mística medieval, más los movimientos de renovación, como los valdenses, el hincapié en el rigorismo en materia sexual y el auge del culto a María como exaltación de un modelo de mujer;

“La mujer en la época de la Reforma” destaca el impuslo reformador de Lutero, la persistencia de la estructura patriarcal en el cristianismo reformado; la mujer en el mundo dominado por el calvinismo y la iglesia anglicana, y el ataque a las mujeres disfrazado en la persecución general a las brujas:

“La mujer en la modernidad y en la transmodernidad”, donde se tocan temas de verdad interesantes como el mundo de las revoluciones --filosófica, política e industrial-- y el cambio que experimenta la situación de la mujer; el papel de las Iglesias como impulso, o más bien freno incluso hoy día, en la emancipación de la mujer; el movimiento feminista; necesidad aún de notables reformas en las iglesias, sobre todo en la católica, y la situación de la mujer hoy, bien distinta a la de hace un siglo, ciertamente, pero distante aún del ideal, por lo que el autor insta a las mujeres, y varones, a no cejar en el empeño de lograr la verdadera y benéfica igualdad.

El autor divide el tiempo de nuestra civilización occidental (no trata del Nuevo Mundo ni del Oriente) de acuerdo con su conocido modelo de los “paradigmas” (propio del libro El cristianismo. Esencia e historia, Trotta, 5ª ed., 2007):

P 1 = “Paradigma apocalíptico del primer cristianismo “;
P 2 = “Paradigma helenístico de la iglesia antigua”;
P 3 = “Paradigma católico-romano del Medievo”;
P 4 = “Paradigma protestante y reformista”;
P 5 = “Paradigma ilustrado de la Edad Moderna”;
P 6 = “Paradigma ecuménico contemporáneo, ¿o transmoderno?

En conjunto, pues, un librito que toca brevemente todos los puntos que pueden interesar a un lector medio, e incluso especializado, que los toca bastante bien y que se lee con gusto, puesto que Küng tiene el mérito de escribir mirando a los ojos al lector y estableciendo con él un continuo diálogo: es a veces como una conversación transcrita.

Mi interés, como indiqué y es natural en este Blog, que es de cristianismo e historia (antigua, o de los momentos primigenios) se centra en los dos primeros capítulos, a los que haré algunas observaciones.

En primer lugar me extraña mucho el título del primer capítulo: “La mujer en el cristianismo primitivo”, puesto que trata aquí, y no como un apartado previo, a Jesús de Nazaret. Siempre he insistido en que Jesús es fundamento, base y prerrequisito del cristianismo, sin duda, pero que Jesús no fue un cristiano. A veces me pregunto cu-ando la que se autodenomina “la investigación” (a secas, sin más, pero que en realidad se debería llamar investigación dentro de parámetros confesionales) se decidirá a obtener las consecuencias de lo que ella misma repite otra vez.

Recuerden los lectores a Rafael Aguirre – Carmen Bernabé y Carlos Gil Albiol: “Qué se sabe… de Jesús de Nazaret” Estella, Verbo Divino, 2010, donde se proclama a página llena que Jesús fue siempre un judío fiel, y que jamás se apartó del judaísmo..., pero donde no se sacan, ni mucho menos, las consecuencias de una afirmación expresada de un modo tajante y absoluto. Por tanto. Situar a Jesús dentro del “cristianismo primitivo” es como poco un error tipográfico. Menos reproche, pues, si el teme "Jesús" hubiera ido en sección, o capítulo aparte.

Respecto a la sección “Jesús, amigo de las mujeres”, yo añadiría simplemente “y de los varones…”. ¿Es en la antigüedad que nos ocupa era algo especial el ser “amigo de las mujeres”? No acabo de verlo, porque nos consta que los rabinos de la época, tildados de supermachistas, trataban bien, exteriormente al menos, a las mujeres: igual que el caso de Jesús, donde se habla de exterioridades, salvo quizás en el caso de Marta y María (= en el Evangelio de Juan, donde casi todo puede ser simbólico). No considero justificada la frase “Jesús se había liberado de la praxis de marginar a la mujer”. Al parecer, al menos Juan Bautista también, porque, en lo que sabemos, no negó el bautismo a las mujeres. Por tanto, opino que Küng cae también en el mito de las generalidades sin pruebas suficiente o sin reflexión sobre el entorno.

“A Jesús no les ajeno un interés personal por las mujeres”… ¡Como tampoco a los rabinos…, quienes tendían ya a pensar que el matrimonio era indispensable al varón para llegar a las sabiduría vital necesaria! (¡Atención! En el siglo I no era “obligatorio” para los ”rabinos” casarse; eso será bastante más tarde). Y ¿cómo puede una casarse sin “interés personal en las mujeres”?

Del rabino Jesús sabemos muchas más cosas, a pesar de la navaja de la crítica, que de cualquier otro rabino de su época. Por ello, no es raro que salga a relucir el tema en Jn 11,1-5; 12,1-3).

Aquí otra observación de pasada: la cita de Küng, n. 4 de p. 15 de Lc 10,38-40:

“Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.39 Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra,40 mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude»”.

no me parece pertinente del todo.

Tampoco es pertinente la siguiente afirmación, si se refiere sólo al mundo de Jesús que es del que se está hablando:

“Originariamente los Doce no fueron llamados apóstoles”… sólo el evangelista Lucas los iguala”.

Ahora bien, en el tiempo de Jesús, no sabemos de más “apóstoles” en el sentido etimológico que los Doce (Evangelio de Marcos) y los 72 (Evangelio de Lucas), y de ellos no nos consta que ninguno fuera mujer.

Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Martes, 8 de Noviembre 2011
Vida del apóstol Tomás según sus Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hecho X (cc. 119-133): Bautismo de Migdonia

Estaba Migdonia reflexionando sobre lo sucedido, cuando se le presentó Judas Tomás. Al verlo, quedó aterrada y cayó al suelo como muerta. Tomás la tomó de la mano y la tranquilizó. La mujer estaba desconcertada viendo al apóstol fuera de la prisión. Pero escuchó la explicación de los hechos en el sentido de que Jesús era más poderoso que todos los reyes y gobernantes. Para él no existían ni puertas ni llaves que se resistieran a su voluntad.

Migdonia, fiel a su obsesión, pidió a Tomás que le concediera el sello de Jesucristo (el bautismo). Entró, pues, en el patio de su casa y rogó a su nodriza Marcia que le hiciera el favor más importante de todos los que le había hecho hasta ahora. No era otro que el aportar todo lo necesario para el rito del bautismo: pan, mezcla de vino con agua y un poco de aceite. Se supone que el rito del bautismo o sello debía ir seguido de la celebración de la eucaristía.

Cuando la nodriza aportó lo que Migdonia había solicitado, se colocó delante de Judas Tomás con la cabeza descubierta. El apóstol vertió el aceite sobre la cabeza de la mujer pronunciando una plegaria que acababa pidiendo la curación para Migdonia en virtud de aquella unción. Cumplido aquel gesto, pidió a la nodriza que desnudara a Migdonia y la cubriera con un lienzo de lino. Había allí una fuente de agua, a la que bajaron y en la que “el apóstol bautizó a Migdonia en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Una vez que Migdonia quedó bautizada y vestida, partió el pan el apóstol y “tomando un recipiente de agua, hizo partícipe a Migdonia del cuerpo del Señor y del cáliz del Hijo de Dios” (c. 121,2). Se oyó una voz del cielo que dijo: “Sí, amén”. Cuando Marcia oyó esta voz, suplicó a Tomás que le diera también a ella el sello. El apóstol se lo concedió diciendo: “La gracia del Señor sea sobre ti, como sobre los demás” (c. 121,3).

Judas Tomás había realizado varias acciones fuera de la cárcel, de la que había salido porque las puertas se abrieron solas mientras los guardias estaban dormidos. Regresó tranquilamente reflexionando sobre la victoria que Jesús había obtenido sobre la muerte y dándole gloria por su misión misericordiosa. Despertaron entonces los guardianes y quedaron sorprendidos al ver que las puertas estaban abiertas, pero los presos dentro.

Una vez que amaneció, se acercó Carisio a la alcoba de Migdonia, en la que se encontraba con su nodriza. Ambas mujeres rezaban invocando a Dios para que apartara de ellas la locura de Carisio. Al oír su nombre en el contexto de la plegaria de Migdonia, volvió Carisio a la carga. Él prometía realidades, el mago Tomás sólo ilusiones mágicas. Recordaba los tiempos pasados y los recuerdos de días felices. Migdonia respondió con un alegato sobre lo pasajero de una vida transitoria frente a la vida eterna que ahora se le ofrecía. Carisio era un esposo pasajero y mortal, Jesús era el esposo verdadero e inmortal (c. 124,3).

Interrogatorio a Judas Tomás

La situación había llegado al paroxismo. Carisio acudió al rey para solicitar su ayuda y su actuación. Pero cuando el rey le propuso acabar cuanto antes con Judas Tomás, Carisio prefirió elegir la estrategia de obligarle a persuadir a Migdonia a que fuera lo que antes había sido. Así las cosas, el rey Misdeo envió a buscar a Judas para interrogarle. El interrogatorio giró alrededor de un tema recurrente. El apóstol enseñaba que Dios exigía de los hombres una vida pura, lo que Tomás admitía paladinamente. Lo mismo que el rey exigía que sus soldados vivieran con aseo y dignidad, lo mismo pedía Dios a sus servidores. Sus exigencias insistían en la renuncia al adulterio, el robo, la embriaguez y las acciones vergonzosas (c. 126, 3).

El rey dejó libre a Tomás rogándole que convenciera a Migdonia para que no se separara de su marido. El apóstol insistió en que Migdonia era libre, pero que nada, ni el hierro ni el fuego, podrían apartarla de la decisión vital que había adoptado. Misdeo pasaba a las amenazas. Si Tomás le hacía caso, se ahorraría nada menos que su propia vida. Pero si no lograba convencer a Migdonia, podría dar su vida por perdida. Carisio repitió los ruegos y las amenazas que había proferido el rey. Marchó luego con Tomás a su casa, donde encontró a Migdonia en compañía de Marcia. Migdonia pronunció unas palabras expresando su deseo de ver abreviada su vida para poder ir a contemplar al ser hermoso del que Tomás le había hablado. Tomás se colocó al lado de Migdonia, que le hizo una profunda reverencia. Carisio vio en el gesto el respeto que Tomás inspiraba a la mujer. Colegía que cualquier cosa que él le pidiera, lo cumpliría inmediatamente.

Judas dijo entonces a Migdonia unas sorprendentes palabras: “Haz caso, hija mía Migdonia, a lo que te dice Carisio”. Era pura estrategia. Migdonia hizo una exposición de su criterio tan firme como inmutable. Carisio dirigió entonces sus amenazas contra Migdonia. La aherrojará y no permitirá que pueda tratar con el mago. Por lo demás, él sabía muy bien cómo tenía que actuar. Judas Tomás salió de la casa de Carisio y se dirigió a la de Sifor. El general le ofreció una sala de su casa para que pudiera enseñar allí. Prometía además que en adelante tanto él como su mujer y su hija vivirían en castidad. Pedía luego la gracia del sello para que pudieran convertirse en adoradores del Dios verdadero y en ovejas fieles de su rebaño.

(Dibujo: Símbolos del bautismo)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 7 de Noviembre 2011
Hoy escribe Antonio Piñero


M. Harris sostiene que la continuidad entre la enseñanza original de Jesús y la tradición militar mesiánica judía viene sugerida por el estrecho vínculo entre Jesús y Juan Bautista. Además, los Evangelios están de acuerdo en a Juan Bautista fue el precursor inmediato de Jesús.

Este doble argumento me parece cierto: ¿cómo el que sigue va a mantener una doctrina radicalmente opuesta a la del que, con la visión que dan cuarenta años o más, se le nombra como precursor?

Por otro lado el vínculo del Nazareno con su precursor resulta claro cuando cae uno en la cuenta de que Jesús fue el penitente más famoso de Juan Bautista, que aceptó su bautismo como signo de que cambiaba de vida, que se había arrepentido de sus faltas anteriores, que le habían sido ya `perdonadas gracias a este arrepentimiento y que el signo exterior de este perdón eran las aguas bautismales del Jordán, sin necesidad de ir a Jerusalén, al Templo, para ofrecer uN sacrificio confirmatorio del perdón.

Según Mc 6,14-15 y Jn 1,20 se ve que Jesús era a veces considerado, como Juan, una encarnación de Elías, o el mismo Bautista reencarnado tras su asesinato. La imagen que Jesús proporcionaba podía ser en ocasione muy similar a la del Bautista; de lo contrario no se explica la confusión.

Los evangelistas describen con palabras semejantes y sintéticas los inicios del ministerio de Jesús y la predicación de Juan Bautista. Basta con comparar los cuatro versículos que siguen. Los dos primeros de cada grupo tienen como sujeto a Juan Bautista. Los dos segundos de cada grupo, a Jesús.

Mt 3:2 «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.»
Mr 1:15 «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»

Mt 3:7 Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente
Mt 23:33 «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?

Según el evangelio de Juan 3,22-26 cuando Jesús inicia su camino particular como mensajero de la venida del reino de Dios está haciendo la competencia directa al Bautista con una doctrina semejante:

A Jesús, lo mismo que al Bautista, lo consideraron también el mesías de Israel.

La oración del Padre¬nuestro, que se atribuye en los Evangelios a Jesús, podría en realidad proceder de Juan Bautista. Así lo insinúa Lc 11,1 :"Enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos".

De todo esto, y de muchos más parecidos entre Juan Bautista y Jesús que ha puesto de relieve Fernando Bermejo en numerosas postales puede deducirse razonablemente que Jesús fue en principio un discípulo de Juan.


Seguiremos examinado otros argumentos de M. Harris a propósito del mesianismo de Jesús y us consecuencias.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Domingo, 6 de Noviembre 2011
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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