Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Dado que las cuestiones planteadas en mi post de la semana pasada han generado numerosos comentarios de todo signo y condición, escribo hoy para aclarar algunos extremos y dejar aún más claro lo que pienso al respecto. 1) En mi post anterior, señalé que –como han argumentado detenidamente muchos respetados autores a los que sería paranoide (por no decir, simplemente: idiota) acusar de paranoicos– el antijudaísmo forma parte del núcleo duro del pensamiento cristiano. Comencé haciendo referencia a varios autores y autoras bien conocidos en la investigación sobre este tema, y como obra muy reciente cité un libro de Amy-Jill Levine (una estudiosa bien conocida en la investigación sobre Jesús, y que es la única mujer judía que forma parte del consejo de redacción del Journal for the Study of the Historical Jesus, integrado mayoritariamente por varones cristianos), evidentemente no como argumento de autoridad, sino precisamente porque esta autora es una de las que ha reflexionado sobre el instructivo hecho de que se puede ser un cristiano inteligente, bienintencionado e incluso progresista, y al mismo tiempo tener sin embargo instalado en lo más profundo tics antijudíos, que se manifiestan aun inconscientemente. Dado que yo he escrito un simple post (no un artículo o un libro), resulta poco razonable (como hace algún lector) pedir que yo reproduzca los ejemplos que pone esta autora. Quien esté interesado, tiene una amplia bibliografía disponible. 2) La idea de que se puede ser un cristiano inteligente y bienintencionado (e incluso progresista) y al mismo tiempo tener sin embargo instalado en lo más profundo tics antijudíos resulta contraintuitiva (uno esperaría que el cristiano inteligente y bienintencionado –como en general las personas inteligentes y bienintencionadas– haya superado totalmente tales prejuicios), pero lo contraintuitivo no es, ni mucho menos, siempre falso (no es necesario llegar a niveles subatómicos y hablar de física cuántica para advertirlo). Y es precisamente porque esta idea refleja un hecho incontrovertible por lo que me parece interesante reflexionar sobre ella en compañía de nuestros lectores. Que muchos cristianos pretendan negar a toda costa esta verdad es muy comprensible (es ciertamente una verdad difícil de digerir), y ya solo esto permite comprender el escasamente caritativo tono de los comentarios de algunos lectores. 3) No estará de más decir explícitamente que, aunque el antijudaísmo forma parte del núcleo del pensamiento cristiano, y aunque por tanto los tics antijudíos aparecen por doquier en la exégesis y la teología cristianas, hay cristianos capaces (tras un arduo trabajo intelectual y emocional) de deshacerse de algún modo de aquél. De hecho, personas como G. F. Moore o Charlotte Klein fueron cristianos (esta última nació judía). Pasa con esto lo mismo que con la figura histórica de Jesús: al igual que los estudiosos cristianos que son capaces de distinguir nítidamente entre historia y teología son una muy exigua minoría (pero existen), los cristianos que son capaces de superar su antijudaísmo son una muy exigua minoría (pero existen). Omnia praeclara rara. 4) Como ejemplo del alcance del tic antijudío en personas a las que nadie acusará (tampoco, nótese bien, el autor de estas líneas) de cabal antijudaísmo puse el ejemplo de una afirmación reciente de un teólogo español, que repito aquí: […] los mismos procedimientos y calumnias con que hace dos mil años otros amargaron la vida a Jesús de Nazaret... hasta asesinarlo Queda perfectamente claro que, aunque aquí no se nombre a los judíos, son los judíos los referidos. No es solo que –a pesar de lo que intenta argumentar un lector- no parece poder decirse que los romanos calumniaran a Jesús, sino que la continuidad expresada en la frase –procedimientos y calumnias... hasta asesinarlo– no puede evidentemente referirse a las autoridades romanas, las cuales (que sepamos) tuvieron contacto directo con Jesús solo al final de la vida de este. El texto se refiere obviamente a judíos, y afirma que estos asesinaron a Jesús. Y esto reproduce la fabulación, contenida en los Evangelios canónicos (y tras ellos en innumerables obras cristianas) acerca de los adversarios (judíos) de Jesús empeñados en eliminar a este desde el principio, hasta que al final lo consiguen. La frase del teólogo delata, por tanto, quiérase o no, un tic antijudío. 5) A diferencia de lo que dice un lector, yo no “juzgo” al teólogo en cuestión. Me limito a poner nombre a lo que hace. Dar a entender que los judíos asesinaron a Jesús es reproducir una aberración histórica con gravísimas consecuencias morales, aunque se haga de paso y sin mencionar a los judíos. Me limito a poner otro ejemplo de cómo una persona que seguramente no cree ser (y sin duda no puede ser calificada de) “antijudía” puede decir cosas que delatan, en el fondo, profundos prejuicios antijudíos. Y puede hacerlo porque el mito cristiano fundamental, que este teólogo comparte, es intrínsecamente antijudío (v. infra). El simple interés del caso es que hablamos de un teólogo progresista en la España contemporánea, no de un teólogo nazi ni de un discípulo de Bultmann en la Alemania de la posguerra, algo que nos quedaría un poco más lejos. 6) Tienen evidentemente toda la razón los lectores que afirman que los judíos son como los demás humanos y se les puede criticar. Gran verdad, a fe mía, pero yo jamás niego perogrulladas. Y podría ser que algunas autoridades judías hubieran tenido una cierta participación en el arresto de Jesús, y afirmar esto no implicaría antijudaísmo. Cierto, pero yo no he afirmado lo contrario. Así pues, las proclamas de algunos lectores sobre que no resulta antijudío postular que pudo haber una participación judía en el destino de Jesús no tocan en lo más mínimo a mi argumento ni constituyen un argumento contra mí (véase lo que sigue). 7) El antijudaísmo se evidencia no en la aceptación de algún tipo de participación judía en la muerte de Jesús –y por ello ni Ed Sanders ni B. Ehrman necesitan padecer de antijudaísmo–, sino en postular (por prejuicios teológicos) determinados modos de participación para los cuales no hay fundamento histórico. Por ejemplo, existe una diferencia muy sustancial entre afirmar que las autoridades judías, tras una acalorada discusión y como mal menor, decidieron parar los pies a un Jesús políticamente peligroso colaborando en su arresto para evitar el probable derramamiento de mucha sangre inocente (como puede deducirse de una lectura crítica del Cuarto Evangelio: Jn 11, 47-50) y afirmar que esas autoridades judías, por odio o envidia, utilizaron “procedimientos” (torticeros) y “calumnias” para “amargar la vida” a Jesús hasta “asesinarlo”. La diferencia entre ambas ideas es abismal, y espero que todo lector sea capaz de verla (pues quien no la viera, francamente padecería de un gravísimo problema de percepción). La primera no implica antijudaísmo, la segunda sí. 8) Y aquí se halla el problema (o uno de ellos): que la suma de calumnias e interpretación in pessimam partem que sobre las autoridades judías nos regalan a menudo los Evangelios es aceptada como fiable (¡cómo no, si son considerados Sagrada Escritura!) en el mundo cristiano, comenzando por el mundo de la exégesis y la teología. Así, la muerte de Jesús (el gran Jesús, el paradigma de todas las virtudes, el individuo único al que se adora) se explica por el odio y la envidia que por él sentían muchos de sus correligionarios, espiritualmente muy inferiores y que no eran capaces de soportar su maravillosa superioridad espiritual. Este cuento cristiano es al mismo tiempo un cuento chino, no porque los correligionarios de Jesús fueran tipos maravillosos (los jerarcas religiosos judíos no fueron seguramente mejores, moralmente hablando, que los jerarcas cristianos –entre los cuales hay gente muy noble y decente, pero también una gran cantidad de cínicos y miserables–), sino por dos razones que tienen todos los visos de ser históricamente fiables: 1ª) Jesús de Nazaret fue crucificado, es decir, ejecutado con una pena romana según el derecho romano; 2ª) los propios Evangelios ofrecen información abundante que apunta a que los romanos tuvieron razones suficientes para crucificar a Jesús (sin necesidad alguna de ser instigados a ello por judíos; v. infra). 9) Presupongo en todos nuestros lectores la capacidad de a) distinguir entre asesinato y ejecución; b) entender que en muchos casos no existe distinción real entre ambas, pues muy a menudo, en el mundo humano, la ejecución es un asesinato encubierto. Confío en que los lectores presupongan que también yo tengo esta doble capacidad (aunque algún amable lector parece sugerir lo contrario). Por tanto, debo de tener alguna razón para haber observado que las autoridades romanas responsables de la muerte de Jesús habrían considerado la crucifixión como una ejecución (legítima), no como un asesinato (arbitrario): “el poder romano habría dicho que fue ejecutado por un crimen de lesa majestad”. Pues bien, establecer una distinción, en el caso de Jesús de Nazaret, entre asesinato y ejecución presupone una visión determinada de cuáles fueron con mayor probabilidad las razones de la crucifixión de este personaje. Esta visión no puede ser explicada en dos líneas, aunque hace tiempo dediqué (también mi colega A. Piñero) algunos posts a esta cuestión. En apretada síntesis, digamos que existe un buen número de detalles en los propios Evangelios que explican suficientemente por qué Jesús fue crucificado por los romanos: la acusación contenida en Lc 23, 2 respecto a la prohibición de Jesús de dar tributo al César (en conexión con una lectura crítica de Mc 12,13-17), la exigencia de Jesús a sus discípulos para la adquisición de espadas en Lc 22,36-38, la presencia de armas en el grupo de los discípulos y la resistencia armada en el arresto, la violencia implicada en el episodio del Templo, la conexión establecida en Jn 11,47-50 entre la creencia en (el mensaje de) Jesús y una intervención romana, el juicio por Pilato, el titulus crucis (pretensión de ser “rey de los judíos”), la noticia evangélica sobre una (probablemente muy reciente) sedición en Jerusalén, la crucifixión de Jesús entre “lestai”, etc., etc. 10) Aunque la aplastante mayoría de exegetas y teólogos cristianos (por no hablar de los cristianos en general) pasan de puntillas por estos datos evangélicos, intentan negar su validez u ofrecen de ellos interpretaciones rocambolescas o forzadas, la convergencia de todos esos indicios apunta en el sentido de que Jesús de Nazaret, aun sin ser un zelota, no fue ajeno a la resistencia política contra Roma. Esto explica del modo más sencillo y natural que Jesús fuera crucificado, es decir, ejecutado por un delito de lesa majestad. Por tanto, al escribir que Jesús de Nazaret no fue asesinado por los judíos, sino ejecutado por los romanos, estoy afirmando que la reconstrucción histórica más probable de los acontecimientos permite concluir que Jesús –a diferencia de muchas víctimas totalmente inocentes que en el mundo han sido, son y serán– parece haber sido objetivamente concausa de su propia muerte (aunque a mí personalmente -¿hace falta decirlo?– toda ejecución me repugna). Y que su muerte puede explicarse sin necesidad alguna de postular un sórdido complot por malévolos judíos de nariz ganchuda y torva mirada, que conspiraron contra él para asesinarlo, movidos por el odio, la envidia y la mala baba. 11) El problema, por supuesto, es que la admisión cabal de esta explicación de la muerte de Jesús hace que el mito cristiano central se derrumbe hecho añicos. Se derrumba la fantasía del Jesús-víctima pacífica e inocentísima, se derrumba la fantasía de los romanos benévolos-o-al-menos-engañados, se derrumba la fantasía de las autoridades judías malas-malísimas que odiaban a Jesús porque lo sentían como infinitamente superior moral y espiritualmente a ellos; se derrumba, en definitiva, el mito evangélico central. Dado que es de prever que los cristianos, y en primer lugar los intelectuales cristianos, harán todo cuanto esté en su mano para no reconocer que el mito cristiano central no parece merecer el menor crédito, puede entenderse que para apuntalar tales resistencias prefieran seguir ateniéndose a lo esencial del relato contenido en los Evangelios canónicos (que para eso son sus Sagradas Escrituras), aunque no pocos elementos de ese relato sean no solo históricamente inverosímiles sino también moralmente deletéreos. Así se explica que personas que jamás admitirán conscientemente ser antijudías –y de las que ciertamente no se puede decir que defiendan una concepción cabalmente antijudía– puedan seguir padeciendo toda su vida inconscientes tics antijudíos. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 7 de Diciembre 2011
Comentarios
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Martirio del santo y glorioso apóstol Tomás (HchTom 159-163) Así suena el epígrafe del texto del relato final de los HchTom, que contiene los detalles de su martirio. Tomás regresó a la cárcel acompañado por Tercia, Migdonia y Marcia, que deseaban ser encerradas con él. El apóstol les dirigió unas palabras de despedida y esperanza. Estaba eufórico y gozoso por la cercanía de su final y su inminente entrada en la vida eterna y verdadera. Todo era el cumplimiento de los planes de Dios. La muerte no era sino aparente. Detrás de la salida de este mundo esperaba el ser hermoso y misericordioso para cumplir las promesas de riqueza y felicidad que hizo a favor de los que creen en él. Cuando terminó aquellas palabras, entró en lo más oscuro de la cárcel dejando a las mujeres en la más absoluta desolación. Ellas sabían que el rey Misdeo lo iba a matar. Entretanto, los guardianes de la prisión estaban peleándose entre sí. Discutían sobre el fenómeno de las puertas que el mago extranjero abría y cerraba a discreción con el peligro de una fuga generalizada que sería la perdición de los guardianes. Marcharon para anunciar al rey lo sucedido. Ellos cerraban con sellos las puertas que luego aparecían abiertas. Más aún, su mujer y su hijo no se apartaban del prisionero. Cuando el rey comprobó que las puertas estaban con los sellos intactos, acusó a los guardianes de mentir. El rey Misdeo se sentó en su tribunal y mandó llamar a Judas Tomás. Cuando entró el apóstol, lo despojaron de sus vestidos y le pusieron un ceñidor. El interrogatorio que le hizo el rey versó sobre la personalidad del apóstol, su origen, su dueño. Tomás confesó ser esclavo de Jesús, el Cristo. Misdeo decía haberse contenido para no acabar antes con aquel mago, pero había llegado el momento de librar a su pueblo de sus encantamientos. Misdeo no sabía qué solución tomar, pues tenía miedo de la muchedumbre. Sabía que muchos ciudadanos, incluidos algunos principales, creían en él y en su doctrina. Tomó, pues, a Tomás y lo llevó fuera de la ciudad con algunos soldados armados. Cuando recorrió unos tres estadios, lo entregó a cuatro soldados y a uno de los oficiales con la orden de que lo subieran a la montaña y allí lo alancearan. Hubo un conato de motín de algunos de los presentes que pretendieron liberar a Judas Tomás. Pero los soldados se lo llevaron de allí. El texto refiere el detalle de que el oficial trataba con respeto al prisionero. El apóstol pronunció unas últimas palabras sobre los misterios que se cumplen en la vida del hombre. Añadía unas reflexiones sobre el número cuatro de los soldados que lo atravesarían. Cuatro eran los elementos de los que Tomás confesaba haber nacido. En los OrSib III 24-26 leemos: “El mismo Dios formó a Adán de cuatro letras: A-manecer, el D-ía en su mitad, el A-nochecer y la N-octurna Osa”. En griego el nombre de “Adam” está formado por las iniciales de las palabras Anatolé, Dysis, Arktos, Mesembría (Éste, Oeste, Norte, Sur). Pueden verse las notas sobre el “cuatro” y el “uno” en nuestra edición de los Hechos Apócrifos, vol. II p. 1193. Cuando llegaron al lugar en que Judas Tomás debía ser alanceado, el prisionero dirigió a los soldados unas palabras de aliento y exhortación a creer en el Dios que predicaba. Según la versión siríaca, Tomás les exhortaba a practicar todas las virtudes que llevan a la libertad. Habló luego a Vazán pidiéndole que no impidiera la acción de los soldados, sino que les permitiera cumplir las órdenes del rey Misdeo. Pronunció Judas Tomás una plegaria que iniciaba con su exclamación del encuentro con Jesús resucitado “¡Señor mío y Dios mío!”. Insistía especialmente en la liberación que suponía su muerte. Dijo luego a los soldados: “Venid y cumplid la orden de quien os ha enviado” (c. 168,1). “Los cuatro lo atravesaron a la vez y lo mataron”. Los hermanos presentes lloraban mientras adornaban el cadáver con túnicas y sudarios, y lo depositaban en el monumento donde eran sepultados los antiguos reyes. Sifor y Vazán permanecieron junto a la sepultura hasta que Tomás se les apareció y les rogó que regresaran con la promesa de que no mucho tiempo después serían llevados con el apóstol. Misdeo y Carisio trataron inútilmente de convencer a sus respectivas esposas para que cambiaran de conducta. Tomás se apareció también a ellas y las exhortó a perseverar en su decisión. Sus criados mostraron comprensión a las nuevas actitudes de sus señoras. Los hermanos se reunían en asamblea bajo la dirección de Sifor y Vazán a quienes Judas Tomás había hecho presbítero y diácono respectivamente. Su actividad era tan eficaz que por su medio la fe se acrecentaba en el país. Los HchTom terminan con el relato de la conversión del rey Misdeo. Un hijo suyo sufrió la posesión diabólica por un espíritu terrible que nadie era capaz de vencer. Se acordó entonces de Judas Tomás; pensó que si lograba tocar a su hijo con un hueso del apóstol podría curarlo. Se le apareció Tomás que le prometió el cumplimiento de sus deseos por la inmensa bondad del Señor. El rey fue al sepulcro, pero no encontró los restos de Tomás. Tomó polvo del sepulcro y lo esparció sobre su hijo pronunciando un acto de fe en Jesús. Al ver que su hijo quedaba curado, se incorporó a la asamblea de los hermanos a las órdenes de Sifor. Rogaba a todos que rezaran por él para que Dios le perdonara sus antiguos pecados. “Quedaron así completos los Hechos de Judas Tomás, que realizó en la India cumpliendo el mandamiento del Señor que lo envió, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (HchTom 171,1). ((Corona del Martirio)) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 5 de Diciembre 2011
NotasHoy escribe Antonio Piñero El himno de victoria de los qumranitas (están tan seguros de ella que lo escriben antes de celebrarse la batalla) es una pieza imponente para describir el ánimo de los judíos fanáticos del siglo I: “Levántate ¡oh Valiente! Lleva a tus cautivos, ¡oh hombre glorioso! Saquea, ¡oh valeroso! ¡Pon tu mano sobre el cuello de tus enemigos Y tus pies sobre el mentón de los muertos! ¡Golpea a tus naciones enemigas Y deja que tu espada devore la carne culpable! ¡Colma a la tierra de gloria Y a tu herencia (Israel), de bendición! ¡Una multitud de ganado en tus pastos! ¡Plata, oro y piedras preciosas en tus palacios! ¡Oh Sión, regocíjate mucho! ¡Oh Jerusalén, aparece entre gritos de alegría! ¡Oh todas las naciones de Judá, mostraos! Abrid vuestras puertas para siempre ¡Que entren los ricos de las naciones! Y que sus reyes te sirvan Y que todos tus opresores se dobleguen ante ti! ¡Qué muerdan el polvo a tus pies! Mi opinión es que no había ningún judío piadoso en el siglo I, enb los años de Jesús, que no suscribiera al pie de la letra este himno de victoria. Obsérvese que el reino de Dios (que Jesús jamás explica) ocurre en la tierra de Israel y está lleno de bienes materiales. Es claro que éste es también el marco escatológico / apocalíptico de Juan Bautista, ya que su bautismo –-aunque diverso del de los esenios (donde no había propiamente como acto único, sino como inmersiones en agua corriente, repetidas, para purificar de impurezas y pecados)—tiene raíces comunes con estas inmersiones esenias y con el transfondo general judío del agua como elemento básico de la purificación. Compárese este himno esenio de victoria con unos versos del Salmo 17 de Salomón (apócrifo, naturalmente, compuesto hacia el 60 a.C. quizás por un fariseo, es decir, de una mentalidad parecida a la de Jesús): “Mira a Israel, Señor, y suscítale un rey, un hijo de David, en el momento que tú elijas, oh Dios, para que reine en Israel, tu siervo. Rodéales de fuerza, para quebrantar a los príncipes injustos, para purificar a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola, Para expulsar con tu justa sabiduría a los pecadores de tu heredad, para quebrar el orgullo del pecador como vaso de alfarero, Para machacar con vara de hierro todo su ser, para aniquilar a las naciones impías con la palabra de su boca, Para que ante su amenaza huyan los gentiles de su presencia y para dejar convictos a los pecadores con el testimonio de sus corazones”. Y concluye M. Harris (p. 163). El texto de Qumrán “hace sumamente difícil separar las enseñanzas de Juan Bautista, tal como se relatana en los evangelios, de la corriente principal de la tradición mesiánico-muilitar judía. “No pretendo saber qué es exactamente lo que se proponía Juan Bautista, pero el contexto terrenal en el que debemos juzgar su conducta no puede ser (como lo interpretan los Evangelios y lo hacen la inmensa mayoría de los cristianos de hoy) el de una religión que todavía no había nacido, el cristianismo. Sólo puedo pensar en los dichos y hechos de Juan Bautista relatados a una chusma polvorienta de campesinos, celotas, evasores de impuestos y bandidos, metidos hasta las rodillas en el Jordán, consumidos por un odio insaciable hacia los tiranos herodianos, los arrogantes gobernadores romanos, y los soldados paganos que se tiraban pedos en los lugares sagrados”. “Herodes Antipas encontró después tan poca diferencia entre Jesús y el Bautista que se dice que observó: ‘Es Juan a quien decapité, resucitado de entre los muertos’”. En mi opinión, y como mero historiador debe suscribirse prácticamente todo lo que dice aquí M. Harris. Más tarde, veremos. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 2 de Diciembre 2011
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
A lo largo del siglo XX, diversos estudiosos (George Foot Moore, Samuel Sandmel, Charlotte Klein o Ed Sanders, entre otros) denunciaron repetidamente –a veces, expresando comprensible hartazgo– la existencia de prejuicios antijudíos en la exégesis y la teología cristianas (incluyendo a los autores más representativos de estas), y la caricaturización del judaísmo concomitante. En 2006, la estudiosa judía Amy-Jill Levine, en su libro The Misunderstood Jew (El judío malentendido) mostró cómo en las últimas décadas, exegetas y teólogos cristianos siguen caricaturizando el judaísmo de tiempos de Jesús (una magnitud, añadamos, en buena parte desconocida). Levine no se refiere a fundamentalistas ignorantes y cerriles o a teólogos dogmáticos ultramontanos, sino que pone ejemplos de retórica antijudía extraídos de las obras de gente considerada tan progresista como los teólogos de la liberación Gustavo Gutiérrez o Leonardo Boff, o de teólogas cristianas feministas. Como afirma Levine, “el mal de la interpretación antijudía bíblica y teológica es tan pernicioso, tan omnipresente, que afecta incluso a aquellos que buscan su erradicación […] el antijudaísmo es promovido incluso por las mejores instituciones, los teólogos más progresistas y los más sensibles de entre quienes trabajan por la justicia y la paz”. En una palabra, estamos hablando de un aspecto que forma parte del hardware cristiano. Hace algunas semanas, un conocido teólogo de nuestro país, con fama (según creo) de progresista –y cuyo nombre, dado que no voy a hacer un elogio ni una crítica individualizada, prefiero omitir–, dejaba constancia en una entrevista reflejada en las páginas de Religión Digital de las disputas entre cristianos católicos en la España contemporánea. El párrafo, refiriéndose a católicos conservadores que critican a otros, terminaba de esta guisa (literal): “En el fondo, reproducen hoy los mismos procedimientos y calumnias con que hace dos mil años otros amargaron la vida a Jesús de Nazaret... hasta asesinarlo.” Dado que las fuentes disponibles no nos dicen que los romanos “amargaran la vida” a Jesús de Nazaret (excepto, claro, en sus últimos momentos) y dado que no dice que lo calumniaran, pero dado que sí dicen que esto lo hicieron algunos de sus correligionarios, si la transcripción de la entrevista está bien hecha, nuestro teólogo parece estar efectuando una comparación de algunos cristianos contemporáneos con los adversarios judíos de Jesús. O sea, el teólogo en cuestión está afirmando que Jesús no solo fue “asesinado” (aunque el poder romano habría dicho que fue ejecutado por un crimen de lesa majestad: que si la pretensión de ser rey de los judíos, que si una intervención violenta en el Templo de Jerusalén en plena Pascua, que si las armas del grupo… ya saben), sino que fue asesinado por sus adversarios judíos. Ciertamente, se dirá, esto es lo que se espera que diga un teólogo cristiano –tanto más si es un eclesiástico–, pues no en vano los cristianos llevan un par de milenios distorsionando la historia de este triste modo. Y, en efecto, esto es lo que uno espera de un teólogo, por muy progresista que se declare (o los demás le declaren): que reproduzca los mitos fundamentales derivados de las Escrituras que juzga sagradas y que sostienen su visión del mundo, y la de aquellos que lo leen. Al mismo tiempo, sin embargo, es la propia intelligentsia cristiana la que no deja de presumir de haber sido alcanzada de lleno por la Ilustración, de saber qué es eso de la crítica histórica y las Tendenzen, y de haber dejado atrás los más burdos prejuicios antijudíos. El aserto del teólogo es tanto más elocuente, cuanto que no está escribiendo sobre el judaísmo explícitamente, y por tanto lo que sale de su boca es sin duda lo que realmente piensa (y lo que sabe que los suyos comparten con él) en el fondo de su corazón y de su cabeza. Tal vez el teólogo no quisiera decir lo que dijo, pero el caso es que es eso exactamente lo que dijo, perpetuando de este modo una de las distorsiones más repulsivas, aberrantes y deletéreas que debemos a la concepción cristiana del mundo, y que ha sembrado en este (y seguirá sembrando) inacabables males. Este es solo un ejemplo –entre los miles que podrían mencionarse- del antijudaísmo que forma parte del hardware cristiano, que sigue operativo hoy en día y que seguirá siéndolo, tal vez, durante siglos. Pero si esto lo hace un teólogo cultivado, que sin duda lee muchos libros, y al que hay que suponer una cierta inteligencia e incluso tal vez una cierta sensibilidad moral (digo “tal vez”, porque lamentablemente ambos valores no siempre van parejos), uno puede deducir fácilmente qué (no) harán los demás. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 30 de Noviembre 2011
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho XIII (cc. 150-158): Bautismo de Vazán El Hecho decimotercero y último se desarrolla en torno al hijo del rey. Todo empieza con una súplica del joven Vazán, dirigida a Judas Tomás, en la que proyecta convencer al carcelero a fin de que permitiera al apóstol salir de la cárcel para ir a la casa de Vazán y administrarle el bautismo. De ese modo se convertiría en siervo de Dios y guardián de sus mandamientos. Informaba a Tomás de que a pesar de su edad de veintiún años, llevaba siete unido en matrimonio con la joven Mnesara. Vivía Vazán con su esposa en castidad, lo mismo que había vivido hasta el momento de contraer matrimonio con ella. Su conducta de continencia absoluta y de no haber conocido mujer era motivo del concepto de inútil que su padre tenía de él. Mnesara, su joven esposa, estaba aquejada de una enfermedad muy grave. El ruego de Vazán abarcaba la intención de que el apóstol curara a Mnesara como preludio de la prometida vida eterna. “Si crees, verás las maravillas de Dios”, fue la respuesta de Tomás. Entretanto, Tercia, Migdonia y Marcia, sobornaron al carcelero mediante una fuerte suma de dinero y entraron también en la cárcel, donde ya estaban Vazán y el general Sifor con su mujer y su hija. Los presos estaban sentados escuchando la palabra predicada por el apóstol. Cuando Judas Tomás vio a las tres damas dentro de la cárcel, quiso saber de qué medios se habían valido para entrar. Tercia explicó que el mismo apóstol en persona las había invitado a entrar como premisa para que la gloria del Señor quedara de manifiesto. Entró Tomás y cerró las puertas, por lo que las tres mujeres tuvieron que sobornar al carcelero para que les franqueara la entrada. Tomás quiso que las tres mujeres contaran los detalles de su entrada en la cárcel, lo que no dejaba de producirles sorpresa dado que Tomás no se había apartado de ellas. Tercia contó que su esposo el rey confiaba en que todavía no estuviera hechizada por las artes de Tomás, como hacía con todos “mediante el aceite, agua, pan y vino” (c. 152,1). (La versión griega suprime aquí una vez más la mención del vino, recogida en el siríaco). Para ello, mantenía encerradas a Tercia, Migdonia y Marcia, que fueron liberadas milagrosamente por el apóstol. Tercia expresaba su temor de no poder resistir a las maniobras de su esposo Misdeo si no eran confirmadas antes por el bautismo. En consecuencia, pidió con carácter de urgencia a Tomás que les concediera el sello. Cuando ya había iniciado Tomás la ceremonia con una solemne invocación, llegó el carcelero y ordenó que apagaran las lámparas para que los sucesos no llegaran a oídos del rey. Apagaron, en efecto, las lámparas y se durmieron. Judas Tomás conversaba con el Señor pidiendo que iluminara a los suyos. Al punto, la cárcel se llenó de luz, que no percibieron los encarcelados, sino que fue contemplada solamente por los que creían en el Señor (c. 153,2). El apóstol encargó a Vazán que trajera y preparara todo lo necesario para el servicio. Las puertas de la prisión se abrirían y cerrarían sin problema porque los guardianes dormían. Vazán se encontró en el camino con su esposa Mnesara que acudía al encuentro con Tomás. Se había podido levantar sola porque había sido ayudada por un misterioso joven que la acompañaba. El joven y su misión recuerdan la escena de los HchPl en Éfeso, referida en el Papiro de Hamburgo 3,10-4,5 Llegaron todos a la casa de Vazán. Cuando Mnesara vio a Tomás, recordó que había sido él quien la había entregado al joven que la traía de la mano. Se volvió para señalar a su acompañante, pero había desaparecido. Al sentirse sola e incapaz de mantenerse en pie, Judas le dio seguridades diciéndole: “Jesús te conducirá de ahora en adelante” (c. 155,2). La joven Mnesara se puso a correr delante de todos. Alrededor de la casa de Vazán, una gran luz iluminaba la noche. Entretanto, pronunció Judas Tomás una larga plegaria introductoria de la ceremonia bautismal. Nombraba nominalmente a Vazán, Tercia y Mnesara para quienes pedía que Jesús fuera para ellos guía, médico y descanso. Al punto, encargó Tomás a Migdonia que desvistiera a sus hermanas Tercia y Mnesara. Las ciñó luego con ceñidores y las condujo al apóstol. Iba Vazán en primer lugar, las demás le seguían. Judas Tomás tomó un recipiente con aceite y pronunció una invocación sobre el significado del aceite en la vida de hombre. Pidió después que Jesús derramara su gracia y su poder sobre el aceite que iba a ser el material de la unción previa al bautismo. Vertió primero el aceite sobre la cabeza de Vazán y luego sobre las de las dos mujeres rogando que sirviera como “perdón de los pecados, rechazo del adversario y salvación de sus almas”. Ordenó a Migdonia que ungiera a las mujeres, como él lo hizo con Vazán. “Después de ungirlos, los hizo bajar al agua en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (c. 157,4). Según era habitual, tras la ceremonia del bautismo siguió la fracción del pan o celebración de la eucaristía. En efecto, tomó Judas Tomás pan y un cáliz. Una vez más la versión siríaca añade el detalle de que el cáliz contenía una mezcla de vino y agua. La bendición que pronunció era una exposición de la doctrina eucarística. Decía claramente: “Comemos tu santo cuerpo crucificado por nosotros, y bebemos tu sangre derramada por nosotros para nuestra salvación” (c. 158,1). Recordemos que la fecha de composición de estos HchTom se remonta a principios del siglo III. Después de esta diáfana confesión, suplicaba Judas Tomás una serie de dones relacionados con detalles de la pasión de Jesús, tales como la hiel que le hicieron beber, las burlas en el pretorio, la corona de espinas, el sudario con que fue vendado, la sepultura y la resurrección. A continuación, partió el pan y se lo dio a Vazán, a Tercia, a Mnesara, a la mujer de Sifor y a su hija diciendo: “Sea para vosotros esta eucaristía salvación, alegría y salud de vuestras almas”. Los interesados respondieron con el “amén”, ratificado por una voz celestial que al solemne “amén” añadía la recomendación de no temer, sino de creer (c. 158,3). (Símbolos del la eucaristía) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 28 de Noviembre 2011
NotasHoy escribe Antonio Piñero Sobre la base de la imaginación popular judía acerca de la actuación escatológica de este personaje no presenta M. Harris más que un documento/ejemplo: El “Rollo de la Guerra” descubierto entre los documentos del Mar Muerto. Nuestro autor resume así el contenido del Rollo: en él se describe la batalla final entre el Imperio romano e Israel, ayudado por El más fuerte” y el resultado era una total ruina Para el Imperio: “Roma sería sustituida por un nuevo imperio con capital en Jerusalén, gobernado por un mesías militar descendiente de una rama de la casa de David, más poderoso que ningún César jamás visto en la tierra. Los judíos fieles (para los esenios, sólo ellos), los ‘hijos de la Luz’, dirigidos por el Ungido (= el cristo) de Israel, general invencible (porque detrás de su brazo están Dios y sus ángeles), se disponen a librar la batalla definitiva contra los ‘hijos de las Tinieblas. Sería una guerra de aniquilación. Veintiocho mil guerreros judíos y 8.000 aurigas atacarían a los romanos. ‘Emprenderían la persecución par exterminar al enemigo en una aniquilación eterna…, hasta destruirlo del todo. “La victoria estaba garantizada porque ‘Tú (oh Dios) nos lo has declarado desde antaño: ‘de Jacob saldrá una estrella<, de Israel surgirá un cetro (tomado de Números 24,17 “Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel. Aplasta las sienes de Moab, el cráneo de todos los hijos de Set” = profecía de Balaán… que está en la mente de Mateo cuando habla de los magos guiados por una estrella hacia el lugar donde está reclinado el rey-mesías de Israel que acaba de nacer; más tarde la mención de la ‘estrela servirá para que se aplique este oráculo a Bar Kochba, “hijo de la estrella” el jefe de la segunda Gran Insurrección judía contra Roma, acabada desastrosamente en el 135 d.C. ). “Israel habría de vencer porque ‘en el pasado has devorado mediante tus ungidos al mal como una antorcha encendida en una andana de grano… porque desde antaño has proclamado que el enemigo… caería por espada no humana, y una espada no humana los devorará” (p. 161). Mi opinión: este resumen me parece muy acertado y creo que cualquiera que haya leído el Rollo de la Guerra (versión de Florentino García Martínez en Trotta) estará de acuerdo con él. Segundo: he defendido siempre que Jesús no era un esenio. Cierto. Y hay diferencias insalvables entre la doctrina de la secta (sobre odo en materia de interpretación de la Ley y de acercamiento a gentes teóricamente impuras por parte de Jesús). Peo también he defendido que la escatología de Jesús y otras doctrinas de él son muy parecidas a las de los esenios. No hace falta postular ningún influjo directo o copia: las doctrinas judías escatológicas eran compartidas por la mayoría de las ramas del árbol frondoso y pluriforme que era el pensamiento judío del siglo I. En este ámbito de la batalla final escatológica he defendido que Jesús muy probablemente dejaba en manos de Dios la instauración fáctica del Reino. La diferencia estaría en que para Jesús, los 28.000 guerreros y los 6.000 aurigas sería una cifra impensable: Jesús pensaba como le dijo Dios que debía pensar Gedeón: con trescientos o menos bastaba para acabar con Roma !!! Otra observación: nótese cómo la escatología apocalíptica mesiánica está fundada sobre la interpretación de los profetas (¡Balaán, Moisés y David son profetas! Desde la época persa de Israel (siglos VI V y IV a.C.) en los que se editan casi definitivamente los textos antiguos de las Escritura hebreas, para muchos judíos todo el Antiguo Testamento se convierte en un testimonio mesiánico: una espera de la restauración de Israel. Por último: copare el lector el contenido de este Rollo de la Guerra con las batallas del Cordero = Cristo en el Apocalipsis de Juan. El autor es judeocristiano, discípulo fervoroso de Jesús y dice –como Pablo—qa ha recibido de Dios y de Jesús su revelación del final. Hay tanto encono con los enemigos de Dios, que son los mismos = el Imperio romano en el Apocalipsis que en el Rollo de la Guerra. El autor del Apocalipsis está convencido de transmitir la verdad de Jesús. Debería utilizarse más el Apocalipsis para reconstruir la escatología del Jesús de la historia. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 25 de Noviembre 2011
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Aunque, sin duda, los lectores estarán enterados de la noticia a la que hoy me referiré, conviene recordar que en los últimos meses una docena de monjes, monjas y laicos tibetanos se han prendido fuego como modo de protesta contra la represión del gobierno chino. Esta represión no se limita a la inexistencia de la libertad de expresión o de religión, sino que incluye detenciones multitudinarias, desapariciones forzosas, malos tratos y torturas, y posibles homicidios a manos de las fuerzas de seguridad chinas. Las escuelas de secundaria donde los alumnos expresaron su solidaridad con los monjes de algunos monasterios objeto de abusos fueron bloqueadas y allanadas por las fuerzas de seguridad, que quemaron libros. Los campos de “reeducación” (China tiene desde hace décadas los laogai, verdaderos campos de concentración que en los telediarios de Occidente apenas se mencionan) son otra alternativa. En ocasiones, la inmolación sirve como manera extrema de atraer la atención de una opinión pública internacional cada vez más indiferente o complaciente con los interminables abusos de la tiranía del gobierno asiático. Uno de los perversos efectos colaterales de la crisis en Occidente es, en efecto, la sensible disminución del interés por la justicia. Economía obliga. Con objeto de recordar a la opinión pública estos y otros muchos casos de abusos e injusticias, organizaciones como Amnistía Internacional están llevando a cabo varias campañas. Los lectores interesados pueden enterarse aquí de alguna de ellas. http://info.es.amnesty.org/c/r?EMID=09A01JU44C5TU05HJ6D033AML01A8FD6K Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 23 de Noviembre 2011
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho XII (cc. 139-149): Vazán, el hijo del rey Misdeo Misdeo tenía un hijo, de nombre Vazán, no muy bien valorado por su padre, que abrigaba serias dudas sobre su hombría. Se acercó a los soldados y les pidió que le entregaran al prisionero. Vazán expresó a Tomás el deseo de conocer a ese Dios de que hablaba. Tomás le tomó la palabra y le brindó la primera lección sobre su doctrina y su Dios. Reconocía en Vazán al hijo del rey Misdeo, mientras él se confesaba siervo de Jesucristo. Misdeo era un rey temporal, Jesucristo era un rey eterno. Vazán se gloriaba en la riqueza, Judas Tomás se gloriaba en la pobreza. Vazán buscaba refugio en hombres semejantes a él, Tomás se refugiaba en Dios, salvador de reyes y príncipes. Si quería convertirse en siervo de Dios, tenía que vivir en santidad y en la comunión con el Dios que Tomás predicaba. Debía practicar las virtudes con especial referencia a la sencillez. El joven hijo del rey buscaba la manera de liberar al prisionero cuando llegó el rey. Ordenó que llevaran a Tomás al tribunal para interrogarle. Tomás se autoproclamó como un simple hombre que realizaba obras maravillosas por el poder de Jesucristo. A las amenazas del rey respondió Tomás diciendo que nada podría contra el poder de Dios que lo protegía. Irritado el rey, mandó preparar unas planchas de metal incandescentes sobre las que ordenó a los soldados que colocaran a Tomás. Pero cuando quisieron dar cumplimiento a las órdenes del rey, brotó de repente agua abundante debajo de las planchas, que se hundieron de modo que los que las portaban escaparon huyendo. Al ver la cantidad de agua que manaba, se asustó el rey y suplicó a Tomás que rogara a su Dios para que lo salvara de una muerte miserable. Así lo hizo con tanta eficacia que en pocos instantes desapareció el agua. El rey ordenó que llevaran al prisionero a la cárcel mientras reflexionaba cómo tenía que actuar (c. 141,3). Judas Tomás fue conducido a la cárcel, seguido por todos sus amigos, entre ellos, por Vazán y Sifor con su mujer y su hija. Sus acompañantes tomaron asiento mientras Tomás pronunciaba una alocución con timbres de despedida. Como en otros pasajes de estos Hechos, el tono de las palabras del apóstol en la cárcel es de carácter retórico. Se dirige al “Redentor de su alma” con una serie de expresiones de atención como es el término griego idoú (“he aquí”, “mira”, “escucha”), repetido hasta quince veces. Insiste en el concepto de oposición entre la situación presente y la que le espera en su inminente entrada en el reino de los cielos. De la servidumbre accede a la libertad, de la tristeza a la alegría, de la lucha a la paz, de la muerte a la vida, de la esperanza al cumplimiento (c. 142). Pensaban los presentes que el apóstol iba a dejar la vida, pero continuó con su alocución de despedida trazando un perfil de la personalidad de su Maestro con tintes gnósticos. Él es el médico, Señor y juez de la naturaleza, “el unigénito del Abismo”, el hijo de María, considerado como hijo de José el carpintero, el que ha vencido a los arcontes y a la muerte. Intercala en su alocución una larga plegaria, iniciada por el texto del Padrenuestro, en el que falta la petición del “pan de cada día”, añadida por la versión siríaca. Añade la expresión que pronunció en el encuentro con Jesús después de la resurrección: “¡Señor mío y Dios mío!” (c. 144,2). Menciona con cierto orgullo que vivió apartado de mujer para que se mantuviera limpio aquello de lo que Jesús tenía necesidad. Era el momento de dar a Dios gracias por todos los favores que había concedido a los suyos. Alude a la revelación especial que le manifestó hasta el punto que de pobre fue colmado por Dios con la verdadera riqueza. Expresaba su convencimiento de haber cumplido su misión. Para ello, recordaba gestos de la historia bíblica. Había plantado una viña que resultó fecunda, depositó en el banco el dinero que se le encomendó, acudió con presteza al banquete al que se le invitó, su lámpara nunca estuvo falta de aceite, vigiló su casa para que no la perforaran los ladrones, nunca volvió la vista atrás mientras apoyaba su mano en el arado, vació sus graneros para poder llenarlos con los tesoros celestiales, buscó y encontró la fuente que nunca se seca, al interior lo hizo exterior y al exterior interior (Cf. EvTom 22). Ha llegado la hora de recibir la recompensa merecida. Después de recordar la alegría y la paz con las que ha vencido a sus enemigos la luz que Dios ha hecho habitar en él, termina su larga plegaria diciendo: “Quédate conmigo hasta que llegue y te reciba por los siglos de los siglos” (c. 149,2). (Lámpara encendida) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 21 de Noviembre 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Deseo concluir en una serie de postales mi comentario a las ideas del libro de M. Harris, que iniciamos ya hace días. Nos ocupábamos de la figura de Juan Bautista Opina Harris que Juan Bautista reproduce la pauta de los oráculos de los profetas del desierto, conocidos a los lectores de la Biblia. Los gobernantes tenían memoria de que algunos de estos predicadores habían supuesto alteraciones de orden público, como sabemos. Pues bien, en el primer instante en el que el gobernador más cercano al Bautista, el etnarca de Galilea, Herodes Antipas, tuvo el primer síntoma de miedo ante un posible movimiento desbocado de masas, mandó detener al Bautista. Sin embargo, está ausente de los Evangelios toda motivación política. Y del mismo modo, la escena de Marcos del degollamiento de Juan Bautista presenta a un Herodes que –a la vez que mata al posible adversario— lo admiraba y sentía pena de matarlo. Estoy de acuerdo con Harris que el ocultamiento de los motivos políticos, indirectos, sin duda, pero existentes en la proclamación del Juicio por parte del Bautista, pertenece al sesgo o "tendenci" del Evangelio de Marcos y del de sus sucesores. Si hay que defender que el mesianismo de Jesús fue totalmente pacífico, debe ocultarse: A) Que Jesús estuvo durante meses, probablemente con el Bautista, escuchando sus doctrinas y empapándose de ideas escatológicas B) Era preciso ocultar también los motivos de orden público que levaron a Antipas a asesinar al Bautista y hacer hincapié sólo en los motivos morales. Esta falta de motivación política y el remordimiento de Herodes Antipas por quitar de en medio al Bautista están fuera de lugar. M. Harris entiende que uno de los núcleos de la predicación del Bautista era “una pura amenaza militar-mesiánica”: (p. 160) “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego.12 En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” (Mt 3,10-12). En realidad este oráculo de Juan Bautista no aparecía de inmediato relacionado con los “celotas” de la época, es decir los “bandidos” guerrilleros que acosaban a los romanos en pequeñas escaramuzas con fines ante todo religioso-políticos. Si es así, ¿por qué, pues, este oscuro oráculo sobre “El más fuerte” atraía a las masas? Porque entre esas masas flotaba la idea de que “El mas fuerte” podría ser sólo una doble figura: o bien Dios; o bien el representante terreno de la divinidad, encargado de la operación militar de limpiar la tierra de Israel de impurezas antes de la venida del Juicio…; y después del Juicio, sólo los que hubieran resistido ese ataque del “Más Fuerte” entrarían en el Reino. Y, además, las masas sabía que tanto Antipas como sus herodianos no estaban en disposición de resistir al "Más Fuerte". La solución estaba en las manos de Antipas: matar al mensajero para que las turbas no se encandilaran con estas promesas tan peligrosas. En líneas generales esta concepción de M. Harris me parece que se corresponde bastante bien con lo que debía de sentirse entre las muchedumbres que escuchaban al Bautista. Y entre ellas estaba Jesús. Toca preguntarse si es posible saber cómo podían imaginarse al “Mas Fuerte” de un modo más concreto. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 18 de Noviembre 2011
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Que Jesús fue un predicador con hondas convicciones escatológico-apocalípticas es un resultado suficientemente seguro de la historia de la investigación. Una de las muchas razones que han permitido extraer esta conclusión son los testimonios relativos a las expectativas de sus discípulos, por ejemplo respecto a la llegada inminente del Reino y al carácter políticamente liberador del propio Jesús (cf. v. gr. Lc 24, 21: “Nosotros esperábamos que él era el que había de liberar a Israel”; Hch 1, 6: “Señor, ¿en este tiempo vas a restablecer el reino a Israel?”). Si esto es lo que creían sus discípulos, hay que suponer que es su maestro quien transmitió estas ideas. No obstante, desde hace algunas décadas un grupo de estudiosos –en particular, norteamericanos (Marcus Borg, Stephen Patterson, John D. Crossan, Burton Mack, etc.)– pretende construir la imagen de un “Jesús no apocalíptico”. En realidad, puede demostrarse que todos y cada uno de los argumentos de estos autores en favor de tal imagen es inconsistente. Uno de los argumentos consiste en sostener que Jesús fue malinterpretado (en aspectos esenciales) por sus propios discípulos. Así, por ejemplo, el difunto Robert Funk, co-director durante mucho tiempo del "Jesus Seminar", mantuvo esta idea en sus obras (v. gr. Honest to Jesus). El primer problema con esta idea es que presupone, sea que la predicación de Jesús era especialmente complicada (como para haber sido malentendida por todos sus discípulos), sea que Jesús se caracterizó por su especial inepcia como maestro, o ambas cosas. Ahora bien, no hay ninguna razón para aceptar ninguno de estos supuestos. La predicación religiosa de un visionario sin una cultura especial no puede haber sido muy sofisticada o abstrusa, y desde luego no hay el menor indicio en la tradición de una enrevesada complejidad doctrinal que exigiera una inteligencia o una educación especial; los discípulos de Jesús, sin duda, podían entenderle muy bien. Por otra parte, la imagen de Jesús que nos transmite la tradición –aun teniendo en cuenta y descontando el plus de inflación que suelen experimentar los individuos objetos de veneración– es la de un predicador y comunicador hábil, no la de un sujeto torpe e inepto para expresar con suficiente claridad su mensaje. Un segundo problema es que la idea de una flagrante malinterpretación del mensaje presupone una discontinuidad entre las ideas del maestro y las de sus discípulos que resulta del todo implausible en vida del primero. Sin duda, Jesús cometió errores garrafales tanto en algunas de sus predicciones como de sus elecciones (si la historia de Judas Iscariote merece credibilidad, Jesús cometió el error de elegir como discípulo a un individuo que acabaría traicionándolo), pero que ignorara que los individuos que había congregado para ayudarle a predicar su mensaje –y a los que envió en misión–fueran tan obtusos e incapaces de entenderle, y por tanto tan incapaces de propagar su mensaje de modo fiable, resulta francamente inverosímil. Que el predicador galileo fue un visionario parece claro, pero que su desconocimiento de la naturaleza humana fuese de tal calibre no parece compatible con lo que la tradición nos permite adivinar del personaje. Un tercer problema estriba en que la estrategia de atribuir incomprensión a los discípulos aparece ya en los propios textos evangélicos, en los cuales no obstante presenta todo el aspecto de ser un dispositivo crasamente apologético y/o polémico. Así, por ejemplo, Lc 19, 11 (Jesús “les contó otra parábola […] y ellos creían que el Reino de Dios iba a manifestarse inmediatamente”) supone una distinción en las expectativas escatológicas de Jesús y sus oyentes, achacándola a una malinterpretación; Lc 24, 21 y Hch 1, 6 presuponen esta distinción, en la medida en que la expectativa de los discípulos consiste en que Jesús es un liberador que restaurará el reino a Israel, por lo cual deben ser amonestados y corregidos por el Jesús resucitado. Jn 21, 22-23 supone una malinterpretación de un dicho como Mc 9, 1. El carácter de racionalización secundaria que transpiran estos y otros textos apunta a que carecen de toda plausibilidad histórica. En realidad, la idea del "Jesús malentendido" se encuentra por doquier en la exégesis apologética a lo largo de los siglos. Cuando se toman en consideración las precomprensiones en juego, así como la ausencia de sentido crítico que entrañan, uno puede concluir sin temor a equivocarse que el presunto argumento basado en la incomprensión de los discípulos carece de toda plausibilidad, constituyendo más bien un síntoma de la desesperación en que se hallan quienes necesitan recurrir a él. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 16 de Noviembre 2011
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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