Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho VI (cc. 64-86): Debate con los judíos en Nicatera El Hecho VI tiene lugar en la ciudad griega de Nicatera. El judío Ireo es también aquí el centro del relato. Como Felipe residía en la casa de Ireo, era éste el blanco de la hostilidad de los ciudadanos, movidos por los judíos de la ciudad. Se sentían ofendidos no solamente porque Ireo había creído en Cristo, sino porque además alojaba a Felipe en su casa. Llegaron, pues siete hombres, calificados por la criada de la entrada como “llenos de maldad y de injusticia”. Ireo aseguraba que nunca se separaría del apóstol. Pero se fue con ellos como le pedían. Le exigían explicaciones de su cambio, es decir, cómo es que se había dejado engañar por aquel mago. Querían además que se lo entregara. Al ver que la actitud de los jefes era de todo menos pacífica, Felipe tomó la decisión de entregarse para evitar males mayores. Ireo hizo lo posible por proteger al apóstol exigiendo que se le proporcionara un juicio justo. La gente gritaba contra el “mago” diciendo que, según su doctrina, todos debían “permanecer castos si querían vivir y ser como luceros en el cielo” (c. 71,2). Otro judío importante, de nombre Aristarco, intervino con buenas palabras, pero rechazaba las amenazas de herir a todos de ceguera, proferidas por Felipe. Afirmaba con cierta presunción que, si quería, podía hacer que Felipe fuera lapidado con sus amigos. Tuvo luego la osadía de mesar la barba del apóstol, que no aguantó más sino que dijo a Aristarco: “Tu mano quedará seca, tus oídos sordos y doloridos, y tu ojo derecho ciego”. Afloró el talante de Felipe como en otros pasajes de su historia. Se cumplió al punto la palabra de Felipe con exactitud. Aristarco pedía a gritos la compasión de Felipe y suplicaba a sus compañeros que insistieran con él en sus ruegos. Conmovido Felipe, pidió a Ireo que lo curara poniendo sobre su cabeza la mano derecha y haciendo sobre él la señal de la cruz. Ireo se acercó al enfermo y le dijo: “En el nombre de Jesucristo crucificado, recobra la salud”. Curado Aristarco de inmediato, propuso al apóstol un debate doctrinal a partir de las Escrituras sagradas. La gente apoyaba el proyecto añadiendo que si Felipe vencía, todos creerían en el Cristo que predicaba. Como ambos contendientes aceptaban la Sagrada Escritura como criterio de verdad, la disputa tenía puntos de apoyo comunes que facilitaban el entendimiento. Después de una serie de citas bíblicas aportadas por Aristarco y otra de referencias hechas por Felipe, concluía éste diciendo que “todo el coro de los profetas y todos los patriarcas habían anunciado la venida de Cristo” (c. 78,3). Los ciudadanos, testigos y jueces del debate, decantaron su veredicto a favor de Felipe, pero agradeciendo las positivas aportaciones de Aristarco. El juicio quedó interrumpido con la llegada de un féretro en el que yacía el cadáver de un joven, hijo único de sus padres. Con el féretro venían doce esclavos que iban a ser quemados junto con el difunto. Los presentes comprendieron que la posibilidad de resucitar al joven muerto introducía un aspecto nuevo y emocionante a la situación. Aristarco y Felipe tenían la oportunidad de demostrar el poder de su Dios y su doctrina. Aristarco, obligado por las circunstancias, lo intentó inútilmente. El pueblo presente se insolentó contra él. El mismo padre del difunto estaba dispuesto a combatir contra los judíos. Felipe exigió como condición indispensable para que se cumpliera el milagro, que nadie hiciera a los judíos el menor daño. En efecto, una breve oración, seguida de una orden poco menos que ritual, bastaron para que el joven volviera a la vida: “Joven, en el nombre de Jesucristo, crucificado bajo Poncio Pilato, levántate” (84,2). La reacción de los presentes ante el prodigio fue la habitual en casos similares de los apócrifos. El grito unánime proclamaba que “hay un solo Dios, el de Felipe, que resucita a los muertos”. Los siervos condenados a la hoguera como ofrenda a su amo difunto, recuperaron la libertad, el muerto la vida y sus padres adoptaron la fe y recibieron el bautismo. El caso de los esclavos era una bárbara costumbre censurada por el apócrifo, lo mismo que el sacrificio de las esposas en los funerales de los maridos que morían. El episodio termina con el relato de la actividad de Felipe, que catequizaba y bautizaba en el nombre de la Trinidad. Acompañado de Ireo y de los principales de la ciudad, iba destruyendo los templos de los ídolos a la vez que construía iglesias, elegía presbíteros y establecía reglas y cánones para la gloria de Cristo. (La Biblia de Gutenberg) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 13 de Febrero 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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