CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Año 312. Constantino, emperador, no cristiano  (135)

Hoy escribe Antonio Piñero


El título de este libro es provocativo, pues trata de enmendar el contenido de uno de los grandes mitos del cristianismo desde el siglo IV: la conversión del emperador Constantino, el efecto fulminante de este giro imperial en la conversión de las masas paganas que acudían en tropel a recibir las aguas bautismales y termina con un capítulo sobre su madre, Elena de Drepanum, convertida más tarde en santa. He aquí la ficha completa:

Pepa Castillo, Año 312. Constantino: emperador, no cristiano, Madrid, Ediciones del Laberinto, 253 pp. Ilustraciones, un mapa de la organización del Imperio en tiempos de Diocleciano y Constantino, y 2 esquemas genealógicos de los emperadores de Oriente y Occidente y de la política matrimonial en el entorno de Constantino. ISBN: 978-84-8483-408-3. Precio 18 euros.

El 25 de julio del año 306, los ejércitos imperiales de Britania, victoriosos sobre pueblos díscolos, los pictos y los escotos, eligieron a Constantino, hijo mayor del emperador de Occidente Constancio Cloro, emperador (augusto) en Eburaco (actual York). Este libro narra la historia de una ambiciosa ascensión –según la autora, gobernadas por la astucia y la mentira sistemática-, que duró 18 años, en la que no faltaron elementos de una trama novelesca: pactos para repartirse el poder, intrigas palaciegas adyacentes, ejecuciones de familiares muy directos difíciles de justificar, dos guerras civiles, batallas cruentas y luego la fundación de Constantinopla, que llevó posteriormente a la consolidación del Imperio oriental.

Constantino ha pasado a la historia como “El grande”, aunque tal título, según argumenta la autora, no le convenía demasiado, pues su figura distó mucho de la de Octaviano Augusto y Trajano, por ejemplo, verdaderamente grandes. Por otro lado su ambición puso en peligro la estabilidad del estado, cuando –primero- se enfrentó a Majencio (famosa batalla del Puente Milvio: 312). Desde el 313, Constantino fue augusto/emperador de Occidente y nombró “césar” a su hijo Crispo. En el 324 –segunda guerra civil- se enfrentó al augusto/emperador de Oriente, Licinio, y lo derrotó en el campo de batalla. Desde el 324 hasta el 334 fue emperador único de Oriente y Occidente.

Estos años, a partir del 312, fueron importantísimos para la Iglesia, porque Constantino publicó el Edicto de Milán, unos meses después, ya de hecho en 313, en donde declaraba lícitos todos los cultos, y por tanto también el cristianismo. Un edicto que tuvo el efecto fulminante de detener la persecución de la Iglesia en Oriente al año siguiente, 313. En efecto, Licinio derrotaba al enérgico perseguidor de los cristianos, Maximino Daya, hasta el momento augusto de Oriente, y de acuerdo con Constantino cesó la persecución.

Vendrían entonces ya los momentos de tranquilidad para la Iglesia, sólo interrumpidos por el breve intento de restauración del paganismo por parte de Juliano el Apóstata (361-363), que no tuvo éxito ninguno. A partir sobre todo del 341, la Iglesia se convierte de perseguida en perseguidora, pues el hijo de Constantino, Constancio II, comenzó a promulgar leyes (muchas de ellas recogidas en el Código de Justiniano) que iban privando, poco a poco, de sus derechos religiosos y civiles a los paganos.

Para llegar a que el lector comprenda bien estos momentos la autora ha decidido comenzar la historia aguas arriba, en los turbulentos años en los que vivieron los padres de Constantino y nació éste, un período en el que era muy difícil que un emperador se mantuviera en el trono más de siete años y consiguiera morir de muerte natural.

El estilo de la autora, que escribe bien a mi parecer, es de notable claridad y precisión. La lectura se hace interesante y amena, a pesar de que ofrece abundantes datos históricos. Por ello me parece que está bien conseguida la exposición del transfondo histórico: los tiempos difíciles para Roma desde los inicios del siglo III hasta llegar a la “nueva edad de oro del Imperio con el invento de una nueva forma de gobierno: la tetrarquía: división entre Oriente y Occidente; dos emperadores (“augustos”) a la vez; cada uno de ellos con un “cesar”, que se fuera entrenando y actuando en el gobierno para cuando el augusto falleciera. Así el libro explica también la nueva organización de las provincias, del ejército y de las finanzas.

El libro aterriza pronto en Constantino y describe las ambiciones de éste que como legítimo “césar” de occidente se opone al usurpador Majencio. El lector asiste a la marcha sobre Roma de Constantino y a la batalla del Puente Milvio. Y aquí comienza lo que interesa más a un blog de cristianismo. La famosa aparición de Dios a Constantino, la orden de grabar el lábaro (monograma de Cristo: una suerte de cruz formada con las letras griegas mayúsculas X (ji) y P (ro)) en los escudos y la voz divina que le dice “Con este signo vencerás”. ¿Fue un sueño, una visión un fraude? Lo cierto es que la propaganda imperial logró presentar esta batalla como una “guerra justa de inspiración divina”…, lo que muchos creen hasta hoy día. El libro que comentamos lo discute con seriedad.

Luego viene una descripción de las circunstancias que llevaron a la decisión de alumbrar el Edicto de Milán y sus consecuencias para la Iglesia, como señalamos más arriba, más la descripción histórica de cómo Constantino liquida el legado político de Diocleciano, acabando con la “diarquía”, o gobierno de dos. Constantino queda como un único emperador que intentará que haya también un único Dios. Tiene razón la autora, en mi opinión, cuando señala que el Edicto y la búsqueda de la unidad de la Iglesia y de lo mejor del paganismo fue un producto de cálculo político; no fue generado por un amor hacia el cristianismo en sí.

Finalmente el libro aborda en dos capítulos conclusivos dos temas importantes. El primero, que Pepa Castillo titula “Emperarador, antes que cristiano” aborda la respuesta a la cuestión: ¿fue el resto de la actuación de Constantino la propia de un emperador movido por ideales cristianos? La respuesta es negativa, tanto por los crímenes de estado que perpetró contra sus más íntimos, mujer e hijo primogénito, como en su legislación, y en sus deseos presuntos de reforma. En realidad no lo fue tampoco, porque salvo el asunto de la división del Imperio en dos, Constantino no hizo otra cosa que poner en práctica las reformas, refinadas, de Diocleciano.

El último capítulo me parece de lo más interesante para los lectores de hoy: Elena, la madre del emperador, “de ramera a santa”. Se trata de un breve esbozo de la vida de esta mujer, nacida en Drépanum, hoy Herkes, en la actual Turquía, cerca del Mar Negro, en la antigua provincia de Bitinia, que paso de ser una joven posadera (stabularia) a amante de Constancio Cloro y que, al parecer, aunque desdeñada finalmente por su amante, estuvo siempre junto a su hijo en la sombra.

El capítulo es muy interesante, y da para un comentario en sí, pues ilumina sobre el origen de la leyenda de la Vera Cruz, el asunto de las reliquias en general, las primeras visitas, luego peregrinaciones, a Tierra Santa, las excavaciones en el Gólgota, la conclusión de la Iglesia del Santo Sepulcro, que dura hasta hoy y de la pugna de los obispados del Oriente por alcanzar poderío. A mí me ha interesado especialmente la motivación política de Elena y Constantino al diseñar este viaje a Palestina. Muy iluminador sobre cómo se escribe la historia.

Mi opinión general sobre este libro es muy positiva, tanto en lo que ofrece sobre cómo lo ofrece. No tengo pegas, pues me parece que la autora maneja las fuentes antiguas a su disposición con gran sentido común y crítico. Y el resultado es interesante, aunque ciertas construcciones mentales se derrumben. Pero se iluminan otros aspectos de la Antigüedad tardía y de los primeros pasos del cristianismo verdaderamente triunfante. Habría que contrastar también esta visión –que no es discordante en absoluto, todo lo contrario, sino complementaria- con la que ofrece José Montserrat, en su obra El desafío cristiano. Las razones del perseguidor, Editorial Anaya & Mario Muchnik, que –opino- deber ser reeditada (quizá con alguna reelaboración), Madrid, 1992.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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FUNDACIÓN PASTOR DE ESTUDIOS CLÁSICOS. MADRID


Seminario


PABLO DE TARSO: JUDÍO, GRIEGO Y ROMANO, A LOS DOS MIL AÑOS


CONFERENCIAS

Lunes 22 de marzo de 2010:

18.00: Fernando BERMEJO RUBIO (Univ. Barcelona): Aproximación a la vida de Pablo de Tarso.

19.30: Joaquín GONZÁLEZ ECHEGARAY ( Instituto Investigaciones Prehistóricas, Santander/
Chicago): Los viajes de san Pablo vistos desde la arqueología.

Martes 23 de marzo de 2010:

18.00: Senén VIDAL GARCÍA (Estudio Agustiniano, Valladolid): Los escritos paulinos.

19.30: Antonio PIÑERO SÁENZ (Univ. Complutense): Pablo de Tarso. Un caso de ‘marketing’ teológico en el s. I d.C.

Miércoles 24 de marzo de 2010:

18.00: Enrique OTÓN SOBRINO (Univ. Complutense): La verdad de un apóc r i fo: la supuesta correspondencia entre Séneca y San Pablo.

19.30: Juan María LABOA (Univ. Pontificia de Comillas): El influjo de Pablo en Lutero, religioso agustino.

* * *
Inscripción (plazas limitadas): En la Fundación, por escrito o por teléfono (de 9:00 a 14:00 horas).

Cuota de 9 euros si se desea certificado de participación (sólo Profesores en activo, tanto de centros públicos como privados).

Diploma simple o Certificado de participación (= 1 crédito)
Actividad reconocida por el Ministerio de Educación en virtud del convenio de Colaboración suscrito el 26 de abril de 1994.

Fundación Pastor de Estudios Clásicos Tel. 91 561 72 36

Serrano 107. 28006 Madrid http://fundacionpastor.e.telefonica.net/


* Para los no matriculados, entrada libre hasta completar aforo



Martes, 16 de Marzo 2010


Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con la miniserie dedicada a la pugna a muerte entre el cristianismo y el paganismo en el mundo antiguo. Como dijimos en la primera nota, hacemos estas reflexiones a propósito del curso celebrado en la Universidad Popular de Logroño a inicios de este mes de marzo sobre “Alejandría, judíos, paganos y cristianos a comienzos del siglo V”.

Tenemos que admitir que de hecho el Edicto de Milán de Constantino del 313 a pesar de que no hubiera sido generado por motivos religiosos, sino políticos, creó un verdadero estatus de libertad religiosa envidiable en el Mundo antiguo. “Si todos los emperadores –comenta de nuevo Montserrat p. 249- se hubieran atenido a este texto, el mundo habría contemplado una insólita situación de tolerancia ideológica. Constantino, al pasarse al lado cristiano, se atuvo pasablemente bien a su edicto. A pesar de que favoreció prácticamente a la Iglesia (lo hizo buscando ante todo su unidad teológica de modo que fuera una entidad política más compacta), no atacó al paganismo.

Pero los sucesores de Constantino, ya cristianos de nacimiento, se lanzaron con lentitud pero progresivamente a toda clase de medidas represivas contra el todavía intacto paganismo de la época, hasta culminar en la proscripción absoluto de todo otro culto que no fuera el cristiano decretada por el edicto de Teodosio I en el 391.

Y ya nos estamos acercando al momento que nos interesa: Alejandría al comienzo del siglo V, 400-415, en donde vemos a un iglesia potente, o prepotente, que hace arrodillarse ante ella al brazo civil, representado por el prefecto imperial de Egipto nada menos, Orestes de nombre.

Apoyada por los sucesores de Constantino, la Iglesia pasó rápidamente al ataque en cuanto tuvo una posición predominante. Y es natural porque cierto tipo de religiones son por naturaleza exclusivistas. Apoyada en la idea firme de que en lo teológico y en lo social-ético tenía la razón, de que estaba en posesión de la verdad, la Iglesia apoyó en todo momento las sucesivas leyes contra la religión pagana. Como se ha dicho repetidas veces, pasó en breve tiempo de perseguida a perseguidora.

Además era una iglesia económicamente fuerte. El Imperio, con sus persecuciones, no había afectado a la “caja de la seguridad social” o beneficencia cristiana que era muy fuerte. La iglesia había ido, poco a poco, acumulando un patrimonio inmobiliario enorme, por donaciones, donde se habían construido iglesias. Desde el momento en el que los hijos de Constantino estuvieron en la cúpula del poder, la Iglesia consiguió la exención de tributos, por la labor que realizaba. En una palabra, poseía resortes no sólo morales o religiosos para oponerse a ciertas autoridades del Imperio, sino también económicos. En concreto en Alejandría supo jugar muy bien estas cartas que poseía a finales del siglo IV y comienzos del V.

¿Cómo era entonces la situación intelectuual y moral del paganismo? Nos referimos al paganismo en las grandes ciudades del Imperio, una de las cuales era Alejandría. El campo, la gran mayoría de la gente en el Imperio, no contaba intelectualmente para nada. La situación del paganismo a finales del siglo IV y comienzos del V no era de decadencia intelectual, sino de cierta postración física, porque a partir del 391 comenzó la destrucción sistemática de templos y monumentos no cristianos.

En esos momentos, las mejores mentes del paganismo eran conscientes de que esta religión había carecido de una ética propia –la moral la proporcionaba la filosofía, no la religión-, y de una teología fuerte y sistemática, en todo caso elaborada también desde el punto de vista de la filosofía y no desde el religioso o sacerdotal. Sabían esas mismas gentes que su religión decaería a la larga si sólo consistía en un culto cívico, un culto durante unas cuantas fiestas al año, con una serie de sacrificios, que una vez concluidos, terminaba también la presencia de los dioses en la vida diaria: en los templos sólo habitaba una imagen de una divinidad, pero no la visitaba nadie, no le rendía culto nadie.

Desde antes del cambio de era, el paganismo se había ido transformando, al menos en el ámbito de las elites pensantes gracias al doble impulso:

a) de los cultos de misterio –o cultos que buscaban ante todo asegurarse la plena salvación del alma- y

b) de la filosofía neoplatónica, junto con la asunción en ella de la moral estoica.

Este maridaje de ideas filosófico-religiosas se había extendido por todas las ciudades del Imperio, incluso entre los judíos. Si se lee a Plutarco en el siglo II o a Apuleyo, y más tarde a los filósofos neoplatónicos, se ve que entre los paganos había muchas posibilidades de vivir una piedad orientada en el fondo hacia un dios único que dominaba detrás del culto de los dioses inferiores del panteón, los normales, como Apolo, Atenea, o Afrodita, que no eran más que expresiones concretas de una parte de lo numinoso, y que existía también la posibilidad de una cierta religiosidad o piedad interna hacia esa divinidad.

Ello explica cómo en los años 360-361 pudiera darse la reacción pagana del emperador Juliano (llamado por los cristianos el Apóstata) contra el cristianismo bajo el supuesto de que la religión tradicional tenía muchos valores, tanto humanos como religiosos, incluso superiores a los del cristianismo, y que merecía la pena re-suscitarlos y vivir conforme a ellos.

Aunque a principios del siglo V (año 400) es muy probable que los paganos fueran ya sólo un 40%, o un poco menos, de la población total del Imperio, es cierto que el paganismo era un cuerpo absolutamente vivo, no un fantasma al que bastaba soplar para que se disolviera entre las sombras. Pero la represión física del Imperio contra él fue muchísimo más fuerte a partir del 391 que contra la Iglesia un siglo antes. Naturalmente, las masas se fueron pasando poco a poco al bando del vencedor, mucho más por conveniencias sociales que por profundos motivos religiosos.

Por ello, si hasta el Edicto de Milán, e incluso un poco después, digamos hasta el 341, año en el que los hijos de Constantino empezaron a tomar medidas represivas contra los paganos, puede hablarse de auténticas conversiones al cristianismo, según las pautas normales –bien estudiadas por la moderna sociología- por las cuales una nueva y pujante fe va penetrando poco a poco el tejido social en el que vive, sin embargo, después de esta fecha no puede hablarse ya de “conversiones en masa” sinceras, como se ha escrito hasta hace muy poco entre todos los historiadores confesionales. No fueron tales, sino conversiones más bien de conveniencia, la de muchas gentes incultas fácilmente manipulables tal como vemos que nos presenta la película de Amenábar del ambiente de la Alejandría del siglo V.

Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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En el otro blog de “Religiondigital”, el tema es:

“Andrés de Betsaida en la literatura apócrifa. El resumen de Gregorio de Tours (y XVI)”
Saludos de nuevo.
Lunes, 15 de Marzo 2010
Valor histórico de las “Antigüedades de los judíos”: La intención de Flavio Josefo  (400-10)
Hoy escribe Antonio Piñero


Josefo sigue la tradición de la historiografía judía anterior a él y aprovecha el estilo y las formas griegas de los libros de historia para hacer llegar a sus connacionales, y sobre todo a los “de fuera”, los paganos, las glorias de Israel, su pasado cargado de promesas divinas.

A la vez construye un sistema defensivo, apologético, ante los posibles ataques externos a su pueblo ensalzando las virtudes propias. Las ideas que impulsan este tipo de obras -de las que el Judaísmo de la época nos ha legado alguna más, como las Antigüedades bíblicas del Pseudo Filón- es la presentación del pueblo judío ante el culto mundo del Helenismo y la búsqueda de una integración relativa en los valores de esa cultura (se afirma: el judío es un pueblo antiguo, noble, de densa historia, con leyes excepcionales y excelsa tradición), conservando al mismo tiempo la idiosincrasia y tradiciones propias, ensalzadas por el escrito en cuestión.

El valor histórico de las Antigüedades es en muchos casos escaso, a pesar de que el autor afirme haber escrito movido “por el amor a la verdad”, y critique acerbamente a otros por no hacerlo. Para juzgar con precisión la valía como fuente histórica de las Antigüedades deberíamos estar en posesión de sus fuentes, lo que nos permitiría efectuar un contraste, y éste no es, desgraciadamente, el caso. Siendo esto así, un lector moderno habrá de discernir de acuerdo con sus conocimientos (o con la ayuda de expertos) aquello que es verosímil de lo que no lo es.

Afecta también negativamente a la valoración de las Antigüedades el que Josefo ofrezca versiones divergentes de ciertos relatos que se repiten en la Guerra y en las Antigüedades. Con cierta estupefacción ante las palmarias contradicciones, o sesgos diversos, el lector paciente ha de echar mano a su sentido crítico para indagar cuál de las dos versiones debe de atenerse más a la verdad histórica. Los comentarios de los especialistas suelen aclarar estos casos.

Por otro lado, sí valoramos positivamente y nos interesa mucho hoy día -como fuente de información indirecta- la enorme cantidad de citas de otros autores, perdidos, que ofrecen las Antigüedades, gracias a las cuales los filólogos pueden reunir los fragmentos de tal o cual autor antiguo, primer paso para su conocimiento.

También afecta positivamente a la valoración de las Antigüedades el hecho ya comentado de que esta obra es prácticamente la única fuente que poseemos para conocer los avatares del judaísmo durante muchas decenas de años, si no siglos. Apenas texto alguno, salvo las Antigüedades, nos proporcionan datos para los tiempos que median desde Esdras y Nehemías (siglo V a. C.) hasta la época de los Macabeos, o bien para los decenios entre la muerte de Simón, hermano de Judas Macabeo (134 a.C.), y la Guerra de los judíos y su conclusión (74 d.C.).

Para los estudiosos del Nuevo Testamento hay también muchos datos en las Antigüedades que son muy útiles para hacerse una idea de cuál era el pensamiento de ese judaísmo en cuyo seno nació la secta de los nazarenos, que luego se convertiría en el cristianismo.

La fortuna posterior de las Antigüedades no fue tan buena como la de la Guerra, pues ofrecía menos valor apologético para los pensadores cristianos. Fue probablemente en el siglo VI cuando se hizo la primera versión al latín de las Antigüedades, lo que ayudó mucho a su difusión. En los siglos IX-X un autor desconocido elaboró un Epítome de las Antigüedades que luego utilizó el historiador Zonaras en sus Anales (siglo XII).

A partir de la invención de la imprenta hubo suficientes ediciones (desde finales del siglo XV hasta el XVIII) de la obra completa de Josefo, por tanto también de las Antigüedades, en las naciones civilizadas de Europa. En el siglo XX no han faltado traducciones de esta obra a diferentes lenguas europeas. En español, la primera traducción de las Antigüedades apareció en Amberes en 1554 y, que sepamos, no ha habido otra hasta 1961 (L. Farré, Buenos Aires). Si no me equivoco hay una edición española de las Antigüedades en traducción del catedrático emérito de Filología Clásica, José Vara Donado.

El próximo día diremos lo esencial del texto quizás más famoso de las Antigüedades de los judíos, el “Testimonio flaviano”, sobre Jesús de Nazaret.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Domingo, 14 de Marzo 2010
Hoy escribe Antonio Piñero



La persecución desatada por el emperador Diocleciano desde el 298 tuvo efectos diferentes en Oriente y Occidente. En Occidente la persecución fue más breve, muy dura contra el clero y los bienes eclesiásticos y contra los libros sagrados cristianos. Diocleciano cayó en la cuenta de que debían ser destruidos. Esta persecución de los “códices transmitidos por la tradición” fue tan eficaz que salvo los papiros anteriores conservados en Egipto y ocultados en sus arenas para salvarlos de la quema, literal, apenas se han conservado textos griegos anteriores al siglo IV. Aquí se perdieron los originales del Nuevo Testamento si es que en esa época se conservaba alguno –lo que es más que dudoso-. En Oriente la persecución afectó a todos los estamentos cristianos y duró hasta el Edicto de Milán en el 312 del emperador Constantino, incluso un poco más.

A pesar de todo, cuando terminó la persecución de Diocleciano, la Iglesia era una ya una institución muy fuerte. Utilizamos de nuevo la síntesis de José Montserrat, en su obra El desafío cristiano:


“La Iglesia era una poderosa organización que extendía sus representantes desde Siria hasta las columnas de Hércules. La organización vertical (la jerarquía en todos sus órdenes como veremos) y la horizontal (la masa de los fieles congregados por comunidades locales) era sólida y probada.

“En cada comunidad había un obispo ya con poderes absolutos, basados en motivaciones dogmáticas (a saber eran los custodios del depósito de la recta doctrina; eran los sucesores de los apóstoles; controlaban la lista de libros sagrados, las Escritura cristianas y ante todo su interpretación, controlaban a la masa de los fieles gracias a presbíteros y diáconos, y tenían el poder de la caja de beneficencia).

“El obispo era asistido por un consejo presbiteral, es decir, sacerdotal, y un grupo de diáconos encargados de la administración primaria de los bienes de la Iglesia, Éstos podían ser conspicuos, importantes, sobre todo por acumulación. Los fondos asistenciales podías ser muy cuantiosos, como era el caso de la iglesia de Roma” (p. 245).

Ya para el siglo III tenemos el testimonio de Tertuliano:

“Los fondos de las donaciones no se sacan de las iglesias y se gastan en banquetes, borracheras y comilonas, sino que van destinados a apoyar y enterrar a la gente pobre, a proveer las necesidades de niños y niñas que no tienen padres ni medios, y de ancianos confinados en sus casas, al igual que los que han sufrido un naufragio; y si sucede que hay alguno en las minas, o exilado en alguna isla, o encerrado en prisión por sólo la fidelidad a la causa de la iglesia de Dios, son como infantes cuidados por los de su misma fe (Apologético, 39)”.

¡Cuánto más hacia el siglo V! Había, pues notable acumulación de fondos. Sigue ahora J. Montserrat:


“Las iglesias locales estaban integradas en unidades regionales mayores que prestaban obediencia al obispo de la metrópoli fundacional, por lo general una ciudad importante… Se configuraba, pues, un potente estado dentro del estado. Y no puede decirse eufemísticamente que se trataba de “un reino de otro mundo” (“Mi reino no es de este mundo” como proclama Jesús ante Pilato en Jn 18,36).

“Cierto que su autocomprensión era la de una fuerza espiritual; pero su realidad era la de un poder extendido y enraizado en la vida social, política y económica. Ninguna otra religión del Imperio se le podía parangonar en este punto. Y lo que es más decisivo, se llegó a pensar que las estructuras del Estado tampoco podían compararse a las de la Iglesia en consistencia y solidez” (pp. 245-6).


Constantino no declaró expresamente al cristianismo religión lícita, sino a todas las religiones, a todos lo cultos. Y respecto al cristianismo no lo hizo por piedad alguna hacia esta religión, sino por mero cálculo político: más que una causa del triunfo del cristianismo, el “Edicto de Milán” del emperador Constantino fue una respuesta astuta al rápido crecimiento de esa religión que había hecho de ella una fuerza política importante.

Siempre se nos ha dicho que la conversión de Constantino fue como un factor poderoso que contribuyó a producir o que produjo la mayoría cristiana. Pero si pensamos, con la sociología y la historia, que la expansión del cristianismo fue una función puramente asentada en una tasa constante de crecimiento, ello nos lleva a cuestionar la importancia atribuida por Eusebio de Cesarea y otros padres de la Iglesia a la conversión de Constantino, quien por cierto nunca se convirtió, si es que se llama así al que finalmente se bautiza.

El emperador no recibió las aguas bautismales hasta sus momentos finales en el lecho de muerte, según Eusebio de Cesarea. Muchos historiadores dudan incluso de que se convirtiera incluso en este momento (véase en general el siguiente libro que acaba de salir: Pepa Castillo, Año 312. Constantino, emperador, no cristiano. Editorial Laberinto, Madrid, 2010). Por tanto, si nada cambió en las condiciones que sostuvieron la tasa de crecimiento en un 40% por decenio, será mejor considerar la conversión de Constantino como una respuesta a la enorme ola de progreso exponencial del cristianismo, y no como su causa.

Con otras palabras, Constantino vio que el cristianismo era ya muy potente, que la mitad de sus súbditos era cristiana, y que se podía intentar –como se había hecho ya alguna vez (por ejemplo inventando nuevas religiones como la de Sarapis y la nueva versión de Mitra en tiempos de Adriano)- amalgamar el cristianismo con ciertos aspectos de la religiosidad pagana.

De este modo opinó Constantino una religión unida y fuerte, más un único dios (= Cristo sincretizado con el dios Sol) contribuiría a amalgamar a un Imperio quebradizo por la creciente presión de los bárbaros. Estaría de nuevo unido bajo una fe más o menos común. Esto era, al parecer, lo que pretendía políticamente Constantino, no ayudar a una pobrecita religión apaleada que consideraba la única verdadera.

En verdad lo que creó el Edicto de Milán fue algo diferente. Si se hubiera continuado con esta política, Europa sería también diferente. Lo veremos en la próxima nota.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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En el otro blog de “Religiondigital”, el tema es:

Artículo de Fernando Bermejo, que se reincorpora al Blog.

Saludos de nuevo.

Viernes, 12 de Marzo 2010
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Uso de la Ecritura en los HchAnd

I. El contenido

22. En una larga y prolija alocución parenética dirigida a Maximila, Andrés le recomienda la castidad con un imperativo conciso meînon hagnē (permanece casta: HchAnd 39,2).

Es el consejo que encontramos en diferentes pasajes del Corpus paulino. Se lo recomienda a Timoteo el autor de la 1 Tim 5,22: “Consérvate casto” (seautón hagnòn tērei). Es también la recomendación que debe dedicar Tito a las doncellas según Tit 2,5, procurando que se conserven “prudentes, castas, hacendosas”. Pablo exhorta a los corintios (2 Cor 11,2) para que se presenten a Cristo como “una casta virgen”. El autor de la 1 Pe 3,2 recomienda a las mujeres que lleven una “vida casta” para llevar a sus maridos hasta Cristo. Por su parte, Juan recomienda a todos los cristianos que vivan castamente a imitación de Cristo porque “él es casto”.

23. En el contexto de la misma exhortación, aconseja a Maximila que ame a Jesús: “Te lo ruego, ama (phílēson) a Jesús” (HchAnd 41,1).

Con el mismo verbo y similar sentido reta Pablo a los corintios: “Si alguien no ama (philéi) al Señor, que sea anatema” (1 Cor 16,22). En el discurso de la Cena, se percibe un sentido de cariño especial, expresado por Jesús cuando define a sus discípulos no como siervos sino como amigos (phílous: Jn 15,15). Pero ya se había explayado Jesús en un ambiente de intimidad y confianza reclamando precisamente el amor de los suyos: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada” (Jn 14,23

24. Añade Andrés matices variados a sus recomendaciones. Intima a su devota que “no se deje vencer por el maligno” (HchAnd 41,1) empleando el calificativo mediante el comparativo de kakós (malo).

Esta recomendación es la misma que Pablo hace a los romanos cuando les escribe: “No os dejéis vencer por el mal, sino venced al mal con el bien” (Rom 12,21). El neutro de kakós lleva a pensar más en el mal como objeto que como persona, pero el malo es por excelencia el diablo. De ahí las vacilaciones de los intérpretes en la versión de la última petición de la oración del Padrenuestro: “Líbranos del mal” (o del malo).

25. En HchAnd 41,1 Andrés pide ayuda a Maximila para que llegue a ser perfecto (téleios génōmai). El Apóstol aspira en el pasaje a llegar a aquella perfección que Jesús recomendaba a sus discípulos en el contexto del Sermón de la Montaña (Mt 5,48). “Sed perfectos (téleioi) como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Se trataba en labios de Jesús en una actitud programática, la misma que el autor de la carta a los efesios proponía a sus cristianos como meta, la de “llegar a ser un varón perfecto” (ándra téleion: Ef 4,13) en consonancia con la plenitud de Cristo. Es también la obsesión reflejada en la carta a los colosenses, para la que la predicación persigue como objetivo presentar a todo hombre como perfecto en Cristo (téleion en Christô: Col 1,28). Una perfección que parece explicitada al final de la carta cuando se habla del cumplimiento de todo lo que Dios quiere (Col 4,12). El tema está presente también en la carta de Santiago, que habla de la importancia de la paciencia como medio para llegar al estado de “perfectos y cabales” (Sant 1,4). Y un aspecto de esa perfección es el detalle del hombre que no peca con la palabra, lo que equivale a ser “varón perfecto” (Sant 3,2).

26. En la alocución de Andrés cuando ya se encontraba en la cárcel, recuerda que ha venido a aquellas tierras para recordar a los hombres que están viviendo en una situación pasajera y que deben buscar las cosas duraderas (HchAnd 47,1).

La oposición entre lo eterno y trascendente y lo efímero o pasajero es una doctrina ampliamente predicada por los apóstoles de Jesús. Pablo, por ejemplo, advierte que se debe poner mayor atención a lo que no se ve, porque lo que “se ve es efímero" (2 Cor 4,18), Y el autor de la carta a los hebreos recuerda las ventajas pasajeras del pecado (Heb 11,25). Pero ya Pablo avisaba a los romanos que no hay proporción entre las pesadumbres de esta vida con la gloria de la vida futura.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Jueves, 11 de Marzo 2010

Hoy escribe Antonio Piñero



Las autoridades del Imperio romano pensaron en general que si se descabezaba el movimiento privándolo de sus dirigentes, los obispos, o cristianos destacados, éste se derrumbaría por sí sólo. Actuando así, confundía al cristianismo con otras religiones del Imperio.

Por ejemplo, parecía evidente a las autoridades que si se hubiera eliminado a todos los sacerdotes de Apolo, de Zeus o incluso de Isis en una ciudad, y se hubiera cerrado sus templos, se habría acabado el culto a estos dioses, ya que consistía ante todo en sacrificios y poco más. Acabado ese culto, la gente se dispersaba, se cerraban a cal y canto los templos y –salvo ciertos sacrificios puramente particulares- el común de los fieles no se reunía hasta la fiesta siguiente…, transcurridos quizás dos o tres meses, o más.

Pero con el cristianismo no ocurría así, evidentemente para nosotros hoy, porque este movimiento formaba un entramado ideológico (teología) y ético (normas morales) y social infinitamente más compacto y activo que cualquier otro culto del Imperio, salvo el de los judíos. Sólo la red económica de las cajas de dinero comunes que servían para la beneficencia (la seguridad social de la época para los cristianos, no para los paganos) tanto externa como sobre todo interna, ayuda a huérfanos, viudas, pobres de solemnidad, hacía de los cristianos un grupo aparte. Volveremos a hablar de ello más tarde en esta serie.

Así pues, sacrificando a unos cuantos obispos o mártires calificados, el Imperio nunca afectó seriamente al cristianismo, que se mantuvo incólume en su estructura, vivo y pujante.

La cosa fue distinta durante la primera persecución seria y global, en todo el Imperio (antes fueron todas parciales), contra el cristianismo promovida por el emperador Decio en el 249-251. Escribe José Montserrat en su obra (que está pidiendo a gritos una reedición) El desafío cristiano. Las razones del perseguidor. Editorial Anaya & Mario Muchnik, Madrid 1992:

“Sus motivaciones fueron claramente político-religiosas. El constante aumento demográfico del cristianismo y su presencia en la vida pública lo convirtieron en un problema político de primera magnitud. En el consejo imperial no se vio más alternativa que la tolerancia o la extinción, y se optó por esta última.

"El edicto de Decio (cuyo texto concreto se ha perdido) atacó a la misma línea de flotación de la nave de la religiosidad cristiana: impuso la obligación universal de ofrecer sacrificios a los dioses oficiales de Roma (es decir, con ello se abjuraba a la vez de Cristo). La prescripción era estricta, y fue urgida por procedimientos censales. Nadie podía escapar; nadie por lo menos que estuviera censado (y lo estaban prácticamente todos).

“La tribulación duró poco, hasta 251, y causó más víctimas morales que físicas. El número de ejecuciones fue, en efecto, limitado, como siempre; en cambio, el número de defecciones fue enorme. Las comunidades abundaron en apóstatas, llamados ‘lapsi’ (‘resbalados; caídos’) que pasada la tormenta clamaron por la readmisión en la Iglesia. De haberse prolongado la persecución algunos años más, la astuta medida de Decio podría haber acabado con (gran parte) de los cristianos.

“Pero, el cristianismo había pagado su gran crecimiento con una neta disminución de su potencial religioso. Hasta el momento, los fieles habían resistido frecuentemente la incitación a la apostasía, que formaba parte de la panoplia represiva de los magistrados, hasta el punto de sorprender o repugnar a los observadores por la obstinación en su fe. Pero la agregación de grandes grupos significó un relajamiento de las normas de adscripción. El resultado fue que los nuevos adeptos cristianos no tuvieron ya la fortaleza antigua, necesaria para realizar el acto heroico que se les exigía –o sacrificar o morir-, y apostataron en masa.

“Luego después de inacabables controversias internas, fueron readmitidos en el seno de las comunidades. Pero con ellos dentro, la iglesia cristiana no fue ya la misma. El cristianismo antiguo naufragó en la persecución de Decio. Lo que persistió empezó a parecerse más a una estructura inflacionaria de poder” (pp. 243-244).

Hasta la siguiente, última y gran persecución del 298 al 313, hubo un período de paz para la Iglesia, turbado sólo por otro momento de represión decretado por el emperador Valeriano en los años 257-258.

En estos más o menos cuarenta y cinco años la iglesia se consolidó, fortaleció y siguió admitiendo nuevos fieles en su seno. Los martirios, siempre públicos, fueron muy bien aprovechados por la propaganda cristiana. Se le dieron relevancia notable de tal modo que el valor de la fe resultó engrandecido por el testimonio de quienes estaban dispuestos a morir por ella de modo tan sublime y heroico. Diríamos que las acciones de la iglesia cristiana cotizaban al alza en el mercado religiosos del momento.

Veremos en la próxima nota cómo todo volvió a cambiar con el Emperador Diocleciano

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
………….

En el otro blog de “Religiondigital”, el tema es:

“Los Apóstoles en la literatura apócrifa. Andrés de Betsaida en el resumen de Gregorio de Tours (XV) y "La plegaria de las emanaciones (y XV)”

Saludos de nuevo.

Miércoles, 10 de Marzo 2010
"Jesús de Nazaret", de Carl Theodor Dreyer (134)


Hoy escribe Antonio Piñero

Hoy les propongo la lectura de un curioso libro, un guión cinematográfico, escrito nada menos que por Dreyer, el autor-director de dos grandes películas de la historia del cine: “Juana de Arco”, Gertrud y “Ordet”, de los años 30 (creo que todo buen cinéfilo las conoce. A mí me parece genial en algún aspecto.

Dreyer (1889-1868) murió sin ver realizados dos de sus sueños: trabajar en Hollywood y dirigir una película sobre Jesús. De hecho a finales de los años cuarenta del siglo pasado viajó a Estados unidos en busca de financiación para su proyecto, y –aunque era danés de nacimiento- allí redactó en inglés el guión de su película. Su ficha es la siguiente:


Carl Theodor Dreyer, Jesús de Nazaret, y tres ensayos. Editorial Sígueme, Salamanca 2009, 255 pp. ISBN: 978-84-301-1699-7. 18 euros. Traducción de Javier Rodríguez Panizo (guión) y José Ángel Velasco García (los tres ensayos). Introducción de Pedro Rodríguez Panizo. Precio: 18 euros.

No tuvo éxito Dreyer, pero el guión, pulido y reescrito, ha llegado hasta nosotros. Es muy amplio –para ser una base cinematográfica-, por lo que yo creo que la película proyectada tendría una duración de tres horas y media, como poco. Quizá esto aterrorizó también a los productores. La lectura, sin embargo, en papel se hace muy fácil, pues no tiene especiales complicaciones y la traducción es buena.

Dreyer introduce en el guión explicaciones históricas (quizá previó que alguien finalmente iba a leerlo) y anotaciones que recrean la atmósfera de la película, que dibujan y caracterizan a los personajes principales, que intenta penetrar en su interior y motivaciones. De esta forma, en Jesús de Nazaret el lector puede reconstruir, imaginar, muy fácilmente el universo visual de Dreyer.

Los tres breves ensayos, muy importantes a mi parecer los dos primeros, que cierran el volumen tratan de los temas siguientes: “¿Quién crucificó a Jesús”?; “Las raíces del antisemitismo”; “Mi única gran pasión”.

En el primero –y en el guión ofrece también su punto de vista sobre los causantes de la muerte del Nazareno- se defiende que no fue el pueblo judío, en general, ni tampoco en sí las autoridades, sino un trato directo y casi especial entre Caifás y Pilato. El primero fue un político judío astuto y razonable, no un traidor, pero sí un colaboracionista práctico con el status quo impuesto por el invasor romano. Caifás vio con extrema claridad que era mucho mejor que un “hombre muriera por el pueblo” (Jn 11,50) antes de que pereciera el pueblo entero debido a la crueldad de la gobernación de los invasores. El segundo, era un hombre frío, racional y sin escrúpulos, sin sensibilidad para con los judíos, dispuesto a guardar el orden público y confirmar el imperio de Roma, preparado para “condenar a diez inocentes con tal de que no se le escape el culpable”. Así pues, Caifás tuvo un poco de culpa…, y la máxima Poncio Pilato…, casi en exclusiva.

Por tanto, la tesis –defendida también en parte por Joseph Klausner, y sobre todo por Solomon Zeitlin (un estudioso judío de mediados del siglo pasado que publicó en Estados Unidos, creo que en Filadelfia o Nueva York, un libro “Who Crucified Jesus”: ¿”Quién crucificó a Jesús?”)- es la siguiente: los únicos y verdaderos causantes de la muerte de Jesús fueron los romanos.

La insistencia de los Evangelios sinópticos sobre todo, a saber que fueron en verdad las autoridades judías, a última hora secundada por el pueblo, y con el renuente consentimiento de Pilato (que en el Evangelio de Lucas proclama tres veces la inocencia de Jesús) las causantes de la muerte de Jesús es una suerte de montaje de los autores cristianos primitivos, iniciados por Pablo de Tarso, para inculpar exclusivamente a los judíos y presentar al cristianismo como un producto inocuo políticamente para el Imperio, un cristianismo que en este punto abjuraba de sus orígenes judíos.

El dibujo de Jesús de Dreyer está tomado no sólo de los tres Evangelio sinópticos, sino también del de Juan. Es ésta una tendencia contraria a lo que ahora se estila. Jesús no es un revolucionario en armas, afirma Dreyer, pero los celotas –que traman la “purificación del Templo junto con algunos de los discípulos de Jesús- son los que escenifican esta acción aprovechando un momento en el que Jesús está enseñando en el Templo. Pero, en el fondo, Jesús permanece al margen de este acto y en silencio. “Repentinamente cae en la cuenta de que ha estado unido –él mismo y sus discípulos- a gente cuya forma de proceder no es la suya y cuyos ideales son contrarios a los suyos.

Esta tesis es más que discutible, y tiene sin duda como transfondo real en el pensamiento de Dreyer, la invasión de Dinamarca en 1940 por parte de las tropas alemanas. Jesús era como la mayoría de los daneses: en nada, mentalmente, amigo de los romanos, pero opuesto a cualquier tipo de manifestación violenta contra ellos. Por ello la acusación de “revolucionario” es en el fondo falsa. En todo caso, amigo de revolucionarios, pero sin participar en su ideología fundamental.

Por ello, Dreyer subraya el proceso político de Jesús, quedando el religioso muy en segundo plano. Piensa Dreyer que la verdadera “solución final” para el contencioso histórico entre cristianos y judíos, es que se conozca la verdad. Si los romanos tuvieron el 90% de la culpa de la muerte de Jesús, esta percepción “eliminará de raíz cualquier intento de fundamentación posible del antijudaísmo moderno (que depende del punto de vista cristiano) y hará posible unas relaciones fraternas y reconciliadas entre judíos y cristianos que hagan imposible en la historia cualquier tipo de persecución o exterminio” (p. 10).

Dado el gran transfondo de estudios de Dreyer para realizar su película –se pasó unos 25 años estudiando exégesis bíblica, geografía, arqueología de Palestina, Historia de Israel, incluso la lengua hebrea, etc.- creo que la lectura del Guión y de los ensayos es realmente estimulante.

Algo parecido sospecho que va a pasar con la película “El discípulo” sobre Jesús de Nazaret, de Emilio Ruiz Barrachina, que se estrenará en las salas del cine el 23 de abril de este año, si las noticias que me llegan se confirman. La película –espero- dará mucho que hablar por la imagen de Jesús, que yo considero bastante realista y desmitificadora, que presenta y que ofrecerá tema de conversación (En "You Tube" puede verse un "trailer" tecleando “El discípulo” en el buscador; o “Emilio Ruiz Barrachina”, supongo).

El guión de la película se transforma también en un libro (con el mismo título, "El discípulo", editado por Ediciones B), que va acompañado de un ensayo, amplio y claro, donde se repasa la historia de la investigación sobre Jesús y se manifiesta que el punto de vista sobre el personaje presentado en la película es defendido por muchísimos investigadores.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

Martes, 9 de Marzo 2010



Hoy escribe Antonio Piñero


Interrumpimos momentáneamente nuestra explicación de Corintios B (contenida en 1 Corintios), para tratar un tema que creo de actualidad, aún, gracias a la influencia del cine. Luego seguiremos con nuestra serie hasta concluir “Corintios B”.

Como saben la mayoría de los lectores la reciente proyección de la película “Ágora” de Amenábar en nuestro país, su revivificación en la memoria de los espectadores a causa de los “Premios Goya”, ha dado pie a numerosos comentarios y reflexiones. En el otro blog de “Religiondigital” hice un comentario largo a la película, dividido en tres postales (publicado los días 19-20-21 de noviembre de 2009). Ahora, a propósito de las conferencias que el "Grupo Laurus", grupo que dirige Eugenio Gómez Segura (coeditor conmigo del libro La verdadera historia de la pasión, Edaf, Madrid, 2008) organiza cada año en torno a la Semana Santa en la Universidad Popular de la Rioja, quiero aprovechar mi intervención en ellas (el tema general fue “Alejandría: Egipto, judíos, paganos y cristianos a comienzos del siglo V”) para comunicarles a Ustedes algunas perspectivas que quizás puedan ser interesantes.

Lo que yo quiero tratar ahora es el ambiente cristiano que podemos reconstruir con ciertas garantías de seguridad a principios del siglo V en esa ciudad, Alejandría que fue el escenario del drama: el asesinato por la plebe cristiana de Hipatia, matemática y filósofa pagana, en el 415 o 416. Para ello voy a tratar los siguientes puntos: ¿cómo llegó la iglesia cristiana en general, y la de Alejandría en particular a ese momento? ¿Por qué se produjo ese comportamiento tan violento de las masas cristianas? ¿Qué había pasado anteriormente con el Imperio pagano y con su religión? ¿Cuál era la relación de fuerzas entre las dos religiones a comienzos del siglo V? ¿Qué ambiente ideológico se respiraba?

Todo ello es importante porque las ideas condicionan totalmente nuestro comportamiento. Por último someteré a examen algunas consideraciones o reflexiones que pueden extraerse como mensaje tanto de la película como de lo que creemos que ocurrió en realidad. Así pues, comenzamos por la pregunta incoada anteriormente: ¿cómo llegó la iglesia cristiana en general, y la de Alejandría en particular, a ese momento descrito en la película, tiempo turbulento de gran pugna ideológica y política?

Retrocedamos cien años para ganar perspectiva. A principios del siglo IV, año 300, en estimaciones fiables y recientes de modernos estudios históricos y sociológicos (tomo datos de Rodney Stark, La expansión del cristianismo, Editorial Trotta, Madrid 2009, que hemos comentado en este blog), el monto total de cristianos dentro del Imperio era aproximadamente el 10,5% de la población total, estimada en unos 60 millones de personas, es decir eran cristianos unos 6.230.000 fieles.

Este número ha sido calculado estimando

· a) un crecimiento del cristianismo igual a otros cultos-sectas o religiones de los siglos XIX y XX. En especial, el gran crecimiento del que gozaron los mormones durante el siglo XIX (en torno al 40% por década) sirve de elemento de proyección;

· b) los datos de las fuentes históricas.

Si se acepta para los cristianos un crecimiento semejante en los primeros siglos, como dan a entender globalmente los testimonios históricos, la mayoría indirectos por desgracia, al menos puede suponerse que el cristianismo no creció milagrosamente, sino a un promedio igual al conseguido por otras religiones en peores circunstancias, ahora, en un mundo mucho más racionalista e increyente que en los primeros siglos de nuestra era.

La base de partida para calcular el crecimiento de los cristianos en el Imperio es una cifra dada por los Hechos de los apóstoles 1,15:


“El número de hermanos reunidos en Jerusalén (más o menos un mes después de la muerte de Jesús) era de unos ciento veinte”.


Haciendo un cómputo meramente matemático y siguiendo con el mismo crecimiento de un 40% por década, tendríamos que el número de cristianos en el año 350 sería de más de 33 millones y medio sobre la misma población, es decir el 56,5%. La gente, al observar este crecimiento, como lo hizo el primer historiador de la Iglesia Eusebio de Cesarea, que se fija en el crecimiento del cristianismo en este siglo IV, no puede menos de pensar que tal aumento es milagroso. Pero en principio no es así. Es el aumento natural si se mantiene la misma tasa de crecimiento que anteriormente. Lo que ocurre es que a partir de ciertas proporciones de partida, la curva de crecimiento se dispara hacia arriba. Pero esto lo saben bien los matemáticos y estadísticos y es un fenómeno puramente estadístico, aunue impactante psicológicamente..

Ahora bien, esta tasa de crecimiento no podía continuar así continuamente porque el cristianismo hubiera llegado a cifras desmesuradas, cosa que no ocurrió. Si hubiera sido así, en el año de la muerte de Hipatia (415-6) el número de cristianos habría sido de cerca de 200 millones, cosa que es evidentemente absurda (en Europa entera –incluyendo los “hiperbóreos”, habitantes del norte extremo como vikingos, etc.- no había probablemente tantos habitantes).

En algún momento se detuvo la expansión del cristianismo porque todos los movimientos alcanzan su cota de atracción y luego viene una meseta, no siempre es una curva hacia arriba. Esto ocurrió, como diremos a continuación, después de que el cristianismo fuera declarado religión lícita, junto con otros cultos, en el 313, por el Edicto de Milán del emperador Constantino.

Está probado sociológicamente que las tasas de crecimiento de una religión siempre disminuyen cuando ese “movimiento ha convertido ya a una proporción sustancial de la población disponible, es decir a medida que ha ido ‘pescando’ conversos de la masa potencial” (Stark, 24). Ahora bien, a partir de los datos ofrecidos (repito: ya en el 350, los cristianos eran más del 56% de la población), podemos hacernos ya una idea de que el cineasta Amenábar no exagera absolutamente nada cuando pinta enormes multitudes de cristianos en la Alejandría en su película hacia el 415 tendrían que ser ya cerca del 65 por ciento de la población total del Imperio.

Volvamos ahora de nuevo a un tiempo anterior: la situación de la cristiandad en la época del Edicto de Milán, año 312, un siglo antes. Acababa de salir la Iglesia de la época de persecuciones más cruentas de su historia. A la vez tengamos en cuenta algo que se ignora comúnmente: se calcula que el número global de mártires de toda la iglesia antigua, desde sus inicios, con la persecución de Nerón a los cristianos de Roma, hasta la más terrible de Diocleciano y sus colegas correinantes desde el 298 hasta el 313 no produjo más que unos 900 mártires en total (Galerio y Maximino Daia, en Oriente, hicieron que la persecución durara más que en Occidente: diez años, hasta el 313; pero produjo muchas más defecciones/apostasías que ejecuciones).

Realmente son muy pocos mártires. Y ello fue así, en primer lugar:

A. Porque el Imperio Romano era en verdad muy tolerante frente a cualquier tipo de religión, con tal de que no provocara disturbios de orden público. Y en segundo,

B. Porque –salvo el emperador Decio en el 249- el Imperio se equivocó en la política represiva contra los cristianos…, de medio a medio. En líneas generales consideró al cristianismo como un culto más entre otros de la variedad pagana, que se reunía de vez en cuando para rendir culto a su dios, pero sin más lazos sociales o especiales entre los miembros.

Pero no era así. Seguiremos en la próxima nota.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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En el otro blog de “Religiondigital”, el tema es:

“Los apóstoles en la literatura apócrifa. Andrés de Betsaida en el resumen de Gregorio de Tours (XV)”
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Lunes, 8 de Marzo 2010
Obras de Josefo.  Las Antigüedades de los judíos (III)   (400-9)

Hoy escribe Antonio Piñero


Las Antigüedades de los judíos tienen dos conclusiones: la primera (XX 259-266) es más larga que la segunda, y empieza así: “Aquí terminarán mis Antigüedades…”. La segunda, a continuación (XX 267-268), más breve, que reza como sigue: “Con esto terminaré las Antigüedades que comprenden 20 libros…”.

Muchos comentaristas han pensado que hubo dos ediciones de esta obra, y que en los manuscritos conservados hasta nosotros los copistas han recogido las dos conclusiones en principio independientes.

Otros, autores, en cambio, piensan que sólo hubo una edición de las Antigüedades, a la que en algún momento siguió como apéndice la Autobiografía; por ello cuando a las Antigüedades se le añadió este escrito, se le puso otra conclusión. Los copistas, sin embargo, recogieron ambas.

Es claro que el tratamiento del montante global de los hechos narrados es desproporcionado por parte de Josefo y que éste se detiene mucho más en los acontecimientos del pasado reciente. Pero este proceder puede parecer natural, pues estos hechos, naturalmente, habrían de interesar mucho más a sus lectores.

A priori podría parecer también que la narración habría de ser una mera copia de los hechos bíblicos, y que el autor se atendría al pie de la letra el texto hebreo…, pero no es así. Incluso en las secciones donde el hilo de la narración va más pegado a la Biblia el texto de Josefo no es una mera traducción.

Si el lector moderno compara las Antigüedades con los pasajes paralelos del Antiguo Testamento, notará en seguida que en el relato de Josefo hay sorprendentes ausencias, paráfrasis, y añadidos..., aparte de un buen número de rasgos apologéticos en favor de los judíos de la propia cosecha del historiador.

Además, una pausada comparación del texto de Josefo con el tenor literal de la Biblia (ya en el original hebreo, ya en su antigua traducción al griego, la llamada versión de los LXX, comenzada en Alejandría hacia el 270 a.C.) sorprendería ante la constatación de que nuestro historiador cita unas veces por el texto hebreo y otras por el griego, saltando de uno a otro sin motivo alguno, y de cómo en ocasiones intercala frases y pasajes de antiguas versiones al arameo (llamadas técnicamente targumim). Hay, pues, un paralelismo con la Biblia, pero sólo en sentido amplio.

Estos cambios y saltos son una especie de enigma literario e histórico. Pero su solución es probablemente el hecho de que Josefo no iba siguiendo estrictamente la Biblia en sus correspondientes pasajes paralelos (más o menos hasta el libro XIII), sino a obras de otros autores judíos que anteriormente a él habían realizado una labor parecida. Por ello, cuando el autor que sirve de fuente parafrasea, omite o altera, Josefo parafrasea, omite o altera; o bien, cuando el texto seguido por Josefo cita el texto hebreo, o el targum o el griego, Josefo va detrás de sus pasos y cita por el hebreo, el arameo o el griego.

El problema para nosotros reside en que estas obras judías anteriores a las Antigüedades se han perdido casi en su totalidad, o bien nos quedan sólo pequeños fragmentos, nada más quizá para hacernos una idea de su contenido. En algún caso, como el de Filón de Alejandría, poco anterior a Josefo, tenemos la suerte de conservar algunas de estas composiciones, como sus “biografías” de Moisés, de Abrahán o de José. En algunos momentos Josefo debió de copiar tan servilmente sus modelos que se introducen en su texto observaciones de las fuentes que debería haber eliminado.

Así, por ejemplo, leemos en las Antigüedades promesas de tratar luego más ampliamente algunos puntos, promesas que luego no se cumplen en absoluto (pero que sí debían aparecer en las fuentes utilizadas), o constatamos el empleo divergente de nombres diversos, apelativos o topónimos, para los mismos lugares. Este es el caso, por ejemplo, de la Celesiria (griego Koíle Syría: “Siria redonda o ahondada”), que unas veces hace referencia a un terreno amplio, desde el Éufrates hasta la llanura de Ascalón en Palestina, y en otras alude sólo al Líbano y al Antilíbano; o el caso de Palestina, que en algunos casos se refiere a lo que hoy conocemos como tal, y en otros, a la antigua región filistea (Palestina, o Filistina, es etimológicamente “la tierra de los filisteos”). Estas variaciones dependen, pues, del modelo que tenía ante sus ojos.

Las fuentes que utilizó Josefo para componer las Antigüedades debieron ser muy abundantes, ya que el historiador hace gala de un saber casi enciclopédico: conoce temas de variadas ciencias como geografía, cronología, etnología, botánica, y cita a una densa multiplicidad de autores anteriores a él, historiadores, prosistas y poetas.

Es casi seguro que entre estas fuentes debían de destacar las Historias de Nicolás de Damasco (o Damasceno, como gustaban nuestros antepasados), el amigo de Herodes el Grande que anteriormente mencionábamos y que había escrito largamente sobre el rey y su familia (libros XIV al XVII de Antigüedades; en estos libros es posible también que utilizara unas “Memorias” que el mismo Herodes el Grande compuso y que también se han perdido).

Josefo además, y en esto tiene gran valor para nosotros, cita muchos documentos y decretos antiguos que afectaron a los judíos. Su estancia en Roma debió de serle de mucha utilidad a este respecto, por la posibilidad de poder consultar archivos, sobre todo los del Capitolio.

Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Domingo, 7 de Marzo 2010
Hoy escribe Antonio Piñero

En la nota 3-10-07 “Diversas cartas paulinas dentro de 1 Corintios. El primer fragmento de la primera carta = Cor A” (publicado el 26 octubre de 2009) di pistas de por qué había que entresacar algunos fragmentos del texto de la llamada 1 Corintios, y aduje razones del porqué esos fragmentos eran muy probablemente la primera carta a los corintios (Corintios A) que escribió el Apóstol para intentar arreglar los problemas de esa comunidad, de los que había oído oralmente a través de Cloe y su familia.

Una vez eliminados esos fragmentos –que rompen el hilo del discurso; que tratan de repente de temas diferentes; que suponen situaciones también diferentes- que constituían Cor A, nos quedan abundantes restos de lo que pudo ser la segunda carta.

Ésta se halla compuesta por todo aquello que no pertenece a Cor A (recordemos: 1 Cor 6,1-11 + 1 Cor 10,1-22 + 1 Cor 11,2-34 + 1 Cor 15,1-58 + 1 Cor 16,13-18); por tanto, todo lo que queda de la 1 Corintios tal como está impresa en nuestras ediciones del Nuevo Testamento.

Las circunstancias de por qué Pablo tiene que escribir Corintios B resultan del hecho de que los problemas de la comunidad habían empeorado: eran pocos pero estaban muy divididos unos eran judaizantes y otros, convertidos desde el paganismo, se creían superiores; además, había otros problemas que convenía aclarar

Los temas de la carta Corintios B son los siguientes:

A. Reacción de Pablo a cuestiones importantes sobre las que le han informado las “gentes de Cloe” y otros:


1. 1,10-4,20: Existencia de facciones, “partidos” o banderías entre los corintios. Reflexiones de Pablo sobre los grupos y la verdadera sabiduría.

2. Problemas éticos de la comunidad:

a) 5,1-13: el caso del incestuoso

( b) 6,1-11: Los cristianos están dirimiendo sus diferencias ante los tribunales paganos).

c) 6,12-20: ¿Es todo lícito? ¿Incluso la fornicación? Reflexiones sobre el cuerpo humano como templo del Espíritu.


B. Cuestiones suscitadas por los corintios en una carta llegada a Pablo: cinco preguntas al Apóstol y sus respuestas:

1. 7,1-40: ¿Qué es mejor, el matrimonio o el celibato? Casos especiales: sobre el uso del matrimonio sobre matrimonios mixtos; sobre los prometidos para casarse; sobre le nuevo matrimonio de las viudas.

2. 8,1-11,1: En torno a la idolatría: ¿puede un cristiano comprar en el mercado carnes que provienen de sacrificios a los dioses paganos, o asistir a banquetes donde se come ese tipo de carnes? ¿Qué libertad tiene un cristiano? (eliminado el fragmento 10,1-22)


(3. 11,2-34: El culto cristiano y la Cena del Señor: ¿Cómo comportarse? ¿Qué sentido tiene la Eucaristía?)

4. 12,1-14,40: Cuestiones relacionadas con la religiosidad externa propia de ciertos elementos de la comunidad que se creen superiores, los “espirituales”: ¿qué valor tienen los dones espirituales y sus manifestaciones exteriores? ¿Cuánto vale la profecía?

(5. 15,1-58: La resurrección: ¿cuál es su auténtica realidad y significado?)

6. 16, 1-12. la colecta y los planes de visita

7. 16,19-24: conclusión de la carta.

Obsérvese que hemos puesto en paréntesis y en negrita –de nuevo- los fragmentos eliminados que pertenecen a Corintios A.

Por tanto, Corintios B está compuesto de los siguientes fragmentos

1 Cor 1,1-5,13 + 6,12-9,27 + 10,23-11,1 + 12,1-14,40 + 16,1-2 y 19-24.



La estructura de la carta es irregular y está provocada por el modo cómo Pablo va tratando los diversos problemas. Además es una carta largo y debió de tardar cierto tiempo en escribirla.

El portador de esta Corintios B fue Tito, el cual recibe, además, el encargo de organizar una colecta de dinero para ayudar a la iglesia madre de Jerusalén.

Mientras tanto, Pablo, que está en Éfeso, escribe esta carta en torno al año 54. Luego tiene proyectado un viaje a Corinto para recoger el mismo el fruto de la colecta y transportarlo, junto con otros, a Jerusalén.


Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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En el otro blog, de “Religiondigital”, el tema es:

“La crítica de los manuscritos y papiros. La denominada crítica textual del Nuevo Testamento”

Saludos de nuevo.
Viernes, 5 de Marzo 2010
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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