CONO SUR: J. R. Elizondo

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La extraña invención del Doctor García José Rodríguez Elizondo


Hipótesis personal sobre la causa de la reivindicación marítima del Perú y sus efectos sobre la aspiración marítima de Bolivia.



Pese a su importancia histórica, el acuerdo de Charaña de 1975 aún no ha sido procesado a cabalidad. Lo digo porque no sólo marcó nuestro techo respecto a la aspiración marítima de Bolivia. También marcó nuestro piso respecto a las posibilidades de amistad con el Perú.

La clave me la dio el general Francisco Morales Bermúdez, en entrevista que le hice en su casa de San Isidro, el 9 de noviembre de 2001. Entonces, yo ya lo percibía como uno de los peruanos más importantes de la Historia de Chile, tras la Guerra del Pacífico, por dos razones literalmente de fuerza: su golpe de 1975 contra el general Juan Velasco Alvarado, que desbarató la posibilidad de un conflicto armado directo, y sus maniobras para poner distancia con Fidel Castro y eludir una alianza con Argentina, con vistas a la guerra que impulsaban los “halcones” del general Jorge Rafael Videla. Estimando o no a los chilenos, se las arregló, por dos veces, para evitar la peor catástrofe que puede recaer sobre cualquier sociedad.

Mérito adicional: Morales Bermúdez jamás cedió a la tentación de publicitarse como soldado de paz, al margen de su colectivo institucional. Con ese talante, me manifestó, categórico, que nunca hubo un plan de acción contra Chile, que el reequipamiento militar peruano era para mantener el equilibrio estratégico, y que el posterior reconocimiento de Alberto Fujimori fue “un disparate total” [1].

Sin embargo, lució transparente respecto al frustrado acuerdo de Charaña. Dijo que, ante la demanda del general Augusto Pinochet, percibió que la presión de Hugo Bánzer le impedía responder con una negativa simple. Pudo agregar que sus altos mandos repudiaron dicho acuerdo[2]. Para salir del paso, ordenó a su canciller Carlos García Bedoya que diseñara “una salida al mar para Bolivia por territorio que fue peruano, desembocando en Arica, a condición de que Arica tenga como puerto –no como territorio- una administración tripartita”.

Con eso reflejaba tres constantes del pensamiento estratégico y del imaginario peruano sobre la relación con Bolivia:

- El Perú fue a la guerra para ayudar a dicho país y éste abandonó las acciones, dejándolo solo frente a Chile.
- Cualquier solución para Bolivia supone priorizar la vigencia del interés peruano sobre sus territorios perdidos.
- Los bolivianos no deben culpar al Perú por una eventual falta de acuerdo con Chile.
Bastan dos ejemplos para asumir la historicidad de estas constantes: “El Perú jamás consentirá en hacer dejación de sus derechos sobre esos territorios”, dijo en 1919 el canciller Arturo García Salazar”. En 2002, las actualizó el historiador y diplomático Juan Miguel Bákula: “Suponer que el Perú se había batido cuatro años con tan cruento y doloroso esfuerzo, para que Bolivia obtuviera una recompensa, resultaba una inconsecuencia”[3].
Esto permite decodificar el sentido real de la formulación de Torre Tagle, según la cual “el Perú no es obstáculo para la aspiración marítima de Bolivia”. Para entenderla, debe agregarse el siguiente complemento tácito: “entendiéndose que el Perú no renuncia a los derechos y servidumbres sobre sus ex territorios, reconocidos por el Tratado de 1929”.

Los resguardos de García

Cotejada la respuesta de Morales Bermúdez a Pinochet, de 1976, con sus dichos de la entrevista, salta una omisión fundamental: la frontera marítima no aparece por ninguna parte. Llamativo, pues no pudo tener mejor excusa, ante el gobernante chileno y Bánzer, que reprocharles por estar disponiendo de mar peruano.

Esto se explica porque el tema de la redelimitación recién surgió en 1986. Quien lo inventó fue Alan García, líder del Partido Aprista del Perú y Presidente elegido democráticamente.
¿Revanchismo antichileno de García?

Lo descarto por dos razones: Una, porque el Apra tenía (y mantiene) una sólida doctrina integracionista. Su fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, hasta fue acusado de “chilenófilo” por los conservadores limeños de los años 30. Dos, porque la tesis parece inventada –ya lo veremos- como un resguardo doméstico para iniciar una mejor relación con Chile y como un franco disuasivo ante Bolivia.

Esto se explica porque García llegó a su primera Presidencia con gran ímpetu amistoso. Fruto de su experiencia corta –tenía 35 años-, creía en la posibilidad de mejorar, rápido, la calidad de la relación con nuestro país. Tras los avances prudentes de su predecesor Fernando Belaunde Terry, pensaba que lo primero era extirpar el incordio de las cláusulas pendientes del Tratado de 1929. Al efecto solía decir, en círculos restringidos -quizás, como movida táctica- , que no le importaba si para negociar debía ir a la frontera y abrazarse con el mismísimo diablo. Es decir, con Pinochet.

Contextualizando la osadía, cabe recordar que ningún demócrata del mundo quería exponerse a una foto con el dictador chileno. El peruano Javier Pérez de Cuéllar, a la sazón Secretario General de la ONU, había anunciado que sólo visitaría Chile cuando volviera la democracia. El rey Juan Carlos –quien solía aconsejarse con Pérez de Cuéllar- se acogía al mismo predicamento.

Por lo mismo, la intrepidez del joven Presidente se miró, desde la disidencia chilena, como democráticamente insolidaria. Uno de sus dirigentes aterrizó en Lima con esa preocupación y un amigo le concertó una cita con Armando Villanueva, respetado patriarca del Apra. Todo indica que del encuentro surgió un pragmático “consejo a García”: mejor relación sí, foto no. En definitiva, tras sondear a Pinochet con dos adelantados, el Presidente envió a Chile a su canciller Allan Wagner, en mayo de 1986, para “abrir una nueva etapa de paz y cooperación”.

En esas circunstancias, Wagner y su homólogo Jaime del Valle conversaron sobre las cláusulas pendientes y sobre una propuesta nueva de García: revisar, con criterios jurídicos y de equidad, la frontera marítima. Luego, su asesor, el embajador Bákula, la expuso en audiencia especial ante del Valle y, a pedido de éste, elaboró un memo que le fue entregado el día 23.

En ese texto sostiene –al parecer- que si la Zona Especial Fronteriza Marítima del Acuerdo trinacional de 1954 (comprende, además, a Ecuador) fuera un límite internacional, Chile ejercería jurisdicción sobre aguas tan próximas a tierra peruana, que crearía una situación “inaceptable”. Al menos, es lo que Bákula escribió en una obra posterior, en la cual plantea la diferencia entre la Zona Especial Fronteriza y una frontera marítima [4].

Tras los detalles de ese memo, que pocos chilenos conocen, pero que está en el archivo de Torre Tagle, había una motivación política de alta complejidad. Por una parte, García no quería aparecer ante su opinión pública como regalando a Pinochet el finiquito de las cláusulas pendientes.

Para afirmar internamente ese gesto –que implicaba el fortalecimiento del Tratado de 1929-, necesitaba agendar su invención, en calidad de resguardo sustitutorio: fin de cláusulas pendientes por negociación de nuevo tema. Por otra parte, debía evitar que Bolivia lo pusiera ante el mismo dilema que a Morales Bermúdez. A ese efecto, su propuesta operaría como un disuasivo. Bolivia lo pensaría muchas veces antes de pedir su asentimiento para un corredor hacia un mar en trance de negociación.

La mejor prueba de que esa fue la motivación de García, la dio su contención posterior. A fines de su período, fracasado el finiquito de las cláusulas pendientes, con bajísimo rating en las encuestas, incluso con rumor de conspiraciones militares, engavetó su propuesta sin ceder a la tentación de agitarla contra Chile.

De Murphy a Frankestein

Confirmando que buenas motivaciones no siempre garantizan buenos resultados, el tema explosionó en septiembre de 2005. Sacándolo al aire, como al genio de la botella, Toledo lo convirtió en ley de la República, bajo el despistante título de “Lista de las coordenadas de los puntos contribuyentes del sistema de líneas de base del litoral peruano”[5]. Con ello transformó una propuesta de negociación, para nada “histórica”, en una normativa obligatoria para los peruanos.

Esa mutación, que marcó el climax de una serie de zancadillas entre Toledo y Ricardo Lagos, dio aire al nacionalismo peruano “duro”. De paso, leales ejecutores de las leyes de Murphy, los chilenos ayudamos a reposicionar el tema por dos vías: una desprolijidad cometida en la tramitación de la ley que fijó los límites de la región Arica-Parinacota y una nueva mala lectura de la disposición peruana hacia la aspiración de Bolivia.

Así, aunque García también llegó a su segundo mandato con intenciones amistosas, pronto vio que la ley de Toledo le cortaba la retirada, Bolivia volvía tras territorios ex peruanos y un error chileno lo empujaba a la fuga hacia delante. Eso lo entrampó entre dos posibilidades polares: un encapsulable contencioso ante la Corte Internacional de Justicia o la rendición ante la agitación nacionalista doméstica, con eventual escalada de acciones ominosas.

De paso, este cuadro explicaría por qué, coetáneamente, Bolivia quiso apresurar supuestas conversaciones con Chile –hay que decirlo así- sobre un corredor similar al de Charaña. Es que la visualizable demanda peruana en La Haya oficializaría el carácter de “bien en disputa” para el mar adyacente.

Por lo señalado, tras reconocer a través de su canciller que Toledo maltrató “gratuitamente” la relación con Chile, el Doctor García, hoy puede asumir que su invención del ’86 fue un paradigma de cariño malo. Ni disuadió a Bolivia ni sirvió para afirmar una mejor relación con nuestro país. De hecho, ha mutado en un artefacto explosivo a tres bandas, que repone en cartelera la vieja leyenda del Doctor Frankenstein.

Nota.- Al cierre de este artículo llegan las tristísimas noticias del terremoto en el corazón del Perú. Que la desgracia, ya que no el manejo político, sirva para que vuelva la serenidad y nos fundamos en un dolor solidario. JRE.


Publicado en la revista Mensaje, de Chile, en septiembre de 2007.

José Rodríguez Elizondo
Jueves, 30 de Agosto 2007



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Para salir del callejón José Rodríguez Elizondo

En política exterior cada palabra cuenta. Recuerdo haberle escuchado a Alvaro de Soto que primero pensaba en lo que debía callar, cuando enfrentaba a un periodista. Por lo mismo, los chicos de la prensa son reacios a entrevistar a cancilleres y diplomáticos. Pocas veces pueden sacarles una “cuña”. En cuanto a los gobernantes, con excepción de Hugo Chávez (el uruguayo Jorge Batlle ya se fue), se cuidan mucho de soltar originalidades.

Como excepción, la semana pasada el Presidente del Perú y el canciller de Chile se saltaron la vieja estereotipia. Alan García, con la Línea de la Concordia a la vista, declaró que la frontera con Chile es “fundamental para nuestra patria”.

Agregó que debe ser “una frontera integradora”. Al día siguiente, Alejandro Foxley manifestó que la nueva cartografía peruana “genera un problema ante cualquier eventual solución respecto a Bolivia". Remachó diciendo que “si no hay una inmensa voluntad de las partes, Perú, Bolivia y Chile, vamos a estar permanentemente enredados en esto".

Obviamente, las minorías emocionales encontrarán motivos para escandalizarse. La racionalidad siempre las descoloca. Pero, cualquier humanista entenderá que ambos dijeron dos verdades oportunas y complementarias: la buena voluntad chileno-peruana no debe extinguirse y el realismo político respecto a Bolivia es ineludible.

En el caso de García, fue un excelente reflejo. Aprovechó el momento de solidaridad que Michelle Bachelet le brindaba, con motivo del terremoto, para reconocer algo que la ambigüedad diplomática soslaya: el Perú no acepta a Bolivia como “Estado tampón”. Aprovechó para agregar, a ese meollo tácito, una baza de aprismo doctrinario: su concepción del integracionismo comienza por el país de la frontera “fundamental”.

Verdad corajuda

La verdad de Foxley también fue corajuda. Contrariando un dogma establecido, reconoció que ya no cabe refugiarse en el “bilateralismo” para enfrentar la aspiración marítima de Bolivia. Ese dogma, pasando por sobre la realidad y una norma precisa del Tratado del 29, ha hecho que chilenos y bolivianos nos empecinemos jugando al Gran Bonetón. Es decir, conversando sobre un corredor soberano -“al tiro” o en diferido- que pase por territorios ex peruanos, sin incorporar al Perú como “parte” del debate.

Al salir de ese peligroso escapismo, Foxley asume que la buena disposición del Perú hacia la aspiración de Bolivia no debe entenderse como una permisividad previa, respecto a los territorios que perdió. Más bien, habría que decodificarla a tenor de lo que escribió Juan Miguel Bákula, en su monumental historia de la política exterior peruana: “Suponer que el Perú se había batido cuatro años con tan cruento y doloroso esfuerzo, para que Bolivia obtuviera una recompensa, resultaba una inconsecuencia”.

¿Significa esto que Chile y el Perú ponen punto final a la aspiración de Bolivia?

No debiera entenderse así. La Historia enseña que, cuando un problema no tiene solución, lo sensato es cambiar el planteamiento del problema. La política realista no se opone a una realidad mejor, sino al ensimismamiento en una sola manera de inducirla.

Sobre esa base, Evo Morales, con su gran representatividad y la mayor estatura estratégica de su país, debiera asumir que su aspiración no permite cambiar el soberano color de los mapas y que la solución vuelve a pasar por un óptimo acceso al mar, siguiendo las vías de la integración. Es lo que entendieron altos académicos belgas, cuando ayudaron a forjar el Acta de Lovaina de 2006, con aportes de intelectuales de Bolivia, Chile y el Perú.

En definitiva, llegó el momento de aceptar que cuando se está ante un callejón sin salida, la única salida está en el callejón.


Publicado en La Republica (Peru), el 28 agoso 2007.

José Rodríguez Elizondo
Martes, 28 de Agosto 2007



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Chile debió mostrar más serenidad José Rodríguez Elizondo

La publicación de la nueva cartografía marítima del Perú con la inclusión de un "área de controversia con Chile" provocó las respuestas destempleadas de las autoridades de ese país. La revista DOMINGO buscó a José Rodríguez Elizondo, escritor y analista chileno vinculado al Perú desde los años setenta, para evaluar el presente y la perspectiva de las relaciones de dos estados que conviven en permanente tensión. Su llamado a la tranquilidad en momentos tan cruciales debería ser escuchado en ambos lados de la frontera. Por Enrique Patriau.



–Me mencionó que le parecía un buen síntoma, por parte del Perú, que en la cartografía publicada el domingo se haga referencia a un "área de controversia". ¿Por qué razón?

–La semántica siempre importa. Esta asume que la eventual demanda dará a esa porción de mar el carácter de bien contencioso y que el Perú se atendrá a lo que determinen los jueces. Distinto sería si, por ejemplo, el rótulo fuera "mar peruano" o "falso mar chileno".

Sería una provocación abierta.

–En efecto, tal nomenclatura, nacionalistamente cargada, sería pretexto más para enfrentamientos que para una solución pacífica.

La respuesta oficial chilena puede considerarse de oficio, aunque varios en Lima la han calificado de exagerada. ¿Le parece una reacción desproporcionada? ¿O cree que se justifica plenamente?

–Me sorprendió la sorpresa que produjo la publicación de esa cartografía. Para mí, obedeció a un cronograma perfectamente previsible, desde 2005, con la dictación de la ley con la "lista de las coordenadas de los puntos contribuyentes del sistema de bases del litoral peruano". Si esta es "una cosa preparatoria del camino hacia el tribunal", como sostuvo el jurista Javier Valle Riestra, la cartografía sería una secuela o un intento de "preconstituir prueba".

Pero los términos de la nota de protesta son muy duros, se llamó a consulta al embajador; el presidente de la Cámara de Diputados, Patricio Walker, canceló su viaje al Perú y se le sugirió a la presidenta Bachelet que desista de su gira de noviembre.

–Quizás mi gobierno debió reflejar más serenidad que alarma, dada la solidez de su posición jurídica y su previo reconocimiento de que el Perú estaba en su derecho si quería ir a La Haya.

El clima ha vuelto a calentarse y la impresión es que las relaciones bilaterales –recompuestas desde la llegada al poder de Alan García– se ponen en entredicho nuevamente. Incluso Ricardo Lagos Weber, vocero del gobierno, ha dicho que se "dificultan". ¿Comparte esa opinión?

–Es nuestro sino triste. En vez de volcar energías a la integración para el desarrollo, nos enfrascaremos en un pleito de soberanía, a contramano de un status quo con más de medio siglo de vigencia. Piense usted que un proceso integracionista en la triple frontera, con sus riquezas energéticas, ictiológicas, acuíferas, minerales y de emplazamiento, podría ser el motor de una futura integración sudamericana. Una equivalente, por dimensión y objetivos, a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, germen de la Unión Europea.


"Nuestros militares comprenden la necesidad de una buena relación con el Perú".


El canciller José Antonio García Belaunde ha dicho que la aprobación de la cartografía es parte del proceso que el Perú llevará a La Haya. Sin embargo, se especula mucho sobre la actitud que asumirá Chile. Se dice que no aceptaría la jurisdicción de la Corte.

–Para algunos, si hay tratado no hay controversia. Yo, realistamente, creo que hay controversia cuando uno de dos (o más) países expresa que la hay. Es como en las disputas entre cónyuges: basta con uno para que existan. Recuerdo que, invocando el Protocolo de Río de Janeiro, los peruanos decían que no había controversia con Ecuador. Pues no la hubo hasta que, en 1995, vino la guerra de frentón. Por cierto, no pienso que hoy estemos ante la posibilidad de tamaño despropósito. Simplemente, como ex directivo de la ONU, bajo el liderazgo de Javier Pérez de Cuéllar, comprendo mejor el sentido del capítulo VI de la Carta, sobre solución pacífica de controversias.

–¿Cómo cree que reaccionará la sociedad chilena cuando Perú presente la inminente demanda ante la Corte?

–Temo que la sociedad chilena esté mal informada. Hemos tendido a identificar la práctica reservada de la diplomacia con una política exterior secreta. Esto hace que reaccionemos solo a tenor de una historia ideologizada y de los grandes titulares, lo cual facilita la sobrerreacción.

Se ha planteado desde Chile que los presidentes peruanos se apoyan en la controversia marítima para ganar adhesión popular. Eso se dijo de Alejandro Toledo, pero Con García no parece ocurrir lo mismo: mantiene una importante cuota de respaldo, aunque haya disminuido su aprobación.

–Aquí hay jurisprudencia. García, el inventor de la tesis de la no delimitación marítima, no agitó el tema durante su primer mandato, cuando su popularidad doméstica comenzó a bajar. Toledo, por el contrario, cuando bajó su rating sacó del cajón la invención de García y la convirtió en ley. A mayor abundamiento esa ley cortó la retirada al segundo García: su "propuesta" de 1986 es, ahora, norma jurídica y él debe buscar la manera de acatarla sin romper la buena relación que quería construir con Chile. Si lo consigue, se doctora como estadista-mago.

Usted sostiene que "la motivación real de la nueva oceanografía peruana es enfrentar, en mejor pie, la recurrente aspiración boliviana para salir al mar por territorios que fueron del Perú". ¿Porque así Bolivia se vería obligada a esperar la solución a la controversia marítima entre Chile y Perú?

–Mi hipótesis es más compleja. Creo que García hizo su propuesta de 1986 con tres objetivos relacionados: negociar con Pinochet el finiquito de las cláusulas pendientes del Tratado de 1929; equilibrar esa negociación –que parecía concesiva a muchos peruanos– con una iniciativa respecto a la frontera marítima; y disuadir a los gobiernos bolivianos respecto a su pretensión de acceder al mar por territorios ex peruanos. Como no siempre buenas razones hacen buenas políticas, todo eso falló. Fue Fujimori quien liquidó el tema de las cláusulas pendientes. Toledo, para fastidiar a Ricardo Lagos, exhumó la propuesta de García y la transformó en ley. Por último, Evo Morales ha reiterado la pretensión de soberanía marítima por la frontera común con Chile.

A futuro, ¿cómo rebajar la tensión? ¿Cómo deberían llevarse las relaciones entre Perú y Chile, ahora que han ingresado a un punto clave? ¿Qué gestos deberían darse?

–Suelo decir que hay dos posibilidades polares: una, que Michelle Bachelet y Alan García se aboquen a una estrategia común que encapsule el tema y nos devuelva a la ruta del desarrollo en competencia y colaboración. Otra, que sin querer queriendo crezcan los enanos del conflicto. Es decir, que extremistas de ambos lados aprovechen la oportunidad.

Eso va a ocurrir de todas maneras.

–Lo curioso es que, cada vez que me planteo algo así, la información que aparece es la siguiente: "Analista chileno reconoce que puede haber conflicto bélico entre Chile y Perú".

Sobre eso, existe un tema que preocupa a los peruanos y tiene que ver directamente con el gasto militar chileno, que, se calcula, triplica al nuestro.

–El tema supone información confidencial y un conocimiento de primera mano sobre las previsiones estratégicas de varios países. Como no estoy en esos secretos y no soy un diletante, opto por no responder.

La hipótesis de un conflicto armado no tiene sentido, ¿pero se puede hablar de relaciones normalizadas con una diferencia tan notable en el poderío militar?

–Por mi actividad académica, he podido apreciar un fenómeno nuevo en mi país: el alto grado de comprensión que tienen nuestros oficiales superiores, de las tres armas, sobre la necesidad de que Chile y el Perú conquisten la mejor relación posible.


Entrevista publicada en La República, Perú, revista DOMINGO, el 19.8.07.


José Rodríguez Elizondo
Martes, 21 de Agosto 2007



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La región entre Mercosur y Opegasur José Rodríguez Elizondo

El reciente acuerdo entre Argentina, Bolivia y Venezuela para crear la Organización de Países Productores y Exportadores de Gas de Sudamérica (Opegasur), marca el fin del Gasoducto del Sur, en cuanto instrumento de integración de productores y consumidores de la sub-región. De plasmarse, estaría al servicio de un trust de dos grandes exportadores y un productor para autoconsumo, en distintos niveles de lucha con “el imperio”.

También es una manera de agonizar, para el momento mágico de los años ’90. Ese que surgió cuando, con el mayor elenco de regímenes democráticos que se hubiera establecido en América Latina, volvimos a abrir los expedientes de la integración “sesentera”.

Bien polvorientos estaban. Un primer balance mostró que su énfasis estuvo en un alineamiento neobolivariano, desde México City a Punta Arenas, subestimando diferencias macrosistémicas. Para contrapesar tanta poesía se diseñó una red burocrática, dedicada a abrir los mercados internos. Se suponía que, mientras mejor comerciáramos entre nosotros, más rápido llegaría la utopía.

La verdad, revelada desde la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, lucía por contradicción. Retroactivamente entendimos que, en plena guerra fría, jamás pudieron integrarse países con orientación antagónica. Fidel Castro, con mucha lógica, decía “primero revolución, después integración”.

Asumimos, además, la crítica de la institucionalidad integracionista, con su gran paradoja en la nomenclatura: mientras la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) nació con filosofía integracionista, su sucesora, la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) se estacionó en la simple negociación comercial.

Paralelamente, comprendimos la necesidad de integrar a la baja, partiendo de una agrupación menor y con objetivo acotado. Muchos entendieron que ese rol debía cumplirlo el Mercosur, con Brasil y Argentina como locomotoras. En resumen, ni tanto ni tan poco ni con cualquiera.

Momento escurridizo

Desgraciadamente, el momento de lucidez se nos está escurriendo entre los dedos, mientras cunde la percepción popular sobre “los políticos” como responsables corporativos de todos los males, por acción, omisión, corrupción o ineficiencia.

Entre esos males están la debilidad del “chorreo”, la mantención de crudos desequilibrios macrosociales, el fundamentalismo de quienes basurean a los que inducen rectificaciones, el acomodo al poder de parte importante de las izquierdas y el unilateralismo de los Estados Unidos, que ahora apaga incendios con gasolina de Irak.

De ese caldo de cultivo surgen cuatro fenómenos disfuncionales a la integración: 1) la negociación de ALCAs bilaterales con la superpotencia, 2) el empeño de Kirchner por introducir a Hugo Chávez al Mercosur, 3) los gruesos sectores sociales sin conducción política sistémica y 4) el “socialismo o muerte” de Chávez.

Con esto, la relativa homogeneidad del Mercosur entró en liquidación. Venezuela no puede desplazar a Brasil como locomotora, pero si puede bloquear su avance. Argentina hoy depende financieramente de Venezuela y mantiene un duro pleito con Uruguay. Bolivia y Chile, miembros asociados, siguen sin relaciones diplomáticas El Perú, que podría incorporarse al grupo, está lejos de Venezuela y Bolivia y mantiene un pleito de límites marítimos con Chile.

Lula recién comenzó a diseñar una estrategia de contención, al convocar a México a la integración sudamericana. La movida era lógica, pues el gigante hermano del norte no puede dejarse encerrar como dependencia geopolítica de los Estados Unidos.
Si queda tiempo, habrá que rediseñar el grupo reducido y ver cual locomotora tira más.


Publicado en La República el 14.8.07



José Rodríguez Elizondo
Viernes, 17 de Agosto 2007



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Los militares no son de Chávez José Rodríguez Elizondo

Quizás sólo los servicios secretos estén procesando la gran diferencia que subsiste entre Hugo Chávez y Fidel Castro: el carácter de sus FF.AA respectivas. Es una divergencia literalmente estratégica, con base en sus biografías respectivas. Mientras Castro fue un abogado rebelde y civil, para quien los militares de profesión eran el enemigo a abatir, Chávez empezó como cadete militar, formado en la tesis del “monopolio castrense sobre las armas”.

Por eso, el líder cubano pudo ejecutar la utopía de la tabula rasa y comenzar desde cero, sin militares ajenos. Al efecto, su estrella le brindó la coyuntura de un ejército pretoriano, con jefes corruptos y sin tradición académica. La fuga del dictador Fulgencio Batista -surgido de la suboficialidad- puso el colofón. Esos jefes quedaron sin ningún poder de negociación ante el líder emergente.

El lema “patria o muerte” reflejó esa oportunidad. Castro la efectivizó fusilando a viejos oficiales y creando un ejército encuadrado por los comandantes guerrilleros. Así, los nuevos militares aprendieron a gritar “comandante en jefe, ordene”, fueron elegibles para cargos políticos, asumieron el marxismo-leninismo, estuvieron dispuestos a inmolarse en una guerra termonuclear y hasta se resignaron al fusilamiento de jefes tan prestigiados como Arnoldo Ochoa.

A mayor abundamiento, juraron una Constitución que, junto con invocar a José Martí, los puso al servicio de “las ideas político-sociales de Marx, Engels y Lenin”. Esos soldados fueron la base de un proyecto que, como Moisés, Castro iría revelando a lo largo de las décadas.

Coyuntura distinta

Distinta fue la coyuntura histórica del coronel Chávez. Formado en el repudio al comunismo, a lo más podía soñar un sueño de “patria o heridas leves”. De ahí que sus modelos iniciales fueran Perón, Torrijos y Velasco Alvarado, los grandes insurgentes de uniforme.

Por eso, en su Constitución de 1999, Simón Bolívar no figura junto al tridente Marx-Engels-Lenin y la Fuerza Armada Nacional se mantiene, ortodoxa, como “una institución esencialmente profesional, sin militancia política”, que no puede ser puesta al servicio “de persona o parcialidad política alguna”. Técnicamente, los oficiales golpistas de 2002 pudieron invocarla contra el ideologismo castrista del gobernante.

No es raro, entonces, que Chávez siga craneando la manera de levantar una fuerza “a la cubana”. Es lo que subyace en sus diseños estratégicos para formar un partido único y encuadrar civiles de manera masiva, ante la eventual “agresión del imperio”. Es lo que explica su consigna “patria, socialismo o muerte”, que quiere imponer al sector militar.

Pero, está teniendo problemas. Martha Harnecker, su ideologizada asesora política, culpa a la Constitución, que “le quedó estrecha”. Su asesor militar, general Alberto Müller, le ha planteado reparos con base real: “Supongo que en las FFF.AA (…) debe haber personas que no están satisfechas con esa posición”, ha declarado.

Como tal franqueza disgustó a Chávez, termino prestándole un viejo proverbio árabe, que me regaló un militar chileno: “Si alguien te dice la verdad, regálale un caballo para que pueda huir”.


Publicado en La Tercera el 22.7.07.

José Rodríguez Elizondo
Domingo, 22 de Julio 2007



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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