Bitácora
Epopeya y la agenda del futuro
José Rodríguez Elizondo
Esta noche, cuando se despeje el enigma de Epopeya, veremos si ameritaba o no la advertencia telefónica del canciller peruano Jose Antonio García Belaunde a su homólogo chileno Alejandro Foxley.
En todo caso, ese llamado a la prudencia incrementará la audiencia. El postergado estreno tendrá, por lo bajo, tantos telespectadores -chilenos y peruanos- como un partido de fútbol de alto riesgo. Además, para regocijo de los recaudadores de TVN, el mercado cruel se subió por el chorro y aumentó la tarifa a los avisadores de entretiempo.
En cuanto al fondo, la polémica está asegurada. En una democracia esto no es intrínsecamente perverso, pues puede tener un carácter terapéutico, como toda visita al pasado con ojos nuevos. Al respecto, la trayectoria del productor Rafael Cavada garantiza buenos niveles de objetividad y sensatez. El no milita en las barras bravas de los nacionalistas, fanáticos o maniqueístas. En su Epopeya no veremos –es una apuesta- el equivalente al bofetón sensacionalista y estúpido que propinó José Miguel Carrera a Bernardo O’Higgins en la teleserie Héroes, del canal católico.
A esta altura, uno debe preguntarse si de veras era plausible la inquietud de la Cancillería peruana y yo diría que sí. Pero –y aquí está el detalle- no por contingencias propias de nuestra realidad. Cuando los Cavada boys aún no anunciaban su producto, el líder ultranacionalista peruano Ollanta Humala venía desarrollando una fuerte ofensiva mediática contra Chile. Más allá de sus discrepancias tácticas con otros nacionalistas, le parecía que era una buena manera de recuperar imagen, castigar nuestra arrogancia y aserruchar el piso a Alan García.
Diaporamas belicistas
Implementando esa estrategia, nacionalistas peruanos de diversas obediencias están distribuyendo, por correo electrónico, una serie de diaporamas de buena factura técnica y alto contenido belicista. En ellos se habla de “la mafia cívico-militar encabezada por Michelle Bachelet”, se añora el Chile “sojuzgado por el inca Pachacutec” y se advierte que nuestro país codicia el agua del Titicaca y el gas natural peruano, pues “su única esperanza de sobrevivencia está al norte de su frontera”.
Estas arengas discurren bajo himnos marciales que llaman a “la victoria” y prologan el mensaje fundamental: para que nunca se repita 1879, los peruanos no deben comprar productos chilenos y deben exigir “una fuerza armada lista para vencer”.
Puede que, en este contexto, los peruanos responsables hayan temido la polemicidad natural de Epopeya. Esta potenciaría al nacionalismo belicista, con riesgo para la agenda y la gobernabilidad de García. En su esencia, tal temor refleja un tema de fondo: la institucionalidad política peruana aún mantiene un escenario demasiado abierto para los outsiders y demasiado ancho para ser llenado sólo por el Apra.
De esto emana una paradoja estructural: por histórico que sea, un solo partido no hace sistema y sin sistema no se puede reducir a los antisistémicos.
En síntesis, sigue lejana una genuina agenda de futuro. Significativo debate en sordina, catalizado por una serie de televisión.
(Publicado en La Tercera el 6 de mayo de 2007)
Bitácora
Nuestra novela política
José Rodríguez Elizondo
Para Balzac, la novela es la historia privada de las naciones. Para nosotros, latinoamericanos, la realidad invirtió esos términos. La historia pública de nuestros países es una larga novela en busca de editor.
Así, la Guerra del Pacífico -cuyo tomo tenemos siempre en el velador- es sólo parte de una saga subregional, que comenzó con las rivalidades, glorias y fracasos de los próceres. Ahí aparece el chileno Bernardo 0’Higgins financiando una escuadra para expulsar del Perú a los españoles y poniéndola al mando de su “hermano” de logia secreta, el argentino José de San Martín. Siguen la ira del británico Lord Cochane, cuando San Martín se sube por el chorro, asumiendo como Protector del Perú y la rectificación justiciera del venezolano Simón Bolívar. El libertador máximo, atajando la supuesta avivada, excluye de su gloria al libertador argentino.
Mientras liquida ese capítulo en Guayaquil, su lugarteniente José Antonio de Sucre escribe un apartado creativo para Bolivia. Este nuevo país es su regalo para el jefe y marca el inicio de una segunda parte -que bien pudo escribir León Tolstoi-, con dos guerras y nuevos protagonistas. Destacan, entre éstos, Andrés de Santa Cruz, Agustín Gamarra, Diego Portales, Manuel Bulnes, Mariano Ignacio Prado, Nicolás de Piérola, Hilarión Daza, Aníbal Pinto, Domingo Santa María, Julio Roca, Patricio Lynch, Miguel Grau, Arturo Prat, Eduardo Abaroa y Andrés Avelino Cáceres.
¿Termina, aquí, la novela sub-regional y empieza la “no ficción”?
Para nada. Hoy estamos viviendo otro gran folletín y si no lo vemos claro es porque sus claves aún no se decodifican a cabalidad. Nuestros nietos sabrán que partió como secuela de las revoluciones mexicana, rusa y cubana y terminó insertándonos en la novelística mundial de la Guerra Fría.
La gran estafa
Los primeros capítulos de esta segunda novela los protagonizan, subversivamente, los peruanos José Carlos Mariátegui, Víctor Raul Haya de la Torre y el chileno Luis Emilio Recabarren. Ante ellos aparece Eudocio Ravines, también peruano, quien llega con instrucciones secretas de José Stalin para liquidarlos. Mariátegui no da guerra -muere joven-, Recabarren se suicida, el stalinista cubano Julio Antonio Mella se trompea con Haya y Ravines se arrepiente. Confiesa que Stalin fue una gran estafa.
Veinte años después la saga tiene una gran secuela, estelarizada por Fidel Castro, líder máximo de Cuba, quien se autopercibe como heredero de Martí y Mella, pero también de Bolívar y Lenin. Desde tan complejo rol, combate al “imperio”, incendia la región, asume el riesgo de un holocausto nuclear y acorrala a quienes no acatan su jefatura o diseñan estrategias alternativas. Entre éstos destacan líderes conosureños fogueados, como Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende junto al muy novato Alan García. Para neutralizarlos, Castro los insulta, les aserrucha el piso, les da lecciones públicas de revolución y hasta falsifica sus biografías.
En el desenlace, que está afinándose, el patriarca anciano se re-auto-absuelve ante la Historia, mientras ejecuta un guión previo de Gabriel García Márquez. Sabe que su gran proyecto fracasó, pues cayó la URSS y él ya no puede escalar montañas. Sin embargo, su buena estrella le ha regalado un discípulo y éste le recuerda lo que un día dijo a su escribidor francés: “Si tuviéramos petróleo, Regis, la revolución continental sería cuestión de meses”.
Y ahí emerge Hugo Chávez, su heredero venezolano, forjando “ejes”, insultando al jefe del “imperio” (entre otros), trompeándose con un fogueado Alan García (heredero de Haya) y chocando con Michelle Bachelet (heredera de Allende).
A la vieja usanza, aquí se abre una ventana donde se lee “continuará”.
(Publicado en La Republica el 24.4.07)
Bitácora
Bachelet: éxito como visita
José Rodríguez Elizondo
El martes pasado, en la isla Margarita y a contrapelo de su natural efusividad, Michelle Bachelet se ciñó a un guión viejo como la Historia: el de la indiferencia femenina.
La primera señal fue gestual. Consistió en aplicar a Hugo Chávez el tratamiento de los saludos a la distancia debida, besitos gélidos a la manera “cuica” o la mirada perdida en las galaxias. Todo ello para evitar excesos de efusividad televisables o complicidad forzada con los coloquialismos del anfitrión. Es posible que los venezolanos viejos hayan vinculado esa sequedad con la “amansadora” de Rómulo Betancourt. Esta consistía en la larga antesala que el patriarca adeco imponía a sus interlocutores bravíos o respondones.
Al día siguiente, en Caracas, la segunda señal indujo un respingo. Los televidentes venezolanos, acostumbrados a un discurso que vincula el olor a incienso con Fidel Castro y el olor a azufre con George W. Bush, aprendieron que la “compañera” Bachelet no discriminaba entre Chávez y esos dos líderes polares. Ocultando su sonrisa célebre, para que nadie pensara que era “mamada de gallo” (tomadura de pelo), les dijo que Chile postulaba a similares cuotas de cariño con Venezuela, Cuba y los Estados Unidos.
Hubo, además, una tercera señal, mixta y potente, en ese mismo texto: su alusión a la “democracia consolidada” de Chile, ante el presencial protagonismo del canciller Alejandro Foxley. Este no sólo milita en la satanizada Democracia Cristiana –según Chávez, aliada de la “derecha fascista”-, sino que venía llegando de una publicitada visita a Condoleezza Rice, en el Departamento de Estado. Escuchando a su Presidenta, a pocos pasos, el canciller debió carcajearse (británicamente) cuando la escuchó aludir a los poderes de nuestro Estado “soberana y libremente elegidos (…) mediante elecciones libres y competitivas”.
Resultado impeca
El resultado fue impeca e incluso los negadores totales de Bachelet tendrán que admitirlo. Su guión –reflejo de una estrategia- corroboró que la sola espontaneidad no basta en la diplomacia. Chávez contribuyó al éxito, reconozcámoslo. Puesto en una nueva “amansadora”, supo salir de ella como un “lord”, reconociendo la libertad de creencias y contando que él mismo casi se dedicó por entero al servicio del Señor. Con esto no sólo ganó la recompensa de una risa bacheletiana.
Más importante, aún, pareció resignado a que, no por ser socialista, ella iba a comprarse sus pleitos contra la mitad del mundo ni a seguirlo en su camino al “socialismo del siglo XXI”. En este sentido, hasta debió asumir, en silencio, la renuncia de Bachelet a asistir a sendos actos de homenaje a Salvador Allende. Es que el deber nacional tiene razones que el corazón dogmático no entiende.
A todo ello, Lula ya había destrozado la supersimplificación castro-chavista respecto a los biocombustibles (malos) y el petróleo (bueno). Puede decirse, entonces, que entre el brasileño y la chilena dieron una excelente lección a quienes ignoran que la fortaleza de los “hombres fuertes” depende, en lo fundamental, de la debilidad de sus interlocutores.
Y ahora a esperar el encuentro de vuelta, esta vez como locales.
Publicado en La Tercera el 22.04.07.
Bitácora
Chile: modelo en apuros
José Rodríguez Elizondo
Las imágenes de Santiago vandalizado, que recorrieron el mundo desde el 29 de marzo -“día del combatiente”-, provocaron una pregunta incordiante en el exterior: ¿Por qué esa intifada en el país modélico de América Latina?
La mayoría de los analistas chilenos respondería que el gobierno de Michelle Bachelet ya venía doblegándose, aunque en silencio, ante el peso de la “mochila” que le traspasó Ricardo Lagos, su predecesor. En esa carga negativa destacaban corruptelas varias, obras públicas mal hechas y, en general, proyectos napoleónicos con hechuras de zapatero. Con tal background, los actos del 29 habría sido una especie de catarsis oportunista, dirigida por agitadores profesionalizados.
En esto hay mucha razón, pues la soberbia natural de Lagos, apoyada en su talento mediático y la adulación de sus subordinados, lo indujo a confiar más en su espejo que en la realidad, incluso en temas estratégicos.
Paradigma interno: un nuevo sistema de transporte para la populosa capital (el Transantiago), que podría definirse como una locomotora diseñada con olvido de sus rieles. Paradigma externo, la ampliación de las redes comerciales a casi todos los grandes mercados del mundo, mientras mantenía una paupérrima relación política con Venezuela, los países vecinos y la región, en general.
¿Por qué Bachelet nunca ha denunciado tan pesada mochila?
Simplemente, porque su carismática emergencia no tuvo como plataforma a los partidos políticos de gobierno, sino al estatus ministerial que le asignó Lagos y al apoyo de éste en plena campaña electoral.
Así, ella empezó a gobernar desde una trampa kafkiana: como deudora de su predecesor, no se sentía en condiciones de asesinar freudianamente al padre, siguiendo tantos ejemplos de otros presidentes de la región. Su honestidad raigal, para nada maquiaveliana, le impedía separar la paja laguista del trigo que quería cosechar.
Estoico silencio
Notabilísimamente, Bachelet ha mantenido su estoico silencio incluso ante la evidencia de que Lagos, dentro y fuera de Chile, no pierde oportunidad para reivindicar sus éxitos y eludir sus errores. En una de sus recurrentes “rupturas del silencio que me he impuesto”, el ex Presidente fue claro para decir que los problemas de Transantiago venían de su implementación.
Es decir, toda la responsabilidad del desorden caía sobre su sucesora.
Con todo, la mochila de Lagos es sólo parte de un problema mayor, caracterizable por la deserción de las izquierdas gobernantes, en cuanto vanguardia de los sectores sociales más desfavorecidos.
En efecto, los izquierdistas oficialistas ya dejaron de ser calificados como inconformistas o “autoflagelantes”. Los pocos que quedan hoy son calificados como “díscolos”. Esto, unido a un sistema electoral que margina a los comunistas, ha contribuido a consolidar el fenómeno de una “clase política” atrincherada en la Administración del Estado.
La base social histórica de las izquierdas chilenas se ha encontrado, así, ante una alternativa insólita: apoyar a un sector de las derechas, que la corteja o ceder a la tentación de la acción anárquica o subversiva, con las poblaciones periféricas como reducto.
Por eso, Bachelet, socialista doctrinaria, debió explicar los misterios técnicos de Transantiago a través de “rostros” y empresas especializadas en marketing. Debido al “aburguesamiento” de los políticos que la apoyan, ya no contaba con “camaradas” insertos en las poblaciones, que asumieran esa docencia como una misión política y no como un ganapán.
Es un fenómeno muy claro, pero inscrito en las muchas cosas sobre las cuales, en Chile, nadie quiere hablar.
Publicado en La Vanguardia, Barcelona, el 17 de abril 2007.
Bitácora
García y Bachelet están chocando con los nuevos errores y los viejos fantasmas
José Rodríguez Elizondo
El diario peruano El Comercio publicó el martes 17 un amplio reportaje sobre el diferendo limitrofe con Chile. Entre los materiales publicados están las respuestas a un cuestionario que me envió su corresponsal en Chile, las que entrego, a continuación, para los lectores de Tendencias.
Por Moisés Ávila Roldán, corresponsal en Santiago
¿Cree usted que primero debe zanjarse el problema limítrofe Perú-Chile antes de dar paso a la agenda de futuro que ambas naciones están programando?
Sólo sería posible si ambas partes aceptaran que hay zonas grises en sus respectivas posiciones y que pueden someterse, de consuno, a un tercero que resuelva el tema con rapidez. No es éste el caso, pues Chile está seguro de su posición jurídica y el Perú está igualmente seguro de la legitimidad de su pretensión. Por eso, hoy está sucediendo lo menos malo: la parte que se siente agraviada anuncia que recurrirá a un tercero con poder jurisdiccional y la otra parte no opone ninguna objeción a una eventual demanda internacional. De este modo, si se formaliza la controversia, tendrá una solución pacífica, ceñida a la Carta de la ONU. Ahora, de entablarse el contencioso, ambas partes deberán dedicarle energías prioritarias y prolongadas, supeditando la importancia de una agenda con énfasis en lo asociativo. Distinto sería el caso si la controversia se congelara o encapsulara, de acuerdo a las señales que marcaron el comienzo del gobierno de Alan García.
¿Cabe la posibilidad de que Chile en algún momento ceda en la posición de que no hay temas pendientes en la frontera marítima y que esta ya ha sido fijada desde 1954?
El comportamiento innovador, que vino a romper el statu quo de los límites marítimos (inexistencia de temas pendientes), vino del gobierno peruano. Por eso, no cabe hablar de ceder posiciones, por parte de Chile, sino de reconocer ese cambio como una situación de hecho: hoy existe controversia, porque una de las dos partes estima que la hay.
¿Considera que tiene asidero la posición peruana de que lo que se firmó en 1952 y 1954 fueron solo convenios de pesca que no pueden ser asumidos como tratados de límites?
En abstracto parece plausible. En concreto, ahí está el meollo de la litis eventual, que debiera resolverse de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 38 del Estatuto de la Corte Internacional de Justicia. Esta norma jerarquiza los títulos invocables por las partes, asignando el primer lugar a las convenciones internacionales y el segundo a la costumbre internacional “como prueba de una práctica generalmente aceptada como derecho”. A mi juicio, un statu quo de más de medio siglo equivale a la costumbre mencionada. Por tanto, refuerza la tesis de que los convenios de los años 50 pueden ser considerados como tratados de delimitación marítima por vía implícita o funcional.
¿Es posible solucionar el tema de manera bilateral, sin tener que recurrir a organismos internacionales?
Es posible, en los términos que pareció plantear originalmente el presidente García. También es posible si se vincula la pretensión peruana con la aspiración marítima boliviana, mediante una negociación trilateral. Esto lo explico latamente en mi libro “Las crisis vecinales en el gobierno de Lagos”, donde sostengo que la fuerza con que tomó este tema el entonces Presidente Alejandro Toledo, se explicaba por su decisión de terciar –de facto- en la negociación entre los Presidentes de Chile y Bolivia. En efecto, aquí hay algo que está pasando riesgosamente inadvertido: la reivindicación de aguas marítimas por parte del Perú bloquea cualquier negociación chileno-boliviana dirigida a transferir un corredor con litoral, como en el caso del acuerdo de Charaña de 1975. A mayor abundamiento, recordemos que, entonces, el Presidente Francisco Morales Bermúdez no reivindicó esas aguas como peruanas. En lugar de ello, propuso el conocido acuerdo “tripartito” o de soberanía compartida”, por intermedio de su canciller José de la Puente Radbill.
¿Cree que García y Bachelet podrán lograr lo que sus antecesores no pudieron y dejar cerrados todos los asuntos que impiden a Perú y a Chile avanzar de manera conjunta?
A mi juicio, es lo que ambos quieren, pero están chocando con los viejos fantasmas y los nuevos errores.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
Libros de José Rodríguez Elizondo
Últimos apuntes
Archivo
Enlaces
Tendencias21
-
Un aprendizaje rápido y social integró a los niños a las sociedades durante el 99% de nuestra historia
21/11/2024 17:58 -
Un aprendizaje rápido y social integró a los niños a las sociedades durante el 99% de nuestra historia
21/11/2024 17:58 -
Revelan por accidente un mundo perdido de 280 millones de años de antigüedad en los Alpes italianos
20/11/2024 17:57 -
Revelan por accidente un mundo perdido de 280 millones de años de antigüedad en los Alpes italianos
20/11/2024 17:57 -
La IA ya está ocupando puestos de trabajo
19/11/2024 17:45
Blog latinoamericano de Tendencias21
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850