Bitácora
Una novela excepcional: El desierto, de Carlos Franz
José Rodríguez Elizondo
Sólo quienes viven por o para la literatura, pueden darse el lujo de estar al día en las novelas que se publican. Es decir, un puñadito así de personas.
Los motivos son varios pero se sintetizan en uno: tiempo vital. Nuestras estresadas sociedades ya no permiten leer libros que excedan los 300 mil caracteres con espacios. Esto significa -causa-efecto o efecto-causa- que ya no es gratificante escribir novelas como La guerra y la Paz o La Montaña mágica. Es dudoso, incluso, que Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez pudieran repetirse el lujo de espacio-tiempo que se dieron con Conversación en la catedral o El amor en tiempos del cólera.
Valga el exordio para autojustificarme por comentar, muy en diferido, la novela El desierto, de Carlos Franz, publicada el 2005 y ganadora del Premio La Nación-Sudamericana. Lo hago para que mis amigos peruanos sepan que también existe un gran narrador en Chile y para que mis amigos escritores, en general, comprueben que, aunque demore, leo las obras que me asestan.
Personalmente, reconozco una gran novela por la pena que me da llegar a las páginas finales. La penúltima fue la de Vargas Llosa sobre Flora Tristán y su nieto Gauguin. El desierto es la última. Y esto, pese (o debido) a sus robustas 472 páginas, propias de un autor que publica sólo cuando se percibe en el terreno de la excelencia.
La mejor historia privada del Chile actual
Ese fin con pena me permitió reconfirmar el aserto balsaciano sobre las bambalinas de la gran ficción: La de Franz es, hasta el momento, la mejor historia privada del Chile pos golpe de 1973. Nos cuenta el país de Pinochet con más cercanía, emoción y verosimilitud que el mejor libro politológico. Buen testimonio nos brinda Carlos Fuentes: “Franz se atreve a mirar el melodrama de unas vidas y elevarlo a la tragedia de una nación”.
Los personajes básicos son ricos per se: Laura, jueza chilena que cree en la compatibilidad del Derecho con la dictadura, el capitán Cáceres, que la seduce desde la violencia sofisticada y Claudia, la hija que rivaliza con la madre, pero intuyendo su misterio.
El coro es un pueblo perdido en el desierto que vive su tiempo detenido de carnaval cristiano-pagano. La elíptica morosidad con que Franz mezcla estos ingredientes, sumen al lector en el prodigio de la gran narrativa.
Es, en síntesis, una de esas raras novelas cuya “puesta en palabras” y estructura estimulan una decodificación intensa. Agrego que, gracias al conocimiento personal del autor, pude enriquecer la lectura con otros elementos. Del Franz abogado viene esa extraña mezcla de filosofia del derecho y filosofia a secas que cruza a algunos personajes. De su vivencia como hijo de una hermosa e inolvidable actriz de teatro, viene la potente caracterización de Laura.
Como dato para lectores cinéfilos, puedo asegurar que él nunca vio Portero de noche, de Liliana Cavani, estrenada precisamente en 1973. Lo digo porque, en otro contexto, el filme es su novela previsualizada. Uno podría revisitarlo para descubrir que Charlotte Rampling y Dick Bogarde son la puesta en imagen de Laura y el capitán Cáceres, incluso en el marco de la violacion iniciática y su feroz síndrome de Estocolmo. Cuando se lo comenté, Franz me dijo que ya se lo habían mencionado otros lectores y que él no quería arrendarla, “pero ya no me dejas otra salida”.
Tras el duro placer de esta lectura, parece tonto quejarse en pretérito. Sin embargo, como lector agradecido uno siempre quiere compartir las experiencias preciosas. No puedo dejar de decir, entonces, que El desierto habría hecho las delicias de los analistas, criticos y cronistas que vivimos los gloriosos años 60. Pero hoy … ¿quien da espacio en los medios para disectar una obra de tan rica complejidad?
Publicado en La República el 25 sept. 2007.
Bitácora
El Caso de Fujimori pone a prueba las ya difíciles relaciones entre Perú y Chile
José Rodríguez Elizondo
José Rodríguez Elizondo es una figura que cabalga en la frontera. Es chileno y durante la dictadura de Pinochet se exilió durante varios años en el Perú. Entonces laboró como editor internacional en CARETAS. Luego de una temporada en Alemania, volvió a Chile y se desempeñó como diplomático. Hoy es un analista independiente. En su último libro, Las Crisis Vecinales del Gobierno de Lagos, Rodríguez Elizondo formula una dura crítica al todavía popular ex presidente y antecesor de Michelle Bachelet. Por allí comienza a entenderse la percepción del caso Fujimori en su país. Entrevista realizada por Enrique Chávez.
–¿Por qué sostiene que Fujimori no calculó bien las discrepancias entre Lagos y Toledo?
–Creo que Fujimori es un hombre muy inteligente. Es uno de los pocos políticos latinoamericanos que tienen estrategias intercambiables. Maneja las situaciones con mucha planificación y su viaje a Chile fue sumamente estudiado. Inclusive hay escalas que todavía no se conocen y trucos que no se han descubierto. Por lo tanto él lo escogió. Solo que lo hizo en base a un cálculo correcto, pero incompleto. La mala relación entre Lagos y Toledo, se dijo, me va a servir como protección.
–Se ponía a sí mismo en posición de botín.
–Con lo cual reflejaba su posición frente a un Poder Judicial que, en su caso, hubiera manipulado. Pensó que, de alguna u otra manera, los jueces son todos vulnerables. Pensó que el poder político iba a tener más que decir y que Lagos podía jugar a su favor.
–¿Y de estar en su poder, Lagos lo hubiera hecho?
–Lo ignoro. Pero en Chile existe la percepción en un buen sector de la prensa que con Fujimori la relación bilateral fue buena. Pero en realidad fue buena en una etapa y mala en otra. Fujimori tomó la iniciativa de terminar con la incordia de los puntos pendientes del tratado del 29 y se inició la llamada Convención en Lima. Para nosotros era importante porque perfeccionaba, y afirmaba, el tratado del 29. Fujimori tuvo una posición bastante audaz. Rompía con la tradición de Torre Tagle y trataba de decirnos: conmigo se pueden hacer negocios. Las primeras conversaciones avanzaron rápido. Pero luego vino un proceso electoral y se dio cuenta de que eso lo había perjudicado. Entonces (después de firmarla en Palacio de Gobierno en 1993) retiró la Convención del Congreso y el embajador chileno ni siquiera lo supo. ¿Cómo se podía hacer esto en diplomacia? Javier Pérez de Cuéllar me dijo, cuando candidato, que Fujimori había manejado las relaciones bilaterales de una manera errática. Luego vino la guerra del Cenepa, que a mi juicio se perdió política y militarmente y llegó el escarmiento de Fujimori. Sucede eso para que lleguen ministros profesionales a la Cancillería. Primero nombra a Francisco Tudela y luego a Fernando de Trazegnies. En ese momento (1999) se consiguió firmar el Acta de Ejecución, y ese es el punto que muchos esgrimen en Chile, con memoria de corto plazo, para sostener que la relación con Fujimori fue buena. Pero primero vino un bofetón diplomático.
–¿No es de pensar que la intuición de Fujimori hubiera ido más allá para establecer contactos con actores políticos que le garantizaran un buen trato? Ese misterio persiste hasta hoy.
–Te respondo con un aforismo: posible pero improbable. Hubo un eslabón débil, el del policía de turno en aduanas. Si hubo un eslabón débil, fue burocrático. No te olvides que la que puso el grito en el cielo fue la candidata Bachelet. El aparato administrativo hubiera preferido no hacer mucho ruido.
–Pero sí era evidente la enemistad entre Toledo y Lagos.
–Y muy fuerte, a pesar de que empezó muy bien. Entrevisté a Toledo para mi libro “Chile-Perú” a principios de su gobierno. Él me hablaba con mucho afecto de su amigo Ricardo. Lo mismo me manifestó Lagos por entonces, una sana admiración por el coraje de Toledo para manejar la economía en términos correctos pese a los sacrificios que podía implicar. El primer año de romance se desmoronó con el caso Lucchetti. Y en mi libro establezco lo que a mi juicio son las responsabilidades de Lagos.
–Luego hubo una suerte de incidentes que Lagos le enumeró a Toledo como fuentes de molestia: el video de LAN, el caso de los grafiteros, el revivir el episodio de la venta de armas de Chile a Ecuador.
–Lo que llamo el baile del pisotón. Había un problema que era agrandado hasta que llegaba la razón y los hacía bajar. Acciones y sobre-reacciones.
–El fallo del juez Álvarez provocó aquí un escándalo. Más que por negar la extradición, porque parecía una defensa de Fujimori. Si el poder judicial chileno es tan independiente, ¿cómo interpretar ese fallo?
–Aquí estamos frente a un problema político clave. Es una situación insólita, por lo que Chile, que no tiene excelentes relaciones con el Perú, está juzgando a un actor político fundamental para este, y el Perú está pendiente del fallo de Chile. Por lo tanto hay una situación de equilibrio en la cornisa. Y en segundo lugar, este actor político clave no ha provocado en el Perú señales decisivas para Chile. Los jueces son independientes pero también son seres humanos. Cuando ven que los dos candidatos presidenciales, Alan García y Ollanta Humala, tienen un tête à tête y ni se menciona el proceso de extraditable, llega a Chile una señal muy curiosa: este proceso es grave, pero los máximos actores políticos no dicen nada.
–Pueden ser independientes, pero olfatean hacia dónde va el viento.
–Claro. ¿Qué señal hay de que sea grave desde el punto de vista del homo politicus? Ninguna. Por lo tanto, cualquier versión de los defensores de los derechos humanos con respecto a la gravedad de lo que ha hecho Fujimori acá llega atenuada allá. Un juez tiende más a creerle a la defensa que al impugnador que pide la extradición. Ese es un factor político y psicológico que juega a favor de Fujimori.
–García comenzó con muchas ganas de recomponer las relaciones e interpretó el proyecto de ley de la región Arica-Parinacota como una bofetada. Luego vino la ley de delimitación marítima. ¿Cómo es que el caso Fujimori puede afectar las relaciones bilaterales en ese contexto?
–Va a tener efecto se lo extradite o no se lo extradite. Pero no esencialmente en política bilateral, sino en la simpatía o antipatía entre ambos países. Porque la base fujimorista peruana encuentra escandaloso que Chile maltrate a un presidente que fue tan bueno para las relaciones bilaterales. Caso contrario, las víctimas de violaciones a los derechos humanos y la centro-izquierda peruana dirán que Chile es inconsecuente con su historia y que todavía pesa el poder pinochetista. No va a ser bueno en ningún caso. Pero el problema de la relación bilateral no va a estar marcado por Fujimori, sino por lo que yo llamo la ley de “redelimitación” marítima.
La extradición espolvorea rocoto sobre un mar ya picado.
Rodríguez Elizondo reconoce que las buenas intenciones iniciales de Alan García frente a Chile se fueron al traste con la promulgación de la ley sobre la región Arica-Parinacota (“allí saltó la liebre y le volaron la cabeza”, sostiene). Si bien en un principio AGP estaba dispuesto a congelar el tema de la delimitación marítima, llevar el caso a La Haya significará “una prueba muy seria. Veremos si somos lo bastante inteligentes para encapsular la relación y si podemos continuar negociando y haciendo proyectos mientras equipos de abogados extranjeros llevan nuestras causas”.
Para Rodríguez Elizondo el reclamo peruano se desprende recién de los últimos treinta años y del propósito de otro vecino de acceder al mar. “Bolivia es el actor del cual casi siempre han dependido las relaciones de Chile y el Perú. Son mejores cuando no están en la agenda las negociaciones para la salida al mar y peores cuando sí lo están”. En un reciente artículo resumió: “García llegó a su segundo mandato con intenciones amistosas, pero pronto vio que la ley de Toledo sobre límites marítimos le cortaba la retirada, mientras Bolivia volvía tras territorios ex peruanos y un error chileno lo empujaba a la fuga hacia delante”. ()
Entrevista publicada en la revista peruana Caretas el 23.9.07.
Bitácora
Fujimori: todos ganan
José Rodríguez Elizondo
Visto desde Lima –donde estoy-, el fallo de nuestros “supremos”, sobre el extraditable-extraditado, será bueno para la relación bilateral y muy complicado para Alan García.
Lo primero, por dos motivos básicos: la buena intuición de la Presidenta, quien se indignó oportunamente ante el error policial que significó el ingreso de Alberto Fujimori a Chile y la confirmación de que nuestra Corte Suprema podrá equivocarse, pero no ser manipulada.
La simbiosis de ambos factores implica un crédito para Michelle Bachelet, porque está bien lo que bien acaba y para la imagen externa de nuestro Poder Judicial. En el Perú, dada la historia de los jueces –especialmente los del fujimorato- resultaba difícil entender que Bachelet estuviera a favor de la extradición, pero que no tuviera el poder para imponerla.
Ahora viene el segundo tiempo, que se jugará en Lima y todo indica que la complejidad no será menor. En lo fundamental porque, al margen de las buenas intenciones políticas de Bachelet, Fujimori es un genuino pingo de Troya. Aquí lo recuerdan con afecto los empresarios, en general y los peruanos más pobres, que se beneficiaron de su asistencialismo demagógico.
Entre ambos sectores están los fujimoristas del Congreso unicameral –la tercera fuerza política- y una masita de peruanos que medraron con la corrupción de la “república mafiosa”, según término acuñado por el sociólogo Carlos Dammert. Esta base de poder resintió, por cierto, la candidatura de Fujimori a una curul japonesa. No se puede ser genuino representante del peruanismo con tanta dificultad.
Sin embargo, los dirigentes del fujimorismo activo estiman que más vale mirar hacia el lado, para jugar a ser la bisagra política de un sistema político todavía debil. El poder permite tragar sapos.
Virtud globalizable
En cuanto a García, su reacción ha sido extremadamente cautelosa y políticamente mesurada. Apenas conocido el fallo comenzó a explicar, través de sus políticos más cercanos, que Fujimori recibirá un tratamiento “adecuado”. Es decir, uno que respete su estatus de ex jefe de Estado. “No se le pondrán bolas en las piernas”, graficó Jorge del Castillo, Presidente del Consejo de Ministros. “No será encadenado”, complementó Luis Conzález Posada, Presidente del Congreso.
Todo indica que García, comenzará a hacer de su previa perplejidad virtud globalizable. A sabiendas de que el caso es de interés mundial y marca un hito judicial (es el primero en el cual un país extradita a un ex Presidente a su país de origen), hará presente que él representa la superioridad del Estado de Derecho democrático sobre la dictadura de Fujimori.
Mucho le servirá recordar el trato que recibió del propio Fujimori cuando estaba en el exilio. García era, entonces, “el reo contumaz” y por dos veces fue requerido como extraditable. También dirá García que la pasividad que antes le reprocharon, fue la clave del fallo. Es decir, la extradición se aprobó gracias a que supo respetar la independencia de nuestros supremos y no quiso politizar el proceso.
En síntesis, gracias a Fujimori, Bachelet consolidó su prestigio en el ámbito de los Derechos Humanos y Garcia ganó una buena plataforma para enfrentar los focos de la prensa mundial. Todos ganan y esto sí que es una rareza en la relación bilateral.
(Publicado simultáneamente en La Tercera y La Republica el 22.9.07)
Bitácora
Travestida América Latina
José Rodríguez Elizondo
El fin de la Guerra Fría y el auge de la ideología de mercado trajeron una estupenda confusión política a nuestra región. Los principales actores antagónicos pasaron de la descalificación mutua a la mutua seducción. Hoy tenemos a viejos socialistas instalados en las grandes empresas y a jóvenes conservadores haciendo campaña en las poblaciones populares. Parecen decirnos que, salvo las encuestas, todo es ilusión.
Eric Hobsbawm ya había advertido que, en esta nueva época, “los individuos perdieron sus cartas de navegación”. De ahí vendría (sospecho) el “todo vale” de una nueva clase política. Nueva, no por más culta y tecnificada –falta que le hace-, sino por más corporativista. Porque sus miembros barruntan que el peligro no está, ya, en la victoria del otro, sino en la ecuánime pérdida de sus privilegios. Si las encuestas tuvieran fuerza ejecutiva, ellos tendrían que buscarse una chamba de verdad.
Sería ¡válgame Orwell! una crisis de nuevo tipo de la representación democrática, que termina con el juego electoral de suma variable. En la Argentina del 2000 se vivió un anticipo, con el lema “que se vayan todos”. En Chile, con un set de partidos de larga tradición, ninguno se salva de la baja en la estima nacional. Ante cualquier metida de pata (o de manos) todos pierden, sean de gobierno o de oposición.
En Venezuela, ya tenemos un Presidente casi vitalicio, de estirpe castrense y sin oposición formal. En países como el Perú, el fenómeno sigue apuntando a los outsiders. La merma en la popularidad de los políticos del escenario, es un bien capitalizable para los afuerinoa..
Por eso, el logo “izquierdista” de la mayoría de los gobiernos de la región no asusta a George W.Bush y ni siquiera asegura una demagogia común.
Hay más posibilidades realistas de alineamiento entre el liberalderechista Alvaro Uribe, el sindicalista Lula, el aprista Alan García y los socialistas Michelle Bachelet y Tabaré Vásquez, que entre éstos y los socialistas del siglo XXI, con su eje Chávez-Morales-Correa-Ortega (y tal vez los Kirchner).
Para efectos de la integración regional, la homogeneidad del logo no ha sido mejor que la confrontación ideológica de los ‘60, cuando Fidel Castro nos requintaba: “Primero revolución, después integración”. Por eso, a nadie se le ocurre que este travestismo pueda ser una oportunidad. Nadie sueña secuencias en las cuales Lula asume el liderazgo que corresponde a Brasil, mientras Chávez, en vez de invertir en ejes ideológicos, invierte en ejes de conectividad.
O secuencias que muestren al matrimonio Kirchner asumiendo la importancia de una política exterior para Argentina. O a Morales, aprovechando su representatividad étnica para relativizar su concepto de “soberanía” y así dialogar mejor con Bachelet y García (el pueblo aymara, tan trinacional como ajeno a la guerra de nuestros antepasados, quizás entiende que rehacer los mapas no es cuestión de buena o mala voluntad).
Es que, desgraciadamente, el pragmatismo eficiente no tiene base en nuestra historia. Nuestros integracionistas padres de la patria murieron exiliados o aplastados por sus patriotas internos. En vísperas del bicentenario de sus glorias, seguimos sufriendo a esos nacionalistas, en versiones que hoy incluyen desde gamonales pensionados hasta stalinianos marginales. Amarraditos, siguen jugando al perro del hortelano: no desarrollan sus países ni permiten que se desarrollen como región o sub-región.
Ernest Renan decía, irónico, que “para ser una nación hay que interpretar la historia de un modo equivocado”. Si lo históricamente nuestro es el nacionalismo taimado, conformémonos, a lo más, con un subdesarrollo exitoso.
Publicado en La Republica el 11.09.07.
Bitácora
¿Saldrá Bolivia al mar?
José Rodríguez Elizondo
Para todo problema humano hay siempre una
solución fácil, clara, plausible y equivocada.
Henry Louis Mencken
PREMISA.- Para solucionar de una vez el histórico problema entre Bolivia y Chile, debemos asumir que el Perú también es parte y que nunca un problema histórico se arregla de una sola vez.
POSICION DEL PERU.- Los peruanos expresan su posición real con las siguientes cuatro constantes:
- Fuimos a la guerra para ayudar a Bolivia, país que abandonó las acciones, dejándonos solos frente a Chile.
- No es aceptable que Bolivia pretenda recuperar litoral con territorios que fueron nuestros.
- No estamos dispuestos a refrendar ningún acuerdo entre Bolivia y Chile que se relacione con esos territorios.
- Bolivia no debe culparnos a nosotros por una eventual falta de acuerdo con Chile.
Cuatro citas escogidas sobre la historicidad de esas constantes:
- “El Perú jamás consentirá en hacer dejación de sus derechos sobre esos territorios” (canciller Arturo García Salazar, 1919)
- “Pienso que no hay peruano o peruana que opine a favor de darle a Bolivia una salida al mar por Arica” (General Juan Velasco Alvarado, 1974)
- “El Perú está llamado, tarde o temprano, a participar en la solución de ese problema” (General Edgardo Mercado Jarrín, 1993)
- “Suponer que el Perú se había batido cuatro años con tan cruento y doloroso esfuerzo, para que Bolivia obtuviera una recompensa, resulta una inconsecuencia” (historiador y embajador Juan Miguel Bákula, 2002).
Sobre estas bases, el apoyo del Perú a la aspiración de Bolivia no es incondicional: jamás aceptará una solución bilateral que signifique interposición entre su soberanía y la de Chile, ni siquiera bajo formas encubiertas.
POSICION DE BOLIVIA.- A partir del Tratado de Ancón de 1883, la aspiración de Bolivia osciló entre reivindicar todo o parte de su ex litoral y un acuerdo-enroque con Chile para adjudicarse Tacna y Arica. Tras el Tratado de 1929 asumió la variable de una salida soberana por la actual región Arica-Parinacota.
El reivindicacionismo implica desconocer el Tratado de 1904 y/o cortar el territorio de Chile. Entre los últimos reivindicacionistas estuvieron, en 1979, el canciller Raúl Botelho y el Presidente Walter Guevara. Aquel, respetando “el justificado recelo de los peruanos que son nuestros aliados”, prometió que Bolivia nunca más pretendería acceso al mar por territorios que fueron de ese país. Aclarando el punto, Guevara dijo que “la guerra del Pacífico no ha terminado”.
En cuanto a un eventual corredor soberano por Arica-Parinacota, es geopolítica y económicamente más apetecible para los “practicistas” bolivianos, pero sustentarlo supone una amenaza para la paz. Ante el previsible rechazo del Perú, sólo podría materializarse con el patrocinio ejecutivo de Chile. Por cierto, para nuestro país no tendría sentido canjear la enemistad boliviana por la peruana.
Agreguemos que la inviabilidad de esas soluciones explica el irredentismo boliviano y su contrapunto: la reflexión autocrítica de historiadores como Valentín Abecia y diplomáticos como Walter Montenegro, quienes escribieron sendas obras sobre “la falta de sentido de lo posible” y las “oportunidades perdidas”.
SITUACION ACTUAL.- Se sospecha que, a través de sus vicecancilleres, Michelle Bachelet y Evo Morales han venido conversando sobre una salida al mar por territorios ex peruanos. La novedad estaría en que Bolivia acepta, ahora, la posibilidad de una soberanía larvada.
Sin embargo y de manera para nada casual, se interpuso el tema de la redelimitación marítima peruana. Esta fue recién planteada a Chile en 1986, como “propuesta” de Alan García (primer gobierno).
El 2005, unilateralmente, Alejandro Toledo la convirtió en ley.
En medio del embrollo consiguiente, mezclado con un terremoto aterrador, reventó una rara concesión a la transparencia. El 22 de agosto, el Presidente García manifestó, al borde de la Línea de la Concordia, que ésta es “una frontera fundamental para nuestra patria, en el sentido de que debe ser una frontera integradora”. Traducción: no hay voluntad política para crear una buffer zone (territorio “tampón”).
Al día siguiente, nuestro canciller Alejandro Foxley reconoció, relajadamente, un par de obviedades:
- La pretensión marítima del Perú genera un problema ante “cualquier eventual solución” para Bolivia.
- Para salir del lío hace falta una “inmensa voluntad de las partes, Perú Bolivia y Chile”
Esto significa que Foxley ya asumió la realidad, como ese niño para quien el rey no estaba lindamente vestido, sino más bien en pelotas.
BALANCE.- Sigue siendo inviable una salida soberana al mar para Bolivia que corte el territorio de Chile. Tampoco es factible por Arica-Parinacota -ni siquiera bajo “resquicios”-, si se negocia al margen del Perú.
Lo nuevo, precisamente, es que ahora comienza a reconocerse el tema como trilateral y esto nos lleva a un silogismo de estirpe realista:
- La aspiración boliviana, tal como está planteada, conduce a un callejón sin salida.
- Cuando el planteamiento de un problema no tiene solución, hay que cambiar el planteamiento.
- La salida posible, entonces, está en el propio callejón.
COROLARIO.- Cuatro conclusiones en busca de patrocinio:
- Si lo que interesa a Bolivia es el óptimo aprovechamiento del mar y no un mero registro de soberanía en la ONU, hay que perfeccionar los acuerdos vigentes o ir a un consenso trilateral de tipo integracionista.
- Los “ismos” coaligados (nacionalismo, chovinismo, racismo e irredentismo) obligan a enfrentar el conservadurismo de las Cancillerías, la necesidad de “cuñas” de los medios y el histrionismo de los “patriotas”.
- La política exterior secreta es ajena a la democracia, pero funcional a los hombres que muerden perros y a esa ley de Murphy según la cual “si algo malo debe suceder, sucederá”.
- Bachelet, García y Morales, con su poder mediático y sin sesgo, debieran explicarnos el tema a nosotros, los ciudadanos e informarnos sobre lo que piensan rechazar o consensuar.
Si lo último no fuera mucha molestia, por supuesto.
Publicado en la revista Que Pasa el 7 septiembre 2007
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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