Bitácora
Argentina, Chile y un déficit de simpatía
José Rodríguez Elizondo
Aprendimos, de escolares, que Argentina y Chile iniciaron su andadura independiente amarraditos los dos. El culto a los héroes lo graficaba con la relación entre O’Higgins y San Martín. Un paradigma de fraternidad prócer, que resistió hasta los dardos envenenados de Lord Cochrane.
Hasta la Guerra del Pacífico, la “alianza estratégica” lució como un destino manifiesto. Sin embargo, la geopolítica surgida de esa guerra modificó el contexto, pues Argentina se autoerigió como vecino clave para nuestra seguridad. Sus gobernantes así lo entendieron cuando presionaron por una solución favorable en la Patagonia.
Luego reincidieron -en los años 70 del siglo pasado-, cuando la océanopolítica levantó la importancia de las islas del Beagle. Aquí, junto con rechazar el laudo británico, los estrategos militares agitaron la amenaza de una Guerra del Pacífico versión 2, combinada con una guerra en el Atlántico Sur.
De ahí viene un cierto desgarro en la amistad y nuestra hipótesis del conficto vecinal en tres frentes o HV3. Esto significa que, si bien Argentina tiene motivos propios para mantener una buena relación estratégica con Chile, de ella depende, en parte importante, que no corramos el riesgo de volver a ser una faja angosta y más bien cortita.
Ante el cambio de cónyuge en el gobierno argentino, cabe preguntar por el actual estado de salud de la relación. El domingo, ayudando a mejor responder, este diario publicó una encuesta argentina que sobresalta, pues Chile luce como el peor vecino. El 31 % de los encuestados dice que somos su mayor “enemigo” y tan mala ubicación se mantiene, incluso si buscamos los porcentajes de amistad.
En efecto, la escala amistosa muestra el siguiente orden: Bolivia y Paraguay (66), Venezuela (64), Perú (60), Brasil (59), Ecuador (47), Colombia y Uruguay y último Chile (26). Es importante agregar que un 36% nos percibe como “enemigos naturales” y que nuestra imagen es peor en los sectores de menores ingresos. En una Argentina donde suelen imponerse las tentaciones populistas, esto agrava las eventuales malas consecuencias.
Secuelas de una imagen
Los otros resultados son secuela de esa imagen-país. Así, somos percibidos como soberbios y orgullosos, en perfecta concordancia con esos compatriotas que nos definieron como “buen país en mal barrio” y “mejor alumno pero mal compañero”. Dado que los argentinos encuestados lucen bastante autocríticos, sólo ellos competirían con nosotros en términos de egocentria (hay empate a 28 puntos en orgullo y soberbia). Por otro lado, aunque sólo un 3% percibe a Argentina como país humilde, Chile empata en este rubro con Brasil. Con un 1%, somos los menos humildes del barrio.
Para decepción de los ideólogos de la economía libre, el reconocimiento de que tenemos buenos resultados económicos, en términos de desarrollo y estabilidad, no contribuye a la simpatía ni al pragmatismo. Un 35% estima que Argentina debiera limitar el ingreso de capitales chilenos y sólo lo contradice un 40%. A su vez, el 48% cree que las empresas chilenas no deben participar en actividades estratégicas y sólo lo contradice un 35%.
Es de suponer que entre las causas de la malquerencia están los vigentes pisotones por el gas y la lenta descontextualización del rol de Chile durante la guerra de las Malvinas. Sobre ésta, a medida que se olvidan las amenazas de Galtieri y los antecedentes del conflicto en el Beagle, muchos argentinos identifican el sentimiento permanente de los chilenos con la estrategia coyuntural de Pinochet.
En síntesis, la encuesta de marras confirma la frigidez de los modelos económicos y la urgente necesidad de interrogar al espejo, para mejorar nuestra imagen en Argentina. Después de todo, las buenas relaciones y, con más razón, las alianzas estratégicas, también se hacen con sentimientos.
Publicado en La Tercera el 30.10.07.
Bitácora
También fuimos extranjeros
José Rodríguez Elizondo
Si un delincuente chileno se presenta ante el juez, sin su carnet en el bolsillo, puede volver a buscarlo a su casa. Pero, si un extranjero de piel oscura y sin papeles pide protección a un policía, tendría que venir de otra galaxia.
Esa diferencia, que resume la angustia diaria de cualquier indocumentado sudaca, revela la importancia de la amnistía anunciada por el gobierno. Al beneficiar a unos 20 mil latinoamericanos que viven en las cornisas de Chile -marginados de los beneficios sociales, de los servicios educacionales y hasta de la seguridad policial-, puso término al maltrato y a una sequía de iniciativas solidarias.
Agreguemos que el tema tiene una implicancia focalizada, pues 15 mil de esos indocumentados son peruanos. No es casual que el embajador Hugo Otero estuviera en la iniciativa y que entre los beneficiarios haya que contar a las 250 empresas chilenas que operan en el Perú. En virtud del efecto-chanfle, éstas podrán acreditar la amnistía en el activo de sus cuentas de imagen.
Sin duda, es una valiente y significativa señal diplomática. Muestra a Chile haciendo un gesto amistoso al Perú, en el filo de una coyuntura signada por la disputa sobre la frontera marítima. Si la mala opción era amurrarse con reciprocidad, siguiendo la tradición de más de un siglo, hoy estamos por la buena onda. Por platicar la amistad, aunque nos caiga un pleito encima.
Así lo entendieron nuestro canciller Alejandro Foxley y su colega peruano, José A. García Belaunde. Para el primero, la amnistía ayuda a una mejor relación y a superar problemas históricos en aras de “la integración verdadera”. El segundo, agarrando papa al vuelo, expresó el “alto reconocimiento” de su gobierno, pues esto favorece “la consolidación de la relación bilateral y la real integración de los pueblos de ambos países”.
Visto el tema desde la vida simplemente, los 100 mil peruanos que hoy viven en Chile podrán reforzar la red social que vienen tejiendo. Esa que produce familias mixtas, mejora nuestra cultura culinaria, enriquece nuestro vocabulario e incorpora al potentísimo Señor de los Milagros al culto popular. Digamos, de paso, que ya comenzó una original competencia entre el “Señor Morado” y nuestra Virgen del Carmen, de mucho mejor pronóstico que la de los pollos de Bielsa y los pupilos del Chemo del Solar.
Obviamente, la amnistía no alegrará a nuestros xenófobos. Vengan del lumpen o de la pitucancia, esos cavernícolas son replicantes del catalán del metro de Barcelona y sólo se sienten importantes cuando tienen un (a) sudaca a quien humillar. Pero, como contrapartida, la medida será especialmente valorada por los (demasiados) chilenos que vivimos en el exilio, a veces indocumentados y siempre con el mistraliano temor a "una muerte callada y extranjera".
Esos chilenos saben (sabemos) que la solidaridad es la madre de la integración y que ésta no sólo es la superación autosustentable del subdesarrollo. También es un sello de seguridad nacional reforzada.
A mayor abundamiento y aunque algunos seamos agnósticos, los chilenos del exilio sabemos que Dios defiende los derechos humanos de los inmigrantes. Recordamos muy bien la rabia de Yahvé cuando supo del maltrato que sufría su pueblo elegido, a manos de los egipcios xenófobos.
A raíz de esa experiencia, dictó a Moisés una norma, que llevamos siempre a flor de corazón: “No maltratarás al extranjero, ni lo oprimirás, pues extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto".
Publicado en La Tercera el 26.10.07.
Bitácora
La vida de nosotros
José Rodríguez Elizondo
Cuando volví a ver La vida de los otros, esta vez con Maricruz, ella lloró calladamente. Así ratifiqué mi primera impresión: también era la vida de nosotros.
El recuerdo me proyectó hacia una cena alegre, en nuestro departamento de la calle 18 Oktober, Leipzig. Cómo no iba a ser carcajeante si estaba Osvaldo Puccio, caricaturizando la chatura, la grisura y la censura que nos oprimía.
Con él demolimos desde las ciencias sociales que enseñaba la Karl Marx Universität, hasta el Neues Deutschland, el periódico que -según la ironía disidente-, a falta de noticias frescas traía cada día una fecha distinta. También estaba un exiliado que no disfrutaba con nuestras bromas. Para él, todo era estupendo, hasta los autos plásticos.
Décadas más tarde, recordando con Osvaldo, concluímos que aquel amigo creyó que le estábamos “tirando la lengua”. Es que, meses después de esa cena, el presunto entusiasta optó por suicidarse.
Un piso más abajo vivían Carlos Cerda y familia. El ya proyectaba su futuro de escritor y se rebelaba contra las obligaciones comunitarias. ¡Como no iba a ser mejor leer que limpiar pasillos y escalas! Para eso estaban los otros vecinos (entre los cuales este servidor). No tuve oportunidad de aclararle el punto, pues el escarmiento le llegó pronto.
El coche de su hijito Ignacio, que solía dejar en el pasillo común, amaneció un día lleno de mierda este-alemana. Suspicaz, recuerdo que Carlos había hecho amistad con una pareja alemana del edificio del frente. Entre cervezas y salchichas, esos autóctonos confesaron que lo espiaban con binoculares y que emitían un informe periódico sobre sus actividades.
Al parecer, el esfuerzo les significaba abonos especiales en una especie de libreta del seguro social. ¿Habrán informado que los Cerda no colaboraban con el balde y el trapero?
En otro piso vivía el historiador Lucho Moulian, con su esposa Ana y su hijito Vasco. Su tristísima experiencia se resume en que, tras manifestar su deseo de irse a España (todavía vivo Franco), fue aplastado por los stalinzotes alemanes, con la complicidad de los stalincitos chilenos.
En un cuento de 1984, inventé que el personaje Lucho se liberaba, en Leipzig, lanzándose al vacío. El Lucho real volvió a Chile al inicio de la transición, hasta que, al fin del milenio, decidió ratificar mi invención de cuentista. Terminó su secuencia alemana lanzándose al vacío, desde un edificio de Santiago.
Asistiendo a un seminario en la Universidad de Rostok, en 1975, tuve dos experiencias curiosas. La primera, cuando me detectaron como sospechoso, por hacer una cita impertinente de Sartre y negar que los miristas chilenos fueran simples replicantes de los trotskistas. Me lo advirtió, circunspecto, un muy amigo profesor alemán, quien era muy atento con los chilenos pero, sobre todo, con una chilena específica.
La segunda, tuvo como actor a ese mismo profesor cuando, azorado, me contó que había sido visitado por la seguridad del hotel. “Registraron todo en mi habitación”, dijo.
Impresionado por su angustia, que concentraba sus méritos de comunista científico y sus temores en cuanto hijo de nazi., decidí ser riesgosamente franco. “¿Dónde trabaja tu esposa?”, le pregunté con suavidad. Entonces el profesor palideció intensamente y yo no pude saber si el temor a la Stasi había sido superado por el terror conyugal.
Su esposa, por cierto, era un alto oficial de la policía.
Publicado en La Tercera el 7.10.07.
Bitácora
Chile y Perú amarraditos los tres
José Rodríguez Elizondo
Estuve en Lima cuando Alberto Fujimori culminó su “regreso estratégico” y percibí que fue un buen punto para el cariño bueno entre chilenos y peruanos. El fallo de nuestra Corte Suprema derrotó al cariño malo. Todos ganábamos. Sin embargo, también comprobé que eso no pudo escribirse a todo plumón, pues ya estaba en el horizonte el pleito en La Haya por la frontera marítima.
En otras palabras, todos habíamos ganado en esa coyuntura, pero ya nos preguntábamos si seríamos capaces de mantenernos la sonrisa, mientras nuestros abogados gringos pleiteaban ante jueces multinacionales. Una interrogante desgraciadamente plausible, pues los encontrones se han convertido casi en el estatus normal en nuestra relación bilateral.
Parece lejanísimo ese año 1999, de conflicto cero, que para José Miguel Insulza marcara "el nivel más alto de la historia” en las relaciones vecinales de Chile.
Puede que, por no profundizar en esa bonanza o creerla irreversible, en el corto plazo volvimos a topar con el cariño malo. La lección que debiéramos sacar los chilenos es que no conviene brindar una imagen de desapego regional, por buscar un cariño mejor sólo en las "ligas mayores".
La lección que debieramos sacar chilenos y peruanos, como binomio, es que sin una excelente relación nunca podremos optimizar nuestra participación en la economía global, en los juegos de Apec ni en la integración sub-regional. Tendríamos que conformarnos con el mediocre subdesarrollo exitoso.
Como el pleito de La Haya parece estar ad portas –y será incordiante por varios años- la tarea del momento sería elaborar pautas de conducta que armonicen nuestras agendas de futuro, reduzcan los recelos del pasado y eviten un mal legado a los sucesores de Michelle Bachelet y Alan García. Como punto de partida práctico, debiéramos ponernos de acuerdo en la obviedad más obvia: la mejor relación entre Chile y el Perú debe depender sólo del Perú y Chile.
Verdad soslayada
No se trata de una perogrullada, sino de una verdad soslayada, que se sintetiza en la necesidad de una política común respecto a la aspiración marítima boliviana. En efecto, más allá del “bilateralismo” ritualizado, que invocan las cancillerías de Chile y del Perú en su relación con Bolivia, el tema siempre termina conflictuando a los tres países.
Y, como pasa con esos remedios que tienen fecha de vencimiento, las posibilidades diplomáticas del Gran Bonetón ya caducaron. Parece llegada la hora de decirnos hasta dónde estamos dispuestos a llegar para satisfacer a Bolivia, no ser obstáculo en la ruta de su pretensión y no ser afectados por sus propias políticas hacia nosotros.
El último botón de muestra no puede ser más expresivo, si se consideran dos hechos: Uno, que Bolivia, en la línea histórica de sus “practicistas”, sigue aspirando a un trozo de mar que supone instalarse, soberanamente, en territorio ex peruano. Dos, que un pedazo de ese mismo mar hoy es reivindicado por el Perú.
Según hipótesis personal, hasta podría pensarse que Alan García levantó ese tema, en 1986, en parte para negociar el finiquito de las clásulas pendientes del Tratado de 1929 y en parte para disuadir nuevas pretensiones bolivianas en la misma línea. Es decir, para no exponerse a los aprietos que sufrió el General Francisco Morales Bermúdez, una década antes, con motivo del consenso Banzer-Pinochet.
De todo lo cual se desprende que si Chile y el Perú hubieran consensuado, ayer, una política para Bolivia, quizás hoy no estaríamos mirando hacia los jueces de La Haya, para definir la calidad de nuestra relación.
Publicado en La Republica el 9.10.07.
Bitácora
¿La confusión como política vecinal?
José Rodríguez Elizondo
Escucho que la Presidenta no aceptó una invitación de Alan García para ir a Lima, porque esa visita no estaba agendada. Me pregunto a quien correspondía agendarla y un alma diplomática me dice que no se trata de un rechazo, sino de una suspensión de visita.
Pregunto, entonces, cual es el objetivo de la suspensión. Otra alma,esta vez marcial, me responde que es para no dar señales de debilidad ante la eventual demanda del Perú en La Haya. El mismo alguien me agrega que, por igual razón, se suspenden las reuniones 2 + 2 (Ministros de Defensa y cancilleres).
Entonces me repregunto yo solito, para mí mismo, si no estaremos reaccionando en superdiferido. Al parecer, las almas diplomática y las marciales no recuerdan que ya habíamos reconocido, de buen o mal grado, el derecho del Perú a demandarnos en La Haya. Pienso, además, que es una lástima. Estamos borrando con el codo la buena imagen para Chile que produjeron nuestros supremos, cuando extraditaron a Fujimori.
Por asociación de ideas, también pienso que es una linda manera de aplicar la ironía de Lenin, respecto a dar un paso adelante y dos pasos atrás. Para dejar de pensar, dictamino que nuestra política vecinal tiene un solo objetivo claro: despistar a los analistas.
Tras propinarme un coffee break reparador, trato de aplicar la simple y desinformada lógica y ésta me dice que estamos usando la carabina de Ambrosio. Si se trata de no mostrar debilidad ante un eventual demandante, tras asumir su desafío como señal de fortaleza, quiere decir que nos estamos acoquinando. Es decir, estamos dando una señal de debilidad a posteriori.
Quizás alguien influyente acaba de comprobar que nuestros argumentos jurídicos eran menos sólidos de lo que se pregonaba. O que se equivocaba ese embajador peruano que habló, fuera de cámara, sobre un pleito perdido para el Perú. O que nuestra Presidenta debió poner malísima cara cuando fue sondeada sobre la intención peruana de demandarnos en La Haya. Tal vez, sin pretenderlo, comenzamos a configurarnos como esos argentinos que, tras asumir el arbitraje del Beagle, dijeron que el laudo emitido era insanablemente nulo.
Serena esperanza
La semana pasada pude percibir, en Lima, que diplomáticos y empresarios tenían la serena esperanza de que el pleito fuera encapsulable y no alterara (demasiado) la marcha de la relación bilateral. Alguien me dijo que, por último, los resultados serían disfrutados o sufridos por los gobiernos que vendrán.
Tras darle varias vueltas al tema, creo que cualquier otra alternativa es peor. Debemos aprender a litigar y masticar chicle al mismo tiempo, por tres motivos principales: Uno, porque no supimos evitar el desafío a su debido tiempo. Dos, porque la Carta de la ONU privilegia la solución pacífica de las controversias. Tres, porque si ésta no es una controversia jurídica, según nuestra tesitura, sí lo es de facto.
Concluyo diciendo que o nos equivocamos antes, al dar luz verde al pleito o nos equivocamos ahora, al encender la luz roja. El caso es que las dos luces encendidas, al mismo tiempo, pueden significar cualquier cosa y eso es peligrosísimo cuando de relaciones vecinales se trata.
Publicado en La Tercera el 4.10.07
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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