Bitácora
Alan y Rafael: Diálogos escogidos
José Rodríguez Elizondo
Mi colega me interpeló en seco:
- Alan García dice que recién tiene un tratado de límites marítimos con Ecuador, ¿no dijiste que con la Carta Náutica le propinamos un jaque mate?
- ¿Propinamos?...¿quiénes propinamos?
- Chile, puh.
Ahí capté lo difícil que es explicarle a los compatriotas el tema de los intereses nacionales. Siempre creen que sólo existen los nuestros. En rigor, ese notable gambito lo ejecutaron los ecuatorianos pues, como dijo un predecesor de Rafael Correa, “Ecuador sólo defiende a Ecuador”. Para demostrarlo, abro mi archivo privado de wikileaks y -previa edición en cuatro actos- doy la palabra a los mismisimos Presidentes Correa y García.
PRIMER ACTO. Encuentro de pasillo programado como casual, en una cumbre como tantas. García abre el juego.
- No entiendo para que te metes, Rafael. Si es un pleito de blancos, como decimos en el Perú. A ti no te afecta, hermano.
- ¿Cómo que no, ñaño?... comienzas tomándole un trocito de mar a Michelle y después sigues conmigo. Amarraditos los tres estamos.
- Te lo juro que no. ¿Es que alguna vez te hemos pedido algo?
- Agua no, pero tierra sí.
- Ese es cuento viejo. Hoy estamos a partir de un confite.
- Eso es verdad, mi embajador dice lo mismo, Alan.
- Entonces, ¿para qué volver a las trompeaduras?
SEGUNDO ACTO. Palacio Pizarro, Lima. García termina de cantar un tema de Manzanero, con Correa a la guitarra.
- Se me da bien el bolero ¿no?
- Eres mejor que el Loco Bucaram.
- Hacemos un buen dúo, Rafael.
- Cierto, pero una cosa es con guitarra y otra con cajón.
- Siempre que el cajón no lo ponga tu amigo Piñera.
- ¡Otra vez!… sabes que yo no entro en esas vainas.
- ¿Y que quieres que yo haga para que estés tranquilo?
- Algo más formalito que una conversa musical, pues.
- Okey, te lo diré por la tele y por escrito.
TERCER ACTO. Nuevo encuentro de pasillo programado. Correa dispara primero.
- No te me hagas el enojado, ñaño.
- Es que tu Carta Náutica no estuvo bien, pues.
- ¿Por qué no?
- Pusiste lo del paralelo y los convenios pesqueros. Piñera dice que es un gol de media cancha. Ni que fuera tu pata chavista.
- Es que no fuiste claro, Alan.
- Millones me escucharon en la tele Y te mandé una carta. Todos saben que mi país no tiene problemas de límites marítimos con el tuyo. ¡Qué tal desconfianza, hermano!
- Palabras en la tele se las lleva el viento y una cartita… Alan, si éstos no son temas personales. Ni siquiera dijiste cuáles eran esos límites.
- Yo no puedo aceptar tu Carta Náutica.
- Entonces yo tendría que registrarla en la ONU. Te lo advierto con cariño, porque guerra avisada no mata gente
- Cariño malo, el tuyo. Me obligarías a hacer una reserva.
- Entonces mis abogados dirán “hay que ir a la Haya, Presidente”.
- ¿Amarraditos los dos con Piñera?
- De ti depende.
CUARTO ACTO. Viernes pasado. Palacio de Carondelet, Quito. García mueve su penúltima ficha.
- Toditito te lo he concedido, Rafael: retiré mi reserva y reconocí tu Carta Náutica. Incluso hice aprobar tus notas diplomáticas por el Congreso. Unanimidad hubo, hermano.
- Fue un buen entendimiento. Ya viste que en mis notas no menciono el paralelo ni los tratados, por “circunstancias especiales”.
- Sólo falta que tu Congreso haga lo mismo.
- ¿Qué haga qué, Alan?
- Aprobar las notas, pues. Si éste es nuestro primer tratado de frontera marítima…¿no querías que las cosas fueran formalitas?
- La Carta Náutica se funda en los tratados vigentes. Para nosotros terminó el papeleo. Ya mismo.
- Anda, qué te cuesta. Me dejarás mal con mis congresistas.
- Diles que lo que abunda no daña.
- Por lo menos júrame que no serás parte del pleito.
- ¿En La Haya?
- En La Haya.
- Si ya no tengo para qué. Olvídate.
NOTA DEL ARCHIVERO. En el último audio, una voz ecuatoriana no identificada hace el balance de lo ocurrido: Ecuador no deteriora su relación con Chile, evita un conflicto con el Perú y consigue el pleno reconocimiento de su frontera marítima sur. Se escucha una ovación
Publicado en La Segunda, 27.5.11
- Alan García dice que recién tiene un tratado de límites marítimos con Ecuador, ¿no dijiste que con la Carta Náutica le propinamos un jaque mate?
- ¿Propinamos?...¿quiénes propinamos?
- Chile, puh.
Ahí capté lo difícil que es explicarle a los compatriotas el tema de los intereses nacionales. Siempre creen que sólo existen los nuestros. En rigor, ese notable gambito lo ejecutaron los ecuatorianos pues, como dijo un predecesor de Rafael Correa, “Ecuador sólo defiende a Ecuador”. Para demostrarlo, abro mi archivo privado de wikileaks y -previa edición en cuatro actos- doy la palabra a los mismisimos Presidentes Correa y García.
PRIMER ACTO. Encuentro de pasillo programado como casual, en una cumbre como tantas. García abre el juego.
- No entiendo para que te metes, Rafael. Si es un pleito de blancos, como decimos en el Perú. A ti no te afecta, hermano.
- ¿Cómo que no, ñaño?... comienzas tomándole un trocito de mar a Michelle y después sigues conmigo. Amarraditos los tres estamos.
- Te lo juro que no. ¿Es que alguna vez te hemos pedido algo?
- Agua no, pero tierra sí.
- Ese es cuento viejo. Hoy estamos a partir de un confite.
- Eso es verdad, mi embajador dice lo mismo, Alan.
- Entonces, ¿para qué volver a las trompeaduras?
SEGUNDO ACTO. Palacio Pizarro, Lima. García termina de cantar un tema de Manzanero, con Correa a la guitarra.
- Se me da bien el bolero ¿no?
- Eres mejor que el Loco Bucaram.
- Hacemos un buen dúo, Rafael.
- Cierto, pero una cosa es con guitarra y otra con cajón.
- Siempre que el cajón no lo ponga tu amigo Piñera.
- ¡Otra vez!… sabes que yo no entro en esas vainas.
- ¿Y que quieres que yo haga para que estés tranquilo?
- Algo más formalito que una conversa musical, pues.
- Okey, te lo diré por la tele y por escrito.
TERCER ACTO. Nuevo encuentro de pasillo programado. Correa dispara primero.
- No te me hagas el enojado, ñaño.
- Es que tu Carta Náutica no estuvo bien, pues.
- ¿Por qué no?
- Pusiste lo del paralelo y los convenios pesqueros. Piñera dice que es un gol de media cancha. Ni que fuera tu pata chavista.
- Es que no fuiste claro, Alan.
- Millones me escucharon en la tele Y te mandé una carta. Todos saben que mi país no tiene problemas de límites marítimos con el tuyo. ¡Qué tal desconfianza, hermano!
- Palabras en la tele se las lleva el viento y una cartita… Alan, si éstos no son temas personales. Ni siquiera dijiste cuáles eran esos límites.
- Yo no puedo aceptar tu Carta Náutica.
- Entonces yo tendría que registrarla en la ONU. Te lo advierto con cariño, porque guerra avisada no mata gente
- Cariño malo, el tuyo. Me obligarías a hacer una reserva.
- Entonces mis abogados dirán “hay que ir a la Haya, Presidente”.
- ¿Amarraditos los dos con Piñera?
- De ti depende.
CUARTO ACTO. Viernes pasado. Palacio de Carondelet, Quito. García mueve su penúltima ficha.
- Toditito te lo he concedido, Rafael: retiré mi reserva y reconocí tu Carta Náutica. Incluso hice aprobar tus notas diplomáticas por el Congreso. Unanimidad hubo, hermano.
- Fue un buen entendimiento. Ya viste que en mis notas no menciono el paralelo ni los tratados, por “circunstancias especiales”.
- Sólo falta que tu Congreso haga lo mismo.
- ¿Qué haga qué, Alan?
- Aprobar las notas, pues. Si éste es nuestro primer tratado de frontera marítima…¿no querías que las cosas fueran formalitas?
- La Carta Náutica se funda en los tratados vigentes. Para nosotros terminó el papeleo. Ya mismo.
- Anda, qué te cuesta. Me dejarás mal con mis congresistas.
- Diles que lo que abunda no daña.
- Por lo menos júrame que no serás parte del pleito.
- ¿En La Haya?
- En La Haya.
- Si ya no tengo para qué. Olvídate.
NOTA DEL ARCHIVERO. En el último audio, una voz ecuatoriana no identificada hace el balance de lo ocurrido: Ecuador no deteriora su relación con Chile, evita un conflicto con el Perú y consigue el pleno reconocimiento de su frontera marítima sur. Se escucha una ovación
Publicado en La Segunda, 27.5.11
Bitácora
Fidel y las tres muertes de Salvador Allende
José Rodríguez Elizondo
La familia de Salvador Allende asumió la realidad de su suicidio, en su dramático contexto, hace ya varias décadas. Lo mismo sucedió con nuestra opinión pública. Con pocas excepciones, hoy puede decirse que los chilenos, civiles y militares, reconocen el gesto de Allende como lo que fue: una demostración de dignidad superior y un escalofriante ejercicio de responsabilidad política.
Por eso, a muchos desconcertó la decisión familiar de re-exhumar los restos de Allende, para que un juez los sometiera a autopsia legal definitoria. Unos se preguntan si hay dudas nuevas sobre los viejos hechos. Otros creen que es una concesión a nuestro fetichismo jurídico. Ese según el cual la verdad sólo existe si la determina y documenta un miembro del Poder Judicial.
La senadora Isabel Allende ya dio una explicación clara y a la vez sutil. La convicción de la familia no ha cambiado, dijo, pero la verdad debe tener un soporte básico más amplio. Para Chile sería muy importante una certeza judicial que establezca “una verdad histórica, oficial”, agregó. En otras palabras, la familia está apelando a la Historia con mayúscula y la pregunta salta inevitable: ¿quién, dónde, cuándo y por qué, implantó con fuerza histórica una versión falsa sobre la muerte de Allende?
Respuesta: fue Fidel Castro, en La Habana, la noche del 28 de septiembre de 1973, en masivo y manipulatorio homenaje al Presidente fallecido. Entonces, en su rol autoasignado de hacedor de la Historia, elaboró una verdad propia, con base en la emoción de las izquierdas. Dijo, en supersíntesis, que con el suicidio se perseguía ocultar “el comportamiento extraordinariamente heroico del Presidente Allende” quien, tras hacer chatarra dos tanques militares con certeros disparos de bazuca, murió metralleta en mano, acribillado por “los fascistas”.
Fue un relato épico, detalladísimo… pero contradictorio con los hechos ya informados por testigos presenciales tan serios como los médicos Patricio Guijón, Arturo Jirón, José Quiroga y la periodista Frida Modak. Una adulteración de nuestra Historia que, tras ser endosada por Gabriel García Márquez y el recordado cineasta chileno Helvio Soto, se impuso en el mundo. Nadie asumió que ese “embellecimiento revolucionario” afeaba el gesto real de Allende y oscurecía su mensaje final.
El germen inductor estuvo en una de las versiones fantasiosas, sin fuente responsable, que comenzaron a circular en Chile el mismo 11 de septiembre. Castro la asumió y potenció, no por error, sino porque le era funcional. En efecto, si la revolución de Allende se había apreciado, urbi et orbi, como antagónica o alternativa a la suya, él ahora podría demostrar que el chileno estuvo siempre equivocado… y que lo reconoció, in extremis, con una muerte revolucionariamente correcta. “Así muere un combatiente verdadero”, ejemplificó. Y agregó la consigna: “los revolucionarios chilenos saben que ya no hay ninguna otra alternativa que la lucha armada revolucionaria”.
Gabo escribiría años después, quizás evocando esa noche habanera y la fría decisión de Castro, que éste no concibe la derrota. “No creo que pueda existir en este mundo alguien que sea tan mal perdedor”.
Notablemente, la falsa historia no terminó ahí. Tras el fusilamiento del general cubano Arnaldo Ochoa, los enemigos de Castro decidieron aplicarle su propio método, inventando una versión shakespeariana de la muerte de Allende. En ésta, el líder chileno es asesinado por el agente cubano Patricio de la Guardia, para evitar que se rinda. Esto, por instruciones previas del propio Castro, pues de la Guardia no se mandaba solo. Fuente de la información: dos ex agentes cubanos exiliados en Francia quienes la habrían escuchado –como jactancia- al propio de la Guardia.
La base fáctica de esta segunda falsificación está en que de la Guardia fue agente principal de Castro en el Chile de Allende. Como tal, bien pudo proporcionar las claves de ficción necesarias para dar verosimilitud a la versión de su líder. Una sutil coincidencia da la pista: tanto en la versión de Castro como en la de los dos ex agentes, el cadáver de Allende es cubierto con la bandera chilena, en pleno combate.
Dicen que de la Guardia ha desmentido lo anterior y parece lógico. Hoy está en Cuba, condenado a 30 años de cárcel (lleva 18), en el marco del proceso contra Ochoa, en el cual se condenó a muerte a su hermano mellizo Antonio. Estaría equilibrándose entre su supuesta jactancia de ayer y su reducida condición actual.
Pero, Castro, siempre obsesionado por la absolución de la Historia, también estaría en un equilibrio inestable. Como nunca ha explicado, de manera formal, por qué inventó una muerte para Allende, tendría que hacerlo antes de desaparecer, él o su memoria. Su pésima alternativa sería reivindicar su invención, contra la convicción de los chilenos, para enfrentar la falsificación de segunda generación.
Por lo señalado, una verdad chilena potente, incontestable, sobre la muerte de Allende, luce más necesaria para los cubanos que para los chilenos. Quizás produciría un efecto benéfico en esos mundos enrarecidos, donde el poder se afirma sobre el control de las verdades y de las mentiras y donde suelen levantarse nuevos mitos para demoler los mitos establecidos.
Publicado en La Segunda, 24.5.11
Por eso, a muchos desconcertó la decisión familiar de re-exhumar los restos de Allende, para que un juez los sometiera a autopsia legal definitoria. Unos se preguntan si hay dudas nuevas sobre los viejos hechos. Otros creen que es una concesión a nuestro fetichismo jurídico. Ese según el cual la verdad sólo existe si la determina y documenta un miembro del Poder Judicial.
La senadora Isabel Allende ya dio una explicación clara y a la vez sutil. La convicción de la familia no ha cambiado, dijo, pero la verdad debe tener un soporte básico más amplio. Para Chile sería muy importante una certeza judicial que establezca “una verdad histórica, oficial”, agregó. En otras palabras, la familia está apelando a la Historia con mayúscula y la pregunta salta inevitable: ¿quién, dónde, cuándo y por qué, implantó con fuerza histórica una versión falsa sobre la muerte de Allende?
Respuesta: fue Fidel Castro, en La Habana, la noche del 28 de septiembre de 1973, en masivo y manipulatorio homenaje al Presidente fallecido. Entonces, en su rol autoasignado de hacedor de la Historia, elaboró una verdad propia, con base en la emoción de las izquierdas. Dijo, en supersíntesis, que con el suicidio se perseguía ocultar “el comportamiento extraordinariamente heroico del Presidente Allende” quien, tras hacer chatarra dos tanques militares con certeros disparos de bazuca, murió metralleta en mano, acribillado por “los fascistas”.
Fue un relato épico, detalladísimo… pero contradictorio con los hechos ya informados por testigos presenciales tan serios como los médicos Patricio Guijón, Arturo Jirón, José Quiroga y la periodista Frida Modak. Una adulteración de nuestra Historia que, tras ser endosada por Gabriel García Márquez y el recordado cineasta chileno Helvio Soto, se impuso en el mundo. Nadie asumió que ese “embellecimiento revolucionario” afeaba el gesto real de Allende y oscurecía su mensaje final.
El germen inductor estuvo en una de las versiones fantasiosas, sin fuente responsable, que comenzaron a circular en Chile el mismo 11 de septiembre. Castro la asumió y potenció, no por error, sino porque le era funcional. En efecto, si la revolución de Allende se había apreciado, urbi et orbi, como antagónica o alternativa a la suya, él ahora podría demostrar que el chileno estuvo siempre equivocado… y que lo reconoció, in extremis, con una muerte revolucionariamente correcta. “Así muere un combatiente verdadero”, ejemplificó. Y agregó la consigna: “los revolucionarios chilenos saben que ya no hay ninguna otra alternativa que la lucha armada revolucionaria”.
Gabo escribiría años después, quizás evocando esa noche habanera y la fría decisión de Castro, que éste no concibe la derrota. “No creo que pueda existir en este mundo alguien que sea tan mal perdedor”.
Notablemente, la falsa historia no terminó ahí. Tras el fusilamiento del general cubano Arnaldo Ochoa, los enemigos de Castro decidieron aplicarle su propio método, inventando una versión shakespeariana de la muerte de Allende. En ésta, el líder chileno es asesinado por el agente cubano Patricio de la Guardia, para evitar que se rinda. Esto, por instruciones previas del propio Castro, pues de la Guardia no se mandaba solo. Fuente de la información: dos ex agentes cubanos exiliados en Francia quienes la habrían escuchado –como jactancia- al propio de la Guardia.
La base fáctica de esta segunda falsificación está en que de la Guardia fue agente principal de Castro en el Chile de Allende. Como tal, bien pudo proporcionar las claves de ficción necesarias para dar verosimilitud a la versión de su líder. Una sutil coincidencia da la pista: tanto en la versión de Castro como en la de los dos ex agentes, el cadáver de Allende es cubierto con la bandera chilena, en pleno combate.
Dicen que de la Guardia ha desmentido lo anterior y parece lógico. Hoy está en Cuba, condenado a 30 años de cárcel (lleva 18), en el marco del proceso contra Ochoa, en el cual se condenó a muerte a su hermano mellizo Antonio. Estaría equilibrándose entre su supuesta jactancia de ayer y su reducida condición actual.
Pero, Castro, siempre obsesionado por la absolución de la Historia, también estaría en un equilibrio inestable. Como nunca ha explicado, de manera formal, por qué inventó una muerte para Allende, tendría que hacerlo antes de desaparecer, él o su memoria. Su pésima alternativa sería reivindicar su invención, contra la convicción de los chilenos, para enfrentar la falsificación de segunda generación.
Por lo señalado, una verdad chilena potente, incontestable, sobre la muerte de Allende, luce más necesaria para los cubanos que para los chilenos. Quizás produciría un efecto benéfico en esos mundos enrarecidos, donde el poder se afirma sobre el control de las verdades y de las mentiras y donde suelen levantarse nuevos mitos para demoler los mitos establecidos.
Publicado en La Segunda, 24.5.11
Bitácora
El perdón que exige Humala
José Rodríguez Elizondo
Antes de la primera vuelta electoral, Ollanta Humala se esmeró en desmentir su antichilenismo doctrinal. Buscaba un buen equilibrio entre la necesidad de regar sus votos nacionalistas “duros” y la necesidad de ganar los votos “flexibles” de sus adversarios más pragmáticos.
En noviembre pasado, incluso supo mostrarse cortés, en nuestra embajada, con el Presidente Sebastián Piñera. Que nadie dijera que glosaba a los historiadores del rencor, hablando del “pérfido enemigo” que los agredió en “la guerra infausta”. Pero, justo entonces cometió su primer error grueso. Quizás por tener al líder chileno a tiro de escopeta, olvidó que la política es un acto de representación, en un 99%, pero que, en el pequeño resto, es un acto testimonial. Es decir, olvidó que un politico siempre podrá relativizar lo que dice de los dientes para afuera, pero nunca podrá pasar gato por liebre, si deja constancia escrita de su pensamiento.
El caso es que entregó una carta a Piñera, que sólo se conoció públicamente tras la primera vuelta. En ella, pese a reconocer que el camino hacia una buena vecindad “debe costarnos a todos”, condiciona “un verdadero proceso de reconciliación” a gestos sólo de Chile. Entre éstos, reconocer su “responsabilidad histórica en la agresión contra el Perú de 1879” y dar “las satisfacciones necesarias” por dos hechos de espionaje y por la venta de armas a Ecuador, durante la guerra de 1995.
Despejando factores, el trasiego de armas de 1995 ya fue explicado –bien o mal- por dos presidentes chilenos a dos presidentes peruanos y los espías debieran ser un tema administrativo, como sucede en los países desarrollados. Como se sabe, existen pero nadie los reconoce y usualmente se liberan según una especie de cuenta corriente de espías.
Lo de nuestra responsabilidad como agresores en la guerra del Pacífico, sí es un problema mayor, pues planteado con ese sesgo no tiene solución. En abstracto, este opinante no tiene nada contra la necesidad (o el deber) de pedir perdón, siempre que sea en el marco de una historia complejizada, que conduzca a una paz autosustentable y no a la satisfacción transitoria de un orgullo singular. En concreto, el mejor ejemplo a mi alcance es el perdón que pidiera a los judíos el Papa Juan Pablo II, tras un proceso de plazo largo, iniciado por el Papa Juan XXIII. Fue un rencor de dos milenios, que comenzó a desaparecer –oficialmente- en nuestra generación.
Lejos de ese paradigma está Humala. Lo que exige obedece a un ideologismo extremo, pues un gobierno puede pedir perdón por haber perdido, pero no por haber ganado una guerra. Y menos si sus antecedentes son verificablemente complejos y anteriores a la II Guerra Mundial, de la cual surgió el concepto de los “crímenes de guerra”. Humala tendría que leer al historiador peruano Cristóbal Aljovín, para quien “es peligroso simplificar el pasado” y entender que contradice la alta tradición militar del siglo 19, tan bien representada por la ironía amarga de Lord Wellington: “no hay tragedia mayor en el mundo que una victoria, con excepción de una derrota”.
¿Revela su ideologismo antichileno una inteligencia política deficitaria?
No lo creo. Humala lució clarividencia política cuando cortó en seco con la doctrina “etnocacerista” global de su familia, tras un evento criminal que perpetró, en 2005,. su hermano Antauro La contrarreacción familiar indica que no fue una simulación táctica: sus parientes hoy se muestran divididos entre el racismo cobrizo de Antauro y papá Isaac y el nacionalismo “verdadero” de Ulises, su hermano mayor. Este incluso compitió contra él en las elecciones de 2006.
Otra prueba de inteligencia política, fue asumir que los petrodólares que le entregaba Hugo Chávez, por diversas vías, no compensaban los votos que le quitaba en la vía electoral. El venezolano, que ya lo consideraba en su inventario y lo presentaba como “un buen soldado” descubrió, entonces, que Humala no era su subalterno -tenía su misma jerarquía militar- y, además, era respondón: le pidió callarse, como si fuera el mismísimo Rey de España.
Pero, respecto a Chile el hombre pierde lucidez. Parece ignorar que mostrar los dientes, en este momento, es el equivalente a abrazarse con Chávez. Es que, aunque demasiados peruanos no nos amen, sí valoran su propio auge económico y perciben que el modelo y los inversionistas chilenos son parte de ese éxito. También saben que no es racional inducir enfrentamientos cuando la demanda marítima –considerada un éxito de la diplomacia peruana- está activa en La Haya.
Obviamente, los antihumalistas saben que ese antichilenismo es un punto político vulnerable, por su cercanía con el belicismo. Basta asomarse a un tenebroso video en el cual muestran al líder como un taciturno talibán cobrizo, cuyo eventual triunfo haría subir, drásticamente todos los indicadores de riesgo del Perú.
Concluyendo, el curso de colisión oficializado por Alan García en 1986, acelerado por Alejandro Toledo en 2005 y desactivado por el mismo García -con el apoyo de Piñera-, a partir de este marzo, no permite andar por la calle jugando a los guapos. Pero Humala lo hace, porque no puede con su genio. Porque no asume los intereses reales de nuestros pueblos ni el sentido de la noble frase que se atribuye al inca Atahualpa: “usos son de la guerra vencer y ser vencidos”.
Publicado en La Segunda, 18.4.11
En noviembre pasado, incluso supo mostrarse cortés, en nuestra embajada, con el Presidente Sebastián Piñera. Que nadie dijera que glosaba a los historiadores del rencor, hablando del “pérfido enemigo” que los agredió en “la guerra infausta”. Pero, justo entonces cometió su primer error grueso. Quizás por tener al líder chileno a tiro de escopeta, olvidó que la política es un acto de representación, en un 99%, pero que, en el pequeño resto, es un acto testimonial. Es decir, olvidó que un politico siempre podrá relativizar lo que dice de los dientes para afuera, pero nunca podrá pasar gato por liebre, si deja constancia escrita de su pensamiento.
El caso es que entregó una carta a Piñera, que sólo se conoció públicamente tras la primera vuelta. En ella, pese a reconocer que el camino hacia una buena vecindad “debe costarnos a todos”, condiciona “un verdadero proceso de reconciliación” a gestos sólo de Chile. Entre éstos, reconocer su “responsabilidad histórica en la agresión contra el Perú de 1879” y dar “las satisfacciones necesarias” por dos hechos de espionaje y por la venta de armas a Ecuador, durante la guerra de 1995.
Despejando factores, el trasiego de armas de 1995 ya fue explicado –bien o mal- por dos presidentes chilenos a dos presidentes peruanos y los espías debieran ser un tema administrativo, como sucede en los países desarrollados. Como se sabe, existen pero nadie los reconoce y usualmente se liberan según una especie de cuenta corriente de espías.
Lo de nuestra responsabilidad como agresores en la guerra del Pacífico, sí es un problema mayor, pues planteado con ese sesgo no tiene solución. En abstracto, este opinante no tiene nada contra la necesidad (o el deber) de pedir perdón, siempre que sea en el marco de una historia complejizada, que conduzca a una paz autosustentable y no a la satisfacción transitoria de un orgullo singular. En concreto, el mejor ejemplo a mi alcance es el perdón que pidiera a los judíos el Papa Juan Pablo II, tras un proceso de plazo largo, iniciado por el Papa Juan XXIII. Fue un rencor de dos milenios, que comenzó a desaparecer –oficialmente- en nuestra generación.
Lejos de ese paradigma está Humala. Lo que exige obedece a un ideologismo extremo, pues un gobierno puede pedir perdón por haber perdido, pero no por haber ganado una guerra. Y menos si sus antecedentes son verificablemente complejos y anteriores a la II Guerra Mundial, de la cual surgió el concepto de los “crímenes de guerra”. Humala tendría que leer al historiador peruano Cristóbal Aljovín, para quien “es peligroso simplificar el pasado” y entender que contradice la alta tradición militar del siglo 19, tan bien representada por la ironía amarga de Lord Wellington: “no hay tragedia mayor en el mundo que una victoria, con excepción de una derrota”.
¿Revela su ideologismo antichileno una inteligencia política deficitaria?
No lo creo. Humala lució clarividencia política cuando cortó en seco con la doctrina “etnocacerista” global de su familia, tras un evento criminal que perpetró, en 2005,. su hermano Antauro La contrarreacción familiar indica que no fue una simulación táctica: sus parientes hoy se muestran divididos entre el racismo cobrizo de Antauro y papá Isaac y el nacionalismo “verdadero” de Ulises, su hermano mayor. Este incluso compitió contra él en las elecciones de 2006.
Otra prueba de inteligencia política, fue asumir que los petrodólares que le entregaba Hugo Chávez, por diversas vías, no compensaban los votos que le quitaba en la vía electoral. El venezolano, que ya lo consideraba en su inventario y lo presentaba como “un buen soldado” descubrió, entonces, que Humala no era su subalterno -tenía su misma jerarquía militar- y, además, era respondón: le pidió callarse, como si fuera el mismísimo Rey de España.
Pero, respecto a Chile el hombre pierde lucidez. Parece ignorar que mostrar los dientes, en este momento, es el equivalente a abrazarse con Chávez. Es que, aunque demasiados peruanos no nos amen, sí valoran su propio auge económico y perciben que el modelo y los inversionistas chilenos son parte de ese éxito. También saben que no es racional inducir enfrentamientos cuando la demanda marítima –considerada un éxito de la diplomacia peruana- está activa en La Haya.
Obviamente, los antihumalistas saben que ese antichilenismo es un punto político vulnerable, por su cercanía con el belicismo. Basta asomarse a un tenebroso video en el cual muestran al líder como un taciturno talibán cobrizo, cuyo eventual triunfo haría subir, drásticamente todos los indicadores de riesgo del Perú.
Concluyendo, el curso de colisión oficializado por Alan García en 1986, acelerado por Alejandro Toledo en 2005 y desactivado por el mismo García -con el apoyo de Piñera-, a partir de este marzo, no permite andar por la calle jugando a los guapos. Pero Humala lo hace, porque no puede con su genio. Porque no asume los intereses reales de nuestros pueblos ni el sentido de la noble frase que se atribuye al inca Atahualpa: “usos son de la guerra vencer y ser vencidos”.
Publicado en La Segunda, 18.4.11
Bitácora
Y ahora…¿Quién salvará al Perú?
José Rodríguez Elizondo
Al cierre de este texto, el Perú comenzaba a ejecutar la pesadilla de Mario Vargas Llosa: una segunda vuelta electoral entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori.
Es una alternativa terrorífica para el sector empresarial y catastrófica para quiénes, políticamente hablando, se ubican desde el centro hasta la derecha de las ideas políticas convencionales. Además, una alternativa no querida por casi la mitad de los electores reales, como lo dicen las votaciones conjuntas de Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo y Luis Castañeda Lossio.
La pregunta lógica, entonces, es cómo diablos los peruanos se dejaron entrampar, tan mansamente, en una versión criolla de la vieja tragedia griega. La respuesta que aflora, de inmediato, es que las distintas sensibilidades políticas del vecino país nunca llegaron a constituirse en un sistema político verdaderamente representativo. Si uno evoca, a vuelo de pajaro, su historia partidista, comprobará que las derechas no llegaron a consolidar la dupla clásica conservadores-liberales, que las izquierdas sólo tuvieron socialistas y comunistas testimoniales y que el centro nunca tuvo socialdemocracia o socialcristianismo autosustentables.
Por eso, desde la emergencia de Víctor Raúl Haya de la Torre y su doctrina aprista, en los años 20 del siglo pasado, el sistema peruano comenzó a girar a cuenta de un solo partido, cuyo eslogan –bastante sectario- proclamaba que “sólo el Apra salvará al Perú”. Pero, así como una golondrina no hace verano, un solo partido no hace sistema. La soledad adánica del aprismo, sus querellas fratricidas y el círculo viciosos del caudillismo externo -con sus golpes y autogolpes de Estado-, terminaron socavando el proyecto de socialismo democrático del patriarca Víctor Raúl. Curiosamente, éste llegó a compenderlo, tras analizar el caso chileno. En un texto de 1944 advirtió que nuestro mejor desarrollo democrático había sido garantizado por “el patriotismo de los políticos conservadores”.
Una nueva prueba de la crisis sistémica se dio en esta elección, en que la democracia peruana volvió a entregarse a los outsiders. Pero, esta vez los dos principales tenían un currículo notorio: Humala, un militar subversivo y revolucionariamente ideologizado, que hizo su maestría en las elecciones de 2006, y Keiko, la hija genético-política de un outsider de primera generación, que hundió al país en la corrupción institucionalizada. En esta vorágine, el Apra, con su líder Alan García a la cabeza del gobierno, se encontró sin candidato alguno a la Presidencia de la República. Además (o como resultado) corre el serio riesgo de que sus candidatos al Congreso no superen la barrera existencial del 5% de la votación.
Inevitablemente, las miradas críticas se dirigirán a García. Si es difícil cantar éxito gubernamental sin dejar herederos propios, arduo será seguir en el pedestal, tras dejar la democracia en mucho peor pie que en 2006. Entonces, muchos votaron por él para evitar el “mal mayor” que significaba Humala. Mi amigo Roberto Lerner -buen conocedor del alma humana en cuanto buen siquiatra-, entonces lo llamó a la humildad, públicamente, advirtiéndole que “nosotros los peruanos no existimos para que usted arregle cuentas consigo mismo y tenga un encuentro apoteósico con la historia”. Y agregó: “si quiere que votemos por usted en positivo y no como el mal menor, debe transmitir el mensaje de que es usted quien tiene una deuda con sus compatriotas y la historia, no al revés”.
Luego, cono García de nuevo en el gobierno, apareció la siguiente advertencia del general Francisco Morales Bermúdez, el paradójico dictador pro democracia que tuvo el Perú: “hay que institucionalizar la concertación nacional (…) los partidos políticos no están representando a la sociedad, representan sus propios intereses e ideologías”.
Sobre estas bases, García tendrá que extremar sus recursos para convencer al personal de que nada tuvo que ver su interés personal con el feo cuadro político vigente. Es decir, que nunca guió sus acciones con miras a obtener su tercera Presidencia, en las elecciones previstas para 2016.
Publicado en La Segunda 11.04.2011
Es una alternativa terrorífica para el sector empresarial y catastrófica para quiénes, políticamente hablando, se ubican desde el centro hasta la derecha de las ideas políticas convencionales. Además, una alternativa no querida por casi la mitad de los electores reales, como lo dicen las votaciones conjuntas de Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo y Luis Castañeda Lossio.
La pregunta lógica, entonces, es cómo diablos los peruanos se dejaron entrampar, tan mansamente, en una versión criolla de la vieja tragedia griega. La respuesta que aflora, de inmediato, es que las distintas sensibilidades políticas del vecino país nunca llegaron a constituirse en un sistema político verdaderamente representativo. Si uno evoca, a vuelo de pajaro, su historia partidista, comprobará que las derechas no llegaron a consolidar la dupla clásica conservadores-liberales, que las izquierdas sólo tuvieron socialistas y comunistas testimoniales y que el centro nunca tuvo socialdemocracia o socialcristianismo autosustentables.
Por eso, desde la emergencia de Víctor Raúl Haya de la Torre y su doctrina aprista, en los años 20 del siglo pasado, el sistema peruano comenzó a girar a cuenta de un solo partido, cuyo eslogan –bastante sectario- proclamaba que “sólo el Apra salvará al Perú”. Pero, así como una golondrina no hace verano, un solo partido no hace sistema. La soledad adánica del aprismo, sus querellas fratricidas y el círculo viciosos del caudillismo externo -con sus golpes y autogolpes de Estado-, terminaron socavando el proyecto de socialismo democrático del patriarca Víctor Raúl. Curiosamente, éste llegó a compenderlo, tras analizar el caso chileno. En un texto de 1944 advirtió que nuestro mejor desarrollo democrático había sido garantizado por “el patriotismo de los políticos conservadores”.
Una nueva prueba de la crisis sistémica se dio en esta elección, en que la democracia peruana volvió a entregarse a los outsiders. Pero, esta vez los dos principales tenían un currículo notorio: Humala, un militar subversivo y revolucionariamente ideologizado, que hizo su maestría en las elecciones de 2006, y Keiko, la hija genético-política de un outsider de primera generación, que hundió al país en la corrupción institucionalizada. En esta vorágine, el Apra, con su líder Alan García a la cabeza del gobierno, se encontró sin candidato alguno a la Presidencia de la República. Además (o como resultado) corre el serio riesgo de que sus candidatos al Congreso no superen la barrera existencial del 5% de la votación.
Inevitablemente, las miradas críticas se dirigirán a García. Si es difícil cantar éxito gubernamental sin dejar herederos propios, arduo será seguir en el pedestal, tras dejar la democracia en mucho peor pie que en 2006. Entonces, muchos votaron por él para evitar el “mal mayor” que significaba Humala. Mi amigo Roberto Lerner -buen conocedor del alma humana en cuanto buen siquiatra-, entonces lo llamó a la humildad, públicamente, advirtiéndole que “nosotros los peruanos no existimos para que usted arregle cuentas consigo mismo y tenga un encuentro apoteósico con la historia”. Y agregó: “si quiere que votemos por usted en positivo y no como el mal menor, debe transmitir el mensaje de que es usted quien tiene una deuda con sus compatriotas y la historia, no al revés”.
Luego, cono García de nuevo en el gobierno, apareció la siguiente advertencia del general Francisco Morales Bermúdez, el paradójico dictador pro democracia que tuvo el Perú: “hay que institucionalizar la concertación nacional (…) los partidos políticos no están representando a la sociedad, representan sus propios intereses e ideologías”.
Sobre estas bases, García tendrá que extremar sus recursos para convencer al personal de que nada tuvo que ver su interés personal con el feo cuadro político vigente. Es decir, que nunca guió sus acciones con miras a obtener su tercera Presidencia, en las elecciones previstas para 2016.
Publicado en La Segunda 11.04.2011
Bitácora
Cuestión de memoria
José Rodríguez Elizondo
Con típico chilenocentrismo, muchos compatriotas preguntan cuál candidato peruano sería mejor para Chile. Yo suelo sugerir que pregunten cuál sería el mejor candidato para los peruanos. Digo que quien represente los mejores intereses de la democracia peruana será, por añadidura, el mejor para Chile.
Mi sugerencia obedece al problema que suele plantearme la memoria histórica de mis amigos peruanos. Es una memoria muy activa -eventualmente catoniana- cuando se ejerce hacia afuera. Por eso, los españoles se ponen colorados cuando les recuerdan la ejecución de Atahualpa y nosotros no entendemos por qué hasta el pisco nos separa, debido a una guerra del siglo antepasado.
Lo notable es que, hacia dentro, esa memoria no existe o es de muy corto plazo. La grata sociabilidad limeña –que fija la pauta nacional-, impone olvidos espectaculares. Es lo que explica que los militares golpistas de 1968, hayan devuelto la Presidencia al golpeado Fernando Belaúnde, en 1980. O que los electores hayan dado una segunda oportunidad a Alan García, tras su malacatosa gestión de 1985-90. El paradigma mayor es Keiko Fujimori, cuya base electoral dura (20%) hoy le da una seria posibilidad de instalarse en Palacio Pizarro, para liberar a su progenitor genético y político. A ese Alberto Fujimori que gobernó desde 1990 al 2000, llevó al Perú a niveles inéditos de corrupción, semiperdió la guerra del Cenepa con Ecuador, terminó su gestión por fuga y hoy está en la cárcel como violador de derechos humanos.
Ollanta Humala, el candidato puntero, parece fundar sus expectativas en esa bonachona memoria interna. Asume que los olvidos le permitirán “pasar piola”, con su pelotón de esqueletos almacenados. Entre éstos, su catecismo “etnocacerista”, con elementos fascistas, stalinianos y antichilenos; su trayectoria como militar subversivo, con eventual responsabilidad en la matanza de Andahuaylas; su alineamiento con Hugo Chávez y Fidel Castro, materializado en dólares frescos con “orientación revolucionaria” y, en definitiva, su contradicción entre el ideario politico que oculta y la regulada economía de mercado que hoy beneficia al Perú. Confirmando su fe en el olvido, suele decir que Abimael Guzmán –el líder de Sendero Luminoso, homologable con el terrorífico Pol Pot de Cambodia- es, simplemente, un “preso político”.
Lo malo para Keiko y Humala, es que peruanos de mucho tonelaje no quieren olvidar las inepcias ni, menos, las fechorías internas. Entre éstos, el primer lugar lo ocupa Mario Vargas Llosa, quien llamó a votar por García, en 2006 (aunque “tapándose la nariz”), para privilegiar la democracia, Ahora, viendo que el legado de García duplicó el peligro, convoca a derrotar a Keiko y a Humala, de consuno, pues optar entre ambos sería como elegir entre el sida y el cáncer.
Otro de esos peruanos memoriosos es mi buen amigo Gustavo Gorriti, periodista lleno de premios y de coraje, que sobrevivió a un atentado de los agentes secretos de Fujimori. Tras la fuga de éste, estuvo en primera línea contra Humala, definiendo su candidatura de 2006 como “un proyecto dictatorial”. Hoy reincide en la denuncia, estremecido por la posibilidad de una segunda vuelta entre Humala y Keiko. En su columna de ayer, en la revista Caretas, dice que “luego de diez años de democracia, que sucedieron a otros diez de dictadura, corremos el riesgo de que aquélla se suicide por mano de sus ciudadanos, como ha sucedido con sociedades enfermas en otros lugares y momentos de la Historia”. Agrega, en tácito acuerdo con este opinante, que es difícil explicar tal fenómeno, “por otra razón que no sea la perversión del recuerdo”.
Publicado en La Segunda, 8.4.11
Mi sugerencia obedece al problema que suele plantearme la memoria histórica de mis amigos peruanos. Es una memoria muy activa -eventualmente catoniana- cuando se ejerce hacia afuera. Por eso, los españoles se ponen colorados cuando les recuerdan la ejecución de Atahualpa y nosotros no entendemos por qué hasta el pisco nos separa, debido a una guerra del siglo antepasado.
Lo notable es que, hacia dentro, esa memoria no existe o es de muy corto plazo. La grata sociabilidad limeña –que fija la pauta nacional-, impone olvidos espectaculares. Es lo que explica que los militares golpistas de 1968, hayan devuelto la Presidencia al golpeado Fernando Belaúnde, en 1980. O que los electores hayan dado una segunda oportunidad a Alan García, tras su malacatosa gestión de 1985-90. El paradigma mayor es Keiko Fujimori, cuya base electoral dura (20%) hoy le da una seria posibilidad de instalarse en Palacio Pizarro, para liberar a su progenitor genético y político. A ese Alberto Fujimori que gobernó desde 1990 al 2000, llevó al Perú a niveles inéditos de corrupción, semiperdió la guerra del Cenepa con Ecuador, terminó su gestión por fuga y hoy está en la cárcel como violador de derechos humanos.
Ollanta Humala, el candidato puntero, parece fundar sus expectativas en esa bonachona memoria interna. Asume que los olvidos le permitirán “pasar piola”, con su pelotón de esqueletos almacenados. Entre éstos, su catecismo “etnocacerista”, con elementos fascistas, stalinianos y antichilenos; su trayectoria como militar subversivo, con eventual responsabilidad en la matanza de Andahuaylas; su alineamiento con Hugo Chávez y Fidel Castro, materializado en dólares frescos con “orientación revolucionaria” y, en definitiva, su contradicción entre el ideario politico que oculta y la regulada economía de mercado que hoy beneficia al Perú. Confirmando su fe en el olvido, suele decir que Abimael Guzmán –el líder de Sendero Luminoso, homologable con el terrorífico Pol Pot de Cambodia- es, simplemente, un “preso político”.
Lo malo para Keiko y Humala, es que peruanos de mucho tonelaje no quieren olvidar las inepcias ni, menos, las fechorías internas. Entre éstos, el primer lugar lo ocupa Mario Vargas Llosa, quien llamó a votar por García, en 2006 (aunque “tapándose la nariz”), para privilegiar la democracia, Ahora, viendo que el legado de García duplicó el peligro, convoca a derrotar a Keiko y a Humala, de consuno, pues optar entre ambos sería como elegir entre el sida y el cáncer.
Otro de esos peruanos memoriosos es mi buen amigo Gustavo Gorriti, periodista lleno de premios y de coraje, que sobrevivió a un atentado de los agentes secretos de Fujimori. Tras la fuga de éste, estuvo en primera línea contra Humala, definiendo su candidatura de 2006 como “un proyecto dictatorial”. Hoy reincide en la denuncia, estremecido por la posibilidad de una segunda vuelta entre Humala y Keiko. En su columna de ayer, en la revista Caretas, dice que “luego de diez años de democracia, que sucedieron a otros diez de dictadura, corremos el riesgo de que aquélla se suicide por mano de sus ciudadanos, como ha sucedido con sociedades enfermas en otros lugares y momentos de la Historia”. Agrega, en tácito acuerdo con este opinante, que es difícil explicar tal fenómeno, “por otra razón que no sea la perversión del recuerdo”.
Publicado en La Segunda, 8.4.11
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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