Bitácora
Y ahora…¿Quién salvará al Perú?
José Rodríguez Elizondo
Al cierre de este texto, el Perú comenzaba a ejecutar la pesadilla de Mario Vargas Llosa: una segunda vuelta electoral entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori.
Es una alternativa terrorífica para el sector empresarial y catastrófica para quiénes, políticamente hablando, se ubican desde el centro hasta la derecha de las ideas políticas convencionales. Además, una alternativa no querida por casi la mitad de los electores reales, como lo dicen las votaciones conjuntas de Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo y Luis Castañeda Lossio.
La pregunta lógica, entonces, es cómo diablos los peruanos se dejaron entrampar, tan mansamente, en una versión criolla de la vieja tragedia griega. La respuesta que aflora, de inmediato, es que las distintas sensibilidades políticas del vecino país nunca llegaron a constituirse en un sistema político verdaderamente representativo. Si uno evoca, a vuelo de pajaro, su historia partidista, comprobará que las derechas no llegaron a consolidar la dupla clásica conservadores-liberales, que las izquierdas sólo tuvieron socialistas y comunistas testimoniales y que el centro nunca tuvo socialdemocracia o socialcristianismo autosustentables.
Por eso, desde la emergencia de Víctor Raúl Haya de la Torre y su doctrina aprista, en los años 20 del siglo pasado, el sistema peruano comenzó a girar a cuenta de un solo partido, cuyo eslogan –bastante sectario- proclamaba que “sólo el Apra salvará al Perú”. Pero, así como una golondrina no hace verano, un solo partido no hace sistema. La soledad adánica del aprismo, sus querellas fratricidas y el círculo viciosos del caudillismo externo -con sus golpes y autogolpes de Estado-, terminaron socavando el proyecto de socialismo democrático del patriarca Víctor Raúl. Curiosamente, éste llegó a compenderlo, tras analizar el caso chileno. En un texto de 1944 advirtió que nuestro mejor desarrollo democrático había sido garantizado por “el patriotismo de los políticos conservadores”.
Una nueva prueba de la crisis sistémica se dio en esta elección, en que la democracia peruana volvió a entregarse a los outsiders. Pero, esta vez los dos principales tenían un currículo notorio: Humala, un militar subversivo y revolucionariamente ideologizado, que hizo su maestría en las elecciones de 2006, y Keiko, la hija genético-política de un outsider de primera generación, que hundió al país en la corrupción institucionalizada. En esta vorágine, el Apra, con su líder Alan García a la cabeza del gobierno, se encontró sin candidato alguno a la Presidencia de la República. Además (o como resultado) corre el serio riesgo de que sus candidatos al Congreso no superen la barrera existencial del 5% de la votación.
Inevitablemente, las miradas críticas se dirigirán a García. Si es difícil cantar éxito gubernamental sin dejar herederos propios, arduo será seguir en el pedestal, tras dejar la democracia en mucho peor pie que en 2006. Entonces, muchos votaron por él para evitar el “mal mayor” que significaba Humala. Mi amigo Roberto Lerner -buen conocedor del alma humana en cuanto buen siquiatra-, entonces lo llamó a la humildad, públicamente, advirtiéndole que “nosotros los peruanos no existimos para que usted arregle cuentas consigo mismo y tenga un encuentro apoteósico con la historia”. Y agregó: “si quiere que votemos por usted en positivo y no como el mal menor, debe transmitir el mensaje de que es usted quien tiene una deuda con sus compatriotas y la historia, no al revés”.
Luego, cono García de nuevo en el gobierno, apareció la siguiente advertencia del general Francisco Morales Bermúdez, el paradójico dictador pro democracia que tuvo el Perú: “hay que institucionalizar la concertación nacional (…) los partidos políticos no están representando a la sociedad, representan sus propios intereses e ideologías”.
Sobre estas bases, García tendrá que extremar sus recursos para convencer al personal de que nada tuvo que ver su interés personal con el feo cuadro político vigente. Es decir, que nunca guió sus acciones con miras a obtener su tercera Presidencia, en las elecciones previstas para 2016.
Publicado en La Segunda 11.04.2011
Es una alternativa terrorífica para el sector empresarial y catastrófica para quiénes, políticamente hablando, se ubican desde el centro hasta la derecha de las ideas políticas convencionales. Además, una alternativa no querida por casi la mitad de los electores reales, como lo dicen las votaciones conjuntas de Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo y Luis Castañeda Lossio.
La pregunta lógica, entonces, es cómo diablos los peruanos se dejaron entrampar, tan mansamente, en una versión criolla de la vieja tragedia griega. La respuesta que aflora, de inmediato, es que las distintas sensibilidades políticas del vecino país nunca llegaron a constituirse en un sistema político verdaderamente representativo. Si uno evoca, a vuelo de pajaro, su historia partidista, comprobará que las derechas no llegaron a consolidar la dupla clásica conservadores-liberales, que las izquierdas sólo tuvieron socialistas y comunistas testimoniales y que el centro nunca tuvo socialdemocracia o socialcristianismo autosustentables.
Por eso, desde la emergencia de Víctor Raúl Haya de la Torre y su doctrina aprista, en los años 20 del siglo pasado, el sistema peruano comenzó a girar a cuenta de un solo partido, cuyo eslogan –bastante sectario- proclamaba que “sólo el Apra salvará al Perú”. Pero, así como una golondrina no hace verano, un solo partido no hace sistema. La soledad adánica del aprismo, sus querellas fratricidas y el círculo viciosos del caudillismo externo -con sus golpes y autogolpes de Estado-, terminaron socavando el proyecto de socialismo democrático del patriarca Víctor Raúl. Curiosamente, éste llegó a compenderlo, tras analizar el caso chileno. En un texto de 1944 advirtió que nuestro mejor desarrollo democrático había sido garantizado por “el patriotismo de los políticos conservadores”.
Una nueva prueba de la crisis sistémica se dio en esta elección, en que la democracia peruana volvió a entregarse a los outsiders. Pero, esta vez los dos principales tenían un currículo notorio: Humala, un militar subversivo y revolucionariamente ideologizado, que hizo su maestría en las elecciones de 2006, y Keiko, la hija genético-política de un outsider de primera generación, que hundió al país en la corrupción institucionalizada. En esta vorágine, el Apra, con su líder Alan García a la cabeza del gobierno, se encontró sin candidato alguno a la Presidencia de la República. Además (o como resultado) corre el serio riesgo de que sus candidatos al Congreso no superen la barrera existencial del 5% de la votación.
Inevitablemente, las miradas críticas se dirigirán a García. Si es difícil cantar éxito gubernamental sin dejar herederos propios, arduo será seguir en el pedestal, tras dejar la democracia en mucho peor pie que en 2006. Entonces, muchos votaron por él para evitar el “mal mayor” que significaba Humala. Mi amigo Roberto Lerner -buen conocedor del alma humana en cuanto buen siquiatra-, entonces lo llamó a la humildad, públicamente, advirtiéndole que “nosotros los peruanos no existimos para que usted arregle cuentas consigo mismo y tenga un encuentro apoteósico con la historia”. Y agregó: “si quiere que votemos por usted en positivo y no como el mal menor, debe transmitir el mensaje de que es usted quien tiene una deuda con sus compatriotas y la historia, no al revés”.
Luego, cono García de nuevo en el gobierno, apareció la siguiente advertencia del general Francisco Morales Bermúdez, el paradójico dictador pro democracia que tuvo el Perú: “hay que institucionalizar la concertación nacional (…) los partidos políticos no están representando a la sociedad, representan sus propios intereses e ideologías”.
Sobre estas bases, García tendrá que extremar sus recursos para convencer al personal de que nada tuvo que ver su interés personal con el feo cuadro político vigente. Es decir, que nunca guió sus acciones con miras a obtener su tercera Presidencia, en las elecciones previstas para 2016.
Publicado en La Segunda 11.04.2011
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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