Bitácora
Artículo n°340
José Rodríguez Elizondo
El día 10 de este mes de abril, la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, recibió a este bloguero en ceremonia tradicional y entrañable. En ese evento presenté el discurso que a continuación transcribo.
DISCURSO DE INCORPORACION DE JOSÉ RODRÍGUEZ ELIZONDO A LA ACADEMIA CHILENA DE CIENCIAS SOCIALES, POLÍTICAS Y MORALES.
SANTIAGO, 10 DE ABRIL DE 2014
1.- Recibí la elección de esta ilustre Academia con alegría y gratitud. También con emoción, cuando el Presidente José Luis Cea me dijo que ocuparía el sillón N°7.
No fue nada vinculado con la numerología, sino con el primer dueño de este mueble simbólico: mi maestro, siempre jefe y respetado amigo Enrique Silva Cimma.
No pude evitar el recuerdo:
Fue una tarde de hace más de medio siglo. Yo, veinteañero, recién recibido de abogado y convocado por don Enrique a su oficina de Contralor General. No era por un tema del servicio, sino de la cátedra (yo era su ayudante en Derecho Administrativo).
Me lo dijo con su sonrisa bondadosa, como para no asustarme: Quiero, Pepe, que usted vaya en mi representación a las Jornadas de Montevideo”. Se trataba de las primeras (o segundas) Jornadas de Derecho Público Comparado Chileno-Uruguayas y los expositores del país vecino eran eminencias jurídicas. Entre ellos, Eduardo Jiménez de Aréchaga y Enrique Sayagués Laso.
Fue como si a un futbolista aficionado lo convocaran, de sopetón, para defender “la roja” esforzada contra “la celeste” gloriosa. Me sentí tan abrumado que no recuerdo cómo respondí. Algo relativo a la asimetría con esos monstruos, seguro. Sí recuerdo que, al despedirme, don Enrique me dijo: “No se preocupe, Pepe, que lo van a recibir muy bien”.
Y así nomás fue.
Por eso, al incorporarme a esta Academia, selección de chilenos ilustres, tras las cálidas palabras de su Presidente… es como si escuchara de nuevo a mi viejo maestro. Desde el lugar que le asignó Dios o su Gran Arquitecto del Universo, me está diciendo lo mismo que ayer:
“No se preocupe, Pepe, que lo van a recibir muy bien”.
2.- Sobre esa base, apelo a la benevolencia de ustedes para hacer una advertencia.
Me comprometí a exponer, en este acto, sobre la relación que existe o existiría entre el Derecho, el Periodismo y la Diplomacia.
Confieso que, tras darle muchas vueltas, no pude imaginar una exposición con hipótesis, tesis y conclusiones. No me motivaba la idea de propinarles una conferencia erudita, tras una investigación express.
Pronto descubrí el meollo de mi dificultad:
En rigor, no se trataba de exponer las relaciones teóricas y prácticas sobre esas tres actividades, sino de compartir una experiencia de vida que las integraba.
Entonces, el mágico Jorge Luis Borges vino a sacarme del apuro. Dudoso, alguna vez, sobre cómo dirigirse a sus lectores, él había llegado a la siguiente conclusión:
"Hay que dejar a los temas que elijan, pues cada tema sabe si quiere ser escrito en verso libre, en una forma clásica o en prosa".
Con el permiso de ustedes opté por hacerle caso. Mi tema elije ser narrado en primera persona del singular.
3.- Porque, parafraseando al evangelista, en mi principio fue el Derecho. Pero no el Derecho del abogado litigante, asesor de empresas o juez dictaminador. Mi paradigma era el académico e investigador interdisciplinario (quizás hoy diríamos, el jurista humanista o el jurista sin fines de lucro).
No veía al Derecho como una ciencia unívoca ni como un ente metafísico, sino como un bien instrumental. “Nada en la naturaleza del orden jurídico convierte al Derecho en un fin en sí”, me había enseñado Jorge Millas, otro maestro ilustre de mi Facultad.
Lo veía como fruto de la cultura humana, para contribuir a la realización de valores fundamentales. Entre ellos, la democracia real, la paz y la seguridad internacionales.
En esa línea, escribí sobre la posibilidad y límites del Derecho en el control de la Administración y en el desarrollo sociopolítico de Chile.
En eso estaba, cuando una visita a Vietnam en guerra, me hundió en una realidad a la cual no suelen llegar las teorías. En 1965, invitado a participar en una comisión investigadora, integrada por juristas de distintos países, viví esa experiencia que marcó a la humanidad.
Volví a ese teatro de operaciones en 1967, participé en encuentros internacionales sobre el tema y todo ello me permitió entender, sin intermediarios, la esencia del fenómeno:
Las guerras nunca se ganan del todo. A la larga, todas se pierden.
Son un salto hacia el horror que deja al desnudo la precariedad de las ideologías, las limitaciones del Derecho, la impotencia de la Diplomacia, la liberación de la Fuerza y la vulnerabilidad de los ciudadanos.
Son la verdad de Goya: “el sueño de la razón produce monstruos”. Monstruos grandes que pisan fuerte, como dice la canción.
Así aprendí que hay un momento, en los conflictos, cuando lo decisivo no es definir quién tiene la razón jurídica, sino cómo impedir o desviar un curso de colisión.
De aquello no surgió un texto jurídico, sino muchos textos periodísticos y un libro reportaje. Uno que, dicho sea de paso, sufrió de inmediato el impacto de la época. De la guerra fría:
Impreso en Buenos Aires, la mitad de la edición fue destruída por la dictadura militar de Juan Carlos Onganía.
4.-Vista por el retrovisor, la guerra fría fue un catalizador muy potente.
En mi sinopsis personal, me llevó desde “la circunstancia” distanciada de Ortega al “compromiso existencial” de Sartre.
Un proceso que se recicló con la poesía militante de Neruda, el impacto de la revolución cubana, el espanto de Vietnam, el mayo francés de 1968… y me condujo, era inevitable, al estudio de Karl Marx, Friedrich Engels y Vladimir Lenin
Entonces escribí de todo y sobre casi todo: viabilidad de la revolución chilena en el marco del Derecho. Política internacional con buenos y malos. Poesía, narrativa y ensayo “comprometidos”. Crítica de cine y teatro con mirada “progresista”.
Tal vez sea consuelo de tontos pero, como escribiera recientemente el gran escritor argentino Marcos Aguinis, millones de latinoamericanos sosteníamos la utopía “con juvenil esperanza”
La negociación nos sonaba como una mala palabra, soslayábamos la complejidad de lo real, la democracia representativa nos parecía sólo “formal” y no percibíamos el equilibrio inestable de las libertades.
Creíamos conocer todas las preguntas, creíamos tener todas las respuestas y pensábamos que era urgente comunicárselo a nuestros paisanos.
Obviamente, ignorábamos que Adam Smith estaba en el ADN de Marx y asegurábamos que el marxismo era una ciencia: “la doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta”, había dicho Lenin.
No sospechábamos que, a partir de Stalin, se había convertido en una religión sustituta, con dioses, demonios, profetas, dogmas, mártires y herejes.
Es que nos faltaba conocer esa bella ironía andaluza: "Si no creo en la religión verdadera, menos creo en las otras”.
5.- Así fue como, después de la trágica interrupción de nuestra democracia y con buenos motivos para exiliarme (recibí la inquietante noticia de mi muerte), terminé en la Alemania de Honecker.
Algunos dirán que fui consecuente y eso me suena piadoso. Prefiero decir la verdad: no encontré otro lugar donde sobrevivir.
Instalado en ese socialismo real y concreto, debí recordar una larga conversación de 1971, en París, con Artur London: combatiente internacionalista en la guerra civil española, prisionero en los campos de concentración de Hitler, vicecanciller checoslovaco y víctima emblemática del stalinismo.
Entonces London me regaló su célebre libro La Confesión. Un testimonio lacerante de cómo, tras haber expuesto su vida por las libertades, se había resignado a que los funcionarios de Stalin, pensaran por él.
Allí denunció cómo, abusando de esa disciplina militante y violando “los derechos más sagrados del hombre”, esos burócratas lo procesaron como traidor y luego lo condenaron a muerte en el famoso “proceso Slansky”.
En mi departamento de Lepzig yo quería recuperar ese libro para leerlo con nuevos ojos. Mientras, ponía distancia definitiva con los dogmas políticos y comenzaba a soñar el concepto de una democracia chilena escarmentada, transversal y reconciliada.
Terminé ese periplo –de tres años y un día, según mi jurídica esposa- con una fuga técnica. Esto es, no saltando muros, sino mediante una estrategia elaborada en secreto, con el apoyo fraterno de un diplomático peruano.
En manos amigas, en Leipzig y Berlín, quedaron cientos de recortes y fichas que no me arriesgué a transportar.
Tardaron años en llegarme, pero llegaron, como un milagro sencillo de la solidaridad.
Fueron las fuentes de mi libro “Crisis y renovación de las izquierdas”, que daría fiel testimonio de lo sucedido.
6.- Se dice que en las guerras la primera baja es la verdad.
En la guerra fría eso se cumplió a costas del periodismo. La polarización global afectó sus códigos tradicionales y pude vivir la experiencia desde dos situaciones extremas: el Chile de los años 60-70 y la RDA.
Aquí –muchos lo recordamos con un escalofrío-, la noticia se hizo indistinguible de la militancia ideológica. Fue un arma arrojadiza y muchos periodistas se convirtieron en actores políticos.
En Alemania del Este, la noticia simplemente había dejado de existir. Los medios eran un instrumento más de la ideología oficial y nadie lo ignoraba. Un típico chiste alemán sobre el diario del partido ilustraba la situación:
“Lea Neues Deutschland, cada día trae una fecha distinta”.
Por eso, fue una bendición que en mi segunda estación del exilio, en el Perú, yo pudiera recuperar el periodismo perdido y, además, ejercerlo.
Y no sólo como columnista esporádico, sino como miembro estable de esos equipos que buscan la noticia ortodoxa. Una entendida -según definición muy certera- como “algo que en alguna parte alguien quiere que no se sepa”.
Fue una secuencia de vocaciones, con la misma inspiración de desarrollo democrático, pero con distinta metodología.
En efecto, antes escudriñaba el Derecho para llegar a los hechos causales y debatir sus proyecciones en textos académicos. Ahora procesaba los hechos concretos para ponerlos al alcance de todos, en un ejercicio abierto de comunicación.
7.- Si me permiten una digresión, eso se dice fácil.
Sin embargo, cambiar la forma de comunicar fue un proceso en sí. Comencé a captarlo cuando Enrique Zileri, legendario director de la revista Caretas, me dio su opinión sobre mis primeros trabajos:
- Muy informativo, Pepe, pero esto no es una oficina pública ni un centro académico. El periodismo es contar historias de manera sencilla. Escribir para que nos entienda el bodeguero de la esquina. Y hacerlo divertido, si se puede.
Quienes son abogados entenderán mejor lo que me quiso decir.
Es que uno salía de la Facultad contagiado con el estilo pulcro y super-redactado del Código Civil. Atiborrado de frases hechas, latinajos y muletillas: “Sine que non…”, “Prima facie”, “A mayor abundamiento”, “Si bien es cierto que…”
Tuve que desprenderme del pulquérrimo Andrés Bello y aprender a escribir suelto y “chasconeado”. Soltando las amarras del sentido del humor.
Haciendo ese camino al escribir, comprendí que el periodista está más cerca del relator judicial que del abogado de parte. Su función no es, no debe ser, ayudar a una oposición ni apoyar la agenda de un gobierno.
En ese rol, mi función fue integrarme al circuito de los investigadores de la verdad, los detectores del abuso y los defensores de la transparencia.
Fin de la digresión
8.- En este segundo espacio me volqué a lo internacional. “Cubrí”-como se dice en la jerga del oficio- otras dos guerras, la de Centroamérica y la de las Malvinas /Falkland.
Entrevisté a premios Nobel estelares (inolvidables Paul Samuelson y Milton Friedman), a diversos jefes de Estado y al Secretario General de la ONU Javier Pérez de Cuéllar.
Busqué y reencontré a Artur London.
Tuve al frente a cancilleres, generales, escritores y líderes políticos. Entre los chilenos recuerdo a Enrique Silva, Gabriel Valdés, Radomiro Tomic, Jaime Castillo, Luis Maira, Anselmo Sule y Juan Somavía. También entrevisté al cardenal Raúl Silva Henríquez, Felipe Herrera y Jorge Edwards.
Incluso, gracias a las benditas complicidades universitarias, entrevisté a quien era, a la sazón, el canciller del régimen (la dictadura) que me había exiliado: Miguel Alex Schwitzer. Lo conocí como un estudiante muy inteligente, a quien tomaba sus controles de Derecho Administrativo.
De paso, el propio director de Caretas puso el título de ese texto: “Entrevista insólita”, la llamó.
No sólo fue una oportunidad para interrogar a protagonistas de la Historia, en la línea de Oriana Fallacci. También fue un lugar privilegiado para palpar las texturas ocultas de la política internacional.
Entre otras cosas, aprendí que en ese espacio quienes saben tienden a callar y quienes no saben informan a los periodistas. También aprendí que hay más opciones que certezas.
Rescato el testimonio, coincidente, de dos de mis entrevistados.
Paul Samuelson, aludiendo a Milton Friedman, me dijo: “Dios le dio una mente rápida y todo lo demás, pero le rehusó un don: el don del ‘quizás’”,
Artur London me dijo, aludiendo a su pasado: “Nuestra fe incondicional nos había hecho perder la cualidad humana más importante: la duda”
9.- El periodismo –con base en la revista Caretas y el canal 9 de televisión- fue una oportunidad excepcional para conocer al liderazgo político, las élites sociales y, sobre todo, la grata sociabilidad limeña.
Si pudiera sintetizar esa vivencia, diría que los chilenos somos culpables de ignorancia enorme respecto a la historia y la cultura del Perú. Y no es excusa si sucede algo similar a la inversa.
Sólo para ejemplificar, en nuestra historiografía mayor existe una frase que he visto repetida… pero nunca rebatida. Dice que Chile ganó la guerra del Pacífico “por la superioridad de su raza y de su historia”.
Es una jactancia torpe y extravagante.
A mayor abundamiento, como decimos los abogados, es una zancadilla al legado del poeta fundacional: “No es el vencedor más estimado / de aquello en que el vencido es reputado”, cantó don Alonso de Ercilla, como señal de respeto a Caupolicán, Lautaro y los suyos.
Ese talante nuestro hiere, tontamente, a un país con culturas y civilizaciones milenarias y no sólo bloquea la simpatía mutua: ha contribuído, por más de un siglo, a momificar los antagonismos, a bloquear las posibilidades de un desarrollo en cooperación y a encerrarnos en el “efecto espejo”:
Tendemos a ver en los peruanos el reflejo de nuestros prejuicios e inseguridades de posguerra. Juramos que sólo piensan en la revancha.
Los peruanos, de vuelta, tienden a vernos como expansionistas irreductibles y juran que pretendemos tutelarlos.
Es el mecanismo de las profecías autocumplidas: erigen una barrera de desconfianzas que nos hace circular entre la tensión, el conflicto, el curso de colisión y la distensión.
El reciente contencioso por la frontera marítima se inscribió en ese circuito cerrado.
Tuvo momentos muy graves, que unos no advirtieron y otros no quisieron advertir.
Lejos estuvo de ser un tema “estrictamente jurídico”, como acordamos mentirnos a dúo.
Por eso, creo que mis vivencias peruanas configuran “un caso a contramano”:
El de un chileno inmerso en una otredad esquiva, que disfruta de una sociabilidad ignorada y ejerce, con amplia libertad, una actividad pública de contenido estratégico.
En dicho habitat, este chileno mantuvo un diálogo muy franco con peruanos eminentes. Periodistas, escritores, líderes políticos, artistas, diplomáticos y militares.
En ese diálogo no hubo ninguna inducción a la tibieza en las lealtades nacionales. Tampoco esa opacidad que un diplomático británico, Harold Nicolson, definiera, irónico, como “la bella tradición de cautela”
En resumidas cuentas, esa realidad tras el espejo me permitió entender hasta qué punto los historiadores pueden atornillar al revés, a falta de una estrategia de Estado.
10.- Si el Derecho fue mi credencial para el Periodismo, éste fue mi pasaporte para la Diplomacia.
En síntesis vertiginosa, en 1986 la ONU me reclutó como primer director de su Centro de Información para España. Representante, in situ, del Secretario General.
A inicios de nuestra transición pasaron por Madrid el Presidente Patricio Aylwin y Enrique Silva Cimma, ahora como canciller. Mi viejo maestro me invitó a volver a Chile como Director de Cultura de la Cancillería. Luego, en 1997, el Presidente Eduardo Frei me designó embajador en Israel.
Fue mi tercera gran secuencia vocacional y una nueva etapa de aprendizaje.
El principal fue vivir el delicado equilibrio entre el carácter público que debe tener la política exterior de una democracia, el carácter secreto que suelen tener las actuaciones de las Cancillerías… y la obligación de los buenos periodistas de informar sin concesiones al chauvinismo y sorteando las trampas del secretismo.
Gracias a esa experiencia pude asomarme a los entresijos de grandes modelos politológicos y decodificar decisiones importantes de la política internacional.
11.- España me mostró los antecedentes y condicionantes de su transición democrática, las especificidades de sus autonomías y la fragilidad oculta de su monarquía.
Conocí actores tan principales como el Rey Juan Carlos, en su etapa de auge; el carismático –y recién fallecido- Adolfo Suárez, arquitecto de ese proceso modélico; su cultísimo y breve sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo; la brillante dupla Felipe González-Alfonso Guerra; Santiago Carrillo, en el retiro de la sabiduría; Jorge Semprún, Ministro de Cultura de González, cuyos fascinantes libros comenzaba a leer.
También percibí la irracionalidad contagiosa del terrorismo y la tentación de los gobiernos democráticos de “defenderse en las cloacas”, según polémica frase de Semprún.
Me asomé a esa especie de ideología de la corrupción, que genera la tendencia al clientelismo y al autoprivilegio de la clase política. Un producto del afán de eludir, para siempre, el mundo del trabajo real y vivir con cargo al presupuesto del Estado.
Entonces comprendí, mejor que nunca, las virtudes de la transparencia, de la alternancia democrática y del periodismo que no se deja seducir ni amedrentar.
Fue la época en que insurgió un proyecto que aún tengo como asignatura pendiente: tras mi “Crisis y renovación de las izquierdas”, me prometí escribir sobre la crisis de las izquierdas renovadas. Para implementarlo, comencé a leer a Karl Popper, Zbignew Brzezinski, Eric Hobswaum y Raymond Aron.
Israel, por su parte, equivalió a un doctorado doble o triple. En su pequeño territorio concentraba todos los conflictos de la política, la geopolítica, la religión, la diplomacia, la estrategia, el terrorismo, la guerra y la paz.
El empirismo de su política comprendía la estrategia y dominaba la acción diplomática. Las normas religiosas, en las zonas grises, pesaban más que cualquier norma jurídica.
Allí nunca escuché invocar el Derecho Internacional como factor dirimente. En su reemplazo, había un aforismo funcional: “cuando estás ante un callejón sin salida, la única salida está en el callejón”.
Allí entendí mejor al jurista y diplomático francés Jules Cambon, cuando advertía –en un libro clásico- contra “la ilusión de creer que no existen más derechos para las naciones que aquellos que los tratados les confieren”.
Allí estuve cuando llegó Juan Pablo II, para afirmar su mayor milagro político: la reconciliación entre católicos y judíos.
Allí escuché en directo a Shimon Peres, explicar cómo un Estado palestino consensuado podía ser una garantía de seguridad para Israel. También escuché a Ariel Sharon, recién designado canciller, explicar por qué jamás daría la mano a Yasser Arafat.
Allí Yasser Arafat me mostró lo intrínseco de su ambigüedad. Había manifestado interés en visitar Chile, sede de la comunidad palestina más numerosa de la región. Nuestro gobierno había manifestado interés en invitarlo… pero, tras citarme a Jericó para conversar sobre el tema, fue imposible hacerlo concretar una fecha. Ni siquiera una estación del año.
Y una nota llamativa sobre la centralidad de Israel: en mi casa de Herzlia Pituach escuché el nombre de Osama Bin Laden por primera vez. Para Shlomo Ben Ami, a la sazón Ministro de Seguridad Pública, era un importante magnate saudí que colaboraba con Hamas.
12.- En mi paso por el funcionariado internacional y la Diplomacia acumulé siete percepciones macro.
La primera es que la Geopolítica también existe.
Por cierto, ha sido la excusa de genocidas en busca de “espacio vital”, como Hitler. Según el expansionista Napoleón, dictaba “la política de las naciones”. Hoy aparece prolijamente aplicada en la crisis de Crimea
Pero, en tiempos de paz, es un corpus que deben conocer y manejar los estadistas para, por ejemplo: conocer las vulnerabilidades estratégicas propias, mantener actualizado un cuadro de amistades o enemistades posibles y privilegiar el desarrollo de los espacios fronterizos.
Conrado Ríos Gallardo, negociador chileno del Tratado chileno-peruano de 1929, lo sabía y lo advirtió. En 1950, cuando supo que los gobiernos de Chile y Bolivia negociaban una cesión de soberanía con base en un “corredor” ariqueño, sin previo acuerdo del Perú, hizo una clara advertencia geopolítica:
“Sobre la frontera chileno-peruana no existían nubes y es posible que hoy las haya (…) creamos un precedente que nadie sabe a dónde nos puede conducir en el porvenir”.
La segunda percepción es, en rigor, una constante histórica: cuando el derecho sobre espacios soberanos de un Estado es discutido por otro Estado, lo que hay es un conflicto de poderes y no un debate sobre hermenéutica de los tratados.
Por eso, dado que el Derecho Internacional carece de plenitud –no tiene imperio-, la solución pacífica más directa y rápida es la negociación. Es un factor de la esencia de la diplomacia y tiene como válvula de seguridad la disuasión defensiva.
Como sintetizara Luciano Tomassini (Q.E.P.D.), uno de nuestros más preclaros internacionalistas: “la diplomacia ha oscilado siempre entre el derecho y el uso de la fuerza, con una instancia intermedia que es la negociación”.
La tercera percepción es que nuestra diplomacia no se ha movido bien en esa dinámica: Ha manejado nuestros conflictos vecinales como si en un estanco estuviera el derecho y en otro una diplomacia mutilada. Sin capacidad de negociación.
La explicación, sin fuente doctrinal conocida, es que no cabe negociar temas de soberanía, cuando ésta tiene un respaldo jurídico claro… aunque sea la claridad de ese respaldo, precisamente, la que se cuestiona.
Es lo que se conoce, desde Aristóteles, como “petición de principios”.
La mala noticia es que ese razonamiento circular tiene dos alternativas insatisfactorias: por un lado abre espacio a la fuerza. Por otro, induce el desasimiento del Estado, para que jueces internacionales definan el conflicto.
Y la experiencia nos dice que un fallo judicial puede afectar a nuestra soberanía, tanto o más que cualquier negociación.
La cuarta percepción, vinculada con la anterior, dice que los chilenos hemos hipostasiado el concepto de los “tratados intangibles”.
Haciéndolo, fuimos más allá del pacta sunt servanda y soslayamos tres cosas:
Una, que ningún texto humano es intangible, excepto los que reflejan la palabra divina y sólo para los creyentes.
Otra, que los tratados fronterizos suelen derivar de “hechos de dominación”.
La Tercera, que esos hechos sí son reversibles, pues el derecho no tiene una norma de clausura para el tiempo histórico.
Por lo señalado, los tratados intangibles poco tienen que ver con “el estricto Derecho”. Son, más bien, el soporte de una ideología del statu quo.
La quinta percepción es que una diplomacia juridizada se convierte en diplomacia residual.
Es decir, opera sólo para temas políticos de baja intensidad y tiende a concentrarse en los temas económicos.
Desde esta perspectiva, es un retorno al pasado del arte.
En tiempos de Luis XIV, Francois de Calliéres ya advirtió contra el ethos jurídico en la política exterior: “la formación de un abogado inculca hábitos y disposiciones intelectuales que no son favorables en la práctica de la diplomacia”.
Añadió que “la diplomacia es una profesión que merece la misma preparación y atención que los hombres dan a otras profesiones conocidas”.
La sexta percepción es que análisis de ese tipo suelen entenderse, por algunos funcionarios, como un maltrato –obviamente injusto- a la diplomacia chilena realmente existente.
Es como si uno negara la existencia y preexistencia de excelentes y/o brillantes diplomáticos chilenos.
Es una mala lectura por dos razones. Primera, porque identifica una advertencia sobre una debilidad estructural del Estado con una crítica al funcionariado coyuntural. Segunda, porque no asume que el silencio crítico es funcional a la mantención del problema de fondo: la falta de voluntad política, al interior del Estado, para construir una Cancillería potenciada, modernizada y altamente competitiva.
De aquí proviene la séptima percepción, que es la de clausura:
Los Estados que desarrollan y potencian la profesionalidad de su Diplomacia tienen una ventaja estratégica sobre los Estados que mantienen una Diplomacia empírica o de administración.
Dicho de manera más cruda:
En casos de conflicto internacional, la excelencia de las diplomacias es un factor tan importante como la excelencia de las Fuerzas Armadas,
13.- A esta altura, debe parecer evidente que mi integración del Derecho, el Periodismo y la Diplomacia fue hechura de la vida y no fruto de una planificación central.
El Derecho fue una excelente plataforma académica para abordar el periodismo especializado.
Y ambas destrezas me permitieron ingresar y salir de la Diplomacia por la puerta. Sin el estigma de los “ventaneros”.
Hoy trato de volcar lo aprendido en las nuevas generaciones, en mi Facultad, hablando lo más claro que es dable hablar.
Lo digo así porque –no puedo soslayarlo- mis libros y yo hemos tenido algunas experiencias duras en el campo de la libre expresión.
Uno, como ya conté, fue guillotinado en Buenos Aires. Otro me costó la no renovación de un excelente contrato de trabajo. Algunos me sometieron a la pésima costumbre de matar al mensajero. El último me trajo el reproche de buenos amigos diplomáticos, que se sintieron lesionados, más por el impacto de la letra impresa que por sus verdades.
No me quejo, pues son los gajes de ejercer el pensamiento crítico.
Popper cuenta en su autobiografía intelectual que, escamado por problemas de ese tipo, se esmeraba en decir cosas “inaceptables” cuando lo invitaban a hablar: “Creo que el desafío es la única excusa que existe para dar una conferencia”, confesó.
Yo hace rato que no llego a tanto. Y tampoco creo que uno deba ir por la vida desafiando audiencias.
Pero, si ya no digo cosas inaceptables, de vez en cuando suelto cosas inescuchables.
La última que recuerde fue haber sostenido, en conferencias y textos, que nuestra frontera marítima con el Perú estaba fijada por un complejo normativo y fáctico que comprendía declaraciones presidenciales, tratados, obras públicas, costumbre, actos de ejecución y otros.
Lo dije así, porque nunca descubrí algo que me pareciera un tratado expreso y nominativo en esa materia.
Si alguien importante me escuchó, nunca lo supe. Pero, años después, los jueces de la Haya dijeron algo demasiado parecido: para ellos la frontera marítima existía, pero era tácita.
El tema pasó, entonces, de la inexistencia en el debate chileno, al estatus de verdad judicial para el mundo.
14.- Por eso, creo que el reciente fallo en La Haya debe marcar un antes y un después respecto a cómo tratamos en Chile los temas delicados.
Para afirmar esa creencia y para que esto luzca como una conferencia ortodoxa (aunque sea al final), quiero plantear cinco presuntas conclusiones,
- El Derecho y el Periodismo no sólo contienen profesiones socialmente importantes. Además, son un plus para la Diplomacia, a condición de que ésta también se configure como una profesión en sí.
- Una Cancillería profesionalizada y moderna debe manejar los tiempos del Derecho, la Diplomacia, la Disuasión y la Información según los criterios políticos del Estado democrático.
- Es imposible hablar de “estricto derecho” en el ámbito del Derecho Internacional, visto que esta rama jurídica no tiene imperio y los jueces internacionales se autoperciben como creadores de normas nuevas.
- En Chile hemos tenido brillantes diplomáticos, pero no una escuela diplomática que los cobije, proyecte y reproduzca.
- Construir esa escuela debe ser una prioridad estratégica de Estado
15.- Termino este viaje asumiendo que aquí también pude haber dicho cosas inescuchables. Por demasiado tímidas, unas. Por demasiado atrevidas, otras.
Mi excusa es que no quise desperdiciar la oportunidad de decirlas ante un auditorio tan transversal e ilustrado como éste.
Ante amigos de izquierdas y derechas, civiles y militares, creyentes y agnósticos, árabes y judíos.
Ante jóvenes de todas las edades.
Un auditorio que, reunido bajo el abrigo de nuestra Academia, responde a los sueños de mi exilio en Leipzig.
Como el extremista de centro que soy, agradezco muchísimo vuestra presencia, vuestra paciencia y vuestra amistad.
SANTIAGO, 10 DE ABRIL DE 2014
1.- Recibí la elección de esta ilustre Academia con alegría y gratitud. También con emoción, cuando el Presidente José Luis Cea me dijo que ocuparía el sillón N°7.
No fue nada vinculado con la numerología, sino con el primer dueño de este mueble simbólico: mi maestro, siempre jefe y respetado amigo Enrique Silva Cimma.
No pude evitar el recuerdo:
Fue una tarde de hace más de medio siglo. Yo, veinteañero, recién recibido de abogado y convocado por don Enrique a su oficina de Contralor General. No era por un tema del servicio, sino de la cátedra (yo era su ayudante en Derecho Administrativo).
Me lo dijo con su sonrisa bondadosa, como para no asustarme: Quiero, Pepe, que usted vaya en mi representación a las Jornadas de Montevideo”. Se trataba de las primeras (o segundas) Jornadas de Derecho Público Comparado Chileno-Uruguayas y los expositores del país vecino eran eminencias jurídicas. Entre ellos, Eduardo Jiménez de Aréchaga y Enrique Sayagués Laso.
Fue como si a un futbolista aficionado lo convocaran, de sopetón, para defender “la roja” esforzada contra “la celeste” gloriosa. Me sentí tan abrumado que no recuerdo cómo respondí. Algo relativo a la asimetría con esos monstruos, seguro. Sí recuerdo que, al despedirme, don Enrique me dijo: “No se preocupe, Pepe, que lo van a recibir muy bien”.
Y así nomás fue.
Por eso, al incorporarme a esta Academia, selección de chilenos ilustres, tras las cálidas palabras de su Presidente… es como si escuchara de nuevo a mi viejo maestro. Desde el lugar que le asignó Dios o su Gran Arquitecto del Universo, me está diciendo lo mismo que ayer:
“No se preocupe, Pepe, que lo van a recibir muy bien”.
2.- Sobre esa base, apelo a la benevolencia de ustedes para hacer una advertencia.
Me comprometí a exponer, en este acto, sobre la relación que existe o existiría entre el Derecho, el Periodismo y la Diplomacia.
Confieso que, tras darle muchas vueltas, no pude imaginar una exposición con hipótesis, tesis y conclusiones. No me motivaba la idea de propinarles una conferencia erudita, tras una investigación express.
Pronto descubrí el meollo de mi dificultad:
En rigor, no se trataba de exponer las relaciones teóricas y prácticas sobre esas tres actividades, sino de compartir una experiencia de vida que las integraba.
Entonces, el mágico Jorge Luis Borges vino a sacarme del apuro. Dudoso, alguna vez, sobre cómo dirigirse a sus lectores, él había llegado a la siguiente conclusión:
"Hay que dejar a los temas que elijan, pues cada tema sabe si quiere ser escrito en verso libre, en una forma clásica o en prosa".
Con el permiso de ustedes opté por hacerle caso. Mi tema elije ser narrado en primera persona del singular.
3.- Porque, parafraseando al evangelista, en mi principio fue el Derecho. Pero no el Derecho del abogado litigante, asesor de empresas o juez dictaminador. Mi paradigma era el académico e investigador interdisciplinario (quizás hoy diríamos, el jurista humanista o el jurista sin fines de lucro).
No veía al Derecho como una ciencia unívoca ni como un ente metafísico, sino como un bien instrumental. “Nada en la naturaleza del orden jurídico convierte al Derecho en un fin en sí”, me había enseñado Jorge Millas, otro maestro ilustre de mi Facultad.
Lo veía como fruto de la cultura humana, para contribuir a la realización de valores fundamentales. Entre ellos, la democracia real, la paz y la seguridad internacionales.
En esa línea, escribí sobre la posibilidad y límites del Derecho en el control de la Administración y en el desarrollo sociopolítico de Chile.
En eso estaba, cuando una visita a Vietnam en guerra, me hundió en una realidad a la cual no suelen llegar las teorías. En 1965, invitado a participar en una comisión investigadora, integrada por juristas de distintos países, viví esa experiencia que marcó a la humanidad.
Volví a ese teatro de operaciones en 1967, participé en encuentros internacionales sobre el tema y todo ello me permitió entender, sin intermediarios, la esencia del fenómeno:
Las guerras nunca se ganan del todo. A la larga, todas se pierden.
Son un salto hacia el horror que deja al desnudo la precariedad de las ideologías, las limitaciones del Derecho, la impotencia de la Diplomacia, la liberación de la Fuerza y la vulnerabilidad de los ciudadanos.
Son la verdad de Goya: “el sueño de la razón produce monstruos”. Monstruos grandes que pisan fuerte, como dice la canción.
Así aprendí que hay un momento, en los conflictos, cuando lo decisivo no es definir quién tiene la razón jurídica, sino cómo impedir o desviar un curso de colisión.
De aquello no surgió un texto jurídico, sino muchos textos periodísticos y un libro reportaje. Uno que, dicho sea de paso, sufrió de inmediato el impacto de la época. De la guerra fría:
Impreso en Buenos Aires, la mitad de la edición fue destruída por la dictadura militar de Juan Carlos Onganía.
4.-Vista por el retrovisor, la guerra fría fue un catalizador muy potente.
En mi sinopsis personal, me llevó desde “la circunstancia” distanciada de Ortega al “compromiso existencial” de Sartre.
Un proceso que se recicló con la poesía militante de Neruda, el impacto de la revolución cubana, el espanto de Vietnam, el mayo francés de 1968… y me condujo, era inevitable, al estudio de Karl Marx, Friedrich Engels y Vladimir Lenin
Entonces escribí de todo y sobre casi todo: viabilidad de la revolución chilena en el marco del Derecho. Política internacional con buenos y malos. Poesía, narrativa y ensayo “comprometidos”. Crítica de cine y teatro con mirada “progresista”.
Tal vez sea consuelo de tontos pero, como escribiera recientemente el gran escritor argentino Marcos Aguinis, millones de latinoamericanos sosteníamos la utopía “con juvenil esperanza”
La negociación nos sonaba como una mala palabra, soslayábamos la complejidad de lo real, la democracia representativa nos parecía sólo “formal” y no percibíamos el equilibrio inestable de las libertades.
Creíamos conocer todas las preguntas, creíamos tener todas las respuestas y pensábamos que era urgente comunicárselo a nuestros paisanos.
Obviamente, ignorábamos que Adam Smith estaba en el ADN de Marx y asegurábamos que el marxismo era una ciencia: “la doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta”, había dicho Lenin.
No sospechábamos que, a partir de Stalin, se había convertido en una religión sustituta, con dioses, demonios, profetas, dogmas, mártires y herejes.
Es que nos faltaba conocer esa bella ironía andaluza: "Si no creo en la religión verdadera, menos creo en las otras”.
5.- Así fue como, después de la trágica interrupción de nuestra democracia y con buenos motivos para exiliarme (recibí la inquietante noticia de mi muerte), terminé en la Alemania de Honecker.
Algunos dirán que fui consecuente y eso me suena piadoso. Prefiero decir la verdad: no encontré otro lugar donde sobrevivir.
Instalado en ese socialismo real y concreto, debí recordar una larga conversación de 1971, en París, con Artur London: combatiente internacionalista en la guerra civil española, prisionero en los campos de concentración de Hitler, vicecanciller checoslovaco y víctima emblemática del stalinismo.
Entonces London me regaló su célebre libro La Confesión. Un testimonio lacerante de cómo, tras haber expuesto su vida por las libertades, se había resignado a que los funcionarios de Stalin, pensaran por él.
Allí denunció cómo, abusando de esa disciplina militante y violando “los derechos más sagrados del hombre”, esos burócratas lo procesaron como traidor y luego lo condenaron a muerte en el famoso “proceso Slansky”.
En mi departamento de Lepzig yo quería recuperar ese libro para leerlo con nuevos ojos. Mientras, ponía distancia definitiva con los dogmas políticos y comenzaba a soñar el concepto de una democracia chilena escarmentada, transversal y reconciliada.
Terminé ese periplo –de tres años y un día, según mi jurídica esposa- con una fuga técnica. Esto es, no saltando muros, sino mediante una estrategia elaborada en secreto, con el apoyo fraterno de un diplomático peruano.
En manos amigas, en Leipzig y Berlín, quedaron cientos de recortes y fichas que no me arriesgué a transportar.
Tardaron años en llegarme, pero llegaron, como un milagro sencillo de la solidaridad.
Fueron las fuentes de mi libro “Crisis y renovación de las izquierdas”, que daría fiel testimonio de lo sucedido.
6.- Se dice que en las guerras la primera baja es la verdad.
En la guerra fría eso se cumplió a costas del periodismo. La polarización global afectó sus códigos tradicionales y pude vivir la experiencia desde dos situaciones extremas: el Chile de los años 60-70 y la RDA.
Aquí –muchos lo recordamos con un escalofrío-, la noticia se hizo indistinguible de la militancia ideológica. Fue un arma arrojadiza y muchos periodistas se convirtieron en actores políticos.
En Alemania del Este, la noticia simplemente había dejado de existir. Los medios eran un instrumento más de la ideología oficial y nadie lo ignoraba. Un típico chiste alemán sobre el diario del partido ilustraba la situación:
“Lea Neues Deutschland, cada día trae una fecha distinta”.
Por eso, fue una bendición que en mi segunda estación del exilio, en el Perú, yo pudiera recuperar el periodismo perdido y, además, ejercerlo.
Y no sólo como columnista esporádico, sino como miembro estable de esos equipos que buscan la noticia ortodoxa. Una entendida -según definición muy certera- como “algo que en alguna parte alguien quiere que no se sepa”.
Fue una secuencia de vocaciones, con la misma inspiración de desarrollo democrático, pero con distinta metodología.
En efecto, antes escudriñaba el Derecho para llegar a los hechos causales y debatir sus proyecciones en textos académicos. Ahora procesaba los hechos concretos para ponerlos al alcance de todos, en un ejercicio abierto de comunicación.
7.- Si me permiten una digresión, eso se dice fácil.
Sin embargo, cambiar la forma de comunicar fue un proceso en sí. Comencé a captarlo cuando Enrique Zileri, legendario director de la revista Caretas, me dio su opinión sobre mis primeros trabajos:
- Muy informativo, Pepe, pero esto no es una oficina pública ni un centro académico. El periodismo es contar historias de manera sencilla. Escribir para que nos entienda el bodeguero de la esquina. Y hacerlo divertido, si se puede.
Quienes son abogados entenderán mejor lo que me quiso decir.
Es que uno salía de la Facultad contagiado con el estilo pulcro y super-redactado del Código Civil. Atiborrado de frases hechas, latinajos y muletillas: “Sine que non…”, “Prima facie”, “A mayor abundamiento”, “Si bien es cierto que…”
Tuve que desprenderme del pulquérrimo Andrés Bello y aprender a escribir suelto y “chasconeado”. Soltando las amarras del sentido del humor.
Haciendo ese camino al escribir, comprendí que el periodista está más cerca del relator judicial que del abogado de parte. Su función no es, no debe ser, ayudar a una oposición ni apoyar la agenda de un gobierno.
En ese rol, mi función fue integrarme al circuito de los investigadores de la verdad, los detectores del abuso y los defensores de la transparencia.
Fin de la digresión
8.- En este segundo espacio me volqué a lo internacional. “Cubrí”-como se dice en la jerga del oficio- otras dos guerras, la de Centroamérica y la de las Malvinas /Falkland.
Entrevisté a premios Nobel estelares (inolvidables Paul Samuelson y Milton Friedman), a diversos jefes de Estado y al Secretario General de la ONU Javier Pérez de Cuéllar.
Busqué y reencontré a Artur London.
Tuve al frente a cancilleres, generales, escritores y líderes políticos. Entre los chilenos recuerdo a Enrique Silva, Gabriel Valdés, Radomiro Tomic, Jaime Castillo, Luis Maira, Anselmo Sule y Juan Somavía. También entrevisté al cardenal Raúl Silva Henríquez, Felipe Herrera y Jorge Edwards.
Incluso, gracias a las benditas complicidades universitarias, entrevisté a quien era, a la sazón, el canciller del régimen (la dictadura) que me había exiliado: Miguel Alex Schwitzer. Lo conocí como un estudiante muy inteligente, a quien tomaba sus controles de Derecho Administrativo.
De paso, el propio director de Caretas puso el título de ese texto: “Entrevista insólita”, la llamó.
No sólo fue una oportunidad para interrogar a protagonistas de la Historia, en la línea de Oriana Fallacci. También fue un lugar privilegiado para palpar las texturas ocultas de la política internacional.
Entre otras cosas, aprendí que en ese espacio quienes saben tienden a callar y quienes no saben informan a los periodistas. También aprendí que hay más opciones que certezas.
Rescato el testimonio, coincidente, de dos de mis entrevistados.
Paul Samuelson, aludiendo a Milton Friedman, me dijo: “Dios le dio una mente rápida y todo lo demás, pero le rehusó un don: el don del ‘quizás’”,
Artur London me dijo, aludiendo a su pasado: “Nuestra fe incondicional nos había hecho perder la cualidad humana más importante: la duda”
9.- El periodismo –con base en la revista Caretas y el canal 9 de televisión- fue una oportunidad excepcional para conocer al liderazgo político, las élites sociales y, sobre todo, la grata sociabilidad limeña.
Si pudiera sintetizar esa vivencia, diría que los chilenos somos culpables de ignorancia enorme respecto a la historia y la cultura del Perú. Y no es excusa si sucede algo similar a la inversa.
Sólo para ejemplificar, en nuestra historiografía mayor existe una frase que he visto repetida… pero nunca rebatida. Dice que Chile ganó la guerra del Pacífico “por la superioridad de su raza y de su historia”.
Es una jactancia torpe y extravagante.
A mayor abundamiento, como decimos los abogados, es una zancadilla al legado del poeta fundacional: “No es el vencedor más estimado / de aquello en que el vencido es reputado”, cantó don Alonso de Ercilla, como señal de respeto a Caupolicán, Lautaro y los suyos.
Ese talante nuestro hiere, tontamente, a un país con culturas y civilizaciones milenarias y no sólo bloquea la simpatía mutua: ha contribuído, por más de un siglo, a momificar los antagonismos, a bloquear las posibilidades de un desarrollo en cooperación y a encerrarnos en el “efecto espejo”:
Tendemos a ver en los peruanos el reflejo de nuestros prejuicios e inseguridades de posguerra. Juramos que sólo piensan en la revancha.
Los peruanos, de vuelta, tienden a vernos como expansionistas irreductibles y juran que pretendemos tutelarlos.
Es el mecanismo de las profecías autocumplidas: erigen una barrera de desconfianzas que nos hace circular entre la tensión, el conflicto, el curso de colisión y la distensión.
El reciente contencioso por la frontera marítima se inscribió en ese circuito cerrado.
Tuvo momentos muy graves, que unos no advirtieron y otros no quisieron advertir.
Lejos estuvo de ser un tema “estrictamente jurídico”, como acordamos mentirnos a dúo.
Por eso, creo que mis vivencias peruanas configuran “un caso a contramano”:
El de un chileno inmerso en una otredad esquiva, que disfruta de una sociabilidad ignorada y ejerce, con amplia libertad, una actividad pública de contenido estratégico.
En dicho habitat, este chileno mantuvo un diálogo muy franco con peruanos eminentes. Periodistas, escritores, líderes políticos, artistas, diplomáticos y militares.
En ese diálogo no hubo ninguna inducción a la tibieza en las lealtades nacionales. Tampoco esa opacidad que un diplomático británico, Harold Nicolson, definiera, irónico, como “la bella tradición de cautela”
En resumidas cuentas, esa realidad tras el espejo me permitió entender hasta qué punto los historiadores pueden atornillar al revés, a falta de una estrategia de Estado.
10.- Si el Derecho fue mi credencial para el Periodismo, éste fue mi pasaporte para la Diplomacia.
En síntesis vertiginosa, en 1986 la ONU me reclutó como primer director de su Centro de Información para España. Representante, in situ, del Secretario General.
A inicios de nuestra transición pasaron por Madrid el Presidente Patricio Aylwin y Enrique Silva Cimma, ahora como canciller. Mi viejo maestro me invitó a volver a Chile como Director de Cultura de la Cancillería. Luego, en 1997, el Presidente Eduardo Frei me designó embajador en Israel.
Fue mi tercera gran secuencia vocacional y una nueva etapa de aprendizaje.
El principal fue vivir el delicado equilibrio entre el carácter público que debe tener la política exterior de una democracia, el carácter secreto que suelen tener las actuaciones de las Cancillerías… y la obligación de los buenos periodistas de informar sin concesiones al chauvinismo y sorteando las trampas del secretismo.
Gracias a esa experiencia pude asomarme a los entresijos de grandes modelos politológicos y decodificar decisiones importantes de la política internacional.
11.- España me mostró los antecedentes y condicionantes de su transición democrática, las especificidades de sus autonomías y la fragilidad oculta de su monarquía.
Conocí actores tan principales como el Rey Juan Carlos, en su etapa de auge; el carismático –y recién fallecido- Adolfo Suárez, arquitecto de ese proceso modélico; su cultísimo y breve sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo; la brillante dupla Felipe González-Alfonso Guerra; Santiago Carrillo, en el retiro de la sabiduría; Jorge Semprún, Ministro de Cultura de González, cuyos fascinantes libros comenzaba a leer.
También percibí la irracionalidad contagiosa del terrorismo y la tentación de los gobiernos democráticos de “defenderse en las cloacas”, según polémica frase de Semprún.
Me asomé a esa especie de ideología de la corrupción, que genera la tendencia al clientelismo y al autoprivilegio de la clase política. Un producto del afán de eludir, para siempre, el mundo del trabajo real y vivir con cargo al presupuesto del Estado.
Entonces comprendí, mejor que nunca, las virtudes de la transparencia, de la alternancia democrática y del periodismo que no se deja seducir ni amedrentar.
Fue la época en que insurgió un proyecto que aún tengo como asignatura pendiente: tras mi “Crisis y renovación de las izquierdas”, me prometí escribir sobre la crisis de las izquierdas renovadas. Para implementarlo, comencé a leer a Karl Popper, Zbignew Brzezinski, Eric Hobswaum y Raymond Aron.
Israel, por su parte, equivalió a un doctorado doble o triple. En su pequeño territorio concentraba todos los conflictos de la política, la geopolítica, la religión, la diplomacia, la estrategia, el terrorismo, la guerra y la paz.
El empirismo de su política comprendía la estrategia y dominaba la acción diplomática. Las normas religiosas, en las zonas grises, pesaban más que cualquier norma jurídica.
Allí nunca escuché invocar el Derecho Internacional como factor dirimente. En su reemplazo, había un aforismo funcional: “cuando estás ante un callejón sin salida, la única salida está en el callejón”.
Allí entendí mejor al jurista y diplomático francés Jules Cambon, cuando advertía –en un libro clásico- contra “la ilusión de creer que no existen más derechos para las naciones que aquellos que los tratados les confieren”.
Allí estuve cuando llegó Juan Pablo II, para afirmar su mayor milagro político: la reconciliación entre católicos y judíos.
Allí escuché en directo a Shimon Peres, explicar cómo un Estado palestino consensuado podía ser una garantía de seguridad para Israel. También escuché a Ariel Sharon, recién designado canciller, explicar por qué jamás daría la mano a Yasser Arafat.
Allí Yasser Arafat me mostró lo intrínseco de su ambigüedad. Había manifestado interés en visitar Chile, sede de la comunidad palestina más numerosa de la región. Nuestro gobierno había manifestado interés en invitarlo… pero, tras citarme a Jericó para conversar sobre el tema, fue imposible hacerlo concretar una fecha. Ni siquiera una estación del año.
Y una nota llamativa sobre la centralidad de Israel: en mi casa de Herzlia Pituach escuché el nombre de Osama Bin Laden por primera vez. Para Shlomo Ben Ami, a la sazón Ministro de Seguridad Pública, era un importante magnate saudí que colaboraba con Hamas.
12.- En mi paso por el funcionariado internacional y la Diplomacia acumulé siete percepciones macro.
La primera es que la Geopolítica también existe.
Por cierto, ha sido la excusa de genocidas en busca de “espacio vital”, como Hitler. Según el expansionista Napoleón, dictaba “la política de las naciones”. Hoy aparece prolijamente aplicada en la crisis de Crimea
Pero, en tiempos de paz, es un corpus que deben conocer y manejar los estadistas para, por ejemplo: conocer las vulnerabilidades estratégicas propias, mantener actualizado un cuadro de amistades o enemistades posibles y privilegiar el desarrollo de los espacios fronterizos.
Conrado Ríos Gallardo, negociador chileno del Tratado chileno-peruano de 1929, lo sabía y lo advirtió. En 1950, cuando supo que los gobiernos de Chile y Bolivia negociaban una cesión de soberanía con base en un “corredor” ariqueño, sin previo acuerdo del Perú, hizo una clara advertencia geopolítica:
“Sobre la frontera chileno-peruana no existían nubes y es posible que hoy las haya (…) creamos un precedente que nadie sabe a dónde nos puede conducir en el porvenir”.
La segunda percepción es, en rigor, una constante histórica: cuando el derecho sobre espacios soberanos de un Estado es discutido por otro Estado, lo que hay es un conflicto de poderes y no un debate sobre hermenéutica de los tratados.
Por eso, dado que el Derecho Internacional carece de plenitud –no tiene imperio-, la solución pacífica más directa y rápida es la negociación. Es un factor de la esencia de la diplomacia y tiene como válvula de seguridad la disuasión defensiva.
Como sintetizara Luciano Tomassini (Q.E.P.D.), uno de nuestros más preclaros internacionalistas: “la diplomacia ha oscilado siempre entre el derecho y el uso de la fuerza, con una instancia intermedia que es la negociación”.
La tercera percepción es que nuestra diplomacia no se ha movido bien en esa dinámica: Ha manejado nuestros conflictos vecinales como si en un estanco estuviera el derecho y en otro una diplomacia mutilada. Sin capacidad de negociación.
La explicación, sin fuente doctrinal conocida, es que no cabe negociar temas de soberanía, cuando ésta tiene un respaldo jurídico claro… aunque sea la claridad de ese respaldo, precisamente, la que se cuestiona.
Es lo que se conoce, desde Aristóteles, como “petición de principios”.
La mala noticia es que ese razonamiento circular tiene dos alternativas insatisfactorias: por un lado abre espacio a la fuerza. Por otro, induce el desasimiento del Estado, para que jueces internacionales definan el conflicto.
Y la experiencia nos dice que un fallo judicial puede afectar a nuestra soberanía, tanto o más que cualquier negociación.
La cuarta percepción, vinculada con la anterior, dice que los chilenos hemos hipostasiado el concepto de los “tratados intangibles”.
Haciéndolo, fuimos más allá del pacta sunt servanda y soslayamos tres cosas:
Una, que ningún texto humano es intangible, excepto los que reflejan la palabra divina y sólo para los creyentes.
Otra, que los tratados fronterizos suelen derivar de “hechos de dominación”.
La Tercera, que esos hechos sí son reversibles, pues el derecho no tiene una norma de clausura para el tiempo histórico.
Por lo señalado, los tratados intangibles poco tienen que ver con “el estricto Derecho”. Son, más bien, el soporte de una ideología del statu quo.
La quinta percepción es que una diplomacia juridizada se convierte en diplomacia residual.
Es decir, opera sólo para temas políticos de baja intensidad y tiende a concentrarse en los temas económicos.
Desde esta perspectiva, es un retorno al pasado del arte.
En tiempos de Luis XIV, Francois de Calliéres ya advirtió contra el ethos jurídico en la política exterior: “la formación de un abogado inculca hábitos y disposiciones intelectuales que no son favorables en la práctica de la diplomacia”.
Añadió que “la diplomacia es una profesión que merece la misma preparación y atención que los hombres dan a otras profesiones conocidas”.
La sexta percepción es que análisis de ese tipo suelen entenderse, por algunos funcionarios, como un maltrato –obviamente injusto- a la diplomacia chilena realmente existente.
Es como si uno negara la existencia y preexistencia de excelentes y/o brillantes diplomáticos chilenos.
Es una mala lectura por dos razones. Primera, porque identifica una advertencia sobre una debilidad estructural del Estado con una crítica al funcionariado coyuntural. Segunda, porque no asume que el silencio crítico es funcional a la mantención del problema de fondo: la falta de voluntad política, al interior del Estado, para construir una Cancillería potenciada, modernizada y altamente competitiva.
De aquí proviene la séptima percepción, que es la de clausura:
Los Estados que desarrollan y potencian la profesionalidad de su Diplomacia tienen una ventaja estratégica sobre los Estados que mantienen una Diplomacia empírica o de administración.
Dicho de manera más cruda:
En casos de conflicto internacional, la excelencia de las diplomacias es un factor tan importante como la excelencia de las Fuerzas Armadas,
13.- A esta altura, debe parecer evidente que mi integración del Derecho, el Periodismo y la Diplomacia fue hechura de la vida y no fruto de una planificación central.
El Derecho fue una excelente plataforma académica para abordar el periodismo especializado.
Y ambas destrezas me permitieron ingresar y salir de la Diplomacia por la puerta. Sin el estigma de los “ventaneros”.
Hoy trato de volcar lo aprendido en las nuevas generaciones, en mi Facultad, hablando lo más claro que es dable hablar.
Lo digo así porque –no puedo soslayarlo- mis libros y yo hemos tenido algunas experiencias duras en el campo de la libre expresión.
Uno, como ya conté, fue guillotinado en Buenos Aires. Otro me costó la no renovación de un excelente contrato de trabajo. Algunos me sometieron a la pésima costumbre de matar al mensajero. El último me trajo el reproche de buenos amigos diplomáticos, que se sintieron lesionados, más por el impacto de la letra impresa que por sus verdades.
No me quejo, pues son los gajes de ejercer el pensamiento crítico.
Popper cuenta en su autobiografía intelectual que, escamado por problemas de ese tipo, se esmeraba en decir cosas “inaceptables” cuando lo invitaban a hablar: “Creo que el desafío es la única excusa que existe para dar una conferencia”, confesó.
Yo hace rato que no llego a tanto. Y tampoco creo que uno deba ir por la vida desafiando audiencias.
Pero, si ya no digo cosas inaceptables, de vez en cuando suelto cosas inescuchables.
La última que recuerde fue haber sostenido, en conferencias y textos, que nuestra frontera marítima con el Perú estaba fijada por un complejo normativo y fáctico que comprendía declaraciones presidenciales, tratados, obras públicas, costumbre, actos de ejecución y otros.
Lo dije así, porque nunca descubrí algo que me pareciera un tratado expreso y nominativo en esa materia.
Si alguien importante me escuchó, nunca lo supe. Pero, años después, los jueces de la Haya dijeron algo demasiado parecido: para ellos la frontera marítima existía, pero era tácita.
El tema pasó, entonces, de la inexistencia en el debate chileno, al estatus de verdad judicial para el mundo.
14.- Por eso, creo que el reciente fallo en La Haya debe marcar un antes y un después respecto a cómo tratamos en Chile los temas delicados.
Para afirmar esa creencia y para que esto luzca como una conferencia ortodoxa (aunque sea al final), quiero plantear cinco presuntas conclusiones,
- El Derecho y el Periodismo no sólo contienen profesiones socialmente importantes. Además, son un plus para la Diplomacia, a condición de que ésta también se configure como una profesión en sí.
- Una Cancillería profesionalizada y moderna debe manejar los tiempos del Derecho, la Diplomacia, la Disuasión y la Información según los criterios políticos del Estado democrático.
- Es imposible hablar de “estricto derecho” en el ámbito del Derecho Internacional, visto que esta rama jurídica no tiene imperio y los jueces internacionales se autoperciben como creadores de normas nuevas.
- En Chile hemos tenido brillantes diplomáticos, pero no una escuela diplomática que los cobije, proyecte y reproduzca.
- Construir esa escuela debe ser una prioridad estratégica de Estado
15.- Termino este viaje asumiendo que aquí también pude haber dicho cosas inescuchables. Por demasiado tímidas, unas. Por demasiado atrevidas, otras.
Mi excusa es que no quise desperdiciar la oportunidad de decirlas ante un auditorio tan transversal e ilustrado como éste.
Ante amigos de izquierdas y derechas, civiles y militares, creyentes y agnósticos, árabes y judíos.
Ante jóvenes de todas las edades.
Un auditorio que, reunido bajo el abrigo de nuestra Academia, responde a los sueños de mi exilio en Leipzig.
Como el extremista de centro que soy, agradezco muchísimo vuestra presencia, vuestra paciencia y vuestra amistad.
Revista Realidad y Perspectivas
Artículo n°339
José Rodríguez Elizondo
Invito a leer edición de abril de nuestra revista Realidad y Perspectivas. Destaco interesantes columnas y análisis sobre situación en Venezuela y Ucrania. Además, un informe detallado sobre cuánto cuesta financiar a un parlamentario en el Reino de Suecia
Bitácora
EL FALLO QUEDÓ ATRÁS
José Rodríguez Elizondo
El pasado 27 de enero, la Corte Internacional de Justicia emitió su fallo en el contencioso Chile-Perú. A continuación mi comentario, que es el Epílogo de mi inminente libro "Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile".
FALLO DEL 27 DE ENERO DE 2014
La frondosidad jurídica del litigio chileno-peruano en La Haya, pudo reducirse, didácticamente, a la sencilla pugna entre dos líneas geométricas: la del paralelo hasta las 200 millas y la de la bisectriz equidistante. Secundario, aunque decisivo en lo táctico, era el tema de dónde anclar esas líneas: si en la base de arena húmeda del punto 266 –que los peruanos denominaban “Concordia”- o en la base de concreto armado del Hito 1. Los chilenos éramos profundamente “paralelistas” y los peruanos radicalmente “bisectricistas”, pero pocos asumían la diferencia de manera informada. Clasificábamos así porque teníamos camisetas distintas y porque, parafraseando a Goya, el sueño de la razón produce hinchas de fútbol. Para demostrarlo, este autor solía preguntar, aquí y allá, qué línea nació primero y, visto que nadie sabía o que se respondía al azar, lanzaba la pregunta del millón: ¿Saben ustedes quién fue el primer paralelista de esta larga y conflictiva historia? Los peruanos, por cierto, decían que fue “un chileno”. Los que osaban personalizar mencionaban a Portales, quien nunca ha tenido buena prensa en el país del norte. Los más jóvenes mencionaban a Pinochet. En cuanto a los chilenos, no tenían por qué negar esa autoría, pero tampoco sabían. Algunos citaban a O’Higgins y otros a Prat. Uno hasta imaginó que éste patrullaba por la línea de un paralelo cuando se encontró con el Huáscar de Grau. La verdad es que todos se equivocaban, porque el primero en lanzar al mar la línea del paralelo no fue chileno ni marino. Fue el Presidente y jurista peruano José Luis Bustamante y Rivero. Además, no lo hizo fuera de cámaras ni declarando off the record. Lo hizo mediante el Decreto Supremo 781, de 1º de agosto de 1947, que declaró el control peruano sobre las 200 millas marítimas. En ese documento histórico, el mandatario declaró que ese control se ejercería “siguiendo la línea de los paralelos geográficos”.
REVOLUCION ENTRE LÍNEAS
El decreto 781 fue fruto de una notable empresa diplomática conjunta. El Presidente chileno Gabriel González Videla ya había emitido, el 23 de junio, un decreto similar al 781, pero “incompleto”. Por él declaraba sólo la frontera de zona marítima -las 200 millas hacia alta mar-, sin mencionar fronteras de línea o laterales.
Cabe presumir que el mandatario chileno no mencionó la frontera lateral con el Perú por dos consideraciones estratégicas. La primera, porque su acto unilateral tenía un objetivo político internacional inédito: crear derecho regional para enfrentar la depredación de las grandes potencias pesqueras.[[1]]url:#_ftn1 A ese efecto, concentró sus esfuerzos en el objetivo mayor –la anchura de 200 millas- pues, de percibirse inviable, no tendría sentido disputar con su vecino por un eventual solapamiento de tres millas. La segunda consideración era el complemento pragmático. Desde la delimitación terrestre con el Perú, fijada en el Tratado de 1929, las zonas marítimas de ambos países coexistían pacíficamente. En virtud de un statu quo sin problemas, la frontera de línea era el paralelo geográfico y el espacio terrestre tenía como referente el primer hito demarcatorio. Este era, jurídica y coloquialmente hablando, el hito “orilla del mar” contemplado en el tratado.[[2]]url:#_ftn2 Nadie sugería la conveniencia de un punto espacial milimétricamente exacto, pero sin demarcación acordada ni, menos, postulaba el oxímoron de una “costa seca”. A mayor abundamiento, tampoco había surgido la urticante negociación chileno-boliviana sobre un “corredor” hacia el mar que pasara por Arica, iniciada en 1948 por -¡vaya paradoja!- el mismo González Videla de 1947.
El éxito del Presidente chileno se midió, a las pocas semanas, por el decreto 781. En éste, junto con proclamar la proyección marítima de 200 millas, el Estado peruano declaraba que las fronteras de línea con los países vecinos tenían como referente los paralelos geográficos. Es lo que expresa la parte pertinente de su N° 3: “El Estado (…) declara que ejercerá dicho control del territorio peruano en una zona comprendida entre esas costas y la línea imaginaria paralela a ellas y trazada sobre el mar a una distancia de doscientas (200) millas marinas, medida siguiendo la línea de los paralelos geográficos”.
Ese decreto sería considerado fundacional en el Perú. Según Bákula, fue “un auténtico heraldo” que cumplió un rol premonitorio en la formulación de la política marítima, dio impulso y dirección a los cambios que debían producirse en el ámbito internacional y “sirvió de punto de referencia a la legislación nacional propiamente dicha”.[[3]]url:#_ftn3 Y no es para menos pues, junto con el previo decreto de González Videla, inició la “revolución silenciosa” de las 200 millas, que incorporó a otros países del Pacífico Sur y culminó con la onusiana Convemar. Un caso paradigmático de revolución creadora de derecho, consolidada por el derecho.
DERECHO IMPURO
Sobre esas bases planteé, en 2008, que el decreto 781 se convirtió en “referente tácito de los acuerdos internacionales que lo siguieron”. En tal virtud, explicaba y solucionaba las ambigüedades de los textos sobrevinientes, que tenían como fundamento oculto serios desencuentros diplomáticos de la coyuntura. Baste señalar que, en 1952, estaba fresco el resquemor peruano por el “corredor boliviano”, consensuado entre Chile y Bolivia sin acuerdo previo del Perú
En ese contexto complicado, las declaraciones de Bustamante y González Videla se convirtieron en plataforma informal de un bloque sistémico que comprendió, en lo fundamental, la Declaración de Santiago de 1952, el Convenio sobre Zona Fronteriza Marítima de 1954 y todos los actos de implementación que apuntaban al objetivo estratégico común: la defensa colectiva de nuestras zonas marítimas contra las potencias depredadoras, con la seguridad de una delimitación lateral clara, que aseguraba la unidad de los innovadores.[[4]]url:#_ftn4
Admito que ese bloque no calificaba como “derecho puro”. Reconocer que la frontera marítima chileno-peruana no estaba expresada en uno o más tratados específicos, sino en un sistema diplomático, normativo y factual complejo, con motivación revolucionaria, sonaba rarísimo a los abogados de la Cancillería chilena. Estos ya consideraban incordiante un informe de 1964, de un jefe jurídico del ministerio, que admitió ignorar cómo y cuándo se había fijado dicha frontera. Luego, cuando la CIJ apareció en el horizonte, fueron enfáticos para soslayar o silenciar las motivaciones políticas del contencioso. Influenciados, al parecer, por los juristas extranjeros contratados, creían que los jueces de la CIJ sólo atendían razones de “estricto derecho” y había que ser muy “cautelosos” –palabra favorita de su vocabulario- para sugerir motivaciones extrajurídicas. Consecuentemente, la defensa chilena se concentró en demostrar que existía un tratado específico de frontera marítima y que la CIJ estaba ante un claro caso de “derecho de los tratados”.
De ahí que, aunque emparentada con el espíritu de las leyes, mi tesis espuria sólo fue considerada, redescubierta o enriquecida por analistas extranjeros, entre los cuales, imprevistamente, el conocido escritor y periodista peruano Alvaro Vargas Llosa. Este, en su ensayo Carta abierta a Torre Tagle, de 2012, advirtió a sus compatriotas contra “el positivismo jurídico, el formalismo y el reglamentarismo de nuestra tradición”. Una que, a su juicio, privilegiaba abusivamente la letra de las leyes, haciendo que “a menudo le busquemos tres pies al gato”.
Aplicando dicha tradición peruana (prima hermana de la chilena), a los documentos clave del proceso de La Haya y partiendo por el decreto de Bustamante, Vargas Llosa concluyó que “en efecto, no hay un tratado perfecto e integral” sobre frontera marítima. Pero, contrariando esa misma tradición, agregó que “para jueces que prestan más atención a cómo entendían los firmantes lo que firmaban, cómo actuaron esos gobiernos y los subsiguientes a partir de dichos documentos y cuál era el espíritu (…) de esos solemnes papeles, será extraordinariamente difícil concluir que no se acordó nunca una frontera marítima”.[[5]]url:#_ftn5
Comprensiblemente, los estrategos, ideólogos y abogados de la demanda peruana descalificaron con dureza ese análisis de Vargas Llosa. Opinantes conspicuos agregaron la ofensa: “hijo de un escritor famoso, felizmente intrascendente”, “no es abogado y mucho menos conoce de derecho internacional”, “es un representante de los chilenos”… dijeron los más suaves.
Es que Bákula –como viéramos en la Primera Parte- ya había advertido que el Perú debía poner distancia con la Historia y con cualquier motivación extrajurídica. A Chile había que arrebatarle la bandera del respeto al derecho internacional, con base en el “nuevo derecho del mar” y aplicando consistentemente las pautas de la contrasimbolización. En esa línea, el decreto 781 era cien por ciento disfuncional. El almirante Faura lo había citado en su obra pionera, pero advirtiendo que el límite por los paralelos era inaceptable. El ex canciller Manuel Rodríguez Cuadros lo mencionó, pero sin análisis, en sus dos prolijos libros sobre la controversia. Bákula, limitado por lo que antes había escrito, asumió una actitud matizada, haciendo su “elogio y elegía”. Lo primero, por ser el eje de la política marítima del Perú. Lo segundo, porque fue sólo una declaración sin valor normativo, que no encerraba “la verdad definitiva”.
En resumidas cuentas, los equipos jurídicos de ambos países ignoraban (¿querían ignorar?) que, imbuídos de su personería ONU, los jueces de la CIJ no simpatizaban con el “juego suma cero” ni se cortaban las venas por los integrismos.
LECTURA DEL FALLO
El lunes 27 de enero, a las 11 horas de Chile, en el Palacio de La Paz de La Haya, el ujier anunció la llegada de “la cour” y el silencio se hizo de inmediato.
En fila india, con negras togas y encabezados por su presidente, el eslovaco Peter Tomka, entraron a la sala los dieciséis jueces reglamentarios. Lo hicieron con paso lento, rítmico y solemne, en un alarde coreográfico bastante televisivo. Muy funcional, también, para comprimir los estómagos de los chilenos y peruanos, presenciales o televidentes, que esperaban el dictamen inapelable del oráculo colectivo.
Cuando Tomka comenzó a desgranar las cuentas del fallo algunos comprobaron que nunca es fácil decodificar a los oráculos. Otros entendieron que estaba administrando el suspense como un curtido maestro de ceremonias de la televisión. Chilenos y peruanos percibían, alternadamente, que sus cartas de triunfo eran estrujadas, relativizadas o anuladas, en una sucesión de empates dialécticos. Los más sagaces adivinaron que, al final, surgirían nuevos acertijos para descifrar.
Tomka empezó ubicando a las partes en el mapa y en su historia conflictiva, con la guerra del Pacífico en primer plano. Ahí apareció la primera sutileza, al recordar que la Comisión demarcadora de 1930 registró “la ubicación precisa de los 80 hitos que había colocado en el terreno, para demarcar la frontera terrestre”. Tácitamente, no había registro de una demarcación espacial suplementaria llamada “punto 266”, como quería el Perú. También mencionó el Tratado de Paz y amistad de 1904, de Chile con Bolivia, en cuya virtud “toda la costa boliviana pasó a ser chilena”. Era otra alusión sutil, esta vez para decirle a Evo Morales que, sobre ese tratado, no había anomalías que anotar.
A continuación, sintetizó la posición jurídica de las partes. Para el Perú no había tratado fronterizo marítimo alguno y para Chile sí existía: era la Declaración de Santiago de 1952, materializada en el paralelo con anclaje al Hito 1, convalidada por acuerdos posteriores y aplicada en la práctica. Tras ese preámbulo docente, Tomka pasó revista a los documentos básicos del expediente, comenzando por las declaraciones presidenciales de 1947, siguiendo con la Declaración de Santiago, el Convenio de Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954 y otros diez instrumentos entre los cuales –y en párrafo destacado- el “memorándum Bákula”.
FRONTERA HABEMUS
Según el fallo, las declaraciones presidenciales de 1947 no establecieron, per se, una frontera marítima internacional, pero evidenciaron la intención de hacerlo. Para ese efecto, dejaron un perímetro específicado de 200 millas y el decreto 781 hasta sugirió el uso del “trazado paralelo”.
En cuanto a la Declaración de Santiago, de 1952, fue confirmada como tratado internacional, pero no como fuente de una frontera marítima. Su única alusión al paralelo geográfico se relacionaba, como planteaba el Perú, con la proyección de las islas existentes y no con los límites laterales de “las zonas generadas por las costas continentales de los Estados partes”.
(Paréntesis ambiental: en este punto de la lectura comenzó a agonizar la débil esperanza de los chilenos informados. La pieza básica de la defensa nacional no era un tratado específico de frontera marítima, para la CIJ. “Esto va mal”, me susurró el historiador José Miguel Pozo, asesor de la Cancillería, con quien comentábamos las alternativas del fallo para CNN Chile en tiempo real. No había terminado de decirlo, cuando Tomka leyó que, “sin embargo,” el instrumento de 1952 contenía “elementos relevantes para el tema de la limitación marítima”. El suspenso se mantenía.)
Acto seguido, el fallo comenzó a dar cuenta de una elaboración creativa, claramente heterodoxa. Las declaraciones encadenadas de 1947 y la mención recurrente a los paralelos sugerían que “debió existir alguna especie de entendimiento compartido entre los Estados partes, de naturaleza más general, respecto a sus límites marítimos”. Incluso el memorandum Bákula sugería la existencia de una frontera informal. Al parecer, esa percepción golpeó a los jueces a la altura del Convenio Especial sobre Zona Fronteriza Marítima de 1954. El contenido de este tratado, a partir de su título, “reflejaba un acuerdo tácito, que ellas (las partes) habían alcanzado previamente”. De la deducción, la CIJ pasó a la afirmación enfática: era evidente que la frontera marítima a lo largo de un paralelo ya existía y el instrumento de 1954 había “grabado sobre piedra” lo que antes era sólo un acuerdo tácito entre las partes. A mayor abundamiento, se trataba de una frontera multipropósito y no sólo para pescadores, pues comprendía la columna de agua, el suelo y el subsuelo marítimos.
Esa lógica mostró a los jueces actuando al aire libre. Fuera de la torre de silogismos jurídicos en la que se les suponía encerrados. A falta del eslabón legal perdido, buscaban la motivación política de las partes contenida en la historia y ésta les reveló dos cosas: Una, que el objetivo principal de los acuerdos entre Chile, Ecuador y el Perú, fue presentar un frente unido contra terceros Estados depredadores. Dos, que ese objetivo subordinó el “desarrollo de un régimen legal interno que definiera sus derechos mutuos”. Más claro no lo habría dicho un periodista especializado.
En ese momento de la lectura, los abogados del equipo chileno pudieron comprobar, quizás con asombro, que de derrota en derrota habían llegado a la victoria final. Aunque por distintas razones, quince de dieciséis jueces daban por preestablecida la frontera marítima y, a mayor abundamiento, ubicaban su inicio en “la intersección del paralelo de latitud que atravesaba el Hito 1”. De refilón, dejaban a la vista la irrelevancia jurídica y fáctica del punto 266 o Concordia. En efecto, tras reconocer que no les correspondía pronunciarse sobre el inicio de la frontera terrestre, añadieron lo siguiente: “sería posible que el punto mencionado no coincidiera con el punto de inicio de la frontera marítima definida (pero) tal situación sería el resultado de acuerdos alcanzados por las partes”. Obviamente, no había evidencia de semejantes acuerdos bifronterizos y, por tanto, en “estricto derecho” tampoco existía el triángulo terrestre que el Perú disputaba a Chile.
Ante estos sorprendentes desarrollos, los abogados del equipo peruano debieron pensar en la agobiante responsabilidad de una derrota absoluta y en el eventual desprestigio de Torre Tagle: la frontera que para ellos nunca había existido, ahora quedaba esculpida con el cincel de la CIJ y hasta comenzaba a esfumarse el triángulo que habían convertido en tierra de nadie.
Sin embargo, Tomka siguió leyendo, pues faltaba la sorpresa final.
GANAR Y PERDER POR POCO .
Párrafos después, diez jueces estimaron (con seis en contra) que debían fijar la extensión y orientación de la frontera común reconocida. En otras palabras, no veían razón jurídica para que la frontera reconocida se mantuviera en línea recta, perpendicular a la costa chilena y hasta las 200 millas.
Aquí todos evocaron una pregunta estratégica, formulada por el juez marroquí Mohammed Bennouna durante los alegatos, cuyo sentido podía sintetizarse de la siguiente manera: en los años 40 y 50 del siglo pasado, el concepto de una zona económica exclusiva de 200 millas era sólo un proyecto, al cual le faltaban más de tres décadas para cuajar en la Convención del mar. Fue una manera cruda de decir que tres países periféricos, como Chile, Ecuador y el Perú, no podían arrogarse la autoridad necesaria para crear, in actum, nuevas instituciones de Derecho internacional.
Proyectada al fallo, esa advertencia indujo una decisión extraordinariamente pragmática: la Corte definió, cual suprema legisladora o como árbitro con plenos poderes, la trayectoria y extensión de la línea de frontera. Para ese efecto, había investigado la actividad marítima de chilenos y peruanos en la zona y procesado los datos estadísticos sobre la captura de los peces y las naves infractoras, antes y después de 1954. Es decir, había recurrido a los datos de la realidad real, en busca del “límite biológico”[[6]]url:#_ftn6 y del límite policial.
Como resultado de tal empirismo, la CIJ fijó en 80 millas la extensión del paralelo reconocido y ahí lo quebró mediante una “línea equidistante” con rumbo sudoeste. Esta intersectaría la línea de las 200 millas chilenas, adjudicando al Perú aproximadamente 21.000 kilómetros cuadrados que Chile estimaba propios. De manera automática, esa movida añadía al mar peruano los aproximadamente 30.000 kilómetros cuadrados que Chile consideraba alta mar y definía como “triángulo exterior”.
Ante la previsible estupefacción del equipo chileno, los jueces se adelantaron a reconocer que lo normal era delimitar a partir de la línea de más baja marea y que este caso era “inusual”, por la gran lejanía comparativa de las costas relevantes. También reconocieron que su cálculo no había sido preciso sino aproximativo: “el objetivo de la delimitación es conseguir una delimitación (sic por la redundancia) equitativa y no una proporción igual de áreas marítimas”. Lo hicieron, en nombre de la equidad contenida en Convemar.
Fue el turno del asombro para el equipo peruano. Por obra y gracia de ese prodigio creativo y autopermisivo, su bisectriz del punto 266 había mutado en la línea equidistante de la milla 80 y su país ganaba más de 50.000 kilómetros cuadrados de océano. Todo ello sin haber suscrito Convemar y tras haber perdido su posición de principios sobre la inexistencia de frontera formal específica. Cabalgando sobre una eventual derrota oprobiosa, llegaba una casi victoria significativa.
Los abogados del equipo chileno, por su lado, no ocultaron su decepción. Habían impuesto su posición de principios –la frontera en el paralelo con anclaje en el Hito 1-, pero habían perdido más de 20.000 kilómetros cuadrados de océano y ese “triángulo exterior” que su hermenéutica les mostraba como subsidiario.
ANÁLISIS AL PASO
Terminada la lectura del fallo, el presidente Humala se dirigió a su país desde palacio Pizarro, ante un elocuente retrato del mariscal Andrés Avelino Cáceres, para anunciar que el Perú “ha culminado la definición de sus límites”. Reformulando la posición peruana, dijo que la CIJ había reconocido la inexistencia de “un trazado de límites marítimos con Chile hasta la milla 200” y que lo obtenido “representa más del 70 por ciento del total de nuestra demanda”. Anunció acciones inmediatas para implementar el fallo, insistió en la importancia del punto 266 como referente del límite terrestre y llamó a una nueva y mejor relación con Chile: “la sentencia abre una nueva etapa bilateral, con una nueva agenda”.
(Pregunta al paso: ¿por qué Humala levantó de inmediato el tema del triángulo terrestre, implícito en el punto 266?... Respuesta tentativa N° 1: porque estaba pensando que, además de la ganancia marítima, debía mostrar una ganancia terrestre de carácter simbólico. Un equivalente al pequeño territorio montañés de Tiwinza, que Fujimori dejó en manos de los ecuatorianos tras la guerra del Cenepa, en un acuerdo que cambió el talante de esa relación bilateral. Respuesta tentativa N° 2: porque ese arenal de tres hectáreas es una pieza estratégica de lego, que taponea un eventual corredor boliviano hacia el mar, pactado entre Chile y Bolivia sin el previo acuerdo del Perú)
Simultáneamente, el presidente Piñera informó a la nación desde el umbral del palacio de La Moneda, donde se avizoraba, borroso, el monumento a Diego Portales. Dijo que el fallo reconocía la existencia de un límite marítimo por el paralelo y “adicionalmente, ha confirmado que ese paralelo pasa por el Hito 1 y no por el punto 266”. Eso, agregó, “ratifica nuestro dominio sobre el triángulo terrestre respectivo”. En cuanto al recorte del paralelo hasta la milla 80, enfatizó que “Chile discrepa profundamente de esta decisión de la Corte” y que los 22 mil kilómetros cuadrados aproximadamente que el país debe ceder “constituyen una lamentable pérdida”. Terminó manifestando que “Chile cumplirá y hará cumplir el fallo”.
El jueves 30 de enero tuve oportunidad de entrevistar telefónicamente, para este libro, al canciller chileno Alfredo Moreno.
- ¿Contento porque nos fue más o menos? – le pregunté.
- Ganamos un punto de principios muy importante - respondió, aludiendo al binomio paralelo / Hito 1.
Pero, haber salvado la cara de los principios no le impedía lamentar el abrupto corte de las 80 millas, “sin fundamento jurídico alguno”. Sobre el futuro del pequeño triángulo terrestre con vértice en el Hito 1, que Humala consideró como tema pendiente el mismo día del fallo, dijo que mejor era no sobredimensionarlo. En un giro hiperbólico, agregó no entender por qué tantos gobiernos peruanos anteriores “regalaron esas 3 hectáreas a Chile”.
El día anterior yo había escuchado decir a un connotado jurista chileno que “la sentencia no se entiende por sí sola”. Además, él creía que la CIJ se equivocó al considerar entre sus fuentes el memorándum de Bákula. Obviamente, no había leído la parte primera de este libro y pensaba que aquel experimentado diplomático vino a Chile por decisión propia, para un “sondeo de iniciativa personal”. En todo caso, se resignó estoico ante lo inapelable: “debemos aceptar que 80 millas no es un desastre”.
Días después escuché a Piñera decir, ante un auditorio de expertos, que Chile necesita “una nueva Cancillería” y que enviará un proyecto de ley al respecto antes de terminar su mandato. También aludió a una “agenda de futuro” con el Perú, en beneficio de ambos pueblos. Entretanto, la Presidenta electa Michelle Bachelet le tendió una mano compatriota, reconociendo, sencilla y clara, que Chile siguió en La Haya una política de Estado. La pérdida era dolorosa, pero la CIJ había reconocido los “pilares de la defensa chilena” y ella trabajaría para que el fallo se implementara de manera gradual y concertada. Asumiendo así su corresponsabilidad, atajó a partidarios suyos, ansiosos de culpabilizar al gobierno de Piñera.
Hernán Felipe Errázuriz, presidente del Consejo Chileno de Relaciones Internacionales, no ocultó su malestar en El Mercurio del 2 de febrero. Para él, la sentencia fue incoherente, arbitraria y equivocada. No descartaba que el paralelo quebrado en la milla 80 haya sido una transacción entre jueces que postulaban extensiones mayores y menores. “Fue un conejo que sacaron del sombrero”. Llevado por un reflejo gremial –él es un abogado de prestigio- propuso crear una agencia permanente, con abogados chilenos y extranjeros “de la mayor calidad”, para la defensa de los intereses nacionales ante los tribunales internacionales. Una especie de Consejo de Defensa del Estado para el exterior. Sin embargo, a renglón seguido reconoció que “en éste, como en todos los juicios relevantes, a veces la dimensión política supera a la jurídica”.
Ese mismo día mi ex alumna Paz Zárate –hoy experta internacional en Derecho Internacional- escribía en el diario La Tercera que la CIJ había fallado conforme a derecho, que “no es una ciencia exacta”. Las partes no se habían fundado en un acuerdo tácito, sino en el fuerte concepto de los tratados y, desde tal perspectiva, “nuestro límite marítimo no era claro”. Aceptó que el fallo nos podía doler pero, de manera compensatoria, daba certeza jurídica a nuestra frontera marítima. Agregó una reflexión extralegal: “esto no debe eximirnos de un autoexamen de lo realizado en política exterior y en particular en la relación con nuestros vecinos”. Pensaba, quizás, en que los dos jueces latinoamericanos de la CIJ (exceptuando al juez ad hoc de Chile) habían votado por el paralelo quebrado.
También el 2 de febrero y coincidiendo con los criterios de la parte primera de este libro, el columnista de El Mercurio Joaquín García-Huidobro escribió que “lo mejor es arreglar los problemas antes de que lleguen a las cortes internacionales”. Evocó la importancia de una diplomacia realmente profesional y criticó la debilidad de las tareas de inteligencia: “da la impresión de que las ingeniosas maniobras que, por largos años, desplegó Perú para obtener el triunfo parcial del pasado lunes nos tomaron por sorpresa”. Mentalmente recordé el libro pionero de Faura, que ningún chileno analizó y la misión de Bákula, que ningún servicio procesó.
Desde Quito llegó la voz del presidente Rafael Correa. Tras su hábil maniobra para consolidar la frontera marítima ecuatoriano-peruana, evitando comprometerse con Chile, felicitaba a ambos países “por haber superado tan grave diferendo de forma pacífica, recurriendo al sistema jurídico internacional”. Su canciller, Ricardo Patiño, estimó del caso agregar que las fronteras del Ecuador quedaron definidas durante el período de Correa “manteniendo la amistad con Chile y Perú”.
En la Paz, el presidente Morales había anticipado que ningún fallo afectaría la demanda boliviana pero, después del 27 de enero, analistas solventes dijeron que la posición de Bolivia se había deteriorado. Algunos sugirieron que Chile debía apresurarse a hacer una propuesta “concreta”, que Morales negociaría con Bachelet. El ex presidente Carlos Mesa, más realista, apuntó que el Perú debía participar en la decisión. Un sabio amigo de este autor no quiso comentar el tema que le propuse: cómo el fallo dejó a Bolivia 80 millas más lejos de una salida soberana al mar.
Fueron todas reacciones inmediatas, que dejaron en la opacidad el gran tema de fondo: cómo la CIJ realizó, unilateramente y de facto, la negociación que chilenos y peruanos no quisieron o no se atrevieron a concretar. Los primeros, en aras de una doctrina no escrita según la cual los temas de soberanía son innegociables. Los segundos, por plantear como negociación lo que en esencia era un ultimátum: o negociamos un tratado de frontera marítima específica o los demandamos ante la CIJ. De paso, en ese rol de negociadores subrogantes, los jueces demostraron que su apoliticidad no significa poner caras de espanto ante las motivaciones políticas de las partes. Más bien consiste en informarse de todo lo que es políticamente relevante, evitando que sus sentencias traicionen una posición política preconcebida.
Finalmente y aunque suene duro, el fallo me confirmó que hay algo de perverso en la idea de salvar determinados principios jurídicos, aunque sea a costa del patrimonio de todos. Eso bien puede confundirse con la tendencia chilena al fetichismo del derecho, que he analizado en éste y otros trabajos y que han denunciado, con agudeza, los clásicos del arte de la diplomacia.
Por eso, en Chile muchos hoy están especulando si no nos habría ido mejor con una negociación diplomática inteligente, que partiera despejando las motivaciones políticas de la controversia. Los académicos, por su lado, están diciendo que ya es hora de entender la relación dinámica entre el derecho, la diplomacia y la defensa y el rol central que juega la negociación en cualquier controversia internacional.
Vale la pena tenerlo presente y no sólo para mejor enfrentar el desafío de Bolivia. Más bien para dejar de parlotear sobre “tratados intangibles” y hacer una mantención político-diplomática permanente a los tratados que conforman nuestro sistema de seguridad internacional. Para no seguir actuando como si en un estanco de nuestra política vecinal estuviera la negociación de los temas comerciales y, en otro, la innegociabilidad de los temas políticos importantes.
De no entender lo señalado, corremos el riesgo de que los diplomáticos profesionales del futuro nos interpelen con una nueva paráfrasis de Clemenceau: los conflictos de soberanía son asuntos demasiado serios, como para dejarlos en manos de los abogados.
La frondosidad jurídica del litigio chileno-peruano en La Haya, pudo reducirse, didácticamente, a la sencilla pugna entre dos líneas geométricas: la del paralelo hasta las 200 millas y la de la bisectriz equidistante. Secundario, aunque decisivo en lo táctico, era el tema de dónde anclar esas líneas: si en la base de arena húmeda del punto 266 –que los peruanos denominaban “Concordia”- o en la base de concreto armado del Hito 1. Los chilenos éramos profundamente “paralelistas” y los peruanos radicalmente “bisectricistas”, pero pocos asumían la diferencia de manera informada. Clasificábamos así porque teníamos camisetas distintas y porque, parafraseando a Goya, el sueño de la razón produce hinchas de fútbol. Para demostrarlo, este autor solía preguntar, aquí y allá, qué línea nació primero y, visto que nadie sabía o que se respondía al azar, lanzaba la pregunta del millón: ¿Saben ustedes quién fue el primer paralelista de esta larga y conflictiva historia? Los peruanos, por cierto, decían que fue “un chileno”. Los que osaban personalizar mencionaban a Portales, quien nunca ha tenido buena prensa en el país del norte. Los más jóvenes mencionaban a Pinochet. En cuanto a los chilenos, no tenían por qué negar esa autoría, pero tampoco sabían. Algunos citaban a O’Higgins y otros a Prat. Uno hasta imaginó que éste patrullaba por la línea de un paralelo cuando se encontró con el Huáscar de Grau. La verdad es que todos se equivocaban, porque el primero en lanzar al mar la línea del paralelo no fue chileno ni marino. Fue el Presidente y jurista peruano José Luis Bustamante y Rivero. Además, no lo hizo fuera de cámaras ni declarando off the record. Lo hizo mediante el Decreto Supremo 781, de 1º de agosto de 1947, que declaró el control peruano sobre las 200 millas marítimas. En ese documento histórico, el mandatario declaró que ese control se ejercería “siguiendo la línea de los paralelos geográficos”.
REVOLUCION ENTRE LÍNEAS
El decreto 781 fue fruto de una notable empresa diplomática conjunta. El Presidente chileno Gabriel González Videla ya había emitido, el 23 de junio, un decreto similar al 781, pero “incompleto”. Por él declaraba sólo la frontera de zona marítima -las 200 millas hacia alta mar-, sin mencionar fronteras de línea o laterales.
Cabe presumir que el mandatario chileno no mencionó la frontera lateral con el Perú por dos consideraciones estratégicas. La primera, porque su acto unilateral tenía un objetivo político internacional inédito: crear derecho regional para enfrentar la depredación de las grandes potencias pesqueras.[[1]]url:#_ftn1 A ese efecto, concentró sus esfuerzos en el objetivo mayor –la anchura de 200 millas- pues, de percibirse inviable, no tendría sentido disputar con su vecino por un eventual solapamiento de tres millas. La segunda consideración era el complemento pragmático. Desde la delimitación terrestre con el Perú, fijada en el Tratado de 1929, las zonas marítimas de ambos países coexistían pacíficamente. En virtud de un statu quo sin problemas, la frontera de línea era el paralelo geográfico y el espacio terrestre tenía como referente el primer hito demarcatorio. Este era, jurídica y coloquialmente hablando, el hito “orilla del mar” contemplado en el tratado.[[2]]url:#_ftn2 Nadie sugería la conveniencia de un punto espacial milimétricamente exacto, pero sin demarcación acordada ni, menos, postulaba el oxímoron de una “costa seca”. A mayor abundamiento, tampoco había surgido la urticante negociación chileno-boliviana sobre un “corredor” hacia el mar que pasara por Arica, iniciada en 1948 por -¡vaya paradoja!- el mismo González Videla de 1947.
El éxito del Presidente chileno se midió, a las pocas semanas, por el decreto 781. En éste, junto con proclamar la proyección marítima de 200 millas, el Estado peruano declaraba que las fronteras de línea con los países vecinos tenían como referente los paralelos geográficos. Es lo que expresa la parte pertinente de su N° 3: “El Estado (…) declara que ejercerá dicho control del territorio peruano en una zona comprendida entre esas costas y la línea imaginaria paralela a ellas y trazada sobre el mar a una distancia de doscientas (200) millas marinas, medida siguiendo la línea de los paralelos geográficos”.
Ese decreto sería considerado fundacional en el Perú. Según Bákula, fue “un auténtico heraldo” que cumplió un rol premonitorio en la formulación de la política marítima, dio impulso y dirección a los cambios que debían producirse en el ámbito internacional y “sirvió de punto de referencia a la legislación nacional propiamente dicha”.[[3]]url:#_ftn3 Y no es para menos pues, junto con el previo decreto de González Videla, inició la “revolución silenciosa” de las 200 millas, que incorporó a otros países del Pacífico Sur y culminó con la onusiana Convemar. Un caso paradigmático de revolución creadora de derecho, consolidada por el derecho.
DERECHO IMPURO
Sobre esas bases planteé, en 2008, que el decreto 781 se convirtió en “referente tácito de los acuerdos internacionales que lo siguieron”. En tal virtud, explicaba y solucionaba las ambigüedades de los textos sobrevinientes, que tenían como fundamento oculto serios desencuentros diplomáticos de la coyuntura. Baste señalar que, en 1952, estaba fresco el resquemor peruano por el “corredor boliviano”, consensuado entre Chile y Bolivia sin acuerdo previo del Perú
En ese contexto complicado, las declaraciones de Bustamante y González Videla se convirtieron en plataforma informal de un bloque sistémico que comprendió, en lo fundamental, la Declaración de Santiago de 1952, el Convenio sobre Zona Fronteriza Marítima de 1954 y todos los actos de implementación que apuntaban al objetivo estratégico común: la defensa colectiva de nuestras zonas marítimas contra las potencias depredadoras, con la seguridad de una delimitación lateral clara, que aseguraba la unidad de los innovadores.[[4]]url:#_ftn4
Admito que ese bloque no calificaba como “derecho puro”. Reconocer que la frontera marítima chileno-peruana no estaba expresada en uno o más tratados específicos, sino en un sistema diplomático, normativo y factual complejo, con motivación revolucionaria, sonaba rarísimo a los abogados de la Cancillería chilena. Estos ya consideraban incordiante un informe de 1964, de un jefe jurídico del ministerio, que admitió ignorar cómo y cuándo se había fijado dicha frontera. Luego, cuando la CIJ apareció en el horizonte, fueron enfáticos para soslayar o silenciar las motivaciones políticas del contencioso. Influenciados, al parecer, por los juristas extranjeros contratados, creían que los jueces de la CIJ sólo atendían razones de “estricto derecho” y había que ser muy “cautelosos” –palabra favorita de su vocabulario- para sugerir motivaciones extrajurídicas. Consecuentemente, la defensa chilena se concentró en demostrar que existía un tratado específico de frontera marítima y que la CIJ estaba ante un claro caso de “derecho de los tratados”.
De ahí que, aunque emparentada con el espíritu de las leyes, mi tesis espuria sólo fue considerada, redescubierta o enriquecida por analistas extranjeros, entre los cuales, imprevistamente, el conocido escritor y periodista peruano Alvaro Vargas Llosa. Este, en su ensayo Carta abierta a Torre Tagle, de 2012, advirtió a sus compatriotas contra “el positivismo jurídico, el formalismo y el reglamentarismo de nuestra tradición”. Una que, a su juicio, privilegiaba abusivamente la letra de las leyes, haciendo que “a menudo le busquemos tres pies al gato”.
Aplicando dicha tradición peruana (prima hermana de la chilena), a los documentos clave del proceso de La Haya y partiendo por el decreto de Bustamante, Vargas Llosa concluyó que “en efecto, no hay un tratado perfecto e integral” sobre frontera marítima. Pero, contrariando esa misma tradición, agregó que “para jueces que prestan más atención a cómo entendían los firmantes lo que firmaban, cómo actuaron esos gobiernos y los subsiguientes a partir de dichos documentos y cuál era el espíritu (…) de esos solemnes papeles, será extraordinariamente difícil concluir que no se acordó nunca una frontera marítima”.[[5]]url:#_ftn5
Comprensiblemente, los estrategos, ideólogos y abogados de la demanda peruana descalificaron con dureza ese análisis de Vargas Llosa. Opinantes conspicuos agregaron la ofensa: “hijo de un escritor famoso, felizmente intrascendente”, “no es abogado y mucho menos conoce de derecho internacional”, “es un representante de los chilenos”… dijeron los más suaves.
Es que Bákula –como viéramos en la Primera Parte- ya había advertido que el Perú debía poner distancia con la Historia y con cualquier motivación extrajurídica. A Chile había que arrebatarle la bandera del respeto al derecho internacional, con base en el “nuevo derecho del mar” y aplicando consistentemente las pautas de la contrasimbolización. En esa línea, el decreto 781 era cien por ciento disfuncional. El almirante Faura lo había citado en su obra pionera, pero advirtiendo que el límite por los paralelos era inaceptable. El ex canciller Manuel Rodríguez Cuadros lo mencionó, pero sin análisis, en sus dos prolijos libros sobre la controversia. Bákula, limitado por lo que antes había escrito, asumió una actitud matizada, haciendo su “elogio y elegía”. Lo primero, por ser el eje de la política marítima del Perú. Lo segundo, porque fue sólo una declaración sin valor normativo, que no encerraba “la verdad definitiva”.
En resumidas cuentas, los equipos jurídicos de ambos países ignoraban (¿querían ignorar?) que, imbuídos de su personería ONU, los jueces de la CIJ no simpatizaban con el “juego suma cero” ni se cortaban las venas por los integrismos.
LECTURA DEL FALLO
El lunes 27 de enero, a las 11 horas de Chile, en el Palacio de La Paz de La Haya, el ujier anunció la llegada de “la cour” y el silencio se hizo de inmediato.
En fila india, con negras togas y encabezados por su presidente, el eslovaco Peter Tomka, entraron a la sala los dieciséis jueces reglamentarios. Lo hicieron con paso lento, rítmico y solemne, en un alarde coreográfico bastante televisivo. Muy funcional, también, para comprimir los estómagos de los chilenos y peruanos, presenciales o televidentes, que esperaban el dictamen inapelable del oráculo colectivo.
Cuando Tomka comenzó a desgranar las cuentas del fallo algunos comprobaron que nunca es fácil decodificar a los oráculos. Otros entendieron que estaba administrando el suspense como un curtido maestro de ceremonias de la televisión. Chilenos y peruanos percibían, alternadamente, que sus cartas de triunfo eran estrujadas, relativizadas o anuladas, en una sucesión de empates dialécticos. Los más sagaces adivinaron que, al final, surgirían nuevos acertijos para descifrar.
Tomka empezó ubicando a las partes en el mapa y en su historia conflictiva, con la guerra del Pacífico en primer plano. Ahí apareció la primera sutileza, al recordar que la Comisión demarcadora de 1930 registró “la ubicación precisa de los 80 hitos que había colocado en el terreno, para demarcar la frontera terrestre”. Tácitamente, no había registro de una demarcación espacial suplementaria llamada “punto 266”, como quería el Perú. También mencionó el Tratado de Paz y amistad de 1904, de Chile con Bolivia, en cuya virtud “toda la costa boliviana pasó a ser chilena”. Era otra alusión sutil, esta vez para decirle a Evo Morales que, sobre ese tratado, no había anomalías que anotar.
A continuación, sintetizó la posición jurídica de las partes. Para el Perú no había tratado fronterizo marítimo alguno y para Chile sí existía: era la Declaración de Santiago de 1952, materializada en el paralelo con anclaje al Hito 1, convalidada por acuerdos posteriores y aplicada en la práctica. Tras ese preámbulo docente, Tomka pasó revista a los documentos básicos del expediente, comenzando por las declaraciones presidenciales de 1947, siguiendo con la Declaración de Santiago, el Convenio de Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954 y otros diez instrumentos entre los cuales –y en párrafo destacado- el “memorándum Bákula”.
FRONTERA HABEMUS
Según el fallo, las declaraciones presidenciales de 1947 no establecieron, per se, una frontera marítima internacional, pero evidenciaron la intención de hacerlo. Para ese efecto, dejaron un perímetro específicado de 200 millas y el decreto 781 hasta sugirió el uso del “trazado paralelo”.
En cuanto a la Declaración de Santiago, de 1952, fue confirmada como tratado internacional, pero no como fuente de una frontera marítima. Su única alusión al paralelo geográfico se relacionaba, como planteaba el Perú, con la proyección de las islas existentes y no con los límites laterales de “las zonas generadas por las costas continentales de los Estados partes”.
(Paréntesis ambiental: en este punto de la lectura comenzó a agonizar la débil esperanza de los chilenos informados. La pieza básica de la defensa nacional no era un tratado específico de frontera marítima, para la CIJ. “Esto va mal”, me susurró el historiador José Miguel Pozo, asesor de la Cancillería, con quien comentábamos las alternativas del fallo para CNN Chile en tiempo real. No había terminado de decirlo, cuando Tomka leyó que, “sin embargo,” el instrumento de 1952 contenía “elementos relevantes para el tema de la limitación marítima”. El suspenso se mantenía.)
Acto seguido, el fallo comenzó a dar cuenta de una elaboración creativa, claramente heterodoxa. Las declaraciones encadenadas de 1947 y la mención recurrente a los paralelos sugerían que “debió existir alguna especie de entendimiento compartido entre los Estados partes, de naturaleza más general, respecto a sus límites marítimos”. Incluso el memorandum Bákula sugería la existencia de una frontera informal. Al parecer, esa percepción golpeó a los jueces a la altura del Convenio Especial sobre Zona Fronteriza Marítima de 1954. El contenido de este tratado, a partir de su título, “reflejaba un acuerdo tácito, que ellas (las partes) habían alcanzado previamente”. De la deducción, la CIJ pasó a la afirmación enfática: era evidente que la frontera marítima a lo largo de un paralelo ya existía y el instrumento de 1954 había “grabado sobre piedra” lo que antes era sólo un acuerdo tácito entre las partes. A mayor abundamiento, se trataba de una frontera multipropósito y no sólo para pescadores, pues comprendía la columna de agua, el suelo y el subsuelo marítimos.
Esa lógica mostró a los jueces actuando al aire libre. Fuera de la torre de silogismos jurídicos en la que se les suponía encerrados. A falta del eslabón legal perdido, buscaban la motivación política de las partes contenida en la historia y ésta les reveló dos cosas: Una, que el objetivo principal de los acuerdos entre Chile, Ecuador y el Perú, fue presentar un frente unido contra terceros Estados depredadores. Dos, que ese objetivo subordinó el “desarrollo de un régimen legal interno que definiera sus derechos mutuos”. Más claro no lo habría dicho un periodista especializado.
En ese momento de la lectura, los abogados del equipo chileno pudieron comprobar, quizás con asombro, que de derrota en derrota habían llegado a la victoria final. Aunque por distintas razones, quince de dieciséis jueces daban por preestablecida la frontera marítima y, a mayor abundamiento, ubicaban su inicio en “la intersección del paralelo de latitud que atravesaba el Hito 1”. De refilón, dejaban a la vista la irrelevancia jurídica y fáctica del punto 266 o Concordia. En efecto, tras reconocer que no les correspondía pronunciarse sobre el inicio de la frontera terrestre, añadieron lo siguiente: “sería posible que el punto mencionado no coincidiera con el punto de inicio de la frontera marítima definida (pero) tal situación sería el resultado de acuerdos alcanzados por las partes”. Obviamente, no había evidencia de semejantes acuerdos bifronterizos y, por tanto, en “estricto derecho” tampoco existía el triángulo terrestre que el Perú disputaba a Chile.
Ante estos sorprendentes desarrollos, los abogados del equipo peruano debieron pensar en la agobiante responsabilidad de una derrota absoluta y en el eventual desprestigio de Torre Tagle: la frontera que para ellos nunca había existido, ahora quedaba esculpida con el cincel de la CIJ y hasta comenzaba a esfumarse el triángulo que habían convertido en tierra de nadie.
Sin embargo, Tomka siguió leyendo, pues faltaba la sorpresa final.
GANAR Y PERDER POR POCO .
Párrafos después, diez jueces estimaron (con seis en contra) que debían fijar la extensión y orientación de la frontera común reconocida. En otras palabras, no veían razón jurídica para que la frontera reconocida se mantuviera en línea recta, perpendicular a la costa chilena y hasta las 200 millas.
Aquí todos evocaron una pregunta estratégica, formulada por el juez marroquí Mohammed Bennouna durante los alegatos, cuyo sentido podía sintetizarse de la siguiente manera: en los años 40 y 50 del siglo pasado, el concepto de una zona económica exclusiva de 200 millas era sólo un proyecto, al cual le faltaban más de tres décadas para cuajar en la Convención del mar. Fue una manera cruda de decir que tres países periféricos, como Chile, Ecuador y el Perú, no podían arrogarse la autoridad necesaria para crear, in actum, nuevas instituciones de Derecho internacional.
Proyectada al fallo, esa advertencia indujo una decisión extraordinariamente pragmática: la Corte definió, cual suprema legisladora o como árbitro con plenos poderes, la trayectoria y extensión de la línea de frontera. Para ese efecto, había investigado la actividad marítima de chilenos y peruanos en la zona y procesado los datos estadísticos sobre la captura de los peces y las naves infractoras, antes y después de 1954. Es decir, había recurrido a los datos de la realidad real, en busca del “límite biológico”[[6]]url:#_ftn6 y del límite policial.
Como resultado de tal empirismo, la CIJ fijó en 80 millas la extensión del paralelo reconocido y ahí lo quebró mediante una “línea equidistante” con rumbo sudoeste. Esta intersectaría la línea de las 200 millas chilenas, adjudicando al Perú aproximadamente 21.000 kilómetros cuadrados que Chile estimaba propios. De manera automática, esa movida añadía al mar peruano los aproximadamente 30.000 kilómetros cuadrados que Chile consideraba alta mar y definía como “triángulo exterior”.
Ante la previsible estupefacción del equipo chileno, los jueces se adelantaron a reconocer que lo normal era delimitar a partir de la línea de más baja marea y que este caso era “inusual”, por la gran lejanía comparativa de las costas relevantes. También reconocieron que su cálculo no había sido preciso sino aproximativo: “el objetivo de la delimitación es conseguir una delimitación (sic por la redundancia) equitativa y no una proporción igual de áreas marítimas”. Lo hicieron, en nombre de la equidad contenida en Convemar.
Fue el turno del asombro para el equipo peruano. Por obra y gracia de ese prodigio creativo y autopermisivo, su bisectriz del punto 266 había mutado en la línea equidistante de la milla 80 y su país ganaba más de 50.000 kilómetros cuadrados de océano. Todo ello sin haber suscrito Convemar y tras haber perdido su posición de principios sobre la inexistencia de frontera formal específica. Cabalgando sobre una eventual derrota oprobiosa, llegaba una casi victoria significativa.
Los abogados del equipo chileno, por su lado, no ocultaron su decepción. Habían impuesto su posición de principios –la frontera en el paralelo con anclaje en el Hito 1-, pero habían perdido más de 20.000 kilómetros cuadrados de océano y ese “triángulo exterior” que su hermenéutica les mostraba como subsidiario.
ANÁLISIS AL PASO
Terminada la lectura del fallo, el presidente Humala se dirigió a su país desde palacio Pizarro, ante un elocuente retrato del mariscal Andrés Avelino Cáceres, para anunciar que el Perú “ha culminado la definición de sus límites”. Reformulando la posición peruana, dijo que la CIJ había reconocido la inexistencia de “un trazado de límites marítimos con Chile hasta la milla 200” y que lo obtenido “representa más del 70 por ciento del total de nuestra demanda”. Anunció acciones inmediatas para implementar el fallo, insistió en la importancia del punto 266 como referente del límite terrestre y llamó a una nueva y mejor relación con Chile: “la sentencia abre una nueva etapa bilateral, con una nueva agenda”.
(Pregunta al paso: ¿por qué Humala levantó de inmediato el tema del triángulo terrestre, implícito en el punto 266?... Respuesta tentativa N° 1: porque estaba pensando que, además de la ganancia marítima, debía mostrar una ganancia terrestre de carácter simbólico. Un equivalente al pequeño territorio montañés de Tiwinza, que Fujimori dejó en manos de los ecuatorianos tras la guerra del Cenepa, en un acuerdo que cambió el talante de esa relación bilateral. Respuesta tentativa N° 2: porque ese arenal de tres hectáreas es una pieza estratégica de lego, que taponea un eventual corredor boliviano hacia el mar, pactado entre Chile y Bolivia sin el previo acuerdo del Perú)
Simultáneamente, el presidente Piñera informó a la nación desde el umbral del palacio de La Moneda, donde se avizoraba, borroso, el monumento a Diego Portales. Dijo que el fallo reconocía la existencia de un límite marítimo por el paralelo y “adicionalmente, ha confirmado que ese paralelo pasa por el Hito 1 y no por el punto 266”. Eso, agregó, “ratifica nuestro dominio sobre el triángulo terrestre respectivo”. En cuanto al recorte del paralelo hasta la milla 80, enfatizó que “Chile discrepa profundamente de esta decisión de la Corte” y que los 22 mil kilómetros cuadrados aproximadamente que el país debe ceder “constituyen una lamentable pérdida”. Terminó manifestando que “Chile cumplirá y hará cumplir el fallo”.
El jueves 30 de enero tuve oportunidad de entrevistar telefónicamente, para este libro, al canciller chileno Alfredo Moreno.
- ¿Contento porque nos fue más o menos? – le pregunté.
- Ganamos un punto de principios muy importante - respondió, aludiendo al binomio paralelo / Hito 1.
Pero, haber salvado la cara de los principios no le impedía lamentar el abrupto corte de las 80 millas, “sin fundamento jurídico alguno”. Sobre el futuro del pequeño triángulo terrestre con vértice en el Hito 1, que Humala consideró como tema pendiente el mismo día del fallo, dijo que mejor era no sobredimensionarlo. En un giro hiperbólico, agregó no entender por qué tantos gobiernos peruanos anteriores “regalaron esas 3 hectáreas a Chile”.
El día anterior yo había escuchado decir a un connotado jurista chileno que “la sentencia no se entiende por sí sola”. Además, él creía que la CIJ se equivocó al considerar entre sus fuentes el memorándum de Bákula. Obviamente, no había leído la parte primera de este libro y pensaba que aquel experimentado diplomático vino a Chile por decisión propia, para un “sondeo de iniciativa personal”. En todo caso, se resignó estoico ante lo inapelable: “debemos aceptar que 80 millas no es un desastre”.
Días después escuché a Piñera decir, ante un auditorio de expertos, que Chile necesita “una nueva Cancillería” y que enviará un proyecto de ley al respecto antes de terminar su mandato. También aludió a una “agenda de futuro” con el Perú, en beneficio de ambos pueblos. Entretanto, la Presidenta electa Michelle Bachelet le tendió una mano compatriota, reconociendo, sencilla y clara, que Chile siguió en La Haya una política de Estado. La pérdida era dolorosa, pero la CIJ había reconocido los “pilares de la defensa chilena” y ella trabajaría para que el fallo se implementara de manera gradual y concertada. Asumiendo así su corresponsabilidad, atajó a partidarios suyos, ansiosos de culpabilizar al gobierno de Piñera.
Hernán Felipe Errázuriz, presidente del Consejo Chileno de Relaciones Internacionales, no ocultó su malestar en El Mercurio del 2 de febrero. Para él, la sentencia fue incoherente, arbitraria y equivocada. No descartaba que el paralelo quebrado en la milla 80 haya sido una transacción entre jueces que postulaban extensiones mayores y menores. “Fue un conejo que sacaron del sombrero”. Llevado por un reflejo gremial –él es un abogado de prestigio- propuso crear una agencia permanente, con abogados chilenos y extranjeros “de la mayor calidad”, para la defensa de los intereses nacionales ante los tribunales internacionales. Una especie de Consejo de Defensa del Estado para el exterior. Sin embargo, a renglón seguido reconoció que “en éste, como en todos los juicios relevantes, a veces la dimensión política supera a la jurídica”.
Ese mismo día mi ex alumna Paz Zárate –hoy experta internacional en Derecho Internacional- escribía en el diario La Tercera que la CIJ había fallado conforme a derecho, que “no es una ciencia exacta”. Las partes no se habían fundado en un acuerdo tácito, sino en el fuerte concepto de los tratados y, desde tal perspectiva, “nuestro límite marítimo no era claro”. Aceptó que el fallo nos podía doler pero, de manera compensatoria, daba certeza jurídica a nuestra frontera marítima. Agregó una reflexión extralegal: “esto no debe eximirnos de un autoexamen de lo realizado en política exterior y en particular en la relación con nuestros vecinos”. Pensaba, quizás, en que los dos jueces latinoamericanos de la CIJ (exceptuando al juez ad hoc de Chile) habían votado por el paralelo quebrado.
También el 2 de febrero y coincidiendo con los criterios de la parte primera de este libro, el columnista de El Mercurio Joaquín García-Huidobro escribió que “lo mejor es arreglar los problemas antes de que lleguen a las cortes internacionales”. Evocó la importancia de una diplomacia realmente profesional y criticó la debilidad de las tareas de inteligencia: “da la impresión de que las ingeniosas maniobras que, por largos años, desplegó Perú para obtener el triunfo parcial del pasado lunes nos tomaron por sorpresa”. Mentalmente recordé el libro pionero de Faura, que ningún chileno analizó y la misión de Bákula, que ningún servicio procesó.
Desde Quito llegó la voz del presidente Rafael Correa. Tras su hábil maniobra para consolidar la frontera marítima ecuatoriano-peruana, evitando comprometerse con Chile, felicitaba a ambos países “por haber superado tan grave diferendo de forma pacífica, recurriendo al sistema jurídico internacional”. Su canciller, Ricardo Patiño, estimó del caso agregar que las fronteras del Ecuador quedaron definidas durante el período de Correa “manteniendo la amistad con Chile y Perú”.
En la Paz, el presidente Morales había anticipado que ningún fallo afectaría la demanda boliviana pero, después del 27 de enero, analistas solventes dijeron que la posición de Bolivia se había deteriorado. Algunos sugirieron que Chile debía apresurarse a hacer una propuesta “concreta”, que Morales negociaría con Bachelet. El ex presidente Carlos Mesa, más realista, apuntó que el Perú debía participar en la decisión. Un sabio amigo de este autor no quiso comentar el tema que le propuse: cómo el fallo dejó a Bolivia 80 millas más lejos de una salida soberana al mar.
Fueron todas reacciones inmediatas, que dejaron en la opacidad el gran tema de fondo: cómo la CIJ realizó, unilateramente y de facto, la negociación que chilenos y peruanos no quisieron o no se atrevieron a concretar. Los primeros, en aras de una doctrina no escrita según la cual los temas de soberanía son innegociables. Los segundos, por plantear como negociación lo que en esencia era un ultimátum: o negociamos un tratado de frontera marítima específica o los demandamos ante la CIJ. De paso, en ese rol de negociadores subrogantes, los jueces demostraron que su apoliticidad no significa poner caras de espanto ante las motivaciones políticas de las partes. Más bien consiste en informarse de todo lo que es políticamente relevante, evitando que sus sentencias traicionen una posición política preconcebida.
Finalmente y aunque suene duro, el fallo me confirmó que hay algo de perverso en la idea de salvar determinados principios jurídicos, aunque sea a costa del patrimonio de todos. Eso bien puede confundirse con la tendencia chilena al fetichismo del derecho, que he analizado en éste y otros trabajos y que han denunciado, con agudeza, los clásicos del arte de la diplomacia.
Por eso, en Chile muchos hoy están especulando si no nos habría ido mejor con una negociación diplomática inteligente, que partiera despejando las motivaciones políticas de la controversia. Los académicos, por su lado, están diciendo que ya es hora de entender la relación dinámica entre el derecho, la diplomacia y la defensa y el rol central que juega la negociación en cualquier controversia internacional.
Vale la pena tenerlo presente y no sólo para mejor enfrentar el desafío de Bolivia. Más bien para dejar de parlotear sobre “tratados intangibles” y hacer una mantención político-diplomática permanente a los tratados que conforman nuestro sistema de seguridad internacional. Para no seguir actuando como si en un estanco de nuestra política vecinal estuviera la negociación de los temas comerciales y, en otro, la innegociabilidad de los temas políticos importantes.
De no entender lo señalado, corremos el riesgo de que los diplomáticos profesionales del futuro nos interpelen con una nueva paráfrasis de Clemenceau: los conflictos de soberanía son asuntos demasiado serios, como para dejarlos en manos de los abogados.
[[1]]url:#_ftnref1 Como escribiera un destacado diplomático peruano, el nuevo derecho debía asegurar “la preservación y aprovechamiento de los recursos depredados”. V. Nicolás Roncagliolo, Prospettive del Diritti del Mare all’alba del XXI secolo, Instituto Italo-latinoamericano, Roma, 1999, pg. 48.
[[2]]url:#_ftnref2 Para un análisis sobre la tácita aceptación del Hito 1 como límite jurídico y real del espacio terrestre chileno-peruano, V. mi libro De Charaña a la Haya… cit., pgs.132-137.
[[3]]url:#_ftnref3 Juan Miguel Bákula, El Perú en el reino ajeno… cit, pgs. 623-649.
[[4]]url:#_ftnref4 El tema lo desarrollé en diversos textos periodísticos y en mi libro De Charaña a La Haya… cit., pgs. 43-58.
[[5]]url:#_ftnref5 El texto de Alvaro Vargas Llosa, pensado para publicarse simultáneamente en medios de Chile y el Perú, sólo fue publicado por el diario La Tercera, de Chile, el 15.12.2012.
[[6]]url:#_ftnref6 Según el fallo, se trata de un concepto acuñado por un “experto peruano”, autor de “un libro publicado en 1947”.
Bitácora
CON EL FALLO A LA VISTA
José Rodríguez Elizondo
En vísperas de la sentencia de Corte Internacional de Justicia, agregué el último capítulo de la saga sobre el pleito chileno-peruano (republicada en este blog). Escribí que, "salvo caso de fallo aberrante", podría abrirse una nueva y mejor etapa en la relación bilateral y, por añadidura, subregional. El fallo, emitido el 27 de enero, está siendo discutido en nuestros países, pero trató de ser salomónico y, por ende, nadie ha dicho que es aberrante. Ergo, la ventana de oportunidad ya se abrió y corresponde a los estadistas liderar un futuro mejor.
Publicado en La Segunda del 25 de enero de 2014
El Tratado con Chile es el hecho capital entre los muchos hechos notables que en diez años ha realizado mi Gobierno.
Augusto Leguía, Presidente de Perú. Mensaje al Congreso Nacional, 12.10.1929.
La defensa no solamente debe ser jurídica ante el Tribunal de la Haya, sino que debe haber también una defensa política, una defensa diplomática, un esfuerzo comunicacional…
Candidato presidencial Sebastián Piñera, 27.10.2009. Exposición ante el Consejo Chileno de Relaciones Internacionales.
¡Qué contrasentido sería que pusiéramos un país en medio de Chile y Perú!
Canciller Alfredo Moreno. Exposición en Academia Diplomática de Perú, 5.3.2013.
A fines del gobierno de Michelle Bachelet las cuerdas separadas con Perú estaban deshilachadas. Los designios de Alan García eran impredecibles y autoridades chilenas calificaron su demanda marítima de 2008 ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) como un “gesto inamistoso”. Como esto iba a contramano de una resolución expresa de la ONU, creció la suspicacia triunfalista de algunos peruanos. Juraban que Chile produciría un “ataque preventivo” para no cumplir un fallo adverso. El intelectual militar más importante, general Edgardo Mercado Jarrín, declaró que “vivimos uno de los momentos más críticos de la relación desde la guerra de 1879”. Altos oficiales militares, comprendido un ex ministro de Defensa, pasaron a retiro llamando a prepararse para resistir y señalaron, como objetivos chilenos ocultos, el gas, el agua y el cobre peruanos. El general Edwin Donayre incluso agregó una chanza macabra contra Chile. García, para dar explicaciones por ese desplante a “mi amiga Michelle”, sometió a la Presidenta de Chile a la ordalía del teléfono abierto ante su Gabinete. Eso puso fin a la poca cordialidad interpresidencial que subsistía. Luego, tras proclamar que “nacionalistas somos todos”, García hizo de un caso de espionaje, negado por Chile, el equivalente del asesinato del archiduque de Austria. Subido por ese chorro, calificó al nuestro como un país acomplejado a nivel de “republiqueta”. La civilidad chilena y su clase política se indignaron, pero sin jamás sospechar que habíamos entrado en curso de colisión.
OPCIONES DEL CANDIDATO PIÑERA
Henry Kissinger dice en sus memorias que, una vez instalados en el gobierno, los líderes no tienen tiempo para estudiar. Ahí “lo urgente se impone a lo importante” y deben girar con cargo a sus conocimientos acumulados.
Sebastián Piñera candidato debió conocer ese párrafo, pues se preparó a concho sobre el tema internacional más urgente: la demanda peruana y, por añadidura, la presión boliviana. Dejó constancia de ello el 27 de octubre de 2009, cuando expuso –como los otros candidatos- ante el Consejo Chileno de Relaciones Internacionales (CCRI). “Fue la mejor presentación, lejos”, dijo después Gabriel Valdés, entonces Presidente de ese organismo.
Revisado su texto con ojos actuales, parece claro que Piñera visualizaba dos opciones polares respecto al Perú. Una, continuista y nacionalista, inducía a privilegiar el orgullo patrio, sosteniendo la acusación de enemistad por la demanda y asumiendo el “gallito” planteado por el robusto García. De ello surgía una panoplia de variables: terminar con lo que quedaba de las “cuerdas separadas”; convocar al embajador chileno y retenerlo sine die; evitar pronunciamientos respecto al cumplimiento del fallo; criticar públicamente la facilidad con que la CIJ sobrepasa su competencia; definir las medidas disuasivas disponibles en el nivel técnico; publicar un “libro blanco” que en el Perú se leyera como negro… En suma, mantener la corta distancia entre el amurramiento y la hostilidad, sin achicarse ante el fantasmón de lo innombrable.
La otra opción era una mezcla de continuidad jurídica con rectificación política, que obligaba a remendar las cuerdas separadas -con ayuda de García-, resignarse al interés nacional específico de Ecuador (“al doble juego de Rafael Correa”, dicen otros) y reconocer que los errores no forzados, cometidos desde 1986, también fueron política de Estado.
Frustrante para el orgullo, riesgosa para la popularidad del gobierno e incierta desde la aparición de Humala, la opción segunda era la aplicación de un desconcertante aforismo israelí: “cuando estás ante un callejón sin salida, la única salida está en el callejón”. Como tal, exigía sofisticación diplomática, realismo político y un combinado de audacia con humildad. La primera, para zafar del inmovilismo inducido por la aparición de los solemnes –y aparentemente susceptibles- jueces de la CIJ. La segunda, para no mezclar la innovación con el reproche a los gobiernos anteriores.
APUESTA CALCULADA
Piñera Presidente asumió, rápido, la segunda opción. Esta le permitiría generar acciones políticas y diplomáticas, que reflejaran su personalidad hiperkinética, su escasa aversión al riesgo y, obvio, sus planteamientos críticos ante el CCRI.
Para estos efectos, contaba con su canciller Alfredo Moreno, empresario con vasta experiencia internacional y ampliamente desconocido por la clase política chilena. También creía contar con la simpatía de García, a quien había visitado en Palacio Pizarro, antes de su campaña electoral. A esa altura, el apabullante líder peruano había pasado desde el ideologismo aprista a la pragmática del poder y se llevaba mejor con los empresarios políticos que con los políticos a secas.
El problema real era el ex coronel Ollanta Humala, quien ya se probaba la banda presidencial ante el espejo. Apostar a su buena voluntad parecía temerario pero, muy en su carácter, Piñera decidió hacerlo. Barruntaba que su antichilenismo de familia se subordinaría al pragmatismo militar y al interés nacional peruano. Humala Presidente no se daría el gustito de un encontronazo con Chile, que paralizara el visible despegue económico de su país, del cual dependía el potenciamiento castrense.
En cuanto al contencioso en trámite, la opción tomada obligaba a poner buena cara al mal tiempo, someterse a la suerte de los escritos y entender, parafraseando a San Alberto Hurtado, que el fallo sería acatado “hasta que duela”. En el fondo del callejón estaba (¡quizás!) la recompensa de una relación renovada con el Perú, que recuperara el buen espíritu de 1929, potenciara el desarrollo común y, por añadidura, contuviera la errática agresividad de Evo Morales.
JUEGO DE SEÑALES
Para pavimentar su vía, Piñera envió dos señales a la Concertación. La primera fue desentenderse de la Contramemoria, enviada a La Haya por Bachelet días antes de su toma de posesión. Fue una decisión entre fría y enojosamente calculada. El embajador ® José Miguel Barros –agente de Chile en el caso Beagle- le había sugerido pedir a la CIJ, a través del gobierno en funciones, una prórroga del plazo, para participar en la elaboración del documento. El Presidente electo se negó de manera frontal: “Se ha decidido continuar el tema como venía manejándose”, fue su respuesta. Decodificación posible: él se amarraba a lo técnico-jurídico consumado, quedaba libre en lo político y dejaba establecida una clara corresponsabilidad en los resultados.
La segunda señal fue mantener a los agentes y al equipo de abogados designado y contratado por Bachelet. Se limitó a incluir dos juristas de su confianza y a ampliar el comité de asesores, para asegurarse un pensamiento más plural (o menos único). Simultáneamente, el canciller Moreno se abrió a una política informativa moderna, con cuentas periódicas y uso de nuevas tecnologías También estimuló la investigación académica de sus diplomáticos respecto a temas tan político-estratégicos, como los vecinales. Con ello matizaba el juridicismo unidimensional y ponía fin a décadas de excesiva prudencia intelectual.
Respecto a García, el nuevo Presidente comenzó con una importante señal tácita. Se produjo en “la previa” presidencial peruana, cuando dejó sin respuesta una carta que Humala -en cuanto líder nacionalista- le entregara en Lima el 25.11.2010. Ahí, su futuro homólogo manifestaba desconfianza respecto al cumplimiento chileno del fallo y afirmaba que “sería un gesto noble reconocer la responsabilidad histórica de Chile en la agresión contra el Perú de 1879”. Esto significaba, de paso, devolver las reliquias, libros y demás bagaje histórico que se encuentra en Chile, como “trofeos de guerra”. Junto con esa queja del siglo XIX, conminaba a Piñera a dar satisfacciones por un caso del siglo XX: “la venta ilegal de armas de su país a Ecuador, durante el conflicto del Cenepa en 1995”. Agregaba a esa bitácora de agravios una recriminación que alcanzaba al siglo actual: el espionaje chileno a la Fuerza Aérea del Perú. Para reforzar la andanada, invocaba el reciente gesto de humildad de la Presidenta Cristina Fernández, relacionado con el trasiego argentino de armas para Ecuador, durante el mismo conflicto del Cenepa: “En un acto que honró su visita a nuestro país, tuvo un mensaje de desagravio y reparación con los peruanos por un hecho similar”.
Mérito de Piñera fue ignorar esa carta, que colocaba la relación bilateral sobre una plataforma de beligerancia tricentenaria. El filtraje a los medios se produjo en el propio Perú y Humala pudo percibir el cortés escalofrío en Torre Tagle, el silencio de los expertos y una aterida expresión de orgullo nacionalista ante su “aporte”. Al parecer, ahí comenzó a entender que, como dicen los peruanos, “una cosa es con guitarra y otra es con cajón”.
ENTRE LA DISTENSION Y LA INTEGRACION
La primera innovación en la política hacia Perú fue indirecta: la ratificación de que no había condiciones para ceder a Bolivia soberanía sobre parte de Arica. Para buenos entendedores peruanos, esto comprometía a Chile a evitar un nuevo “charañazo”. Por añadidura, interrumpía el proceso asociativo entre Perú y Bolivia, inspirado por Manuel Rodríguez Cuadros, ex canciller de Alejandro Toledo, ideólogo de la demanda y embajador de Alan García en Bolivia. Este especialísimo diplomático había enseñado a Morales que la demanda marítima peruana era la llave para abrir el metafórico candado de su mediterraneidad. Según fuentes bolivianas, también ofreció asesoría técnica.
La segunda señal se produjo cuando Piñera, García y luego Humala, declararon a voz en cuello, en diversas oportunidades, que ambos países cumplirían cualquier fallo. Así disminuyó el triunfalismo con desconfianza de los peruanos y se revocó el “amurramiento” chileno de 2008. Como efecto inmediato, en Chile comenzó a germinar la idea de que, si no había ninguna posibilidad de ganancia geográfica u oceánica, sí podía haber ganancias compartidas en los niveles del desarrollo, la paz con seguridad y la eventual integración.
La tercera señal se relacionó con lo último y fue de alcance tetranacional: el lanzamiento, en abril de 2011, de la Alianza del Pacífico, con Chile, Perú, México y Colombia como fundadores. Notable, pues el país demandante y el país demandado se unían en una empresa integracionista, como si ya no hubiera riesgo de regresión. El proyecto lo había lanzado García, como alternativa tácita al ideologizado y presionante grupo de países del ALBA.
Eso no fue todo. Hubo una cuarta señal que abrochó la secuencia, con un fuerte pero asordinado impacto geoestratégico. Se emitió el 5 de marzo de 2013, en un párrafo del discurso que pronunciara el canciller Moreno ante la Academia Diplomática del Perú:
Tenemos que tener las cartas sobre la mesa, y eso es lo que Chile ha hecho. Para resumirlo, Chile no está dispuesto a perder su frontera con el Perú, es tan simple como eso.
Augusto Leguía y Conrado Ríos Gallardo, negociadores del Tratado de 1929, habrán dado un brinco en sus tumbas. Ese párrafo -inadvertido por la opinión pública y tapado por informaciones posteriores- significaba que Chile y el Perú volvían a la ortodoxia del artículo 1° del Protocolo Complementario: no habría “zona tampón” boliviana entre Chile y Perú.
MIENTRAS TANTO, EN LA HAYA
En medio de la mutación política, los abogados de Chile y Perú produjeron los voluminosos textos de rigor –Memoria, Contramemoria, Réplica y Dúplica- y desempeñaron sus roles orales ante la CIJ, con togas, pelucas y mucha circunspección.
Los textos-papel esperan sintetizadores con arte, para salir a la calle en misión docente. Eso tomará tiempo. Mientras tanto, la transmisión de los alegatos por televisión llenó y superó ese cometido. Fue una superprodución que nos hizo vivir como espectadores de una película de tribunales y conocer, de oídas, los issues principales del litigio: existencia o inexistencia de tratados limítrofes, ubicación y rol del hito N°1, hito Concordia y orilla del mar, paralelo de latitud o bisectriz equitativa, fórmula del arco de círculos, “triángulo exterior” y alta mar, actos propios que comprometen al Estado… etc.
Esa escenificación de la complejidad del Derecho sumada a la elocuencia de los empelucados y la grata caballerosidad entre los superagentes Alberto Van Klaveren y Allan Wagner, produjo un impacto sicosocial en diferido que se recicló con la distensión protagonizaba por los políticos. Los chilenos percibieron que si bien el caso peruano era una construcción, como decían los abogados oficiales… sus materiales no eran precarios. Los peruanos sospecharon que los publicistas oficiales habían exagerado: no podía ser que, de puro expansionistas, los chilenos les hubieran birlado un pedazo de mar, que era peruano desde el Génesis.
En definitiva, el tema era más difícil de entender que un partido de fútbol y la emoción patriótica no bastaba para evaluarlo. Fue así como casi todos comenzaron a dudar.
REFLEJO EN LAS ENCUESTAS (recuadro)
La duda en progresión fue contrastada por diversas encuestas. La de la Universidad Católica / Adimark, de 2006-2010, había mostrado a los chilenos alineados en una posición contraria a la del gobierno. Un 73% estimaba que, aunque el tribunal fallara en su contra, “Chile no debería ceder territorio marítimo a Perú”. Quienes estaban por aceptar el fallo y ceder territorio marítimo eran sólo un 18%. En diciembre de 2012, una encuesta del diario La Segunda y la Universidad del Desarrollo mostró un cambio cualitativo. Aunque se mantenía un alto optimismo respecto a un fallo favorable (82%), ahora había una mayoritaria aceptación (54%) a que Chile acatara cualquier fallo y sólo un 44% sostenía lo contrario. Paralelamente, mostraba una alta aprobación a los actores de la primera línea en lo judicial y en lo político: abogados, canciller Moreno y Presidente Piñera.
A partir de 2008, junto con encuestas peruanas que mostraban la certeza de una victoria judicial y una profunda desconfianza en que Chile cumpliera el fallo, había advertencias tan escalofriantes como la del general ® Roberto Chiabra, ministro de Defensa de Alejandro Toledo: “si el fallo de La Haya favorece al Perú, la probabilidad de una guerra con Chile sería alta”.
Tras los alegatos, la sana duda también comenzó a instalarse en Perú. El pasado 30 de junio, una encuesta de la empresa GfK, publicada por el diario La República, reflejó la cuantía del cambio: el 85% de los peruanos sondeados considera que “lo mejor que podría suceder para ambos países es que la controversia en torno al límite marítimo se resuelva de una buena vez, sea cual fuere el resultado”. El 82% está de acuerdo con “un futuro de cooperación”, el 90% cree que “peruanos y chilenos deben tener respeto mutuo” y el 76% expresa que “el Perú y Chile deben incrementar sus relaciones económicas y comerciales”.
JUEGO DE POSIBILIDADES
Según cálculo de los que saben, el fallo de la CIJ debía producirse a mediados de julio de 2013. El día 17, decían los superenterados. Próximos a esa fecha, la política de continuidad judicial con rectificación política de Piñera, más la recuperación de la prudencia de García y el pragmatismo de Humala, habían distendido la relación en las cúpulas. Esto, a su vez, había producido un real “efecto-chorreo”: el secretismo retrocedía y se enriquecía el debate académico, civil y militar en ambos países. Paralelamente, la paradiplomacia de los ex cancilleres, líderes de partidos políticos, parlamentarios incumbentes y dignatarios religiosos, comenzaba a alinearse de manera más prolija con las diplomacias oficiales.
En ese nuevo clima, ya pudo hablarse con realismo y sin que sonara a debilidad patriótica, sobre las tres grandes opciones de la CIJ: Darle plena razón al demandante, darle plena razón al demandado y dar una parte de la razón a cada uno. También se detectó que la última opción, escarmenada, contenía a lo menos seis sub-opciones: 1) mantener el paralelo del hito N°1 donde está, según coordenadas chilenas, 2) "bajarlo" hasta el punto Concordia, según coordenadas peruanas, 3) mantener el paralelo chileno, pero sólo hasta 12 millas contadas desde el hito N°1, 4) mantener el paralelo alternativo hasta 12 millas, pero contadas desde el punto Concordia, 5) aceptar tesis peruana de la bisectriz con origen en el punto Concordia y 6) aceptar la bisectriz, pero sólo a partir de las 12 millas de las versiones 3 y 4 del paralelo. Nota: las subopciones 3 y 4 podrían o no generar bisectrices al término de las 12 millas. Las subopciones 5 y 6, a su vez, generan la sub-subopción de los posibles grados de las bisectrices respecto al paralelo (y su punto de origen). Esto abriría una gama teóricamente infinita de posibilidades. Para mejor especulación, también aparecía una séptima opción que, para muchos, dependía de si se abrían las distintas variables de bisectriz. En tal caso, podría atenderse o no la petición peruana de derechos sobre el llamado "triángulo exterior", que para Chile y la oceanografía mundial hoy es alta mar.
¿ADIÓS AL CARIÑO MALO?
El 17 de junio de 2013, los presidentes de los partidos políticos chilenos, con la presencia del embajador peruano Carlos Pareja, firmaron el compromiso de respetar el fallo de la CIJ, que parecía estar a una distancia de 30 días. A la vuelta de la esquina. Cuatro días después, en la Moneda, Piñera, Moreno, los agentes chilenos y los representantes de las comisiones de relaciones exteriores de ambas ramas del Congreso, se reunieron para abordar los eventuales resultados y los posibles escenarios futuros. El diputado socialista Juan Pablo Letelier, sintetizó el espíritu del encuentro diciendo que dicho fallo debía recibirse “con una voz única y por ningún motivo politizarlo y utilizarlo en ningún contexto de contienda electoral”. Similar criterio manifestó el senador Ignacio Walker, Presidente de la Democracia Cristiana y ex canciller de Lagos: “Aquí no hay juego de gobierno y oposición, derecha e izquierda”.
En el Perú se produjeron efectos similares. Humala empezó a cuidarse de las tacadas con carambola antichilena que le venía propinando Morales. Sus generales dejaron de marchar al retiro, con bandas de guerra tocando a zafarrancho. Los empresarios suspiraron aliviados, pues la mejor relación les permitiría sostener sus mejores negocios. Los líderes de los principales partidos políticos, con la previsible excepción del “fujimorismo”, entregaron al embajador chileno Fabio Vío una declaración equivalente al compromiso de sus homólogos chilenos.
El nuevo talante ya había favorecido una mirada prudente, en circunstancias tan explosivas como la del desplazamiento de minas en la frontera terrestre y un tratamiento simplemente administrativo para nuevos sospechosos de espionaje. También soportó que la declaración de los líderes políticos peruanos describiera el contencioso como “el diferendo marítimo que nuestros países han entregado a su determinación (de la CIJ)”. Era un evidente acomodo de la realidad, pues Chile no recurrió a la CIJ de consuno con el Perú, sino todo lo contrario. Por otra parte, impulsó la reactivación de mecanismos integracionistas dormidos, como las reuniones del “2 + 2” (ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa) y las biministeriales del Consejo de Integración Social. En ese contexto, no fue traumático el súbito relevo del canciller Rafael Roncagliolo, quien había trabajado en buena armonía con Moreno. Su sucesora, Eda Rivas, encontró todo tan bien encaminado que el 18 de junio, tras la declaración de los líderes políticos de su país, describió “un magnífico clima con Chile”.
Si el fallo de la CIJ se hubiera producido en ese contexto, enfrentarlo habría sido bastante menos complicado para las partes. Era el momentum. Una brecha positiva en el tiempo, difícilmente repetible. Una oportunidad que resaltaba aún más a tenor de la enojosa experiencia del reciente fallo de la CIJ sobre islas y mares, entre Nicaragua y Colombia. Sin embargo, todas esas consideraciones extrajurídicas fueron irrelevantes para los jueces. Abruptamente, el secretario de la Corte comunicó, por teléfono, a las embajadas de Chile y el Perú en Holanda, que la sentencia “no se conocerá en julio”. Para hacer más autoritario y burocrático el momento, tampoco dio fecha exacta posterior, dando por subentendido que no podría ser en agosto, el mes de vacaciones de sus togados jefes.
Inevitablemente, se produjo un principio de regresión. El canciller chileno Una tensión dentro de la distensión. Hubo actores políticos y diplomáticos, peruanos y chilenos, que actuaron como el león sordo de la fábula. Unos recuperaron la onda de la enemistad de 2008 y otros, la del triunfalismo incólume, pronosticando partes del fallo. Esto indujo a los analistas a reestudiar la tabla de posibilidades, adjudicando significados distintos y antagónicos al retardo de los jueces: unos pronosticaban que fallo sería desfavorable para Chile, pues para mantener el statu quo no se necesitaba más tiempo. Otros decían que sería desfavorable para el Perú, pues no se daba con la fórmula para destrabar de la masa contenciosa un elemento aislable, que permitiera salvar la cara de los demandantes.
Conclusión provisional y cautelosa: Hasta aquí íbamos bien. Superando los fatalismos geoestratégicos, se pudo cambiar el mal rumbo que la civilidad se empeñaba en ignorar, bajaron los decibeles triunfalistas en Lima y se demostró que la arrogancia no es una característica absoluta del homo chilensis. El perjudicado individual –el damnificado símbolo- sería Evo Morales. En vez de un curso de colisión acelerado, que le abriera una oportunidad crítica para llegar al mar, se encontró con una reposición del blindaje chileno-peruano consignado en el Protocolo Complementario de 1929.
Salvo caso de fallo aberrante el 27 de este mes, emitido por jueces que también actúen como leones sordos, aún puede decirse decirse que chilenos y peruanos estamos ante una buena oportunidad para alejarnos del cariño malo. El problema estructural es que el fallo sólo solucionará lo que puede jurídicamente solucionar, sin tocar las motivaciones. Esto significa que son los estadistas de ambos países quienes deben asumir la relación de la demanda con los Acuerdos de Charaña y de éstos con el Protocolo Complementario de 1929 y las expectativas bolivianas. Todo lo cual supone entender, de una vez por todas, el rol que ha jugado (y sigue jugando) Arica, desde el mero nacimiento de Bolivia.
Pero esa es otra historia, que en otro suplemento podríamos contar.
El Tratado con Chile es el hecho capital entre los muchos hechos notables que en diez años ha realizado mi Gobierno.
Augusto Leguía, Presidente de Perú. Mensaje al Congreso Nacional, 12.10.1929.
La defensa no solamente debe ser jurídica ante el Tribunal de la Haya, sino que debe haber también una defensa política, una defensa diplomática, un esfuerzo comunicacional…
Candidato presidencial Sebastián Piñera, 27.10.2009. Exposición ante el Consejo Chileno de Relaciones Internacionales.
¡Qué contrasentido sería que pusiéramos un país en medio de Chile y Perú!
Canciller Alfredo Moreno. Exposición en Academia Diplomática de Perú, 5.3.2013.
A fines del gobierno de Michelle Bachelet las cuerdas separadas con Perú estaban deshilachadas. Los designios de Alan García eran impredecibles y autoridades chilenas calificaron su demanda marítima de 2008 ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) como un “gesto inamistoso”. Como esto iba a contramano de una resolución expresa de la ONU, creció la suspicacia triunfalista de algunos peruanos. Juraban que Chile produciría un “ataque preventivo” para no cumplir un fallo adverso. El intelectual militar más importante, general Edgardo Mercado Jarrín, declaró que “vivimos uno de los momentos más críticos de la relación desde la guerra de 1879”. Altos oficiales militares, comprendido un ex ministro de Defensa, pasaron a retiro llamando a prepararse para resistir y señalaron, como objetivos chilenos ocultos, el gas, el agua y el cobre peruanos. El general Edwin Donayre incluso agregó una chanza macabra contra Chile. García, para dar explicaciones por ese desplante a “mi amiga Michelle”, sometió a la Presidenta de Chile a la ordalía del teléfono abierto ante su Gabinete. Eso puso fin a la poca cordialidad interpresidencial que subsistía. Luego, tras proclamar que “nacionalistas somos todos”, García hizo de un caso de espionaje, negado por Chile, el equivalente del asesinato del archiduque de Austria. Subido por ese chorro, calificó al nuestro como un país acomplejado a nivel de “republiqueta”. La civilidad chilena y su clase política se indignaron, pero sin jamás sospechar que habíamos entrado en curso de colisión.
OPCIONES DEL CANDIDATO PIÑERA
Henry Kissinger dice en sus memorias que, una vez instalados en el gobierno, los líderes no tienen tiempo para estudiar. Ahí “lo urgente se impone a lo importante” y deben girar con cargo a sus conocimientos acumulados.
Sebastián Piñera candidato debió conocer ese párrafo, pues se preparó a concho sobre el tema internacional más urgente: la demanda peruana y, por añadidura, la presión boliviana. Dejó constancia de ello el 27 de octubre de 2009, cuando expuso –como los otros candidatos- ante el Consejo Chileno de Relaciones Internacionales (CCRI). “Fue la mejor presentación, lejos”, dijo después Gabriel Valdés, entonces Presidente de ese organismo.
Revisado su texto con ojos actuales, parece claro que Piñera visualizaba dos opciones polares respecto al Perú. Una, continuista y nacionalista, inducía a privilegiar el orgullo patrio, sosteniendo la acusación de enemistad por la demanda y asumiendo el “gallito” planteado por el robusto García. De ello surgía una panoplia de variables: terminar con lo que quedaba de las “cuerdas separadas”; convocar al embajador chileno y retenerlo sine die; evitar pronunciamientos respecto al cumplimiento del fallo; criticar públicamente la facilidad con que la CIJ sobrepasa su competencia; definir las medidas disuasivas disponibles en el nivel técnico; publicar un “libro blanco” que en el Perú se leyera como negro… En suma, mantener la corta distancia entre el amurramiento y la hostilidad, sin achicarse ante el fantasmón de lo innombrable.
La otra opción era una mezcla de continuidad jurídica con rectificación política, que obligaba a remendar las cuerdas separadas -con ayuda de García-, resignarse al interés nacional específico de Ecuador (“al doble juego de Rafael Correa”, dicen otros) y reconocer que los errores no forzados, cometidos desde 1986, también fueron política de Estado.
Frustrante para el orgullo, riesgosa para la popularidad del gobierno e incierta desde la aparición de Humala, la opción segunda era la aplicación de un desconcertante aforismo israelí: “cuando estás ante un callejón sin salida, la única salida está en el callejón”. Como tal, exigía sofisticación diplomática, realismo político y un combinado de audacia con humildad. La primera, para zafar del inmovilismo inducido por la aparición de los solemnes –y aparentemente susceptibles- jueces de la CIJ. La segunda, para no mezclar la innovación con el reproche a los gobiernos anteriores.
APUESTA CALCULADA
Piñera Presidente asumió, rápido, la segunda opción. Esta le permitiría generar acciones políticas y diplomáticas, que reflejaran su personalidad hiperkinética, su escasa aversión al riesgo y, obvio, sus planteamientos críticos ante el CCRI.
Para estos efectos, contaba con su canciller Alfredo Moreno, empresario con vasta experiencia internacional y ampliamente desconocido por la clase política chilena. También creía contar con la simpatía de García, a quien había visitado en Palacio Pizarro, antes de su campaña electoral. A esa altura, el apabullante líder peruano había pasado desde el ideologismo aprista a la pragmática del poder y se llevaba mejor con los empresarios políticos que con los políticos a secas.
El problema real era el ex coronel Ollanta Humala, quien ya se probaba la banda presidencial ante el espejo. Apostar a su buena voluntad parecía temerario pero, muy en su carácter, Piñera decidió hacerlo. Barruntaba que su antichilenismo de familia se subordinaría al pragmatismo militar y al interés nacional peruano. Humala Presidente no se daría el gustito de un encontronazo con Chile, que paralizara el visible despegue económico de su país, del cual dependía el potenciamiento castrense.
En cuanto al contencioso en trámite, la opción tomada obligaba a poner buena cara al mal tiempo, someterse a la suerte de los escritos y entender, parafraseando a San Alberto Hurtado, que el fallo sería acatado “hasta que duela”. En el fondo del callejón estaba (¡quizás!) la recompensa de una relación renovada con el Perú, que recuperara el buen espíritu de 1929, potenciara el desarrollo común y, por añadidura, contuviera la errática agresividad de Evo Morales.
JUEGO DE SEÑALES
Para pavimentar su vía, Piñera envió dos señales a la Concertación. La primera fue desentenderse de la Contramemoria, enviada a La Haya por Bachelet días antes de su toma de posesión. Fue una decisión entre fría y enojosamente calculada. El embajador ® José Miguel Barros –agente de Chile en el caso Beagle- le había sugerido pedir a la CIJ, a través del gobierno en funciones, una prórroga del plazo, para participar en la elaboración del documento. El Presidente electo se negó de manera frontal: “Se ha decidido continuar el tema como venía manejándose”, fue su respuesta. Decodificación posible: él se amarraba a lo técnico-jurídico consumado, quedaba libre en lo político y dejaba establecida una clara corresponsabilidad en los resultados.
La segunda señal fue mantener a los agentes y al equipo de abogados designado y contratado por Bachelet. Se limitó a incluir dos juristas de su confianza y a ampliar el comité de asesores, para asegurarse un pensamiento más plural (o menos único). Simultáneamente, el canciller Moreno se abrió a una política informativa moderna, con cuentas periódicas y uso de nuevas tecnologías También estimuló la investigación académica de sus diplomáticos respecto a temas tan político-estratégicos, como los vecinales. Con ello matizaba el juridicismo unidimensional y ponía fin a décadas de excesiva prudencia intelectual.
Respecto a García, el nuevo Presidente comenzó con una importante señal tácita. Se produjo en “la previa” presidencial peruana, cuando dejó sin respuesta una carta que Humala -en cuanto líder nacionalista- le entregara en Lima el 25.11.2010. Ahí, su futuro homólogo manifestaba desconfianza respecto al cumplimiento chileno del fallo y afirmaba que “sería un gesto noble reconocer la responsabilidad histórica de Chile en la agresión contra el Perú de 1879”. Esto significaba, de paso, devolver las reliquias, libros y demás bagaje histórico que se encuentra en Chile, como “trofeos de guerra”. Junto con esa queja del siglo XIX, conminaba a Piñera a dar satisfacciones por un caso del siglo XX: “la venta ilegal de armas de su país a Ecuador, durante el conflicto del Cenepa en 1995”. Agregaba a esa bitácora de agravios una recriminación que alcanzaba al siglo actual: el espionaje chileno a la Fuerza Aérea del Perú. Para reforzar la andanada, invocaba el reciente gesto de humildad de la Presidenta Cristina Fernández, relacionado con el trasiego argentino de armas para Ecuador, durante el mismo conflicto del Cenepa: “En un acto que honró su visita a nuestro país, tuvo un mensaje de desagravio y reparación con los peruanos por un hecho similar”.
Mérito de Piñera fue ignorar esa carta, que colocaba la relación bilateral sobre una plataforma de beligerancia tricentenaria. El filtraje a los medios se produjo en el propio Perú y Humala pudo percibir el cortés escalofrío en Torre Tagle, el silencio de los expertos y una aterida expresión de orgullo nacionalista ante su “aporte”. Al parecer, ahí comenzó a entender que, como dicen los peruanos, “una cosa es con guitarra y otra es con cajón”.
ENTRE LA DISTENSION Y LA INTEGRACION
La primera innovación en la política hacia Perú fue indirecta: la ratificación de que no había condiciones para ceder a Bolivia soberanía sobre parte de Arica. Para buenos entendedores peruanos, esto comprometía a Chile a evitar un nuevo “charañazo”. Por añadidura, interrumpía el proceso asociativo entre Perú y Bolivia, inspirado por Manuel Rodríguez Cuadros, ex canciller de Alejandro Toledo, ideólogo de la demanda y embajador de Alan García en Bolivia. Este especialísimo diplomático había enseñado a Morales que la demanda marítima peruana era la llave para abrir el metafórico candado de su mediterraneidad. Según fuentes bolivianas, también ofreció asesoría técnica.
La segunda señal se produjo cuando Piñera, García y luego Humala, declararon a voz en cuello, en diversas oportunidades, que ambos países cumplirían cualquier fallo. Así disminuyó el triunfalismo con desconfianza de los peruanos y se revocó el “amurramiento” chileno de 2008. Como efecto inmediato, en Chile comenzó a germinar la idea de que, si no había ninguna posibilidad de ganancia geográfica u oceánica, sí podía haber ganancias compartidas en los niveles del desarrollo, la paz con seguridad y la eventual integración.
La tercera señal se relacionó con lo último y fue de alcance tetranacional: el lanzamiento, en abril de 2011, de la Alianza del Pacífico, con Chile, Perú, México y Colombia como fundadores. Notable, pues el país demandante y el país demandado se unían en una empresa integracionista, como si ya no hubiera riesgo de regresión. El proyecto lo había lanzado García, como alternativa tácita al ideologizado y presionante grupo de países del ALBA.
Eso no fue todo. Hubo una cuarta señal que abrochó la secuencia, con un fuerte pero asordinado impacto geoestratégico. Se emitió el 5 de marzo de 2013, en un párrafo del discurso que pronunciara el canciller Moreno ante la Academia Diplomática del Perú:
Tenemos que tener las cartas sobre la mesa, y eso es lo que Chile ha hecho. Para resumirlo, Chile no está dispuesto a perder su frontera con el Perú, es tan simple como eso.
Augusto Leguía y Conrado Ríos Gallardo, negociadores del Tratado de 1929, habrán dado un brinco en sus tumbas. Ese párrafo -inadvertido por la opinión pública y tapado por informaciones posteriores- significaba que Chile y el Perú volvían a la ortodoxia del artículo 1° del Protocolo Complementario: no habría “zona tampón” boliviana entre Chile y Perú.
MIENTRAS TANTO, EN LA HAYA
En medio de la mutación política, los abogados de Chile y Perú produjeron los voluminosos textos de rigor –Memoria, Contramemoria, Réplica y Dúplica- y desempeñaron sus roles orales ante la CIJ, con togas, pelucas y mucha circunspección.
Los textos-papel esperan sintetizadores con arte, para salir a la calle en misión docente. Eso tomará tiempo. Mientras tanto, la transmisión de los alegatos por televisión llenó y superó ese cometido. Fue una superprodución que nos hizo vivir como espectadores de una película de tribunales y conocer, de oídas, los issues principales del litigio: existencia o inexistencia de tratados limítrofes, ubicación y rol del hito N°1, hito Concordia y orilla del mar, paralelo de latitud o bisectriz equitativa, fórmula del arco de círculos, “triángulo exterior” y alta mar, actos propios que comprometen al Estado… etc.
Esa escenificación de la complejidad del Derecho sumada a la elocuencia de los empelucados y la grata caballerosidad entre los superagentes Alberto Van Klaveren y Allan Wagner, produjo un impacto sicosocial en diferido que se recicló con la distensión protagonizaba por los políticos. Los chilenos percibieron que si bien el caso peruano era una construcción, como decían los abogados oficiales… sus materiales no eran precarios. Los peruanos sospecharon que los publicistas oficiales habían exagerado: no podía ser que, de puro expansionistas, los chilenos les hubieran birlado un pedazo de mar, que era peruano desde el Génesis.
En definitiva, el tema era más difícil de entender que un partido de fútbol y la emoción patriótica no bastaba para evaluarlo. Fue así como casi todos comenzaron a dudar.
REFLEJO EN LAS ENCUESTAS (recuadro)
La duda en progresión fue contrastada por diversas encuestas. La de la Universidad Católica / Adimark, de 2006-2010, había mostrado a los chilenos alineados en una posición contraria a la del gobierno. Un 73% estimaba que, aunque el tribunal fallara en su contra, “Chile no debería ceder territorio marítimo a Perú”. Quienes estaban por aceptar el fallo y ceder territorio marítimo eran sólo un 18%. En diciembre de 2012, una encuesta del diario La Segunda y la Universidad del Desarrollo mostró un cambio cualitativo. Aunque se mantenía un alto optimismo respecto a un fallo favorable (82%), ahora había una mayoritaria aceptación (54%) a que Chile acatara cualquier fallo y sólo un 44% sostenía lo contrario. Paralelamente, mostraba una alta aprobación a los actores de la primera línea en lo judicial y en lo político: abogados, canciller Moreno y Presidente Piñera.
A partir de 2008, junto con encuestas peruanas que mostraban la certeza de una victoria judicial y una profunda desconfianza en que Chile cumpliera el fallo, había advertencias tan escalofriantes como la del general ® Roberto Chiabra, ministro de Defensa de Alejandro Toledo: “si el fallo de La Haya favorece al Perú, la probabilidad de una guerra con Chile sería alta”.
Tras los alegatos, la sana duda también comenzó a instalarse en Perú. El pasado 30 de junio, una encuesta de la empresa GfK, publicada por el diario La República, reflejó la cuantía del cambio: el 85% de los peruanos sondeados considera que “lo mejor que podría suceder para ambos países es que la controversia en torno al límite marítimo se resuelva de una buena vez, sea cual fuere el resultado”. El 82% está de acuerdo con “un futuro de cooperación”, el 90% cree que “peruanos y chilenos deben tener respeto mutuo” y el 76% expresa que “el Perú y Chile deben incrementar sus relaciones económicas y comerciales”.
JUEGO DE POSIBILIDADES
Según cálculo de los que saben, el fallo de la CIJ debía producirse a mediados de julio de 2013. El día 17, decían los superenterados. Próximos a esa fecha, la política de continuidad judicial con rectificación política de Piñera, más la recuperación de la prudencia de García y el pragmatismo de Humala, habían distendido la relación en las cúpulas. Esto, a su vez, había producido un real “efecto-chorreo”: el secretismo retrocedía y se enriquecía el debate académico, civil y militar en ambos países. Paralelamente, la paradiplomacia de los ex cancilleres, líderes de partidos políticos, parlamentarios incumbentes y dignatarios religiosos, comenzaba a alinearse de manera más prolija con las diplomacias oficiales.
En ese nuevo clima, ya pudo hablarse con realismo y sin que sonara a debilidad patriótica, sobre las tres grandes opciones de la CIJ: Darle plena razón al demandante, darle plena razón al demandado y dar una parte de la razón a cada uno. También se detectó que la última opción, escarmenada, contenía a lo menos seis sub-opciones: 1) mantener el paralelo del hito N°1 donde está, según coordenadas chilenas, 2) "bajarlo" hasta el punto Concordia, según coordenadas peruanas, 3) mantener el paralelo chileno, pero sólo hasta 12 millas contadas desde el hito N°1, 4) mantener el paralelo alternativo hasta 12 millas, pero contadas desde el punto Concordia, 5) aceptar tesis peruana de la bisectriz con origen en el punto Concordia y 6) aceptar la bisectriz, pero sólo a partir de las 12 millas de las versiones 3 y 4 del paralelo. Nota: las subopciones 3 y 4 podrían o no generar bisectrices al término de las 12 millas. Las subopciones 5 y 6, a su vez, generan la sub-subopción de los posibles grados de las bisectrices respecto al paralelo (y su punto de origen). Esto abriría una gama teóricamente infinita de posibilidades. Para mejor especulación, también aparecía una séptima opción que, para muchos, dependía de si se abrían las distintas variables de bisectriz. En tal caso, podría atenderse o no la petición peruana de derechos sobre el llamado "triángulo exterior", que para Chile y la oceanografía mundial hoy es alta mar.
¿ADIÓS AL CARIÑO MALO?
El 17 de junio de 2013, los presidentes de los partidos políticos chilenos, con la presencia del embajador peruano Carlos Pareja, firmaron el compromiso de respetar el fallo de la CIJ, que parecía estar a una distancia de 30 días. A la vuelta de la esquina. Cuatro días después, en la Moneda, Piñera, Moreno, los agentes chilenos y los representantes de las comisiones de relaciones exteriores de ambas ramas del Congreso, se reunieron para abordar los eventuales resultados y los posibles escenarios futuros. El diputado socialista Juan Pablo Letelier, sintetizó el espíritu del encuentro diciendo que dicho fallo debía recibirse “con una voz única y por ningún motivo politizarlo y utilizarlo en ningún contexto de contienda electoral”. Similar criterio manifestó el senador Ignacio Walker, Presidente de la Democracia Cristiana y ex canciller de Lagos: “Aquí no hay juego de gobierno y oposición, derecha e izquierda”.
En el Perú se produjeron efectos similares. Humala empezó a cuidarse de las tacadas con carambola antichilena que le venía propinando Morales. Sus generales dejaron de marchar al retiro, con bandas de guerra tocando a zafarrancho. Los empresarios suspiraron aliviados, pues la mejor relación les permitiría sostener sus mejores negocios. Los líderes de los principales partidos políticos, con la previsible excepción del “fujimorismo”, entregaron al embajador chileno Fabio Vío una declaración equivalente al compromiso de sus homólogos chilenos.
El nuevo talante ya había favorecido una mirada prudente, en circunstancias tan explosivas como la del desplazamiento de minas en la frontera terrestre y un tratamiento simplemente administrativo para nuevos sospechosos de espionaje. También soportó que la declaración de los líderes políticos peruanos describiera el contencioso como “el diferendo marítimo que nuestros países han entregado a su determinación (de la CIJ)”. Era un evidente acomodo de la realidad, pues Chile no recurrió a la CIJ de consuno con el Perú, sino todo lo contrario. Por otra parte, impulsó la reactivación de mecanismos integracionistas dormidos, como las reuniones del “2 + 2” (ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa) y las biministeriales del Consejo de Integración Social. En ese contexto, no fue traumático el súbito relevo del canciller Rafael Roncagliolo, quien había trabajado en buena armonía con Moreno. Su sucesora, Eda Rivas, encontró todo tan bien encaminado que el 18 de junio, tras la declaración de los líderes políticos de su país, describió “un magnífico clima con Chile”.
Si el fallo de la CIJ se hubiera producido en ese contexto, enfrentarlo habría sido bastante menos complicado para las partes. Era el momentum. Una brecha positiva en el tiempo, difícilmente repetible. Una oportunidad que resaltaba aún más a tenor de la enojosa experiencia del reciente fallo de la CIJ sobre islas y mares, entre Nicaragua y Colombia. Sin embargo, todas esas consideraciones extrajurídicas fueron irrelevantes para los jueces. Abruptamente, el secretario de la Corte comunicó, por teléfono, a las embajadas de Chile y el Perú en Holanda, que la sentencia “no se conocerá en julio”. Para hacer más autoritario y burocrático el momento, tampoco dio fecha exacta posterior, dando por subentendido que no podría ser en agosto, el mes de vacaciones de sus togados jefes.
Inevitablemente, se produjo un principio de regresión. El canciller chileno Una tensión dentro de la distensión. Hubo actores políticos y diplomáticos, peruanos y chilenos, que actuaron como el león sordo de la fábula. Unos recuperaron la onda de la enemistad de 2008 y otros, la del triunfalismo incólume, pronosticando partes del fallo. Esto indujo a los analistas a reestudiar la tabla de posibilidades, adjudicando significados distintos y antagónicos al retardo de los jueces: unos pronosticaban que fallo sería desfavorable para Chile, pues para mantener el statu quo no se necesitaba más tiempo. Otros decían que sería desfavorable para el Perú, pues no se daba con la fórmula para destrabar de la masa contenciosa un elemento aislable, que permitiera salvar la cara de los demandantes.
Conclusión provisional y cautelosa: Hasta aquí íbamos bien. Superando los fatalismos geoestratégicos, se pudo cambiar el mal rumbo que la civilidad se empeñaba en ignorar, bajaron los decibeles triunfalistas en Lima y se demostró que la arrogancia no es una característica absoluta del homo chilensis. El perjudicado individual –el damnificado símbolo- sería Evo Morales. En vez de un curso de colisión acelerado, que le abriera una oportunidad crítica para llegar al mar, se encontró con una reposición del blindaje chileno-peruano consignado en el Protocolo Complementario de 1929.
Salvo caso de fallo aberrante el 27 de este mes, emitido por jueces que también actúen como leones sordos, aún puede decirse decirse que chilenos y peruanos estamos ante una buena oportunidad para alejarnos del cariño malo. El problema estructural es que el fallo sólo solucionará lo que puede jurídicamente solucionar, sin tocar las motivaciones. Esto significa que son los estadistas de ambos países quienes deben asumir la relación de la demanda con los Acuerdos de Charaña y de éstos con el Protocolo Complementario de 1929 y las expectativas bolivianas. Todo lo cual supone entender, de una vez por todas, el rol que ha jugado (y sigue jugando) Arica, desde el mero nacimiento de Bolivia.
Pero esa es otra historia, que en otro suplemento podríamos contar.
Bitácora
ENTREVISTA DE EL COMERCIO
José Rodríguez Elizondo
A continuación la entrevista que me publicó el diario peruano El Comercio, una semana después de la realizada por la cadena de diarios de El Mercurio de Chile. Me parece interesante que en ambos medios se haya respetado escrupulosamente lo planteado por el entrevistado, respecto al tema más polémico entre Chile y el Perú desde el tratado de Paz de 1929. Es una señal excelente.
MIÉRCOLES 15 DE ENERO DEL 2014 | 18:07
"Si límite queda como estaba, Perú solo pierde una expectativa"
Debe haber "voluntad política bilateral" para implementar fallo de La Haya, dice intelectual chileno José Rodríguez Elizondo
ROGER ZUZUNAGA
Santiago de Chile. En diálogo con El Comercio, realizado el mes pasado, el ex diplomático, periodista, abogado y especialista en las relaciones bilaterales entre Chile y el Perú, José Rodríguez Elizondo, analiza el escenario que se viene luego de que se conozca el fallo de La Haya sobre el conflicto marítimo entre ambos países.
¿Qué viene para el Perú y Chile luego de que se conozca el fallo de La Haya. Se solucionará el problema marítimo?
Para quienes creen que el tema es “estrictamente jurídico”, la cosa es sencillísima: la teoría general del derecho dice que los fallos se cumplen y el problema se acaba. Para quienes pensamos que tras la cobertura jurídica siempre hubo un problema de poder, el cumplimiento del fallo debe ser parte de una voluntad política bilateral, en cualesquiera de sus posibles variantes. En esa voluntad política debe estar el compromiso de terminar de una buena vez con los conflictos de frontera, para poder volcarnos al desarrollo. Y no importa que esto ya se haya dicho en 1999, cuando los gobiernos de Chile y el Perú aprobaron el Acta de Ejecución de los temas pendientes del tratado de 1929. En política exterior las confirmaciones son parte del juego.
¿Es sincera la buena disposición para acatar el fallo que han manifestado ambos gobiernos?
Los gobiernos siempre son sinceros, hasta que las circunstancias los obligan a cambiar de opinión.
¿Hay margen para que se presente un escenario parecido al de Colombia, que no está cumpliendo el fallo a favor de Nicaragua?
Esta es una pregunta para los jueces. Si ponen demasiada imaginación en su fallo, pueden crear escenarios que escapen a todas las previsiones vigentes, levantando un eventual tsunami político. Es lo que pasó, precisamente, en el caso que usted cita.
¿Cree que ir al tribunal de La Haya fue la mejor decisión?
Fue una mala decisión y lo he fundamentado en libros, artículos de prensa y papers académicos. En síntesis, cuando los abogados desalojan a los negociadores, contribuyen a que los guerreros se asomen al pleito. La negociación política es de la esencia de la diplomacia y por algo el artículo 33 de la Carta de la ONU la menciona como la primera medida de solución pacífica de controversias, relegando la solución judicial al penúltimo lugar.
¿Si el resultado es contra el Perú, el país no perderá nada pues en este momento ese mar no lo tiene como suyo, pero si es en contra de Chile sí habrá una gran pérdida. La ciudadanía chilena está preparada para este segundo escenario. Qué nivel de importancia tiene para el ciudadano común chileno el litigio en La Haya?
Nunca se está preparado para perder cosas, atributos o expectativas importantes. Es cierto que, en términos físicos, basta con que Chile pierda un litro de mar para que disminuya su soberanía marítima. También es cierto que, si queda como estaba, el Perú solo perdería una expectativa. Pero la realidad ha ido complejizando esas percepciones y hoy podemos entender, chilenos y peruanos, una vieja máxima de la diplomacia: a veces no es bueno ganar o perder por paliza. Por ejemplo, el Perú perdió la soberanía plena sobre Tiwinza tras la guerra del Cenepa, pero lo que ganó, en términos de buena relación con Ecuador, compensa con creces la cesión de ese enclave. Al menos es lo que yo creo.
Usted le dijo hace poco a la periodista Cecilia Valenzuela que antes de La Haya estábamos camino a una colisión. ¿De qué tipo: bélica, rompimiento de relaciones?
Se lo dije a Cecilia en su programa y también está en mis textos previos. Es un tema muy delicado, pues las hipótesis de colisión nunca son comprobables a priori. Se debaten en círculos herméticos y con acopio de desinformación. En algunos casos la gente solo se da cuenta cuando la colisión se produce, como en la guerra de las Malvinas. Pero un analista puede detectar un curso de colisión si sabe decodificar la información abierta y personal y se atreve a publicar sus resultados, para encender luces rojas. Es decir, para contribuir a que la colisión no se produzca. Es lo que hice cuando crucé todos los datos disponibles, a partir del libro del Almirante Guillermo Faura, de 1977, tan importante por el contexto en que se escribió. Además, entre esos datos estaba una larga conversación que tuve en el 2008 con el general Edgardo Mercado Jarrín, un grande y respetado amigo, en la cual me advirtió, textualmente, “vivimos uno de los momentos más críticos de la relación desde la guerra de 1879”. Agrego que nadie me acusó de alarmista cuando expuse mis razones.
¿Pero ello sería una locura para el Perú. El potencial bélico de Chile es inmensamente superior?
En cuanto al potencial de las panoplias, primero, no es necesario que sean equivalentes para que lo innombrable se produzca; segundo, el potencial estratégico de los países puede cambiar, dramáticamente, en el período que precede a la colisión.
¿Cuál debe ser la nueva agenda pos fallo?
La que corresponde a dos países que, además de vecinos, son complementarios en cantidad de aspectos y pertenecen a la Alianza del Pacífico. Debe ser una agenda integracionista de alta intensidad que nos potencie en los grandes mercados. Como ítem imprescindible, yo agregaría la disposición a levantar una política común hacia Bolivia, que interese a este tercer vecino e impida que su histórico objetivo ariqueño siga perjudicando la relación chileno-peruana.
¿Tiene futuro el reclamo que ha planteado Bolivia de una salida al mar por Chile?
Creo que el Perú logró construir un caso jurídico que a muchos parece plausible. Pero Bolivia solo está imitando la externalidad del gesto peruano, pues el contenido de su demanda tiene poco que ver con el derecho internacional. Pedirle a un organismo de la ONU, como es la corte de la Haya, que obligue a Chile a negociar para cederle un espacio soberano y agregar que eso no se relaciona con el tratado de límites de 1904, es una audacia política… o un tema para el Consejo de Seguridad. A mayor abundamiento, como esa cesión debiera pasar por Arica, también afectaría los derechos del Perú en el tratado de 1929 y su protocolo complementario. Es decir, afectaría dos tratados a la vez. Por eso, me parece asombroso que la corte no tenga un mecanismo que le permita rechazar de oficio las demandas que atentan contra el sistema de tratados limítrofes, que está en la base del sistema de la propia ONU.
¿Si la demanda de Bolivia no es admitida, hay margen para la negociación política? ¿La Paz dice que la agenda planteada con Bachelet no se cumplió. Es posible retomar dicha agenda?
Ya lo he dicho. Hay que negociar siempre. Pero para que una negociación con Bolivia sea eficiente, Chile y el Perú deben ponerse previamente de acuerdo en los márgenes de cesión, a partir de una pregunta estratégica: ¿es sostenible hoy y hasta qué punto, el sistema de exclusión de Bolivia que pactamos en 1929? Creo que en las élites intelectuales bolivianas esto se está entendiendo mejor que antes.
"Si límite queda como estaba, Perú solo pierde una expectativa"
Debe haber "voluntad política bilateral" para implementar fallo de La Haya, dice intelectual chileno José Rodríguez Elizondo
ROGER ZUZUNAGA
Santiago de Chile. En diálogo con El Comercio, realizado el mes pasado, el ex diplomático, periodista, abogado y especialista en las relaciones bilaterales entre Chile y el Perú, José Rodríguez Elizondo, analiza el escenario que se viene luego de que se conozca el fallo de La Haya sobre el conflicto marítimo entre ambos países.
¿Qué viene para el Perú y Chile luego de que se conozca el fallo de La Haya. Se solucionará el problema marítimo?
Para quienes creen que el tema es “estrictamente jurídico”, la cosa es sencillísima: la teoría general del derecho dice que los fallos se cumplen y el problema se acaba. Para quienes pensamos que tras la cobertura jurídica siempre hubo un problema de poder, el cumplimiento del fallo debe ser parte de una voluntad política bilateral, en cualesquiera de sus posibles variantes. En esa voluntad política debe estar el compromiso de terminar de una buena vez con los conflictos de frontera, para poder volcarnos al desarrollo. Y no importa que esto ya se haya dicho en 1999, cuando los gobiernos de Chile y el Perú aprobaron el Acta de Ejecución de los temas pendientes del tratado de 1929. En política exterior las confirmaciones son parte del juego.
¿Es sincera la buena disposición para acatar el fallo que han manifestado ambos gobiernos?
Los gobiernos siempre son sinceros, hasta que las circunstancias los obligan a cambiar de opinión.
¿Hay margen para que se presente un escenario parecido al de Colombia, que no está cumpliendo el fallo a favor de Nicaragua?
Esta es una pregunta para los jueces. Si ponen demasiada imaginación en su fallo, pueden crear escenarios que escapen a todas las previsiones vigentes, levantando un eventual tsunami político. Es lo que pasó, precisamente, en el caso que usted cita.
¿Cree que ir al tribunal de La Haya fue la mejor decisión?
Fue una mala decisión y lo he fundamentado en libros, artículos de prensa y papers académicos. En síntesis, cuando los abogados desalojan a los negociadores, contribuyen a que los guerreros se asomen al pleito. La negociación política es de la esencia de la diplomacia y por algo el artículo 33 de la Carta de la ONU la menciona como la primera medida de solución pacífica de controversias, relegando la solución judicial al penúltimo lugar.
¿Si el resultado es contra el Perú, el país no perderá nada pues en este momento ese mar no lo tiene como suyo, pero si es en contra de Chile sí habrá una gran pérdida. La ciudadanía chilena está preparada para este segundo escenario. Qué nivel de importancia tiene para el ciudadano común chileno el litigio en La Haya?
Nunca se está preparado para perder cosas, atributos o expectativas importantes. Es cierto que, en términos físicos, basta con que Chile pierda un litro de mar para que disminuya su soberanía marítima. También es cierto que, si queda como estaba, el Perú solo perdería una expectativa. Pero la realidad ha ido complejizando esas percepciones y hoy podemos entender, chilenos y peruanos, una vieja máxima de la diplomacia: a veces no es bueno ganar o perder por paliza. Por ejemplo, el Perú perdió la soberanía plena sobre Tiwinza tras la guerra del Cenepa, pero lo que ganó, en términos de buena relación con Ecuador, compensa con creces la cesión de ese enclave. Al menos es lo que yo creo.
Usted le dijo hace poco a la periodista Cecilia Valenzuela que antes de La Haya estábamos camino a una colisión. ¿De qué tipo: bélica, rompimiento de relaciones?
Se lo dije a Cecilia en su programa y también está en mis textos previos. Es un tema muy delicado, pues las hipótesis de colisión nunca son comprobables a priori. Se debaten en círculos herméticos y con acopio de desinformación. En algunos casos la gente solo se da cuenta cuando la colisión se produce, como en la guerra de las Malvinas. Pero un analista puede detectar un curso de colisión si sabe decodificar la información abierta y personal y se atreve a publicar sus resultados, para encender luces rojas. Es decir, para contribuir a que la colisión no se produzca. Es lo que hice cuando crucé todos los datos disponibles, a partir del libro del Almirante Guillermo Faura, de 1977, tan importante por el contexto en que se escribió. Además, entre esos datos estaba una larga conversación que tuve en el 2008 con el general Edgardo Mercado Jarrín, un grande y respetado amigo, en la cual me advirtió, textualmente, “vivimos uno de los momentos más críticos de la relación desde la guerra de 1879”. Agrego que nadie me acusó de alarmista cuando expuse mis razones.
¿Pero ello sería una locura para el Perú. El potencial bélico de Chile es inmensamente superior?
En cuanto al potencial de las panoplias, primero, no es necesario que sean equivalentes para que lo innombrable se produzca; segundo, el potencial estratégico de los países puede cambiar, dramáticamente, en el período que precede a la colisión.
¿Cuál debe ser la nueva agenda pos fallo?
La que corresponde a dos países que, además de vecinos, son complementarios en cantidad de aspectos y pertenecen a la Alianza del Pacífico. Debe ser una agenda integracionista de alta intensidad que nos potencie en los grandes mercados. Como ítem imprescindible, yo agregaría la disposición a levantar una política común hacia Bolivia, que interese a este tercer vecino e impida que su histórico objetivo ariqueño siga perjudicando la relación chileno-peruana.
¿Tiene futuro el reclamo que ha planteado Bolivia de una salida al mar por Chile?
Creo que el Perú logró construir un caso jurídico que a muchos parece plausible. Pero Bolivia solo está imitando la externalidad del gesto peruano, pues el contenido de su demanda tiene poco que ver con el derecho internacional. Pedirle a un organismo de la ONU, como es la corte de la Haya, que obligue a Chile a negociar para cederle un espacio soberano y agregar que eso no se relaciona con el tratado de límites de 1904, es una audacia política… o un tema para el Consejo de Seguridad. A mayor abundamiento, como esa cesión debiera pasar por Arica, también afectaría los derechos del Perú en el tratado de 1929 y su protocolo complementario. Es decir, afectaría dos tratados a la vez. Por eso, me parece asombroso que la corte no tenga un mecanismo que le permita rechazar de oficio las demandas que atentan contra el sistema de tratados limítrofes, que está en la base del sistema de la propia ONU.
¿Si la demanda de Bolivia no es admitida, hay margen para la negociación política? ¿La Paz dice que la agenda planteada con Bachelet no se cumplió. Es posible retomar dicha agenda?
Ya lo he dicho. Hay que negociar siempre. Pero para que una negociación con Bolivia sea eficiente, Chile y el Perú deben ponerse previamente de acuerdo en los márgenes de cesión, a partir de una pregunta estratégica: ¿es sostenible hoy y hasta qué punto, el sistema de exclusión de Bolivia que pactamos en 1929? Creo que en las élites intelectuales bolivianas esto se está entendiendo mejor que antes.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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