Revista Realidad y Perspectivas
Artículo n°345
José Rodríguez Elizondo
A continuación entrego a mis lectores las tres últimas ediciones de RyP, con el análisis de los principales momentos de la actualidad internacional
Bitácora
Presentar una excepción definitiva privilegia la dignidad del Estado
José Rodríguez Elizondo
Recién salimos en Chile de la demanda peruana y ya debemos ocuparnos de la demanda de Bolivia. Un caso notable en la historia de nuestras relaciones vecinales. Sobre esa base, el diario El Mercurio me hizo una entrevista bastante a fondo, que estimo conveniente poner a disposición de los lectores de este blog.
En semanas decisivas para la defensa chilena, académico llama a "tener menos pavor al riesgo" y expresar con claridad rechazo a competencia de La Haya para conocer la demanda boliviana.
M. Soledad Vial
José Rodríguez Elizondo está entre los académicos partidarios de que Chile no espere a la presentación de su Contramemoria para esgrimir excepciones a la competencia de la Corte Internacional de Justicia en la demanda que Bolivia interpuso en La Haya. El argumento de quienes creen que se debe actuar ahora es que de optarse por otro camino y aceptar Chile embarcarse en un juicio que se prolongaría por años, su actitud podría entenderse como una validación implícita de la competencia de la Corte para conocer un caso que pone en cuestión la soberanía nacional.
Autor de varios libros sobre la materia, Rodríguez Elizondo es crítico respecto de la estrategia, más bien la "no estrategia" -como la califica- seguida por Chile en los litigios internacionales. Discrepa de haber "sustituido la diplomacia propiamente tal por la iusdiplomacia ", dictada por los abogados externos contratados
.
-¿Por qué insiste en que nuestra defensa debe tener un "plan B"?
-Hace varios años dije que era riesgoso ensimismarnos en el escenario jurídico de un conflicto de poder. Ha significado renunciar a la imaginación prospectiva y a la iniciativa estratégica en lo político, lo diplomático, lo económico, lo disuasivo y lo comunicacional. Por lo mismo, ha impedido tener una estrategia integral, que sería el "plan A", y, por añadidura, contar con un "plan B". En la base del fenómeno está una Cancillería de profesionalidad deprimida desde su capitis diminutio de 1973, que indujo el reemplazo de la diplomacia de negociación por la iusdiplomacia .
"Lo bueno de lo malo es que tras el contencioso con Perú, hasta quienes creían en la santidad jurídico-formal de los jueces se han convertido en agnósticos".
-¿Qué estrategia seguiría usted?
-La que planteo en mi último libro: una "excepción de incompetencia definitiva", en la que se expongan nuestras razones políticas, diplomáticas, históricas y jurídicas, con primera copia al secretario general de la ONU y amplia información a la opinión pública mundial. Esa excepción formalizaría la decisión de no legitimar un proceso que puede inducir a la revisión de dos de nuestros tratados de límites, de los cuales depende, obviamente, nuestra seguridad como nación.
-¿Y en qué funda esa "excepción de incompetencia definitiva"?
-En que los tratados de límites y la voluntad soberana de un Estado miembro de la ONU debieran significar algo para los jueces de la ONU. Por lo demás, es una posibilidad legitimada por el artículo 53 del estatuto de la mismísima Corte. Esta norma contempla el caso de las partes que, por cualquier motivo, deciden no defenderse en instancia judicial. Lo notable es que, en tal caso, la Corte hace lo que debió hacerse desde el inicio: determinar si es o no competente y asegurarse de que "la demanda está bien fundada en cuanto a los hechos y al derecho".
-¿Qué señal entregaría Chile si esperara hasta la Contramemoria para objetar la competencia de la Corte?
-Básicamente, la señal de que seguimos siendo rehenes de esa "extrema cautela" que recomiendan los abogados extranjeros. Una cautela en cuya virtud cederíamos a Evo Morales un "punto de prensa" global y de larga duración, que potenciaría su estrategia comunicacional.
-Presentar las excepciones ahora, ¿no es arriesgarse a una derrota? Parece difícil que la Corte se reste anticipadamente de ver un caso.
-El riesgo existe. Ninguna burocracia compleja se rinde ante la evidencia. Pero no se ha inventado el conflicto sin riesgo, y en este caso es inescapable, pues también estará presente después de presentada la Contramemoria y a la hora del fallo. No tenemos ninguna garantía previa de que dada la "solidez de nuestra posición jurídica", los jueces digan a Evo Morales que nunca debió recurrir a ellos. Precisamente porque no podemos evadir el riesgo, he planteado que lo incorporemos a una estrategia de acción que comience con una "excepción definitiva" y no simplemente preliminar.
"Insisto: optar entre excepciones preliminares hoy o en un año, es un falso dilema. Una "excepción definitiva", al menos, privilegia la decisión soberana y la dignidad del Estado demandado".
-Pero, según ha publicado la prensa, los abogados habrían aconsejado de modo unánime no presentar antes de la Contramemoria...
-Nuestro gran problema es que los últimos conflictos internacionales los han manejado los técnicos y no los responsables políticos y diplomáticos del Estado. Lo que usted dice me parece lógico desde la perspectiva de los abogados extranjeros contratados. Para ellos, Chile es un cliente más, al cual aplican un aforismo inverso al que aprendimos en nuestras facultades de Derecho: más vale un mal juicio en La Haya que un excelente arreglo entre las partes. Debieran tener menos pavor al riesgo y mejor disposición para procesar los errores cometidos.
-¿Piensa que detrás de la reticencia de algunos pueda estar la intención de proteger al Gobierno o a la Presidenta de una posible derrota?
-No responderé esta pregunta, pues excede el marco que me he autoimpuesto mientras esté pendiente este pleito: desarrollar lo que he publicado con anterioridad, sin politizar el interés nacional.
-¿Cómo evalúa, hasta ahora, la estrategia de defensa y la forma en que Bolivia está llevando la suya?
-Creo haber dejado en claro mi crítica de principios a la "no estrategia" chilena. En cuanto a Bolivia, percibo muy divididas las opiniones internas; sus juristas saben que es una estrategia política. Evo Morales y sus segundos tratan de alinear al país tras una causa reivindicativa nacional, y los políticos de oposición esperan volver a negociar con Chile: creen que a lo más obtendrán de la Corte una solidaridad técnico-retórica similar a las que emite la OEA.
"Carlos Mesa ha tenido el coraje de reconocer que el verdadero objetivo boliviano es Arica y que, por tanto, Perú tiene un interés comprometido. La ecuación final me sugiere que la actual estrategia boliviana nació para potenciar el liderazgo de Evo Morales, pero que tras el fallo de la demanda peruana, surgió una expectativa mayor".
Libros de J.R. Elizondo
MI ULTIMO LIBRO
José Rodríguez Elizondo
Había olvidado presentar en este blog mi último libro, Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile. Apareció después del fallo de la Corte de la Haya del 27 de enero y fue presentado en la sede de El Mercurio -coeditor, con Aguilar-, por el ex canciller Alfredo Moreno y el escritor Carlos Franz. Este, concienzudo y prolijo como es, llevaba un texto escrito, el mismo que con su permiso transcribo ahora para mis lectores. Por cierto, esto me ahorra cualquier otro tipo de explicación.
Fronteras y limitaciones
Carlos Franz
“A media mañana del 23 de mayo de 1986, el canciller chileno Jaime del Valle, recibió al embajador [peruano] Juan Miguel Bákula, con quien mantuvo ‘una tersa conversación de casi una hora’. Durante ese lapso, escuchó un discurso que le complicaría la vida. […] ese señor sesentón, calvito y elocuente le planteaba un tema sobre el cual algo le había advertido el general Pinochet: la supuesta inexistencia de una frontera marítima chileno–peruana.”
La escena anterior es uno de los ejes narrativos del libro de José Rodríguez Elizondo, que estamos presentando. Y digo que se trata de un eje “narrativo”, porque este libro tiene tanto de recuento histórico y análisis político, como de relato de no ficción. Empleando los recursos de la buena literatura ensayística y periodística, el autor logra no sólo reseñar y explicar el problema; también consigue hacer entretenido y por momentos apasionante, el complejo embrollo diplomático que, por más de cien años, ha enfrentado a Perú, Bolivia y Chile.
Para lograr lo anterior Rodríguez Elizondo escribe un libro que no se rinde a la secuencia cronológica de un compendio histórico, ni tampoco cae en el rígido ordenamiento temático propio de una tesis. En lugar de ambos, el autor usa una técnica más cercana al estilo libre del ensayo y también a la novela, donde los episodios descriptivos o de acción se alternan con otros de reflexión.
A ese recurso narrativo, Rodríguez Elizondo añade la técnica del suspenso y el difícil arte del perfil literario. Con mano segura y pocas pinceladas, nuestro autor traza las personalidades de algunos de los protagonistas políticos y diplomáticos envueltos. Mostrando así que el carácter de las personas –y sus limitaciones– tienen, a veces, tanta importancia como los incisos de los tratados; e influyen, más de lo que queremos reconocer, en estos asuntos de Estado.
Por ejemplo, en el libro vemos que tanto como las estrategias diplomáticas, fueron la simpatía “camaleónica” de Alan García, enfrentada a la simpatía desconfiada de Michelle Bachelet, lo que explica que en Abril de 2006, dejáramos pasar la oportunidad cantada para haber abortado la demanda peruana, negociando antes que pleiteando.
Esos recursos literarios del libro de Rodríguez Elizondo, que he apuntado sumariamente, no son sólo formales. Tienen que ver con el contenido y hasta me atrevería a decir que con el mensaje, de su obra. Esta mirada multidisciplinaria sobre la política internacional, que es a la vez jurídica, histórica, diplomática, periodística y también, por qué no decirlo, literaria –es decir, imaginativa– implica toda una propuesta sobre cómo revisar creativamente nuestra relación con los vecinos del norte.
Pero volvamos a la entrevista entre el canciller del Valle y el embajador especial peruano. En ella, el canciller de Pinochet cometió un error grave. En lugar de descartar cortésmente, pero de plano, la sorprendente idea de la inexistencia de una frontera marítima, le pidió al enviado que le mandara un “memito” –así lo llama, con bienvenida ironía, Rodríguez Elizondo. En la diplomacia tradicional los gestos son casi tan importantes como en el teatro. Al proceder así, el canciller de la dictadura abría la puerta para que Perú oficializara esa tesis. El embajador especial peruano no se hizo de rogar. Bákula se fue a su embajada y tecleó él mismo un oficio que sería pieza importante de la futura demanda peruana. Nuestra cancillería de la época agravó el error evitando responder directamente. En cambio, emitió un comunicado asegurando que: “oportunamente se harán estudios sobre el particular”. Con esa frasecita dilatoria Chile parecía indicar que no estaba seguro de la existencia de una frontera marítima. Así se fue construyendo –algunos dirán: prefabricando–, el caso que llegó a La Haya.
En escenas como esa y varias otras, evocadas en el libro de Rodríguez Elizondo, queda patente que en estas materias Chile no sólo tiene un problema de fronteras nacionales, sino también uno de limitaciones culturales. Las fronteras políticas son, en el fondo, más fáciles de superar que las limitaciones humanas. Y a estas últimas se deben, en cierta medida, las dificultades que hemos tenido en hallar una salida a esos viejos líos con nuestros vecinos del norte.
La tesis más atrevida de este ensayo narrativo es su crítica a la cultura legalista chilena. Virtuoso, cuando se aplica al estado de derecho, nuestro legalismo se transforma en un “jus-nacionalismo” (expresión de Rodríguez Elizondo) cuando se aplica a la diplomacia y a la política internacional. En nombre de ese fetichismo legalista caímos en la paradoja de enfrentar este problema, negándolo. Postulábamos –y muchos aún lo hacen– que no hay conflicto con Perú y Bolivia, porque nuestros tratados dicen que no lo hay. Aunque la realidad nos diga persistente y dañinamente, otra cosa. Esa visión puramente jurídica de un problema político y diplomático complejo, aparentaba ser nuestra mejor defensa. Hasta que Perú y luego Bolivia decidieron atacarnos en nuestro propio terreno legalista y llevarnos a La Haya. Por algo los juristas romanos –tan prácticos y poco fetichistas– decían que un exceso de ley puede producir un daño (Summum Jus, Summa Injuria).
Leyendo el libro de José Rodríguez Elizondo –y aunque él no lo plantee así–, uno sospecha que en este problema nuestros políticos y diplomáticos han mostrado, en general, demasiada obsecuencia jurídica y poca imaginación creativa. Hemos recitado mucho el dogma de que los tratados deben cumplirse (Pacta Sum Servanda, para seguir con los latinazgos). Pero eso sólo ha cerrado más nuestras “duras cabezas castellano-vascas” –como las llamó Encina, también citado en este libro– evitando abrirlas a perspectivas nuevas. En parte es por eso que nos ha costado tanto, en palabras de Rodríguez Elizondo: “mutar la paz en amistad”. Es por ello, también, que un enfoque global, complejo e imaginativo, como el que aporta este libro, resulta tan iluminador.
Quisiera terminar con una anécdota personal. En 1981 hice ese viaje iniciático al Perú, por tierra y con mochila, que los jóvenes de entonces, a los veinte años, debíamos hacer. Para mi asombro, luego de cruzar la frontera entre Arica y Tacna y tras recorrer decenas de kilómetros por el desierto peruano, me encontré con otra frontera más. Y más adelante incluso hallé una tercera. Los tres controles fronterizos estaban militarizados. Esos soldados esperando en medio de la nada, en vano, una invasión inminente, me recordaron la novela “El desierto de los tártaros”, de Dino Buzzati. Cuando regresé a Chile se lo conté a mi padre. Éste, que había sido diplomático profesional, me dijo, con innegable melancolía: “Esa es una prueba, mijito, de que no sólo ganamos una guerra; también nos ganamos un siglo de rencor.”
Por suerte, esos cien años de rencor y desconfianza con el Perú ya van quedando atrás. Esas tres fronteras que vi hace treinta años se han reducido. Nos hemos integrado mucho. Para que alguna vez ocurra lo mismo con Bolivia será imprescindible que revisemos las fronteras que nos separan. Pero también y más importante, deberemos superar esas limitaciones culturales, mutuas, que nos impiden imaginar otra salida.
Este libro de Pepe Rodríguez Elizondo puede ser una buena guía en ese complejo camino.
Carlos Franz
“A media mañana del 23 de mayo de 1986, el canciller chileno Jaime del Valle, recibió al embajador [peruano] Juan Miguel Bákula, con quien mantuvo ‘una tersa conversación de casi una hora’. Durante ese lapso, escuchó un discurso que le complicaría la vida. […] ese señor sesentón, calvito y elocuente le planteaba un tema sobre el cual algo le había advertido el general Pinochet: la supuesta inexistencia de una frontera marítima chileno–peruana.”
La escena anterior es uno de los ejes narrativos del libro de José Rodríguez Elizondo, que estamos presentando. Y digo que se trata de un eje “narrativo”, porque este libro tiene tanto de recuento histórico y análisis político, como de relato de no ficción. Empleando los recursos de la buena literatura ensayística y periodística, el autor logra no sólo reseñar y explicar el problema; también consigue hacer entretenido y por momentos apasionante, el complejo embrollo diplomático que, por más de cien años, ha enfrentado a Perú, Bolivia y Chile.
Para lograr lo anterior Rodríguez Elizondo escribe un libro que no se rinde a la secuencia cronológica de un compendio histórico, ni tampoco cae en el rígido ordenamiento temático propio de una tesis. En lugar de ambos, el autor usa una técnica más cercana al estilo libre del ensayo y también a la novela, donde los episodios descriptivos o de acción se alternan con otros de reflexión.
A ese recurso narrativo, Rodríguez Elizondo añade la técnica del suspenso y el difícil arte del perfil literario. Con mano segura y pocas pinceladas, nuestro autor traza las personalidades de algunos de los protagonistas políticos y diplomáticos envueltos. Mostrando así que el carácter de las personas –y sus limitaciones– tienen, a veces, tanta importancia como los incisos de los tratados; e influyen, más de lo que queremos reconocer, en estos asuntos de Estado.
Por ejemplo, en el libro vemos que tanto como las estrategias diplomáticas, fueron la simpatía “camaleónica” de Alan García, enfrentada a la simpatía desconfiada de Michelle Bachelet, lo que explica que en Abril de 2006, dejáramos pasar la oportunidad cantada para haber abortado la demanda peruana, negociando antes que pleiteando.
Esos recursos literarios del libro de Rodríguez Elizondo, que he apuntado sumariamente, no son sólo formales. Tienen que ver con el contenido y hasta me atrevería a decir que con el mensaje, de su obra. Esta mirada multidisciplinaria sobre la política internacional, que es a la vez jurídica, histórica, diplomática, periodística y también, por qué no decirlo, literaria –es decir, imaginativa– implica toda una propuesta sobre cómo revisar creativamente nuestra relación con los vecinos del norte.
Pero volvamos a la entrevista entre el canciller del Valle y el embajador especial peruano. En ella, el canciller de Pinochet cometió un error grave. En lugar de descartar cortésmente, pero de plano, la sorprendente idea de la inexistencia de una frontera marítima, le pidió al enviado que le mandara un “memito” –así lo llama, con bienvenida ironía, Rodríguez Elizondo. En la diplomacia tradicional los gestos son casi tan importantes como en el teatro. Al proceder así, el canciller de la dictadura abría la puerta para que Perú oficializara esa tesis. El embajador especial peruano no se hizo de rogar. Bákula se fue a su embajada y tecleó él mismo un oficio que sería pieza importante de la futura demanda peruana. Nuestra cancillería de la época agravó el error evitando responder directamente. En cambio, emitió un comunicado asegurando que: “oportunamente se harán estudios sobre el particular”. Con esa frasecita dilatoria Chile parecía indicar que no estaba seguro de la existencia de una frontera marítima. Así se fue construyendo –algunos dirán: prefabricando–, el caso que llegó a La Haya.
En escenas como esa y varias otras, evocadas en el libro de Rodríguez Elizondo, queda patente que en estas materias Chile no sólo tiene un problema de fronteras nacionales, sino también uno de limitaciones culturales. Las fronteras políticas son, en el fondo, más fáciles de superar que las limitaciones humanas. Y a estas últimas se deben, en cierta medida, las dificultades que hemos tenido en hallar una salida a esos viejos líos con nuestros vecinos del norte.
La tesis más atrevida de este ensayo narrativo es su crítica a la cultura legalista chilena. Virtuoso, cuando se aplica al estado de derecho, nuestro legalismo se transforma en un “jus-nacionalismo” (expresión de Rodríguez Elizondo) cuando se aplica a la diplomacia y a la política internacional. En nombre de ese fetichismo legalista caímos en la paradoja de enfrentar este problema, negándolo. Postulábamos –y muchos aún lo hacen– que no hay conflicto con Perú y Bolivia, porque nuestros tratados dicen que no lo hay. Aunque la realidad nos diga persistente y dañinamente, otra cosa. Esa visión puramente jurídica de un problema político y diplomático complejo, aparentaba ser nuestra mejor defensa. Hasta que Perú y luego Bolivia decidieron atacarnos en nuestro propio terreno legalista y llevarnos a La Haya. Por algo los juristas romanos –tan prácticos y poco fetichistas– decían que un exceso de ley puede producir un daño (Summum Jus, Summa Injuria).
Leyendo el libro de José Rodríguez Elizondo –y aunque él no lo plantee así–, uno sospecha que en este problema nuestros políticos y diplomáticos han mostrado, en general, demasiada obsecuencia jurídica y poca imaginación creativa. Hemos recitado mucho el dogma de que los tratados deben cumplirse (Pacta Sum Servanda, para seguir con los latinazgos). Pero eso sólo ha cerrado más nuestras “duras cabezas castellano-vascas” –como las llamó Encina, también citado en este libro– evitando abrirlas a perspectivas nuevas. En parte es por eso que nos ha costado tanto, en palabras de Rodríguez Elizondo: “mutar la paz en amistad”. Es por ello, también, que un enfoque global, complejo e imaginativo, como el que aporta este libro, resulta tan iluminador.
Quisiera terminar con una anécdota personal. En 1981 hice ese viaje iniciático al Perú, por tierra y con mochila, que los jóvenes de entonces, a los veinte años, debíamos hacer. Para mi asombro, luego de cruzar la frontera entre Arica y Tacna y tras recorrer decenas de kilómetros por el desierto peruano, me encontré con otra frontera más. Y más adelante incluso hallé una tercera. Los tres controles fronterizos estaban militarizados. Esos soldados esperando en medio de la nada, en vano, una invasión inminente, me recordaron la novela “El desierto de los tártaros”, de Dino Buzzati. Cuando regresé a Chile se lo conté a mi padre. Éste, que había sido diplomático profesional, me dijo, con innegable melancolía: “Esa es una prueba, mijito, de que no sólo ganamos una guerra; también nos ganamos un siglo de rencor.”
Por suerte, esos cien años de rencor y desconfianza con el Perú ya van quedando atrás. Esas tres fronteras que vi hace treinta años se han reducido. Nos hemos integrado mucho. Para que alguna vez ocurra lo mismo con Bolivia será imprescindible que revisemos las fronteras que nos separan. Pero también y más importante, deberemos superar esas limitaciones culturales, mutuas, que nos impiden imaginar otra salida.
Este libro de Pepe Rodríguez Elizondo puede ser una buena guía en ese complejo camino.
Bitácora
ISLAS MALVINAS/FALKLAND: CRÓNICA DESDE UN PARAÍSO TERMINAL
José Rodríguez Elizondo
En vísperas del XXXII aniversario de la guerra de las Malvinas, visité las polémicas islas como invitado del Foreign Office. Un año antes había publicado el libro Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo (Editorial El Mercurio-Aguilar), producto en diferido, pero actualizado, de mi reporteo original del conflicto bélico, en 1982. A continuación mis impresiones de un viaje revelador.
Tuvo que estallar una guerra para que el mundo tomara conciencia de la importancia geopolítica y geoeconómica de las islas Malvinas / Falkland . No es raro pues, vistas en el mapa, lucen como una insignificante manchita del test de Rorschach.
Sobrevolándolas, la manchita muta en una extensa y desarbolada reserva planetaria. Más de 12.000 km2 de islas, islotes y peñones musgosos, que se deshilachan entre vientos huracanados y un océano a punto de congelación. El link es automático: ahí abajo hay fauna austral, poca gente, mucho petróleo y, a diferencia de la Antártida, las condiciones para explotarlo existen.
En tierra firme, uno empieza a decodificar los dos grandes interrogantes del futuro próximo: ¿Cómo hará el Reino Unido para garantizar la autodeterminación de los isleños? ¿Cómo se están organizando éstos para equilibrarse entre una independencia real y la necesidad de protección militar británica?
La clave es demográfica. Según el último censo, los isleños permanentes son 2.562. De éstos, 2.120 viven en Stanley, la capital y 352 en el campo, que es todo lo demás. En los asentamientos de mayor densidad, esto significa entre 40 y 16 personas. En un rango menor está la isla Pebble, con sólo 3 permanentes y 3 multitudinarias colonias de pingüinos. Otro dato importante: esas cifras eventualmente disminuyen. Es una sociedad que envejece.
Lo dicho implica que la población económicamente activa cabe, holgada, en una sala de cine grande. Stanley luce como el pulcro pueblecito del filme The Truman show y al tercer día el visitante comienza a saludar conocidos en Road Ross, su calle principal. Pronto descubre que todos lucen celosos de su “falklands way of life”, al cual definen como lo haría cualquier miembro de una pequeña comunidad rural en un Estado en forma: “aquí nos conocemos todos”, “no cerramos las casas con rejas”, “podemos dejar el auto fuera con la llave puesta”, “no hay peligro en las calles”. Podrían agregar que están libres de perros vagos, pues todos los canes tienen trabajo en la policía de aduanas o cuidando ovejas en el campo.
ESTADO MINIMO
Esa sensación autocomplaciente, consolidada por un per capita que algunos calculan sobre los US$ 60.000 y un empleo casi pleno –“quienen no trabajan son inempleables”- escuché a una autoridad local-, los hace conservadores y cortoplacistas. Así, contra la necesidad de aumentar su masa crítica, los isleños privilegian su temor ante cualquier eventual desborde de trabajadores afuerinos y/o inmigrantes. A los matarifes chilenos, de contratación temporal –a ellos no les gusta sacrificar animales-, les asignaron un conjunto habitacional en las afueras de Stanley. Y, por cierto, no es fácil obtener una carta de residencia. Las solicitudes son de trámite lento y se publican en el Penguin News, para que los lectores denuncien a los inaceptables.
Pese a todo, mientras el gobernador británico interino John Duncan habla de “esta sociedad”, los falklanders hablan de “este país”. Sin decirlo, postulan a un Estado en la medida de lo posible. En esa línea, hay una especie de mutuo acuerdo para no confraternizar con los militares de la base británica, que están en Mount Pleasant, a 60 km. de Stanley. Además, emiten moneda, sellos postales y se han dado una Asamblea Legislativa con diez representantes, que deben autopercibirse como los american founding fathers.
Sin partidos políticos que los encuadren, esos legisladores deciden por consenso y el chalet donde funcionan tendría espacio de sobra en el antejardín de la residencia de Duncan. Por cierto, valoran su identidad isleña, sin mengua de su cultura británica. La Honorable Phyl Rendeel incluso es un pelín polémica, cuando agradece la defensa militar del Reino Unido: “es su responsabilidad por su pasado colonial”. El médico Barry Elsby, miembro del comité ejecutivo de la Asamblea, políticamente muy sofisticado, no disfruta esa frase y endosa el talante colonial a los argentinos: “ellos quieren colonizar estos territorios… nosotros cuidamos a las personas”. De paso, informa que los chilenos son la cuarta identidad nacional reconocida, tras ellos mismos, los británicos y los originarios de Santa Helena.
LA GUERRA Y LA MEMORIA
El penúltimo día sigo el itinerario de la guerra terrestre. Quería reconocer, en frío y en directo, los campos de batalla que en 1982 describiera como periodista. Viajo acompañado por el jurista guatemalteco Eduardo Calderón, a bordo de un Land Rover conducido por Patrick Watts, a quien la invasión argentina sorprendió perifoneando desde Radio Stanley. Recorremos los lugares a pie, equilibrándonos entre el viento, las rocas y pastizales ondulados por la turba, una especie de yareta austral.
Ratifico lo que entonces informara. El solo clima de esos escenarios configuraba un escenario para profesionales de alta competición. La larga travesía británica, con pesado equipo de combate, desde la cabeza de playa de San Carlos hasta las colinas de Stanley, debió ser un vía crucis hasta para los supermen de las fuerzas especiales. Las rústicas casamatas y trincheras de los defensores argentinos, por su parte, aún muestran vestigios de un infierno congelado. Hundidos en el suelo lodoso, castigados por viento, lluvia y granizo, los bisoños infantes argentinos esperaban, como en un filme de terror, que aparecieran los gurkas degolladores que agitaron los sicólogos de la fuerza británica. De esos jóvenes soldados quedan, como en un museo de sitio, herrumbradas piezas de artillería, zapatillas de plástico casi intactas y envases de sus raciones.
Rindo silencioso homenaje a los muertos de ambos bandos, en el austero mausoleo británico de San Carlos y en el imponente cementerio argentino de Darwin. Las placas recordatorias revelan una diferencia profesional importante. Los caídos británicos conservan sus grados militares desde su eternidad. Los argentinos, por disposición de una organización de sus familiares, sólo enseñan su nombre civil o su anonimato, bajo la fórmula “soldado argentino sólo por Dios conocido”.
Curiosamente, en la “sala de la liberación” de la casa de Stanley donde se firmó la rendición, la situación se invierte. Una placa de bronce recuerda que el firmante británico fue el Mayor General Jeremy Moore y no menciona el nombre del jefe argentino que arrió su bandera. Es como si, para ese efecto, Mario Benjamín Menéndez también fuera “sólo por Dios conocido”.
PETRÓLEO A LA VISTA
En síntesis de postdata, las islas son un laboratorio sociopolítico fascinante, donde se reproducen a escala las instituciones de la democracia británica y se estudia la viabilidad de un Estado con base social mínima y excluyente, dueño de un medio ambiente espectacular. El desafío es sostener políticamente la ecuación entre ese habitat con leones marinos, ballenas, pingüinos , petreles y cormoranes protegidos por los isleños, y una poderosa fuerza militar, técnicamente extranjera, para proteger a esos isleños.
La mala noticia para esa utopía es el impacto inminente de las multinacionales petroleras. Susan Cuningham, ejecutiva senior de Noble Energy, la primera en llegar, ya advirtió al Penguin News, en onda de Rey Midas, que “aquellos a quienes tocamos, también podrían disfrutar del éxito”. Más allá de esa seducción retórica, la experiencia dice que la industria del petróleo produce efectos multiplicadores imprevisibles en los países periféricos. Entre éstos puede estar el de una legión extranjera que por “derrame” haga más ricos a los isleños, pero que termine con la virginidad de su hermoso paraíso austral.
Bitácora
Y AHORA LA DEMANDA DE BOLIVIA
José Rodríguez Elizondo
Tras el contencioso peruano-chileno en La Haya, se inicia ahora el contencioso boliviano-chileno. Este segundo litigio también interesa al Perú, por cuanto está vigente un texto normativo -el Protocolo Complementario del Tratado de 1929 entre Chile y el Perú- según el cual sólo con "previo acuerdo del Perú Chile podría ceder parte de Arica a Bolivia. Y como de eso trata la demanda boliviana, aunque de manera tácita, el periodista Enrique Patriau, de la República, importante diario peruano, me sometió al siguiente y prolijo interrogatorio,
“Perú y Chile deben acordar una política común para Bolivia”
Entrevista de Enrique Patriau
Martes, 29 de abril de 2014 | 4:30 am
José Rodríguez Elizondo ha vivido muchos años en el Perú y es una persona autorizada para hablar sobre el futuro de las relaciones entre Perú y Chile en el escenario post Haya y en el nuevo contexto de la demanda boliviana. Vía correo electrónico, Rodríguez Elizondo accedió a responder las preguntas de La República.
En su discurso ante la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, usted tiene la siguiente frase: Existe entre Chile y Perú una “barrera de desconfianzas que nos hace circular entre la tensión, el conflicto, el curso de colisión y la distensión”. ¿No cree que el reciente fallo de la CIJ abre una oportunidad para dirigirnos, ambos países, hacia la normalización de nuestras relaciones?
Inclúyame en ese lote selecto, pues lo planteé desde el inicio del conflicto e, incluso, en pleno proceso ante la Corte Internacional. Mi libro Temas para después de La Haya, del 2010, se inicia llamando a “mantener encadenados los perros de la guerra, limpiarnos de prejuicios y potenciar la relación” y termina convocando a mirar “el lado luminoso de las oportunidades”.
Hablemos de gestos. ¿Qué se necesita entre Perú y Chile para llegar a superar las sospechas mutuas?
Los buenos gestos ayudan, pero las políticas concretas son mejores. Al respecto, he propuesto levantar un “trilateralismo diferenciado”, que también podría llamarse “bilateralismo ampliable”. Se trata de que Chile y el Perú, en una primera instancia, definan cómo y por qué terminó su espíritu de alianza plasmado en el tratado de 1929. Tal sinceramiento permitiría revisar el rol de Bolivia y levantar una política común hacia ese tercer país.
¿A qué se refiere?
Oficialmente, Chile y Perú dicen que la aspiración boliviana es un tema bilateral y, más allá del oficialismo, esto no lo entiende nadie. La gente lee que Chile estuvo dispuesto a ceder territorio soberano a Bolivia, por Arica. También lee que Perú no es obstáculo para una salida al mar para Bolivia. Más allá, escucha que Chile no puede hacer eso sin la voluntad del Perú. En paralelo, sabe que el Perú privilegia su contigüidad territorial con Chile. ¿Por qué no reconocer, de una vez por todas, que el tema es trilateral, pero con un protagonismo decisivo, en primera instancia, de Chile y el Perú? ¿Por qué no aceptar que, después de 85 años, la exclusión absoluta de Bolivia puede ser relativizada mediante un acuerdo chileno-peruano?
En resumen, que peruanos y chilenos se pongan de acuerdo...
Sobre una política común para Bolivia, y así Bolivia tendrá que atenerse a los hechos. No a las expectativas que nacen cuando los interlocutores necesarios son divisibles y se echan la culpa entre sí. Ahora, si Bolivia acepta esa política común, se inserta como un interlocutor.
¿Ha tenido reacciones de sus amigos peruanos sobre esta idea?
Las tuve, matizadas y a muy alto nivel. Con la discreción propia de su profesionalismo, el ex canciller Luis Marchant me dijo que era “una idea interesante”. Con el general Edgardo Mercado Jarrín siempre estuvimos de acuerdo en la trilateralidad del tema. Como consigno en mi último libro, él incluso hablaba de “alianza chileno-peruana” para defenderse de la pretensión de Bolivia. Juan Miguel Bákula descalificaba lo que llamaba “ariquismo” y decía que lo mío era “una fijación”. Él rechazaba, rotundo, la idea de conceder a Bolivia parte de Arica.
Tengo la sensación, leyendo su discurso, que usted alude a que una diplomacia chilena con poca capacidad de negociación contribuyó a que el tema de la frontera marítima con Perú se llevase finalmente ante la CIJ. ¿Imagino que hubiese preferido una negociación bilateral antes que el tema de definiera en la Corte?
Así lo planteé en el ámbito académico y en mis libros. El fallo me reafirmó en esa convicción. Pero aquí debo agregar que el planteo peruano de la controversia no ayudó a que la diplomacia chilena post Pinochet privilegiara la negociación. Fue un planteo que establecía plazos perentorios, con base en la inexistencia de una frontera marítima. Se soslayó que esa frontera, si bien no constaba en un texto específico y detallado, había sido respetada por largas décadas. Por algo José Antonio García Belaunde, antes de asumir como canciller de Alan García, reconoció que “Toledo maltrató gratuitamente la relación con Chile”. En resumidas cuentas, la estructura de desconfianzas levantó una voluntad política contraria a la lógica de la negociación y peligrosamente cercana a la confrontación
Se lo preguntaba porque Bolivia dice que Chile no ha querido negociar. De hecho, la demanda boliviana persigue que la Corte obligue a abrir una negociación. ¿Cree que en este caso ha faltado, desde Chile, capacidad de negociación para solucionar un tema tan sensible?
Las demandas del Perú y de Bolivia configuran dos casos diametralmente distintos, aunque la opinión pública tienda a homologarlas. Sinópticamente, la del Perú fue una construcción jurídica con materiales plausibles y la de Bolivia es una iniciativa política sin materiales significativos de carácter jurídico. En cuanto a una eventual negociación, el problema es que Bolivia sigue pretendiendo lo mismo que el Perú le negara desde 1825: soberanía sobre Arica o parte de Arica. Sobre esa base y visto lo establecido en el tratado de 1929, Chile no puede negociar ese tema sin previo acuerdo con el mismo Perú.
¿Dice que no sería jurídica la demanda de Bolivia?
A todo puede dársele un barniz jurídico. Pero, en su esencia, la demanda boliviana es un endoso político a un organismo de la ONU, para que intervenga en la política exterior de Chile, afectando la vigencia del tratado de 1904 y, eventualmente, el tratado chileno-peruano de 1929, protocolo complementario, artículo 1°. Por añadidura, afecta la letra y el espíritu de la propia Carta de la ONU. En el entorno de Evo Morales debió apreciarse que Chile era vulnerable en el plano judicial y el fallo (de la demanda peruana) lo confirmó. Fue una movida muy audaz.
¿Hasta qué punto este nuevo frente podría perjudicar las relaciones entre Perú y Chile?
Si seguimos sin sincerar la realidad trilateral, seguiremos chocando en lo bilateral. Basta con imaginar qué sucedería con el Perú si los jueces se creyeran habilitados para obligar a Chile a ceder a Bolivia soberanía sobre parte de Arica. Aquí volvemos al tema del “trilateralismo diferenciado” pues, en lo principal, chilenos y peruanos debiéramos definir, solitos, si se mantiene o no la exclusión del acceso de Bolivia al mar por Tacna o Arica, en los términos de 1929 o si el paso del tiempo –y la presión de la misma Bolivia– cambió las coordenadas. Si se aprueba una política favorable al cambio, se abriría una segunda instancia, con Bolivia entrando a una nueva negociación, esta vez por la puerta política y no por la ventana judicial.
Entrevista de Enrique Patriau
Martes, 29 de abril de 2014 | 4:30 am
José Rodríguez Elizondo ha vivido muchos años en el Perú y es una persona autorizada para hablar sobre el futuro de las relaciones entre Perú y Chile en el escenario post Haya y en el nuevo contexto de la demanda boliviana. Vía correo electrónico, Rodríguez Elizondo accedió a responder las preguntas de La República.
En su discurso ante la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, usted tiene la siguiente frase: Existe entre Chile y Perú una “barrera de desconfianzas que nos hace circular entre la tensión, el conflicto, el curso de colisión y la distensión”. ¿No cree que el reciente fallo de la CIJ abre una oportunidad para dirigirnos, ambos países, hacia la normalización de nuestras relaciones?
Inclúyame en ese lote selecto, pues lo planteé desde el inicio del conflicto e, incluso, en pleno proceso ante la Corte Internacional. Mi libro Temas para después de La Haya, del 2010, se inicia llamando a “mantener encadenados los perros de la guerra, limpiarnos de prejuicios y potenciar la relación” y termina convocando a mirar “el lado luminoso de las oportunidades”.
Hablemos de gestos. ¿Qué se necesita entre Perú y Chile para llegar a superar las sospechas mutuas?
Los buenos gestos ayudan, pero las políticas concretas son mejores. Al respecto, he propuesto levantar un “trilateralismo diferenciado”, que también podría llamarse “bilateralismo ampliable”. Se trata de que Chile y el Perú, en una primera instancia, definan cómo y por qué terminó su espíritu de alianza plasmado en el tratado de 1929. Tal sinceramiento permitiría revisar el rol de Bolivia y levantar una política común hacia ese tercer país.
¿A qué se refiere?
Oficialmente, Chile y Perú dicen que la aspiración boliviana es un tema bilateral y, más allá del oficialismo, esto no lo entiende nadie. La gente lee que Chile estuvo dispuesto a ceder territorio soberano a Bolivia, por Arica. También lee que Perú no es obstáculo para una salida al mar para Bolivia. Más allá, escucha que Chile no puede hacer eso sin la voluntad del Perú. En paralelo, sabe que el Perú privilegia su contigüidad territorial con Chile. ¿Por qué no reconocer, de una vez por todas, que el tema es trilateral, pero con un protagonismo decisivo, en primera instancia, de Chile y el Perú? ¿Por qué no aceptar que, después de 85 años, la exclusión absoluta de Bolivia puede ser relativizada mediante un acuerdo chileno-peruano?
En resumen, que peruanos y chilenos se pongan de acuerdo...
Sobre una política común para Bolivia, y así Bolivia tendrá que atenerse a los hechos. No a las expectativas que nacen cuando los interlocutores necesarios son divisibles y se echan la culpa entre sí. Ahora, si Bolivia acepta esa política común, se inserta como un interlocutor.
¿Ha tenido reacciones de sus amigos peruanos sobre esta idea?
Las tuve, matizadas y a muy alto nivel. Con la discreción propia de su profesionalismo, el ex canciller Luis Marchant me dijo que era “una idea interesante”. Con el general Edgardo Mercado Jarrín siempre estuvimos de acuerdo en la trilateralidad del tema. Como consigno en mi último libro, él incluso hablaba de “alianza chileno-peruana” para defenderse de la pretensión de Bolivia. Juan Miguel Bákula descalificaba lo que llamaba “ariquismo” y decía que lo mío era “una fijación”. Él rechazaba, rotundo, la idea de conceder a Bolivia parte de Arica.
Tengo la sensación, leyendo su discurso, que usted alude a que una diplomacia chilena con poca capacidad de negociación contribuyó a que el tema de la frontera marítima con Perú se llevase finalmente ante la CIJ. ¿Imagino que hubiese preferido una negociación bilateral antes que el tema de definiera en la Corte?
Así lo planteé en el ámbito académico y en mis libros. El fallo me reafirmó en esa convicción. Pero aquí debo agregar que el planteo peruano de la controversia no ayudó a que la diplomacia chilena post Pinochet privilegiara la negociación. Fue un planteo que establecía plazos perentorios, con base en la inexistencia de una frontera marítima. Se soslayó que esa frontera, si bien no constaba en un texto específico y detallado, había sido respetada por largas décadas. Por algo José Antonio García Belaunde, antes de asumir como canciller de Alan García, reconoció que “Toledo maltrató gratuitamente la relación con Chile”. En resumidas cuentas, la estructura de desconfianzas levantó una voluntad política contraria a la lógica de la negociación y peligrosamente cercana a la confrontación
Se lo preguntaba porque Bolivia dice que Chile no ha querido negociar. De hecho, la demanda boliviana persigue que la Corte obligue a abrir una negociación. ¿Cree que en este caso ha faltado, desde Chile, capacidad de negociación para solucionar un tema tan sensible?
Las demandas del Perú y de Bolivia configuran dos casos diametralmente distintos, aunque la opinión pública tienda a homologarlas. Sinópticamente, la del Perú fue una construcción jurídica con materiales plausibles y la de Bolivia es una iniciativa política sin materiales significativos de carácter jurídico. En cuanto a una eventual negociación, el problema es que Bolivia sigue pretendiendo lo mismo que el Perú le negara desde 1825: soberanía sobre Arica o parte de Arica. Sobre esa base y visto lo establecido en el tratado de 1929, Chile no puede negociar ese tema sin previo acuerdo con el mismo Perú.
¿Dice que no sería jurídica la demanda de Bolivia?
A todo puede dársele un barniz jurídico. Pero, en su esencia, la demanda boliviana es un endoso político a un organismo de la ONU, para que intervenga en la política exterior de Chile, afectando la vigencia del tratado de 1904 y, eventualmente, el tratado chileno-peruano de 1929, protocolo complementario, artículo 1°. Por añadidura, afecta la letra y el espíritu de la propia Carta de la ONU. En el entorno de Evo Morales debió apreciarse que Chile era vulnerable en el plano judicial y el fallo (de la demanda peruana) lo confirmó. Fue una movida muy audaz.
¿Hasta qué punto este nuevo frente podría perjudicar las relaciones entre Perú y Chile?
Si seguimos sin sincerar la realidad trilateral, seguiremos chocando en lo bilateral. Basta con imaginar qué sucedería con el Perú si los jueces se creyeran habilitados para obligar a Chile a ceder a Bolivia soberanía sobre parte de Arica. Aquí volvemos al tema del “trilateralismo diferenciado” pues, en lo principal, chilenos y peruanos debiéramos definir, solitos, si se mantiene o no la exclusión del acceso de Bolivia al mar por Tacna o Arica, en los términos de 1929 o si el paso del tiempo –y la presión de la misma Bolivia– cambió las coordenadas. Si se aprueba una política favorable al cambio, se abriría una segunda instancia, con Bolivia entrando a una nueva negociación, esta vez por la puerta política y no por la ventana judicial.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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