CONO SUR: J. R. Elizondo

Bitácora

9votos
CUBA-EE.UU: LA GUERRA DE PRINCIPIO A FIN José Rodríguez Elizondo

Robespierre fue idealista y honrado hasta su muerte
Fidel Castro, 1954


Publicado en El Mostrador, 23.12.2014


Con la normalización de relaciones entre Cuba y los EE.UU y la inmediata polarización de opiniones al respecto, se ha vuelto a dar una anomalía clásica: el gran suceso final, que oculta el proceso que lo explica.


La excusa también es clásica (remember El Muro) y dice que el pasado es sólo lo que se recuerda. Pero eso, que puede ser excelente para la literatura, implica el riesgo de que por olvidar “el resto” malogremos el futuro. Según Hobsbawm, “la historia mala no es inofensiva: es peligrosa”.


Pero no nos enredemos en la filosofía. De lo que se trata es de apuntalar, desde la buena memoria, la proyección positiva de la decisión de Barack Obama y Raúl Castro. Parto de la base de que, al poner punto final a un amurramiento que duró más de medio siglo, ambos saben que ninguno puede cantar victoria. Agrego que, desmintiendo la sociología marxiana, cualquier ejercicio nemotécnico debe asumir que “el individuo” jugó un rol determinante en este proceso. Y no sólo por el rutilante papel de Fidel Castro Ruz sino, también, por su confluencia inicial con Richard Milhaus Nixon, el taciturno vicepresidente de Dwight “Ike” Eisenhower.


Juntos fueron dinamita y marcaron la Historia hasta el día de ayer.


MOMENTO ESTELAR


El encuentro entre ambos actores se produjo el 19 de abril de 1959 y tuvo como escenario la oficina de Nixon en el Capitolio. Castro llegó de uniforme, tras la conmoción mediática por los televisados fusilamientos de batistianos en La Habana, sin ocultar su “antiyanquismo” y en pleno despegue de su mitificación global. Previamente, el periodismo de los propios EE.UU había contribuido a mostrarlo como un Robin Hood latino, más romántico que peligroso. Un impacto de imagen que el joven Castro (33) ya estaba aprovechando para eliminar o desvincular adversarios internos y concentrar todos los poderes a su alcance.


Nixon (46) lo recibió como el cuajado político profesional que era: aspirante a la Presidencia pese a su falta de carisma, con amplio acceso a la información de los servicios secretos, autocontrolado y duro pero cortés. Producto neto del sistema de checks and balance, sabía que el poder al que aspiraba era inconcentrable y con fecha de vencimiento. Comprometido con los republicanos más ideologizados, lucía un anticomunismo sin tacha que, años después -asociación con Henry Kissinger mediante-, evolucionaría hasta la sofisticación. Si Castro era Robin Hood, Nixon sería el modelo de Kevin Spacey para componer el inescrupuloso Presidente de la teleserie House of Cards.


En las casi tres horas que duró la reunión quedó en claro que lo único que los unía era el respeto mutuo, con base en la arrogancia del poder y la ética de la audacia. Por eso, no hubo necesidad de malas palabras para que produjeran un eje de antagonismos recíprocos, con efectos desiguales, que clavaría a sus países en la beligerancia.


DEBATE DESCLASIFICADO


El encuentro tuvo un preámbulo “casual”, que se sintetiza en el siguiente diálogo revelado por Vernon Walters, el attaché norteamericano de Castro:



- FC: No comprendo por qué en este país me critican por fusilar a los criminales de guerra.
- RN: Oiga, si usted detiene a la gente a las once de la mañana, la juzga al mediodía y la fusila a las dos de la tarde, tiene que esperar que lo critiquen.


Luego, gracias a un prolijo memorandum personal de Nixon y al reconocimiento y/o silencio de Castro (que no dejó constancia escrita), se sabe que los temas básicos fueron: elecciones democráticas, respeto a los derechos de las minorías y a las libertades fundamentales, roles del Estado y el sector privado en la economía, eventual ayuda de los EE.UU al desarrollo de Cuba y rol de los comunistas en el sistema político cubano,


Sobre lo primero, Castro dejó en claro que, pese a lo prometido desde la Sierra Maestra, no habría elecciones en Cuba durante largo tiempo. Explicó que las históricas habían sido frustrantes y Nixon lo decodificó diciendo que, para su visitante, “el pueblo no quería elecciones porque las del pasado habían producido malos gobiernos”.


En cuanto al ejercicio de la ortodoxia democrática, Castro se afirmó en el eslogan aprista “ni pan sin libertad ni libertad sin pan”, pero lo relativizó con el cuestionamiento brechtiano “comer primero, luego la moral”. Nixon estimó que su interlocutor sólo respetaba las libertades fundamentales de los dientes para afuera (“he paid lip service”), pero que se manifestaba más deseoso de interpretar a la calle (“the voice of the mob”) que de defenderlas. En este punto incluso lo reconvino diciéndole que “como líder de su pueblo debía apoyar políticas que compatibilizaran el progreso económico con la libertad, más que sin ella”.



En la parte económica, Castro dijo, desafiante, que a diferencia de otros políticos de la región no estaba en los EE.UU para pedir ayuda económica ni para asegurar el mercado del azúcar. Con base en las tesis de la dependencia, que él fraseaba como “neocolonialismo”, agregó que Cuba necesitaba capital del Estado y no de las empresas privadas y a eso obedecían las nacionalizaciones realizadas. El ejemplo de Puerto Rico -propuesto por Nixon- le era inoponible, pues en los cubanos primaba el nacionalismo. Para Nixon, esto marcó un rechazo absoluto a las eventuales nuevas inversiones norteamericanas; dejó en claro que, para Castro, Puerto Rico era “una colonia de los EE.UU” y, en lo principal, demostró su incomprensión de “los principios económicos más elementales”.


Respecto a los comunistas, Castro se limitó a reconocer lo que ya estaba en los informes de los servicios secretos norteamericanos: él no era ni había sido militante y los militantes desconfiaban de su liderazgo, pero estaban obligados a seguirlo. Tampoco dio señal alguna de que quedarían fuera de su gobierno. Esto confirmó a Nixon en sus percepciones previas, tal como lo reflejó, prolijamente, en su constancia escrita: Castro no temía que los comunistas pudieran llegar al poder en Cuba y “es increíblemente ingenuo sobre el comunismo o ya está bajo disciplina comunista”.


Como síntesis ejecutiva, el encuentro permitió a Castro volver a Cuba con su poder personal reforzado por el orgullo nacionalista. No había ido a mendigar ayuda y dijo a los gringos las cosas en su cara. Las represalias eventuales de los EE.UU le permitirían apelar a la emoción patriótica de los cubanos y en la región ya comenzaban a reconocerlo como un líder bolivariano.


En cuanto a Nixon, el diálogo lo dejó con la compleja convicción de que Castro tenía las indefinibles cualidades que conforman a un líder y que sería un factor importante en el futuro de Cuba y “muy posiblemente de América Latina”, lo que lo hacía hemisféricamente peligroso. Esto lo volcó en un informe confidencial para Ike donde expresó, según versión no desmentida del politólogo Theodore Draper, que “los EE.UU no debían seguir tratando de entenderse pacíficamente con Castro”.


BALANCE SIN VICTORIA


Así comenzó, de hecho, la gran confrontación real. Ideológicamente, ya estaba inscrita en el big stick tradicional de los “duros” de los EE.UU y en el pensamiento de Castro desde su campaña guerrillera. Nada que ver con esa invención ingenua de Jean Paul Sartre (obviamente inducida por Castro), según la cual fue el producto de una serie de “contragolpes” improvisados de la revolución, ante los ataques emocionales de la superpotencia.


Castro esperó ese momento para aplicar una estrategia sorprendente por su ambición. En vez de hacerse comunista se tomó el Partido Socialista Popular (PC cubano). Luego, tras declararse marxista-leninista, bloqueó cualquier apertura hacia los EE.UU, amarró a la Unión Soviética como su aliado y levantó los “focos guerrilleros” como un operativo diversionista continental. A este efecto y contradiciendo a su flamante aliado, predicó que las condiciones objetivas para la revolución socialista estaban dadas en América Latina y que los verdaderos revolucionarios –entre los cuales no estaban los comunistas ortodoxos- debían tomar las armas.


Eisenhower -ya convertido en lame duck,- asumió fría y plenamente el “informe Nixon”. Comenzó disparando una batería de represalias económicas, inició una política de aislamiento regional de Cuba y el 17 de marzo de 1960 tomó una decisión sin vuelta: dio chipe libre a la CIA para adiestrar una fuerza de exiliados cubanos, con fines tan obvios como fracasados. Estos serían derrotados por Castro en Playa Girón, en 1961, rayando la pintura de la Presidencia de John F. Kennedy, el inmediato sucesor.


En definitiva, fue una guerra fría y caliente, política, militar y económica, que duró hasta la semana pasada. Una que en lo militar fue asimétrica y sustituta, en su inicio, pero mutó en una casi Tercera Guerra Mundial, en 1962, cuando la Unión Soviética equilibró el poderío norteamericano, instalando misiles estratégicos en Cuba.


Por su propia dinámica, el fenómeno elevó a Castro al protagonismo mundial y comprometió sustantivamente el desarrollo político regional, abriendo paso a las dictaduras hard y debilitando a las democracias soft. Lo señaló en 1967, con sorpresa, el entonces ideólogo castrista Regis Debray, cuando descubrió que "el imperialismo, educado por el ejemplo cubano, sabía de antemano por donde y bajo qué formas las fuerzas revolucionarias iban a manifestarse” y que serían “los avances legales del movimiento popular los que, al fin de la década, lo han sorprendido y desarmado, como en Chile en 1970".


Lo último explica por qué Castro estaba tan alerta para desincentivar y/o socavar cualquier intento de socialismo democrático o de revolución con estrategia electoral. En 1964 había comenzado a temer el efecto-demostración de la “revolución en libertad” de Eduardo Frei Montalva y terminó aborreciendo la vía institucional al socialismo de Salvador Allende. En 1967, en el escenario espectacular de la primera (y última) conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), tronó contra la vía pacífica que estelarizaban los comunistas y socialistas chilenos: "los que afirmen en cualquier lugar de América Latina que van a llegar pacíficamente al poder, estarán engañando a las masas".


Los miles de víctimas de otros países de la región que cayeron bajo ese “fuego amigo” de Castro, entre las cuales el propio Allende, son la parte oculta de esa confrontación.


EL FUTURO ESTÁ ABIERTO


Esta desclasificación concluye señalando que, precisamente por su componente asimétrico, la confrontación cubano-norteamericana terminó sin vencedores ni vencidos. Fue un empate estratégico entre David y Goliat, en el cual ambos terminaron derrengados. Goliat, siendo la potencia mayor del mundo, no pudo imponer sus objetivos políticos a David durante once mandatos presidenciales. David, desde su antimperialismo unilateral, pasó de la dependencia económica norteamericana a la soviética, para terminar con una Cuba empobrecida, bajo la petrodependencia venezolana.


Absurdo es, por tanto, ignorar el coraje de Obama para reconocer que la política de su país hacia Cuba había fracasado por más de medio siglo. Absurdo es, también, postular una victoria lírica del Castro menor, porque se atrevió a tender la mano al país cuya enemistad fue la base primera y última del poder vitalicio de su hermano.


Lo importante es que esa realidad ya no es lo que fue. La vieja y morbosa historia acaba de terminar.

José Rodríguez Elizondo
Martes, 23 de Diciembre 2014



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Revista Realidad y Perspectivas

3votos
RyP N° 37 José Rodríguez Elizondo

En el Programa de Relaciones Internacionales de mi Facultad estimamos que, por razones bastante obvias, el XXV Aniversario de la caída del Muro de Berlín merece el mayor y el mejor despliegue informativo. No todo puede reducirse a la caída de un símbolo oprobioso, sin conocer ni comprender que, en algún momento de la Guerra Fría, la opción para el mundo estuvo entre la guerra caliente o el Muro. Con esa intención, presentamos la última edición de RyP como número ESPECIAL EL MURO


ryp_37__1_.pdf RyP_37 (1).pdf  (773.52 Kb)

José Rodríguez Elizondo
Jueves, 11 de Diciembre 2014



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Bitácora

5votos
LO QUE NO DIJE SOBRE EL MURO DE BERLIN José Rodríguez Elizondo


En reciente columna conté a los lectores cómo me convertí en un prófugo precoz de la República Democrática Alemana (RDA). Sin embargo, sobre el muro mismo no dije mucho pese a que, como toda realidad dramática, tiene una historia compleja y contradictoria. Esta vez trataré de contarla, para demostrar que no sólo fue una construcción carcelaria.


Goethe, el gran escritor y pensador de la vieja Alemania, lo dijo con claridad: "Alles ist einfacher als man denkt, zugleich verschränkter als zu begreifen ist." Por si algún lector no lo entiende a cabalidad, esto significa que todo es más simple de lo que se puede pensar, pero mucho más intrincado de lo que se puede comprender.

La reflexión se aplica, con provecho, al entendimiento contemporáneo del Muro de Berlín. En efecto, con su intempestivo derrumbe del 9 de  noviembre de 1989, su historia quedó a oscuras y cualquiera hoy puede calificarlo como el Muro de la Vergüenza desde siempre. Corolario inevitable: ¡qué brutos los dirigentes de la RDA, cómo se les ocurrió tamaño estropicio político! 

Sin embargo, cuando apareció el Muro,  el 13 de agosto de 1961, el mundo no lo demonizó y, más bien, lanzó un suspiro de alivio. La Guerra Fría se estaba calentando y la explosividad de Berlín dividido tenía a todos al borde de la cornisa. Tres millones de alemanes orientales, mezclados con algunos miles de polacos y checoslovacos, habían huído hacia Berlín Occidental y la economía de la RDA se había convertido en un cubo de Rubik monocolor. Es decir, inajustable. Y, como el orden internacional funcionaba sobre la base de la disuasión nuclear, ese conflicto podía romper el “equilibrio del terror” entre Washington y Moscú, con muy mal pronóstico para el planeta. 

KENNEDY Y JRUSCHOV UNIDOS

En tal emergencia, la construcción del muro fue una necesidad estratégica, tan compartida como urgente. Según el Presidente de los EE.UU John F. Kennedy, su homólogo soviético Nikita Jrushov tendría que hacer algo para controlar  el río de refugiados que corría hacia Berlín Occidental. Para encorajinarlo, admitía que él no podría intervenir “si se limita  a hacer algo en Berlín Este”. Compartiendo esa apreciación, el senador William Fullbright había declarado no entender “por qué los alemanes orientales no cierran su frontera (pues) tienen derecho a ello”. 

 Jrushov estuvo de acuerdo. Desde su exuberancia había profetizado la derrota del capitalismo en el corto plazo, pero veía como la sangría de mano de obra que sufría la RDA podía gatillar una confrontación militar. Tal confrontación, a su vez, podía escalar hacia lo que los expertos llamaban “destrucción mutua asegurada”, con cual no habría victoria con sentido práctico. El Gran Jefe comunista indujo, entonces, la construcción del muro, para asegurar el control de las fronteras en la RDA: “Los alemanes orientales se verían animados por la solidez y fortaleza de su Estado”, escribió en sus Memorias.

Alberto Baltra, mi profesor de Economía Política en la Escuela de Derecho, expuso esa justificación del muro en un libro coyuntural de 1963 y le añadió un empate ideológico que gustó mucho a los comunistas de la época: “¿Acaso no es una dura muralla la que millones de padres encuentran para que sus hijos puedan ingresar a  las escuelas, al liceo, el instituto técnico o la Universidad?”

DE LA NECESIDAD AL OPROBIO

Ergo, el muro no se construyó para crear una situación ominosa, sino para controlarla. Fue, en su origen, un Muro de la Necesidad, pero la Vergüenza vino un rato después. Es que, a partir de la apreciación geopolítica y estratégica mencionada, comenzó a decodificarse políticamente, como el símbolo por excelencia de la superioridad de Occidente. Y es que la estaban dando: contra el optimismo retórico del tosco Jruschov, daba una ventaja visible como una pirámide al mundo capitalista. Su sola existencia decía que el efecto-demostración de los mercados de Berlín Occidental era más peligroso para los alemanes orientales, que las ideas marxista-leninistas para los alemanes occidentales.

A la vergüenza contribuyó mucho el perfeccionismo disciplinario de los alemanes del Este. En el corto plazo convirtieron el muro primigenio en una tecnologizada  estructura de seguridad y sus protocolos de control asignaron la pena  de muerte a quienes trataran de sobrepasarlo. Como esa pena se aplicó con rigor, la metáfora de la RDA como una cárcel se impuso como una realidad sin paliativos.

Medio siglo después de su fin, el muro, aparece no sólo como el símbolo histórico de  la división de Berlín, la competencia de las dos Alemanias y la bipolaridad del mundo de la Guerra Fría. También luce como el punto inicial de la victoria de los Estados Unidos y de las economías libres, en esa guerra. Un fenómeno para analizar  más allá de las simplezas ideológicas, poniendo distancia con nuestras emociones y aplicando la teutónica sabiduría de Goethe.  

José Rodríguez Elizondo
Martes, 9 de Diciembre 2014



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Bitácora

8votos
Tras fugarme con familia y sin estrépito de la República Democrática Alemana (RDA), en 1977, aprendí que para contar ciertas verdades hay que esperar a que la realidad decante. Política y editorialmente, no es correcto tener la razón demasiado temprano.

Así lo experimenté cuando el testimonio de mis vivencias –plasmado en  entrevistas, reportajes y libros- terminó fundiéndose, fuera de Chile, en el debate maniqueo de la guerra fría. Una voz perdida entre los eufemismos, cálculos y mentiras ideológicas. Por eso, hoy me resulta fascinante el despliegue de transparencia que se está produciendo en este XXV aniversario de la pulverización del muro de Berlín. O de “la frontera”, como debíamos decir en el país que ya no existe.
 
Así, a muro derribado, hoy todos reconocen la importancia escarmentadora que tuvo la RDA en el pensamiento y praxis de las izquierdas chilenas. Subiéndose por ese chorro,  hasta pasan factura a quienes combatían contra la dictadura de Pinochet, por su violación de los derechos humanos, mientras ignoraban esa gran madre de las violaciones que fue la dictadura estealemana de Eric Honecker.

Sin embargo, excepto para quienes siguen callando, es una factura discutible. En lo fundamental, porque primum vivere, como enseñan los que saben. Tras el naufragio que significó nuestro 11-S no cabía mirar el diente al refugio regalado. Al menos mientras se recuperaba el habla. 

El problema fue que, demasiado pronto, conspicuos dirigentes chilenos se acomodaron en ese refugio, dejando que los supremos sacerdotes del socialismo real interpretaran lo que nos había sucedido. Desde Moscú, con estación repetidora en Berlín Este, esos sabios dictaminaron que la responsabilidad del fracaso de la Unidad Popular se debió a no haber osado implantar la dictadura del proletariado. Tan simple como eso.

A partir de entonces, el tiempo de filosofar quedó bloqueado y peor, aún, militantes forjados en el acero de la novelística estaliniana optaron por ensuciarse el alma por “gratitud”. Víctimas de una variable del síndrome de Estocolmo, terminaron haciendo el elogio extravagante de la RDA y del tutorial poder soviético. Incluso fingían ignorar que el costo de acoger a los casi dos mil “chilenische patrioten” no salió del bolsillo de la familia Honecker, sino de las faltriqueras de un pueblo que soñaba con destruir el muro.
 
Por ello, mi explicación sobre el comportamiento de nuestros exiliados en la RDA es un pelín más compleja y, como lo he dicho en otras ocasiones, tiene que ver con sus tres grandes categorías: los Jefes, los Astutos y los Prófugos. Fue una trilogía abierta -admite grados y mezclas-  cuyo contenido actualizo a continuación:

LOS JEFES tenían un poder vicario, pero muy real, sobre la masa de los exiliados, incluyendo sus vidas privadísimas (si trabajar o estudiar, si casarse o separarse, si parir o abortar). Tal poder contenía privilegios especiales como  viajes, viáticos en divisas, oficinas, gastos operacionales, vehículos y atención médica superior. Sus límitaciones se expresaban en dos consignas interconectadas: “no molestar a los compañeros alemanes” y “no dar armas al enemigo”. Es decir, silenciar la realidad. Los pocos que osaron pasar esos límites lo hicieron (obvio) en calidad de Jefes marginados.

LOS ASTUTOS, además de los privilegios generales del estado llano –vivienda y crédito fiscal para instalarse-  tenían dos ventajas propias: alta calificación intelectual y notable frialdad emocional. Esto les permitió proyectarse hacia un mejor futuro individual, suspendiendo la emisión de verdades y perfeccionando tácticas de simulación, para no molestar a los compañeros alemanes ni alertar a los Jefes. El celo ortodoxo (la envidia) de los militantes rasos los caracterizaría como “oportunistas” o, más técnicamente, como “intelectuales pequeñoburgueses”, blandengues por definición. 

LOS PROFUGOS son los que llegaron al refugio equivocado por ser poco astutos o menos inteligentes de lo que pensaban. En su choque con la realidad, percibieron (más temprano que tarde) que la salvación estealemana equivalía al pacto de un Mefistófeles rasca con un doctor Fausto de poco vuelo. A partir de entonces definieron que su objetivo categórico era fugarse y esta meta los dividió en dos subgrupos: los Drásticos, que huyeron mediante la locura y el suicidio y los Flexibles, que escaparon mediante una mezcla de estrategia con milagro. 

¿Y qué sucedió después de la caída del muro, con ese trío emblemático?

Cualquier entendido lo entiende. Los Jefes siguieron siendo Jefes y callaron para siempre. Saben que en Chile el doble estándar la lleva, el empate es ley y siempre habrá un enemigo al cual negar las armas de la autocrítica. 

Los Astutos, por su parte, dieron sus testimonios con exacto sentido del tiempo. Es decir, entre el día en que Gorbachov espantó a Honecker con la perestroika y el día en que  los fragmentos del muro comenzaron a aparecer en los museos. Para desdicha de quienes los habían celado o aborrecido, produjeron obras de tanta calidad e impacto como Morir en Berlín (Carlos Cerda) y Detrás del muro (Roberto Ampuero).

En cuanto a los Prófugos del subgrupo Drásticos, tienen su paradigma en el entrañable historiador Lucho Moulian. Sometido a tratamiento en una clínica siquiátrica de Leipzig, terminó suicidándose en la Posta Central de Santiago, tras su retorno a la patria prohibida. 

Finalmente, los Prófugos del subgrupo Flexibles, son los que gritaron la verdad precozmente, apenas ejecutaron sus estrategias de fuga. Pero, como la Guerra Fría seguía dominando, Pinochet seguía mandando y el muro seguía en pie, no hubo mercado que los inflara. Como ya lo adelanté –y perdonando la autorreferencia-, en este subgrupo clasifica este memorioso servidor.
 

José Rodríguez Elizondo
Domingo, 16 de Noviembre 2014



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Revista Realidad y Perspectivas

2votos
Artículo n°357 José Rodríguez Elizondo

Apareció el número de octubre, con el análisis de la coyuntura internacional



José Rodríguez Elizondo
Lunes, 10 de Noviembre 2014



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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