Bitácora
PARA NO VOLVER A TROPEZAR
José Rodríguez Elizondo
El fallo de La Haya abrió una buena oportunidad para que Chile y Perú renueven su relación, asumiendo una política común hacia Bolivia. A eso me refiero en el texto que sigue, solicitado por un importante medio peruano.
Publicado en Perú 21, 27.1.2015
Más agridulce que amargo fue el fallo de La Haya. En el mundo de las imágenes primó la de “misión cumplida”, a cargo de los agentes de Chile y el Perú. Su mensaje resultó más tranquilizador que las señales de los Presidentes Sebastián Piñera y Ollanta Humala. Estos pusieron un énfasis innecesario en el subconflicto del “triángulo terrestre”, cuya actual importancia cuesta decodificar.
Por cierto, hubo sentimientos encontrados, pero nadie se salió de madre. Mérito compartido entre los peruanos, que no hicieron ostentación de su éxito parcial y los chilenos, que no nos cortamos las venas por haber sido “operados” de 22.000 kilómetros cuadrados de océano.
¿Significa esto que ya podemos volver a la “normalidad” de antes?
Sería la nada misma. Seguiríamos siendo rehenes de la genética aspiración boliviana a clavar una pica soberana en Arica (con obvia implicancia tacneña). Un viejo tema actualizado por la demanda de Bolivia contra Chile la cual, por motivos tácticos, no consigna dicha aspiración.
Pero de eso se trata y así lo ha reconocido el historiador y ex Presidente boliviano Carlos Mesa: “El nudo gordiano de la traumática historia trilateral que nos tiene trabados a Chile, Perú y Bolivia, es Arica (...) no hay otro camino”.
Si nos sinceráramos, chilenos y peruanos reconoceríamos que ese nudo gordiano es el que nuestros presidentes Augusto Leguía y Carlos Ibáñez definieron, en 1929, como “la única dificultad pendiente”. Ambos quisieron cortarlo mediante un estatuto especial para Tacna y Arica que vinculó, de facto, el tratado chileno-peruano de ese año y el boliviano-chileno de 1904. Pero, por cortedad de visión, no hubo disciplina para aplicarlo a cabalidad en el largo plazo.
Así, para llegar a una paz con amistad -y aunque nos irrite la agresividad de Evo Morales-, debiéramos ambientar una política común y de mano tendida hacia Bolivia, con un preámbulo categórico: ceder soberanía en Arica (o Tacna) sigue exigiendo un “previo acuerdo” chileno-peruano y no una simple “anuencia” a posteriori. Dicho en nomenclatura boliviana, los jueces de La Haya no son competentes para abrir “el candado”.
Tras 86 años de conflicto trilateral inconfesado, sería una manera inteligente de recuperar y actualizar la potente visión de Leguía e Ibáñez.
Más agridulce que amargo fue el fallo de La Haya. En el mundo de las imágenes primó la de “misión cumplida”, a cargo de los agentes de Chile y el Perú. Su mensaje resultó más tranquilizador que las señales de los Presidentes Sebastián Piñera y Ollanta Humala. Estos pusieron un énfasis innecesario en el subconflicto del “triángulo terrestre”, cuya actual importancia cuesta decodificar.
Por cierto, hubo sentimientos encontrados, pero nadie se salió de madre. Mérito compartido entre los peruanos, que no hicieron ostentación de su éxito parcial y los chilenos, que no nos cortamos las venas por haber sido “operados” de 22.000 kilómetros cuadrados de océano.
¿Significa esto que ya podemos volver a la “normalidad” de antes?
Sería la nada misma. Seguiríamos siendo rehenes de la genética aspiración boliviana a clavar una pica soberana en Arica (con obvia implicancia tacneña). Un viejo tema actualizado por la demanda de Bolivia contra Chile la cual, por motivos tácticos, no consigna dicha aspiración.
Pero de eso se trata y así lo ha reconocido el historiador y ex Presidente boliviano Carlos Mesa: “El nudo gordiano de la traumática historia trilateral que nos tiene trabados a Chile, Perú y Bolivia, es Arica (...) no hay otro camino”.
Si nos sinceráramos, chilenos y peruanos reconoceríamos que ese nudo gordiano es el que nuestros presidentes Augusto Leguía y Carlos Ibáñez definieron, en 1929, como “la única dificultad pendiente”. Ambos quisieron cortarlo mediante un estatuto especial para Tacna y Arica que vinculó, de facto, el tratado chileno-peruano de ese año y el boliviano-chileno de 1904. Pero, por cortedad de visión, no hubo disciplina para aplicarlo a cabalidad en el largo plazo.
Así, para llegar a una paz con amistad -y aunque nos irrite la agresividad de Evo Morales-, debiéramos ambientar una política común y de mano tendida hacia Bolivia, con un preámbulo categórico: ceder soberanía en Arica (o Tacna) sigue exigiendo un “previo acuerdo” chileno-peruano y no una simple “anuencia” a posteriori. Dicho en nomenclatura boliviana, los jueces de La Haya no son competentes para abrir “el candado”.
Tras 86 años de conflicto trilateral inconfesado, sería una manera inteligente de recuperar y actualizar la potente visión de Leguía e Ibáñez.
Bitácora
LA NUEVA CLASE POLITICA ABC1
José Rodríguez Elizondo
Tras descubrir que nuestros representantes políticos tienen ingresos superiores 40 veces al ingreso mínimo legal y que están en la cima de sus homólogos mundiales, me pareció pertinente publicar la siguiente reflexión.
Publicado en El Mostrador, 26.1.2015
Gato gordo no caza ratones
Tri Vih Ling
Si el caso Penta reposicionó el viejísimo tema de la relación entre el dinero espurio y los representantes políticos, ahora hay que ir un poquíto más lejos: a la relación entre dichos representantes y el dinero limpio.
Pocos han reparado en que, a mayor cuantía de la dieta legal de los políticos, mayor tentación para ingresar al “mundo del dinero”, “hacer trabajar el dinero” y convertir en inversiones subrepticias hasta sus asignaciones colaterales (que antes se llamaban “pitutos”). Todo esto con los contribuyentes como sector trasquilado y el Estado como financista impersonal.
Sucede que en ese rubro ya hemos llegado al desarrollo pleno. Nuestros representantes están entre los mejor remunerados del mundo y el costo de nuestro servicio político incluso supera el de grandes potencias industriales. En esa línea vanguardista, la dieta parlamentaria y sus colgajos son una de las más rentables expectativas de bienestar global –económico, de estatus y de poder- a que pueden aspirar los hijos, cónyuges y otros parientes de los políticos.
Recurriendo a la jerga sociológica, en Chile estaría cristalizando una estructura social denominada “clase política ABC1”, especializada en la representación de terceros, con diversidad de motivaciones ideológicas, homogeneidad de intereses propios y aversión a la alternancia. Ahora, como dicho así resulta complicado, digámoslo de manera más simple: nuestros representantes políticos, gracias a sus altos ingresos, hoy pueden disputar respecto al bienestar de los otros, pero estarán siempre de acuerdo sobre el bienestar propio.
LA BRECHA
Inevitablemente, el fenómeno está configurando un distanciamiento creciente, material y moral, entre elegidos y electores. Mientras éstos perciben que sus votos sólo sirven para producir “gente pudiente”, aquellos se zambullen en una complicidad ecuménica: todos para uno en la defensa de la “desigualdad con ventaja”. Lo curioso es que las pocas excepciones conocidas apuntan a un reconocimiento tácito de la brecha. La diputada Karol Cariola, por ejemplo, ha dicho que, según pauta comunista tradicional, cede casi la mitad de sus ingresos a su partido. De paso, tal privación no le impide lucir estupendo.
Expresiones de ese apego a la dieta de la abundancia son el silencio soslayante, la descalificación sin fundamentos, el “empate chilensis” y la defensa corporativa. De hecho, no se sabe de algún representante que haya atinado a prever, para evitarlo, que el reajuste general de remuneraciones de este año los beneficiara en proporción desmesurada. Otro caso: el año pasado la bancada estudiantil presentó un proyecto para reducir la distancia entre el salario mínimo y el de los parlamentarios –40 veces mayor-, pero el rechazo fue casi unánime. Las razones, digámoslo sin ambages, fueron pueriles. Según uno de los rechazantes, “la vida es así”, y “algunos llegan raspando a fin de mes”.
Desde esa brecha está surgiendo un nuevo y ominoso clivaje social: políticos profesionales contra todos los demás. Es una dicotomía asimétrica, donde los políticos ya no son convincentes como representantes, ni en las derechas ni en las izquierdas. Por eso hay financistas que invierten en ellos, como quien hace negocios “en verde”, para convertirlos en operadores. Por eso, los financiados mienten o se hacen los zonzos con perfecta cara de palo. También puede sospecharse que, en los sectores más deprimidos, esta situación potencia la “indignación de la calle”, la simpatía por los “outsiders” y hasta la resignación ante los desmanes de “los encapuchados”.
DIFICIL CREDIBILIDAD
Las encuestas reflejan lo dicho como desconfianza en todas las instituciones políticas. Sin excepción. Ni falta hace agregar que tal sentimiento implica una amenaza al sistema político de partidos y a la democracia misma, tanto o más grave que la del viejo clivaje civil-militar. Parece claro que no fue esa la idea de la transición, ni en las derechas ilustradas ni en las izquierdas doctrinarias. Ni en los electores pragmáticos ni en los románticos.
La solución, entonces, no es técnica. Puede que ayude eliminar el binominal, redimensionar los distritajes y fusionar algunos partidos. Sin embargo, el tema no se reduce a una mejor representatividad aritmética y, menos, si se parte por asegurar un aumento del número de representantes.
Ese conjunto de instrumentos sólo arrojará dividendos macropolíticos si se tiene claro que la exigencia principal es mucho más urgente y fácil de decir: recuperar la austeridad olvidada para volver a ser creíbles.
Pero, la dificultad para hacerlo es grande. Supone políticos capaces de entender la esencia de su relación con el dinero, para luego ponerle ese cascabel al gato.
Gato gordo no caza ratones
Tri Vih Ling
Si el caso Penta reposicionó el viejísimo tema de la relación entre el dinero espurio y los representantes políticos, ahora hay que ir un poquíto más lejos: a la relación entre dichos representantes y el dinero limpio.
Pocos han reparado en que, a mayor cuantía de la dieta legal de los políticos, mayor tentación para ingresar al “mundo del dinero”, “hacer trabajar el dinero” y convertir en inversiones subrepticias hasta sus asignaciones colaterales (que antes se llamaban “pitutos”). Todo esto con los contribuyentes como sector trasquilado y el Estado como financista impersonal.
Sucede que en ese rubro ya hemos llegado al desarrollo pleno. Nuestros representantes están entre los mejor remunerados del mundo y el costo de nuestro servicio político incluso supera el de grandes potencias industriales. En esa línea vanguardista, la dieta parlamentaria y sus colgajos son una de las más rentables expectativas de bienestar global –económico, de estatus y de poder- a que pueden aspirar los hijos, cónyuges y otros parientes de los políticos.
Recurriendo a la jerga sociológica, en Chile estaría cristalizando una estructura social denominada “clase política ABC1”, especializada en la representación de terceros, con diversidad de motivaciones ideológicas, homogeneidad de intereses propios y aversión a la alternancia. Ahora, como dicho así resulta complicado, digámoslo de manera más simple: nuestros representantes políticos, gracias a sus altos ingresos, hoy pueden disputar respecto al bienestar de los otros, pero estarán siempre de acuerdo sobre el bienestar propio.
LA BRECHA
Inevitablemente, el fenómeno está configurando un distanciamiento creciente, material y moral, entre elegidos y electores. Mientras éstos perciben que sus votos sólo sirven para producir “gente pudiente”, aquellos se zambullen en una complicidad ecuménica: todos para uno en la defensa de la “desigualdad con ventaja”. Lo curioso es que las pocas excepciones conocidas apuntan a un reconocimiento tácito de la brecha. La diputada Karol Cariola, por ejemplo, ha dicho que, según pauta comunista tradicional, cede casi la mitad de sus ingresos a su partido. De paso, tal privación no le impide lucir estupendo.
Expresiones de ese apego a la dieta de la abundancia son el silencio soslayante, la descalificación sin fundamentos, el “empate chilensis” y la defensa corporativa. De hecho, no se sabe de algún representante que haya atinado a prever, para evitarlo, que el reajuste general de remuneraciones de este año los beneficiara en proporción desmesurada. Otro caso: el año pasado la bancada estudiantil presentó un proyecto para reducir la distancia entre el salario mínimo y el de los parlamentarios –40 veces mayor-, pero el rechazo fue casi unánime. Las razones, digámoslo sin ambages, fueron pueriles. Según uno de los rechazantes, “la vida es así”, y “algunos llegan raspando a fin de mes”.
Desde esa brecha está surgiendo un nuevo y ominoso clivaje social: políticos profesionales contra todos los demás. Es una dicotomía asimétrica, donde los políticos ya no son convincentes como representantes, ni en las derechas ni en las izquierdas. Por eso hay financistas que invierten en ellos, como quien hace negocios “en verde”, para convertirlos en operadores. Por eso, los financiados mienten o se hacen los zonzos con perfecta cara de palo. También puede sospecharse que, en los sectores más deprimidos, esta situación potencia la “indignación de la calle”, la simpatía por los “outsiders” y hasta la resignación ante los desmanes de “los encapuchados”.
DIFICIL CREDIBILIDAD
Las encuestas reflejan lo dicho como desconfianza en todas las instituciones políticas. Sin excepción. Ni falta hace agregar que tal sentimiento implica una amenaza al sistema político de partidos y a la democracia misma, tanto o más grave que la del viejo clivaje civil-militar. Parece claro que no fue esa la idea de la transición, ni en las derechas ilustradas ni en las izquierdas doctrinarias. Ni en los electores pragmáticos ni en los románticos.
La solución, entonces, no es técnica. Puede que ayude eliminar el binominal, redimensionar los distritajes y fusionar algunos partidos. Sin embargo, el tema no se reduce a una mejor representatividad aritmética y, menos, si se parte por asegurar un aumento del número de representantes.
Ese conjunto de instrumentos sólo arrojará dividendos macropolíticos si se tiene claro que la exigencia principal es mucho más urgente y fácil de decir: recuperar la austeridad olvidada para volver a ser creíbles.
Pero, la dificultad para hacerlo es grande. Supone políticos capaces de entender la esencia de su relación con el dinero, para luego ponerle ese cascabel al gato.
Revista Realidad y Perspectivas
RyP N°38
José Rodríguez Elizondo
La coyuntura del mes comprende la normalización de relaciones USA-Cuba, las negociaciones del gobierno colombiano con las FARC y el origen del Estado Islámico. También está el último empeño de la diplomacia pública de Evo Morales: comprometer al Papa Francisco con su demanda marítima contra Chile
Bitácora
LA PATRIA DE LA HISTORIETA ESTÁ DE DUELO
José Rodríguez Elizondo
Durante los años 60, París fue mi patria de la Historia Grande. Para el veinteañero que todavía era, eso significaba asomarme a la “revolución de mayo”; ver y escuchar, en vivo y en directo, al Gran Charles (de Gaulle, obviamente); reunirme con juristas y periodistas internacionales, sobre el tema de Vietnam en guerra; conocer a Artur London, autor del libro La Confesión y víctima emblemática del estalinismo; discutir con Joë Nordman –abogado top, ex resistente parisino y comunista judío- sobre el socialismo democrático y la verdadera textura del socialismo real.
En paralelo –y llevado por mi irreductible afición a la caricatura- París fue mi patria de la Historieta. En el Quartier Latin hice el descubrimiento conjunto de la revista Pilot y de las librerías especializadas en bande dessinée. Me fasciné con la estructura y diseño de Tin Tin y Lucky Luke, versiones -más bien, visiones-, de la novela cosmopolita de aventuras y la epopeya fílmica del Lejano Oeste. Sobre todo, me inserté en esa gran gozada francesa que eran Asterix y Obelix contra Roma. Una metáfora desternillante que extrapolaba, a ese presente, la resistencia antimperial de los galos primitivos.
De ese modo divertido confirmé la relación directa entre la inteligencia y el humor. El savoir faire de los franceses tenía aquel elemento como ingrediente principal. y, por cierto, no se trataba de ese humor tosco, que los españoles caracterizan como del “pedo, caca, pis” (y que en Chile lucimos en el Festival de Viña). Era un humor sofisticado, siempre dispuesto a reírse de sí mismo -es decir, de los franceses- y a des-solemnizarlo todo, incluyendo al solemnísimo de Gaulle.
ESPÍRITU BURLON DEL URINARIO
Así llegué, por inercia, a la revista Hara Kiri, madre de la sátira política y social dura, libre de eufemismos y de historietas simplemente entretenidas. Era un ensamblaje de dibujos, fotos, memes y crónicas, surgidas desde una irreverencia creativa de muy alta intensidad. En su equipo brillaban guionistas y dibujantes de excelencia, entre los cuales Wollinski, cuyos trabajos de trazo sencillo, con textos llenos de ingenio, parecían brotar del dibujo mismo. Agrego que ahí no había concesiones a la seriedad bienpensante. Ningún editorial ni entrevista “de verdad,” que tranquilizara la conciencia de los compradores. El lema de la publicación, “revista tonta y malvada”, era su desafiante carta de presentación. Equivalía a proclamar “no esperéis de nosotros ninguna prédica políticamente correcta”.
En el fondo, era la actualización de ese espíritu burlón de los surrealistas, que dejara a Francia curada de espantos. Recuérdese que, tras los debates sobre el urinario de Duchamp, expuesto como obra de arte, los franceses asumieron que en eso consistía la libertad de expresión y nunca más polemizaron sobre los límites de la creatividad. Siguiendo esa línea, los lectores de Hara Kiri no se escandalizaban con los consejos prácticos para usar a los hijos tontos como escobillón. Con los nazis de Auschwitz ordenando a sus víctimas marchar “hundiendo la barriga”. Con políticos, reyes y reinas, discutiendo la coyuntura mientras copulaban. Con Jesús en Semana Santa, anunciando “el númerito de la resurrección”. Con Hitler queriendo resucitar igual que Jesucristo...
Con los años Hara Kiri desapareció, pero también resucitó, aunque con otro nombre: “Charlie Hebdo”. Charlie por de Gaulle, como todos sospecharon desde el principio. Los nuevos tiempos pusieron nuevos objetivos en la mira de los plumones, entre los cuales las manías de los islamistas radicales, que ya comenzaban a pesar demográficamente. Esto significaba que el equipo estable no se había adocenado y que su irreverencia seguía siendo la mejor vacuna contra los “tontos graves”. También significaba que Francia seguía gozando de una libertad de expresión paradigmática. Soporte, como tal, de una democracia a prueba de balas.
VÍCTIMAS IRREVERENTES
Siguió siendo así, incluso cuando llegaron las balas de verdad. El equipo de Charlie Hebdo comenzó a recibir amenazas y a sufrir atentados por parte de los fundamentalistas pero, fantásticamente, sus miembros ni se autocensuraron ni se escondieron. Más bien optaron por vivir su humor peligrosamente, agregando un adjetivo tácito al viejo lema. Al menos así lo entendí desde la distancia: “revista tonta, malvada y kamikaze”.
Jugando con la alegría de reir en medio de un campo minado, llegó la muerte a la mismísima sala de redacción. Previsto y previsible. El pasado miércoles dos heraldos negros dejaron doce víctimas mortales, entre las cuales diez miembros del equipo, comprendido el octogenario y siempre genial Wollinski. Luego, pasado el momento de los desgarros y estupores, la inmensa mayoría de los franceses reaccionó como los viejos mosqueteros de Alejandro Dumas: “Yo soy Charlie”, dijeron y el país entero se levantó tras la bandera de la libertad de expresión.
Por cierto, hubo excepciones en sordina. Voces que admitían cierta extralimitación de los asesinados. Su provocativo humor en la cuerda floja habría puesto en riesgo la seguridad de la sociedad toda. En síntesis, la la vieja culpabilidad de las víctimas, prima hermana de la autocensura. Afortunadamente, el país no privilegió esas voces anticlimáticas. La inmensa mayoría de los franceses, con eco en todo el mundo, entendió que las víctimas murieron, sin grandilocuencia, por los ideales más nobles de la humanidad. En su gallarda tozudez estaba el vínculo real entre la vieja revolución y la moderna democracia.
Con todo, yo creo que esas víctimas se habrían burlado muchísimo, si alguien les hubiera anunciado que iban a pasar, sin trámite, de la sala de redacción al panteón de los héroes de la libertad. Por eso invito a los lectores a un grito final y agradecido:
¡Viva Charlie Hebdo, viva Wollinski, vive la France!
En paralelo –y llevado por mi irreductible afición a la caricatura- París fue mi patria de la Historieta. En el Quartier Latin hice el descubrimiento conjunto de la revista Pilot y de las librerías especializadas en bande dessinée. Me fasciné con la estructura y diseño de Tin Tin y Lucky Luke, versiones -más bien, visiones-, de la novela cosmopolita de aventuras y la epopeya fílmica del Lejano Oeste. Sobre todo, me inserté en esa gran gozada francesa que eran Asterix y Obelix contra Roma. Una metáfora desternillante que extrapolaba, a ese presente, la resistencia antimperial de los galos primitivos.
De ese modo divertido confirmé la relación directa entre la inteligencia y el humor. El savoir faire de los franceses tenía aquel elemento como ingrediente principal. y, por cierto, no se trataba de ese humor tosco, que los españoles caracterizan como del “pedo, caca, pis” (y que en Chile lucimos en el Festival de Viña). Era un humor sofisticado, siempre dispuesto a reírse de sí mismo -es decir, de los franceses- y a des-solemnizarlo todo, incluyendo al solemnísimo de Gaulle.
ESPÍRITU BURLON DEL URINARIO
Así llegué, por inercia, a la revista Hara Kiri, madre de la sátira política y social dura, libre de eufemismos y de historietas simplemente entretenidas. Era un ensamblaje de dibujos, fotos, memes y crónicas, surgidas desde una irreverencia creativa de muy alta intensidad. En su equipo brillaban guionistas y dibujantes de excelencia, entre los cuales Wollinski, cuyos trabajos de trazo sencillo, con textos llenos de ingenio, parecían brotar del dibujo mismo. Agrego que ahí no había concesiones a la seriedad bienpensante. Ningún editorial ni entrevista “de verdad,” que tranquilizara la conciencia de los compradores. El lema de la publicación, “revista tonta y malvada”, era su desafiante carta de presentación. Equivalía a proclamar “no esperéis de nosotros ninguna prédica políticamente correcta”.
En el fondo, era la actualización de ese espíritu burlón de los surrealistas, que dejara a Francia curada de espantos. Recuérdese que, tras los debates sobre el urinario de Duchamp, expuesto como obra de arte, los franceses asumieron que en eso consistía la libertad de expresión y nunca más polemizaron sobre los límites de la creatividad. Siguiendo esa línea, los lectores de Hara Kiri no se escandalizaban con los consejos prácticos para usar a los hijos tontos como escobillón. Con los nazis de Auschwitz ordenando a sus víctimas marchar “hundiendo la barriga”. Con políticos, reyes y reinas, discutiendo la coyuntura mientras copulaban. Con Jesús en Semana Santa, anunciando “el númerito de la resurrección”. Con Hitler queriendo resucitar igual que Jesucristo...
Con los años Hara Kiri desapareció, pero también resucitó, aunque con otro nombre: “Charlie Hebdo”. Charlie por de Gaulle, como todos sospecharon desde el principio. Los nuevos tiempos pusieron nuevos objetivos en la mira de los plumones, entre los cuales las manías de los islamistas radicales, que ya comenzaban a pesar demográficamente. Esto significaba que el equipo estable no se había adocenado y que su irreverencia seguía siendo la mejor vacuna contra los “tontos graves”. También significaba que Francia seguía gozando de una libertad de expresión paradigmática. Soporte, como tal, de una democracia a prueba de balas.
VÍCTIMAS IRREVERENTES
Siguió siendo así, incluso cuando llegaron las balas de verdad. El equipo de Charlie Hebdo comenzó a recibir amenazas y a sufrir atentados por parte de los fundamentalistas pero, fantásticamente, sus miembros ni se autocensuraron ni se escondieron. Más bien optaron por vivir su humor peligrosamente, agregando un adjetivo tácito al viejo lema. Al menos así lo entendí desde la distancia: “revista tonta, malvada y kamikaze”.
Jugando con la alegría de reir en medio de un campo minado, llegó la muerte a la mismísima sala de redacción. Previsto y previsible. El pasado miércoles dos heraldos negros dejaron doce víctimas mortales, entre las cuales diez miembros del equipo, comprendido el octogenario y siempre genial Wollinski. Luego, pasado el momento de los desgarros y estupores, la inmensa mayoría de los franceses reaccionó como los viejos mosqueteros de Alejandro Dumas: “Yo soy Charlie”, dijeron y el país entero se levantó tras la bandera de la libertad de expresión.
Por cierto, hubo excepciones en sordina. Voces que admitían cierta extralimitación de los asesinados. Su provocativo humor en la cuerda floja habría puesto en riesgo la seguridad de la sociedad toda. En síntesis, la la vieja culpabilidad de las víctimas, prima hermana de la autocensura. Afortunadamente, el país no privilegió esas voces anticlimáticas. La inmensa mayoría de los franceses, con eco en todo el mundo, entendió que las víctimas murieron, sin grandilocuencia, por los ideales más nobles de la humanidad. En su gallarda tozudez estaba el vínculo real entre la vieja revolución y la moderna democracia.
Con todo, yo creo que esas víctimas se habrían burlado muchísimo, si alguien les hubiera anunciado que iban a pasar, sin trámite, de la sala de redacción al panteón de los héroes de la libertad. Por eso invito a los lectores a un grito final y agradecido:
¡Viva Charlie Hebdo, viva Wollinski, vive la France!
Bitácora
SOBRE EL JUICIO DE BOLIVIA CONTRA CHILE EN LA HAYA
José Rodríguez Elizondo
Como he dicho en textos anteriores, las entrevistas suelen ser más didácticas que las elaboraciones compactas. Me parece que esta describe bien el momento que Chile y Bolivia están viviendo, con motivo de su pleito en La Haya
Publicado en cadena de diarios regionales de El Mercurio, 4.1.2015
- ¿Qué evaluación hace de las relaciones de Chile con Perú y Bolivia en un año marcado por el fallo de La Haya por el reclamo peruano y una demanda boliviana en curso?
El resultado parcialmente exitoso para Perú y la posición defensiva en que nos ha puesto Bolivia, reflejan la caducidad de una doctrina de política exterior centrada en la intangibilidad de los tratados y la innegociabilidad de los conflictos que afectan a la soberanía. Donde Chile defendió un tratado específico de frontera marítima, el Perú invocó la inexistencia de tal tratado. Bolivia, por su lado, constitucionalizó su política tendiente a desconocer el tratado de límites de 1904 y fundó su demanda en negociaciones frustradas con Chile, que suponían transferencia de soberanía. Todo esto obliga a analizar, críticamente, ese largo plazo en que nuestros gobiernos no generaron iniciativas y no supieron o no pudieron impedir la judicialización.
- ¿Cuáles son los efectos que dejó, a nivel de relaciones, el fallo de La Haya por la demanda peruana?
Me acojo al realismo del juez chileno Francisco Orrego, para quien el fallo “no fue un desastre”. Esa fórmula, equilibrada entre la autocomplacencia y la autoflagelación, debiera estar en la base de un proceso renovador, en Chile y Perú. Efecto principal de tal proceso debiera ser el reconocimiento de los errores estratégicos barridos bajo las alfombras. Pero no solo a manera de mea culpa, sino como fase necesaria para retomar y proyectar el espíritu del Tratado de 1929, impulsado por los Presidentes Carlos Ibáñez y Augusto Leguía
.
- Respecto del llamado Hito 1, ¿cree que este punto seguirá generando escollos, problemas, entre Chile y Perú?
Creo que seguirá siendo tema, aunque declinante. Mi optimismo relativo obedece a dos factores. Uno, que el punto Concordia o 266 del Perú, designado por sus expertos como el de la “orilla del mar”, fue instrumental para su tesis de la proyección marítima equidistante, desechada por la CIJ. Por tanto, su razón de ser caducó. El segundo, no debatido a cabalidad, es la aplicación del sistema de ficciones, propio del derecho, a la diferencia entre delimitación y demarcación. Esto significa que la demarcación fijada por el Hito 1 es la literal “concretización” de una delimitación que solo establece líneas y puntos ideales... entre los cuales el punto “orilla del mar”. En otras palabras, con base en una convención o ficción jurídica, ese Hito “representa” la orilla del mar, ya que no es dable determinar una orilla del mar exacta. También está la razón práctica, que debieron considerar los demarcadores: ¿cuánto duraría un hito instalado en la rompiente de las olas?.
¿Quiere decir que el punto 266 o Concordia no existe?
Quiero decir que es un punto unilateral e inmaterial, fijado décadas después de concluído el proceso demarcatorio. Por lo mismo, hace décadas que venció el plazo para impugnar ese proceso. Ahora, si se mantiene la diferencia de criterios, se debe a que hoy el Perú estaría asignando una nueva funcionalidad al punto 266: la de configurar uno de los ángulos del “triángulo terrestre” en disputa. Pero, corsi e ricorsi, ese triángulo ya no existe. Desde que la CIJ asignó a Chile el vector costa, a lo más podría hablarse de una “cuña terrestre” de entre 3 y 4 hectáreas. En cualquier caso, espero que, con base en una buena negociación, facilitada por el cumplimiento del fallo y los intereses comunes que estamos potenciando con la Alianza del Pacífico, este tema se supere.
- ¿Cuál es la estrategia de largo plazo que, según prevé usted, adoptará Perú? Y, ¿qué puede hacer Chile frente a esa estrategia?
n primer lugar, yo no creo que la política peruana hacia Chile sea un producto monolítico de su Cancillería. Con toda la gravitación que tiene Torre Tagle, es natural que existan tendencias internas, opiniones variadas de expertos externos y también diferencias con lo que piensa el presidente Humala. Por ello, hoy, más que nunca, Chile debiera asumir iniciativas para tratar de definir la relación bilateral en forma mutuamente beneficiosa. Pienso, además, que la Cancillería peruana espera esas iniciativas. Aunque nos parezca injusto, la tradicional reactividad chilena allá suele interpretarse como indiferencia o arrogancia.
- Respecto de la demanda boliviana, ¿considera que Perú intentará seguir manteniéndose al margen del litigio o adoptará algún tipo de injerencia o rol más activo?
Ahí tenemos un ejemplo concreto de nuestro déficit de iniciativas. Creo que esa posición del Perú, entre prescindente y simpática hacia Bolivia, tiene como soporte un error estratégico de Chile, cometido entre 1947 y 1951. Según analistas peruanos autorizados, al negociar directamente con Bolivia una salida soberana al mar por Arica, cambiamos el prescriptivo “acuerdo previo” con Perú, del Protocolo Complementario de 1929, por un simple veto o “anuencia” posterior. Es decir, cambiamos el orden de los factores para negociar un cambio en la frontera y Perú sólo podría decir “sí o no”. En el pasado gobierno, Chile trató de enmendar ese error, aunque de manera informal, cuando el canciller Alfredo Moreno declaró, en Lima, que “Chile no está dispuesto a perder su frontera con el Perú”. Yo me pregunto si no ha llegado el momento de ir más allá y tomar ese animal por los cuernos, en la reserva y formalidad de la alta diplomacia. Baste pensar que casi todos nuestros conflictos con Perú se vinculan con la aspiración ariqueña de Bolivia.
- ¿Cómo evalúa el desempeño de la Cancillería chilena y, específicamente, el del ministro Heraldo Muñoz? ¿Ha notado cambios en la política exterior después del cambio de Gobierno?
El mejor piloto de Fórmula 1 no podría competir en Indianápolis, si su escudería le asigna un vehículo que no supera los 80 km. por hora. Valga la metáfora para decir que los déficit de nuestra Cancillería se acentuaron con la política exterior ideologizada del general Pinochet, tan recelosa de la diplomacia institucional. Entonces vivimos emergencias vecinales graves, con amenazas de guerra y una Cancillería más bien protocolizadora. Nuestra seguridad, entonces, dependió fundamentalmente de la disuasión. Ahora, tras seis gobiernos democráticos, seguimos hablando de “modernizar” la Cancillería, pero eso ya no basta. Muchas presiones que antes venían desde los ejércitos, hoy vienen desde los establecimientos diplomáticos, con base en la llamada “estrategia de aproximación indirecta”. Lo estamos viviendo. Es urgente asumir, como prioridad de Estado, la necesidad de una Cancillería a la altura de las mejores. Respecto al canciller Muñoz, es un internacionalista experimentado y con obra escrita, pero me sentiría imprudente o desubicado si tratara de evaluarlo.
- ¿Cómo observa la actual situación bilateral entre Chile y Bolivia?
Parece claro que estamos viviendo una de las peores etapas. Y no sólo por errores nuestros, sino, también, por aciertos estratégicos de Bolivia. Entre éstos, el haber sostenido por más de un siglo su política de internacionalización del conflicto y haberla enriquecido con un hallazgo conceptual, de carácter geopolítico, en el cual hemos reparado poco. Me refiero a su invocada “pérdida de la cualidad marítima”, que le permite obtener tres efectos simultáneos: uno, tranquilizar a todos los otros vecinos que le han restado espacio territorial. Dos, inducir el aislamiento vecinal de Chile. Tercero, ocultar que el objetivo geográfico pretendido tiene a Arica como base.
- ¿Cuáles son los escenarios que vislumbra que se produzcan en el tribunal de La Haya con respecto a la demanda boliviana?
La CIJ, en su empeño por ampliar su espacio competencial, se ha metido en camisa de muchísimas varas al aceptar a tramitación la demanda boliviana. Los expertos de cualquier parte saben que esta judicialización es una especie de endoso a la Corte, organismo de la ONU, para potenciar al máximo nivel una política que puede afectar dos tratados de fronteras: el chileno-boliviano de 1904 y el chileno-peruano de 1929. Por esa vía, la CIJ se estaría deslegitimando y colocando en situación de violación, respecto a la propia Carta de la ONU.
- ¿Qué es más probable: que La Haya acepte la impugnación de la competencia del tribunal presentada por Chile, o que la rechace?
Prefiero decir que, jurídicamente hablando, la CIJ debiera aceptar la impugnación de Chile, subsanando el error cometido al aceptar la demanda a tramitación
- ¿Es partidario de que Chile renuncie al Pacto de Bogotá, que reconoce la jurisdicción de La Haya?
Desconfío de las vallas que se colocan cuando el ganado ya se arrancó. Además, cuando se presenta una demanda tan obviamente política, el Estado demandado tiene la opción de no comparecer al proceso, contenida en el artículo 53 del Estatuto de la CIJ. Esto equivale a una excepción absoluta de incompetencia o a un freno de emergencia ante una eventual extralimitación de la CIJ.
- ¿A qué se refiere el ex Presidente boliviano Carlos Mesa con que el “meollo” de esta situación es Arica?
El ex Presidente Mesa, historiador y periodista, ha escrito –y lo cito textual- que “el nudo gordiano de la traumática historia trilateral que nos tiene trabados a Chile, Perú y Bolivia, es Arica”. Es algo que en Chile conocemos poco y que, con cierto desdén, el docto diplomático peruano Juan Miguel Bákula llamaba “ariquismo”. Visto lo ya conversado sobre el soslayamiento del tratado de 1904 y de Arica como objetivo, ese reconocimiento de Mesa revela un encomiable coraje intelectual.
- Después de tantos intentos por dar una solución a la mediterraneidad de Bolivia, a través de tratados y protocolos, ¿se prevé que este litigio en La Haya finalmente conduzca a una medida concreta?
Los designios de los jueces de La Haya son inescrutables.
- ¿Qué evaluación hace de las relaciones de Chile con Perú y Bolivia en un año marcado por el fallo de La Haya por el reclamo peruano y una demanda boliviana en curso?
El resultado parcialmente exitoso para Perú y la posición defensiva en que nos ha puesto Bolivia, reflejan la caducidad de una doctrina de política exterior centrada en la intangibilidad de los tratados y la innegociabilidad de los conflictos que afectan a la soberanía. Donde Chile defendió un tratado específico de frontera marítima, el Perú invocó la inexistencia de tal tratado. Bolivia, por su lado, constitucionalizó su política tendiente a desconocer el tratado de límites de 1904 y fundó su demanda en negociaciones frustradas con Chile, que suponían transferencia de soberanía. Todo esto obliga a analizar, críticamente, ese largo plazo en que nuestros gobiernos no generaron iniciativas y no supieron o no pudieron impedir la judicialización.
- ¿Cuáles son los efectos que dejó, a nivel de relaciones, el fallo de La Haya por la demanda peruana?
Me acojo al realismo del juez chileno Francisco Orrego, para quien el fallo “no fue un desastre”. Esa fórmula, equilibrada entre la autocomplacencia y la autoflagelación, debiera estar en la base de un proceso renovador, en Chile y Perú. Efecto principal de tal proceso debiera ser el reconocimiento de los errores estratégicos barridos bajo las alfombras. Pero no solo a manera de mea culpa, sino como fase necesaria para retomar y proyectar el espíritu del Tratado de 1929, impulsado por los Presidentes Carlos Ibáñez y Augusto Leguía
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- Respecto del llamado Hito 1, ¿cree que este punto seguirá generando escollos, problemas, entre Chile y Perú?
Creo que seguirá siendo tema, aunque declinante. Mi optimismo relativo obedece a dos factores. Uno, que el punto Concordia o 266 del Perú, designado por sus expertos como el de la “orilla del mar”, fue instrumental para su tesis de la proyección marítima equidistante, desechada por la CIJ. Por tanto, su razón de ser caducó. El segundo, no debatido a cabalidad, es la aplicación del sistema de ficciones, propio del derecho, a la diferencia entre delimitación y demarcación. Esto significa que la demarcación fijada por el Hito 1 es la literal “concretización” de una delimitación que solo establece líneas y puntos ideales... entre los cuales el punto “orilla del mar”. En otras palabras, con base en una convención o ficción jurídica, ese Hito “representa” la orilla del mar, ya que no es dable determinar una orilla del mar exacta. También está la razón práctica, que debieron considerar los demarcadores: ¿cuánto duraría un hito instalado en la rompiente de las olas?.
¿Quiere decir que el punto 266 o Concordia no existe?
Quiero decir que es un punto unilateral e inmaterial, fijado décadas después de concluído el proceso demarcatorio. Por lo mismo, hace décadas que venció el plazo para impugnar ese proceso. Ahora, si se mantiene la diferencia de criterios, se debe a que hoy el Perú estaría asignando una nueva funcionalidad al punto 266: la de configurar uno de los ángulos del “triángulo terrestre” en disputa. Pero, corsi e ricorsi, ese triángulo ya no existe. Desde que la CIJ asignó a Chile el vector costa, a lo más podría hablarse de una “cuña terrestre” de entre 3 y 4 hectáreas. En cualquier caso, espero que, con base en una buena negociación, facilitada por el cumplimiento del fallo y los intereses comunes que estamos potenciando con la Alianza del Pacífico, este tema se supere.
- ¿Cuál es la estrategia de largo plazo que, según prevé usted, adoptará Perú? Y, ¿qué puede hacer Chile frente a esa estrategia?
n primer lugar, yo no creo que la política peruana hacia Chile sea un producto monolítico de su Cancillería. Con toda la gravitación que tiene Torre Tagle, es natural que existan tendencias internas, opiniones variadas de expertos externos y también diferencias con lo que piensa el presidente Humala. Por ello, hoy, más que nunca, Chile debiera asumir iniciativas para tratar de definir la relación bilateral en forma mutuamente beneficiosa. Pienso, además, que la Cancillería peruana espera esas iniciativas. Aunque nos parezca injusto, la tradicional reactividad chilena allá suele interpretarse como indiferencia o arrogancia.
- Respecto de la demanda boliviana, ¿considera que Perú intentará seguir manteniéndose al margen del litigio o adoptará algún tipo de injerencia o rol más activo?
Ahí tenemos un ejemplo concreto de nuestro déficit de iniciativas. Creo que esa posición del Perú, entre prescindente y simpática hacia Bolivia, tiene como soporte un error estratégico de Chile, cometido entre 1947 y 1951. Según analistas peruanos autorizados, al negociar directamente con Bolivia una salida soberana al mar por Arica, cambiamos el prescriptivo “acuerdo previo” con Perú, del Protocolo Complementario de 1929, por un simple veto o “anuencia” posterior. Es decir, cambiamos el orden de los factores para negociar un cambio en la frontera y Perú sólo podría decir “sí o no”. En el pasado gobierno, Chile trató de enmendar ese error, aunque de manera informal, cuando el canciller Alfredo Moreno declaró, en Lima, que “Chile no está dispuesto a perder su frontera con el Perú”. Yo me pregunto si no ha llegado el momento de ir más allá y tomar ese animal por los cuernos, en la reserva y formalidad de la alta diplomacia. Baste pensar que casi todos nuestros conflictos con Perú se vinculan con la aspiración ariqueña de Bolivia.
- ¿Cómo evalúa el desempeño de la Cancillería chilena y, específicamente, el del ministro Heraldo Muñoz? ¿Ha notado cambios en la política exterior después del cambio de Gobierno?
El mejor piloto de Fórmula 1 no podría competir en Indianápolis, si su escudería le asigna un vehículo que no supera los 80 km. por hora. Valga la metáfora para decir que los déficit de nuestra Cancillería se acentuaron con la política exterior ideologizada del general Pinochet, tan recelosa de la diplomacia institucional. Entonces vivimos emergencias vecinales graves, con amenazas de guerra y una Cancillería más bien protocolizadora. Nuestra seguridad, entonces, dependió fundamentalmente de la disuasión. Ahora, tras seis gobiernos democráticos, seguimos hablando de “modernizar” la Cancillería, pero eso ya no basta. Muchas presiones que antes venían desde los ejércitos, hoy vienen desde los establecimientos diplomáticos, con base en la llamada “estrategia de aproximación indirecta”. Lo estamos viviendo. Es urgente asumir, como prioridad de Estado, la necesidad de una Cancillería a la altura de las mejores. Respecto al canciller Muñoz, es un internacionalista experimentado y con obra escrita, pero me sentiría imprudente o desubicado si tratara de evaluarlo.
- ¿Cómo observa la actual situación bilateral entre Chile y Bolivia?
Parece claro que estamos viviendo una de las peores etapas. Y no sólo por errores nuestros, sino, también, por aciertos estratégicos de Bolivia. Entre éstos, el haber sostenido por más de un siglo su política de internacionalización del conflicto y haberla enriquecido con un hallazgo conceptual, de carácter geopolítico, en el cual hemos reparado poco. Me refiero a su invocada “pérdida de la cualidad marítima”, que le permite obtener tres efectos simultáneos: uno, tranquilizar a todos los otros vecinos que le han restado espacio territorial. Dos, inducir el aislamiento vecinal de Chile. Tercero, ocultar que el objetivo geográfico pretendido tiene a Arica como base.
- ¿Cuáles son los escenarios que vislumbra que se produzcan en el tribunal de La Haya con respecto a la demanda boliviana?
La CIJ, en su empeño por ampliar su espacio competencial, se ha metido en camisa de muchísimas varas al aceptar a tramitación la demanda boliviana. Los expertos de cualquier parte saben que esta judicialización es una especie de endoso a la Corte, organismo de la ONU, para potenciar al máximo nivel una política que puede afectar dos tratados de fronteras: el chileno-boliviano de 1904 y el chileno-peruano de 1929. Por esa vía, la CIJ se estaría deslegitimando y colocando en situación de violación, respecto a la propia Carta de la ONU.
- ¿Qué es más probable: que La Haya acepte la impugnación de la competencia del tribunal presentada por Chile, o que la rechace?
Prefiero decir que, jurídicamente hablando, la CIJ debiera aceptar la impugnación de Chile, subsanando el error cometido al aceptar la demanda a tramitación
- ¿Es partidario de que Chile renuncie al Pacto de Bogotá, que reconoce la jurisdicción de La Haya?
Desconfío de las vallas que se colocan cuando el ganado ya se arrancó. Además, cuando se presenta una demanda tan obviamente política, el Estado demandado tiene la opción de no comparecer al proceso, contenida en el artículo 53 del Estatuto de la CIJ. Esto equivale a una excepción absoluta de incompetencia o a un freno de emergencia ante una eventual extralimitación de la CIJ.
- ¿A qué se refiere el ex Presidente boliviano Carlos Mesa con que el “meollo” de esta situación es Arica?
El ex Presidente Mesa, historiador y periodista, ha escrito –y lo cito textual- que “el nudo gordiano de la traumática historia trilateral que nos tiene trabados a Chile, Perú y Bolivia, es Arica”. Es algo que en Chile conocemos poco y que, con cierto desdén, el docto diplomático peruano Juan Miguel Bákula llamaba “ariquismo”. Visto lo ya conversado sobre el soslayamiento del tratado de 1904 y de Arica como objetivo, ese reconocimiento de Mesa revela un encomiable coraje intelectual.
- Después de tantos intentos por dar una solución a la mediterraneidad de Bolivia, a través de tratados y protocolos, ¿se prevé que este litigio en La Haya finalmente conduzca a una medida concreta?
Los designios de los jueces de La Haya son inescrutables.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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