Revista Realidad y Perspectivas
RyP 16
José Rodríguez Elizondo
Libros de J.R. Elizondo
Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo
José Rodríguez Elizondo
COMENTARIO SOBRE NUEVO LIBRO DE JOSE RODRIGUEZ ELIZONDO
Guerra de las Malvinas. Noticia en desarrollo 1982-2012
Juan Emilio Cheyre
Director Centro de Estudios Internacionales UC
Agradezco a José Rodríguez Elizondo y al Mercurio Aguilar el privilegio de ser uno de quienes presentamos un nuevo libro que el incansable Pepe entrega a los interesados en los temas internacionales. Parto por destacar esa vocación de buen escritor que tiene nuestro autor. Es un hombre que en los últimos años ha producido textos que permiten adentrarse especialmente en la historia y antecedentes de temas que para los chilenos son fundamentales. Fue el caso de las relaciones vecinales, dentro de ellas acontecimientos o problemas latentes donde están entre otros La Haya, Charaña, y ahora la importante mirada de la Guerra de las Malvinas en clave actual.
El analizar las Malvinas y su historia posterior, efectos y contexto, me parece una idea de mucha visión considerando que nuestro país está viviendo un momento especialmente interesante de cara al desafío que se nos abre al tener oportunidades para afiatar nuestra relación vecinal, buscando transitar hacia el logro de una relación plena con Argentina, Perú y Bolivia. Esa tarea ya la han asumido diferentes instancias donde tal vez sean los empresarios los más activos, pero donde también hay tareas y empeños de otros sectores donde nuestra política exterior y diplomacia sin duda tienen un rol fundamental.
Es por lo expuesto que este libro, y los libros anteriores de Rodríguez Elizondo, constituyen un gran aporte. Sus contenidos permiten a expertos y principiantes conocer acerca de materias que resultan fundamentales a la hora de construir vínculos de cualquier naturaleza. El aporte del autor me parece de tremenda importancia ya que ayuda a generar una base de conocimiento de hechos y circunstancias que van conformando información básica, en este caso de Argentina, en análisis y detalles que permiten comprender actuares de sus gobernantes, políticos, empresarios o personas que, sin esta historia que podemos leer, nos resultan a veces incomprensibles. Es decir, este libro y otros de este autor ayudan a conocer las contrapartes con las cuales diferentes estamentos en Chile tendrán que actuar con un nuevo tipo de vínculo, donde la sutileza de relaciones complejas exige un nivel de información que el trabajo de Pepe permitirá proporcionar a aquellos que, por una u otra razón, no habían tenido la ocasión de poseer.
Este es un libro especial en su estructura. Constituye una apuesta diferente a la normal. Pienso que el libro es un hijo de un padre multifacético en intereses, aficiones y experiencias. La primera parte, Abril-Junio 1982, es un traer al presente a Caretas en su relato de la guerra de las Malvinas. En 188 páginas de un total de 358 que tiene el libro, nos recuerda semana a semana la historia de esos días, sin duda con la intención de traerlas al hoy para deducir su incidencia actual. Esa tarea se aborda fundamentalmente en los Capítulos “Del silencio a la Rutina” y “ 30 años después”.
La primera parte, aquella que reproduce Caretas, nos muestra al Rodríguez Elizondo periodista, profundamente comprometido con ese medio, que para él marcó parte importante de su vida. Leer esas páginas ordenadas cada semana en tres partes, donde la primera constituye un resumen informativo; la segunda, la noticia en desarrollo y la tercera, análisis del director, me retrotrajo a la vorágine de acontecimientos de una guerra que en nuestro propio escenario geopolítico y estratégico en esos años seguimos con especial interés. Creo que será importante mirar atentamente lo que ese Capítulo nos recuerda. Están muy bien planteados acontecimientos tales como el desembarco; las decisiones políticas de la dama de hierro; el apresto logístico británico; las decisiones del histriónico Galtieri; los discursos altisonantes de Meléndez y su posterior opaca y breve rendición; la heroica e impecable acción de los pilotos argentinos y en fin, detalles como ocupación de cabezas de playa, ataques nocturnos, empleo de reservas, hundimiento de buques, fuego de artillería, carencia de vestuario o alimentación y todo el detalle de las operaciones militares. También, la transcripción de Caretas nos detalla las decisiones políticas donde recordamos los intentos de construir caminos para la paz siempre fallidos; el entorno internacional y los actores claves; el rol de las OOII y el hecho clave de la decisión de EE UU de inclinarse entre el TIAR y el apoyo a su socio británico que terminó por sellar el futuro de Argentina.
Siendo importante el Día a Día, encontré muy entretenido el análisis del editor. Allí aparece el Rodríguez Elizondo de esos años, seguramente más joven pero igualmente analítico, que con capacidad para observar e interpretar los hechos va generando escenarios que al leerlos después nos muestran que mayoritariamente fueron acertados y que tienen el mérito de haber detectado en los hechos acaecidos, muchas de las claves de lo que sucedería a futuro en la guerra, pero también en cuanto a efectos muy posteriores, un asunto que volveré a tratar cuando me refiera a otros Capítulos.
La lectura de esta parte del libro hace valorar el periodismo y a los periodistas. Allí el oficio y vocación del autor reflejan la riqueza de la actividad y del profesional. Me llamaron la atención las importantes entrevistas que hace Caretas ya que al leerlas nos recuerdan la importancia de esta forma de periodismo y la riqueza que sus contenidos aportan donde, desde la elección de la persona a entrevistar y el juego entrevistador-entrevistado, siempre da por resultado, cuando tiene nivel de ambas partes, productos tan interesantes como aquellos que el libro nos entrega, de personajes tales como el ex Canciller Óscar Camillión; la del Presidente Raúl Alfonsin; el jurista Andrés Aramburú Menchaca, quien con gran visión da un certero enfoque del tema Malvinas o la siempre clarividente mirada del General Morales Bermúdez, que con su criterio político y estratégico no se pierde en el análisis ex ante de lo que llevaría a la derrota a Argentina. Con estas entrevistas, me queda el sabor que las palabras de hombres de esa estatura siempre tienen vigencia al encontrar contenidos que hoy deben hacernos pensar.
El segundo Capítulo, “Intermedio Largo”, es un excelente compendio geopolítico y un destacado trabajo de análisis post guerra y sus efectos, que nos muestran un autor con claras motivaciones para abordar estas temáticas con destreza. Lo dice el autor cuando plantea que “la guerra había dejado secuelas de mediano y largo plazo, que también eran noticiables y analizables” y con esa orientación se pone a la tarea, entregándonos importantes miradas del enfoque que explica que la derrota impuesta por los británicos liquida la Junta Militar, o la advertencia de la conducta futura militar argentina para asumir órdenes, o responsabilidades que les asignen los futuros gobiernos constitucionales, o el efecto Thatcher en la conducción de la guerra donde es notable la recopilación de antecedentes que hace Pepe de sus encuentros con Tam Dayell a quien lo describe como tozudo perro de presa escocés tras la Dama de Hierro a quien no le da tregua. Me aprovecho de estas transcripciones para destacar dos virtudes o capacidades del autor. La primera es que logra estar en muchos lugares y en posición privilegiada de la cual hace intenso uso. Así lo vemos en palacios de gobierno y en el mismísimo Palacio de Westminster. La segunda es una condición innata para descubrir viejos documentos y escritos de autores que adelantan tesis. Al respecto, ya lo hizo sobre el origen de la fórmula de La Haya del Perú y ahora nos entrega interesantísimos datos que avalan la visión bioceánica que Argentina sustento tanto tiempo.
A raíz de lo anterior, considero de gran valor el análisis geopolítico que plantea el libro con respecto al principio bioceánico que incluso tiene en Argentina un relato en la clave política que lo sitúa como base ideológica de la relación civil militar. Es importante la síntesis de la problemática que hace y que se vincula con lo que el autor, en tono de figura, describe como “la conciencia por Argentina que las llaves del Atlántico Sur dada la presencia de Gran Bretaña en Malvinas no les permite tener el llavero completo al tener la principal el reino Unido y las otras las debe compartir con Chile que tenía el control del estrecho de Magallanes, las islas del Beagle y de una amplia zona del mar de Drake”. Pero más aún estos escritos que analiza el autor llevan a que aparezcan fundamentos para el temor argentino a una alianza anglo-chilena en el pasado. Es mucho más sofisticado el análisis geopolítico de Rodríguez Elizondo y aquí no puede tratarse cabalmente, así que lean el libro donde surge una interesante mención al rol de Brasil en la zona.
El tercer Capítulo, “Del silencio a la Rutina”, a mi juicio tiene un interesante contenido de política internacional donde aparece el Rodríguez Elizondo diplomático e interesado en los asuntos políticos. Parte el Capítulo recordando el hecho del espionaje en Punta Arenas, descrito como una chapuza que le permite al autor hacer reflexiones que dibujan a un Presidente Kichner menos sofisticado que Menem y Alfonsín, pero que transita hacia mejores relaciones con Chile, entre otros aspectos, para no satisfacer a los estrategas de Londres que avalarían una mala relación entre los vecinos del sur. Es importante el recuento de los vínculos entre Chile y Argentina que, según el autor, en ese período avanzan entre recelos, pisotones, cálculos y esperanzas, para culminar con una declaración que a su juicio es el esbozo de una estrategia nueva, volviendo la dupla Lagos-Kirchner a la ruta del cuarteto Alfonsín-Aylwin-Menem-Frei.
El Capítulo ahonda en el tema Malvinas, sus complejidades, interrelaciones e intereses en juego y lo pone como una variable fundamental para la política exterior argentina que cruza todo el gobierno de Néstor y llega a su relevo cuando cristina Fernández asume el poder. El autor resume que ese tiempo, para este objetivo, Malvinas había corrido en contra de Argentina, lo que obligó a la gobernanta a asumir un vínculo entre política interna y exterior que la llevó a buscar una reestructuración del sistema argentino de gobierno y de su cultura política, que lo sintetiza el autor con una habilidad innata para poner nombre a las acciones, con la frase “desperonizar el peronismo sin morir en el intento”, encargándose de dar fundamentos para su acierto. Sin embargo, las hipótesis de Rodríguez Elizondo incursionan en otro tipo de relaciones como “la bolivianizando la malvinización” y la teoría del “Kircherisnmo- Cristinismo” que creo se explican por sí mismas gracias a lo sintético de sus enunciados. En síntesis, este Capítulo es un entretenido y provocador enfoque político de los últimos gobiernos de Argentina lo que siempre será interesante para comprender lo que tantas veces nos aparece como incomprensible.
El Capítulo IV se titula “30 años Después” y parte con un emotivo recuerdo de Caretas y sus cambios junto con la advertencia que nada vuelve atrás. Plantea así una mirada de futuro que es la parte esencial de este Capítulo. Debo decir que cuando me pidieron que presentara el libro acepté, pero con una pesada carga de trabajo que me hacía difícil dedicarme a ello y con dudas acerca de la relevancia de traer a tiempo actual un hecho del pasado y en un formato del cual al principio tuve mis reparos. Sin embargo, debo reconocer que al haberlo leído compruebo que es muy importante el remake que hace el autor, y que la forma o arquitectura pensada es lógica y aporta mucho. De allí que llegue a esta parte de mi lectura entusiasta, motivado y con una actualización de conocimientos que, al igual que el autor, creo sirven mucho para encontrar claves en la relación tan vital que estamos llamados a construir chilenos y argentinos.
Sin embargo, en este capítulo al autor sigue entregando información y análisis donde es especialmente interesante en ese sentido su referencia al informe Rattenbach, no solamente por la mirada que da a su contenido, sino que a las conclusiones que desprende de las razones de su ocultamiento por largo tiempo pese al tremendo valor de sus conclusiones.
Deliberadamente no quiero referirme a este Capítulo ya que en la arquitectura del libro es como el epílogo de una película y pienso que no debo contaminar con pistas este desenlace que cada uno esta llamado a interpretar. Por mi parte sólo me queda felicitar a mi amigo José Rodríguez Elizondo, valorar su gran vocación que nos permite conocer tanto hecho desconocido, y manifestar que es un regalo para quienes buscamos construir futuro a través del potenciamiento de vínculos de Chile con nuestros vecinos donde para definir el mañana debemos solidificar el conocimiento del ayer para lo cual este libro, al igual que otros del autor, son un gran aporte.
Santiago, 14 de diciembre 2012
Guerra de las Malvinas. Noticia en desarrollo 1982-2012
Juan Emilio Cheyre
Director Centro de Estudios Internacionales UC
Agradezco a José Rodríguez Elizondo y al Mercurio Aguilar el privilegio de ser uno de quienes presentamos un nuevo libro que el incansable Pepe entrega a los interesados en los temas internacionales. Parto por destacar esa vocación de buen escritor que tiene nuestro autor. Es un hombre que en los últimos años ha producido textos que permiten adentrarse especialmente en la historia y antecedentes de temas que para los chilenos son fundamentales. Fue el caso de las relaciones vecinales, dentro de ellas acontecimientos o problemas latentes donde están entre otros La Haya, Charaña, y ahora la importante mirada de la Guerra de las Malvinas en clave actual.
El analizar las Malvinas y su historia posterior, efectos y contexto, me parece una idea de mucha visión considerando que nuestro país está viviendo un momento especialmente interesante de cara al desafío que se nos abre al tener oportunidades para afiatar nuestra relación vecinal, buscando transitar hacia el logro de una relación plena con Argentina, Perú y Bolivia. Esa tarea ya la han asumido diferentes instancias donde tal vez sean los empresarios los más activos, pero donde también hay tareas y empeños de otros sectores donde nuestra política exterior y diplomacia sin duda tienen un rol fundamental.
Es por lo expuesto que este libro, y los libros anteriores de Rodríguez Elizondo, constituyen un gran aporte. Sus contenidos permiten a expertos y principiantes conocer acerca de materias que resultan fundamentales a la hora de construir vínculos de cualquier naturaleza. El aporte del autor me parece de tremenda importancia ya que ayuda a generar una base de conocimiento de hechos y circunstancias que van conformando información básica, en este caso de Argentina, en análisis y detalles que permiten comprender actuares de sus gobernantes, políticos, empresarios o personas que, sin esta historia que podemos leer, nos resultan a veces incomprensibles. Es decir, este libro y otros de este autor ayudan a conocer las contrapartes con las cuales diferentes estamentos en Chile tendrán que actuar con un nuevo tipo de vínculo, donde la sutileza de relaciones complejas exige un nivel de información que el trabajo de Pepe permitirá proporcionar a aquellos que, por una u otra razón, no habían tenido la ocasión de poseer.
Este es un libro especial en su estructura. Constituye una apuesta diferente a la normal. Pienso que el libro es un hijo de un padre multifacético en intereses, aficiones y experiencias. La primera parte, Abril-Junio 1982, es un traer al presente a Caretas en su relato de la guerra de las Malvinas. En 188 páginas de un total de 358 que tiene el libro, nos recuerda semana a semana la historia de esos días, sin duda con la intención de traerlas al hoy para deducir su incidencia actual. Esa tarea se aborda fundamentalmente en los Capítulos “Del silencio a la Rutina” y “ 30 años después”.
La primera parte, aquella que reproduce Caretas, nos muestra al Rodríguez Elizondo periodista, profundamente comprometido con ese medio, que para él marcó parte importante de su vida. Leer esas páginas ordenadas cada semana en tres partes, donde la primera constituye un resumen informativo; la segunda, la noticia en desarrollo y la tercera, análisis del director, me retrotrajo a la vorágine de acontecimientos de una guerra que en nuestro propio escenario geopolítico y estratégico en esos años seguimos con especial interés. Creo que será importante mirar atentamente lo que ese Capítulo nos recuerda. Están muy bien planteados acontecimientos tales como el desembarco; las decisiones políticas de la dama de hierro; el apresto logístico británico; las decisiones del histriónico Galtieri; los discursos altisonantes de Meléndez y su posterior opaca y breve rendición; la heroica e impecable acción de los pilotos argentinos y en fin, detalles como ocupación de cabezas de playa, ataques nocturnos, empleo de reservas, hundimiento de buques, fuego de artillería, carencia de vestuario o alimentación y todo el detalle de las operaciones militares. También, la transcripción de Caretas nos detalla las decisiones políticas donde recordamos los intentos de construir caminos para la paz siempre fallidos; el entorno internacional y los actores claves; el rol de las OOII y el hecho clave de la decisión de EE UU de inclinarse entre el TIAR y el apoyo a su socio británico que terminó por sellar el futuro de Argentina.
Siendo importante el Día a Día, encontré muy entretenido el análisis del editor. Allí aparece el Rodríguez Elizondo de esos años, seguramente más joven pero igualmente analítico, que con capacidad para observar e interpretar los hechos va generando escenarios que al leerlos después nos muestran que mayoritariamente fueron acertados y que tienen el mérito de haber detectado en los hechos acaecidos, muchas de las claves de lo que sucedería a futuro en la guerra, pero también en cuanto a efectos muy posteriores, un asunto que volveré a tratar cuando me refiera a otros Capítulos.
La lectura de esta parte del libro hace valorar el periodismo y a los periodistas. Allí el oficio y vocación del autor reflejan la riqueza de la actividad y del profesional. Me llamaron la atención las importantes entrevistas que hace Caretas ya que al leerlas nos recuerdan la importancia de esta forma de periodismo y la riqueza que sus contenidos aportan donde, desde la elección de la persona a entrevistar y el juego entrevistador-entrevistado, siempre da por resultado, cuando tiene nivel de ambas partes, productos tan interesantes como aquellos que el libro nos entrega, de personajes tales como el ex Canciller Óscar Camillión; la del Presidente Raúl Alfonsin; el jurista Andrés Aramburú Menchaca, quien con gran visión da un certero enfoque del tema Malvinas o la siempre clarividente mirada del General Morales Bermúdez, que con su criterio político y estratégico no se pierde en el análisis ex ante de lo que llevaría a la derrota a Argentina. Con estas entrevistas, me queda el sabor que las palabras de hombres de esa estatura siempre tienen vigencia al encontrar contenidos que hoy deben hacernos pensar.
El segundo Capítulo, “Intermedio Largo”, es un excelente compendio geopolítico y un destacado trabajo de análisis post guerra y sus efectos, que nos muestran un autor con claras motivaciones para abordar estas temáticas con destreza. Lo dice el autor cuando plantea que “la guerra había dejado secuelas de mediano y largo plazo, que también eran noticiables y analizables” y con esa orientación se pone a la tarea, entregándonos importantes miradas del enfoque que explica que la derrota impuesta por los británicos liquida la Junta Militar, o la advertencia de la conducta futura militar argentina para asumir órdenes, o responsabilidades que les asignen los futuros gobiernos constitucionales, o el efecto Thatcher en la conducción de la guerra donde es notable la recopilación de antecedentes que hace Pepe de sus encuentros con Tam Dayell a quien lo describe como tozudo perro de presa escocés tras la Dama de Hierro a quien no le da tregua. Me aprovecho de estas transcripciones para destacar dos virtudes o capacidades del autor. La primera es que logra estar en muchos lugares y en posición privilegiada de la cual hace intenso uso. Así lo vemos en palacios de gobierno y en el mismísimo Palacio de Westminster. La segunda es una condición innata para descubrir viejos documentos y escritos de autores que adelantan tesis. Al respecto, ya lo hizo sobre el origen de la fórmula de La Haya del Perú y ahora nos entrega interesantísimos datos que avalan la visión bioceánica que Argentina sustento tanto tiempo.
A raíz de lo anterior, considero de gran valor el análisis geopolítico que plantea el libro con respecto al principio bioceánico que incluso tiene en Argentina un relato en la clave política que lo sitúa como base ideológica de la relación civil militar. Es importante la síntesis de la problemática que hace y que se vincula con lo que el autor, en tono de figura, describe como “la conciencia por Argentina que las llaves del Atlántico Sur dada la presencia de Gran Bretaña en Malvinas no les permite tener el llavero completo al tener la principal el reino Unido y las otras las debe compartir con Chile que tenía el control del estrecho de Magallanes, las islas del Beagle y de una amplia zona del mar de Drake”. Pero más aún estos escritos que analiza el autor llevan a que aparezcan fundamentos para el temor argentino a una alianza anglo-chilena en el pasado. Es mucho más sofisticado el análisis geopolítico de Rodríguez Elizondo y aquí no puede tratarse cabalmente, así que lean el libro donde surge una interesante mención al rol de Brasil en la zona.
El tercer Capítulo, “Del silencio a la Rutina”, a mi juicio tiene un interesante contenido de política internacional donde aparece el Rodríguez Elizondo diplomático e interesado en los asuntos políticos. Parte el Capítulo recordando el hecho del espionaje en Punta Arenas, descrito como una chapuza que le permite al autor hacer reflexiones que dibujan a un Presidente Kichner menos sofisticado que Menem y Alfonsín, pero que transita hacia mejores relaciones con Chile, entre otros aspectos, para no satisfacer a los estrategas de Londres que avalarían una mala relación entre los vecinos del sur. Es importante el recuento de los vínculos entre Chile y Argentina que, según el autor, en ese período avanzan entre recelos, pisotones, cálculos y esperanzas, para culminar con una declaración que a su juicio es el esbozo de una estrategia nueva, volviendo la dupla Lagos-Kirchner a la ruta del cuarteto Alfonsín-Aylwin-Menem-Frei.
El Capítulo ahonda en el tema Malvinas, sus complejidades, interrelaciones e intereses en juego y lo pone como una variable fundamental para la política exterior argentina que cruza todo el gobierno de Néstor y llega a su relevo cuando cristina Fernández asume el poder. El autor resume que ese tiempo, para este objetivo, Malvinas había corrido en contra de Argentina, lo que obligó a la gobernanta a asumir un vínculo entre política interna y exterior que la llevó a buscar una reestructuración del sistema argentino de gobierno y de su cultura política, que lo sintetiza el autor con una habilidad innata para poner nombre a las acciones, con la frase “desperonizar el peronismo sin morir en el intento”, encargándose de dar fundamentos para su acierto. Sin embargo, las hipótesis de Rodríguez Elizondo incursionan en otro tipo de relaciones como “la bolivianizando la malvinización” y la teoría del “Kircherisnmo- Cristinismo” que creo se explican por sí mismas gracias a lo sintético de sus enunciados. En síntesis, este Capítulo es un entretenido y provocador enfoque político de los últimos gobiernos de Argentina lo que siempre será interesante para comprender lo que tantas veces nos aparece como incomprensible.
El Capítulo IV se titula “30 años Después” y parte con un emotivo recuerdo de Caretas y sus cambios junto con la advertencia que nada vuelve atrás. Plantea así una mirada de futuro que es la parte esencial de este Capítulo. Debo decir que cuando me pidieron que presentara el libro acepté, pero con una pesada carga de trabajo que me hacía difícil dedicarme a ello y con dudas acerca de la relevancia de traer a tiempo actual un hecho del pasado y en un formato del cual al principio tuve mis reparos. Sin embargo, debo reconocer que al haberlo leído compruebo que es muy importante el remake que hace el autor, y que la forma o arquitectura pensada es lógica y aporta mucho. De allí que llegue a esta parte de mi lectura entusiasta, motivado y con una actualización de conocimientos que, al igual que el autor, creo sirven mucho para encontrar claves en la relación tan vital que estamos llamados a construir chilenos y argentinos.
Sin embargo, en este capítulo al autor sigue entregando información y análisis donde es especialmente interesante en ese sentido su referencia al informe Rattenbach, no solamente por la mirada que da a su contenido, sino que a las conclusiones que desprende de las razones de su ocultamiento por largo tiempo pese al tremendo valor de sus conclusiones.
Deliberadamente no quiero referirme a este Capítulo ya que en la arquitectura del libro es como el epílogo de una película y pienso que no debo contaminar con pistas este desenlace que cada uno esta llamado a interpretar. Por mi parte sólo me queda felicitar a mi amigo José Rodríguez Elizondo, valorar su gran vocación que nos permite conocer tanto hecho desconocido, y manifestar que es un regalo para quienes buscamos construir futuro a través del potenciamiento de vínculos de Chile con nuestros vecinos donde para definir el mañana debemos solidificar el conocimiento del ayer para lo cual este libro, al igual que otros del autor, son un gran aporte.
Santiago, 14 de diciembre 2012
Bitácora
ENTREVISTA
José Rodríguez Elizondo
FUE UNA ILUSION PENSAR QUE ECUADOR NO IBA A APROVECHAR LA COYUNTURA
Claudio Salinas
La Segunda, 14.12.2012
Como abogado, ex diplomático y escritor, además de haber residido y trabajado como periodista en Perú por varios años, José Rodríguez Elizondo es un observador ilustrado de primer orden de la contienda jurídica que se desarrolló en la Corte Internacional de Justicia. Avalado por sus más recientes libros sobre este tema -Chile-Perú, el siglo que vivimos en peligro (2004), Las crisis vecinales del gobierno de Lagos (2006), De Charaña a La Haya (2009) y Temas para después de La Haya (2010)-, este profesor de derecho de la Universidad de Chile aborda los alcances políticos, históricos y jurídicos de lo que nuestro país se ha jugado estos días en el litigio.
-En general bastante previsibles, con performances destacadas y algunas sorpresas, como que se filtrara ante el tribunal la dicotomía peruana interna respecto al carácter de los textos de 1952 y 1954, que para algunos en Perú son tratados, aunque pesqueros, y para otros no son tratados de ninguna especie. Inclusive, ha sido una polémica entre cancilleres de ese país. Ahora la ecuación es que son tratados, pero no de límites.
-¿Qué incidencia puede tener la pregunta del juez marroquí en el desenlace de este juicio?
-El juez marroquí nos dio en bandeja una oportunidad maravillosa para que chilenos y peruanos, junto con Ecuador, nos reconociéramos como los autores, orgullosos, de la revolución de las 200 millas marítimas que impulsara un nuevo Derecho del Mar. Tendríamos que haberlo dicho así para demostrar que en nuestra región también se puede crear Derecho, sin perjuicio de que, dentro del nuevo Derecho que creamos, se produjo este pleito por la delimitación lateral. A mi juicio, el abogado ítalo-argentino de Perú no estaba imbuido de ese orgullo fundacional, por la proeza que co-protagonizaron el Presidente peruano José Luis Bustamante y Rivero y el chileno Gabriel González Videla.
-Hay quienes hacen notar que Ecuador debió asumir un rol más activo y consistente en defender los tratados de 1952 y 1954 como definitorios de los límites marítimos de los tres países.
-Ha sido una ilusión de Chile pensar que Ecuador no iba a aprovechar la coyuntura para defender preferente y unilateralmente sus intereses. Fue como creer en la verdad de los discursos de coyuntura y no en la verdad de las oportunidades. En el trasfondo, hubo una fuerte acción diplomática de Perú para inhibir una acción conjunta de Ecuador con Chile, al costo de concederle todos los puntos fronterizos que planteaba. Esto se vio venir desde que un Presidente ecuatoriano dijo a Ricardo Lagos que "Ecuador sólo defiende a Ecuador". En definitiva, moviéndose entre los intereses de Chile y Perú, Rafael Correa sacó su delimitación marítima óptima. Yo, como observador, sólo puedo decir: chapeau para la diplomacia ecuatoriana.
"En el principio fue el conflicto de poder"
-¿Ha influido el desenlace del litigio entre Colombia y Nicaragua?
-Tuvo un gran impacto político en momentos en que se estaba afirmando la posición de Humala y Piñera de respetar cualquier fallo. Vino a agitar la opinión pública colombiana y de rebote chilena, de manera muy disfuncional. El ex Presidente Uribe apareció presionando fuertemente al Presidente Santos y aquí en Chile hubo ex presidentes que, de algún modo, quisieron condicionar el fallo de La Haya. Hasta ese momento, en Chile se había desarrollado una especie de respeto sacrosanto a los jueces de La Haya. No se los podía tocar ni con un pétalo ni hablarles de "cosas políticas", pues eran muy susceptibles. Me pareció un episodio desafortunado.
-Ud. ha enfatizado el elemento político-histórico de este litigio y el lateral de Bolivia....
-Para mí, en el principio fue el conflicto de poder, la razón política. Ahí está la motivación de la demanda. Si esa motivación no se explicita, los textos y los alegatos quedan vacíos de realidad. Es decir, el elemento político histórico, en cuanto explicativo del hecho jurídico, que es la demanda, no debe estar ausente. Como algunos lectores míos sabrán, la motivación política histórica fue, para mí, el acuerdo bilateral boliviano-chileno de Charaña, de darle a Bolivia un corredor soberano por Arica. La reacción peruana, plasmada en un libro del almirante Guillermo Faura, de 1977, tuvo un componente tácito de retorsión. No había que permitir que entre el mar de Grau y el mar de Chile se interpusiera mar boliviano.
-¿Y hay conciencia de esto?
-Creo que no, pero también creo que grave sería ignorarlo después de este pleito, pues el tema boliviano seguiría marcando negativamente la relación chileno-peruana. Si volviéramos a los textos de 1929, veríamos que lo allí pactado fue una alianza focalizada de Chile y Perú y no un procedimiento para dar salida al mar a Bolivia. La solución para la mediterraneidad de Bolivia tiene que enfrentarse a esa realidad.
-Bolivia fue a presenciar los alegatos en La Haya y anuncia también una demanda contra Chile.
-En vez de pensar en demandas imposibles, los bolivianos debieran asumir que en Derecho las cosas se deshacen como se hacen: en este caso, previo acuerdo de Chile y Perú. En la medida en que se resuelva bien el post-pleito, chilenos y peruanos podríamos conversar francamente el tema y decirnos que todas las peleas graves que hemos tenido después del 29 han sido por no negociar directamente una política común hacia Bolivia... ahora podríamos hacerlo.
NOTA.- Libro sobre Guerra de las Malvinas
Con las exposiciones de Juan Emilio Cheyre y Hernán Felipe Errázuriz fue presentado este mediodía el libro "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo 1982-2012", última obra de José Rodríguez Elizondo que relata los pormenores de dicho conflicto, tanto en el Reino Unido como en Argentina, además del rol que jugó Chile. El autor siguió el enfrentamiento bélico como redactor de la revista peruana Caretas.
Bitácora
Capítulo IV serie Chile y Perú en La Haya
José Rodríguez Elizondo
MAQUIAVELO ENTRE MICHELLE Y SEBASTIAN
García no volvía para luchar por causas épicas, que lo expusieran a un nuevo fracaso. Lector ya maduro de Maquiavelo, ahora tomaría el camino del realismo gris: una negociación que Bachelet interpretara como encapsulamiento sine die del diferendo y que él pudiera sostener sin abjurar de la judicialización.
Por cierto, no aspiraba a convencerla desde la simpatía -aunque algo podría ayudarlo su talante de bolerista-, sino desde la asimetría: él, con una Presidencia en el currículo, forjador de todos los misterios del tema y líder de un partido internacionalista, frente a una mandataria con características de outsider.
Si Bachelet aceptaba el desafío, podría crearse un contexto “win-win”. Ni ella apostaría la soberanía chilena a un fallo judicial, de pronóstico incierto por definición, ni él se expondría a un fallo que lo aislara y/o acogiera la fuerte posición jurídica de Chile.
¿Y si Bachelet no cotizaba su oferta?... Elemental: diría que la arrogancia chilena justificaba la demanda, arremetería con todo su peso –que ahora no era poco- y quedaría absuelto ante la Historia.
El único problema de García era el tiempo. Debía amarrarlo todo antes de su toma de posesión, para poder sostener la iniciativa en Lima.
LA HERENCIA ES MÁS FUERTE
La primera señal se produjo en abril, tras la primera vuelta: “Hay que resolver amigablemente el punto”, declaró Jorge del Castillo, Secretario General del Apra. En junio, tras el triunfo de segunda vuelta sobre Humala, un boletín aprista criticó a Lagos y Toledo por haber envenenado y enredado la relación “de un modo absurdo”. El canciller in pectore José Antonio García Belaunde, incluso fue más duro con Toledo. Durante su gobierno, dijo, "se maltrató gratuitamente la relación con Chile".
El embajador de Chile en Lima, Juan Pablo Lira, avaló ese talante: “el Presidente electo ha manifestado que (…) se buscarán mecanismos de negociación”, declaró. Días después entró a tallar el propio García. “Contra la vocación antichilena de Humala (…) el gran negocio será acercarnos lo más posible”, dijo a los medios.
Todo apuntaba a un acuerdo espectacular en La Moneda, en una cumbre informal, agendada para antes de su segunda entronización.
Pero Bachelet no quiso entrar a ese juego de diplomacia express. Sus circunstancias le exigían más tiempo para decidir del que García requería para operar el cambio. Por eso, la reunión en La Moneda se agotó en un almuerzo sin sinceramientos y el líder peruano volvió a Lima convencido de que la demanda era inexorable.
Mientras los apristas seguían hablando, por inercia, de “la gran amistad de Alan con Michelle”, García refunfuñaba que “nunca es el momento oportuno de hablar los temas”. Reactivó, entonces, la tesis toledista de las cuerdas separadas pero, siempre astuto, la balanceó con dos guiños: Uno, la designación como embajador en Santiago del peruano-chileno Hugo Otero. El otro, un rapapolvos a Manuel Rodríguez Cuadros –gran gestor de la demanda-, por sus gastos excesivos como representante diplomático en Ginebra (poco después, lo cesó en el cargo).
Fueron guiños irrelevantes. En definitiva, Bachelet se mantendría en la línea de Lagos, mientras García retomaba, en lo fundamental, la política agresiva de Toledo.
CHAPUZA FUNCIONAL
Lo que vino fue una carrera al borde de la cornisa. García quiso partir con una competencia económica dura, pero ya la controversia jurídica -que Chile negaba- era vista por los peruanos como una revancha subliminal de la Guerra del Pacífico. Los más duros pronosticaban que, para eludir la demanda, Chile daría rienda suelta a su vocación expansionista. Medios nacionalistas publicaron escenarios de la guerra posible.
En ese contexto surgió desde la Cancillería chilena, de manera inconsulta, una indicación a una ley en trámite, que resultaba superflua y/o diplomáticamente incorrecta. Con motivo de la creación de la nueva región de Arica-Parinacota, establecía que su primer referente externo era el ya cuestionado Hito 1. Quienes la redactaron no previeron que la frontera terrestre, demarcada en 1930, no estaba en discusión ni que, por esa vía, Chile imitaba el método de “construcción de caso jurídico” del que acusaba a los peruanos.
García aprovechó ese paso en falso. Luciendo una frustración dosificada y usando los medios de la diplomacia silenciosa, presionó para que Bachelet retirara la indicación. En caso contrario, él se vería obligado a demandar ipso facto, acosado como estaba por los nacionalistas. La Presidenta, tras enviar al senador Ricardo Núñez en misión especial ante García, optó por someter el caso al Tribunal Constitucional, el cual dictaminó que la indicación era nula por motivos de forma. García hizo “trascender” que aquello no lo dejaba satisfecho.
El incidente desconcertó a los chilenos. Muchos entendieron que el retroceso indirecto del gobierno regalaba la razón a los impugnadores del Hito 1. Subiéndose por ese chorro, Ollanta Humala comenzó a organizar una marcha de explosivo pronóstico hacia el hito de la discordia y… ¿adivinan quién la desactivó con firmeza y con el reconocimiento de Chile?
Exacto: García
EL DÍA D
Entremedio, el líder peruano desplegaba una diplomacia focalizada. Mientras cultivaba el apoyo de Argentina y Brasil a la solución judicial, trabajaba para neutralizar a Ecuador y para hacer callar a Evo Morales, quien lo acusaba de estar muy gordo y de bloquearle la aspiración marítima de Bolivia. De paso, inició una sesgada campaña contra el armamentismo en la región, convocando a firmar un “pacto de no agresión”. En la línea de los nacionalistas, sugería que Chile tenía ominosas intenciones.
Fruto de ese activismo, Faura, Bákula, Toledo y Rodríguez Cuadros -el inspirador, el estratego y los agentes catalizadores- fundieron sus protagonismos en el genio de García y éste unificó a Maquiavelo con el Príncipe. De ahí a arrebatar las banderas a sus paisanos nacionalistas sólo había un pequeñito trecho y lo saltó: “nacionalistas somos todos”, proclamó y los viejos apristas doctrinarios se mordieron la lengua.
El terreno ya estaba dispuesto. García dio la florentina estocada final el 16 de enero de 2008. Esa mañana Allan Wagner –designado agente del Perú- presentó la demanda en La Haya y García se presentó ante el Congreso reivindicándola como fruto de su exclusiva autoría. Solemne, dijo que “responde a un conjunto de acciones llevadas a cabo a mediano y largo plazo, como parte de una política de Estado, desde 1986, cuando durante mi gobierno anterior el Perú planteó a Chile por primera vez en la historia la necesidad de convenir en fijar nuestros límites marítimos”.
FIN DE LA AMISTAD
Para Chile fue un momento difícil. Entre García y García, durante 22 años, Perú había creado un issue fronterizo, lo había posicionado a nivel masivo interno, había evitado que derivara a casus belli y terminaba legitimándolo ante la Corte Internacional de Justicia. Algunos expertos entendieron que Perú había ejecutado la primera fase de la “estrategia de acción indirecta”, de Basil Liddell Hart: intentar la victoria paralizando al enemigo.
Inevitablemente, la demanda agrió los ánimos. Desde el entorno de Bachelet se dijo que era un “acto inamistoso” y hasta una “provocación”. Pero, como ya era tarde para las acciones disuasivas, García, expresó su extrañeza de inmediato: Chile ya había admitido esa posibilidad y el caso era “estrictamente jurídico”.
En noviembre de 2008, el jefe del Ejército peruano, Edwin Donayre, incrementó la acritud. Apareció en un insólito video limeño, haciendo alardes antichilenos de carácter macabro. García decidió dar explicaciones antes de que el gobierno chileno se enterara. “Voy a llamar a mi amiga la Presidenta Bachelet de inmediato, márqueme”, ordenó a un asistente. Con su homóloga al habla, le aseguró que Donayre no seguiría en funciones y ella dio el incidente por superado. Incluso declaró a los medios que ambos habían desactivado un tema explosivo.
Bachelet ignoraba que había sido expuesta al método del teléfono abierto, ante todo el gabinete peruano y que el general no se iba por sanción, sino porque ya había iniciado su expediente de jubilación. Cuando se enteró de la burla, llegó el fin de la amistad que quedaba.
CURSO DE COLISIÓN
En agosto de 2009, García dijo para la Historia que “todo se pudo negociar sobre una mesa, de manera diplomática, con una variación del ángulo que matara el tema para siempre”. Sin embargo, un caso de espionaje (supuestamente cometido por un suboficial de la Fuerza Aérea peruana al supuesto servicio de Chile) lo devolvió a su nuevo rol de nacionalista y con mucha agresividad. Ignorando el procedimiento administrativo que suele aplicarse a los espías en los países desarrollados, condenó apriorísticamente al gobierno chileno, trató el caso como si fuera un crimen contra la humanidad, llamó a informar a su embajador y aplicó a Chile los epítetos de país envidioso y de “republiqueta”. Bachelet, mostrando autocontención, comentó que fueron “declaraciones altisonantes”. Agregó que “Chile no espía”.
A esa altura, ambos países comenzaban a encajonarse ante un callejón sin salida. Algunos hasta sintieron en la nuca el aliento del monstruo grande que pisa fuerte. Recordé, entonces, lo que me dijera un mes antes el histórico general peruano Edgardo Mercado Jarrín: “vivimos uno de los momentos más críticos de la relación desde la guerra de 1879”.
CAR’EPALO
En tan crispada coyuntura, la confluencia del fin de mandato de García y el inicio de la andadura de Sebastián Piñera, ayudó a entender que cuando se está ante un callejón sin salida, la única salida está en el callejón.
Hubo dos claves de distensión. La primera, cuando el nuevo gobierno aseguró que no negociaría con Bolivia soberanía sobre Arica. La segunda, cuando reiteró, en voz muy alta, que pese a la asimetría estructural del contencioso, Chile cumpliría cualquier fallo. El impacto positivo en las élites peruanas fue casi milagroso, pues también comprometió a Ollanta Humala, el temible ultranacionalista que sucedería a García.
Pero, como diría Kipling, esa es otra historia. Aquí sólo cabe sintetizarla en una anécdota que nos refleja, a chilenos y peruanos, de cuerpo entero.
Se produjo durante la primera visita de Piñera-Presidente al Palacio Pizarro y se inició cuando García lo instaló -junto con su séquito- en un salón lleno de pinturas alusivas a la Guerra del Pacífico. Allí los huéspedes debieron poner car’e palo pues, donde miraran, se encontraban con Bolognesi disparando desde el suelo o con soldados chilenos fusilando héroes peruanos. En ese marco incómodo, el anfitrión se acercó a Piñera y, con aire de extrema preocupación, le dijo que era imprescindible solucionar, rápido, el tema del espía. La mejor relación parecía depender de ese episodio.
Antes de que el interpelado reaccionara, un miembro de su delegación le solicitó en voz baja “permítame responder, Presidente”. Piñera hizo un gesto de asentimiento y el solicitante se dirigió al anfitrión con gracejo y desparpajo:
- Presidente García, usted nos trajo a este salón con todos esos cuadros alusivos a la guerra que peleamos y estará preguntándose cómo lo tomamos. Déjeme decirle que nosotros sabemos de qué se trata, pero fingimos no ver los cuadros. Preferimos no inflar el tema. Dicho con todo respeto, preferimos hacernos los weones. Haga como nosotros, Presidente. Hágase el weón.
García hizo un gesto indescifrable, dio media vuelta y se dirigió a un grupo vecino. Luego, todos pasaron a otro salón y el líder peruano apareció sonriente, ante las cámaras de la televisión, agitando una copa del “auténtico” pisco sour. Entonces llegó el turno de Piñera, quien le preguntó si sabía de quién era el pisco y se lo zampó de un trago. “Es del que se lo toma”, explicó.
Hubo chilenos seriotes que calificaron aquello como chacota. Otra “piñericosa”. Ignoraban que, en su estilo propio, Piñera había remachado la jugada anterior. Tampoco sabían que García, aceptando el buen consejo, engavetaría el tema del espía. Traducido al peruano, optaría por hacerse el cojudo.
Fueron señales de sensatez. Hoy nos dan la esperanza de que, tras el fallo de La Haya, chilenos y peruanos asumamos la amistad que nos prometimos en 1929. La misma que no supimos desarrollar porque no osamos hablar claro o porque no aprendimos a hacernos los lesos.
En 2006, con su segunda Presidencia a la vista, Alan García quiso zafar del conflicto con Chile que él mismo instalara. Captó que sus opciones no eran brillantes: avanzar para demandar, antagonizando con Chile, Bolivia y Ecuador o retroceder para negociar, fingiendo ignorar que esa vía nunca se abrió. La primera lo enfrentaría no contra un Chile aislado, con un dictador impopular, sino contra un Chile democrático, liderado por una popularísima Michelle Bachelet. La segunda lo llevaría al choque con los nacionalistas peruanos unidos, potenciados por la alta votación de Ollanta Humala. Todo junto le planteaba un temible horizonte de ingobernabilidad.
VEINTE AÑOS DESPUES García no volvía para luchar por causas épicas, que lo expusieran a un nuevo fracaso. Lector ya maduro de Maquiavelo, ahora tomaría el camino del realismo gris: una negociación que Bachelet interpretara como encapsulamiento sine die del diferendo y que él pudiera sostener sin abjurar de la judicialización.
Por cierto, no aspiraba a convencerla desde la simpatía -aunque algo podría ayudarlo su talante de bolerista-, sino desde la asimetría: él, con una Presidencia en el currículo, forjador de todos los misterios del tema y líder de un partido internacionalista, frente a una mandataria con características de outsider.
Si Bachelet aceptaba el desafío, podría crearse un contexto “win-win”. Ni ella apostaría la soberanía chilena a un fallo judicial, de pronóstico incierto por definición, ni él se expondría a un fallo que lo aislara y/o acogiera la fuerte posición jurídica de Chile.
¿Y si Bachelet no cotizaba su oferta?... Elemental: diría que la arrogancia chilena justificaba la demanda, arremetería con todo su peso –que ahora no era poco- y quedaría absuelto ante la Historia.
El único problema de García era el tiempo. Debía amarrarlo todo antes de su toma de posesión, para poder sostener la iniciativa en Lima.
LA HERENCIA ES MÁS FUERTE
La primera señal se produjo en abril, tras la primera vuelta: “Hay que resolver amigablemente el punto”, declaró Jorge del Castillo, Secretario General del Apra. En junio, tras el triunfo de segunda vuelta sobre Humala, un boletín aprista criticó a Lagos y Toledo por haber envenenado y enredado la relación “de un modo absurdo”. El canciller in pectore José Antonio García Belaunde, incluso fue más duro con Toledo. Durante su gobierno, dijo, "se maltrató gratuitamente la relación con Chile".
El embajador de Chile en Lima, Juan Pablo Lira, avaló ese talante: “el Presidente electo ha manifestado que (…) se buscarán mecanismos de negociación”, declaró. Días después entró a tallar el propio García. “Contra la vocación antichilena de Humala (…) el gran negocio será acercarnos lo más posible”, dijo a los medios.
Todo apuntaba a un acuerdo espectacular en La Moneda, en una cumbre informal, agendada para antes de su segunda entronización.
Pero Bachelet no quiso entrar a ese juego de diplomacia express. Sus circunstancias le exigían más tiempo para decidir del que García requería para operar el cambio. Por eso, la reunión en La Moneda se agotó en un almuerzo sin sinceramientos y el líder peruano volvió a Lima convencido de que la demanda era inexorable.
Mientras los apristas seguían hablando, por inercia, de “la gran amistad de Alan con Michelle”, García refunfuñaba que “nunca es el momento oportuno de hablar los temas”. Reactivó, entonces, la tesis toledista de las cuerdas separadas pero, siempre astuto, la balanceó con dos guiños: Uno, la designación como embajador en Santiago del peruano-chileno Hugo Otero. El otro, un rapapolvos a Manuel Rodríguez Cuadros –gran gestor de la demanda-, por sus gastos excesivos como representante diplomático en Ginebra (poco después, lo cesó en el cargo).
Fueron guiños irrelevantes. En definitiva, Bachelet se mantendría en la línea de Lagos, mientras García retomaba, en lo fundamental, la política agresiva de Toledo.
CHAPUZA FUNCIONAL
Lo que vino fue una carrera al borde de la cornisa. García quiso partir con una competencia económica dura, pero ya la controversia jurídica -que Chile negaba- era vista por los peruanos como una revancha subliminal de la Guerra del Pacífico. Los más duros pronosticaban que, para eludir la demanda, Chile daría rienda suelta a su vocación expansionista. Medios nacionalistas publicaron escenarios de la guerra posible.
En ese contexto surgió desde la Cancillería chilena, de manera inconsulta, una indicación a una ley en trámite, que resultaba superflua y/o diplomáticamente incorrecta. Con motivo de la creación de la nueva región de Arica-Parinacota, establecía que su primer referente externo era el ya cuestionado Hito 1. Quienes la redactaron no previeron que la frontera terrestre, demarcada en 1930, no estaba en discusión ni que, por esa vía, Chile imitaba el método de “construcción de caso jurídico” del que acusaba a los peruanos.
García aprovechó ese paso en falso. Luciendo una frustración dosificada y usando los medios de la diplomacia silenciosa, presionó para que Bachelet retirara la indicación. En caso contrario, él se vería obligado a demandar ipso facto, acosado como estaba por los nacionalistas. La Presidenta, tras enviar al senador Ricardo Núñez en misión especial ante García, optó por someter el caso al Tribunal Constitucional, el cual dictaminó que la indicación era nula por motivos de forma. García hizo “trascender” que aquello no lo dejaba satisfecho.
El incidente desconcertó a los chilenos. Muchos entendieron que el retroceso indirecto del gobierno regalaba la razón a los impugnadores del Hito 1. Subiéndose por ese chorro, Ollanta Humala comenzó a organizar una marcha de explosivo pronóstico hacia el hito de la discordia y… ¿adivinan quién la desactivó con firmeza y con el reconocimiento de Chile?
Exacto: García
EL DÍA D
Entremedio, el líder peruano desplegaba una diplomacia focalizada. Mientras cultivaba el apoyo de Argentina y Brasil a la solución judicial, trabajaba para neutralizar a Ecuador y para hacer callar a Evo Morales, quien lo acusaba de estar muy gordo y de bloquearle la aspiración marítima de Bolivia. De paso, inició una sesgada campaña contra el armamentismo en la región, convocando a firmar un “pacto de no agresión”. En la línea de los nacionalistas, sugería que Chile tenía ominosas intenciones.
Fruto de ese activismo, Faura, Bákula, Toledo y Rodríguez Cuadros -el inspirador, el estratego y los agentes catalizadores- fundieron sus protagonismos en el genio de García y éste unificó a Maquiavelo con el Príncipe. De ahí a arrebatar las banderas a sus paisanos nacionalistas sólo había un pequeñito trecho y lo saltó: “nacionalistas somos todos”, proclamó y los viejos apristas doctrinarios se mordieron la lengua.
El terreno ya estaba dispuesto. García dio la florentina estocada final el 16 de enero de 2008. Esa mañana Allan Wagner –designado agente del Perú- presentó la demanda en La Haya y García se presentó ante el Congreso reivindicándola como fruto de su exclusiva autoría. Solemne, dijo que “responde a un conjunto de acciones llevadas a cabo a mediano y largo plazo, como parte de una política de Estado, desde 1986, cuando durante mi gobierno anterior el Perú planteó a Chile por primera vez en la historia la necesidad de convenir en fijar nuestros límites marítimos”.
FIN DE LA AMISTAD
Para Chile fue un momento difícil. Entre García y García, durante 22 años, Perú había creado un issue fronterizo, lo había posicionado a nivel masivo interno, había evitado que derivara a casus belli y terminaba legitimándolo ante la Corte Internacional de Justicia. Algunos expertos entendieron que Perú había ejecutado la primera fase de la “estrategia de acción indirecta”, de Basil Liddell Hart: intentar la victoria paralizando al enemigo.
Inevitablemente, la demanda agrió los ánimos. Desde el entorno de Bachelet se dijo que era un “acto inamistoso” y hasta una “provocación”. Pero, como ya era tarde para las acciones disuasivas, García, expresó su extrañeza de inmediato: Chile ya había admitido esa posibilidad y el caso era “estrictamente jurídico”.
En noviembre de 2008, el jefe del Ejército peruano, Edwin Donayre, incrementó la acritud. Apareció en un insólito video limeño, haciendo alardes antichilenos de carácter macabro. García decidió dar explicaciones antes de que el gobierno chileno se enterara. “Voy a llamar a mi amiga la Presidenta Bachelet de inmediato, márqueme”, ordenó a un asistente. Con su homóloga al habla, le aseguró que Donayre no seguiría en funciones y ella dio el incidente por superado. Incluso declaró a los medios que ambos habían desactivado un tema explosivo.
Bachelet ignoraba que había sido expuesta al método del teléfono abierto, ante todo el gabinete peruano y que el general no se iba por sanción, sino porque ya había iniciado su expediente de jubilación. Cuando se enteró de la burla, llegó el fin de la amistad que quedaba.
CURSO DE COLISIÓN
En agosto de 2009, García dijo para la Historia que “todo se pudo negociar sobre una mesa, de manera diplomática, con una variación del ángulo que matara el tema para siempre”. Sin embargo, un caso de espionaje (supuestamente cometido por un suboficial de la Fuerza Aérea peruana al supuesto servicio de Chile) lo devolvió a su nuevo rol de nacionalista y con mucha agresividad. Ignorando el procedimiento administrativo que suele aplicarse a los espías en los países desarrollados, condenó apriorísticamente al gobierno chileno, trató el caso como si fuera un crimen contra la humanidad, llamó a informar a su embajador y aplicó a Chile los epítetos de país envidioso y de “republiqueta”. Bachelet, mostrando autocontención, comentó que fueron “declaraciones altisonantes”. Agregó que “Chile no espía”.
A esa altura, ambos países comenzaban a encajonarse ante un callejón sin salida. Algunos hasta sintieron en la nuca el aliento del monstruo grande que pisa fuerte. Recordé, entonces, lo que me dijera un mes antes el histórico general peruano Edgardo Mercado Jarrín: “vivimos uno de los momentos más críticos de la relación desde la guerra de 1879”.
CAR’EPALO
En tan crispada coyuntura, la confluencia del fin de mandato de García y el inicio de la andadura de Sebastián Piñera, ayudó a entender que cuando se está ante un callejón sin salida, la única salida está en el callejón.
Hubo dos claves de distensión. La primera, cuando el nuevo gobierno aseguró que no negociaría con Bolivia soberanía sobre Arica. La segunda, cuando reiteró, en voz muy alta, que pese a la asimetría estructural del contencioso, Chile cumpliría cualquier fallo. El impacto positivo en las élites peruanas fue casi milagroso, pues también comprometió a Ollanta Humala, el temible ultranacionalista que sucedería a García.
Pero, como diría Kipling, esa es otra historia. Aquí sólo cabe sintetizarla en una anécdota que nos refleja, a chilenos y peruanos, de cuerpo entero.
Se produjo durante la primera visita de Piñera-Presidente al Palacio Pizarro y se inició cuando García lo instaló -junto con su séquito- en un salón lleno de pinturas alusivas a la Guerra del Pacífico. Allí los huéspedes debieron poner car’e palo pues, donde miraran, se encontraban con Bolognesi disparando desde el suelo o con soldados chilenos fusilando héroes peruanos. En ese marco incómodo, el anfitrión se acercó a Piñera y, con aire de extrema preocupación, le dijo que era imprescindible solucionar, rápido, el tema del espía. La mejor relación parecía depender de ese episodio.
Antes de que el interpelado reaccionara, un miembro de su delegación le solicitó en voz baja “permítame responder, Presidente”. Piñera hizo un gesto de asentimiento y el solicitante se dirigió al anfitrión con gracejo y desparpajo:
- Presidente García, usted nos trajo a este salón con todos esos cuadros alusivos a la guerra que peleamos y estará preguntándose cómo lo tomamos. Déjeme decirle que nosotros sabemos de qué se trata, pero fingimos no ver los cuadros. Preferimos no inflar el tema. Dicho con todo respeto, preferimos hacernos los weones. Haga como nosotros, Presidente. Hágase el weón.
García hizo un gesto indescifrable, dio media vuelta y se dirigió a un grupo vecino. Luego, todos pasaron a otro salón y el líder peruano apareció sonriente, ante las cámaras de la televisión, agitando una copa del “auténtico” pisco sour. Entonces llegó el turno de Piñera, quien le preguntó si sabía de quién era el pisco y se lo zampó de un trago. “Es del que se lo toma”, explicó.
Hubo chilenos seriotes que calificaron aquello como chacota. Otra “piñericosa”. Ignoraban que, en su estilo propio, Piñera había remachado la jugada anterior. Tampoco sabían que García, aceptando el buen consejo, engavetaría el tema del espía. Traducido al peruano, optaría por hacerse el cojudo.
Fueron señales de sensatez. Hoy nos dan la esperanza de que, tras el fallo de La Haya, chilenos y peruanos asumamos la amistad que nos prometimos en 1929. La misma que no supimos desarrollar porque no osamos hablar claro o porque no aprendimos a hacernos los lesos.
Bitácora
Capítulo III serie Chile y Perú en La Haya
José Rodríguez Elizondo
*LAGOS Y TOLEDO EN LA CUERDA FLOJA
La movida de Bákula abortó la negociación Wagner-Del Valle, sobre las obligaciones pendientes. En Bolivia la carambola liquidó el “enfoque fresco” de Paz Estenssoro. En Ecuador -con los mismos títulos jurídicos que Chile-, se encendieron las luces de alerta. Además, en Perú amenazaban el terrorismo de Sendero Luminoso y el desmadre de la economía. Ante tanto ruido conjunto, Alan García percibió que podría pasar a la Historia como un aprendiz de brujo y suspendió las acciones de la frontera marítima. En La Moneda, el general Pinochet pudo creer que se había impuesto por presencia. No captó que, en la alta diplomacia, los temas no desaparecen sino que se encajonan.
DOS FECHAS Y OTRO MISTERIO
Consultado en 2008 sobre el statu quo marítimo con Perú, Patricio Aylwin me dijo que Alberto Fujimori –su homólogo coetáneo de Perú- “jamás me habló sobre ese tema”. Eduardo Frei coincidió: “no figuró en la agenda de temas pendientes”. Sin duda, había un grave déficit de inteligencia predictiva civil.
Por su involucramiento orgánico-profesional, los militares sí sabían que la mar no estaba serena. Los entonces coroneles Oscar Izurieta y Juan Carlos Salgado, en tesis académica conjunta de 1992, aludieron al revisionismo de Alan García en la frontera marítima norte: “existen diferencias de criterio (…) que si bien no han sido materia de negociaciones formales, constituyen a futuro una fuente potencial de conflicto”.
En 1994, en un evento institucional, el almirante Francisco Ghisolfo advirtió que la situación de esa frontera “no es tan sólida como se deduce de los acuerdos firmados”. Había escuchado “voces peruanas” impugnando el paralelo que constituye el límite e incluso dio la primera versión chilena sobre la gestión de 1986: “(Jaime del Valle) cayó inadvertidamente en el juego peruano y ante una consulta del embajador Bákula sobre la situación le respondió que ‛ese problema se verá en otra oportunidad′”. Su pronóstico: “un motivo de crisis para el inicio del próximo siglo”.
Fue una profecía. Torre Tagle, por nota de 20 de octubre de 2000, objetó una carta de navegación del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada chilena. Sostuvo que su trazado de la línea de la frontera, unía el Hito 1 con el paralelo geográfico, en contra de lo expresado en el memorándum del 23 de mayo de 1986. Sin mencionar ese texto ni su fecha, la Cancillería chilena respondió con una exhaustiva mención de los soportes jurídicos del statu quo. Ese año 2000 se convirtió, para Chile, en el punto de partida del conflicto.
Lo extraño fue que, mientras ambas cancillerías polemizaban, Fujimori destruía evidencias incriminatorias, preparándose para renunciar por fax y con fuga. Digámoslo más claro: si en eso estaba, era improbable que se distrajera exhumando un tema que ignoró por una década y hasta sepultó en 1999, tras firmar el Acta de Ejecución del Tratado de 1929. Entonces declaró resueltos “todos los conflictos limítrofes entre Chile y Perú”.
Es un nuevo misterio de esta historia: ¿Hubo decisión presidencial peruana, ese año, para abrir la gaveta de Pandora?
CARIÑO BREVE
Durante el año transicional de Valentín Paniagua el tema volvió a su archivo blindado, pero estuvo en su imaginario. Entrevistado en abril de 2002 –ya retirado- me habló de un “tropiezo grave” con Chile, aludiendo al movimiento de una caseta de la Armada chilena cercana al hito 1.
Pese a ello, la relación de su sucesor Alejandro Toledo con Ricardo Lagos se inició de manera auspiciosa, con ambos abrazándose en las alturas de Machu Picchu y revistando tropas en Lima. “Yo no soy una persona que se queda atrapada en el pasado”, me dijo el Presidente peruano. Redefinir la frontera marítima no estaba entre sus prioridades, en línea con su canciller Allan Wagner (el mismo de 1986), pero contrariando la opinión del vicecanciller Manuel Rodríguez Cuadros. Este, cuya visión nacionalista enraizaba en la revolución militar de Velasco, era crítico de la que llamaba “alianza preferencial con Chile”.
La buena relación comenzó a deteriorarse, por diversos motivos y entró en crisis por una nueva irrupción del tema boliviano. Esta vez venía bajo la forma de un gasoducto con enclave, que Lagos ofreció a sucesivos mandatarios de Bolivia y que Toledo percibió como un nuevo “charañazo”. Al compás del distanciamiento, perdió influencia el canciller y aumentó su peso el vicecanciller. Como resultado, Toledo desclasificó el file y decidió plantear el tema a Lagos, durante una visita oficial a Chile.
El 23 de agosto de 2002, poco antes de iniciar el vuelo a Santiago, Wagner, hizo una declaración curiosa. Dijo que Chile y Perú debían evitar para siempre la posibilidad de una guerra. Sonó rarísimo, pues no se visita a un amigo advirtiendo que es malo volver a matarse. Con mirada de hoy, creo que fue un mensaje sutil para el emergente Rodríguez Cuadros.
NO EXISTE CONTROVERSIA JURÍDICA
Lagos fue víctima del mal manejo de Pinochet, del secretismo para ocultarlo, de su desconocimiento de la sicología peruana, de su fe en las dotes curativas del mercado y de su excesiva confianza en las posibilidades del Derecho. Su canciller, Soledad Alvear, no podía ayudarlo, pues la abrupta complejidad del tema la excedía (su contraparte, Wagner, llevaba un cuarto de siglo manejándolo). En cuanto a los asesores jurídicos, simplemente no creían viable una demanda peruana unilateral y abrían paso al pleonasmo: como la soberanía chilena era innegociable, no cabía negociación a su respecto.
En ese contexto, Lagos descuidó el rol catalizador de crisis de Bolivia y no percibió que las tesis de Faura de 1977 habían cuajado en una estrategia integral, con cobertura jurídica, iniciativa sostenida, interrupciones de plazo largo y manejo de la sorpresa. Por eso, respondió con cortés ambigüedad a Toledo y proclamó, ante la opinión pública, que “no existe controversia jurídica con el Perú”. Con 16 años de retardo, equivalía a la declaración de inaceptabilidad que Pinochet no hizo.
Visto desde Perú, Chile soslayaba un hecho duro: la existencia de un conflicto a secas. Incurría, así, en el error peruano del “ninguneo” a Ecuador, antes de la guerra del Cenepa. La jurisprudencia de ese caso ya la había expresado el diplomático y jurista Alfonso Arias Schreiber: “La negativa de una de las partes a reconocer la existencia de un diferendo con la otra, muy lejos de ponerle término contribuye a agravarlo”.
Con ese escarmiento, Rodríguez Cuadros, designado canciller en diciembre de 2003, estimó que la reacción chilena afirmaba, por vía inversa, la dimensión jurídica de la estrategia peruana. Si Chile decía que no había controversia jurídica, pues había que crearla.
EN LA CUERDA FLOJA
Comenzó, así, una guerra legal relámpago. Veloces abogados peruanos fueron enmendando supuestos errores y creando normas funcionales a su pretensión. Se trataba de reemplazar la “amistosa negociación” inicial por un ríspido emplazamiento para negociar, que culminara con una demanda ante la Corte Internacional de Justicia. Paralelamente, Torre Tagle se desplegó en tres frentes externos: ante Chile, con su política de “cuerdas separadas”, para mantener el conflicto en el área técnica; ante Bolivia y Ecuador, para informar que la cosa no iba con ellos; ante los otros países, para afirmar la idea de que, siendo obvio el conflicto, lo más indicado era una solución judicial. Rodríguez Cuadros incluso tocó el resorte militar anunciando, antes que el ministro de Defensa, la decisión de comprar fragatas para su Armada.
En ese clima enrarecido, Lagos dejó de responderle el teléfono a Toledo y encontraron amplio espacio los agentes de la desinformación, creando, recreando y magnificando incidentes. Hubo subpleitos por el pisco, el suspiro limeño, una bandera chilena maltratada y hasta por un trasiego de armas a Ecuador -durante la guerra del Cenepa-, que ya había sido tratado y solucionado por Frei y Fujimori.
En un momento pareció que Chile y Perú estaban pasando de las cuerdas separadas a la cuerda floja. Edmundo Pérez Zujovic, ex Cónsul General de Chile en Bolivia, pronosticó que “lo peor estaba por venir”.
(Recuadro)
¿QUÉ SE NEGOCIA CUANDO SE NEGOCIA?.
Tras la reacción juridicista de Chile estuvo la creencia de que sólo se puede negociar sobre temas políticos subalternos.
Ello contradice la historia mundial de la diplomacia. De partida, todos los tratados fronterizos suponen negociaciones previas sobre posiciones y posesiones que se consideraban indiscutibles. A mayor abundamiento, el primer paso de toda negociación diplomática es definir qué y hasta dónde se negocia. Ningún Estado está obligado a negociar sobre pautas impuestas.
La innegociabilidad de lo importante responde a una mezcla de nacionalismo y fetichismo jurídico. Implica creer que el Derecho Internacional siempre está con el Estado propio y que los negociadores civiles y los disuasores militares pueden ser reemplazados por abogados patriotas. Paradójicamente, esa actitud suele activar dos soluciones antagónicas: la de la fuerza, violatoria de la Carta de la ONU y la de la judicialización, con el contradictorio desasimiento del Estado. Así lo escribió en 1989 Luciano Tomassini, sabio cientista social chileno: “la diplomacia ha oscilado siempre entre el Derecho y el uso de la fuerza, con una instancia intermedia que es la negociación”.
El fenómeno ha llamado la atención de los estudiosos extranjeros de nuestra coyuntura. Por su precisión, vale la pena reproducir el siguiente párrafo del historiador holandés Gerard Van der Ree:
“La identidad legalista de Chile ha brindado a sus dos vecinos (Perú y Bolivia) una estrategia para sus reclamaciones. En vez de infructuosas insistencias en la naturaleza política y bilateral de los conflictos, ambos han optado por seguir una estrategia legalista (…) presentando su tema como un asunto legal y no un problema político, ellos intentarían derrotar a Chile en su propio juego”.
A MANERA DE AUTOCRÍTICA
Cuando una ley peruana formalizó la bisectriz fronteriza, en 2005, Lagos trató de iniciar acciones diplomáticas mediáticas y disuasivas. Activó una batería de protestas, despachó enviados especiales, convocó a los altos mandos castrenses, declaró que Chile seguiría ejerciendo y defendiendo su soberanía marítima y hasta anunció que pediría un pronunciamiento a la OEA.
Ya era tarde. Hubo consenso en los medios para hablar de “sobrerreacción”. El columnista Carlos Peña llamó a no dejarse llevar por una confianza excesiva en los propios argumentos, “es decir, por la soberbia”. El general ® Ernesto Videla, experto internacionalista, advirtió que desde La Moneda se estaba generando una “sicosis de guerra”.
Eran señales de realismo ante los hechos consumados y así pareció entenderlo el propio Presidente. A dos semanas de su fin de mandato, en un almuerzo ofrecido a dos personalidades peruanas, deslizó que “a lo mejor nos falta sensibilidad” para entender la relación bilateral. Y agregó una frase casi autocrítica: “cuando lo entendí se pasó el cuarto de hora y ya no hay nada más que hacer”.
La demanda peruana quedaba para el próximo capítulo.
La movida de Bákula abortó la negociación Wagner-Del Valle, sobre las obligaciones pendientes. En Bolivia la carambola liquidó el “enfoque fresco” de Paz Estenssoro. En Ecuador -con los mismos títulos jurídicos que Chile-, se encendieron las luces de alerta. Además, en Perú amenazaban el terrorismo de Sendero Luminoso y el desmadre de la economía. Ante tanto ruido conjunto, Alan García percibió que podría pasar a la Historia como un aprendiz de brujo y suspendió las acciones de la frontera marítima. En La Moneda, el general Pinochet pudo creer que se había impuesto por presencia. No captó que, en la alta diplomacia, los temas no desaparecen sino que se encajonan.
DOS FECHAS Y OTRO MISTERIO
Consultado en 2008 sobre el statu quo marítimo con Perú, Patricio Aylwin me dijo que Alberto Fujimori –su homólogo coetáneo de Perú- “jamás me habló sobre ese tema”. Eduardo Frei coincidió: “no figuró en la agenda de temas pendientes”. Sin duda, había un grave déficit de inteligencia predictiva civil.
Por su involucramiento orgánico-profesional, los militares sí sabían que la mar no estaba serena. Los entonces coroneles Oscar Izurieta y Juan Carlos Salgado, en tesis académica conjunta de 1992, aludieron al revisionismo de Alan García en la frontera marítima norte: “existen diferencias de criterio (…) que si bien no han sido materia de negociaciones formales, constituyen a futuro una fuente potencial de conflicto”.
En 1994, en un evento institucional, el almirante Francisco Ghisolfo advirtió que la situación de esa frontera “no es tan sólida como se deduce de los acuerdos firmados”. Había escuchado “voces peruanas” impugnando el paralelo que constituye el límite e incluso dio la primera versión chilena sobre la gestión de 1986: “(Jaime del Valle) cayó inadvertidamente en el juego peruano y ante una consulta del embajador Bákula sobre la situación le respondió que ‛ese problema se verá en otra oportunidad′”. Su pronóstico: “un motivo de crisis para el inicio del próximo siglo”.
Fue una profecía. Torre Tagle, por nota de 20 de octubre de 2000, objetó una carta de navegación del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada chilena. Sostuvo que su trazado de la línea de la frontera, unía el Hito 1 con el paralelo geográfico, en contra de lo expresado en el memorándum del 23 de mayo de 1986. Sin mencionar ese texto ni su fecha, la Cancillería chilena respondió con una exhaustiva mención de los soportes jurídicos del statu quo. Ese año 2000 se convirtió, para Chile, en el punto de partida del conflicto.
Lo extraño fue que, mientras ambas cancillerías polemizaban, Fujimori destruía evidencias incriminatorias, preparándose para renunciar por fax y con fuga. Digámoslo más claro: si en eso estaba, era improbable que se distrajera exhumando un tema que ignoró por una década y hasta sepultó en 1999, tras firmar el Acta de Ejecución del Tratado de 1929. Entonces declaró resueltos “todos los conflictos limítrofes entre Chile y Perú”.
Es un nuevo misterio de esta historia: ¿Hubo decisión presidencial peruana, ese año, para abrir la gaveta de Pandora?
CARIÑO BREVE
Durante el año transicional de Valentín Paniagua el tema volvió a su archivo blindado, pero estuvo en su imaginario. Entrevistado en abril de 2002 –ya retirado- me habló de un “tropiezo grave” con Chile, aludiendo al movimiento de una caseta de la Armada chilena cercana al hito 1.
Pese a ello, la relación de su sucesor Alejandro Toledo con Ricardo Lagos se inició de manera auspiciosa, con ambos abrazándose en las alturas de Machu Picchu y revistando tropas en Lima. “Yo no soy una persona que se queda atrapada en el pasado”, me dijo el Presidente peruano. Redefinir la frontera marítima no estaba entre sus prioridades, en línea con su canciller Allan Wagner (el mismo de 1986), pero contrariando la opinión del vicecanciller Manuel Rodríguez Cuadros. Este, cuya visión nacionalista enraizaba en la revolución militar de Velasco, era crítico de la que llamaba “alianza preferencial con Chile”.
La buena relación comenzó a deteriorarse, por diversos motivos y entró en crisis por una nueva irrupción del tema boliviano. Esta vez venía bajo la forma de un gasoducto con enclave, que Lagos ofreció a sucesivos mandatarios de Bolivia y que Toledo percibió como un nuevo “charañazo”. Al compás del distanciamiento, perdió influencia el canciller y aumentó su peso el vicecanciller. Como resultado, Toledo desclasificó el file y decidió plantear el tema a Lagos, durante una visita oficial a Chile.
El 23 de agosto de 2002, poco antes de iniciar el vuelo a Santiago, Wagner, hizo una declaración curiosa. Dijo que Chile y Perú debían evitar para siempre la posibilidad de una guerra. Sonó rarísimo, pues no se visita a un amigo advirtiendo que es malo volver a matarse. Con mirada de hoy, creo que fue un mensaje sutil para el emergente Rodríguez Cuadros.
NO EXISTE CONTROVERSIA JURÍDICA
Lagos fue víctima del mal manejo de Pinochet, del secretismo para ocultarlo, de su desconocimiento de la sicología peruana, de su fe en las dotes curativas del mercado y de su excesiva confianza en las posibilidades del Derecho. Su canciller, Soledad Alvear, no podía ayudarlo, pues la abrupta complejidad del tema la excedía (su contraparte, Wagner, llevaba un cuarto de siglo manejándolo). En cuanto a los asesores jurídicos, simplemente no creían viable una demanda peruana unilateral y abrían paso al pleonasmo: como la soberanía chilena era innegociable, no cabía negociación a su respecto.
En ese contexto, Lagos descuidó el rol catalizador de crisis de Bolivia y no percibió que las tesis de Faura de 1977 habían cuajado en una estrategia integral, con cobertura jurídica, iniciativa sostenida, interrupciones de plazo largo y manejo de la sorpresa. Por eso, respondió con cortés ambigüedad a Toledo y proclamó, ante la opinión pública, que “no existe controversia jurídica con el Perú”. Con 16 años de retardo, equivalía a la declaración de inaceptabilidad que Pinochet no hizo.
Visto desde Perú, Chile soslayaba un hecho duro: la existencia de un conflicto a secas. Incurría, así, en el error peruano del “ninguneo” a Ecuador, antes de la guerra del Cenepa. La jurisprudencia de ese caso ya la había expresado el diplomático y jurista Alfonso Arias Schreiber: “La negativa de una de las partes a reconocer la existencia de un diferendo con la otra, muy lejos de ponerle término contribuye a agravarlo”.
Con ese escarmiento, Rodríguez Cuadros, designado canciller en diciembre de 2003, estimó que la reacción chilena afirmaba, por vía inversa, la dimensión jurídica de la estrategia peruana. Si Chile decía que no había controversia jurídica, pues había que crearla.
EN LA CUERDA FLOJA
Comenzó, así, una guerra legal relámpago. Veloces abogados peruanos fueron enmendando supuestos errores y creando normas funcionales a su pretensión. Se trataba de reemplazar la “amistosa negociación” inicial por un ríspido emplazamiento para negociar, que culminara con una demanda ante la Corte Internacional de Justicia. Paralelamente, Torre Tagle se desplegó en tres frentes externos: ante Chile, con su política de “cuerdas separadas”, para mantener el conflicto en el área técnica; ante Bolivia y Ecuador, para informar que la cosa no iba con ellos; ante los otros países, para afirmar la idea de que, siendo obvio el conflicto, lo más indicado era una solución judicial. Rodríguez Cuadros incluso tocó el resorte militar anunciando, antes que el ministro de Defensa, la decisión de comprar fragatas para su Armada.
En ese clima enrarecido, Lagos dejó de responderle el teléfono a Toledo y encontraron amplio espacio los agentes de la desinformación, creando, recreando y magnificando incidentes. Hubo subpleitos por el pisco, el suspiro limeño, una bandera chilena maltratada y hasta por un trasiego de armas a Ecuador -durante la guerra del Cenepa-, que ya había sido tratado y solucionado por Frei y Fujimori.
En un momento pareció que Chile y Perú estaban pasando de las cuerdas separadas a la cuerda floja. Edmundo Pérez Zujovic, ex Cónsul General de Chile en Bolivia, pronosticó que “lo peor estaba por venir”.
(Recuadro)
¿QUÉ SE NEGOCIA CUANDO SE NEGOCIA?.
Tras la reacción juridicista de Chile estuvo la creencia de que sólo se puede negociar sobre temas políticos subalternos.
Ello contradice la historia mundial de la diplomacia. De partida, todos los tratados fronterizos suponen negociaciones previas sobre posiciones y posesiones que se consideraban indiscutibles. A mayor abundamiento, el primer paso de toda negociación diplomática es definir qué y hasta dónde se negocia. Ningún Estado está obligado a negociar sobre pautas impuestas.
La innegociabilidad de lo importante responde a una mezcla de nacionalismo y fetichismo jurídico. Implica creer que el Derecho Internacional siempre está con el Estado propio y que los negociadores civiles y los disuasores militares pueden ser reemplazados por abogados patriotas. Paradójicamente, esa actitud suele activar dos soluciones antagónicas: la de la fuerza, violatoria de la Carta de la ONU y la de la judicialización, con el contradictorio desasimiento del Estado. Así lo escribió en 1989 Luciano Tomassini, sabio cientista social chileno: “la diplomacia ha oscilado siempre entre el Derecho y el uso de la fuerza, con una instancia intermedia que es la negociación”.
El fenómeno ha llamado la atención de los estudiosos extranjeros de nuestra coyuntura. Por su precisión, vale la pena reproducir el siguiente párrafo del historiador holandés Gerard Van der Ree:
“La identidad legalista de Chile ha brindado a sus dos vecinos (Perú y Bolivia) una estrategia para sus reclamaciones. En vez de infructuosas insistencias en la naturaleza política y bilateral de los conflictos, ambos han optado por seguir una estrategia legalista (…) presentando su tema como un asunto legal y no un problema político, ellos intentarían derrotar a Chile en su propio juego”.
A MANERA DE AUTOCRÍTICA
Cuando una ley peruana formalizó la bisectriz fronteriza, en 2005, Lagos trató de iniciar acciones diplomáticas mediáticas y disuasivas. Activó una batería de protestas, despachó enviados especiales, convocó a los altos mandos castrenses, declaró que Chile seguiría ejerciendo y defendiendo su soberanía marítima y hasta anunció que pediría un pronunciamiento a la OEA.
Ya era tarde. Hubo consenso en los medios para hablar de “sobrerreacción”. El columnista Carlos Peña llamó a no dejarse llevar por una confianza excesiva en los propios argumentos, “es decir, por la soberbia”. El general ® Ernesto Videla, experto internacionalista, advirtió que desde La Moneda se estaba generando una “sicosis de guerra”.
Eran señales de realismo ante los hechos consumados y así pareció entenderlo el propio Presidente. A dos semanas de su fin de mandato, en un almuerzo ofrecido a dos personalidades peruanas, deslizó que “a lo mejor nos falta sensibilidad” para entender la relación bilateral. Y agregó una frase casi autocrítica: “cuando lo entendí se pasó el cuarto de hora y ya no hay nada más que hacer”.
La demanda peruana quedaba para el próximo capítulo.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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