Bitácora
capitulo II serie Chile y Perú en La Haya
José Rodríguez Elizondo
LA SECRETA MISION DEL EMBAJADOR BAKULA
Cuando el joven líder aprista Alan García Pérez asumió su primera Presidencia del Perú, en 1985, quiso ser revolucionario y pragmático en política exterior. Para ello, dispuso negociar el finiquito de los temas pendientes del Tratado de 1929, al costo eventual de abrazarse con Augusto Pinochet en la frontera. La disidencia chilena se alarmó y se lo hizo saber: era estupendo tener la fiesta en paz entre los pueblos, pero no que un líder democrático le hiciera fiestas al dictador. Paralelamente, Torre Tagle -la cancillería peruana- informaba que Pinochet, con parientes y simpatías en Bolivia, preparaba otro “charañazo”. Sumando y restando, García optó por Maquiavelo: negociaría con Chile el fin de los temas pendientes y, al mismo tiempo, daría luz verde a un proyecto secreto: el desconocimiento de la frontera marítima vigente. La primera misión sería pública y correría por cuenta de su talentoso canciller Allan Wagner. La segunda sería secreta y se le encomendaría al respetado embajador Juan Miguel Bákula.
LA PRIMERA NOTIFICACIÓN El 23 de mayo de 1986, a media mañana, el canciller chileno Jaime del Valle recibió al embajador Bákula, a pedido de Allan Wagner. Sin testigos y durante 40 minutos, escuchó un discurso extrañísimo. Es que, mientras él negociaba con su homólogo (y en muy buenos términos) el finiquito de las obligaciones pendientes con Perú, ese señor setentón, calvito y elocuente le planteaba un problema nuevo y más relevante: el de la inexistencia de una frontera marítima.
Según Bákula, los espacios marítimos de Chile y Perú no estaban delimitados y las convenciones (no dijo “tratados”) de 1952 y 1954 eran meras fórmulas para la solución de problemas puntuales. Por tanto, era preciso delimitar “de manera formal y definitiva” los mares peruano y chileno, según las normas de equidad de la Convención del Derecho del Mar de la ONU.
Del Valle debió percibir la gravedad del tema, cuando escuchó que la presunta carencia de límites afectaba la amistosa conducción de la relación bilateral. Y más, cuando el enviado advirtió que la suya era “la primera presentación por los canales diplomáticos” que Perú formulaba ante el gobierno de Chile.
Cabe advertir que nada de lo anterior consta oficialmente en Chile. Lo narrado proviene de la versión del propio Bákula. Como no ha sido desmentida, uno puede imaginar el íntimo asombro de Del Valle y comprender lo que se le ocurrió solicitar: un texto escrito de lo expuesto. Un “memito”, como decimos en Chile.
Tácticamente, fue el minuto fatal. Bákula salió de la entrevista rumbo a la misión de su país, a cargo del hace poco fallecido embajador Luis Marchand Stens. Pidió una máquina de escribir, tecleó él mismo su versión de lo dicho y Marchand se encargó de oficializarla, con sello y número. En menos de cinco horas llegó a la cancillería chilena el memo solicitado, con la Nota 5-4-M/147, de Torre Tagle.
Por reflejo profesional, algunos directores de Cancillería y el embajador de Chile en Lima, Juan José Fernández, aconsejaron responder ese memo. En vez de eso, el 19 de junio la Cancillería emitió un comunicado con dos puntos. En el primero consignó “la visita” de Bákula, quien había intercambiado puntos de vista sobre la Comisión Permanente del Pacífico Sur y la Organización Latinoamericana de Pesca. Por el segundo, informó que el visitante “dió a conocer el interés del gobierno peruano para iniciar en el futuro conversaciones entre ambos países acerca de sus puntos de vista referentes a la delimitación marítima”. Como colofón, expresó que el canciller “tomó nota de lo anterior manifestando que “oportunamente se harán estudios sobre el particular”.
Puede que Del Valle dispusiera ese texto para sostener la gestión principal que manejaba con Wagner. Pero, para Bákula significó que “no se había producido un rechazo a la presentación que estuvo a mi cargo”, porque Chile no estaba seguro de su posición. Así lo consignó en su último libro de 2008
MISTERIO TRILATERAL
Walter Montenegro, notable diplomático boliviano ya fallecido, escribió en 1986 que “a Chile le importa más quedar bien con el Perú que con Bolivia, y el Perú no hará nada que lo indisponga con Chile”. Alan García le complejizó el aserto: ese año arriesgó indisponerse con Chile y quedar mal con Bolivia.
Si eso no pareció evidente, se debió a la capacidad de despiste de García y a que su enviado diplomático se manejó en el secreto más absoluto. Un político tan prominente como Carlos Ferrero –ex Presidente del Congreso, ex Presidente del Consejo de Ministros de Fujimori y hermano de un canciller del mismo Presidente- me diría que sólo en 2006 se enteró del tema. Un destacado diplomático contaría que, para enterarse, debió acceder a una bóveda blindada de la Cancillería, con prohibición de copiar nada y con el tiempo acotado. Por otra parte, el silencio de Pinochet selló el círcuito, haciendo de la gestión Bákula un misterio casi perfecto.
Por eso, los desencriptadores no advirtieron que, un mes antes había llegado a Santiago Jorge Siles Salinas, Cónsul General de Bolivia, para negociar con Del Valle (incidentalmente, su cuñado) el tema de la salida soberana al mar. Aunque invocaba el “enfoque fresco” del Presidente Víctor Paz Estenssoro, lo que traía era una reposición de los Acuerdos de Charaña. El general Pinochet lo recibió sólo una vez y no le soltó prenda. Según fuentes bolivianas, el general estaba bien dispuesto, pero chocaba con la resistencia del almirante José Toribio Merino. En junio de 1987, tras complicados avatares, Chile declaró inadmisible la propuesta boliviana, el Cónsul renunció a su cargo y, días después, del Valle salió de la Cancillería.
Es interesante agregar que Siles Salinas contaba sus negociaciones al ya mencionado embajador Luis Marchand. Según propia confesión, lo hacía para que no lo acusaran de actuar a espaldas de Perú. Pese a ello (¿o precisamente por ello?), en Torre Tagle sonaron las alarmas: Bolivia volvía a la carga por Arica. El canciller Wagner incluso se lo habría advertido, en forma simpática, a su homólogo boliviano Guillermo Bedregal: “no nos vayan a salir con otro charañazo”.
En entrevista publicada en 2011, Del Valle contó un raro episodio de esa misma época: un embajador peruano “que no era el acreditado oficialmente en Chile”, le dijo que Perú “no veía con buenos ojos la posibilidad de tener fronteras comunes con Bolivia en el norte de Chile”. Este nuevo misterio me hizo recordar dos cosas. Una, que entrevistando al mismo Del Valle en 2008, éste dijo no recordar a Bákula, aunque manejaba el detalle de sus negociaciones con Wagner. La otra, un párrafo de 2008 de Bákula, sobre su visita, que me pareció superfluo: “al término de mi exposición (…) no se trató tema alguno diferente…”
Eso no sería todo. En mayo de este año, Siles Salinas publicó el libro Sí, el mar, con las memorias de su fracaso. Lo hizo con galanura, distribuyendo gratitudes y asignando culpas. Sin embargo, omitió la paralela gestión de Bákula, pese a que ésta bloqueó la negociación que se le había encomendado. Más notable aún, el nombre de Bákula no aparece en las 224 páginas de su libro.
ENTRE LA LEY Y LA VOCACION
Bákula podía pensar los conflictos con Chile desde el rasante nivel del alegato o desde la altura del análisis. En lo primero afirmaba, enfático, que su gestión no tenía relación con la historia ni con los valores intangibles de la patria: “en este litigio de carácter estrictamente jurídico no está en juego ni el honor nacional ni la soberanía del Perú (revista Caretas del 19/ 03/ 2009).
Sin embargo, en su obra mayor de 2002, luce un conocimiento cabal de los límites del derecho en materia estratégica. Asumiendo las lecciones de la historia y su propia experiencia como ex director de Fronteras y Límites, afirma que el diplomático debe ser “un hábil diseñador de soluciones antes no intentadas” y no conformarse con ser un mero conocedor de jurisprudencia litigiosa, que maneja títulos “bajo el privilegio de estrictos dogmas jurídicos”. Aquello conducía al “conflicto interminable” y él prefería la diplomacia sin corsé jurídico, sobre todo “no teniendo el Perú pendiente la solución de problema alguno de ese carácter”.
Había una contradicción importante, aunque no insólita, entre el Bákula pensador y el Bákula mensajero. Distintos roles imponen distintos deberes, que otros analistas deben comprender, aunque eventualmente se sorprendan.
ENTRE EL CARIÑO Y LA ARROGANCIA
Por su gestión, suele identificarse a Bákula con el antichilenismo peruano.
Nunca lo ví así, pues en diplomacia las cosas no suelen ser lo que parecen. Más bien adhiero a una de las sabidurías en píldora que me legara Carlos Martínez Sotomayor. Para ese estadista -que fue canciller y embajador en Perú-, era tonto clasificar a los peruanos como pro-chilenos o anti-chilenos: “su obligación es ser pro-peruanos”, sentenciaba. En tal sentido, Bákula fue un pro-peruano muy potente y no fue su culpa que no tuviéramos un anti-Bákula a mano.
Pese a la diferencia de edad –murió el 2010 a los 96 años-, fuimos amigos. A propósito de una antigua destinación en Chile, solía decir que, por la profundidad y consistencia de las relaciones humanas, sociales y económicas, era el país con el cual mejor podía llevarse Perú. Su hija Cecilia dio testimonio de ese afecto, al escribir que aquí vivieron “dos años de plenitud y alegría”.
En 2002 me pidió co-presentar su obra mayor, en dos tomos, sobre política exterior peruana. Aprecié su gesto y su coraje intelectual, pues ahí removió los escombros sico-históricos de la relación bilateral, a partir del impacto de la independencia. Reconoció que Chile ganó estatus y Perú lo perdió, admitió el sacrificio que significó montar la expedición libertadora y el sentido integrador de O’Higgins. También afirmó que la crisis institucional peruana se había generado 50 años antes de la Guerra del Pacífico, cosa que la memoria peruana prefería olvidar. De paso, criticó a los estudiosos “acostumbrados a entender la relación peruano-chilena como una pugna imborrable que era preciso mantener”.
Sin embargo, como casi todos los grandes talentos de su país, Bákula percibía esa imagen de arrogancia chilena que el internacionalista Alberto Ulloa caracterizara como “afán de tutela”. Asumiendo que “la política también se nutre de sentimientos”, vinculaba ese percepción con la relación chileno-boliviana post 1929. Por lo mismo, le pareció intolerable que, en 1985, Bolivia iniciara una nueva ronda de negociaciones para adquirir soberanía sobre parte de Arica. Pero, más le molestó la aceptación chilena de la “conveniencia o la posibilidad de volver a tratar el tema”.
EPÍLOGO POLÉMICO
Cuando descubrí que Charaña era el eslabón perdido de la pretensión marítima peruana y se lo conté, por mail, Bákula lo tomó a mal. Personalizando, me dijo que no se le había pasado por la cabeza que su mensaje del 86 tuviera que ver con Bolivia. Lo mío era dudar de su integridad como “intérprete” de Alan García. Repliqué que, en rigor, sólo podía hablar por él mismo, pues las tareas que encarga el Principe pueden tener motivaciones complejas. Soslayando el argumento, me insistió: él no fue un mero autómata y entonces Bolivia no estaba en la preocupación del Perú, ni de Wagner ni de García ni de la suya propia.
El tema lo afectó pues, cuatro meses después de presentada la demanda peruana, hizo público parte de nuestro debate privado. Debí responderle por los medios y eso deterioró la calidad de la relación, sin ventaja alguna para la transparencia. Hoy pienso que fue su reacción de intelectual apasionado, ubicado en ese estrecho pasillo donde se unen y separan la verdad y el deber.
También lo entiendo mejor, pues aprendí que, en este tipo de conflictos, quien quiera pensar con cabeza propia es un mensajero al que se debe disparar.
Revista Realidad y Perspectivas
Números 13 y 14
José Rodríguez Elizondo
Bitácora
ORIGENES DE LA DEMANDA PERUANA CONTRA CHILE. Capítulo I
José Rodríguez Elizondo
Puede que los juristas extranjeros contratados por Perú lo conozcan sólo por alguna nota de pie de página. Pero, con certeza, sus alegatos en La Haya serán secuela de las tesis del Almirante Guillermo Faura Gaig, contenidas en su libro El mar peruano y sus límites (sin sello editor, 338 páginas, 1977). Es que, curiosamente, dicho marino es hoy casi un desconocido en su país. Consultados amigos y expertos, no saben dónde está… si es que está. Otros, emplazados a mencionar pioneros de la demanda peruana, antes mencionan al embajador Juan Miguel Bákula.
EL ALMIRANTE PIONERO
Raro olvido el de Faura, quien destacó como un líder naval llamativo… y conflictivo. Experto en inteligencia, geopolítica, guerra antisubmarina, diplomacia y Derecho Internacional Marítimo, fue el principal de los poquísimos jefes de su arma que se comprometieron con la revolución militar socialista del general Juan Velasco Alvarado. En 1974, éste maniobró para instalarlo como Comandante General de la Marina, por añadidura ministro institucional y miembro de la Junta Revolucionaria. Pero, entre los jefes desplazados y otros navales antivelasquistas, se las arreglaron para hacerle la vida miserable. Unos optaron por atentados terroristas literalmente a domicilio y otros le sublevaron la Escuadra. Antes de cumplir un año en la cúpula, el propio Velasco debió pedirle la renuncia. Para Faura, aquello fue fruto de una conspiración internacional. Al parecer, los agentes cubanos lo querían demasiado y la CIA lo quería poco. “Mi salida abrió las puertas a (Francisco) Morales Bermúdez para dar el golpe dos meses después y derrocar a Velasco”, dijo a la periodista María del Pilar Tello.
Para desquitarse, optó por complicarle el patriotismo al nuevo gobernante. En 1976, mientras éste discutía las bases de los Acuerdos de Charaña con los generales Augusto Pinochet y Hugo Banzer, Faura hizo una denuncia golpeadora: la torre de enfilación (faro de luz) levantada por su Marina en la frontera sur, cumpliendo compromisos con Chile, era una suerte de traición al Perú. Junto con una torre ya emplazada por los chilenos, iluminaba la entrega de 63.660 kilómetros cuadrados de territorio marítimo peruano, “al que aspira Chile sin que haya al respecto ningún tratado o pacto que ampare sus pretensiones”.
El almirante desconocía, así, el statu quo marítimo, sin importarle que lo hubiera respetado incluso Velasco. Haciéndolo, introducía una cuña estratégica en el bilateralismo chileno-boliviano. Si parte principal del océano que bañaba a Arica era peruano, Pinochet y Bánzer estaban negociando sobre mar ajeno, con la complicidad de Morales Bermúdez. Fue un anticipo “duro” del libro que ya estaba escribiendo
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NADA NUEVO SOBRE EL MAR
Entre 1972-74, Faura integró la delegación peruana a las conferencias de la ONU sobre Derecho del Mar, que culminaron con la Convención de Mar (CONVEMAR) en 1982. Su jefe diplomático -dato significativo- era el embajador Juan Miguel Bákula. Juntos impulsaron una posibilidad revisionista para los países con espacios marítimos colindantes, que se percibían perjudicados en el reparto de las aguas. A falta de acuerdo previo, éstos podrían impugnar el statu quo invocando la equidad.
Justo ahí estaba el problema, pues había dos acuerdos previos con rango de tratados: la Declaración de Santiago (1952) y el Acuerdo de Lima (1954), entre Chile, Ecuador y Perú. Según sus textos, los límites marítimos respectivos seguían la línea del paralelo del límite terrestre, siguiendo el criterio del Presidente-jurista peruano José Luis Bustamante y Rivero. Por decreto supremo 781 de 1947, ésta había declarado que el límite marítimo de Perú seguía “la línea de los paralelos geográficos”. En segundo plano estaba el comportamiento peruano y de terceros, respetuoso de ese límite y los innumerables actos administrativos y de ejecución de los dos tratados: permisos de paso, control de transgresiones, sistemas administrativos punitivos y… faros de enfilación. Era un sistema normativo consensuado y complejo, que se proyectaba como doctrina del Pacífico Sur.
Ante eso, Faura optó por una elaboración propia. Dictaminó que la legalidad del statu quo suponía un tratado específico, que definiera los conceptos de mar territorial, plataforma continental, zona económica exclusiva “y todas aquellas circunstancias especiales que (…) influyan en sus delimitaciones”. Visto así, el sistema normativo vigente no calificaba, Era fruto de un “apresuramiento debido a las circunstancias” y adolecía de “falta de un detenido estudio” (pgs. 162 y 179). En subsidio, estaba el argumento irrebatible del interés nacional propio: “Emplear como límite el paralelo del punto en que llega al mar la frontera terrestre, es totalmente desfavorable al Perú”.
En lo propositivo (y con cierta ironía), Faura planteó aprovechar “la estrecha relación de amistad” entre los gobiernos de Morales Bermúdez y Pinochet, para negociar ese tratado específico. Su objetivo sería establecer “una línea media trazada de acuerdo al principio de equidistancia de las costas”, que graficaba -en un mapa de su autoría- con una bisectriz. Según su cálculo actualizado, eso suponía 877.088,73 kilómetros cuadrados de incremento del mar peruano, incluyendo lo que ahora se conoce como “triángulo exterior”. También previó qué sucedería si Pinochet no se allanaba a negociar: “en caso de controversias se recurrirá al artículo 33 de la Carta de la ONU u otros medios y métodos pacíficos de que dispongan”. Entre la panoplia de posibilidades vigentes, él privilegiaba el arbitraje.
Tres décadas largas después, el equipo peruano en La Haya está ejecutando esas tesis: ausencia de Tratado fronterizo marítimo específico, reducción de los tratados de 1952 y 1954 a “convenios pesqueros”, improcedencia del paralelo como definición de frontera en el mar y “línea media” como elemento de equidad. Sólo que en vez de negociación o arbitraje, Perú produjo una demanda judicial.
EL ESPÍRITU DE LAS TESIS
El libro de Faura reflejaba el interés nacional peruano de 1929, expresado por el Presidente Augusto Leguía: mantener la continuidad geopolítica Tacna-Arica-Chile, evitando una “zona tampón” boliviana que diera mayor profundidad estratégica al vencedor de la guerra. Quizás Leguía pensaba que así evitaba la imagen del abandono absoluto de Arica, una de “las provincias cautivas”.
Por lo mismo, sus tesis “implicaban un conflicto de poderes a propósito –en lo inmediato- de los Acuerdos de Charaña. Así lo reconoció al decir que no podía soslayar ese tema, pues las negociaciones entre Bánzer, Pinochet y Morales Bermúdez se vinculaban “íntimamente” con el mar peruano. Si se llegaba a materializar un corredor boliviano al norte de Arica, escribió, “Bolivia pasaría a ser de un país mediterráneo a un país marítimo, enclaustrado entre dos mares: el mar peruano y el mar chileno”.
Para mitigar aquello, Faura “rectificaba” la propuesta oficial peruana de una administración tripartita en Arica, con soberanía exclusiva para Bolivia sobre el mar adyacente. El quería entender que “dicha soberanía se extiende al sur de la línea media que parte del punto en que llega al mar la frontera terrestre del Perú y Chile”. Es decir, Chile sólo podría ceder a Bolivia el mar que Faura no consideraba en disputa.
Tras esta posición subyacía su entendimiento de que Leguía y Carlos Ibáñez habían pactado la exclusión marítima de Bolivia y no un procedimiento para resolverle su mediterraneidad. La clave la dio citando, largamente, un ensayo del internacionalista peruano Alberto Ulloa, según el cual Chile y Perú crearon con ese tratado un estatuto de “íntima solidaridad”. El mismo que Chile habría tratado de “administrar”, ejerciendo una “falsa tutela” diplomática.
Puede colegirse que tras las tesis de Faura había un ánimo de aleccionamiento a Chile. Lo que en diplomacia se conoce como “retorsión”. Es posible que la elaboración respectiva esté en los borradores de su libro La mediterraneidad de Bolivia, que alcanzó anunciar, pero del que nunca más se supo.
DOS PREGUNTAS INCÓMODAS
¿Reflejaban las tesis de Faura un pensamiento castrense homogéneo?
Hay señales de que hubo consenso militar peruano sólo para rechazar la propuesta de Pinochet-Bánzer. Pero, sobre la “corrección” de la frontera marítima con Chile no hay noticia alguna. El general Morales Bermúdez en la Presidencia, ni siquiera la consideró. Por lo demás, su “propuesta tripartita” cohonestaba el statu quo, pues el eventual mar para Bolivia se iniciaba al sur del paralelo de la frontera terrestre.
El General Edgardo Mercado Jarrín, ex Comandante General del Ejército, ex Canciller de Velasco y uno de los geopolíticos más autorizados y prolíficos de América Latina, tampoco elaboró al respecto y sólo consignó el tema de manera episódica. En su libro “La revolución geoestratégica” de 2001, le dedicó seis palabras: “queda pendiente la delimitación marítima fronteriza”.
A mayor abundamiento, el autor tuvo oportunidad de entrevistar a Morales Bermúdez en 2001, cuando ya constaba el desconocimiento peruano de esa frontera. Preguntado por su contrapropuesta de 1976, el ex gobernante ni siquiera mencionó a Faura y sólo aludió a “la presión de Bolivia”. En ese país, dijo, se había gestado la opinión de que no podía llegar a un acuerdo con Chile “porque el Perú se lo impedía”.
La otra pregunta incómoda recae sobre el gobierno chileno de la época: ¿Cuál fue la reacción de Pinochet o de su Cancillería ante las tesis conflictivas?
Aquí lo asombroso es que no hay respuesta. Consta que el libro de Faura fue comprado por la embajada chilena en Lima y distribuido a dependencias ministeriales con los respectivos oficios conductores, a fines de agosto de 1977. Sin embargo, no se conoce reacción alguna. No hay huella de intercambios sobre su contenido, pese a tratarse de la obra de un representante conspicuo del poder político y militar peruano, que cuestionaba el statu quo marítimo vigente, en un momento delicado para los tres países concernidos.
¿Es posible que nadie lo leyera?
Bitácora
HETERODOXA REVOLUCION CHAVISTA
José Rodríguez Elizondo
PUBLICADO EN LA SEGUNDA, 19.10.2012
Cuando Stalin conoció el proyecto de Carta de la ONU, precocinado por Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill, asumió que no se inspiraba en el marxismo-leninismo, pero igual la firmó. Tenía el reseguro del veto y, además, pudo negociar la aceptación de Ucrania y Bielorrusia -que ya integraban la Unión Soviética- entre los 51 países fundadores. Fueron dos “miembros designados”.
Era la manera stalinista de ejercer el aforismo sajón “si no puedes ganarles, únete a ellos”. Haciéndolo, se insertó en el sistema internacional mayor, impidiendo, con su peso y su veto, que se le incorporaran cláusulas democráticas expresas. Esa astucia permitió que, durante la guerra fría, la galaxia ONU creciera exponencialmente -con dictaduras y democracias-, al costo de congelar sus embriones libertarios.
Quedó claro, entonces, que el socialismo real nunca incorporaría los principios democráticos a sus sistemas nacionales, comenzando por la autodeterminación mediante elecciones libres. No debía haber libertad para “los enemigos del pueblo”, rezaba la ortodoxia bolchevique. Impregnado de ese ideologismo, Fidel Castro rechazó el pluralismo en Cuba. “Nada contra la revolución”, fue su dogma de medio siglo. Lo adoptó a sabiendas de que, al menos en sus décadas iniciales, habría ganado por paliza cualquier elección... y, con ello, una dosis no despreciable de legitimidad externa.
El tema reventó en Chile, en 1970, con la victoria electoral del socialista democrático Salvador Allende. Fue un duro revés para Castro quien, por decir lo menos, decidió “atornillar al revés”. En lugar de apoyar la “nueva vía al socialismo”, presionó para que Allende se liberara de “la democracia burguesa” y se reconvirtiera en líder armado. Tras el golpe de 1973, incluso le inventó una muerte “correcta”, para demostrar que las elecciones no pasaban de ser un recurso táctico.
Luego vino el test de Nicaragua, donde los comandantes sandinistas permitieron la competencia electoral en 1990. Ahí no sólo perdieron ante Violeta Chamorro, sino ante Castro. Este ya les había advertido que el poder revolucionario no debía arriesgarse, estando “el imperio yanqui” a la vuelta de la esquina y los “contras” en todas partes.
La tercera gran prueba viene dándose en Venezuela, con resultados sorprendentes. Hugo Chávez, autoproclamado hijo político de Castro, tiene todo el poder político en sus manos, sin rehuir las elecciones y ganándolas desde 1999. Eso le ha permitido hacer lo que su papá cubano no pudo: fundar una internacional de países (la ALBA) y no de guerrilleros (la OLAS); impulsar nuevos organismos regionales, como Unasur y convertirse en un factor con peso real en la política hemisférica. Gracias a él, las izquierdas líricas olvidaron los manuales de Marta Harnecker y del Ché y hoy exaltan el “método Chavez”: ganar una elección, polarizar la sociedad, concentrar todo el poder, ideologizar las FF.AA y después convocar a elecciones asimétricas.
La clave teórica de todo esto es que Chávez no tiene una teoría clave. Muy hijo de Castro se sentirá, pero es más pariente del coronel Perón, de los años 40 y del general peruano Juan Velasco Alvarado de 1968. El líder cubano lo sospechó desde un principio –porque listo ha sido siempre-, pero tuvo que aguantarse tamaño revolcón a sus dogmas. Sabe que su gobierno -es decir, el de su hermano Raúl- funciona gracias a los subsidios petroleros del venezolano heterodoxo y que a caballo regalado no se le mira el diente doctrinario.
Cuando Stalin conoció el proyecto de Carta de la ONU, precocinado por Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill, asumió que no se inspiraba en el marxismo-leninismo, pero igual la firmó. Tenía el reseguro del veto y, además, pudo negociar la aceptación de Ucrania y Bielorrusia -que ya integraban la Unión Soviética- entre los 51 países fundadores. Fueron dos “miembros designados”.
Era la manera stalinista de ejercer el aforismo sajón “si no puedes ganarles, únete a ellos”. Haciéndolo, se insertó en el sistema internacional mayor, impidiendo, con su peso y su veto, que se le incorporaran cláusulas democráticas expresas. Esa astucia permitió que, durante la guerra fría, la galaxia ONU creciera exponencialmente -con dictaduras y democracias-, al costo de congelar sus embriones libertarios.
Quedó claro, entonces, que el socialismo real nunca incorporaría los principios democráticos a sus sistemas nacionales, comenzando por la autodeterminación mediante elecciones libres. No debía haber libertad para “los enemigos del pueblo”, rezaba la ortodoxia bolchevique. Impregnado de ese ideologismo, Fidel Castro rechazó el pluralismo en Cuba. “Nada contra la revolución”, fue su dogma de medio siglo. Lo adoptó a sabiendas de que, al menos en sus décadas iniciales, habría ganado por paliza cualquier elección... y, con ello, una dosis no despreciable de legitimidad externa.
El tema reventó en Chile, en 1970, con la victoria electoral del socialista democrático Salvador Allende. Fue un duro revés para Castro quien, por decir lo menos, decidió “atornillar al revés”. En lugar de apoyar la “nueva vía al socialismo”, presionó para que Allende se liberara de “la democracia burguesa” y se reconvirtiera en líder armado. Tras el golpe de 1973, incluso le inventó una muerte “correcta”, para demostrar que las elecciones no pasaban de ser un recurso táctico.
Luego vino el test de Nicaragua, donde los comandantes sandinistas permitieron la competencia electoral en 1990. Ahí no sólo perdieron ante Violeta Chamorro, sino ante Castro. Este ya les había advertido que el poder revolucionario no debía arriesgarse, estando “el imperio yanqui” a la vuelta de la esquina y los “contras” en todas partes.
La tercera gran prueba viene dándose en Venezuela, con resultados sorprendentes. Hugo Chávez, autoproclamado hijo político de Castro, tiene todo el poder político en sus manos, sin rehuir las elecciones y ganándolas desde 1999. Eso le ha permitido hacer lo que su papá cubano no pudo: fundar una internacional de países (la ALBA) y no de guerrilleros (la OLAS); impulsar nuevos organismos regionales, como Unasur y convertirse en un factor con peso real en la política hemisférica. Gracias a él, las izquierdas líricas olvidaron los manuales de Marta Harnecker y del Ché y hoy exaltan el “método Chavez”: ganar una elección, polarizar la sociedad, concentrar todo el poder, ideologizar las FF.AA y después convocar a elecciones asimétricas.
La clave teórica de todo esto es que Chávez no tiene una teoría clave. Muy hijo de Castro se sentirá, pero es más pariente del coronel Perón, de los años 40 y del general peruano Juan Velasco Alvarado de 1968. El líder cubano lo sospechó desde un principio –porque listo ha sido siempre-, pero tuvo que aguantarse tamaño revolcón a sus dogmas. Sabe que su gobierno -es decir, el de su hermano Raúl- funciona gracias a los subsidios petroleros del venezolano heterodoxo y que a caballo regalado no se le mira el diente doctrinario.
Bitácora
EXCMO. SEÑOR PRESIDENTE DE BOLIVIA:
José Rodríguez Elizondo
Publicado en La Segunda, 6.10.2012
Excúseme, señor Evo Morales, por recurrir al viejo truco de la carta abierta. Pero me lo pide el cuerpo, tras escucharle que Chile es un peligro para América Latina, porque no le cede parte de su territorio para solucionar el “injusto enclaustramiento de Bolivia”.
Dado que la única vía factible para ello pasa por Arica, lo invito a visitar el Tratado de Chile con Perú, de 1929, para redescubrir su “espíritu estratégico”. Este aloja en la parte expositiva y consiste en el literal deseo de “remover toda dificultad entre ambos países y de asegurar así su amistad y buena inteligencia”. Para no dejar cabos sueltos, el artículo 1° señaló que “la única dificultad pendiente” entre Chile y Perú era la controversia por Tacna y Arica.
Como Bolivia participaba en esa controversia (por su aspiración sobre ambas provincias), ambas partes tomaron dos medidas muy duras. Una, previa, fue excluirla de las negociaciones del tratado; la otra, el pacto solemne de su Protocolo Complementario: “Los Gobiernos de Chile y del Perú no podrán, sin previo acuerdo entre ellos, ceder a una tercera potencia la totalidad o parte de los territorios que (…) quedan bajo sus respectivas soberanías”.
De ello se desprende que, en rigor, Perú no fue ni es un simple tercero respecto al emplazamiento que usted hace. Exégetas chilenos y peruanos vieron en ese texto de 1929 un compromiso solidario, para disuadir cualquier transferencia de soberanía. Lo mismo vieron notables bolivianos. El más conspicuo fue su predecesor Daniel Salamanca, quien acuñó una frase descarnada: “Chile puso un candado al mar para Bolivia y entregó la llave al Perú”.
Como en Derecho las cosas se deshacen del mismo modo que se hacen, durante años Chile hizo una interpretación restrictiva de las posibilidades de Bolivia. Según ella, antes debía producirse un consenso chileno-peruano que la “incluyera”. Sin embargo, la sostenida acción boliviana y la falta de “buena inteligencia” con Perú, relativizaron esa interpretación rigorista y la exclusión mutó en un “procedimiento”: primero, Bolivia iniciaba negociaciones con Chile sobre Arica; después, Chile pedía el asentimiento de Perú.
No fue una idea exitosa. Como primera reacción, Perú se desentendió de la solidaridad ariqueña con Chile. Luego, cuando fue Chile el que tomó la iniciativa negociadora, por motivos estratégicos –Acuerdos de Charaña-, expertos peruanos elaboraron una estrategia ad-hoc para “reivindicar” el océano que Bolivia pretendía. Así, lo entendió usted mismo, Presidente, cuando acusó a su homólogo Alan García de “una permanente agresión a Bolivia”, porque su demanda en La Haya tenía ese propósito oculto.
Por lo dicho, asombra su actual insistencia para reducir tanta complejidad a la idea de una “injusticia” chilena. Cualquiera sabe que todos los tratados fronterizos del planeta son más injustos para una parte que para otra. Y máxime cuando antes existió una guerra, en la cual Bolivia alguna responsabilidad tuvo. Además, la suya es una simplificación con dos secuelas graves: la colosal rareza jurídica de querer demandar judicialmente a Chile, para que transfiera a Bolivia un territorio que fue de Perú y el entierro unilateral del tratado de 1904, que para usted ya murió.
Por eso, sería bueno que alguien de su entorno pudiera plantearle estas cuatro ideas sencillas: Simplificar no ayuda a resolver problemas complejos. La “desmediterranización” de Bolivia no pasa, obligatoriamente, por la soberanía boliviana sobre parte de Arica. Si de eso se trata, la bilateralidad del tratado chileno-peruano prevalece sobre la bilateralidad de cualquier negociación boliviano-chilena. En tal caso, la energía boliviana debiera orientarse a pedir, a Chile y Perú, que se replanteen la exclusión de 1929.
Creo que, por tácticas o pudores diplomáticos, la ambigüedad sobre esos puntos creó una opacidad peligrosa. Esta lo ha inducido a usted a reponer “la única dificultad pendiente” pre tratado de 1929 y a tratar de liquidar el de 1904, Como ambos son el puente para pasar de la paz a la amistad entre tres países, quien quiera socavarlos podría empujarnos, a los tres, al precipicio de una nueva guerra.
Excelencia, si no es eso lo que usted quiere … ¿no sería mejor hablar claro y con respeto, hasta que duela?
Atentamente
José Rodríguez Elizondo
Excúseme, señor Evo Morales, por recurrir al viejo truco de la carta abierta. Pero me lo pide el cuerpo, tras escucharle que Chile es un peligro para América Latina, porque no le cede parte de su territorio para solucionar el “injusto enclaustramiento de Bolivia”.
Dado que la única vía factible para ello pasa por Arica, lo invito a visitar el Tratado de Chile con Perú, de 1929, para redescubrir su “espíritu estratégico”. Este aloja en la parte expositiva y consiste en el literal deseo de “remover toda dificultad entre ambos países y de asegurar así su amistad y buena inteligencia”. Para no dejar cabos sueltos, el artículo 1° señaló que “la única dificultad pendiente” entre Chile y Perú era la controversia por Tacna y Arica.
Como Bolivia participaba en esa controversia (por su aspiración sobre ambas provincias), ambas partes tomaron dos medidas muy duras. Una, previa, fue excluirla de las negociaciones del tratado; la otra, el pacto solemne de su Protocolo Complementario: “Los Gobiernos de Chile y del Perú no podrán, sin previo acuerdo entre ellos, ceder a una tercera potencia la totalidad o parte de los territorios que (…) quedan bajo sus respectivas soberanías”.
De ello se desprende que, en rigor, Perú no fue ni es un simple tercero respecto al emplazamiento que usted hace. Exégetas chilenos y peruanos vieron en ese texto de 1929 un compromiso solidario, para disuadir cualquier transferencia de soberanía. Lo mismo vieron notables bolivianos. El más conspicuo fue su predecesor Daniel Salamanca, quien acuñó una frase descarnada: “Chile puso un candado al mar para Bolivia y entregó la llave al Perú”.
Como en Derecho las cosas se deshacen del mismo modo que se hacen, durante años Chile hizo una interpretación restrictiva de las posibilidades de Bolivia. Según ella, antes debía producirse un consenso chileno-peruano que la “incluyera”. Sin embargo, la sostenida acción boliviana y la falta de “buena inteligencia” con Perú, relativizaron esa interpretación rigorista y la exclusión mutó en un “procedimiento”: primero, Bolivia iniciaba negociaciones con Chile sobre Arica; después, Chile pedía el asentimiento de Perú.
No fue una idea exitosa. Como primera reacción, Perú se desentendió de la solidaridad ariqueña con Chile. Luego, cuando fue Chile el que tomó la iniciativa negociadora, por motivos estratégicos –Acuerdos de Charaña-, expertos peruanos elaboraron una estrategia ad-hoc para “reivindicar” el océano que Bolivia pretendía. Así, lo entendió usted mismo, Presidente, cuando acusó a su homólogo Alan García de “una permanente agresión a Bolivia”, porque su demanda en La Haya tenía ese propósito oculto.
Por lo dicho, asombra su actual insistencia para reducir tanta complejidad a la idea de una “injusticia” chilena. Cualquiera sabe que todos los tratados fronterizos del planeta son más injustos para una parte que para otra. Y máxime cuando antes existió una guerra, en la cual Bolivia alguna responsabilidad tuvo. Además, la suya es una simplificación con dos secuelas graves: la colosal rareza jurídica de querer demandar judicialmente a Chile, para que transfiera a Bolivia un territorio que fue de Perú y el entierro unilateral del tratado de 1904, que para usted ya murió.
Por eso, sería bueno que alguien de su entorno pudiera plantearle estas cuatro ideas sencillas: Simplificar no ayuda a resolver problemas complejos. La “desmediterranización” de Bolivia no pasa, obligatoriamente, por la soberanía boliviana sobre parte de Arica. Si de eso se trata, la bilateralidad del tratado chileno-peruano prevalece sobre la bilateralidad de cualquier negociación boliviano-chilena. En tal caso, la energía boliviana debiera orientarse a pedir, a Chile y Perú, que se replanteen la exclusión de 1929.
Creo que, por tácticas o pudores diplomáticos, la ambigüedad sobre esos puntos creó una opacidad peligrosa. Esta lo ha inducido a usted a reponer “la única dificultad pendiente” pre tratado de 1929 y a tratar de liquidar el de 1904, Como ambos son el puente para pasar de la paz a la amistad entre tres países, quien quiera socavarlos podría empujarnos, a los tres, al precipicio de una nueva guerra.
Excelencia, si no es eso lo que usted quiere … ¿no sería mejor hablar claro y con respeto, hasta que duela?
Atentamente
José Rodríguez Elizondo
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José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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