NotasHoy escribe Antonio Piñero Un apartado muy importante del libro de A. Monclús, “La eutanasia, una opción cristiana”, es el dedicado al tema cómo el pensamiento genuino de Jesús es luego transformado radicalmente por sus seguidores. Según Monclús, en el campo de la consideración de la eutanasia, hay desviaciones notables respecto al ideario posible del Nazareno en pensadores cristianos que han influido notablemente en la doctrina posterior de la Iglesia sobre la eutanasia. Los principales son Pablo de Tarso, Tertuliano, Orígenes y de un modo especial en lo que se refiere al tema “eutanasia”, Agustín de Hipona. Lo veremos en varias entregas, A. Pablo de Tarso En líneas generales, y como base a su tratamiento concreto de la eutanasia, recuerda Monclús que -ya desde el nacimiento mismo del cristianismo- la figura judía de Jesús recibe una profunda reinterpretación. Esta comienza con Pablo, quien hace del Nazareno, un mesías judío, un salvador universal; Pablo, además, pone las bases para reinterpretar la muerte de Jesús desde una perspectiva sacrificial, vicaria y expiatoria, que era ajena a la mente del Jesús judío. Ya este cambio perceptible pone en guardia a Monclús, quien sostiene que es “urgente distinguir la figura y mensaje de Jesús de las adherencias posteriores” (p. 123). Monclús cita a J. J. Tamayo y afirma: “Un ejemplo emblemático de la violencia de lo sagrado llevada al extremo es la interpretación sacrificial que algunos textos de la Biblia (el inicio de estas ideas es Pablo de Tarso) y la teología cristianas ofrecen de la muerte de Jesús de Nazaret. La formulación más extrema y desgarrada de esta interpretación es obra del teólogo medieval Anselmo (de Canterbury). Según ella, Jesús, víctima inocente, se somete a la muerte por decisión de Dios, su Padre, para reparar la ofensa cometida por la humanidad contra Él. Como la ofensa es infinita, debe ser reparada por una persona que sea al mismo tiempo humana y divina. Esta persona es Cristo. Y la forma de esta reparación es la muerte. Pero no una muerte cualquiera, sino la más dolorosa que mente humana pueda imaginar: la crucifixión. “Cristo habría cargado gustoso con la cruz camino del Gólgota y habría aceptado la muerte sin rechistar en cumplimiento de la voluntad de Dios. En él se habría realizado literalmente la descripción que hace el profeta Isaías de la figura simbólica del Siervo de Yahvé…” (J. J. Tamayo: “Cristianismo: diálogo interreligioso y trabajo por la paz, en A. Monclús [ed.], El diálogo de las culturas mediterráneas judía, cristiana e islámica en el marco de la Alianza de las civilizaciones. La línea, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 2009, p. 101). Anselmo de Canterbury no hace otra cosa que explicitar o concretar el pensamiento de Pablo. Fue éste quien hizo la mutación de la autoconciencia de Jesús –al menos al final de su vida- como un mesías judío a ser un “cordero de Dios” (expresión de la escuela johánica y del autor del Apocalipsis). Obsérvese que esta interpretación sacrificial de la muerte de Jesús hace de éste un modelo a imitar, que afecta a la ideología que sustenta la oposición a la eutanasia. Si Cristo sufrió sin rechistar el mayor de los dolores, porque así lo quería su Padre, el cristiano debe hacer lo mismo: sufrir con absoluta paciencia los dolores imposibles (por ejemplo, de su enfermedad terminal) hasta que Dios quiera mandarle la muerte. La imagen de trasfondo del Dios que ordena este sacrificio es descrita así por Tamayo/Monclús: Un Dios violento, vengativo, sin entrañas de misericordia, más sanguinario que Moloc, que exigía el sacrificio de niños para aplacar su ira y conseguir sus favores. Un Dios no sólo impasible e insensible a los sufrimientos humanos, sino causante Dios ellos: un Dios que necesita el derramamiento de la sangre de su Hijo para sentirse rehabilitado en su honor herido y en su dignidad maltrecha (Tamayo, cap. citado, p. 102) Ahora bien, argumenta Monclús con Tamayo, éste no es el pensamiento del Jesús histórico, porque “Jesús no fue sacerdote, ni perteneció a ninguna familia sacerdotal, ni tuvo mentalidad clerical. Vivió y se comportó como un laico crítico con la institución sacerdotal… A Jesús lo mataron, no porque Dios así lo quisiera…” “Jesús vive su muerte no de manera impasible, con como un héroe en loor de multitudes, sino como un fracasado… Jesús no fue condenado por blasfemo, sino por incitar a la nación a la rebelión, por prohibir el pago del tributo al César y por pretender ser el rey de Israel… La vida y praxis de Jesús constituyen un claro mentís a la interpretación sacrificial de su muerte y una inapelable negación de la violencia inscrita en lo sagrado…” (Tamayo, p. 104= Monclús pp. 125-126). En síntesis: no hay ningún fundamento en la vida del Jesús histórico para sustentar uno de los argumentos contra la eutanasia: hay seguir el ejemplo de Jesús que soportó con rostro alegre unos dolores y una muerte crueles porque Dios Padre así lo quiso. Una apostilla desde el punto de vista de un filólogo escéptico y racionalista: este argumento intracristiano me parece sólido partiendo de un análisis de todos los textos del Nuevo Testamento y de una crítica razonable de los Evangelios. Pero, esta interpretación sacrificial es el núcleo de la teología paulina, de los Sinópticos, del Evangelio de Juan, de la Epístola a los Hebreos…, del Apocalipsis… en suma del Nuevo Testamento entero… Pero, ¿cómo se puede ser cristiano partiendo de estas premisas de negación absoluta de los fundamentos teológicos, expresados en el Nuevo Testamento mismo y que derivan en último término de la revelación "sobre el Hijo" que tuvo Pablo como manifiesta en la Epístola a los Gálatas? Supongo que se me responderá: ciertamente, no se puede ser cristiano oficial, pero sí “jesuánico”. A quien sigue “un cristiano así” es al Jesús de la historia…, no al Cristo de la fe de la centenaria tradición cristiana. Pero esta afirmación también tiene sus dificultades… Aquí lo dejo hoy. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 12 de Febrero 2011
Comentarios
NotasHoy escribe Antonio Piñero La postura de Monclús en su análisis de la posible, naturalmente indirecta, postura de Jesús de Nazaret ante la eutanasia, parte de los presupuestos que la crítica histórica y literaria considera hoy suficientemente fundados en un notable consenso entre los estudiosos en cuanto al método científico de abordar el estudio de los Evangelios y de obtener de ese estudio los rasgos generales atribuibles al Jesús histórico, tanto en sus hechos como en sus dichos. Monclús considera que la ciencia filológico-histórica sobre Jesús sigue en ebullición y que, por tanto, “Acercarse a las palabras auténticas del Nazareno no deja de ser un tanto pretencioso” (p. 58). Acepta que tal acercamiento debe hacerse a través del estudio crítico de los Evangelios canónicos y no de los apócrifos, porque los primero están mucho más cercanos a la figura del personaje y a priori pueden ser más fidedignos. Y admite igualmente que “la figura de Jesús de los evangelios ha sido transmitida adornada, matizada e incluso en ocasiones radicalmente tergiversada” (p. 61) hasta dar la figura no de Jesús sino del Cristo de la fe. Para Monclús, con Jürgen Roloff (“Jesús”; Madrid, Acento, 2003) y muchos otros, incluido yo mismo, “Jesús de Nazaret fue un judío… profundamente enraizado en su religión y en las concepciones teológicas del judaísmo de su época” (p. 62). Aunque Jesús no vino a negar al Dios judío oponiéndole un presunto Dios cristiano, sí insiste no tanto en el Dios del Temor de las Escrituras, sino en la imagen –de esas mismas Escrituras- de un Dios “bueno, porque eterno es su amor” (Sal 118). Una cosa que no me queda del todo clara en este apartado es cómo Monclús atribuye –aparentemente- al Jesús de la historia frases y hechos que sólo encontramos en el Evangelio de Juan, del que por otra parte, él mismo, Monclús, sabe que es una reinterpretación teológica del Nazareno y no una consignación histórica de las palabras del Nazareno. En mi opinión, por tanto, Monclús debería haber sido más cuidadoso en esta sección de su libro, y en vez de escribir “Jesús dice” para luego citar el Cuarto Evangelio, mejor sería haber escrito, “el Jesús johánico dice… o hace…”, etc. y luego deducir las consecuencias d lo que se cita, como opinión no del Jesús de la historia, sino de uno de sus primeros intérpretes. Al fin y al cabo lo que se manifiesta es la posición de un grupo muy temprano de cristianos que “leen” a Jesús y que creen que lo hacen con inspiración del Espíritu. Esto vale perfectamente para el argumento del libro de Monclús. Ahora bien, una vez aclarado este extremo, hay suficientes argumentos en el resto de las palabras y hechos auténticos de Jesús (obtenidas preferentemente de los Sinópticos; por ejemplo, de la Bienaventuranzas) para argumentar que el núcleo del mensaje de Jesús es un mensaje del amor. Aunque la predicación del Nazareno no esté exenta de los aspectos de condenación para quienes se muestren totalmente hostiles a este mensaje (y lo hemos dicho muchas veces en este blog), parece cierto que Jesús insiste más en el amor y en el perdón divinos que en otros aspectos vindicativos de la divinidad. De este mensaje nuclear del amor hay que obtenr las consecuencias para la doctrina sobre la eutanasia. Y en cuanto al Jesús johánico, debo insistir en que bastaría, para el argumento de Monclús en su libro, afirmar que ciertos cristianos muy primitivos, de una “iglesia” muy temprana, el grupo johánico, vieron que el mensaje de Jesús podía resumirse preferentemente en el amor: “Uno que me ama hará caso de mi mensaje; mi Padre lo amará… Uno que no me ama no hace caso de mis palabras…” (Jn 14,24). Y por eso se puede introducir también en la discusión del tema propuesto por Monclús la imagen de Jesús que se deduce de los episodios de Nicodemo (jn 3), de la samaritana (Jn 4), del fragmento de la mujer adúltera (Jn 8, pero en otros manuscritos en el Evangelio de Lucas) Por eso el mensaje del Nazareno -aunque ciertamente su núcleo sería la proclamación de la inmediata venida del reino de Dios- puede caracterizarse también como “la primacía del amor”. Para Monclús, la relación amorosa de Jesús con Dios se deduce del uso de la expresión “Abba”, “Padre”, que es el símbolo de ese contacto – de Jesús y de sus seguidores- muy especial, cercano y muy familiar con Dios Padre. Monclús afirma que este mensaje jesuánico del amor tiene tres planos: a) el amor a Dios; b) el amor al prójimo; y c) el amor a uno mismo. No conviene olvidar este último punto. El amor a uno mismo tiene sus pautas, por ejemplo en las Bienaventuranzas (Mt 5 y par.). Estos “macarismos” (de “makarios” = “feliz” en griego) no tienen como mensaje que el sufrimiento es bienaventurado, sino lo contrario: la liberación del sufrimiento. Monclús, influido sin duda por el hincapié de la teología de la liberación, insiste en que la salvación que Jesús trae es también liberación… ¡y sobre todo comenzando por el reino de Dios en esta tierra! (pp. 80-87) Y cita a Leonardo Boff: “La fe cristiana pretende directamente la liberación definitiva y la libertad de los hijos de Dios en el Reino, pero incluye también las liberaciones históricas como un modo de anticipar y concretar la liberación última cuando la historia llegue a su término” (Iglesia, carisma y poder, p. 24). De estos argumentos, así como de los obtenidos de otros pasajes evangélicos (pp. 88-110) -que abordan los temas de resaltar el valor de lo humano frente a la dureza del poder que lo tritura; la vida como plenitud, en la que prima el gozo sobre el sufrimiento, etc.-, Monclús concluye (pp. 111-115) que debe surgir espontáneamente la pregunta sobre la eutanasia. ¿Qué desearía, qué opinión tendría el Jesús de la historia a este respecto? Desearía el sufrimiento? ¿Buscaría el dolor hasta la tortura? ¿Se adentraría Jesús en un proceso vital que aterroriza muchas veces sin límite al propio sentir de la persona que es ante todo amor y gozo? Y responde: Ni la iglesia (actual) y los intérpretes eclesiásticos, ni los poderes públicos tienen la prerrogativa de saber ellos solos proclamar al voz de Dios. La lectura del Evangelio conduce a afirmar –según Monclús- que Jesús dejaría a cada persona hallar la decisión sobre la conducta que uno mismo debe seguir cuando se encuentra en una situación de una violencia insostenible, por ejemplo por una enfermedad invencible: “Enfocado desde el prisma del amor, que es Dios, trataría de encontrar una solución a partir de una actitud radicalmente honesta y desde la sinceridad más íntima” (p. 115)…, ciertamente en la permisión de la eutanasia en esas condiciones límite. Este conjunto de argumentos se especifica y refuerza aún más en los capítulos 4,5 y 6 de la obra que redondea los siguientes conceptos base: se puede afirmar que el mensaje de Jesús, ya se exprese explícita o implícitamente, es de liberación del dolor y del sufrimiento. Aceptar el sufrimiento inútil no es la mayor prueba del amor hacia Dios; Jesús está con los espíritus libres de la humanidad. Él vino para insuflar espíritu a la norma, a la letra pura, para transformarla, cambiarla y para que en el fondo deje de ser una mera norma fría. Lo que importa es la actitud y ésta no es, en ocasiones, mensurable con normas aparentemente asépticas. Un análisis de la vida de Jesús –concluye Monclús este apartado de su libro como creyente esencial en Jesús- nos lleva a pensar que: “La fe para él (el Nazareno) era algo muy rico y trascendente. La fe auténtica no convierte una vida falsa (por ejemplo, la aquejada por un dolor y sufrimientos imposibles) en muerte, sino que convierte la vida en vida verdadera tanto que desaparece la muerte. Hay una prolongación de la vida de aquí en la vida del más allá, utilizando esos adverbios de lugar, pues la vida se coloca fura del esquema del lugar espacial, al igual que se sitúa al margen del tiempo terrenal” (p. 230) Creo que la argumentación de Monclús es muy digna de ser tenida en cuenta por un creyente. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 11 de Febrero 2011
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Con el objeto de compensar la miseria argumentativa y ética de las obras panfletarias que están proliferando sobre el tema de la pederastia eclesiástica, vale la pena prestar atención a obras informadas y veraces escritas por individuos reflexivos. Este es el caso, como señalé en un post anterior, del libro del mejicano Fernando M. González, Marcial Maciel. Los legionarios de Cristo: testimonios y documentos inéditos. La primera edición de este libro fue publicada por Tusquets en Méjico en 2006. La primera edición en Tusquets Editores España es de junio de 2010. Fernando M. González, nacido en Jalisco (México) en 1947, es doctor en Sociología de las Instituciones, investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y psicoanalista. Ha publicado diversos libros, entre ellos varios sobre instituciones religiosas católicas. El libro, escrito “con afán analítico”, tiene 484 páginas, incluyendo un instructivo apéndice documental que contiene, entre otras, copias de cartas de legionarios a benefactores y varias que tienen como autor o destinatario a Marcial Maciel. De hecho, buena parte del material que sirve de base a este libro fue obtenida por el autor gracias al grupo de exlegionarios que en su momento decidieron hacer pública su denuncia de los abusos. Se completa con un buen número de fotografías. Para aquellos de nuestros lectores que no tengan tiempo o ganas de sumergirse en un libro de considerable extensión y prolijidad, en próximos posts expondremos algunos de sus contenidos más interesantes. A estas alturas debería estar claro que el examen del caso Maciel resulta extraordinariamente instructivo para entender el verdadero funcionamiento de la lógica de los estamentos eclesiásticos, de sus intereses y sus complicidades, más allá de la visión idealista y legitimadora que (comprensiblemente) estos generan sobre ellos mismos. Al respecto, quisiera comentar brevemente la observación de uno de nuestros amables lectores: “[…] el caso de Marcial Maciel supone un alto nivel de ineptitud en las instancias de gobierno del Vaticano […] en mi opinión el caso Maciel ha evidenciado que el órgano centralizado que gestiona la Iglesia Católica en estos siglos XX y XXI ha perdido cualquier atisbo de disponer de un sistema mínimamente fiable de control interno”. Ciertamente, el caso Maciel evidencia “ineptitud”, pero no ineptitud para poner coto a los desmanes, sino ineptitud en la medida en que “el órgano centralizado que gestiona la Iglesia Católica” no ha sido capaz de tapar totalmente –como le hubiera gustado, tal como ha hecho durante largo tiempo y seguirá haciendo mientras pueda– los desmanes cometidos en su seno y la complicidad de obispos, cardenales y papas en el encubrimiento de tales desmanes. Aun así, y dadas las parcas consecuencias, esta ineptitud es muy relativa. En efecto, Maciel consiguió hacer lo que le dio la gana durante casi 70 (setenta) años. Sus cómplices y encubridores siguen en sus puestos. El papa que le elogió públicamente de modo reiterado y le encomendó diversas misiones va a ser beatificado, y sin la menor duda canonizado. Y uno de los cardenales que lo encubrió a sabiendas durante años es hoy el papa ante el que inclinan su cerviz y al que contemplan arrobados millones de individuos. Que los fenómenos religiosos, como tales, no tienen absolutamente nada que ver con la (voluntad de) verdad y la justicia es algo que sabe cualquier analista de estos fenómenos. Resulta, sin embargo, interesante asistir de vez en cuando a demostraciones apodícticas de esta constatación elemental. Todo lo ocurrido en el caso Marcial Maciel es solo una de esas innumerables demostraciones. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Jueves, 10 de Febrero 2011
NotasHoy escribe Antonio Piñero El libro de Antonio Monclús abre su primera parte exponiendo muy honesta y documentadamente la posición eclesiástica sobre la eutanasia, muy contraria a la suya. Argumenta que en el “Contexto occidental… resulta difícil, cuando no inviable separar los argumentos ideológicos, políticos y morales del enfoque religioso cristiano sobre la eutanasia. Lo que es claro el rechazo radical a ella por parte, en concreto, de la Iglesia católica. Los argumentos básicos son: • El principio de la inviolabilidad del don divino de la vida. Ésta es un bien “no disponible” personalmente. La vida es un don de Dios del que el individuo no puede disponer. Con Tomás de Aquino se afirma: • Disponer de la vida propia es apropiarse de un derecho que corresponde a Dios. La vida humana es sagrada. Dios, en su día pronunció solemnemente el interdicto “No matarás”. • La eutanasia es una falta grave de amor hacia uno mismo • La eutanasia es una indebida dejación de las responsabilidades sociales. · La eutanasia quebranta el mandmiento "No matarás". La teología que evoluciona después subraya: • El dolor en la vida bien llevado es un bien espiritual y se transforma en dolor cristiano. El creyente puede asumirlo voluntariamente a imitación de Cristo y tiene un valor corredentor. • La pena de muerte y la guerra justa son “expresión del derecho a la legítima defensa de la sociedad contra la agresión injusta”. • El bien de mantener la vida se fundamenta en la dignidad de la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios. • El mártir no es un suicida que atente contra su vida. Él no sequita la vida, sino que se la quitan. No realiza un suicidio, sino que es víctima de un homicidio. La condena eclesiástica de la eutanasia tiene sus ramificaciones. Monclús recoge, para finalizar, la opinión de Benedicto XVI en la encíclica “Caritas in veritate”: “No han de minimizarse los escenarios inquietantes para el futuro del hombre, ni los nuevos y potentes instrumentos que la cultura de la muerte tiene a su disposición. A la plaga difusa, trágica, del aborto, podría añadirse en el futuro… una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos. Por otro lado se va abriendo una “mente eutanásica”, manifestación no menos abusiva del dominio sobre la vida, que en ciertas condiciones ya no se considera digna de ser vivida. Detrás de estos escenarios hay planteamientos culturales que niegan la dignidad Dios la vida humana” (p. 75). A estos argumentos responderá Monclús en el resto del libro, como apuntamos ya en el resumen de sus argumentos, y que comentaremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Miércoles, 9 de Febrero 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Iniciamos hoy, y durante unos días, un breve comentario al libro del Profesor Antonio Monclús, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid (Ciencia de las Religiones), sobre este tema, que me parece apasionante y digno de ser discutido. La ficha del libro es: Antonio Monclús Estella, La eutanasia, una opción cristiana. Editorial GEU, Granada, 381 pp. ISBN: 978-84-9915-263-9. Prólogo de Juan José Tamayo. En primer lugar, informo del contenido. El prólogo, de un bien conciodio teólogo seglar, J.J. Tamayo, agil, denso e informativo, se concentra en exponer la dificultad del tema en sí y el problema social de tratarlo con libertad, dada la mentalidad beligerante de algunos que defienden lo contrario. Luego se concentra en destacar lo que cree ideas maestras del libro, que son tres, en su opinión: 1. En la profundidad de la persona se halla el lugar de decisión sobre la conducta de uno mismo. 2. La eutanasia es una opción cristiana, y lo es desde la defensa de la vida, de la vida en plenitud en el más genuino sentido evangélico, jesuánico, que hoy podríamos traducir vida de calidad. 3. El cristianismo no es –o no debe ser- una religión dolorista, justificadora del sufrimiento. Todo lo contrario: es una religión que lucha contra el sufrimiento y sus causas. En la primera parte del libro, Antonio Monclús concentra sus esfuerzos en demostrar que la eutanasia es en verdad una opción cristiana: • Puede defenderse a pesar de que la opinión oficial de la jerarquía es claramente contraria, como prueban muchos documentos. • Un lectura de los textos evangélicos ofrece la idea de que el cristianismo, cuyo fundamento es Jesús de Nazaret, es una religión ante todo del amor y de la liberación: - El concepto de la salvación de Jesús incluye (Bienaventuranzas) una liberación del sufrimiento y del dolor. - Jesús critica el sistema y el orden establecido para explicitar que la vida debe entenderse como plenitud, donde prima el gozo frente al sufrimiento. -Jesús es un mensajero de la paz y de la sinceridad. El Nazareno rechaza las normas instaladas por encima de la profundidad del ser humano, las imposiciones que no tienen en cuenta el criterio básico y omnipresente del amor, deseado por la divinidad, como se muestra en las Escrituras cristianas, y rehúsa suplantar la relación personal y honesta con Dios. • La exposición del desarrollo y evolución de la doctrina de la Iglesia desde Pablo de Tarso hasta Agustín de Hipona y ulteriores seguidores demuestra que se tergiversa el mensaje del Jesús histórico y se asientan los fundamentos para la doctrina actual sobre la eutanasia, que no sería defendida por ese Jesús. En la segunda parte del libro el Prof. Monclús ofrece al lector una historia de la Iglesia cristiana en cuanto a su posición respecto a la muerte, voluntaria. Argumenta Monclús que: • Hay realidades “eutanásicas” en el cristianismo histórico. Así, por ejemplo: - la eutanasia activa y explícita de los mártires, donde hay una elección positiva de la muerte - La eutanasia pasiva o implícita de la ascética - Una constante lucha entre el principio fundamental “No matarás” y la realidad histórica cristiana del “Sí matarás” = persecuciones contra herejes, en especial las Cruzadas; las guerras de religión; el doble lenguaje ante la muerte: fundamentación de la guerra justa y de la pena de muerte en el Iglesia. La conclusión de esta segunda parte se centra en la cuestión: ¿Hay un cinismo eclesiástico cristiano en su posición ante la muerte activa, o bien un enfoque no literal de la muerte? La tercera parte del libro delinea cuatro “Temas abiertos respecto a la discusión en torno a la eutanasia”. Son cuatro ideas abiertas a al reflexión y que afectan al concepto del “buen morir”: • El concepto de “tiempo” • El concepto de “ ley natural” • La definición de muerte y el momento final de la muerte física • El lugar de Dios en la muerte humana Como ve el lector, el tema abordado por el libro que comentamos parece apasionante y está a la orden del día. Como es sabido, se va a presentar en el Congreso de los Diputados, en los próximos meses, un proyecto de ley sobre “Cuidados paliativos”, en donde de modo un tanto indirecto se tratará del tema que aborda este libro. Seguiremos comentando los argumentos principales. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Martes, 8 de Febrero 2011
Notas![]() Hoy escribe Gonzalo del Cerro Hoy, en nuestra serie El apóstol Juan en los evangelios asuncionistas, tratamos de otro interesante evangelio asuncionista. El tercero de estos escritos es el que lleva como título Tránsito de la virgen María, del que se presenta como autor José de Arimatea. Al ser una obra del siglo XIII, prefiero hablar del Pseudo José de Arimatea, por razones evidentes. Fue publicado por C. Tischendorf en 1866 como uno de la colección de sus apocalipsis (Apocalypses Apocryphae, Leipzig, 1866.). Aunque coincide en los datos importantes con los otros evangelios asuncionistas, tiene algunos episodios interesantes que le procuraron una atención destacada durante la Edad Media. Empieza con la oración de la Virgen, que rogaba a su Hijo que la hiciera conocer el tiempo de su tránsito con tres días de antelación. Así se lo prometió con toda claridad. El apócrifo ofrece los presuntos datos cronológicos. Era el año segundo después de la ascensión de Jesucristo al cielo. Tres días antes de su muerte, vino un ángel del Señor que la saludó con las palabras del Avemaría: “Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo”. Le entregó una palma diciendo: “Dentro de tres días será tu asunción”. José de Arimatea se presenta como el comunicador de la gran noticia. María tenía consigo a las tres vírgenes, llamadas Séfora, Abigea y Zahel. Un día, a la hora de tercia, se produjeron extraños fenómenos como truenos, lluvia, relámpagos y terremotos mientras María oraba en su habitación. El relator cuenta así la llegada de Juan al escenario de los hechos: “Juan, evangelista y apóstol, fue traído súbitamente desde Éfeso, entró en la habitación de la bienaventurada María y la saludó diciendo: «Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo». Ella respondió: «Gracias a Dios». Incorporándose, besó a san Juan. La bienaventurada María le dijo: «Oh queridísimo hijo, ¿por qué me has dejado durante tanto tiempo y no has atendido a la orden de cuidarme que te dio tu Maestro cuando estaba pendiente de la cruz?». Pero él, postrado de rodillas, le pedía perdón. Entonces la bienaventurada María lo bendijo y lo volvió a besar” (c. 6). Iba María a preguntar a Juan de dónde venía y por qué razón había llegado a Jerusalén, cuando llegaron todos los apóstoles, excepto Tomás, llamado el Mellizo, que fueron depositados por una nube a las puertas de la casa de María. El relato enumera los nombres de los discípulos del Señor trasladados en la nube hasta allí. En primer lugar menciona a Juan evangelista y a su hermano Santiago, seguidos en la lista por Pedro y Pablo. El domingo, a la hora de tercia, descendió Cristo en una nube con una multitud de ángeles y recibió el alma de su madre querida. Reinaba un gran resplandor acompañado de suave aroma. Al retirarse la luz, la virgen María fue asunta al cielo entre música de salmos e himnos. Transportaban luego los apóstoles el cuerpo de María desde el monte de Sión hasta el valle de Josafat. Tuvo lugar el ataque de los judíos contra el séquito, pero fueron heridos de ceguera. Cuenta luego el relato el caso del judío, aquí llamado Rubén, que quiso derribar el féretro de María al suelo y sufrió el castigo de que sus brazos se le secaron desde el codo hasta las manos. Arrepentido de su intento, fue curado, convertido y bautizado. Los apóstoles depositaron el santo cuerpo en el sepulcro. Pero de repente brilló una luz del cielo y cayeron a tierra. Entonces el cuerpo de María fue llevado por los ángeles al cielo. Cuenta entonces el apócrifo el caso de Tomás, que llegó tarde al tránsito de María. No pudo asistir ni a su muerte ni a sus funerales. Pero pudo ver desde el monte de los Olivos cómo los ángeles transportaban al cielo el bienaventurado cuerpo de la virgen María. Le dirigió una sentida súplica, a la que la Virgen correspondió arrojándole desde el cielo el cinturón con que había sido ceñido su sagrado cuerpo. La escena aparece reflejada en una tabla del siglo XV en la catedral vieja de Salamanca. El episodio de Tomás ocupa un espacio importante en el Misteri de Elche, dedicado precisamente a la Asunción de la Virgen María al cielo en cuerpo y alma. Tuvo entonces un breve debate con Pedro, que se resolvió cuando los apóstoles tuvieron noticia del regalo que Tomás había recibido de la Señora. Pedro echaba en cara a Tomás su reiterado retraso que le privó de asistir al tránsito de la Señora. Tomás quiso ver el cadáver de María, depositado en su sepulcro. Tomás dijo a Pedro que allí no estaba el cuerpo de la Virgen. Pedro increpó nuevamente a Tomás por su incredulidad. Pero le pidió perdón cuando tuvo noticia del regalo del cinturón y comprobó que, efectivamente, el cuerpo de la Virgen no estaba en su sepulcro. El apócrifo termina su relato contando cómo la misma nube, que había trasladado a los apóstoles hasta aquel lugar, los devolvió a todos a los lugares donde ejercían su ministerio. (Página del Misterio de Elche) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 7 de Febrero 2011
NotasHoy escribe Antonio Piñero El último apartado de la comparación cristianismo/Rollos en el libro de Vanderkam y Flint está dedicado al Apocalipsis. Se quejan nuestros autores (p. 372), y con razón, de que la mayoría de los estudios sobre la relación entre los Rollos y el Nuevo Testamento se centra en motivos particulares –como mesianismo, escatología e interpretación de las Escrituras, o bien en Juan Bautista, Jesús de Nazareno, o en todo caso en Pablo…- y se olvidan de que El “Rollo de la Guerra” y la amalgama de textos fragmentarios que formaban parte de un texto más amplio sobre la “Nueva Jerusalén” sirven muy bien para aclarar aspectos del Apocalipsis del Nuevo Testamento 1. El “Rollo de la Guerra” no está aislado dentro de la apocalíptica judía (= 1 Henoc 56; 1 Hen 90; 99,4; Jub 23; 4 Esd 13; Oráculos Sibilinos 3, 663-668; para los textos, estos y otros, puede consultarse mi Antología de Apócrifos del Antiguo y Nuevo Testamento, de Alianza Editorial, Madrid, 2010), pero es el escrito que con más detalles describe la guerra santa –con sus batallas- contra Satanás y sus huestes, al final de los días. La comparación con el libro del Apocalipsis -que como es conocido describe también el conflicto final entre los que siguen al Cordero y la Bestia y el falso profeta + Satanás (= el Imperio Romano con sus ayudas)- con el Rollo de la Guerra es muy interesante e iluminadora. La atmósfera es la misma y lo que ocurre es similar. El concepto de "batalla" escatológica contra los malvados al final, etc., son prácticamente idénticos. Hay también algunas diferencias: al contrario que en el Apocalipsis cristiano, en el Rollo de la Guerrano se reúnen todos los enemigos de Israel y de Dios en un solo ejército, sino en varios, y hay múltiples batallas. También es distinto que en el Apocalipsis cristiano quien luche sea el Cordero = Jesús resucitado junto con sus ángeles, mientras que en el Rollo de la Guerra son los israelitas, unidos a los ángeles que pelean en la tierra (más parecido, relativamente, a la pelea de hombres ayudados por dioses de la Ilíada). En el Apocalipsis cristiano no hay mezcla de seres humanos y ángeles en la pelea final contra los malvados. Tanta es la similitud de concepciones que algunos expertos han definido al Apocalipsis como un “Rollo de la Guerra cristiano”. El autor del Apocalipsis es deudor de una tradición común visionaria y apocalíptica, tradición que reelabora profundamente en ocasiones, sobre todo porque cuando se produce la batalla final (la segunda muerte y definitiva) Satanás había sido de hecho ya derrotado previamente por el testimonio y la muerte salvífica del mesías, cordero, Jesús. 2. El texto de la “Nueva Jerusalén” o “Visión de la Nueva Jerusalén” es una obra reconstruida a partir de fragmentos diversos: 1Q32, 2Q24, 4Q554, 4Q554a-555, 5Q15, 11Q18. Fue compuesto en arameo y tiene la forma de una ‘visita guiada’ al futuro templo jerusalemita de la era mesiánica, similar a lo que ocurre en Ezequiel 40-48. Un guía anónimo va indicando al “turista” escatológico rasgos diversos de la futura Jerusalén celestial y de su templo. Ofrece abundantes detalles y especifica algunas medidas (como el pasaje de Ezequiel) En el Apocalipsis cristiano la nueva Jerusalén no tiene Templo, porque Dios y el Cordero son su templo, pero sí se describe esa Nueva Jerusalén. Tal descripción tiene igualmente muchos rasgos parecidos a la del libro fragmentario de Qumrán En un trabajo de haceya mucho tiempo = "José y Asenet y el Nuevo Testamento", en Actas del I Simposio Bíblico Nacional 1982, Madrid (Univ. Complutense) 1984, pp. 623-636, ponía yo de relieve cómo –entre otras concomitancias de las que hemos hablado hace tiempo aquí- la descripción de la “torre” o palacio fortificado en el que vivía, -según el autor de la novelita- la heroína Asenet antes de convertirse al judaísmo y casarse con el patriarca José, es increíblemente parecida al dibujo de la “nueva Jerusalén” del Apocalipsis. Por tanto, el texto de la “Nueva Jerusalén” o “Visión de la Nueva Jerusalén” de Qumrán, más la novelita “José y Asenet”, me confirman en una idea que he expuesto también con un poco más de detalle en la Guía para entender el Nuevo Testamento” p. 512, y que me atrevo a citar: "El autor del Ap afirma expresamente al inicio de su libro que éste es la plasmación por escrito de una revelación personal (1,1). A lo largo de la obra repite: “Caí en éxtasis” (1,10), “Vi” (5,1; 8,2; 10,1; 14,1, etc.). Todo el libro parece respirar una atmósfera de autenticidad y de participación personal en lo que se describe. Sin embargo, esta impresión se tambalea cuando se piensa que gran parte del libro está compuesto a base de textos escritos anteriores. El lenguaje, las alusiones, las palabras sueltas y expresiones (aunque nunca una cita explícita) del Antiguo Testamento aparecen por todas partes en la obra. Es claro que el autor se inspira en la Escritura sagrada, sobre todo en los libros del Éxodo, Daniel, Ezequiel, Isaías y Zacarías, no sólo para la expresión literaria, sino para el contenido mismo de sus visiones, que repiten casi al pie de la letra algunas de las que tuvieron esos profetas anteriores. Los análisis literarios revelan también sin duda alguna que el autor del Ap utiliza otros textos apocalípticos previos que no pertenecen a la Escritura y los incorpora a su libro. Así se han señalado que los pasaje siguientes tienen como base escritos apocalípticos anteriores al autor: 7,1-12; 11,1-14; 12,1-18 + 13,1-18; 17,1-17; 20,1-22,5. El número de páginas que ocupan estos pasajes en el Ap es notable. Además el Ap se nos muestra como una obra de estructura bastante bien planeada y cuidadosa. "Uniendo estos hechos se impone una conclusión: es posible que el autor tuviera auténticas visiones como base o impulso de lo que escribe, pero no cabe duda de que el resultado final, el escrito presentado para su lectura litúrgica, es un producto netamente literario y artificial, compuesto en la soledad de un escritorio de autor. Éste intentó hacer una obra con una estructura basada fundamentalmente en los números siete, cuatro y tres. Pero el uso de materiales previos no le permitió un ajuste perfecto. A pesar de este defecto, el Apocalipsis está muy logrado literariamente, y recoge, asimila y presenta renovadamente a sus lectores una tradición literaria de revelaciones ya antigua en el judaísmo". Y con esta nota de hoy concluimos nuestra serie de comentarios al libro de VanderKam y Flint, El significado de los Rollos del Mar Muerto, editado por Trotta, Madrid, en 2010. Creo que Trotta ha prestado con este libro un buen servicio. Y como soy autor de esta editorial puede parecer que esto que digo es un mero halago. No es así, por lo quiero hacer un complemento. Me escribe Carlos mi buen amigo Carlos A. Segovia que “Hay recientes trabajos de J. J. Collins, T. Elgvin, E. Regev y A. Schofield, publicados en los últimos cinco años o así y que, como sabes, cuestionan desde diferentes ángulos la identidad de la comunidad de Qumrán en su conjunto con la comunidad (¿formada asimismo por otras varias comunidades y por tanto más amplia?) referida en 1QS y afines. Se trata, en rigor, de la interpretación más reciente e innovadora de todas y que poco a poco va ganando adeptos (Se refiere C. A. Segovia a la tesis de G. Boccaccini que precisa la identidad de estos esenios, defendiendo que formaban un grupo más amplio que el que dibuja la Regla de la Comunidad = 1QS). Y por cierto también está fenomenal que Trotta haya decidido publicar el libro de VanderKam/Flint, ¡pero éste es de 2005, luego anterior a los de Collins, Regev y Schofield! Si Trotta quiere estar al día respecto del estudio de los mss. de Qumrán (como lo estuvo en los '90) ¿no convendría tal vez que contemplara la posibilidad de publicar asimismo alguno de tales libros?" Lo que transcribo para suplicar que surta efecto. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Domingo, 6 de Febrero 2011
NotasHoy escribe Antonio Piñero Vanderkam y Flint recogen algunas concomitancias entre la teología del grupo subesenio de Qumrán y la del desconocido autor de la Epístola a los Hebreos que, por cierto, recuerden los lectores, se agregó durante la posible negociación entre iglesias paulinas que dio origen al canon del Nuevo Testamento. Opino que al número 13, que formaban el corpus de cartas paulinas (para nosotros hoy 7 genuinas + 6 de discípulos; para ellos, todas genuinas) se añadió Hebreos de modo que se alcanzara un número perfecto = 7 + 7: 14. Lo que destacan ante todo Vanderkam y Flint es que el autor de Hebreos –en contra de toda perspectiva historicista, y haciendo uso de la alegoría o de la imaginación- hace de Jesús un “sacerdote”, celestial…, ¡y un sacerdote que no era ni siquiera de la tribu de Leví (condición indispensable para ejercer como sacerdote en el judaísmo), sino la de la tribu de Judá! Para resolver este problema teológico -creado por la teología en contra de la historia vital de Jesús, un personaje totalmente laico- el autor de Hebreo hace retrotraer el “sacerdocio” de Jesús a un personaje más antiguo que Leví, Melquisedec, “que no tenía padre ni madre” y que era sacerdote de un orden sacerdotal totalmente antiguo y designado por Dios. Y a la vez, Vanderkam y Flint ponen de relieve que esta invención teológica del autor de Hebreos no estaba exenta de antecedentes. Estos se hallan en las ideas de los esenios qumranitas expresadas sobre todo en el texto sobre Melquiedec en la Cueva 11 = 11QMelk. Aunque el interés qumranita en el personaje produce ideas diferentes a las luego cristianas, hay concomitancias interesantes, que nosotros hemos señalado ya más de una vez en otras notas del Blog, o en escritos diversos. Son las siguientes: Este personaje dibujado en Qumrán tiene rasgos “mesiánicos”: • En los últimos días y bajo la égida de Melquisedec Dios hará que los pobres y cautivos encuentren su liberación: habrá remisión de deudas y sobre todo liberación de los prisioneros. El texto de Qumrán presenta a estos cautivos como gente que ha caído en esa situación por ser rehenes de Belial, es decir por haber pecado y haberse pasado al bando de Satanás. • Melquisedec tiene funciones como juez escatológico. • La actuación de Melquisedec es de algún modo expiatoria. Para Hebreos, Jesús traspasa el velo del Santuario –como el Sumo Sacerdote el día de la Expiación (Yom Kippur), mediante su propio sacrificio, y logra la expiación una vez por todas: ya no son necesarios nunca más ulteriores sacrificios. El Melquisedec de Qumrán está vinculado de algún modo con el Yom Kippur y la idea de expiación: “Entonces el Día de la Expiación, tras el décimo período jubilar (= cerca del final de los días), cuando (Melquisedec) expíe por todos los (hijos de la) Luz y por el pueblo predestinado para Melquisedec (es decir, para ser juzgado, positivamente, por él, después de la expiación). En síntesis: en Qumrán –como hemos visto ya- se anticipan rasgos mesiánicos que los cristianos atribuirán a Jesús. Esos rasgos incluyen funciones “sacerdotales” (aunque el Jesús histórico jamás lo fuera; pero se trata del Jesús pensado después de su resurrección). Ahora bien, en Qumrán se pensó en un doble mesías (Regla de la Comunidad): junto con el mesías guerrero vendría un mesías sacerdotal, que enseñaría al pueblo la Ley y que espiaría con ellos, al final de los días. Quedaría así inaugurada la era mesiánica. La teología cristiana es tan semejante a la qumranita en estos aspectos mesiánicos de una figura humana pero de algún modo "divnizada" (no se explica el cómo; sólo se saabe -y eso es lo que importa- que está junto a Dios y que participa de sus poderes) que hay que pensar en una “atmósfera teológica común”. Nada se inventa de la nada en el judeocristianismo naciente- Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 5 de Febrero 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Vanderkam y Flint, cuya obra estamos comentando largamente, traen a colación el famoso pasaje de 2 Corintios 6,14-7,1 para tratar de la relación entre creyentes y no creyentes en Jesús en las cartas de Pablo. El pasaje reza así: 14 “No os juntéis en yugo con los incrédulos; porque ¿qué compañía tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunicación la luz con las tinieblas? 15 ¿Y qué concordia tiene Cristo con Belial? ¿O qué parte el fiel con el infiel? 16 ¿Y qué consentimiento el templo de Dios con los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios Viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré en ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo. 17 Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis cosa inmunda; y yo os recibiré, 18 y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. 7:1 Así que, amados, pues teniendo tales promesas, limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios”. De acuerdo con el comentario de Joseph Fitzmyer (en el capítulo “Paul and the Dead Sea Scrolls”, en la obra colectiva editada por los mismo Vanderkam y Flint, The Dead Sea Scrolls Afer Fifty Years , Brill, Leiden 1999, II pp. 599-621), nuestros autores resumen en cinco puntos las afinidades de este pasaje “paulino” (probabilísamente espurio, una glosa añadida) con el pensamiento teológico de los qumranitas: 1. El triple dualismo de justicia/iniquidad; luz / obscuridad; Cristo / Belial = Satanás + la noción subyacente de “porción” / parte / lote = v. 15. En Qumrán se halla este dualismo por todas partes en la Regla de la Comunidad y el Rollo de la Guerra. 2. Oposición radical al culto idolátrico 3. El Templo de Dios = imagen del creyente; éste alberga a Dios como el Templo = En Qumrán, en la Regla de la Comunidad, por ejemplo, 8,4-10 4. Separación y apartamiento radical de la impureza que supone el mundo pagano 5. Sistema de prueba teológica de lo que se dice por medio de una unión de textos o alusiones a las Escrituras = Antiguo Testamento hoy. Parece evidente que este texto no puede ser de Pablo. Su teología es muy distinta. Simplemente bastaría considerar el punto 4, que daría al traste con toda la misión paulina. Es claro que algún escriba insertó este texto en 2 Cor. Y no podemos saber por qué. En consecuencia (y a la luz de la comparación con la doctrina esenia general, y de sus grupos en particular, ahora más visible gracias a los Rollos), podemos pensar que las causas que provocaron que entrara este fragmento de teología esenia en el corpus paulinum sería: • Es probable que hubiera esenios en general que se pasaron al bando de los judeocristianos desde muy pronto • Es seguro que hubo una edición general de las cartas de Pablo • Es casi seguro que tal edición se produjo a finales del siglo I o principios del II, ya que todos los manuscritos conservados traen esta glosa. • Es claro que de ningún modo podemos acercarnos exactamente a lo que salió originalmente de la pluma o del dictado de Pablo. Tenemos que contentarnos con lo transmitido. Probablemente el texto que leemos de Pablo es del año 200. · Es claro que el editor, o un escriba, muy al principio de la historia del texto, insertó en 2 Corintios este pasaje que más bien parece sacado de Qumrán. Pero esto no quiere decir que en conjunto no estemos seguro de que el texto primitivo se ha conservado con bastante fidelidad. Se conservó porque se consideraba “sagrado”, y lo sagrado sólo podía “remanejarse” hasta cierto punto. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 4 de Febrero 2011
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Como los lectores recordarán, comenzamos esta serie –en rigor, inacabable– sobre el cinismo eclesiástico exponiendo una tesis que hoy en día está cuajando como versión oficial acerca de lo sucedido en los casos de pederastia eclesiástica: un asuntillo del pasado que el papa actual ha atajado con admirable moralidad y contundencia, en una “cruzada” de “tolerancia cero” contra todo tipo de corrupción en sus filas. Como veíamos, algunos ponen de “caso paradigmático” de esta “cruzada” lo ocurrido con Marcial Maciel. Tras haber aportado datos y razonamientos elementales para mostrar la radical falsedad y el carácter cínico de esta idea –un Ratzinger encubridor a sabiendas de Maciel y un Wojtyla soporte y panegirista de Maciel son solo la punta del iceberg de la corrupción moral de los más altos estamentos eclesiásticos–, cabe preguntarse por qué hay personas que se molestan en escribir libros para difundir tales falsedades; tanto más cuanto que, como hemos argumentado también, estas falsedades son también deletéreas desde un punto de vista ético. Lo irónico del caso es que el autor de <em>Tolerancia cero. La cruzada de Benedicto XVI</em>… publicado por la editorial Desclée de Brouwer, comienza su libro fanfarroneando de ir a dar lecciones al pueblo: según cuenta, la ocasión inmediata para escribir su libro habría sido una conversación con sus amigos (¿sus amigotes?) que opinan sobre todo tipo de temas, incluyendo el tema de la pederastia en la Iglesia, sin ton ni son. Ante tanta ignorancia, llega el señor cura, – tan profundo él, tan bien informado él–, dispuesto a desfacer entuertos, dar lecciones y aportar rigor y racionalidad. Dejando aparte lo que indica sobre la verdadera naturaleza moral de un individuo el hecho de que en el prólogo de su libro haga quedar mal a sus amigos (¿amigotes?), resulta curioso que el autor se jacte de poder enseñar algo, mientras 1) siembra falsedades evidentes sobre los temas que trata, poniendo el mundo al revés; 2) oculta información relevante (y fácil de obtener) sobre tales temas; 3) hace apología de un encubridor de pederastas, convirtiéndose en su cómplice; y, por ende 4) en la medida en que defiende a un individuo que es corresponsable de la prolongación del sufrimiento moral de las víctimas durante años, insulta a las víctimas. ¿Qué obtienen personas como esta –y las editoriales que publican sus libros-, aparte de contribuir a la deforestación del plantea y de conseguir tal vez algunos derechos de autor? Lo que obtienen, parece, es: 1º) darse ínfulas de escritores e intelectuales. 2º) racionalizar la (comprensible) inquietud que les suscita formar parte de una institución cuyos estamentos directivos han incurrido en graves delitos y/o practicado de modo sistemático el encubrimiento de graves delitos, despreciando el sufrimiento de las víctimas -proporcionándose con tal racionalización consuelo “espiritual”-. 3º) transmitir su autoengaño a gente que necesita, como ellos, tranquilizar a toda costa sus conciencias (como muestran los elogios al libro <em>Tolerancia cero </em> en reseñas aparecidas en esta misma página de Religión digital). 4º) prestar un servicio a la Iglesia de la que reciben su sueldo y de la que obtienen el reconocimiento social de que goza en ciertos ambientes por el mero hecho de ser sacerdotes; y, en particular, prestar un servicio a las instancias más altas de esa jerarquía (al Papa de Roma y en España, al cardenal Rouco Varela, de quien también se citan páginas de discurso buenista), servicios que quién sabe si en el futuro podrán traducirse en algún tipo de prebendas. Que todo esto se obtenga a costa de escupir sobre la verdad y de pisotear la justicia indica con absoluta claridad el verdadero crédito que estos charlatanes merecen cuando se jactan de predicar la Verdad y la Justicia. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Jueves, 3 de Febrero 2011
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Editado por
Antonio Piñero
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Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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