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Hoy escribe Fernando Bermejo
Los carmelitas residentes en Burgos dirigen en esta ciudad la Editorial Monte Carmelo, entre cuyas colecciones se encuentra una, muy acreditada, dedicada a grandes Diccionarios sobre personalidades y temas cristianos. Uno de ellos es el Diccionario de Jesús de Nazaret. Otro, el Diccionario de San Pablo, el Diccionario de San Agustín o el de San Juan de la Cruz, por poner solo algunos ejemplos conspicuos. No hay que olvidar el Diccionario de San Hilario de Poitiers o el de San Gregorio de Nisa. Con tan ilustres predecesores, algún día tenía que llegar. Y ha llegado. La editorial Monte Carmelo, con la inestimable colaboración del “Instituto Histórico San Josemaría Escrivá de Balaguer” ha publicado este mismo año del Señor el Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Sí, amigos lectores, el libro que tantos estaban esperando ha visto por fin la luz, el que nos revela en formato cuasienciclopédico la vida y milagros de este “santo de lo ordinario”, como lo calificó otro prohombre del s. XX, Juan Pablo II (santo subito!), animador de santos y cuasisantos como Marcial Maciel y otros. Soy consciente de que muchos lectores no dispondrán del tiempo necesario para degustar con morosidad las 1358 (mil trescientas cincuenta y ocho) páginas de que consta este opus magnum (nunca mejor dicho). A estos infelices les recomiendo vivamente, al menos, el detenerse durante unos minutos ante este Diccionario en una librería o biblioteca de buenas lecturas. Admiren su portada roja, con una fotografía de San Josemaría perfectamente peinado; admiren luego la presencia de San Josemaría en la fotografía interior a todo color. Vean luego la Presentación, el Sumario… Pero, sobre todo, recorran el índice de sus 288 voces que han elaborado 226 autores de 32 países –“Albás, Familia”, “Academia y Residencia DYA”, “Australia”, “Centros Elis y Safi”, “Devoción a San Josemaría”, “Estudios y títulos académicos de San Josemaría”, “Francia” (no se pierdan la sección “Fuentes literarias francesas”), “Jenner, Residencia Universitaria”, “Kenya”, “Los Rosales: Centro de formación y casa de retiros”, “Mortificación y penitencia”, “Mundo”, “Nigeria”, “Nombramientos y distinciones de San Josemaría” (no tiene desperdicio), “Paso de los Pirineos”, Patriotismo, Portillo y Díez de Sollano Álvaro del, Torreciudad, etc. etc. Es imposible transmitir una idea, por vaga que sea, de la riqueza y pormenor de esta obra señera. Me limito por ejemplo a la entrada “Devoción a San Josemaría”. Aunque es, inexplicablemente, demasiado breve –solo 2 páginas –, contiene valiosísima información, como que ya en el momento de la beatificación se contaban 80.000 favores procedentes de 78 países, y que poco antes de la canonización (2002) esa cifra era ya de 120.000. O que de la estampa de San Josemaría se editan casi dos millones de ejemplares al año, en más de 80 lenguas. O que entre las muchas iglesias dedicadas a San Josemaría en los cinco continentes hay una en Tailandia (en la zona habitada por la etnia karen). O que en doce países se han dedicado emisiones especiales de sellos conmemorativos al fundador del Opus Dei. O que solo en Italia, hasta 2008, el número de localidades en que se ha dedicado a San Josemaría una calle, un parque, una capilla, una escuela, etc., supera el centenar. O que llevan su nombre un acueducto en Colombia, una cima de Los Andes en Bolivia, una mina en Argentina y un cráter y un sendero en el volcán Etna. Aunque sabemos que Camino o Es Cristo que pasa constituyen cimas incomparables de la espiritualidad humana, uno de los tesoros impagables del Diccionario es el hecho de recoger, aquí y allá, algunas ipsissima verba Sancti Iosephi Mariae. Así, por ejemplo, “Santuarios y lugares marianos, peregrinaciones de San Josemaría a”, contiene este profundo dictum que el Santo emitió al contemplar el retablo, aún sin terminar, de Torreciudad: “Es todo un señor retablo. ¡Qué suspiros van a echar aquí las viejas…, y la gente joven! ¡Qué suspiros! ¡Bien!” (p. 1135, sin cambiar ni una coma). Leer este diccionario y empaparse de su espíritu es una experiencia inenarrable que les deparará momentos inolvidables. Los 99 euros que cuesta son una bagatela en comparación con los incontables beneficios espirituales que obtendrán a cambio. Solos o en compañía de su familia (mejor numerosa o numeraria), sopésenlo en sus manos, acarícienlo, hojéenlo, aprendan a quererlo. Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Una obra verdaderamente imprescindible en las estanterías de su hogar. San Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, ruega por nosotros, pecadores. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 20 de Noviembre 2013
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Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía II Estamos situando el ambiente de uno de los debates fundamentales de esta literatura entre el apóstol Pedro y el mago Simón, su enemigo irreconciliable y su sombra. Recordamos que Clemente, como colaborador de Pedro, buscaba testigos de la personalidad y la obra de Simón para tener una sólida base para su refutación. Había encontrado la colaboración de la piadosa Justa la cananea, que poseía dos testigos de primera mano, que habían sido compañeros y en cierto sentido discípulos del Mago. Uno los dos hermanos, que eran en realidad los hermanos perdidos del mismo Clemente, explicaba a Clemente los datos de la personalidad siniestra del Mago. Confesaban que habían sido concretamente colaboradores de Simón hasta que descubrieron sus estrategias secretas de engaño sistemático encaminadas a apartar a los fieles de la religión predicada por los apóstoles de Jesús. La ocasión para ese drástico cambio está descrita detalladamente por Aquila. Fue la maniobra llevada a cabo por Simón para demostrar sus poderes comparables a los de Dios. En efecto, “separó el alma de un niño de su cuerpo con juramentos nefandos” (II 26,1). Guardaba la imagen del niño en la habitación en la que dormía. Y contaba que lo había creado del aire con artes divinas, que había copiado su figura y lo había devuelto al aire, que había convertido el aire en agua y luego en carne y en sangre. Con esa operación afirmaba y demostraba que el hombre no estaba hecho de tierra, sino de aire. Se creía, pues, con capacidad para crear hombres nuevos. Muchos cayeron en su engaño, pero los dos hermanos Aquila y Nicetas, testigos de las intrigas de sus maniobras, se separaron de Simón. Nicetas manifestó a Clemente que deseaba completar algunas omisiones del relato de su hermano Aquila. Otro testigo de vista ofrecía detalles que servían para trazar el perfil siniestro del Mago. Nicetas partía de datos concretos: “Dios es testigo de que nosotros no hemos hecho nada impío en colaboración con él, sino que nos enterábamos de lo que hacía. Y mientras se manifestaba realizando cosas innocuas, también nosotros nos alegrábamos. Pero cuando decía que realizaba por medio de la divinidad lo que hacía con sus artes mágicas para engañar a la gente religiosa, ya no lo soportamos más, aunque nos hacía muchas promesas” (II 27,2-3). Prometía a los dos hermanos hacer de ellos unos dioses venerados en templos y honrados con estatuas y sacrificios. La única condición que de ellos exigía era que guardaran absoluto secreto del origen de sus obras maravillosas. Pero en su interior, ellos sabían que era la magia el poder real de que se servía para desviar a sus oyentes del camino auténtico de la verdad. Nicetas pasó incluso a tratar de convencer a Simón de su engaño y darle consejos encaminados a corregir su conducta. Simón tomaba a risa los intentos de sus discípulos. Pero Nicetas explicaba su postura a Clemente diciendo: “Dios es testigo de que nosotros no hemos hecho nada impío en colaboración con él, sino que nos enterábamos de lo que hacía. Y mientras se manifestaba realizando cosas innocuas, también nosotros nos alegrábamos. Pero cuando decía que realizaba por medio de la divinidad lo que hacía con sus artes mágicas para engañar a la gente religiosa, ya no lo soportamos más”. Y hablaba valientemente al mismo Simón diciendo: ““Nosotros, Simón, recordando la amistad que te profesábamos desde niños, por el cariño que te tenemos, te aconsejamos lo que te conviene. Cesa ya de tal atrevimiento; tú no puedes ser Dios; teme al Dios verdadero; reconoce que eres hombre y que es breve el tiempo de tu vida. Y aunque te hagas muy rico o llegues a ser rey, en el breve tiempo de tu vida tienes pocas oportunidades para el placer. Las cosas conseguidas de forma impía, se desvanecen rápidamente y proporcionan al atrevido un castigo eterno” (II 28,2-3). La reacción de Simón fue la lógica de su personalidad engreída. Risa y burla son los gestos destacados por el texto. Para el engreído Simón, Los dos jóvenes eran unos ignorantes en las doctrinas fundamentales de la vida. Por ejemplo, creían en la inmortalidad del alma y en el juicio (krisis) que acabaría poniendo todas las cosas en su sitio debido, cosas ambas negadas por el Mago. Este primer enfrentamiento acaba convirtiéndose en un debate en toda regla entre Simón y los hermanos Nicetas y Aquila. Las palabras de los dos jóvenes sacan de quicio a Simón. Era el valor de los hechos contra los que nada valen los argumentos, como dicen los filósofos. Los numerosos problemas que suscitan las Pseudo Clementinas pueden hallar solución en el estudio del ya citado HANS WAITZ, “Die Lösung des pseudoklementinischen Problems”, en Zeitschrift für Kirchengeschichte 59 (1940) 304-341.
Lunes, 18 de Noviembre 2013
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Hoy escribe Antonio Piñero
He escrito un ensayo en Revistadelibros, que como creo que saben los lectores, dirige el escritor Álvaro Delgado Gal, sobre el tema que aparece en el título. Presento aquí la introducción y luego remito a los lectores interesados al vínculo correspondiente para ultimar la lectura. Este ensayo es uno de los productos secundarios de mi trabajo titulado “Guía para entender a Pablo de Tarso. Una introducción al pensamiento paulino”, que he terminado finalmente ¡¡!! Tras más de tres años de trabajo. El libro está en fase de corrección, “pulido y abrillantado”. Será entregado antes de Navidades a la Editorial Trotta para que su director, Alejandro Sierra, disponga su publicación cuando sea oportuno y conveniente. Finalmente hemos optado Carlos A. Segovia y yo no hacer la Guía estrictamente en común, porque no encontrábamos el formato adecuado para exponer dos opiniones a veces tan distintas sobre los distintos temas. Hemos decidido de consuno que sea yo quien haga el libro desde mi punto de vista, resumiendo por mi parte muy brevemente las opiniones de la nueva y moderna exégesis paulina, cuando viene al caso de la argumentación. Pero lo original de este libro será que el volumen contiene al final un largo apéndice del mismo Carlos A. Segovia en el que expone en síntesis, los puntos de vista y resultados de la nueva exégesis. El pensamiento de Pablo no es fácil. Por eso hemos procurado los dos escribir lo mas claro, nítido y sencillo posible de modo que podamos hacer más que accesible lo aparentemente difícil. Además resultará así un libro al menos curioso, pues no es nada usual que un ensayo de introducción al pensamiento de un personaje importante, que ha contribuido a la historia del pensamiento occidental de un modo trascendental, publique a su vez la exégesis de los “adversarios” intelectuales que defienden puntos de vista a veces muy dispares. Creo que es un excelente ejercicio práctico de colaboración, ye de comprensión; opino que es una muestra práctica de cómo se puede hacer ciencia histórica, historia de las ideas, con respeto y rigor desde dos puntos de vista muy distintos. Para mí es un ejercicio de “pedagogía de la comprensión”. Y ahora volviendo al ensayo presente: al principio va la lista de los libros reseñados / comentados a continuación. Dunn, D. G., El cristianismo en sus comienzos. Comenzando desde Jerusalén. Vols. I y II, Verbo Divino, Estella, 2012. Eisenbaum, P., Paul was not a Christian, HarperOne, New York 2009. Segovia, C. A. ¿Fue Pablo cristiano? El redescubrimiento contemporáneo de un judío mesiánico, Amazon Books, Versión electrónica http://www.amazon.es/Tienda-Kindle/s?ie=UTF8&field-author=Carlos%20A.%20Segovia&page=1&rh=n%3A818936031%2Cp_27%3ACarlos%20A.%20Segovia Wright, N. Th., Paul: In Fresh Perspective, Fortress, Minneapolis, 1992 Zetterholm, M., Approaches to Paul. A Students Guide to Recent Scholarship, Fortress Press, Minneapolis MN, 2009. La adecuada comprensión de las cartas de Pablo de Tarso es absolutamente fundamental para el cristiano, pues prácticamente toda su religión se basa desde el siglo IV sobre todo en las líneas marcadas por el Apóstol al repensar y reconfigurar la figura del Jesús de la historia amalgamándola con la del Cristo celestial. Puede defenderse sin temor a equivocarse que las aportaciones de los evangelistas, tan trascendentales para el cristianismo, se basan también en el desarrollo de la ruta marcada por el maestro Pablo. La exégesis tradicional del Apóstol durante centurias ha sido cuestionada a partir de mediados del siglo XVIII, pero de una manera más radical aún desde 1970. Y no es extraño, ya que desde mediados del siglo II hasta hoy día la exégesis de sus cartas ha sido considerada muy difícil, porque se trata de correspondencia, no de tratados, y porque se ignora una buena parte de las relaciones y convenciones culturales que las gobiernan, por no hablar del desconocimiento parcial de los problemas personales y comunitarios que mediaban entre el autor y sus primeros lectores. A pesar de tales dificultades, la interpretación paulina ha discurrido por senderos casi unívocos, sin grandes discrepancias. A partir de san Agustín, a finales del siglo IV, pasando por Anselmo de Aosta en el siglo XI (o Anselmo de Canterbury, donde fue obispo) y de Martín Lutero y Juan Calvino, se han entendido las cartas paulinas como la predicación de Pablo a los gentiles de un “evangelio” particular, cuya idea central era: con Cristo ha llegado la plenitud de los tiempos, se acerca el momento final y es preciso que se cumpla la promesa completa de Dios a Abrahán, en concreto aquello que la divinidad dice: “Te haré padre también de muchos pueblos” (Génesis 17,5). Ello supone que en el “Israel de Dios”, el único pueblo destinado a la salvación, han de integrarse también los gentiles sin necesidad de hacerse judíos, por tanto sin obligación alguna de circuncidarse y de observar la ley de Moisés. Tal “evangelio” había sido recibido por Pablo gracias a una revelación directa de Dios. Según esta buena noticia, al final de los tiempos, Jesús, hijo preexistente de Dios, había sido enviado por su Padre al mundo y se había encarnado en un ser humano normal, aunque de la estirpe de David. Por medio de la muerte en cruz de este hombre, Jesús Mesías, a saber, un sacrificio vicario por todos los pecadores, se lograba que la humanidad entera --enredada en una red inextricable de pecado y de enemistad hacia Dios de la que no podía salir por sus propias fuerzas-- fuera redimida por pura gracia. Se restauraba así la amistad perdida entre Dios y su criatura predilecta, el ser humano, a la vez que éste recibía la promesa de la inmortalidad con su ingreso en el paraíso. Mas para apropiarse de los bienes de este sacrificio, planeado por Dios desde toda la eternidad, había que cumplir con una condición…, que el hombre hiciera un acto de fe, ayudado por la gracia divina, en el efecto salvador de la muerte vicaria del mesías Jesús en la cruz. Según el mismo consenso de siglos, esta teología era el producto de una “conversión” de su autor, Pablo, a una nueva visión del judaísmo, el judeocristianismo o cristianismo a secas. Pero tal ideología representaba un ataque en toda regla al valor salvífico de la ley de Moisés, pilar básico de la religión judía. Además, desde esos momentos, el judaísmo era considerado anticuado y legalista, porque había ya una nueva alianza y porque sostenía que el ser humano se salvaba si se atenía al cumplimiento de las normas de una Ley muy exigente. De este modo adquiría por su propio esfuerzo los méritos suficientes para defenderse ante el tribunal divino. Frente a esta concepción surgía la idea nueva de una salvación otorgada no por méritos propios sino por un Dios lleno de amor, gracia y misericordia. A la vez se increpaba a los judíos con continuos reproches como increyentes redomados, incapaces de aceptar el plan de Dios en el mesías Jesús. Ahora bien, tras lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial, en especial después de Auschwitz y otras instituciones similares de exterminio de los judíos, se percibió con especial sensibilidad que esta teología paulina –unida a la de sus epígonos, en especial los evangelistas Mateo y Juan--, había contribuido notablemente a la persecución de los judíos por parte de los cristianos hasta hoy día. Pero atribuir este efecto a Pablo había sido un monumental error. A lo largo de siglos, sus cartas, esta suerte de presunto vademecum del antijudaísmo cristiano, habían sido mal interpretadas: su exégesis debía revisarse a fondo. A partir de los años 60 del siglo pasado diversos estudiosos, entre los que destacaron Johannes Munck y Krister Stendahl, comenzaron a discutir los presupuestos de la exégesis paulina y a ofrecer nuevas interpretaciones de pasajes fundamentales de sus cartas. A ello se unió la percepción de que los términos "judaísmo" y "cristianismo" eran inapropiados en el contexto del siglo I, puesto que ninguno de ellos daba cuenta de la complejidad del pensamiento religioso en el que se había movido Pablo. Era preciso volver a repensar al Apóstol ante el temor de que hubiera sido secularmente mal entendido y la incipiente certeza de que –entre otras muchos aspectos-- tal “contribución” al antisemitismo por su parte fuera totalmente contraria a su pensamiento. Carlos A. Segovia, el primero de los autores que ahora reseñamos, es, según creo, el único pensador español hasta el momento que ha asumido plenamente unas perspectivas nuevas desarrolladas sobre todo a partir de Stendahl. En su opinión, las razones que desde el principio han dificultado la correcta interpretación del mensaje paulino son básicamente de dos clases: históricas –falta de conocimiento de su complejo mundo, el judaísmo-- y textuales, las dificultades de la lectura de los manuscritos –copiados en escritura seguida, sin división de palabras ni de párrafos, lo que había llevado a atribuir a Pablo opiniones que no eran suyas, sino de sus adversarios, por no mencionar las dificultades intrínsecas de las cartas mismas. Estos obstáculos en su conjunto siguen impidiendo aún hoy a muchos lectores comprender el mensaje de Pablo. ¿Qué es en realidad lo que él dice y lo que no dice en sus cartas? Para lo que sigue he aquí el link http://www.revistadelibros.com/articulos/la-investigacion-modernasobre-pablo-de-tarsonuevas-perspectivas- Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 15 de Noviembre 2013
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Hoy escribe Fernando Bermejo
Retomamos aquí la discusión sobre el texto de Josefo en Antiquitates Judaicae XVIII 63-64 que dejamos pendiente en verano. Entonces identifiqué los argumentos presentados por los defensores de un texto original neutral, y afirmé que ninguno de ellos resulta convincente. Analizamos entonces uno de ellos. Vamos hoy con el segundo. Según otro de los argumentos empleados habitualmente, la reconstrucción consistente en suprimir las tres frases (“si es que hay que llamarle hombre”, “este era el Cristo”, y la más larga referida a la resurrección) es probable por una cuestión de estilo: una vez que las interpolaciones son eliminadas del texto, la noticia de Josefo constituye un pasaje internamente coherente e inteligible, que se lee sin problemas y ofrece una visión “neutral” de Jesús (y los cristianos). En realidad, aunque esta opción es seguida por numerosísimos autores –citemos, por poner solo algunos ejemplos conocidos, los de Crossan, Theissen, R. Brown o J. Dunn–, presenta muchos problemas, de los que aquí mencionaré solo algunos. En primer lugar, no es tan evidente como parece que la expresión eige ándra autòn légein khre (“hombre”) entrañe necesariamente un cuestionamiento de la humanidad de Jesús en el sentido de una afirmación de su divinidad. Esta no es la única interpretación posible. Cabe la posibilidad de que Josefo se haya referido a la creencia cristiana en la divinidad de Jesús –ya muy avanzada a finales del s. I- de un modo sarcástico. Tampoco es evidente que la frase “Este era el Cristo” deba ser simplemente eliminada del texto. En primer lugar, como han indicado varios autores -como Carleton Paget- contra Meier, que la frase rompa el flujo discursivo no es más que una discutible apreciación subjetiva. Es, en efecto, perfectamente concebible que el texto original haya contenido alguna cláusula que relativizase la afirmación “Este era el Mesías”, y que por tanto el proceso de edición haya consistido en este caso en suprimir tal relativización con el objeto de lograr un enunciado rotundo que respaldase sin ambages las pretensiones cristianas. Además, la ausencia de una referencia a “Cristo” haría más difícil entender la aparición del término “cristianos” en la última frase del texto. es que no habría sido necesaria explicación alguna para la derivación del término “cristiano”. Por otra parte, la preferencia por un original que contuviera una alusión al término “Cristo” se ve respaldada por varios argumentos positivos. Uno es la existencia de una versión latina del texto de Josefo transmitida por Jerónimo, y de una versión siríaca transmitida por Miguel el Sirio, patriarca monofisita de Antioquía en el s. XII, que contienen una lectura del tipo “se creía que era el Cristo”. Es difícil creer que dos autores de tradiciones lingüísticas y culturales distintas, y además eclesiásticos, se hayan sacado simplemente de la manga la misma lectura con ecos escépticos. Es mucho más probable que el texto original de Josefo contuviera una referencia mesiánica en estilo indirecto. Además, Orígenes afirma de modo tajante en varios pasajes que Josefo no creyó que Jesús fuera el Cristo, lo cual se explica mucho mejor si su texto contenía una afirmación que explícitamente negaba o relativizaba este extremo. Estas y otras razones abogan por mantener (convenientemente modificada) la frase relativa al carácter mesiánico de Jesús –algo que varios autores defienden-. Otro de los problemas que resulta de la “solución habitual” es que nos deja con un texto demasiado breve. Y esto es un problema al menos por dos razones. Primero, porque la supresión de las tres cláusulas equivale a la eliminación de la tercera parte del texto; ahora bien, un principio elemental de economía filológica obliga (por supuesto con la salvedad de la cláusula ceteris paribus) a aceptar como más probable una reconstrucción en la que la intervención sea mínima. Segundo, porque la supresión de todo ese texto –especialmente de la segunda cláusula- parece dejarnos sin una explicación de la crucifixión, algo nada habitual en el discurso de Josefo –que suele explicar las causas de los acontecimientos de este tipo-. Estas y otras razones hacen que la pretensión de que la solución habitual nos deja con un texto coherente, lógico y fluido no resulte en absoluto convincente. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 13 de Noviembre 2013
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía II El día pasado hablábamos del deseo de Clemente de conocer a Simón Mago, el enemigo de Pedro. Así tendría su maestro argumentos de primera mano para conocer los oscuros manejos del Mago y poder debatir sobre los temas con conocimiento de causa. Pedro comenzó señalando a la piadosa Justa, la cananea. Pero entre los elementos que la piadosa mujer pudo ofrecer a la consulta de Clemente estaban los niños adquiridos por ella de los piratas, y que ahora llevaban los nombres de Nicetas y Aquila. Más adelante veremos que se trataba nada menos que de los dos hermanos perdidos del mismo Clemente. Dos antiguos alumnos de Simón Mago Cuenta entonces Clemente de su encuentro con Zaqueo, quien los apartó de Simón y de sus doctrinas. A partir de la gestión de Zaqueo, los dos hermanos “participaron de la palabra de la verdad, se arrepintieron de sus primeras desviaciones y condenaron enseguida a Simón, como conocedores que eran de todas sus enseñanzas” (II 21,1). En consecuencia, informaron a Pedro sobre los hechos y doctrinas de Sión. Fue Justa la que los llevó a Clemente, recomendados por Zaqueo. Y ellos cumplieron la misión que les habían encomendado una vez que fueron instruidos sobre la verdad. Los dos hermanos pusieron a Pedro al tanto de la personalidad doctrinal de Simón, poniendo a Dios por testigo de que se atendrían a la realidad de los sucesos. Su conocimiento de los hechos y sus detalles junto con su garantía de hombres veraces daban la razón a Clemente del acierto de sus pesquisas. Informe de Aquila sobre Simón Mago, su personalidad y su doctrina Aquila hizo una exposición detallada de la personalidad de Simón, “de quién es hijo, quién es y de dónde, qué es lo que hace, cómo y por qué. Este Simón es hijo de Antonio y de Raquel, samaritano de raza, de la aldea de Gitón, distante treinta y seis estadios de la ciudad de Samaria” (II 22,1-2). Primero, su identidad y su origen; luego, su obra, sus métodos y sus razones. Como quien dice, con su Documento Nacional de Identidad completo, su raza, su patria y sus padres. Pero Aquila añade otros detalles de su carrera. Egipto fue el lugar donde residió y aprendió las grandes lecciones de su magia. Allí fue instruido en las líneas fundamentales de la cultura griega. Era realmente un mago poderoso, lo que le daba grandes ventajas en el trato con el vulgo ignorante y lo llenaba de orgullo hasta el punto de llegar a considerarse superior al Dios supremo. Se denominaba el que permanece en pie, por encima de la corrupción que aqueja a los mortales. No cree en un Dios creador del mundo, niega la resurrección de los muertos, no acepta a Jerusalén como lugar del culto del Dios verdadero. En su lugar señala el monte Garizim, detalle del contencioso que los samaritanos mantenían con los judíos. Rechaza a Cristo como mesías y salvador del mundo y se pone él en su lugar. Convencido de que no podrá ser juzgado por Dios, se considera superior a Dios y libre del juicio que amenaza a la humanidad. Simón Mago como discípulo de Juan Bautista Un detalle importante de la vida del Mago es a los ojos de Aquila el hecho de que formó parte de los treinta discípulos del Bautista de acuerdo con los días del mes lunar. A la muerte de Juan, pretendió Simón sucederle como jefe de sus discípulos, lo que consiguió gracias a una maniobra oscura, realizada con su artes mágicas. Dositeo, el preconizado como sucesor, acabó reconociendo la autoridad de Simón. “No muchos días después, mientras Simón seguía en pie, Dositeo cayó y murió”. Simón iba acompañado de una mujer de nombre Helena, que en el pasaje paralelo de las Recognitiones es llamada Luna en alusión el número de los discípulos de Juan y los días del mes lunar. La mujer “era señora, como que era madre de todos, esencia y sabiduría por la que griegos y bárbaros combatieron imaginando que era la imagen de la verdad” (II 25,2). Aparece en este contexto la Helena de Troya, por la que combatieron troyanos y griegos. Engaños y daños de Simón Como antiguo compañero de Simón, Aquila comienza a exponer sus engaños como raíz de sus hazañas: “Hace muchos prodigios maravillosos, de modo que si no conociéramos que los hace por magia, caeríamos también nosotros en el engaño. Éramos colaboradores suyos al principio, cuando al hacer estas cosas, no dañaba los intereses de la religión, pero ahora cuando mucho más enloquecido comenzó a intentar extraviar a los que vivían en la religión, nos apartamos de él” (II 25,3-4). Aquila no refiere sucesos que han llegado a sus oídos. Era testigo de vista y daba testimonio de lo que en otros pasajes califica de milagros inútiles, que nada tienen que ver con el bien de los hombres. La utilidad será el criterio de los falsos milagros de los hechos mágicos, puras muestras de exhibición al margen de la doctrina de la verdad. Una obra más entre las fuentes para el conocimiento del cristianismo primitivo puede ser la de JONES F. STANLEY, An Acient Jewish Christian Source on the History of Christianity: Pseudo-Clementine “Recognitions” I 27-71, Atlanta, 1995. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Lunes, 11 de Noviembre 2013
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Concluimos hoy con lo que resta de la síntesis y mi juicio personal El cuarto timo es denominado por PO “bíblico”, y afecta a las tres “religiones del libro”, judaísmo, cristianismo e islam, que basan sus creencias fundamentales en la revelación contenida en la Biblia, en la parte que denominamos hoy Antiguo Testamento. Nuestro autor expone las líneas básicas de la creencia en el Dios bíblico, la alianza con Abrahán y una breve historia del pueblo elegido incidiendo en el momento clave, fundacional, del éxodo de Egipto. Considera PO que es obligado el estudio crítico de todo lo que expone la Biblia acerca de los avatares “históricos” del pueblo elegido para analizar su grado de historicidad, lo cual dará la base de su credibilidad. Tras hacer un breve repaso de las posiciones histórico-críticas de los estudiosos que han marcado un hito señero en el análisis de la “historia sagrada”, por así denominarla, encuentra PO que lo más productivo para el lector de un libro de síntesis como el presente (“La religión ¡vaya timo!) es exponer razonada y críticamente los resultados del volumen básico y fundamental de Israel Finkelstein y Neil A. Silbermann, arqueólogo e historiador respectivamente, cuyo título es La Biblia desenterrada: una nueva visión arqueológica del Antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados, Madrid 2001, Siglo XXI, con prólogo del mismo PO. Al ser los autores judíos israelitas, su juicio crítico tiene aún más valor sobre la veracidad del relato bíblico. Lo que Finkelstein y Silbermann examinan a fondo es la base histórica de la narración sobre “un Dios que elige una nación, y la de la eterna promesa divina de tierra, prosperidad y engrandecimiento”, Añadiría yo por mi cuenta que con ello se examina también la presunta historicidad de la tercera parte de la promesa de Dios a Abrahán: “Te haré padre de numerosos pueblos”, promesa que va ligada sin duda al dominio de Israel sobre la tierra (Gn 17,5). Para desmenuzar el contenido del timo bíblico, PO se basa en los resultados de Finkelstein y Silbermann, que expone detenidamente, y que complementa con un aspecto importante que falta en el volumen de estos dos investigadores (porque su relato se detiene antes, cronológicamente), a saber, con la escatología y la apocalípticas de época helenística; Este complemento es importantísimo, pues sus constructos mentales están plenamente vigentes en la ideologías de Juan Bautista, Jesús de Nazaret y de Pablo (aquí se basa PO en el libro clásico de R. H. Charles. Eschatology. The Doctrine of a Future Life in Israel, Judasim and Christianity, de 1699, que considera un estudio no superado aunque… ¡faltan los Documentos del Mar Muerto, descubiertos mucho más tarde! y que Charles no pudo conocer. La conclusión básica de Finkelstein y Silbermann es que no hubo históricamente nada parecido a un éxodo y una conquista de la tierra prometida, y que en su origen los primeros israelitas no fueron más que cananeos. Esta sorprendente constatación lleva a PO a postular como probado que existe en la Biblia una tergiversación teológica de la historia real en ella narrada, lo que basta para que no pueda ser el Libro el fundamento histórico de la revelación de Dios alguno, inventado al igual que el relato, ni tampoco la narración real de la vida de un pueblo elegido que transmite la presunta revelación de ese Dios. Por mi parte añadiría que la historia bíblica empieza a recogerse y narrarse ciertamente en tiempos de Josías (siglos VIII / VII a.C.); ahora bien, los recopiladores y ensambladores de esos relatos –naturalmente sobre la base de antiguas tradiciones y de los datos recogidos de oráculos de profetas señeros—tienen constantemente como faro y guía de la composición dibujar no el panorama que ocurrió en realidad, sino más bien otro idealizado, a saber, cómo deseaban que hubieran sido los orígenes de un Israel ideal. El resto del núcleo de la Biblia –eliminados los complementos escritos en época helenística-- fue compuesto en la época del exilio de Babilonia o en el inmediatamente posterior. En esta época los recopiladores manipularon también las tradiciones para acomodarlas a lo que ellos deseaban que fuera el Israel ideal en un futuro dorado. En síntesis, argumenta PO que la Biblia --con su Dios Yahvé y con sus promesas a un pueblo elegido y la idealizada historia pasada de éste--, no resiste el menor escrutinio de la investigación histórico-crítica, por lo que no es un documento fiable y fehaciente para construir sobre él la existencia de una divinidad única y de su revelación, por mucho que se la presente así en la Biblia misma. El quinto, y último, timo es denominado por PO el “timo eclesiástico” y en síntesis viene a decir lo siguiente: la figura histórica de Jesús de Nazaret es sustituida por un constructum mental inexistente, el Cristo celeste, luego ofrecido como real por la Iglesia. En la primera mitad del siglo I aparece Jesús de Nazaret, en Galilea, anunciando la inminente venida del reino de Dios y el cumplimiento de todas las profecías antiguas sobre la restauración de Israel en su tierra y el inicio de una época de prosperidad y bienestar para el pueblo elegido. Su carismática personalidad le lleva a concitar el seguimiento de numerosas personas. Pronto se cree Jesús el profeta de los últimos tiempos y finalmente piensa que él es, por designio divino, el mesías de Israel que ha de rescatar a su pueblo. Su tarea consistirá en predicar la llegada inminente del Reino, para lo cual es absolutamente necesaria la purificación de los individuos, la expulsión de los romanos de la tierra israelita, más la de los herodianos e incluso la de los judíos colaboracionistas de las capas altas. La instauración del Reino de Dios será una obra divina, pero requiere de la colaboración decidida, incluso armada, de sus adoradores. La entrada triunfal en Jerusalén, el episodio del Templo, episodios ambos en los que hay claro ruido de sables sobre todo en el segundo, la negativa de Jesús a pagar el tributo al César y sus prédicas incendiarias contra ricos y malvados indican que Jesús está en la órbita de los “nuevos Macabeos”, quienes están preparando el terreno para la intervención de Dios y la instauración del Reino. Esto ocurrirá de inmediato y, según Zacarías 14,3, cuando Yahvé se ponga en campaña contra los gentiles, partiendo del Monte de los Olivos. El brazo divino propiciará la victoria absoluta de Israel. Jesús de Nazaret tenía una mentalidad como la descrita. Cuando, en su última y definitiva estancia en Jerusalén preparaba una incursión armada contra los romanos y contra los pésimos colaboradores judíos de Jerusalén, partiendo del Monte de los Olivos, fueron sorprendidos con las manos en la masa por los romanos. Hubo un breve y desigual enfrentamiento armado y la mayor parte de los seguidores de Jesús huyeron. El Nazareno, junto a dos distinguidos colaboradores suyos, fueron prendidos, juzgados de inmediato por los romanos, condenados a una mors aggravata como reos de un delito de lesa majestad contra el Emperador y el Imperio, ejecutados y sus cadáveres arrojados a una fosa común. Frente a esta imagen del Jesús histórico el timo eclesiástico consiste en que a partir de Pablo de Tarso, en sus cartas, y especialmente con sus sucesores se cambia esta imagen del Jesús histórico por la de un Cristo celestial, argumentando que la verdadera y profunda imagen del mesías es esta última. Ya Pablo de Tarso despolitiza, desjudaíza y universaliza a Jesús; no da importancia a su vida real, sino sólo a su muerte y resurrección; no le interesan las circunstancias sociales y políticas de su vida; considera al Nazareno la encarnación de un mesías celestial, un ser preexistente, cuyo conjunto humano-divino es resucitado y exaltado a los cielos. Pablo completa esta inversión en el modo de pensar y proclamar a Jesús cuando predica a los gentiles anunciando el fin de los tiempos; esta proclama incluye una exhortación a obedecer al Imperio en todo, y en especial en el pago de los tributos; el Apóstol completa la espiritualidad de los nuevos creyentes con elementos de la religiosidad de los cultos de misterios, sobre todo en el bautismo y en la interpretación de la eucaristía --que en el fondo nada tiene que ver con el espíritu escatológico de la esperanza en un final feliz que presidió la Última Cena histórica--, y crea en conjunto una espiritualidad esotérica, de identidad mística entre el mesías y su adorador. La divinidad o entidad celestial que sustenta esta espiritualidad no es plenamente judía. El reino de Dios futuro y ultramundano, que predica Pablo, nada tiene que ver con las concepciones del Jesús histórico a este propósito. La cruz es sacada por Pablo de su contexto histórico, y pasa de ser un acto de justicia romana contra un rebelde al Imperio a una lucha cósmica del Señor de la gloria (Jesús) que vence en la cruz a los arcontes o poderes demoniacos que gobiernan el mundo sublunar, Otro enemigo, la Muerte, es vencido con su resurrección. El modelo esotérico e universalista, apolítico, etc. de interpretación de Jesús elaborado por Pablo es seguido en sus líneas fundamentales por los cuatro evangelistas, que son en lo esencial discípulos suyos. Empezando por Marcos, que absorbe los puntos más interesantes de la concepción mesiánica de Jesús según su maestro Pablo, los consagra en su narración evangélica –donde presenta a un Jesús obediente hasta la muerte que asume la cruz como un sacrificio expiatorio por los pecados de toda la humanidad—y donde el mesianismo de Jesús es tergiversad por medio del artilugio literario del llamado “secreto mesiánico” (Jesús ordena ocultar su propia mesianidad, la cual sólo debe ser reconocida con toda su gloria tras la resurrección. En todo caso el “secreto mesiánico” histórico no fue más que la apariencia exterior de una preocupación de Jesús por salvar su vida, a veces llena de huidas momentáneas de la vigilancia de Herodes Antipas o de Pilato, o la manifestación de las dudas personales del Nazareno sobre si él era un simple proclamador de la venida del Reino, o bien el profeta de los últimos tiempos, o realmente el mesías de Israel), artilugio ficticio que luego es seguido por sus otros colegas Mateo y Lucas. Finalmente estos evangelistas, junto con el último, Juan completan la inversión paulina, y entre otras forman la imagen de un mesías sufriente y pacífico, que es el Hijo de Dios en sentido óntico y real y que ha descendido a la tierra. El mito eclesiástico consiste, pues, en que Pablo y las escuelas de seguidores modelan una iglesia en torno a una ideología de un maestro, Jesús, idealizado y totalmente desvirtuado. De este modo la fe eclesiástica, que es fundamentalmente paulina, se desplaza desde la proclamación oral de Jesús del reino de Dios hasta el pleno desarrollo de la teología del mesías en Pablo, lo que tergiversa históricamente la tradición oral auténtica sobre Jesús de Nazaret. Pero, según PO, este timo eclesiástico, que sustituye al Jesús histórico por el Cristo celestial, es descubierto y reducido a la nada por la tarea de la investigación histórica crítica e independiente, que estudia en profundidad los relatos evangélicos y en especial un resto del material tradicional y auténtico sobre el Jesús histórico, que se ha introducido en los Evangelios como un “material furtivo” por la fuerza misma de la tradición real sobre Jesús. En pocas palabras: la investigación histórico-crítica sobre éste y los orígenes del cristianismo revelan la falacia de la construcción eclesiástica del Cristo celeste. En síntesis: PO ha concebido todo su ensayo sobre el timo de la religión en la aclaración y denuncia de los falsos fundamentos de la teología y de la pseudo historia, que producen una visión dualista de la realidad (materia/espíritu, no reducible a la primera), que es rotundamente falsa. No existe más que un monismo materialista cuya expresión más simple es que todo consiste en pura energía y movimiento gobernado por la selección natural. Opina PO que la fe ciega inducida por las religiones en la existencia de referentes ónticos imaginarios, como el alma/espíritu, la divinidad, lo sobrenatural, etc., encuentra su manifestación más extrema y falaz en los modelos monoteístas de las religiones de salvación, y particularmente “en los credos teístas, que invocan supuestas revelaciones sobrenaturales, sagradas, que se postulan como declaraciones procedentes de un Dios único y universal, personal, creador desde la nada, increado y eterno, así como juez y salvador de todas las almas humanas” tras la muerte, almas que naturalmente superviven por toda la eternidad en un mundo mas allá de los sentidos. “En él los pecadores recibirán ejemplares castigos sin fin, mientras que los bienaventurados verán colmados los anhelos ancestrales, y a la vez infantiles, de una vida de beatitud sin límites” (p. 249). Mi opinión sobre este libro va a limitarse a juicios generales, ya que es demasiado rico en ideas para discutirlas pormenorizadamente. Me parece un libro absolutamente serio y profundo, aunque claro, dentro de lo que cabe en un ensayo que no es una narración o una novela. Está destinado a ser leído no por profesionales de la filosofía , sino por el lector culto. Su lectura es en extremo conveniente porque ofrece gran cantidad de información, bien contrastada y al día, y un notable cúmulo de ideas para pensar y repensar. Y lo es también porque sacude la mayoría de las certezas expandidas entre las genes por los sermones religiosos y porque obliga a una reflexión personal sobre temas tan vitales. La visión sobre el Jesús histórico y sobre la reinterpretación paulina que lo transforma en el Cristo celeste me parecen en líneas generales muy ajustada a los resultados de la investigación crítica, seria e independiente, que se van transformando poco a poco en consensos interpretativos entre gran cantidad de estudiosos, incluidos los confesionales. Por tanto, leer este libro enriquece sobremanera. Por cierto, echo de menos una “Bibliografía” al final del libro, puesto que los autores citados son muchos, para no tener que buscar entre las páginas sus datos. Igualmente me encantaría que en ocasiones se precisara con mayor nitidez le edición y página de os textos que se están citando. Por otro lado, respecto a la rotundidad de la defensa de PO de un materialismo histórico como herramienta interpretativa, con todas sus consecuencias intelectuales, me siento personalmente inseguro, quizás porque no sea tan valiente. Prefiero un agnosticismo realmente más cómodo y el encogerme de hombros (“no sé ni probablemente sabré nada cierto”) a una afirmación profunda de ateísmo, es decir, a esa suerte de ímpetu de probar positivamente en cuanto se pueda la no existencia de Dios…, que naturalmente –y esto sí me parece totalmente seguro… y debo aceptarlo-- no puede ser en absoluto la divinidad que nos han transmitido después de diecinueve siglos de exégesis confesional. Mi ánimo se inclina más, dentro del agnosticismo, hacia una simpatía por una suerte de panteísmo estoico, o quizás espinoziano (Deus sive natura… sive Ratio universalis), al que le encantaría (wishful thinking?) aceptar la existencia de una divinidad como Razón universal de todo, la cual sería al final de la existencia individual como el gran “seno”, origen de todo, suprema Razón, al que finalmente van a parar y fundirse todas las partículas de razón que en el universo han sido. Pero no veo, ni me preocupo especialmente de esta cuestión última, porque pienso que cuando el ser humano racional y sensato queda convencido --ante los problemas insolubles como la existencia de Dios-- que no puede llegar a solución alguna enteramente satisfactoria )en concreto que no le es posible probar ni refutar convincentemente la existencia o no de Dios) debe dejar esas cuestiones de lado después de una madura reflexión. Como ya he pensado mucho en ellas, las meto en un cajón mental y doy vueltas a la llave. Pero espero que algún día tenga alguna iluminación que me oriente en este mar de perplejidades. Pienso igualmente que --al menos personalmente para mí-- esta “duda metódica” y agnóstica es mejor y más llena de esperanza, quizás infantil, que la seguridad o creencia, de que después de una gran sinfonía --ejecutada en un auditorio maravilloso y por una espléndida orquesta y con un sabio director— y tras su último acorde, que resuena durante un par de segundos, siga el silencio de una nada absoluta… Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 8 de Noviembre 2013
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Resulta obvio que la historia del cristianismo primitivo no puede ser comprendida al margen del contexto de su génesis, y por tanto de la historia de las religiones “paganas” contemporáneas. Esta es una de las razones-otras las veremos enseguida- que justifica presentar a aquellos de nuestros lectores que todavía no la conozcan una editorial española cuya labor solo puede merecer elogios y reconocimiento. Me refiero a Signifer, una editorial creada en 1998 por Sabino Perea Yébenes, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Murcia, con el objeto de publicar y difundir obras de investigación científica sobre la Antigüedad grecorromana. Actualmente, Sabino Perea dirige la editorial con la colaboración de Raúl González Salinero, profesor de Historia Antigua en la UNED. Los dos son autores de reconocido prestigio, el primero sobre todo en el ejército romano y en el análisis de los documentos religiosos que reflejan el mundo de las creencias “mágicas” en la Antigüedad (con numerosos títulos, como v. gr. El sello de Dios (Sphragís Theou). Nueve estudios sobre magia y creencias populares grecorromanas, Madrid, 2000; Estampas del cristianismo antiguo, Sevilla: Padilla, 2004; Officium Magicum. Estudios de magia, teúrgia, necromancia, supersticiones, milagros y demonología en el mundo greco-romano, Madrid: Signifer, en prensa); el segundo como especialista en antijudaísmo cristiano, así como en la historia de las persecuciones (El antijudaísmo cristiano occidental (siglos IV y V), Madrid: Trotta, 2000; Las conversiones forzosas de los judíos en el reino visigodo, Madrid: CSIC, 2000; Biblia y Polémica antijudía en Jerónimo, Madrid: CSIC, 2003; Infelix Iudaea. La polémica anti-judía en el pensamiento histórico-político de Prudencio, Madrid: CSIC, 2010; Las persecuciones contra los cristianos en el Imperio Romano. Una aproximación crítica, Madrid: Signifer, 2005 - trad. italiana de 2009, con prólogo de Mauro Pesce-). Es importante señalar la nobleza y el valor que caracterizan a esta empresa editorial: su objeto no es el enriquecimiento de sus responsables (las tiradas son pequeñas, los precios asequibles y el público selecto), sino la voluntad de publicar obras interesantes en función de su mérito intrínseco, con el objeto de prestar un genuino servicio a la cultura. De hecho, una de las características de esta editorial es que no pone cortapisas a los autores en el uso de lenguas antiguas (griego, latín…), lo que permite a todo lector interesado acudir directamente a las fuentes. La editorial, además de una revista especializada en el estudio del ejército romano (Aquila legionis) tiene tres colecciones: 1) monografías, 2) Thema Mundi (que ha tomado el relevo a la anterior colección Graeco-Romanae Religionis Electa Collectio/GREC) y 3) Mikrá (libros de pequeño formato pero igualmente editados de forma cuidadosa). Muchos de los libros publicados tienen como tema el ámbito de las creencias religiosas y mágicas en la Antigüedad, y todos están elegantemente editados (hay incluso un libro dedicado a la figura de Jesús, que muchos quizás no conozcan). Me permito, pues, invitar encarecidamente a los lectores que no lo hayan hecho ya a visitar la página de esta encomiable editorial http://www.signiferlibros.com/ , y a bucear en ella en busca de tesoros.
Miércoles, 6 de Noviembre 2013
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía II Dentro de la doctrina de los pares, presentaba Pedro a Simón Mago como la parte mala precedente. Frente a Simón aparece Pedro como la parte segunda de su par, contemplado lógicamente como el aspecto positivo en la doctrina de los pares. De manera que Simón viene a ser como el precursor de Pedro como el Bautista fue el precursor del Salvador de la humanidad, Cristo. Error sobre la persona de Simón Mago La personalidad de Simón, su actividad y su proselitismo son consecuencia directa de la ignorancia de sus contemporáneos sobre la doctrina de los pares. No comprendieron que Simón era la parte negativa del par. En consecuencia, no descubrieron su verdadera personalidad. El autor de la Homilía traza sus rasgos con indudable dureza. Porque a pesar de que Simón era el enemigo de la humanidad, fue amado por sus seguidores. “Siendo enemigo era aceptado como amigo, siendo la muerte era deseado como salvador, siendo fuego era estimado como luz, siendo impostor era escuchado como quien dice la verdad” (II 18,2). Con estas palabras ponía Pedro las cosas en su sitio tratando de quebrar la fama que rodeaba a Simón por sus hazañas mágicas. Clemente se sintió intrigado ante esta declaración solemne y claramente intencionada de Pedro. Manifestó su intención de conocer al personaje para adoptar la actitud correspondiente frente al enemigo declarado de su maestro. El que se presenta con su personalidad conocida y expresada como “yo, Clemente”, recibió de Pedro la respuesta esperada y deseada. Eran muchos los que habían conocido las andanzas de Simón. Algunos de ellos habían militado en sus errores y amistades. Justa, la prosélita sirofenicia Pedro disponía de un cuadro de testimonios fehacientes de la personalidad del Mago. Podía ofrecer a Clemente un muestrario de excelentes conocedores de las artes malignas de Simón. La primera persona presentada por Pedro es una mujer bien conocida en las páginas del Evangelio. Ahora y aquí queda resuelto el anonimato de los relatos de Marcos y Mateo (Mc 7,25-30; Mt 15,21-28). Se trata nada menos que de la mujer cananea, que llevó a su hija a Jesús para que la librara de la posesión diabólica. Jesús la curó por su fe y su humildad, porque aceptaba las migajas que caían de la mesa de los señores. En esta Homilía se explica la actitud de Cristo como la imposibilidad de emplear sus poderes curativos con los gentiles, cuyas mesas estaban llenas de alimentos impuros. De ahí la mención de los perros en el texto del relato evangélico. La narración de Clemente expresa la misma idea en el sentido de que la cananea se conformaba con participar “como un perro” de las migajas que caían de la mesa de los señores. El caso es que Justa la cananea pasa a ser un personaje de relieve en la historia de la novela clementina. La persona generosa, que compró a los hermanos de Clemente y los rescató de las manos de los piratas que los habían raptado cuando naufragaron, fue precisamente la madre de la niña curada por Jesús. Clemente proporciona detalles interesantes de la vida de la piadosa cananea y de su hija. entre otras cosas, sus nombres de Justa y Berenice. Justa, arrojada por su marido de su casa Justa, convertida a la religión hebrea, fue expulsada por su marido de su propia casa junto con su hija; el marido actuaba llevado de su odio a la religión hebrea. Su piadosa mujer sobrellevó la contrariedad con ejemplar generosidad, permaneció como viuda toda su vida y casó a su hija con un hombre pobre pero religioso. Su comportamiento con sus dos siervos adquiridos de los piratas da fe de la personalidad de esta cananea de nombre latino. En efecto, “compró y educó a los dos niños, y los trató como si fueran sus propios hijos” (II 20,3). Éste es el testimonio literal de Clemente (Pedro): “Justa bien dispuesta para con sus alianzas y disfrutando de bienes abundantes en la vida, permaneció viuda, pero casó a su hija con un hombre pobre favorable a la fe verdadera. Y ella, privada del matrimonio con la excusa de su hija, compró y educó a dos niños, y los tuvo como hijos. Éstos, educados desde niños junto con Simón Mago, aprendieron todo lo relacionado con él. Porque era tan grande su amistad, que incluso concurrían con él en todas las cosas en las que quería unirse a ellos” (II 20,4). Su testimonio no podía ser más útil para las intenciones de Pedro. Su gran enemigo quedaba al descubierto de quienes habían convivido con él y habían conocido sus estrategias y sus engaños. Los dos niños de referencia prestarán a Pedro un servicio impagable. Sus debates con el Mago ofrecían a su gran adversario cristiano el punto de apoyo necesario para refutar las bases de una doctrina plagada de malas intenciones y mezquinas actitudes dialécticas. Puede ser útil la visión de PIERRE GEOLTRAIN, “Roman pseudo-clémentin”, en P. GEOLTRAIN y otros, Écrits apocryphes chrétiens II”, 2005. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Lunes, 4 de Noviembre 2013
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Esta postal tiene dos partes: I. Resumen de la obra que indicaré a continuación (viernes, 1 octubre 2013), y II. Compleción de la síntesis y juicio persona sobre la obra (viernes 8 de noviembre 2013). Deseo indicar también que en esta semana y las siguientes es mi propósito presentar una reseña de 4 libros de Puente Ojea (PO), tres nuevos (2012 / 2013) y otro antiguo, El mito de Cristología,o Madrid, Siglo XXI, 2000, que ha visto su tercera edición en 2013 y que incorpora un importante apéndice de unas 50 páginas con el título “¿Jesús o Pablo?”. Los tres primeros libros son los siguientes: La religión, ¡vaya timo!, Editorial Laetoli, Pamplona 2009, 256 pp. (publicado en colaboración con la “Sociedad para el avance del pensamiento crítico”). ISBN: 978-94-92422-09-8; Crítica antropológica de la religión. Las sendas equivocadas del conocimiento humano, Signifer Libros, Salamanca-Madrid 2012, 2ª edición corregida y aumentada por el autor, 2013, col. Thema Mundi 4, 259 pp. ISBN: 978-94-941137-6-5, y, por último, Ideologías religiosas. Los traficantes de milagros y misterios. Editorial Txalaparta, Tafalla 2013, 319 pp. ISBN 978-84-15313-52-6. Empiezo con el primero, La religión, ¡vaya timo!, que pertenece a una serie, con títulos que tienen como segunda parte el soniquete “¡vaya timo!” (por ejemplo, El creacionismo…; Los ovnis…; La sábana santa…; el yeti y otros bichos…; La parapsicología…; Las abducciones… ¡vaya timo!). Personalmente, en el caso de la religión, pienso que la segunda parte del título puede pecar de desafortunada, ya que gente religiosa y a la vez preocupada por saber o fundamentar su religión, se pueden ver repelidas por la segunda parte del título pensando que la obra es un panfleto, no digno ni de abrirse, ni menos de leerse. Y ¡es todo lo contrario! En general debo decir que toda la serie que lleva el “¡Vaya timo!”, lo es. Espero de todos modos que el mero nombre del autor, Gonzalo Puente Ojea, sirva de valladar a la idea de que pudiera tratarse de una obra superficial o apresurada. Nada de eso. Así pues, respecto al libro de PO, afirmo que se trata de una obra seria, bien argumentada, bien fundamentada con lecturas al día, ordenada y clara a pesar de que en algunos momentos la materia, como al tratar del timo ontológico y la discusión del teísmo creacionista, aborde temas de altura filosófica. En primer lugar define PO qué entiende por “timo”, a saber, el ofrecimiento de un “producto” –en este caso, de la religión— que contiene una concepción de Dios, del mundo, del hombre, del pecado, de la redención y la salvación personal que, en opinión de PO, son entidades hueras y erróneas, y en todo caso con una base probatoria inane de la realidad de su existencia. Se trata, por tanto, de un engaño. El libro tiene cinco partes. La primera trata del “timo antropológico”, es decir, la afirmación gratuita de que la religión nace de una revelación divina. Por el contrario, se argumenta, su base está en el hombre mismo; es decir, el ser humano crea a los dioses y no los dioses a los hombres (Jenófanes de Colofón s. V a.C.; más tarde repetido en substancia por Ludwig Feuerbach). PO estudia muy detenidamente la evolución de los homínidos hasta el homo sapiens sapiens y concluye que desde 30.000 o 40.000 años antes de Cristo hay ya indicios arqueológicos, en los restos de los enterramientos, de una creencia en la vida de ultratumba, lo que implica una cierta religión. En torno a la cuestión de cuál pudo ser su origen, estudia PO muy detenidamente las teorías principales sobre el nacimiento de la religión, por ejemplo, las de R. R. Marett, en obras diversas desde 1904 a 1914, de Fr. Schleiermacher, E. Durkheim,; Max Müller; Gustavo Bueno (El animal divino. Ensayo de una teoría materialista de la religión) de 1976, y especialmente la de E. B. Tylor, Primitive Culture / Primitive Religion, de 1871. PO critica con extraordinaria agudeza las dos corrientes principales dentro de la investigación que intentan aclarar los orígenes de la religión: a) El terror y la admiración ante los fenómenos telúricos y celestes, en cuyo transfondo el humano primitivo percibe la acción de fuerzas o entidades cósmicas dotadas de intencionalidad dirigida a los seres vivos, entidades a quienes reconoce, venera y finamente adora; y b) El ser humano, en el ejercicio de sus comportamientos racionales, enfrentado a fenómenos extraordinarios y enigmáticos surgidos en la naturaleza exterior y en la suya propia (como los sueños en los que el cuerpo está dormido, pero aparece otra entidad, como si fuera un yo superior que vagara libremente por los aires), descubre que su propia subjetividad se compone de dos elementos asociados pero nítidamente separables: un elemento corpóreo y otro incorpóreo. A lo largo de milenios de desarrollo, la parte incorpórea se va definiendo conceptual y funcionalmente como “alma” o “espíritu”, entidades que son independientes del cuerpo mortal, y por tanto como potencialmente inmortal. Con el paso del tiempo también, y en un segundo momento, proyecta el ser humano este concepto de alma/espíritu a entidades no humanas, terrestres o celestes, a las que siente como dotadas de alma / espíritu. Luego, el terror a la muerte y la espontánea veneración, y súplica de favores del ser humano a esas entidades superiores dotadas también de alma / espíritu, forman el resto de la base suficiente para que surgiera –en tal magma-- el sentimiento religioso y luego la religión. Esta teoría b) se denomina “animismo”. PO se declara ardoroso seguidor de E.B. Tylor, su fundador, y sostiene que la posición a) con su hincapié y defensa de la emoción y el pánico ante lo desconocido como productores de la religión se queda en el mero sentimiento, el cual no puede crear por generación espontánea contenidos de reflexión y análisis, necesarios para el surgimiento de la religión. La posición b), sin embargo, sí crea --gracias a que es un producto de la mente y de la reflexión-- las condiciones de posibilidad para el surgimiento de la religiosidad y de la religión, que se inicia cuando el ser humano se persuade de que puede ponerse en contacto con estos espíritus superiores y “negociar” con ellos. El timo surge cuando el ser humano cree que lo que ha surgido de su mente, por muy genial y reflexivo que haya sido tal proceso creativo, es totalmente real. El timo del surgimiento de la religión consiste, pues, en que la gente no cae en la cuenta de que esta escisión “animista”, entre cuerpo y alma/espíritu, es un mero producto de la reflexión humana y, por tanto, sus referentes, el alma inmortal, o el Espíritu Supremo, también inmortal y rector del universo, no son nada en sí mismos, sino meros engendros del cerebro humano. El timo se desarticula cuando se cae en la cuenta de que la religión no es ni revelada ni se funda en la acción directa o indirecta de ningún dios o numen que exija adoración y respeto, puesto que ni la divinidad ni el alma /espíritu existen. Ello prepara para la descripción del segundo timo. Según PO, el segundo timo, el ontológico, que está en la base de todas las religiones, es la postulación errónea de que existen dos realidades: naturaleza y sobrenaturaleza, con su rosario de falsos pares como materia y espíritu, temporal y eterno, etc.. Frente a ello sostiene PO que la ciencia de hoy obliga necesariamente a afirmar la existencia de una realidad única y universal, la de la energía física en sus inagotables formas y manifestaciones energético-materiales. Con otras palabras, PO defiende un monismo materialista muy claro, pues incluso los llamados estados mentales / espirituales sensaciones, percepciones y representaciones sólo poseen identidad existencial en el cerebro, es decir, en los estados cerebrales formalizados únicamente en el sistema nervioso central. A este principio ontológico añade PO un principio epistemológico, también básico, de la inmanencia. Ambos unidos reducen el segundo timo a la nada. El principio de inmanencia es el siguiente: El universo o naturaleza es todo lo que existe; y todo lo que puede conocerse y explicarse tiene que aclararse por lo que hay en el universo. Es decir, no hay trascendencia alguna; no existe un dualismo espíritu / materia, sino una entidad única material, la energía. A este propósito hace PO un breve repaso por la historia de la filosofía, desde el “tiempo-eje” (de Karl Jaspers, en su obra Origen y meta de la historia, vertida al español en Madrid, Alianza, 1985). Este tiempo crucial de la humanidad es el año 500 a.C., pero puede ampliarse hacia atrás y hacia delante un tanto 800-200 a.C. En ese tiempo fue cuando se dio el “corte más profunda de la historia”. En efecto, en torno al 500 o poco antes y después, surgen Confucio, Buda, las Upanishads, Zaratustra, los filósofos griegos, de Parménides a Platón, grandes artistas y literatos,, historiadores como Tucídides, científicos etc. La indagación de PO concluye más o menos con Karl Popper, en nuestros días. PO repasa la profunda intuición de los griegos de que todo es material, y describe luego el triunfo posterior de la metafísica espiritualista a partir de la Escolástica, los engaños de las especulaciones en torno “al ser en cuanto ser”, que son la base de una de las pruebas, la ontológica, de la existencia de Dios (que será la base del timo teológico, como veremos) y otros problemas filosóficos conexos, hasta llegar al pensamiento de nuestros días. La conclusión de PO es que, contemplando toda la historia de la filosofía y del discurrir humano, los enunciados de orden sobrenatural, como alma, Dios, Hijo de Dios, encarnación, Trinidad, etc. deben ser considerados meros enunciados, “infalsables” (terminología de K. Popper: no es científico aquello de lo que no pueda demostrarse que puede ser falso, aunque sea sólo de un modo teórico), etéreos, no identificables en realidad y sin significado alguno material o mentalmente, Según PO no existen, no son nada y sólo sirven –como timo ontológico—para preparar el suelo al mito teológico. El tercer timo, el teológico, es un paso adelante sobre la base de la demostración del anterior y, dicho en pocas palabras, consiste en la difusión del teísmo creacionista como una verdad inapelable: un Dios que crea el mundo desde la nada. PO examina al respecto las pruebas de la existencia de Dios y el contraste entre la explicación científica del universo y las aclaraciones teológicas, desde los orígenes de la reflexión, en el libro del Génesis, hasta el denominado “diseño inteligente”. Examina luego el estado actual de la ciencia física teórica acerca del origen del mundo, el Big Bang, sus antecedentes y consecuentes. Pone de relieve PO cómo la ciencia de los últimos años es capaz de presentar, sin asomo de duda razonable y sobre una base matemática, los hitos cosmológicos que suponen el origen del universo. Expone luego PO las tres posibles teoría filosóficas que pretenden dar razón del fenómeno, teísmo, panteísmo, ateísmo, entre las que escoge la última opción. Finalmente expone las debilidades de la teoría de la “experiencia religiosa personal” como “desesperado y último recurso de la fe”, que sirve para eludir tanto el argumento metafísico (revelación histórica, dogma) como el estrictamente científico, basado en la eternidad de la energía. Seguiremos Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 1 de Noviembre 2013
Notas
Hoy escriben Andrés Torres Queiruga y Antonio Piñero
Elimino solo la parte de carta personal de su respuesta y distingo entre lo escrito por mí y la réplica de Torres Queiruga. --En esta parte expositiva obvia TQ abordar, al menos en este libro, el grave problema del Dios del Antiguo Testamento, iracundo, celoso, vengativo, sangriento, castigador. Alguien habría deseado alguna explicación del porqué de esta eliminación. ¿Se pueden elegir en la Biblia los textos que convienen, y eliminar los que no, conforme a un criterio de revelación continua que conduciría a este resultado? Sería como la antigua teología protestante respecto al Nuevo Testamento que señala la necesidad de establecer un canon dentro del canon. En palabras de Lutero: el canon es “Was Christum treibt”, lo “que impulsa a Cristo”. TQ [Lo he hecho de modo expreso en otras ocasiones; incluso en un libro desde el título (nacido de una discusión con Bruno Forte): “Del ‘Terror de Isaac’ al ‘Abbá’ de Jesús”. Ya ves que no lo obvio en sí. De todos modos, me extraña que tropieces en esa dificultad, como filólogo fino que eres y no carente de sentido histórico. No soy de los que echo pestes marcionitas contra el Dios del AT, aunque tampoco ignoro los horrores que se le atribuyen. Lo que me parece innegable es que en esa tradición milenaria hay un claro progreso –jalonado con las inevitables recaídas de todo proceso histórico— hacia lo que me gusta llamar “el Dios de Jesús”, es decir, hacia la visión honda que él logró, gracias desde luego a todo lo que recibe, pero llevándolo más allá desde su experiencia personal. Yo lo cifro repetidamente en: amor infinito y perdón incondicional. Bien sé que tampoco en lo que ha dicho Jesús, incluso críticamente depurado, es todo oro reluciente y coherente con esta intuición de fondo. Pero tú, que practicas la hermenéutica, sabes muy bien que no todo lo que pensamos o decimos se sitúa al mismo nivel y que el sentido último de nuestras diversas afirmaciones debe juzgarse desde lo más hondo y decisivo de nuestras convicciones. Y, sí, apuntas muy bien –curiosamente ya en mi tesis sobre la evolución del dogma (1968-1973) traté largamente el tema— que eso implica algún tipo de “canon dentro del canon”. Creo que es inevitable, si de verdad queremos comprender a alguien. Pero creo también que, atendiendo a las parábolas, al estilo y a la conducta del Nazareno, esos puntos –amor y perdón, y aplicación a nuestra vida—son el núcleo más genuino de lo que Jesús vivió y quiso transmitir acerca de Dios]. inventa un neologismo, la “pistodicea”, la moderna teodicea, o “defensa de Dios con argumentos de fe”, que se encarga de mostrar la coherencia de creer en Dios a pesar de la existencia del mal. TQ [Se ve que no has podido estudiar mi libro sobre el mal, y no pretendo que debas hacerlo. Pero si lo leyeses, verías que el neologismo fundamental que introduzco –le gustó a Aranguren cuando lo propuse por vez primera en diálogo con Muguerza— es la “ponerología”. A ti no preciso explicarte el significado, pero sí el del propósito de introducir un neologismo: que es justamente introducir el mal en la discusión filosófica,previa a toda adscrición religiosa o no religiosa. Ahí trato de mostrar que, efectivamente, el dilema de Epicuro (que tomo muy en serio) está mal planteado, porque él no podía ver lo que nosotros vemos en un mundo secular: que el mito de un mundo-perfecto es eso, un mito de la imaginación que no soporta el trabajo del concepto. Si un círculo no puede ser cuadrado, porque una cualidad excluye necesariamente la contraria (omnis determinatio est negatio: Spinoza), pensar un mundo sin conflictos, choques y “males” es pensar un imposible, un absurdo (aunque en la complejidad del mundo sea más difícil verlo que en el esquematismo de círculo-cuadrado). De hecho, cuando no discutimos de esto, tengo la seguridad de que todos estamos convencidos de esa contradicción, pues nunca puede llover a gusto de todos ni se puede sorber y soplar al mismo tiempo… Insisto en este punto: no quiero pensar eso porque creo, sino que creo porque (también) pienso eso. Esto enlaza con:] Si esto es así, me parece que la pregunta es obligada: si el mundo sin mal es imposible, ¿por qué y para qué creó Dios el mundo? El Uno/Bien/Amor/Persona, según TQ, es un ser perfecto, en su magna paz y quietud. ¿Tenía alguna necesidad de crear el mundo? Ninguna, porque en Dios es imposible carencia alguna. ¿Por qué lo hizo a sabiendas de que, a pesar de todo su amor, iba a crear una cosa que contenía necesariamente el mal TQ [Tienes razón y me alegro que lo digas, porque ahí, sin escapar al problema, es justamente donde yo lo reconozco y planteo de modo expreso. Y reconozco asimismo que en toda respuesta hay una fuerte implicación existencial. ¿Valía la pena? ¿Vale la pena el mundo? Desde luego, si el mundo-perfecto fuese posible, me negaría a aceptarlo. Siendo imposible, el dilema queda, como bien subrayas, en crear o no crear…; concretando ya: en traer hijos al mundo o no traerlos, en si uno cree que le vale la pena existir o no… Aquí estamos todos embarcados y debemos dejar que se cuestione nuestra respuesta, en principio tan discutible una como otra (aquí está la pistidicea): ¿es más coherente creyendo en Dios o creyendo que no existe? Claro que esta no es la única razón de creer en Dios, pero puede ser una (En el libro dedico a este punto —si malum est, Deus est?— muchas páginas que no considero las menos originales de la bibliografía sobre el mal, dicho modestamente…). Y desde luego, doy por supuesto que Dios crea sólo por amor; si crease por alguna necesidad, no sería Dios (aquí se abre un tema fascinante: yo pienso que un pensador puede o no descubrir a Dios, y lo respeto; pero si lo descubre, pienso que es filosóficamente mostrable que Dios sólo puede ser amor… Esto forma parte de lo que subyace en el capítulo acerca del Dios de los filósofos). Sigue…] --¿Implica necesariamente el concepto de finitud del mundo que, por ejemplo, el sistema meteorológico del universo esté tan mal organizado, produciendo daños y dolores sin cuento? Con catorce mil millones de años y la omnipotencia –diría Bertrand Russell-, ¿no podría un creador amoroso haber hecho que todos los martes y jueves, por la noche, de dos a cinco lloviera mansamente sobre la tierra? Un creador amoroso ante su obra necesariamente finita, ¿se veía necesariamente obligado a crear el ser humano con esa potente inclinación al mal, como dicen los rabinos, de modo que una gran parte de la humanidad estuviera casi genéticamente dispuesta a comportarse cruelmente contra la otra? Y así podríamos seguir ad infinitum para concluir que no hay necesidad ninguna para la creación de un universo finito en las condiciones en las que ha sido creado. TQ [Con todo respeto para Russell, que en la crítica del cristianismo no gastó demasiado su inteligencia… (¡qué diferente su compañero de lógica Whitehead!), esas tonterías ya las había adelantado Alfonso X, el Sabio (se ve que no tanto), diciendo que si él estuviese allí cuando Dios creó el mundo, ya le daría unos buenos consejos. --¡Podre mundo!, pienso yo. De verdad que pensar así, sin un mínimo de examen de la concreción posible, me parece poco digno de discusión]. --TQ respondería que la revelación es historia, que Dios actúa en la historia revelándose continuamente como si esta historia fuera una partera maravillosa que nos lleva al conocimiento de Dios y de su revelación. Por ello, no hay silencio de Dios: “Lo maravilloso está en cómo, a pesar de ese aparente silencio, puede haber alguna comunicación; cómo, salvando el abismo de la diferencia infinita, logra Dios hacerse presente en la vida y en la historia” (p. 17). Para mí es toda esta argumentación una petición de principio, si uno no acepta el Dios bíblico aun refinado por la teología. Para un creyente, empero, es de validez. Pero hay que creer en ello previamente. TQ [Tan petición de principio… como sostener lo contrario. Yo en el libro de la revelación –y ahí, sí, con tus conocimientos y tu competencia, creo que deberías tomar en serio la argumentación. No pretendo que me dés sin más la razón, pero creo que merecería la pena que mi “mosca” tomase más en serio examinar si de verdad hay algo donde picar o no. Te repito lo dicho a propósito del mal: sin negar que todos pensamos –creo que por fortuna— un poco circularmente, no tiene por qué ser en círculo vicioso. A estas alturas de mi vida, no acepto al Dios bíblico porque creo, sino que creo porque pienso que es profundamente razonable aceptarlo. Me atrevo a afirmar que, si las cosas fuesen diferentes, si me encontrase una tradición elaborada a lo largo de más de mil años y que no tuviese la mínima mancha, fallo, incongruencia e incluso aberración, me resultaría increíble… a lo mejor hasta acudiria a la hipótesis de una fabricación por monjes mediavales…, aunque los vería tan geniales, que a lo mejor me sentiría obligado a creer en ellos…]. --Pero, opino, también ocurre lo contrario, la mayoría de las veces; hay que partir de demasiados presupuestos para no desesperarse. Respecto a las tres metáforas que transcribimos arriba, implican presupuestos que no me parecen demostrables, a saber, que “Dios es idéntico en la diferencia y diferente en la identidad”; “que Dios es amor, comprometido, entregado, compañero”; que Dios “es fascinante pero no terrible”; que Dios es “más fuerte que el mal”; que Dios es “plenitud fecunda más allá de la reducción machista”. Todo me parece bellísimo, ¿pero cómo puede creerlo un hombre racional sin haber aceptado previamente que es así? TQ [Me alegra que te parezca bellísimo. En el fondo, no es mal argumento: pulchrum et verum convertuntur… Pero claro está, hay demasiados presupuestos –igual que los hay en la opinión contraria--; sin embargo, son pre-supuestos examinados muy detenidamente en otros lugares, en el estilo de lo que te decía a propósito del mal y del Dios-amor]. Este “dinamismo profundo” que emerge y “culmina” (p. 31) en Jesús de Nazaret. Sinceramente, desde el punto de vista histórico-crítico, no me lo creo, ya que considerar a Jesús como el primero y más sublime feminista de la historia es absolutamente imposible críticamente. Que Gálatas 3,8 --“En Cristo no hay varón ni mujer”-- suponga en Pablo una igualdad absoluta es cierto, pero sólo desde el plano cristológico; de ningún modo desde el plano social. Ni Jesús ni Pablo tienen una sola palabra al respecto. Mutatis mutandis, hacer este tipo de afirmación es como obtener de la bonhomía de Jesús y del enunciado de Pablo en Gálatas 3,28 la conclusión de que los dos fueron, por un “dinamismo emergente” en el fondo los paladines primeros y supremos de la abolición de la esclavitud!! TQ [Jamás habrás podido leer en mí ese disparate de “Jesús como el primero y más sublime feminista de la historia”. Ni lo pienso, en absoluto. Pero sí estoy convencido de que puso las bases —con su Abbá de amor infinito, viendo a todos y todas amadas por él como hijas e hijos— para que nosotros, en otra cultura, con nuevas experiencias y en circunstancias más propicias, tengamos la lucidez y el coraje de sacar las consecuencias. Servatis servandis, esto vale de Pablo. Pienso como tú que él no vio —ni podía ver— todas las consecuencias de lo que afirmaba; pero puso el huevo. No hace falta decir que Jesús y él hayan sido “los paladines primeros y supremos de la abolición de la esclavitud”, para comprender que algo, mucho, han influido, y sobre todo, para ver que a los que los leemos hoy nos desafían para que saquemos a fondo las consecuencias…, que tampoco lo hacemos a pesar de todo: ¿quién de nosotros tiene la conciencia tranquila de respetar de verdad en su vida la igualdad radical que, aun así, reconocemos intelectualmente? Saludos cordiales. Antonio Piñero
Martes, 29 de Octubre 2013
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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