CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Notas

El mito de Cristo  (I) (478)
Hoy escribe Antonio Piñero

En esta semana y la que sigue, si no surge inconveniente, es mi propósito hacer una breve reseña del tercer libro de Gonzalo Puente Ojea (GPO) de los cuatro que prometí ocuparme. Se trata de la tercera edición del 2013, remodelada, de un pequeño librito, que tiene solo 78 pp., del año 2000, editado por Siglo XXI de España, cuyo título es el mismo de esta postal, y que aparte de sus retoques va acompañado de un interesante apéndice de unas sesenta páginas, titulado “¿Jesús o Pablo?”. Incluida la bibliografía del libro y el texto del Apéndice son 139 pp. ISBN: 978-84-323-1647-0. Dejaré para la semana que viene el análisis de este Apéndice.

GPO indica en su “Prefacio” que tanto el autor como el lector han de hacer gala de buen sentido, sano razonamiento y atenta lectura de los evangelios canónicos (sólo cita de pasada el Evangelio de Tomás gnóstico y a propósito de la obra del “Jesus Seminar”) y que su propósito es demostrar que la figura y acciones del “visionario conocido como Jesús de Nazaret”, de cuya existencia no debe dudarse, fueron las propias de un “simple ser humano” sin la menor connotación divina. Manifiesta el autor que intentará poner de relieve que los seguidores del Nazareno transformaron radicalmente a un artesano galileo --en sí “ofuscado por el mito tradicional judío”, formado durante siglos, de un reino de Dios en la tierra de Israel-- en un Hijo de Dios, consustancial y coeterno con el Padre, cuyo sacrificio redime un pecado original y sus consecuencias, a fin de “aplacar la cólera de un Dios vengativo e implacable”. Esta transformación creó, desde el punto de vista del estricto monoteísmo judío, un “doctrina blasfema y sacrílega”, la Trinidad, que generó un “abismo insondable entre judaísmo y cristianismo” (p. 9).

El cap. I “Secreto mesiánico y saltus cristiano” señala que el inicio de esta transformación del Jesús histórico en una futura segunda Persona de la Trinidad se halla sin duda en los evangelios canónicos, en concreto en el primero de ellos cronológicamente, el de Marcos. Los evangelistas dependen todos, sin excepción, del punto de vista paulino (cuya exposición pormenorizada no es necesaria en este librito ya que coincide con la dogmática eclesiástica y el creer común entre los cristianos cultos que saben algo de su religión). Según GPO, el primer “salto” de la realidad a la especulación teológica se produce al “otorgar autenticidad a lo que no es sino una ficción, el secreto mesiánico”, según el cual Jesús había previsto, asumido y anunciado secretamente a sus discípulos el martirio de su muerte expiatoria y su resurrección al tercer día.

Pero, tras un análisis concienzudo de los Evangelios, se ve que el “secreto mesiánico” es un instrumento literario inventado por Marcos para explicar cómo el verdadero mesías de Israel pudo acabar como acabó. En primer lugar, los datos evangélicos permiten presumir con estimable seguridad que el mesianismo de Jesús se ceñía fundamentalmente a la concepción tradicional del mesías-rey davídico, terrenal-político-guerrero, que no incluía para nada el fracaso y menos la resurrección. En segundo lugar, la obstinada incredulidad de los discípulos que no aceptaban de ningún modo el hecho de la resurrección de Jesús –sobre todo teniendo en cuenta que el último anuncio de ella , Mc 10,32-33, había sido hecho por el propio Jesús muy cerca de su pasión-- indica que tales anuncios no fueron otra cosa que vaticinios “ex eventu”, es decir, generados después de la muerte y la creencia en la resurrección del Nazareno, y no un hecho auténtico. Por otro lado GPO señala que en el primer anuncio --Mc 8,27-31, a pesar del enfado del Maestro con Pedro, a quien denomina Satanás-- Jesús no rechaza el título de mesías.

La brecha entre la esperanza judía y la fe postpascual es de tal entidad que los evangelistas y teólogos durante siglos se han esforzado por rellenarla por medio de buscar en el Antiguo Testamento los antecedentes del mesías cristiano. GPO (p. 16) ve aquí una “clamorosa petición de principio” en el mito del Cristo celeste, pues “la resurrección fundamenta la divinidad de Jesús y esta garantiza la verdad de la resurrección”. GPO se defiende de Manuel Freijó, en su obra , de 1997, p. 69, en donde se dice que “GPO, siguiendo a W. Wrede afirma que el secreto mesiánico es la columna vertebral de la cristología de la Iglesia”. Por el contrario, GPO sostiene que “su exégesis del secreto mesiánico nada tiene que ver… con la elaborada por Wrede… puesto que éste defendía que la ficción del secreto mesiánico… de Marcos se propuso adjudicarle gratuitamente a Jesús una conciencia de mesianidad que nunca tuvo” p. 74). Este fue el gran error de Wrede, que invalidó todo su descubrimiento del artilugio literario del secreto mesiánico.

En el cap. II “Perspectiva mesianista” compara GPO la concepción del reino de Dios de Juan Bautista y de Jesús dentro del marco de la escatología judía tradicional y sostiene que ambos predicaban un Reino que era una entidad totalmente real y por supuesto política. Que el Reino de Dios fuera ante todo un movimiento ético e interior es un error en el que, según GPO, cae incluso Flavio Josefo, pues éste sostiene que el Bautista era ante todo un “predicador de la virtud de la justicia y de la piedad”, y que las masas se encendían ante esa predicación de tal modo que estaban dispuestos a seguirle donde fuere e incluso a suscitar una revuelta. GPO, tras los pasos de Gogel, afirma que Flavio Josefo dice mucho e interesante, pero “calla también mucho”, ya que una predicación meramente ética jamás suscitaría una revuelta. Por tanto el reino de Dios y consiguiente Juicio Final proclamados por Juan Bautista y Jesús se situaban en el marco de un “mesianismo radical y escatológico, con su indisociable postulado de transformación política, social y económica”. Por ello un Cristo pacífico, totalmente ajeno a la política de su tiempo, volcado en la mera ética, es inverosímil y mítico.

Respecto a Jesús y la violencia de las armas, GPO opina (p. 25) que Jesús “no fue un guerrillero ni un terrorista celota”, pero que tampoco criticó la violencia. Ciertamente promovió el arrepentimiento total y esperaba una actitud de entrega radical a Dios que fuese determinante en el desencadenamiento de “una acción divina que instaurase el Reino”, pero en los “relatos evangélicos se recogen hechos e indicios inquietantes que apuntan a una violencia física explícita o soterrada”. Tras los pasos de Brandon, Schonfield y Maccoby recoge GPO unos quince hechos o indicios que apuntan a un Jesús al menos no opuesto frontalmente a la violencia. Son los siguientes: “purificación” del Templo, el temor a una revuelta del pueblo si se apresaba a Jesús; Getsemaní y su lucha; título de la cruz y crucifixión; los dos “bandidos” que crucificaron con él”; la consciencia que si Dios quería 12 legiones de ángeles lucharían contra los romanos; un discípulo celota, Simón “cananeo” y otros que no hacían ascos a la violencia: Boanerges o hijos del trueno, etc. Pero a partir de Mt 26,52 y Lc 22,51 (el que usa la espada morirá por la espada; curación de la oreja de uno de los que habían salido a prender a Jesús) los textos cristianos de los Evangelios presentarán a un Cristo pacífico, que muere injustamente de modo que “se cumplan las Escrituras”. GPO señala que los evangelistas son incapaces de citar un texto de la Escritura que resista hoy la navaja de la crítica.

En el cap. III (“Reino de Dios, utopía político-religiosa y reconversión espiritual”) critica GPO que la naturaleza espiritual y a la vez material, religiosa y política del Reino mesiánico anunciado por el Jesús histórico “ha sido totalmente desalojada por la exégesis eclesiástica del Nuevo Testamento” (p. 29). El mesianismo de Jesús era real y davídico, es decir, su intención era “liberar al pueblo, congregar a los judíos de la Diáspora, vengar a Israel y actuar como juez mortal de sus enemigos”. Insiste GPO que para contrarrestar la figura paulina y eclesiástica contraria, se han de explicar los aspectos materiales del Reino (“Recibir el céntuplo ahora en este tiempo… casas… campos… hermanos… hijos y la vid eterna en el siglo venidero”: Mc 10,30). Igualmente señala GPO el carácter de inminencia del Reino; critica la noción antihistórica de la “escatología ya realizada”, unida a la noción de que el Reino ya ha llegado, “el Reino ya presente” en este mundo de C. H. Dodd y W. G. Kümmel, de modo que, por el análisis crítico, quedan “invalidados todos los intentos apologéticos de situar el comienzo efectivo del Reino en un tiempo indefinido y en los corazones” (p. 33).

El cap. IV “Radicalismo ética escatológica y esperanza mesiánica” es una crítica acerba de GPO a todos los intentos modernos, incluso de estudiosos judíos como G. Vermes, de “desposeer a Jesús de todo dramatismo”. En esta sección critica la postura del Jesus Seminar, encabezado por Funk, Crossan y Mack en el que Jesús queda reducido a un mero predicador ético al estilo de un filósofo cínico. Por otro lado afirma GPO que no está nada mal, en la tarea emprendida por el Jesus Seminar, la crítica radical de fuentes que reduce los dichos auténticos de Jesús a solo un 18% de los que aparecen en los Evangelios canónicos. Eso debe saberlo la gente de a pie. Pero a la vez se opone GPO a “exonerar a Jesús de los ingredientes míticos” judíos con los que forjaba en su mente cómo iba a ser el advenimiento del Reino; critica la visión luterana y existencial de R. Bultmann y sus epígonos, y con A. Schweitzer y mucho después con H. Maccoby y otros, pone de relieve el “radicalismo de la ética escatológica que Jesús impuso a los destinatarios del Reino en las vísperas de su inauguración” (p. 40), es decir, el desprecio absoluto por el dinero, la familia y el trabajo, que “nada tiene que ver con la doctrina social de la Iglesia”, ya que se regía por “categorías judías de mesianismo escatológico”.

El amor al prójimo (incluso a los enemigos privados (latín inimici) y públicos (hostes) cuando se acercaban y se tornaban en “prójimos” como demuestra la parábola del buen samaritano), estaba indisolublemente ligado a una ética “agónica”, de “hostilidad y lucha ideológica contra los enemigos del Dios de Israel, saduceos, alto sacerdocio, herodianos, algunos sectores de los fariseos y escribas, ocupantes romanos”. “Los relatos evangélicos están saturados de actitudes y palabras inmisericordes y atroces contra los enemigos públicos del Reino escatológico-mesiánico” (p. 44). Jesús se opuso radicalmente a pagar el tributo al César, con un inteligente truco que evitaba responsabilidades políticas ante los ocupantes romanos y que estaba centrado en la moneda que llevaba la efigie del César, por lo que podía tomarse como algo que pertenecía a él. Pero “el tributo no era la moneda, que era un simple medio de pago, sino el acto de sumisión personal a alguien que no es el Dios de Israel”. El truco tuvo éxito ante las autoridades… y hasta hoy día, que se entiende al revés de lo que pretendía Jesús. Finalmente defiende GPO que Jesús no fue jamás un predicador universalista, aunque se pretende que aparezca así en algunos pasajes evangélicos. El mito supremo al respecto se halla en el Evangelio de Juan 1,36: “Mi reino no es de este mundo”.

En el cap. V Pablo de Tarso GPO dibuja la figura del Apóstol “como el verdadero arquitecto de misterio cristiano”. A él le siguió la dogmática cristiana que “anatematiza con furor toda explicación de la exégesis cristiana que concluya registrando la ruptura entre el Cristo paulino y el Jesús de la historia” (p. 55). GPO hace un elogio de la obra de Hyam Maccoby, a quien proclama como “lectura indispensable” respecto a este salto teológico entre Jesús y el Cristo celeste, a la altura de Alfred Loisy, Rudolf Bultmann, Samuel G. F. Brandon y Geza Vermes.

Los puntos es los que destaca la labor creativa de Pablo –convencido desde luego de haber recibido su reinterpretación de Jesús por medio de revelaciones personales—son:
• El secreto mesiánico;
• La función y figura del Cristo celeste, como Hijo óntico del Padre enviado al mundo para lograr la redención;
• la construcción de un modelo para la salvación del ser humano (fundado en la fe en el Mesías) que nada tiene que ver con la doctrina del Jesús de la historia (una salvación fundada en la observancia de la ley de Moisés y la preparación para le entrada en el Reino por medio del arrepentimiento y la entrega total del corazón a Dios);
• El haber puesto la semilla para que sus seguidores los evangelistas aplicaran a la pasión y futuro señorío del Mesías celeste la plantilla de interpretación formada, por un lado, por el Siervo sufriente de Isaías, y por otra la creación del título Hijo del Hombre;
• La interpretación de una cena escatológica de despedida del Jesús histórico a la que convierte en Cena del Señor con elementos místicos de unión con la divinidad, que con el tiempo dará pie a la doctrina de la transubstanciación, hasta llegar a la conclusión de que “el creador de la eucaristía cristiana es Pablo” (p. 63) y
• En conjunto de todos los rasgos sobrenaturales de Cristo celeste.

El breve cap. VI se titula “La resurrección. La esencia del mito”. En él analiza GPO el valor de las apariciones tal como las cuenta Pablo en 1 Cor 15, y declara que el valor histórico es nulo, al igual que el intento de los evangelistas “quienes se impusieron la tarea de anclar este hecho milagroso en detalladas referencias testimoniales”, que naturalmente tampoco poseen valor histórico y que son contradictorias. Incide en que el origen de la creencia de la resurrección está en las mujeres del grupo y destaca el valor de María Magdalena, cuyo testimonio ha sido alterado por la tradición. Aquí resalta GPO el valor de este personaje, pues los testimonios en torno a María Magdalena y su relación con la resurrección y las apariciones sólo se explican por un transfondo histórico de especial relación entre María Magdalena y el Jesús histórico, luego “acallado por la Iglesia posterior”, y acepta con muchas dudas e interrogaciones que pudo ser la “compañera o esposa de Jesús” y que estuvo muy relacionada con el Discípulo amado (p. 69).

La creencia en la resurrección es la base para que Pablo insinúe en Flp 2,6ss --en contra de una creencia en una exaltación de Jesús a Mesías y Señor en Hch 2— la posibilidad de que el Cristo celeste fuera preexistente (p. 65), y concluye con J. K. Elliott que “la resurrección de Jesús fue un suceso solo en las mentes y vidas de los seguidores de Jesús.., y no puede ser descrita como un acontecimiento histórico” (p. 70). El capítulo concluye que la creencia en la resurrección hace que la aventura del Jesús antes de su muerte se convierta en la perspectiva teológica del Cristo post mortem, con lo se “culmina una ominosa inversión ideológica”.

La resurrección genera una fe nueva con dos cortes esenciales: A.: El corte epistemológico: el fundamento del saber no descansa en los hechos y dichos, la vida en suma, del Jesús histórico, “sino en la fe subjetivo de supuestas experiencias milagrosas de un Cristo resucitado”; y B.: El corte teológico: “el mesías judío que anunció la inminente instauración en Israel del reino de Dios…es sustituido por el Cristo celeste de la fe, que se encarnó en hombre según un plan divino para expiar el pecado colectivo de la humanidad… un Cristo consubstancial y coeterno con el Padre” (p. 71). Con G. Vermes, en su obra La religión de Jesús el judío, sostiene que “el Jesús histórico, el judío, habría podido subscribir las tres primeras proposiciones y las dos finales del credo niceno-constantinopolitano… pero sin duda habría quedado desconcertado por las veinticuatro proposiciones restantes” (p. 56).

En VIII. “Reflexión final” (pp. 73-78) ataca sin piedad GPO la llamada “cristología implícita”, que sostiene que Jesús, ciertamente, no se proclamó a sí mismo divino tal como lo pinta el credo, pero que sus hechos y palabras suponen que sí estaría de acuerdo con el futuro credo, sólo que en su vida terrenal no había llegado el momento oportuno de revelarse totalmente como divino conforme al designio eterno de la divinidad. La evolución posterior de la cristología no es un invento teológico, sino que se ancla sólidamente en esta misma cristología implícita que el Nazareno llevó a cabo en silencio y discreción. GPO opina que toda esta teoría es un mero “subterfugio verbal” para eludir la “patente falsedad de los textos evangélicos que transmutan el Jesús de la historia un Cristo de la fe”. Esta cristología implícita no es otra cosa que “hacer mediocre literatura de edificación piadosa y tiende a confundir al auditorio”. GPO la denomina también “teología light”, que es un “género eminentemente literario (no histórico) de indigente sustrato racional puesta al servicio de una fe religiosa que satisface un cierto número de necesidades ideológicas…; es una teología que elude entrar en el análisis de las peculiaridades de los textos básicos” (del Nuevo Testamento)…; el análisis histórico científico queda descartado por este tipo de teología por ser “un prurito racionalista incompatible con la revelación como Verdad máxima e incontestable” (p. 77).

En mi próxima postal que tratará sobre el Apéndice “¿Jesús o Pablo?” según GPO, me extenderé en alguna consideraciones sobre este libro en su conjunto. Pero ya adelanto, que aparte de ciertas disonancias verbales, yo estoy muy de acuerdo con las tesis de fondo, a la que haría solo algunas precisiones. En líneas generales la investigación no confesional ha llegado de un modo casi universal a estas conclusiones por vías independientes y autónomas, por lo que deben ser tenidas en cuenta. Hay que discutir las razones y dejar aparte cualquier tipo de sentimiento que vaya unido a la expresión verbal de ellas.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com


NOTA:

El Dr. D. Alberto Quevedo, que colaboró conmigo en la edición de los Textos coptos. Biblioteca de Nag Hammadi (Trotta, Madrid ª ed. de 2011) ha creado una página web

www.aula-coptica-barcinonensis.org

en donde se da información de todo lo que se hace en España y fuera de ella en los estudios coptos, especialmente en el campo de la filología y traducción de textos (congresos, cursos, conferencias, nuevas publicaciones), aunque también en el ámbito del cristianismo oriental antiguo. También tiene un apartado para informar de todas las publicaciones que hemos llevado a cabo en la esfera de la lengua copta.

Si alguien tiene interés...

Viernes, 27 de Diciembre 2013


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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