Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Confieso que me he puesto a leer este libro por un triple interés, fácil de suponer para el que haya seguido un poco la trayectoria del autor. En primer lugar porque Küng es un hombre de vastísimas lecturas y amplísima experiencia de intercambios intelectuales con gentes de gran valía que han escrito o pensado mucho acerca del tema de este libro, Jesús. En segundo porque este es un libro sobre el tema que tiene todos los visos de ser el producto de toda una vida de reflexión, un libro generalista pero con ideas claras que resumen la reflexión de muchos años. Tercero, porque el autor es harto habilidoso para dar la vuelta a los argumentos de la crítica no confesional a interpretaciones sobre el Jesús histórico que van en contra de la tradición. Y es así en las tres cosas. En este sentido no defrauda el libro en absoluto. Otra cosa es que desde el punto de vista histórico-crítico no haya que discutir diversos puntos de vista del autor. El libro está publicado por la Editorial Trotta, de Madrid en 2014. 215 pp. ISBN: 978-84-9879-505-9. Küng parte de la idea de que ofrecer una visión sobre Jesús en estos tiempos sólo es válida desde el punto de vista de la historia, del Jesús histórico; y añade que esta tarea es necesaria para los miembros de la Iglesia, porque hay muchas concepciones sobre Jesús que no son de recibo. Se ve con toda claridad si se compara lo que ofrece una buena imagen del Jesús que vivió realmente en el Israel del siglo I y la que representa la Iglesia hoy, la institucional con su jerarquía (¿Cómo se compaginaría una solemne misa pontifical en San Pedro, el Vaticano, con lo dq fue y representó Jesús en el siglo I?) Quizás la animosidad contra Ratzinger/papa emérito Benedicto XVI que aparece en el Prólogo vaya en parte en esa línea. Küng sostiene que su obra (tanto “Ser cristiano” como “Jesús”) se edifican en diálogo con la exégesis histórico-crítica, teniendo en cuenta “de manera rigurosa sistemática los hallazgos surgidos de la crítica del Nuevo Testamento”; por el contrario, la de Ratzinger ignora sus resultados incómodos para el dogma” (p. 11). En consecuencia, para Küng Ratzinger construye un Jesús “desde arriba”, partiendo de la dogmática de los concilios helenísticos de los siglos IV y V (Nicea; Éfeso; Calcedonia). Nuestro autor, por el contrario, construye un Jesús “desde abajo”, desde el modelo del Nuevo Testamento. El resultado: los libros de Ratzinger presentan a un Jesús fuertemente divinizado, mientras que el de Küng es una elaboración del Jesús histórico, del que estudia ante todo su “dramático conflicto fundamental con la jerarquía religiosa y la piedad farisaica… con todas sus consecuencias” (p. 12). ¿Es cierto que Küng logra ofrecer una imagen que está de acuerdo con los hallazgos surgidos de la crítica del Nuevo Testamento? Personalmente lo pongo en duda. Opino globalmente, en una estimación general de su libro “Jesús”, que su imagen tiene enfoques novedosos y concordes con la crítica. Pero, por otra, su dibujo de Jesús contiene medias verdades y está fuertemente influido por la reflexión teológica, como pondré de relieve en algunos puntos. ¿Acaso considero que la reflexión teológica es mala en el caso de una exposición sobre Jesús? Podría no serlo, pero de facto sí me parece que interfiere a la hora de dibujar a un Jesús con todos los rasgos de los evangelios. Por ejemplo, la mirada teológica, sobre la que pesa la tradición, hace que no se preste la debida atención al “material furtivo” acerca de un Jesús más implicado en la socio-política de su tiempo, radicalmente opuesto al domino de Roma, rodeado de discípulos violentos y a veces fanáticos, un Jesús que no predica solamente la gracia y el amor de Dios. En este apartado aparece de nuevo la drástica y consabida oposición entre Juan Bautista y Jesús: el primero es el austero y triste predicador del juicio; el segundo es el proclamador del amor y de la gracia… Pero este punto de vista generalizado oculta que Jesús es también el predicador del más severo juicio contra aquellos que no aceptan su concepción del reino de Dios. Todo ello tiene importancia si es que, ya desde el prólogo del presente libro, afirma el autor que él procede de manera rigurosa y sistemática a construir su imagen de Jesús sobre los hallazgos de la crítica. Desde luego, no todos los hallazgos, ni mucho menos. Otra de las bases del libro de Küng es la contraposición –verdadera-- entre el Jesús histórico como base del cristianismo (ciertamente no habla el autor expresamente de “fundador”) y lo que sabemos de otros “fundadores” de religiones de alcance mundial, sobre todo de Buda, Confucio y Lao-Tse. Del Jesús histórico –sostiene Küng con acierto-- podemos afirmar en principio que no es un mito, puesto que hay testimonios sobrados de que fue un hombre real, que vivió en un tiempo muy concreto y en una zona geográfica muy determinada, en espacio y en tiempo. De Jesús de Nazaret tenemos incomparablemente más datos históricos seguros de los fundadores de las grandes religiones asiáticas, Buda Confucio, Lao-Tse. Además, una comparación simple de tradiciones, afirma Küng, nos muestra que en principio las tradiciones sobre Jesús no son míticas. Compárese, por ejemplo, los Evangelios Sinópticos con el Ramayana. Esto es cierto y Küng acepta las limitaciones de nuestro conocimiento histórico. Así admite que sobre el origen, nacimiento y familia de Jesús apenas sabemos nada, al igual que son inseguras las fechas de su nacimiento y de su muerte. Pero hay otros datos de los que se puede obtener información suficiente para formarse una imagen de Jesús que sirva para conformar a su vez la vida de los cristianos de hoy. De acuerdo con la postura bultmanntiana básica, Küng sostiene que no se puede escribir una biografía de Jesús: no tenemos más que los datos escuetos que se reducen a que “su itinerario nos llevó desde Galilea, su patria, a la capital judía, Jerusalén, desde su bautismo por Juan y el anuncio de la cercanía del reino de Dios a su confrontación con el judaísmo oficial y su condena a muerte por los romanos”… Por ello los evangelios nos permiten a lo sumo conjeturar una evolución externa de Jesús, pero de ningún modo una evolución interna. La génesis de los evangelios canónicos, las fuentes más cercanas a Jesús, surgidos en un período de unos cuarenta a sesenta años después de la muerte de este, no nos permiten construir una biografía verdadera de Jesús porque no aportan datos. Pero sí se puede responder a lo básico de las preguntas “¿quién era Jesús?” y “¿qué quería?”. Küng responde con un aserto hoy por suerte aceptado, aunque muy a menudo sin obtener todas las consecuencias: Jesús era un judío: su nombre, su familia, su Biblia, su culto, sus oraciones, eran judíos..., pero de ningún modo fue un hombre asimilado y aceptante de la estructura “eclesiástica” y social de su época. Afirma con razón Küng que Jesús no tenía relación alguna con los tres grupos judíos dominantes de su época: Jesús no pertenecía al sacerdocio, ni mucho menos tenía contactos entre los sacerdotes superiores o “sumos sacerdotes”; no pertenecía a los “ancianos”, o cabezas aristocráticas o monetarias más influyentes de la sociedad judía, ni tampoco a los escribas, cuyos miembros más elevados pertenecían al Sanedrín, y que eran teólogos, juristas, de orientación farisea, aunque no todos. Es evidente que esto fue así. Jesús no era un teólogo, ni se puede probar que tuviera formación específica alguna al respecto; no parece que fuera discípulo de ningún rabino, sino sólo y temporalmente de Juan Bautista. No se presentó Jesús como experto en todas las cuestiones posibles doctrinales, morales, jurídicas, ni se tuvo como intérprete y custodio de tradiciones de los antepasados. También esto me parece cierto. Küng caracteriza a Jesús como un contador de historias, puesto que su modo de enseñar era profano, popular y directo, expresivo, concreto y plástico. “Sus expresiones reflejan una seguridad diáfana (en sí mismo), una singular síntesis de escrupulosa objetividad, imaginación poética y sentimiento retórico”… Jesús hablaba utilizando comparaciones, parábolas de penetrante sutileza, que sitúan la tan variada realidad del reinado de Dios en la realidad humana observada con sobriedad y realismo. La extrema resolución de sus concepciones y exigencias no presuponía requisitos especiales en sus oyentes de carácter intelectual, moral o ideológico. El ser humano ha de oír, entender y sacar las consecuencias. A nadie pregunta por la fe verdadera, por la profesión de fe ortodoxa. No espera una reflexión teórica, sino la obligada decisión práctica” (p. 36). Es esta una buena descripción externa de lo que Jesús era, pero tenemos ya aquí una muestra de lo que denomino una verdad a medias y una selección de datos de lo que sabemos de Jesús que defienden quienes dentro de la Iglesia tienen una postura moderna (sana por otro lado) contra la estrechez de la ortodoxia. Pero la verdad es que Jesús fue más bien ortodoxo en su judaísmo. Partió de supuestos básicos de la religión judía que no necesitaba repetir y que formaban una suerte de “ortodoxia”, a saber la aceptación al pie de la letra de la historia narrada en los libros ya sagrados en su tiempo aunque aún no hubiera un canon escrito (La Ley y los Profetas); la aceptación ineludible de una Ley que no se discutía pero que se debía interpretar; la aceptación de una serie de creencias (por ejemplo, en la resurrección, la vida de ultratumba o inmortalidad del ser humano, del juicio futuro y de la retribución divina, que no tenían, por ejemplo, los saduceos) que no podían discutirse. Siempre intentó Jesús llevar al hombre a la esencia de su religión judía representada en su concepción de Dios y de su Ley. También era tradicional al interesarse especialmente por un futuro mejor del mundo y del hombre que solo se conseguiría con el establecimiento del reino de Dios en el tiempo último de la historia presente. Pero, en contra de Küng, estimo que al predicar el reino de Dios Jesús pensaba más en Dios que en el hombre, que tenía un afán “teocéntrico” de defensa más de Dios que del ser humano, que estaba impulsado más por el deseo que el designio divino, expresado en la creación y que estropeó el pecado de Adán, se llevara a cabo y todo fuera perfecto que en el hombre que iba a disfrutar de ese estado renovado y perfecto de la creación. Me imagino que el de Jesús era un pensamiento parecido al de ciertos reformadores islámicos actuales que piensan más globalmente en el orden del universo y en el pueblo en general que en el individuo. Estoy pensando, por ejemplo, en el imán Jomeini en su etapa de exilado en París, hace décadas, cuando predicaba el cumplimiento del Corán y de la ley islámica en su tierra natal, la Persia de entonces dominada por Sha Reza Pahlevi; ciertamente le interesaban sus paisanos y correligionarios y su felicidad, pero su pensamiento dominante, más que el bienestar futuro de sus compatriotas en una tierra y estado totalmente islámicos, era que se cumpliera el designio divino, de Alá, sobre esta tierra, que habría de manifestarse primero en Irán y luego en el mundo entero. Algo parecido, opino, debía de ocurrirle a Jesús. Y si esto es así, no se puede afirmar, como hace Küng, que “Jesús no se preocupaba del statu quo religioso-político. Sus pensamientos se centraban en un futuro mejor, en el futuro mejor del mundo y del hombre”? (p. 37). No me parece posible que sea así, si nuestro autor, Küng, parte del principio de que religión y política estaban indisolublemente unidos en el Israel del siglo I (como en el islam hoy) y que la profunda transformación que postulaba Jesús significaba un cambio absoluto de la política y de la sociedad del siglo I en Israel. Por ello me es difícil de entender que escriba esta frase. Es cierto que luego parece afirmar todo lo contrario, pero en el fondo de esta afirmación transcrita late una concepción el reino de Dios según Jesús espiritualizada e internalizada: todo ocurre en el interior del corazón del ser humano y lo exterior, los “socio-político”, no tiene importancia. Por tanto, esa frase rotunda de Küng me parece una inconsecuencia; o bien un no querer extraer las oportunas deducciones del hecho de que el reino de Dios futuro pero inmediato, cuya venida Jesús proclamaba, iba a instaurarse en la tierra de Israel. Ese reino iba a ser un cambio tremendo del statu quo religioso-político. ¿Acaso cabían en ese reino de Dios los sumos sacerdotes judíos, lo mercaderes griegos y romanos, los herodianos, Poncio Pilato y Tiberio mismo? De ningún modo. Por tanto a Jesús le preocupaba “el statu quo religioso y político”. Jomeini en París no predicaba nada más que algo “puramente” religioso, el Corán y su aplicación en Irán/Persia. Y se vio de inmediato, y se ve hoy, cómo influye una aparente predicación religiosa en la política y la sociedad, pues la cambia toda ella entera. Seguiremos con el breve análisis de algunos presupuestos básicos del libro sobre Jesús de Hans Küng, porque hay en él material muy interesante. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 5 de Junio 2014
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Hoy escribe Fernando Bermejo
Hace tres años, Gonzalo Puente Ojea, embajador de España y escritor, publicó un libro titulado La cruz y la corona. Las dos hipotecas de la historia de España. Txalaparta, Tafalla, 2011. El autor tuvo la gentileza de hacerme llegar entonces un ejemplar, pero entre pitos y danzantes no encontré el momento para reseñarlo como se merecía. En estos días en que el establishment –políticos, empresarios, periodistas y otros turiferarios por supuesto exquisitamente demócratas– se dedica sin tapujos a la ceremonia de la exaltación de una institución –la monarquía– que constituye en sí misma la negación de la democracia, la lectura del libro de Puente Ojea puede ser un contrapunto de lucidez. La perspectiva que inspira los textos que componen el volumen toma como punto de partida el análisis doctrinal y sociológico de la ideología monárquica como categoría tipológica de la tradición histórica de Occidente en el ámbito de las relaciones entre el poder político y el poder religioso, o mejor, formulado con los símbolos específicos del orbe cristiano, en el ámbito de las relaciones entre la Cruz y la Corona. El libro combina de manera entretenida análisis teóricos e históricos con experiencias personales, de las que se deriva una visión de Juan Carlos de Borbón sensiblemente diferente a aquella expuesta en los medios de comunicación durante décadas, y que estos días se reitera ad nauseam en televisiones y diarios, y recoge también las vivencias del autor cuando en los años 60, en su calidad de Encargado de Negocios de la Embajada de España en Atenas, tuvo la oportunidad de conversar con frecuencia, y sin testigos, con el entonces príncipe: “Ya en nuestros primeros diálogos, me chocó su contundente apología de la persona de Franco […] Mostraba gran indiferencia sobre el mundo de la cultura y una notable insensibilidad ante los graves problemas derivados del sangriento enfrentamiento civil de 1936, ante la crueldad represiva de la dictadura franquista y la destrucción de las libertades. No era beato pero sí piadoso y temeroso de Dios al estilo tradicional […] Quedé desagradablemente sorprendido de su escasa atención a las convicciones constitucionales de su padre, y me pareció evidente que desestimaba la convicción que abrigaba el Conde de Barcelona de que una restauración monárquica debería y tendría que pasar por una ruptura formal con la pseudolegitimidad del Estado surgido de una contienda civil fratricida”. El autor argumenta que tanto la propia institución de la Monarquía hereditaria como los Acuerdos con la “Sede Apostólica” sancionados en enero de 1979,y que consagran el régimen especial privilegiado de la Iglesia Católica, violan de modo flagrante y escandaloso el propio texto constitucional que habla de la igualdad de los españoles ante la ley “sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. El libro de Puente Ojea se dedica, en suma, a pensar la colusión de dos poderes añejos –monarquía y jerarquías de la Iglesia católica– que encarnan la negación de la democracia, en particular en el devenir del “Estado democrático y de derecho” que es España desde hace unas décadas. De este modo, sirve para contribuir a denunciar la constante cuadratura del círculo que tiene lugar en este país en los ámbitos del poder y para desenmascarar su carácter vergonzoso: “También son censurables las reiteradas y desenfadadas violaciones del Rey o su Familia de la nominal no-confesionalidad del Estado en actos religiosos, civiles y castrenses –rayana en la impudicia son los esperpénticos abrazos del Monarca a la estatua de madera policromada del Apóstol Santiago en las sucesivas ofrendas de España al Apóstol para su anual intercesión cerca del Altísimo a fin de que haga la vista gorda sobre los pecados de nuestra nación y continúe dispensándole sus dones… ¡Qué país y qué Rey!”. Asimismo, La cruz y la corona puede ayudar también a entender mejor algunos elementos de la situación presente, en que, a pesar del batacazo de las recientes elecciones de los partidos mayoritarios y de una considerable demanda social a favor de un referendo que permita al pueblo español optar por la República o la monarquía, los dirigentes de esos mismos partidos (que ya mostraron su respeto por la soberanía y la democracia al reformar el artículo 135 de la Constitución como quien no quiere la cosa) ya se han apresurado a ponerse de acuerdo para asegurar la continuidad de una institución que –repitámoslo– constituye en sí misma la negación flagrante de la democracia. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 4 de Junio 2014
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilías IV-VI Actitud vital de Clemente En su debate con su amigo pagano Apión, Clemente tiene la ventaja de conocer en profundidad y en extensión el campo de su adversario dialéctico. Por eso, puede argüir con absoluto conocimiento de causa. Cuando Apión argumentó diciendo que también las leyes de los griegos prohíben las malas acciones y castigan a los adúlteros, Clemente puede responder que, siendo así as cosas, los dioses merecerían serios castigos, lo que nunca sucede. Falta totalmente la lógica en los criterios de Apión No es lógico –pìensa Clemente- “que los mismos dioses practicaran primero todas las irregularidades junto con el adulterio y no sufrieran castigo, cuando debían sufrirlo con mayor razón al no estar sometidos a la concupiscencia” (Hom IV 23,2). Y si es que estaban sometidos a la concupiscencia, entonces no eran dioses. Pero Apión hace una pirueta dialéctica desviando la atención de los dioses para fijarla en los jueces, como si el recuerdo de los jueces fuera el que nos impide cometer el pecado. Clemente replica que no es lo mismo. Cualquier pecado puede quedar oculto a los hombres y en consecuencia permanecer impune a todos los efectos. Pero el que pone su atención en Dios que todo lo ve, que ha marcado sus límites al alma, como sabe que no puede ocultarse a la mirada de Dios, tendrá cuidado para no pecar ni siquiera ocultamente. Porque la realidad es que nada queda oculto a los ojos de Dios. Clemente ha sido engañado por los judíos Apión vuelve a desviar el debate acusando a Clemente de haberse dejado engañar por los judíos. Era consecuencia del trato con ellos, pues como dice Menandro: “Corrompen las buenas costumbres las malas conversaciones”. El trato con los judíos llevó a Clemente a corromper sus buenas costumbres, en opinión de Apión. Clemente replica que también “las buenas conversaciones enderezan las costumbres malas”. Interpreta así como buenas las conversaciones con los judíos y capaces de enderezar las malas costumbres, como las de los amigos de Apión. Apión se refugia en la metáfora de los mitos Apión, consciente de que en Clemente tiene un buen oyente y un inteligente dialéctico, le asegura que demostrará que “nuestros dioses ni son adúlteros, ni homicidas, ni corruptores de niños, ni tienen relaciones con sus hermanas o hijas. Pero los antiguos, deseando que solamente los amantes del saber conocieran los misterios, los ocultaron con los mitos de que hablas. Pues aseguran por razones físicas que Zeus es de naturaleza ardiente, que Cronos es el tiempo y que Rea, la que siempre fluye, es de la naturaleza del agua” (Hom IV 24,3-4). Era la huida una vez más al campo de la metáfora y de la alegoría. Detrás de la letra de los mitos se ocultaban ideas más profundas y serias, que solamente los sabios son capaces de comprender. El debate queda interrumpido con la promesa de nuevas razones Las cosas tenían muchos detalles imprecisos que había que aclarar y poner en su sitio, donde los oyentes pudieran captarlos e interpretarlos adecuadamente. Apión promete que al día siguiente explicará los puntos dudosos para que el tema debatido quede suficientemente comprensible para los oyentes sencillos. Clemente replica detrás de sus posturas confesas y discutibles: “Aunque las acciones de los dioses sean buenas, han sido cubiertas con mitos malos. La maldad del que las cubrió es manifiestamente grande, porque cubrió realidades venerables con malos relatos para que nadie las imitara” (Hom IV 1-2). Lo honrado hubiera sido justamente lo contrario, cubrir las malas conductas con buenos relatos, para que la tendencia humana se hubiera orientado hacia la práctica de las buenas acciones. Esta reflexión, expresada por Clemente, fue bien recibida por la audiencia. Pero aquí se interrumpió el debate y se citó a la turba para el día siguiente. El tema valía la pena por su interés y por la categoría dialéctica de los contendientes. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 1 de Junio 2014
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Hoy concluimos con este tema. En un artículo de crítica teológica del 2013 (“Jesús de Nazaret, nuevas miradas”: ) Carmiña Navia Velasco, de Colombia, afirma que va a detenerse a considerar una propuesta de lectura de dos textos distintos, pero a su juicio complementarios desde muy distintos puntos de vista: [bJESÚS DE NAZARET, de José Antonio Pagola y JESÚS Y LAS MUJERES de Antonio Piñero. b] Escoge los dos títulos porque el primero de ellos, el de Pagola, no se puede ignorar por la difusión extraordinaria que ha tenido; y el segundo, el mío, porque es “un texto mucho menos logrado en su conjunto”, pero, a pesar de ello, le interesa para contrastar una “mirada particular de género” que le parece debe ser confrontada, sobre todo por sus “pretensiones de objetividad”. Ensalza sobremanera la autora la pretensión de Pagola de escribir una obra que sea «Una mirada al Jesús Histórico, tratando de llegar a los estratos más antiguos de la tradición. Una mirada en detalle, que distingue con claridad lo que se rastrea en los textos de aquello que la traición eclesial sostiene o ha sostenido…. No podría decir que Pagola descubre nada especialmente nuevo para quienes de una manera u otra, estén familiarizados con los aportes de los métodos histórico/críticos aplicados a las Escrituras cristianas, particularmente a los Evangelios. La figura de Jesús que nos entrega Pagola asume con total seriedad las conclusiones y los descubrimientos recientes que sobre él se han hecho… Pagola nos lleva igualmente de la mano al universo relacional de Jesús, un universo realmente fascinante y hermoso. El texto da cuenta de un amplio marco de relaciones de Jesús: su familia, su comunidad, sus seguidores‐seguidoras, sus amistades, sus más íntimos/as, sus contradictores. En este conjunto quiero destacar especialmente el capítulo que el autor dedica a Jesús y las Mujeres. »Me parece un capítulo riguroso, pues se sostiene en una mirada hermenéutica que asume los avances realizados por la reflexión de género. Pagola recorre los principales pasajes en los cuales encontramos a Jesús relacionado especialmente con mujeres: Sus encuentro con Marta y María en Betania, su intercambio con la Samaritana, algunas curaciones, el pasaje de la adúltera… los textos en los cuales se señalan las mujeres que lo seguían, las mujeres en la cruz y en la resurrección. A partir de una lectura empática, pero totalmente alejada de ficciones o fantasías, Pagola concluye, como muchos otros autores y autoras contemporáneos, que el Maestro de Galilea, el Profeta de la Compasión, propone una relación con la mujer distante y diferente de la vigente en su medio entre maestros Judíos y mujeres… una relación basada en la igualdad y en el respeto, una relación que propone reubicar social y sobre todo religiosamente a la mujer: Veamos algunos apartes de sus conclusiones en torno a este tema, que pueden iluminar lo que planteo: “Estas mujeres que siguieron a Jesús hasta Jerusalén tuvieron una presencia muy significativa durante los últimos días de su vida. Cada vez hay menos dudas de que tomaron parte en la última cena. Por qué iban a estar ausentes de esa cena de despedida ellas que, de ordinario, comían con Jesús ?... La reacción de los discípulos y las discípulas ante la ejecución de Jesús fue muy diferente. Mientras los varones huyen, las mujeres permanecen fieles y a pesar de que los romanos no permiten ninguna interferencia en su criminal trabajo, asisten desde lejos a su crucifixión y observan más tarde el lugar de su enterramiento… La presencia de las mujeres en el grupo de discípulos no es secundaria o marginal. Al contrario. En muchos aspectos, ellas son modelo del verdadero discipulado…» »Totalmente distinto es el otro libro al que nos queremos referir: Jesús y las Mujeres de A. Piñero. Lo primero que me llama la atención es una repetida pretensión de historiador crítico que reclama para sí el autor, en tanto que su obra es claramente una obra de difusión fácil, publicada por una editorial y en una colección cuya indiscutible finalidad es precisamente esa: la difusión más o menos masiva. Quiero dejar claro antes de continuar mi comentario que personalmente considero a Piñero un exegeta serio y valoro muy bien sus aportes y sus miradas, al desarrollo de los estudios bíblicos en el campo de las Escrituras Cristianas. »Las impresiones de lectura que ahora comparto, están referidas exclusivamente al texto citado. Insisto en lo ya apuntado: A mi juicio demerita esta obra, el contraste entre las continuas afirmaciones de cientificidad, con el desarrollo del discurso: Los textos se examinan, con una mirada bastante superficial que no demuestra nada y que es un simple vehículo para dejar clara la opinión del autor. Habría sido más honesto y coherente una explicitación en el sentido de lo pretendido: un discurso de divulgación que pretende dialogar, muy poco con exegetas –masculinos o femeninos‐ serios y sí mucho, con obras de nulo valor histórico como el Código Da Vinci, o con películas sensacionalistas. Una vez apuntado esto, quiero señalar el aspecto central en el cual esta obra no ofrece a mi juicio, ninguna validez: En sus conclusiones finales afirma lo siguiente: “Teniendo a la vista estos resultados globales de nuestro estudio no dudaríamos en sostener… que en lo que respecta a las mujeres el mítico mensaje igualitario de Jesús de Nazaret no existió nunca. Y tampoco en el cristianismo primitivo, el grupo que se constituye inmediatamente, tras su muerte… Realmente el Jesús histórico trastocó hasta cierto punto ciertos valores religiosos de la sociedad de su tiempo pero no parece en verdad que pusiera los fundamentos teóricos para una nueva consideración de la mujer en esa sociedad en la que vivió”. Indiscutiblemente desde su mirada particular, se concluye eso… pero lo problemático son algunos de los caminos por los que discurre esa mirada. Voy a señalar dos aspectos en los que de una manera especial se patentiza lo planteado: En primer lugar invalida o anula el testimonio posible de algunos pasajes, con el argumento de que no se trata de textos que respondan a un sustrato histórico, colocándolos en su clasificación como pertenecientes al nivel C (6). Tanto en su análisis como en sus conclusiones, el autor parece desconocer que los textos de la Escritura Bíblica, guardan en su interior huellas o ecos, de la transmisión oral que pasa de unas generaciones a otras y que si bien, desde una cierta perspectiva histórica no se les puede dar este carácter, si permiten una reconstrucción sociológica bastante real. En este terreno no es posible ni pertinente analizar textos de carácter literario, como si se tratara de crónicas históricas, porque se da lugar a extrapolaciones bastante arbitrarias. »En segundo lugar Piñero parece desconocer, en las interpretaciones que hace, principios elementales de la hermenéutica actual. El diálogo entre la situación y expectativas del lector/a y el texto que descubre así su potencialidad de significaciones siempre nuevas (Gadamer) y no sólo lo justo sino lo necesario de leer los silencios, leer atrás del texto mismo, partir de su situación de escritura… es decir la hermenéutica de la sospecha, a partir de las propuesta de Schüsler Fiorenza. »Aunque el autor no pretende una interpretación exhaustiva de los textos, de todas maneras hace interpretaciones ligeras que no dejan de comprometer su mirada. En este sentido, todas las veces que se refiere a las mujeres, llámense María de Nazaret, María Magdalena o las hermanas de Betania… en el contexto del Evangelio canónico de Juan, desconoce completamente que se trata de una obra literaria, cuya estructura de conjunto explica el mensaje que se quiere plasmar e ilumina desde ese conjunto cada una de sus partes. El Evangelio de Juan, ha sido trabajado en repetidas ocasiones desde esta perspectiva arrojando luces muy interesantes sobre el papel de las mujeres en la comunidades cristianas más tempranas. Mi respuesta es: • Las mujeres no tuvieron presencia muy significativa durante la vida de Jesús ni siquiera en los últimos días. El único texto al respecto es Lc 8,1-3. Ya hemos indicado mil veces que este pasaje es probablemente secundario y tomado en cuanto a los nombres de Mc 15,40. En él sólo se dice que las mujeres actuaban como meras sirvientas. • No hay el menor indicio de que las mujeres participaran en la Última Cena. La autora de la crítica emplea, para su respuesta positiva, una mera hipótesis y en extremo dudosa: “Por qué ni iban a estar…? Sin comentarios. • Mi “mirada” no es superficial. Hago un análisis plenamente científico, conforme a criterios científicos, aunque con lenguaje claro y sin tecnicismos, conforme a los criterios de historicidad que emplea la filología y la historia antigua. Si alguien no lo cree, que vea los análisis y que efectúe él otro que sea diferente… Una anécdota: Una editorial muy conocida de Italia se puso en contacto conmigo para traducir Jesús y las mujeres. En cuanto recibieron electrónicamente el libro, y lo leyeron, me contestaron: “Lo sentimos. Su libro es absolutamente técnico y universitario. No entra en nuestra idea editorial. Diríjase a una editorial universitaria italiana de prestigio”. • La autora me acusa de parcialidad y tener un partido previo. Utilizo los pseudo análisis para expresar mi opinión particular. Sin comentarios • Empleo tiempo en refutar las peregrinas teoría del Código da Vinci. Sí, ciertamente, las refuto con argumentos técnicos dado que esta novela ha modificado de facto la percepción “histórica” de los evangelios gnósticos, apócrifos, de Jesús, y sobre todo de su relación con María Magdalena, llegando a conclusiones absurdas. Nada hay en esta refutación que no crea científico y no me avergüenzo de ella. Además, ni siquiera –creo—que suponga no el 3% de la obra. • La autora acepta finalmente que según el método llego a correctas conclusiones (“Indiscutiblemente desde su mirada particular, se concluye eso)”. • Desconozco que “los textos de la Escritura Bíblica, guardan en su interior huellas o ecos, de la transmisión oral” y sus consecuencias sociológicas”. Sin comentarios. • Desconozco los “principios elementales de la hermenéutica actual” . Sin comentarios. • Desconozco lo que supone “analizar textos de carácter literario, como si se tratara de crónicas históricas”. El único comentario es: no debo de haber estudiado nunca, ni valorado el Cuarto Evangelio (¡!) . Sin comentario. • Desconozco las perspectivas sobre María de Nazaret, María Magdalena o las hermanas de Betania… en el contexto del Evangelio canónico de Juan. Desconozco completamente que se trata de una obra literaria, cuya estructura de conjunto explica el mensaje que se quiere plasmar e ilumina desde ese conjunto cada una de sus partes. Sin comentarios • “El Evangelio de Juan, ha sido trabajado en repetidas ocasiones desde esta perspectiva arrojando luces muy interesantes sobre el papel de las mujeres en la comunidades cristianas más tempranas”. Cierto que sí. Pero el argumento no viene en absoluto a cuento porque no estamos tratando en este libro sobre el cristianismo primitivo, sino sobre Jesús de Nazaret como personaje histórico. Una observación: cuando escribo “Sin comentario” es porque opino simplemente que el argumento no es pertinente o que sugerir una ignorancia deliberada o no es procedente con la intención del libro, estrictamente histórica o bien referida solo a un Jesús con visos de verosimilitud histórica. Si mi ignoran fuera deliberada, confieso que la autora de la crítica me debería castigar por lo menos a 12 meses sin postre…, porque ignorar todo eso después de 40 años de estudio sería delito. En conclusión: opino –y los lectores dirán-- que mi libro no es divulgativo, sino científico y de análisis personal. Pero a la vez está escrito con palabras claras, con frases y párrafos cortos, y aporta la traducción al castellano de todos los textos, lo cual es una ventaja para el lector, puesto que cómodamente puede hacer una interpretación personal. Siento que la gente confunda la claridad con lo divulgativo (que, incluso, muchísimas veces es de alta calidad científica). No quiero escribir para que no me entienda la gente, aunque el tema sea complicado. Tampoco soy dogmático y presento siempre las conclusiones como lo más probable. Luego que cada uno opine como quiera…Mi deseo es esclarecer. La lectura del libro dirá si exagero. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com ---------------------- RECORDATORIO para los que vivan en Madrid y alrededores: Feria del Libro (Parque del Retiro) Hoy, viernes, 30 de mayo: Caseta 87: Librería ANTES. De 18 a 21 horas. Mañana, sábado, 31 de mayo: Caseta 357: Editorial TROTTA. De 11 a 14 horas. Saludos de nuevo.
Viernes, 30 de Mayo 2014
NotasQueridos amigos: Esto es solo una NOTA para los que vivan en Madrid o en sus alrededores: Este año me toca firmar libros en la Feria del Libro de la Madrid (a veces, amargo trago para los autores cuando ven a la gente pasando por allí, totalmente indiferente). Cuenta el director de Trotta, Alejandro Sierra, que hace años pasó una tarde entera con J. L. Aranguren, el famoso filósofo, sin vender un solo libro. Sólo les consoló algún que otro bebedizo. Firmo el · Viernes 30 de mayo (día de la inauguración) de 18 a 21 horas en la Caseta 87 de la "Librería ANTES". · Sábado 31 de mayo, de 11 a 14 horas en la Caseta 357 de la Editorial Trotta Saludos cordiales de Antonio PIÑERO
Miércoles, 28 de Mayo 2014
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
El breve examen de Lucas y Plutarco nos permite extraer algunas conclusiones. Por una parte, como hemos visto, ambos usan los términos “pneuma” (espíritu) y “dýnamis” (poder), y ambos funcionan de modo similar: en los dos autores, son modos físicamente indeterminados de referirse a una acción divina. Pero es precisamente esta indeterminación la que sirve para excluir interpretaciones sexuales de la concepción divina. Se evita así pensar en una metamorfosis del dios en un cuerpo masculino, una penetración de un pene divino o la eyaculación de esperma divino. Se evita asimismo no solo la incorrección teológica de que un dios desease un cuerpo físico, sino también la corrupción física, pues en este período y ámbito cultural el cuerpo de una mujer –y en particular sus genitales– eran considerados una fuente de contaminación. El asunto se resuelve, para decirlo con Plutarco, a través de “otras formas de contacto o toque”. Téngase en cuenta, además, que hablar de concepción divina a través del término “dýnamis” aporta un elemento de respetabilidad teológica. El poder es un rasgo básico de la divinidad –también en el mundo mediterráneo-, pues expresa la realidad y la actividad de la divinidad en el mundo, incluso si la deidad en cuestión trasciende con mucho los modos humanos comunes de concepción. Esto no quiere decir que Lucas haya tomado prestado nada de Plutarco, o más generalmente del mito griego. Lucas añadió una historia de concepción divina a su Evangelio no porque hubiera sucumbido a la “helenización” o porque estuviese intentando dirigirse a los griegos. Las semejanzas entre el Evangelio y el de Queronea no hay que buscarlas en una relación genética, sino más bien en una cultura intelectual compartida. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 28 de Mayo 2014
NotasHomilías IV-VI Errores ridículos de los filósofos En su debate con su amigo pagano Apión, Clemente insiste en los errores de los filósofos griegos a la hora de apreciar o calificar la conducta de los dioses. Los filósofos llaman incluso insensatos a los que se molestan con tales prácticas. Para Clemente la postura de los filósofos frente a las conductas funestas y aberrantes de los dioses, es más que ridícula. Las leyes promulgadas por los hombres sabios a través de la historia calificaban las actitudes de los dioses como pecaminosas. Era lo menos que se podía decir de unas conductas que provocaban en la sociedad alborotos, homicidios, tumultos, muertes repentinas, ruinas de familias, magias, engaños, incertidumbres y otros muchos males (Hom 20,3-4). Todo esto tiene su triste realidad en la sociedad de los hombres normales. Porque entre los dioses, sus prácticas tienen solamente una realidad literaria, adornada de metáforas y alegorías. Los males del adulterio El debate entre los dos amigos se centra en los males del adulterio, evidentes para Clemente y dudosos para Apión y sus correligionarios. Para éstos, es una realidad comprobada que cuando los distintos cónyuges ignoran las aventuras extramatrimoniales de sus parejas, ni se enfadan, ni se enfurecen, ni alborotan, ni declaran la guerra. Ni siquiera sienten celos por las conductas adulterinas. Por la razón fundamental de que ignoran lo que ocurre en el seno de sus propias familias. Estas actitudes son para los correligionarios de Apión la prueba de que no representan nada contrario a la naturaleza. Son simplemente consecuencia de las costumbres ancestrales de la sociedad pagana. Más aún es “la opinión absurda de los hombres las que las hacen terribles” (Hom IV 21,1). Opinión de Clemente sobre el adulterio Clemente conoce perfectamente las conductas de los griegos y su valoración moral, pero en su discusión aporta una respuesta compuesta no solamente de suposiciones, sino de realidades tangibles. Responde, pues, a los que hacen de la costumbre una segunda naturaleza: “Pero yo digo que, aunque no ocurran estas terribles cosas, por la costumbre sobre el adúltero sucede que o abandona (la mujer) al marido, o conspira aunque viva con él, o reserva para el adúltero las cosas conseguidas con el trabajo del marido, o si concibe del adúltero cuando el marido está ausente, por temor a la acusación pretende destruir lo que lleva en el vientre y convertirse en infanticida, o perecer al destruirlo. Y si da a luz en presencia del marido al que ha concebido del adúltero, una vez criado el niño no conoce a su padre, sino que considera padre al que no lo es. De este modo, cuando muere el que no es el padre, deja en herencia a un niño extraño su propia hacienda. ¡Cuántos otros males se derivan también naturalmente del adulterio!” (Hom IV 21,2-3) Prefiero dejar el texto literal de Clemente, que pretende demostrar los males inherentes al adulterio, similares –dice- a los que produce la rabia de los perros. Esa enfermedad canina hace perecer a los que toca aunque se trate de una rabia invisible. Lo mismo sucede con el adulterio aunque sea desconocido. Es causa de disensiones y desgarros. Clemente se refugió en el Dios santo de los judíos Huyendo de los males del adulterio y buscando un refugio seguro, Clemente “se refugió en el Dios santo de los judíos y en su Ley” con la seguridad de gozar de una conducta grata a quien lo ha de juzgar. Dios, le justo juez, no sólo lo librará de los males que el adulterio va dejando a su paso, sino que al final de la vida le retribuirá adecuadamente según sus obras y merecimientos (Hom IV 22,2). Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 25 de Mayo 2014
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Es muy difícil hacer la presentación de un libro propio sin caer en estupideces, por lo que recurriré al testimonio externo: tengo la suerte, que debo agradecer a Editorial Trotta, de que se haya reeditado este libro que publiqué hace años en Aguilar (Santillana 2008) y que de él se vendieran bastantes ejemplares. Trotta es una editorial exigente por lo que no es fácil publicar en ella. Por tanto, reeditar es aún más difícil, porque el Director debe considerar que el libro tiene una cierta aura de “ya bien probado”, o hasta cierto punto de “clásico”, como “La Sinagoga cristiana” de José Montserrat, de modo que no se haga el ridículo con la reedición. Para esta tirada he revisado el libro, he cambiado el orden de algunos capítulos, he escrito algunos complementos, he añadido tres índices (de autores antiguos de pasajes citados del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento) y he modificado un tanto el final del Prólogo. En él me lamento de lo siguiente “Algunas teólogas feministas españolas lo han ignorado voluntariamente (en su primera versión) tanto en sus listas bibliográficas, como en sus obras de síntesis sobre las mujeres en el cristianismo primitivo. Sin embargo, mi deseo no era y es otro que el de contribuir amistosa y cortésmente a un debate puramente científico”. ¿Qué tiene, pues, el libro que puede concitar cierta animadversión? Yo pienso que en sustancia nada desde un punto de visto que estimo objetivo, puesto que se trata de un mero análisis, que procuro aséptico y en nada polémico, de prácticamente todos los textos que nos ofrece la literatura evangélica de los tres primeros siglos sobre el tema “Jesús y las mujeres”. he dividido por temas tal análisis: • La imagen del Jesús histórico de la que parto • La situación de la mujer en el Israel del siglo I • El nacimiento y la infancia de Jesús • Jesús, su madre y su familia durante la vida pública • Jesús y otras mujeres también en su vida pública distinguiendo bien los textos antes de su crucifixión y muerte, y los anteriores y posteriores. Así, mujeres que siguen a Jesús; pecadoras; amistad de Jesús con mujeres; curaciones de mujeres por Jesús; las mujeres en las parábolas y otros dichos de Jesús • Jesús, el matrimonio y el divorcio en general • ¿Jesús casado / célibe / bígamo / homosexual (hay textos para todo en los Evangelios apócrifos). • La especial relación de Jesús con María Magdalena en los evangelios aceptados por la iglesia; en los evangelios gnósticos y otros apócrifos. • Añado el tema del presunto papiro copto recientemente descubierto. la tesis de Karen L. King Como se ve, tienen cabida en el libro todos los temas importantes y sus textos respectivos. Por “literatura evangélica” entiendo tanto la aceptada por la Iglesia como la rechazada por ella, es decir, considerada no canónica o apócrifa. Y en cada texto no pretendo más que darle su sentido originario (es decir, ¿qué entendería al leerlo un lector de su siglo correspondiente?, y el (posible) valor histórico que tenga. Si las conclusiones no son del agrado de todos, si afirmo que bastantes de las perspectivas construidas sobre el tema son un mito, es porque lo creo sinceramente, y no por haberme dejado llevar de pasión alguna. Al revés, yo deseaba que algunas conclusiones fueran las contrarias, ya que el personaje, Jesús, que centra mi estudio desde hace muchos años, me parece fascinante en muchísimos aspectos. ¿Qué pretendo con este libro? 1. Resumir brevemente mi visión de Jesús 2. Presentar al lector un ejercicio de análisis sencillos de textos utilizando los instrumentos que tiene hoya día la filología y la historia antigua para poder llegar a distinguir los distintos niveles o estratos que encontramos en los textos que son cuatro: A. El más cercano a la vida Jesús: el nivel del Jesús de la historia. Acceder a este estrato ofrece la posibilidad de llegar si no a las propias y mismísimas palabras del Nazareno --que fueron casi siempre pronunciadas en arameo, y cuya primera transcripción se ha perdido porque fueron muy pronto traducidas al griego-- sí al menos al nivel de esta primera versión, en muchos casos fidedigna, a la lengua más común y extendida del Imperio romano, la griega. B. El estrato de la comunidad de los seguidores más íntimos de Jesús, es decir de sus discípulos inmediatos. C. El estrato aún más alejado cronológicamente de Jesús, de segunda o incluso de tercera generación, que representa el punto de vista de los evangelistas, o de la comunidad en la que vivían. El alejamiento cronológico de Jesús se percibe ya claramente en el Cuarto Evangelio donde priman “palabras” y “escenas de Jesús” que representan más bien la teología del biógrafo –en este caso puesto como ejemplo el desconocido autor del Cuarto Evangelio— que la mentalidad y palabras propias de Jesús. D. Tal alejamiento se intensifica muy notablemente en los evangelios apócrifos, muchos de los cuales representan un estrato cronológico D., o posterior, muy alejado de Jesús (a veces siglos), pleno de narraciones legendarias, que tiene muy pocos visos de ser histórico. 3 Que este análisis sea expresado con lenguaje claro, sencillo, y sin complicaciones técnicas, pero a la vez totalmente científico y de acuerdo con los criterios de investigación que expreso en el Prólogo. 4. Obtener conclusiones del análisis de los textos en cuanto al Jesús de la historia, tanto de cuada uno de los temas o apartados de la vida de Jesús estudiados a lo largo del libro como otras conclusiones generales, que no son otras que las que he ido obteniendo a través del análisis de los textos en los diversos capítulos. Y es aquí donde el libro encuentra más oposición porque no se quiere aceptar otra imagen presumiblemente contraria a la que uno previamente tiene ya en la cabeza. Quiero insistir aquí que la mayoría de los autores confesionales no son lo suficientemente críticos y que no distinguen claramente entre los niveles A. B. y C. explicados más arriba. Este libro no pretende manifestar ni siquiera qué pensaban de Jesús sus discípulos, o los evangelistas o la comunidad que presuntamente se hallaba detrás de ellos, o –dando un gran salto-- lo que los cristianos de hoy día creen leer en los Evangelios, sino lo que científicamente se puede adscribir al Jesús histórico. Voy a poner un ejemplo, haciendo una cita larga de un apartado acerca de “Jesús y las mujeres” en un libro muy reciente (2012; versión española de 2014) de un libro de Hans Küng, que tendré ocasión de reseñar en otro momento: «En la sociedad del tiempo de Jesús las mujeres no contaban para nada; debían evitar incluso en público la compañía masculina. Las fuentes judías contemporáneas están llenas de animosidad contra la mujer, quien –según Josefo-- vale en todos los aspectos menos que el hombre. Hasta con la propia mujer, así se aconseja, ha de hablarse poco y absolutamente nada con la extraña. Las mujeres vivían en lo posible retiradas de la vida pública; en el Templo solo tenían acceso hasta el patio de las mujeres y respecto a la obligación de la plegaria estaban equiparadas a los esclavos. Los evangelios, sin embargo, cualquiera que sea la historicidad de los detalles biográficos, no tienen reparos en hablar de las relaciones de Jesús con determinadas mujeres. Lo cual quiere decir que Jesús se había liberado de la costumbre que imponía la segregación de la mujer. Jesús, en efecto, no muestra ningún desprecio por las mujeres, sino que las trata con sorprendente naturalidad: unas mujeres lo acompañan a él y sus discípulos desde Galilea a Jerusalén; él mismo siente un afecto personal hacia algunas mujeres; unas mujeres asisten también a su muerte y sepultura. La situación jurídica y humanamente tan precaria, de la mujer en la sociedad de aquel tiempo hubo de resultar considerablemente revalorizada al prohibir Jesús el divorcio por parte del marido, a quien solo bastaba presentar el libelo de repudio” (p. 117)». ¿Qué impresión obtiene el lector de este texto (el único que hay sobre las mujeres en el libro de Küng sobre Jesús)? Pues…, al menos, que Jesús era un hombre excepcional en su época y que marcó un hito absolutamente asombroso en la historia de su época respecto al trato y consideración social de las mujeres. Y de ahí a afirmar que Jesús fue el primer feminista de la historia solo hay un paso que han dado muchos “biógrafos” de Jesús…, con lo que están de acuerdo muchos. Sometamos, sin embargo, este texto de Küng a un somero análisis: • No tiene en cuenta la historicidad de los detalles biográficos. Implícitamente renuncia a presentar una imagen con rigor histórico • No tiene en cuenta la situación en Galilea en el siglo I, en donde las mujeres podían incluso ser cantineras/taberneras, donde las féminas trabajaban en el campo y representaban a sus maridos en el mercado en la venta de sus productos, por lo que tenían una mayor libertad que en Judea. • El autor omite que tenemos noticias de otros rabinos famosos de la época, o un poco posteriores a Jesús, que trataban muy bien a las mujeres, aunque eso no supusiera que hubieran cambiado un ápice su mentalidad acerca de la esencia secundaria de la mujer según Gn 2 y según la mentalidad de su tiempo. • El autor alude a escenas del IV Evangelio que probablemente son simbólicas (Marta y María; la samaritana y Jesús), no históricas. Nada se puede deducir de ellas respecto al Jesús de la historia. También alude a escenas privadas, dentro de las casas, donde el trato con las mujeres era muy diferente. Pero ello no cambiaba nada sus estatus social, Su contacto con pecadoras públicas como la de la unción (prácticamente el único caso, y fue también en el interior de una casa) nada dicen de un cambio de estatus social de la mujer); el caso de la adúltera es muy dudoso históricamente. Es muy probable que sea un texto secundario, tardío. • No tiene en cuenta el autor que antes de la muerte de Jesús, en toda su vida pública, sólo hay un texto, un único texto antes de la escenas de la resurrección (Lc 8,1-3), que habla de las mujeres seguidoras de Jesús y las presenta más bien como sirvientas. • ¿Acaso los sanadores y exorcistas judíos y paganos de la época no expulsaban a demonios y no curaban a las mujeres? • ¿Acaso Jesús curaba a las mujeres porque eran mujeres y no porque eran débiles y representaban un estrato ciertamente postergado de la sociedad en la mayoría de los casos? • Se da en los evangelios, y precisamente se nota en momentos muy oportunos, una absoluta falta de pronunciamientos públicos de Jesús que intenten corregir la posición social de la mujer en su época. Ni una mínima alusión. Y sin pronunciamientos públicos, y el trabajo consecuente, no hay cambio posible del estatus de la mujer. • Los esenios y el divorcio. La doctrina de Jesús sobre el matrimonio único, y la negativa al divorcio es muy parecida, casi igual, a la de los esenios y con el mismo fundamento teológico en los inicios de la creación según la Biblia. ¿ Acaso fueron los esenios al defender esta doctrina unos reformadores sociales? De ningún modo. Y es totalmente cierto que para los esenios la mujer era un ser secundario y ocupaba un lugar muy secundario en la vida espiritual y social. Luego el argumento del divorcio no es válido. • El autor del párrafo citado no tiene en cuenta la cláusula exceptiva del Jesús de Mateo 19,9: el que repudie a su mujer salvo en el caso de porneía (alguna desviación o ilegitimidad sexual) de la mujer y se casare con otra comete adulterio. Siento decirlo, pero la perspectiva de este versículo es totalmente machista. • El caso de Pablo y las mujeres. Es muy probablemente cierto que el Apóstol trataba a sus colaboradoras en el Evangelio con el mayor cuidado posible. El trato de Pablo con mujeres es amplísimo y cordial… Pero… sus pronunciamientos públicos (en sus cartas) sobre las mujeres es lamentable desde el punto de vista moderno, aunque totalmente concorde con las costumbres y sociedad de su época. Por tanto: del buen trato de Jesús con las mujeres no se puede elevar una proposición de Jesús como reformador social. Podría analizar otros muchos textos defensores de un Jesús “eximio feminista”. Pero basta con este. Mi conclusión de este análisis es sencillamente que desde el punto de vista del Jesús histórico las conclusiones de Küng son cuanto menos dudosas. Como esta postal empieza a ser demasiado larga, me detengo aquí. En la próxima entrega examinaré algunas de las críticas que se han formulado a mi método en este libro, “Jesús y las mujeres” y trataré de responder muy brevemente a ellas. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid Www.antoniopinero.com --
Viernes, 23 de Mayo 2014
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
La semana pasada constatábamos el modo cuidadoso y sofisticado como Plutarco explica la concepción divina sin decir algo impuro o indigno de la divinidad. Miembro educado de una elite literaria, el de Queronea se encuentra a disgusto con la idea de que los dioses tienen sexo con mujeres mortales. Hablar del asunto en términos de pneuma y de poder hacía la cosa algo filosóficamente respetable. La circunspección en este asunto es importante para él, pues las observaciones de las Cuestiones Convivales están ocasionadas por la creencia en la concepción divina de nada más y nada menos que de… el propio Platón. En efecto, el contexto literario para la conversación en el libro VIII es un diálogo de varias personas que, tras celebrar el natalicio de Sócrates, se disponen a celebrar el del maestro del maestro de los que saben. Ahora bien, según una tradición que parece haber empezado a circular poco después de la muerte de Platón, este fue considerado hijo del dios Apolo. Se da entonces la circunstancia paradójica de que los platónicos, cuyo escolarca había enseñado que los dioses no tienen pasiones y no están sometidos al cambio, debían afrontar la creencia de que un dios había entablado una relación con Perictione, la madre del filósofo, para concebir a este. Está claro que Plutarco debía andarse con pies de plomo si quería permanecer fiel a la tradición platónica y honrar simultáneamente a su maestro. Uno de los comensales, Floro, recuerda la idea de quienes atribuyen a Apolo la paternidad de Platón: “Al tiempo recordó la visión que se cuenta que tuvo en sueños su padre Aristón y la voz que le prohibía yacer con su mujer y tocarla durante diez meses”. Plutarco expresa cierta distancia con respecto a esta leyenda mediante el prudente uso del “legoménes”, “se cuenta”. El autor del Evangelio de Mateo dudó menos en relación a una visión onírica similar, en la que un ángel informa a José de que Jesús es el vástago de Dios, nacido del espíritu santo (Mt 1, 20-25), tras de lo cual José no toca a María hasta que ha dado a luz. En ambos casos, el propósito de la historia es similar: el origen puramente divino del niño es asegurado (cf. Protoevangelio de Santiago 19, 3 – 20, 3). Pero ¿cómo exactamente habría sido Apolo la causa eficiente del embarazo de Perictione? La respuesta de Plutarco en las Charlas de sobremesa es la siguiente: “Tomando la palabra Tíndares, el lacedemonio, dijo: ‘Justo es cantar y decir de Platón lo de Y no parece de hombre mortal ser hijo, sino de un dios (Il XXIV 258) Pero me temo que con la gloria imperecedera de lo divino esté en pugna no menos lo que engendra que lo engendrado, pues ello es, en cierto modo, cambio y afección […] Cobro ánimo, sin embargo, a mi vez, cuando oigo al propio Platón llamar padre y hacedor del mundo y demás seres engendrados al dios no engendrado e inmortal, por llegar aquellos al ser no por esperma, sino por haber engendrado el dios en la materia por medio de otra fuerza un principio fecundante, por cuya acción aquélla sufrió alteraciones y cambió: Pues se le ocultan incluso de los vientos los caminos a la hembra del pájaro, salvo cuando se le presenta la puesta (frag. Sófocles). Y no considero nada extraño el que el dios, sin tener contacto como hace el hombre, sino por otro tipo de contactos y toques a través de otros cambie y llene de semen divino lo mortal”. Si bien el dios no puede tener sexo con una mujer, pues ello implicaría un cambio a una forma mortal y una consecuente depreciación de la (incorruptible) naturaleza divina, aún queda alguna vía abierta: mediante “otras formas de contacto”, gracias -como hemos visto- al poder o al pneuma divino. El dios puede actuar como el viento –que sopla donde quiere– para engendrar al niño divino. Esto parece demostrar que, a diferencia de lo que muchos han afirmado, afirman y afirmarán con más o menos solemnidad, el relato del Evangelio de Lucas está en plena consonancia con la cultura de otros autores literarios de su tiempo, que evitaron el antropomorfismo craso de un encuentro sexual entre el ser humano y la divinidad, en un intento por construir un relato histórica y teológicamente plausible de una supuesta concepción divina. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 21 de Mayo 2014
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilías IV-VI Clemente continúa su alegato contra los filósofos, gramáticos y sofistas que consideran las prácticas de Zeus y de otros miembros de su panteón como dignas de dioses. Razón definitiva para que los iletrados e ignorantes vean en tales conductas ejemplos dignos de imitar. Los mitos enseñados por los filósofos y los gramáticos han germinado en las entrañas del pueblo hasta convertirse en costumbres ancestrales sus doctrinas y sus consecuencias. La costumbre es una segunda naturaleza Insiste Clemente en la idea reiterada de que la costumbre se convierte en una segunda naturaleza. Y cuanto más antigua es la costumbre tanto más firme se asienta en los ciudadanos. Esa es la razón por la que los hombres del campo, que están menos en contacto con la doctrina de los mitógrafos, se extravían menos que los que están familiarizados con ellos. En este sentido la educación es responsable de conductas y sus justificaciones teóricas. Los que viven al margen de la cultura oficial, viven con más libertad y más de acuerdo con la naturaleza, como pedían los estoicos. La educación griega es más peligrosa que la ignorancia Por el contrario “los que desde niños aprenden las letras con estos mitos cuando todavía el alma está tierna, graban en su propia mente las acciones impías de los llamados dioses” (Hom IV 18,2). Luego cuando se hacen mayores, sus creencias se hacen más firmes y más difíciles de rectificar. Y como ocurre con las semillas, al madurar producen los frutos, malos si las semillas son malas, como aquí. Porque es una realidad palpable que uno “se siente cómodo en las cosas a las que se acostumbra desde la niñez” (Hom IV 18,4). Pero es una ventaja vivir lejos de tales maestros, porque entonces la naturaleza no ha sido contaminada por la costumbre. Y las acciones impías de los dioses no penetran con tanta facilidad en las mentes libres de costumbres de larga duración. Por todas estas razones Clemente concluye que la mala educación es peor que la ignorancia. Lo expresa con claridad y contundencia. Dice así: “Es necesario que los jóvenes no se ejerciten en las enseñanzas corruptoras, y que los que están en la flor de la edad eviten con todo cuidado escuchar los mitos griegos. Pues mucho peor que la ignorancia son estas enseñanzas” (Hom IV 19,1). La mejor estrategia es la huida En consecuencia, es obligado huir de todas estas doctrinas, de sus autores, sus defensores, los ambientes donde florecen, ya sean libros, teatros y hasta las ciudades en las que se propalan. Porque como esas doctrinas están llenas y saturadas de impiedades, su maldad se transmite hasta por el aire que se respira. “Y lo peor de todo es que cuanto más ha sido instruido cualquiera de entre ellos, tanto más se aparta de la sensatez natural” (Hom IV 19,4). La educación cristiana no admite términos medios. La educación griega debe juzgarse como algo peor que la ignorancia, que, en opinión del autor de estos textos, es el origen de todos los males. Doctrinas erróneas de los presuntos filósofos Pero hay personajes que, presumiendo de ser filósofos, consideran por lo menos indiferentes esas conductas de los dioses. Y acusan de ridículos a los que las censuran. Porque, dicen, no son pecados según la naturaleza como las acciones prohibidas por las leyes. Esas conductas son prohibidas porque son origen de males para la sociedad. Clemente considera ridículas las opiniones de los filósofos. Hay cosas no prohibidas por las leyes, que provocan males y desgracias en abundancia y sin penas ni castigos. Se pregunta, pues, apoyándose en sus razonamientos: “¿No se derivan acaso del adulterio las muertes repentinas, las ruinas de las familias, las magias, los engaños, las incertidumbres y otros muchos males? El adulterio, como práctica habitual en los dioses, no es motivo de reproche para los filósofos ni para los idólatras. Sin embargo, en la realidad, es fuente de conflictos y hasta de guerras. Una vez más, Troya aparece en el horizonte de la experiencia humana. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 18 de Mayo 2014
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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