Notas
Escribe Antonio Piñero
Pregunta: La pregunta que deseo hacerle llegar es la siguiente: En base al estudio que se puede realizar de las cartas de Pablo de Tarso y cuando menciona que su evangelio le ha sido revelado a él directamente por este Cristo Celestial, tengo que entender que realmente Cristo (el Jesus Divinizado) le ha contactado en persona de alguna forma y que ha sido un evento real de contacto segun Pablo, más allá del método de contacto si espiritual, físico, etc o los textos invitan a entender que fué una manera de decir del Apostol y no requiere ser interpretado literalmente. Respuesta: El conjunto del pasaje que usted cita es el siguiente: Gálatas 1, 11-12: “11 Pues os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según los hombres, 12 pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por medio de una revelación de Jesús Mesías”, y quiere dar a entender que él, Pablo, era quizás la persona menos apropiada para ser un apóstol, pues era un perseguidor de las iglesias (en su sentido de “asambleas” de seguidores de Jesús. Pero --sostiene Pablo-- Dios Padre escoge a quien menos se piensa: lo eligió precisamente a él y lo llamó para ser su heraldo. Por tanto, su evangelio procede de una revelación divina, no de hombre alguno. Al ser una comunicación celeste, tiene fuerza absoluta: es obra del Espíritu santo. Pablo es, además de apóstol, un visionario apocalíptico, dotado de una autoridad divina especial. Pablo está totalmente convencido de que hay que tomar al pie de la letra que fue una revelación de la divinidad, no un ensueño de su cabeza o una alucinación Respecto al v 12. revelación de Jesús Mesías, tengo que decirle que Pablo da pocos detalles al respecto, y se supone que sería una visión como las mencionadas en 2 Cor 12,1ss. Probablemente deba entenderse (a tenor de lo que dice en este mismo pasaje de Gálatas1: “15 Pero cuando le pareció bien [a Dios] a aquel --el que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, 16 para revelar en mí a su Hijo, para que lo evangelizase entre los gentiles”) una revelación de Dios acerca de Jesús Mesías, más que una revelación de Jesús mismo. Por tanto, es Dios padre que revela sobre su Hijo. Los Hechos de los apóstoles complementa legendariamente lo que pudo ser la revelación fundamental, ya que su autor hace que Pablo la repita tres veces en una obra relativamente breve (9,3-9; 22,6-11; 26,12-18). Le menciono solo lo sustancial: 4 Oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” 5 Y respondió: “¿Quién eres tú, Señor?” Le contestó: “Yo soy Jesús a quien tú persigues. 6 Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”. 7 Los hombres que iban con él de camino se detuvieron mudos de espanto, oían la voz, pero no veían a nadie (9,4-7). Y sucedió que… me rodeó de repente con su resplandor una fuerte luz del cielo. 7 Caí a tierra y oí una voz que me decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»… 9 Los que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz que me hablaba… llegué a Damasco (22,6-11). Oí una voz que me decía en lengua hebrea: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Es duro para ti dar coces contra el aguijón”… Me he manifestado a ti, para constituirte servidor y testigo de las cosas que has visto y de las que te haré ver, 17 escogiéndote de entre tu pueblo y los gentiles, a los que yo te envío, 18 para que abras sus ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y parte de la herencia entre los santificados por la fe en mí (26,14-18). Los tres relatos coinciden relativamente en lo esencial, pero hay una flagrante contradicción entre 9,7: Los hombres que iban con él de camino se detuvieron mudos de espanto, oían la voz, pero no veían a nadie y 22, 9: Los que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz que me hablaba. A parecer, eran variantes de una tradición ya legendaria. La revelación es una llamada divina que escoge a Pablo (literalmente “lo levanta de”) para la conversión de los gentiles a Jesús Mesías, quienes recibirán el perdón de los pecados y la herencia (de Abrahán). Se trataría de una revelación general sobre Jesús. Los perseguidos tenían razón: a pesar de su muerte infamante en cruz, ¡Jesús era el mesías! En Damasco, y luego en Antioquía, Pablo debió de recibir el complemento de doctrina, de hechos y dichos de Jesús, que no conocía antes. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 9 de Mayo 2015
Comentarios
NotasEscribe Antonio Piñero Como es natural, después de tanto tiempo dedicado al estudio de Pablo de Tarso, este libro me ha interesado muchísimo. Aunque este libro tiene una clara limitación de espacio, 283 pp., el autor, Carlos Gil Arbiol, ha procurado tocar todos los temas importantes, aunque con distinta intensidad. El conjunto del libro denota sin duda una gran madurez en el autor, pues no es en nada fácil componer un libro como este. Este volumen no es de divulgación en el sentido normal del término (resúmenes y estados de la cuestión), sino de exposición madura de una materia bien digerida, que se expone al lector ordenada y sintéticamente junto con un juicio crítico y una somera alusión a la bibliografía que cree pertinente. Celebro la aparición del libro y siento de veras que no hay podido entrar en un diálogo con mi obra “Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino” de Editorial Trotta, El libro tiene la siguiente estructura: En primer lugar “Cómo leer a Pablo hoy”, pregunta que se esclarece con el siguiente epígrafe “Perspectivas actuales en los escritos paulinos” en los que contrapone: la interpretación tradicional, la que ha surgido desde 1970, más o menos, propulsada por estudiosos judíos o cercanos al judaísmo, ante todo y otros acercamientos al pensamiento de Pablo como el de las ciencia sociales. Sigue luego la vocación de Pablo, como aspecto central en su pensamiento, el carácter de su judaísmo, el contacto del Apóstol con los judíos helenizados y un breve esbozo de la cronología paulina. La segunda cuestión, o segunda parte, la cosmovisión paulina, no incide en explicar el mundo ideológico en el que se mueve Pablo, sino dándolo por supuesto, cómo resulta modificado el judaísmo tradicional por el pensamiento personal paulino. La novedad que aporta a ese pensamiento la muerte del mesías y su interpretación, y las consecuencias de la nueva visión teológica para la identidad del propio Pablo y la de sus conversos a la fe en Jesús Mesías. Luego se centra el autor en la exposición de cómo debe entenderse el término “iglesia” (griego ekklesía) en Pablo que es muy distinto en su significado a lo que el vocablo nos sugiere hoy día. Tiene lugar aquí la exposición de los inicios de los grupos cristianos (muy bien escogido el término por Pablo porque además del sentido de “asamblea”, congregada está el de “elegidos por Dios en este caso” = en griego ek-lego), los retos a los que se enfrenta a medida que crece y el proyecto universal de Pablo. Aunque se trata con detención el sentido de la muerte del Mesías, ya desde los judíos helenistas de los primeros tiempos que fue interpretada como la muerte del siervo sufriente de Isaías con las grandes consecuencias que conllevó la amalgama –no intentada seriamente en el judaísmo antes de Pablo y sus predecesores de “mesías” y “siervo sufriente” La tercera parte aborda algo que podría ser fundamental hoy, como consecuencia de la nueva interpretación paulina, moderada o radical, que domina el debate en estos tiempos, puesto que se titula “Cuestiones abiertas en el debate actual”. Yo esperaba aquí un diálogo sobre todo con intérpretes muy modernos de Pablo en temas cruciales como la “justificación por la fe”; la escatología y reino de Dios en Pablo; ley de Moisés y Pablo; ¿cambia la ley de Moisés en época mesiánica?; La misteriosofía de Pablo; monoteísmo, binitarismo y la naturaleza del mesías Jesús; justicia de Dios; adopción/filiación y la teología política de Pablo. En vez de profundizar en estos temas –que no están del todo ausentes en este volumen; sin duda son abordados, aunque con gran rapidez, o de pasada, en otras partes del libro-- el autor prefiere concentrarse en la “pseudoepigrafía y el corpus paulino, es decir, cómo y por qué de las catorce cartas de esta colección solo siete son auténticas (1 Tes Gál 1 2 Cor Flp Flm Rom) y otras siete, de sus discípulos y el modo como se recopiló y nació el corpus paulino. Sí toca el autor con profundidad, en la tercera parte, la cuestión de “Pablo y la memoria de Jesús”, que incide directamente en el tema, tan traído y llevado, de si fue el Apóstol, o no, el verdadero fundador del cristianismo. También se aborda con cierta detención la imagen de Pablo formada por Lucas en sus Hechos de los apóstoles y cómo de esta reinterpretación surge la figura de Pablo como modelo de la Iglesia a inicios del siglo II. Y finalmente en la parte cuarta, “Para profundizar”, se abordan temas muy importantes, a saber, la “relevancia actual de Pablo y su tradición” y la relación de Pablo y su proyecto con el Imperio y el mundo que recoge algo de los cuestionamiento modernos acerca de la teología de Pablo. Este tema se toca no solo aquí, sino también al principio del libro cuando se expone la aproximación “postcolonial” moderna al pensamiento paulino y donde se pone de relieve que “algunos conceptos paulinos, estudiados desde el punto de vista exclusivamente teológico, resultan ser préstamos culturales que tienen su origen en la teología imperial generada en torno al culto al emperador” (p. 31); por tanto aquí, en este apartado, puede generarse materia de discusión sobre la existencia o no (o bien si es de importancia primaria o muy secundaria) de la teología política paulina. En conjunto es ese un libro bueno, escrito con claridad y ánimo pedagógico (que se nota mucho, y se agradece, en la repetición de los temas que han resultado prominentes de la exposición anterior, para que el lector los fije en la memoria, y redactado como quien no hace meros resúmenos de pensamientos de otros investigadores, sino que ofrece su opinión, su propio panorama sintético sobre las cuestiones actuales que aborda el análisis de pensamiento paulino. Por lo tanto, merece la pena leerse y con atención. Dije es un libro maduro y lo reitero. En alguna que otra “postal” futura discutiré algunos temas que o bien me parecen que se podrían perfilar o que están insuficientemente abordados. Del mismo modo, me gustaría poner en cuestión, como “aperitivo” a una futura discusión, en la sección donde extrae “los criterios que le permitan al lector situarse críticamente ante a tarea de comprender el proyecto de Pablo y de interpretar mejor sus textos” (pp. 25-26). En el punto 3. se dice: “Hay que aceptar la ambigüedad y la incoherencia de Pablo”. “Uno de los errores más comunes es querer hacer que su pensamiento y proyecto sea lógico y coherente de acuerdo con los parámetros del investigador”. Opino que ningún investigador pretende hacer esto conscientemente…, pero podría ocurrir; no lo niego. Segundo que Pablo es ambiguo es claro (las carta han sido manipuladas; faltan algunas de ellas; faltan también las misivas enviadas por sus corresponsales, no sabemos en las semanas o meses que pasó Pablo adoctrinando a sus conversos, etc.). Pero lo que se me hace totalmente imposible de digerir es que Pablo, en su pensamiento y proyecto pudiera ser incoherente”. Me parece imposible, porque de lo contrario toda a legión de seguidores que tuvo en vida y tras su muerte. Un pensamiento incoherente jamás lo habría conseguido. En mi libro, mencionado arriba, la coherencia de Pablo, cuando se da con la claves de su pensamiento que a veces aparecen entre líneas, es total. Otra cosa es que no obtuviera todas las conclusiones de su pensamiento teniendo en cuenta que el fin del mundo estaba a “la vuelta de la esquina” Se pueden discutir otros temas que faltan, como indiqué más arriba, y además las consideraciones que desde el punto de vista del autor se hacen sobre las tres perspectivas dominantes (la tradicional, con Bultmann a la cabeza en tiempos modernos); la nueva perspectiva: (Sanders, Dunn, Wright); y la nueva perspectiva radical (en español representada aún muy pobremente porque solo hay en nuestra lengua dos libros, uno traducido, el de Pamela Eisenbaum, “Pablo no fue cristiano. El mensaje original de un apóstol ml entendido, de la Editorial Verbo Divino, y el pequeño, pero denso, libro introductorio de Carlos Segovia (en papel en Editorial Atanor, Madrid, pero no sé si será fácilmente conseguible) y en Internet, libros de Amazon: http://www.amazon.es/Tienda-Kindle/s?ie=UTF8&field-author=Carlos%20A.%20Segovia&page=1&rh=n%3A818936031%2Cp_27%3ACarlos%20A.%20Segovia. La ficha completa de este libro es: Carlos Gil Arbiol: Qué se sabe de… Pablo en el naciente cristianismo. Editorial Verbo Divino, 283 pp. Colección: “Qué se sabe d…” coordinada por el autor ISBN: 978-84-9073-102-4, con una breve bibliografía comentada al final y con alguna imagen para ver mejor una glosa o interpolación dentro de 1 Corintios. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 8 de Mayo 2015
Notas
Escribe Antonio Piñero
Pregunta: Muchas veces escucho que la mejor forma de estudiar la Biblia, es hacerlo por Temas. Es decir, recolectar todos los pasajes bíblicos que hacen sobre un determinado tema, para así tener el panorama global de lo que la Biblia expone sobre ese asunto. ¿Usted cree factible este método? Desde ya, muchas gracias por su tiempo y si aporte. Respuesta: Ciertamente es una de las maneras. Y para eso puede uno ayudarse con un buen “Diccionario de la Biblia”. Yo recomiendo tres: de las editoriales Clíe, Herder, Sal Terrae/Mensajero/Desclée, por orden de “grosor”, lo que da idea de la cantidad de información concedida a las fuentes y a los comentarios. También es muy recomendable, leer libros de introducción general al Antiguo Testamento y Nuevo Testamento (la de Brown o mi “Guía” (ambos de Trotta), así como luego, tomar un autor (un evangelista, o Pablo) y leer un buen comentario. Las editoriales Sígueme y Verbo Divino tienen una serie de buenos comentarios a muchos autores del Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. Pregunta: Quería hacerle una consulta. usted sabra quien fue gobernador de la provincia romana de acaya en los años 57-58 D.C. Espero pueda ayudarme Respuesta: Pues así de repente no lo sé. Porque lo que más afecta al estudio del Nuevo Testamento es el gobernador de Acaya, capital Corinto en el año 51. Para determinar aproximadamente la cronología de la vida de Pablo de Tarso sólo tenemos un dato seguro: al final de una estancia en Corinto, el Apóstol fue acusado ante el procónsul romano de la provincia griega de Acaya, Lucio Junio Galión, de actuar ilícitamente al predicar su evangelio sobre Jesús (Hch 18,12), es decir, se le acusó de escándalo de orden público o bien de actuar contra la Lex Julia de collegiis que prohibía reuniones no autorizadas. Sabemos por una inscripción hallada en Corinto que Galión fue procónsul de Acaya muy probablemente entre junio del 51 y mayo del 52 d.C. Por tanto Pablo estaba en Corinto (capítulo 18 de Hechos) en esa fecha. A partir de este dato hay que reconstruir, hacia delante y hacia atrás, los sucesos principales de la vida y actividad de Pablo. Pero para ayudarle he buscado en Google lo siguiente: “List of Roman governors of the Roman Province of Achaea” y la información es muy pobre para esa fecha. Solo menciona a Lucio Calpurnio Pisón, para el siglo I, pero es ciertamente muy anterior a la fecha : de época de Augusto. Luego he buscado en alemán (“Liste von römischen Procuratoren in der römischen Provinz Achaea, suponiendo que no me equivoque, y no obtuve nada; luego busqué por “Römische Provinz von Achaea”). No he encontrado esa información. Probabilísimamente hay que buscar en la Enciclopedia Pauly Wissowa ( = Realencyclopädie der classischen Altertumswissenschaft de unos 100 volúmenes con todos lo complementos) o quizás en Eckart Olshausen: Achaia. In: Der Neue Pauly (DNP). Band 1, Metzler, Stuttgart 1996, ISBN 3-476-01471-1, Sp. 56 f. y ahora me es imposible ir a la Facultad para encontrar ese dato. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 7 de Mayo 2015
Notas
Escribe Antonio Piñero
Pregunta: Saludos, en verdad estoy disfrutando mucho de su libro El Trono Maldito... Lo del falso pretendiente Alejandro, nieto de Herodes el Grande me parece muy cómico que siempre han existido personas mal intencionadas tratando de robar dinero a personas ingenuas...Y en verdad todo esto es histórico??? Qué libro me recomienda para conocer más sobre las Saturnalias y el Sol Invictus??? Respuesta: A la verdad todo les como lo cuenta Flavio Josefo, que es nuestra fuente principal. Así que la respuesta es: fundamentalmente histórico, aunque el novelista tiene que rellenar con su imaginación –que debe ser concorde totalmente con las circunstancias del momento histórico—los detalles. Espero que al terminar la novela tenga una idea mucho más clara de cómo fue el siglo I en Israel y de cómo encajan en él dos figuras como fueron Juan Bautista y Jesús de Nazaret. Toda la novela trata Dios explicar por qué mataron las autoridades romanas, junto con Herodes Antipas en el caso del Bautista a esos personajes para ellos tan incordiantes. Sólo a unas figuras tan profundamente religiosas y totalmente convencidas de que Dios intervendría se les podría ocurrir predicar en público la venida de un reino de Dios en el que los romanos no tenían cabida alguna y que negaba rotundamente la majestad de emperador Tiberio y sus derechos imperiales sobre Israel. Sobre la recomendación que me pide, no sé contestarle con seguridad. Creo que le conviene más leer el libro del Prof. Jaime Alvar sobre Los misterios (vea Google para detalles) que es extremadamente ilustrativo sobre el trasfondo de ideas religiosas que se requiere saber para entender la confrontación, sobre todo con Pablo (no con Jesús) de un cristianismo naciente con los adeptos de los msiterios salvadores de ciertas divinidades grecorromanas. Pr.: Desearía formular dos preguntas a Don Antonio Piñero: a) si hay estudios sobre si María "Magdalena" fuera uno de los doce apóstoles cuya identidad se ocultase bajo nombre masculino, y 2) si hay estudios sobre si uno de los apóstoles era hijo de Jesús. Muchas gracias. Rs.: Que yo sepa tales cuestiones, que son puramente imaginativas y que no tienen base alguna en los textos, no se plantean jamás en círculos universitarios o de investigadores serios. Como he manifestado muchas veces, en historia antigua hay muchas hipótesis, paro siempre basadas en algo: textos, arqueología, otros testimonios externos, monedas, etc. Pero no se hacen hipótesis gratuitas. Pregunta: Gracias por tomarse el tiempo de responder. Ahora le pregunto por la datación precisa de los evangelios, ya que muchos dicen que fueron escritos en el siglo II, lo que contradice la datación tradicional del siglo I. Usted sabrá aclarar las dudas, le agradezco de antemano por su aporte. Un saludo. R.: Es posible que el Evangelio de Juan adquiriera su forma definitiva (hubo una serie de manos en su composición) en el siglo II, muy a principios. Y es también posible que los Hechos de los apóstoles, la segunda parte del Evangelio de Lucas, viera la luz en el siglo II. Hay autores serios que los datan en torno al 115-140. Quizás sea un poco exagerada la última cifra, pero la primera es plausible. Los demás Evangelios: el de Marcos es ciertamente el primero: hacia el 71-75. Y Luego Mateo y Lucas (1ª parte), por este orden entre el 80-90. Consulte, si le es posible, mi “Guía para entender el Nuevo Testamento” de Edit. Trotta, 4ª edic. Madrid 2011. Pregunta: ¿En qué cree Antonio Piñero o cual es su tendencia? Saludos y gracias. R.: Creo que puede estar claro por todo lo que he escrito en los últimos treinta años o más: soy un filólogo, escéptico, racionalista, agnóstico y respetuoso con las creencias de los demás, aunque como ideas que son deben discutirse educadamente. No soy militante. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com --------------------- Para posibles interesados: Me escribe mi amigo Félix Lascas: Adjunto el enlace de la primera parte de la entrevista, en un par de semanas publicaremos la segunda parte, también te notificaré cuando lo haga. Gracias por tu atención. Puedes verlo en: http://elgranodemostaza.com/articulos/hablamos-con-el-profesor-antonio-pinero-1a-parte/ Saludos de nuevo.
Miércoles, 6 de Mayo 2015
Notas
Escribe Antonio Piñero
Pregunta: Estoy leyendo el tratado de ateologia de micheol onfray, filosofo frances, en donde se argumenta que pablo y no jesus, fue quien predico el odio al cuerpo y la sexualidad y alabo la castidad, Dice el autor que pablo posiblemente sufrio de impotencia y otros transtornos y que esa neurosis la quizo contagiar con los demas¿ que piensa ud? Respuesta: Acabo de publicar un comentario general a la posición de este sedicente filósofo. Ahora comento mi posición sobre Pablo y la situación de la mujer es la siguiente, tomada en gran parte de la Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino”, de la Editorial Trotta, Madrid, que saldrá un poco antes de la Feria del Libro de Madrid (inauguración a finales de mayo 2015) Creo que las ideas sobre la mujer subyacentes en el pensamiento de Pablo son la que expongo a continuación a pesar de que la innegable participación e influencia de las mujeres en las comunidades paulinas, como veremos, no tuvo en la ideología de Pablo una fundamentación teórica clara. Sin duda influyeron en él los diversos “mundos” ideológicos a los que perteneció: semita y griego. A pesar de la declaración fundamental, cristológica, escatológica, no sociológica, de Gálatas 3,28, No hay varón, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús, no encontramos en Pablo una declaración formal que sustente ideológica y socialmente tal participación e influencia de las mujeres en los grupos por él fundados. Respecto a la situación de la mujer en sí misma y en la sociedad, el Apóstol mantiene una postura más bien contemporizadora con las ideas sociales-jurídicas normales al respecto de su entorno judeocristiano y del mundo helenístico-romano, sin blandir contra ellas ningún tipo de argumento. Las ideas subyacentes a la consideración de la mujer en Pablo se hallan en su Biblia, según hemos constatado. Hemos visto que cuando Pablo habla de la creación de la mujer por la divinidad en el inicio de los tiempos apenas alude al texto, más bien igualitario, de Gn 1,27 (+ 5,2) como sí lo hizo Jesús sintéticamente (según Mt 19,4-6 = Gn 1,27 + 2,24), sino que carga las tintas en la larga narración de Gn 2 en la que la mujer sale mal parada, como un ser de segunda clase, creado secundariamente desde y para el varón. Para Pablo, incluso allí donde ejerce funciones de colaboración y promoción del “evangelio”, el varón es gloria de Dios y la mujer es gloria del varón, según sostiene en 1 Corintios 11,3. Durante la breve existencia que resta en este mundo material, antes del fin, no hay por qué mudar la diferencia de grado entre hombre y mujer que es casi óntica, esencial. El reino de Dios en Pablo no vendrá en esta tierra, sino en un paraíso ultramundano y espiritual donde las diferencias sociales no contarán. Todo será nuevo y dentro de muy poco. Por tanto, no hay que restar tiempo de otras tareas de la proclamación de la Palabra para cambiar nada aquí, en este mundo material y efímero. La situación de la mujer y valoración del matrimonio y celibato en Pablo aparece --aparte de los textos de 1 Cor 11,2-15 y 14,33b-36—en el capítulo 7 de 1 Corintios es el texto básico que afecta directamente al tema “Pablo y las mujeres” aunque en sí se ocupe del matrimonio y del celibato. El matrimonio, la suprema institución social y religiosa de relación entre varón y mujer en el judaísmo, parece ser en sí para Pablo más bien bueno que malo, pero él no se manifiesta de un modo rotundo en pro de su bondad, aunque tampoco le parece que la institución necesite defensa alguna, salvo ante ciertos iluminados ascetas de Corinto. Pero, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de las mujeres en la antigüedad contemplaba el matrimonio ante todo para tener hijos, esta posición un tanto indiferente de Pablo podría resultar extraña. Lo que importaba a Pablo en el matrimonio era la materialización dentro de él de la relación “con el Señor” que nos ha salvado (v. 39). Pablo piensa en los gentiles convertidos: a unos les llega la fe como solteros y a otros como casados. Los estados de soltería o de matrimonio no tienen en sí y por sí mismos ninguna trascendencia salvífica (v. 17). Desde ese momento todo depende de cómo se relacionen los esposos con el Señor. El Apóstol intenta ser equilibrado, sin embargo, y defiende la institución del matrimonio (v. 2), pero aprecia ante todo la virginidad (vv. 7-8), puesto que permite dedicarse por entero a las cosas del Señor sin distracciones mundanas, materiales, inútiles (vv. 32-34). Desde ese punto de vista paulino, el de la proximidad inminente del fin, llega Pablo a una relativización muy notable del eros y del matrimonio, lo cual no deja indiferentes a las mujeres. Aunque el cuerpo del hombre (griego sôma), o el ser humano en cuanto considerado ser viviente material, no sea malo ni sea sinónimo de sarks, “carne”, con todo su sentido peyorativo de bajeza y pecado, las “flaquezas de la carne” se concentran, según Pablo, también en los creyentes, en el aspecto más negro de la sexualidad: el apetito lujurioso. Las tribulaciones de la carne se presentan incluso en la unión lícita de marido y mujer (v. 28). El matrimonio es, pues, un mal menor para Pablo y por ello lo relativi¬za. Como urge el final de los tiempos, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen (v. 29). Pero todo esto debe aplicarse también a los varones, no sólo a las féminas como si Pablo las considerara más “carnales” que los varones. No es así; probablemente lo contrario, como indica 1 Cor 7,36: Pero si alguno teme faltar a la conveniencia respecto a su prometida, por tener excesiva vitalidad, y conviene actuar en consecuencia, haga lo que desea: no peca, cásense. Desde el punto de vista feminista, el aspecto positivo de la doctrina paulina radica en una innegable valoración de la mujer al mismo nivel que el hombre en ciertos estratos del horizonte matrimonial-sexual. Con buena voluntad, podría situarse a Pablo levemente en la línea del primer texto del Génesis (1,27): la prohibi¬ción del divorcio afecta por igual al hombre y a la mujer (vv. 10-11), y en cuanto a las relaciones conyugales, el Apóstol presupone una igualdad absoluta de condiciones (vv. 2-4); el celibato no parece fundamentarse a pesar de todo en una estimación negativa del ser femenino en cuanto femenino, como entidad sexual perversa, como ocurría entre algunos judíos (Testamento de Rubén, por ejemplo). En el nuevo grupo mesiánico a la espera del inminente fin del mundo, las mujeres tienen ante Dios, y en lo esencial de la salvación, la misma participación que los varones. Es consecuente con este programa de igualdad espiritual (Gál 3,28), el que las mujeres ejerzan algunas funciones en las comunidades paulinas: Patronas y benefactoras (esquema típico del Imperio romano helenístico de “patrón – cliente”, pero en el ámbito de la iglesia doméstica). Este es el caso de una mujer comerciante de púrpura, rica, temerosa de Dios, de nombre Lidia, según Hch 16,14-15Y de Febe, según Rom. 16,1-2. También Priscila y su marido Áquila actuaban como benefactores, pues cedían su casa en Éfeso para las reuniones de la iglesia doméstica de la ciudad, Rom 16,19. Ministras o diaconisas (funciones a veces difícilmente distinguibles de las evangelizadoras). Así Rom 16,1. Profetisas. Que las mujeres ejercieron en las comunidades paulinas como “profetisas”, es decir, de algún modo como “dirigentes”, es claro y queda fácilmente probado por 1 Cor o por Hechos. En comunidades estrictamente paulinas la mujer podía orar y profetizar en público con ciertas condiciones: (1 Cor 11,5). Maestras. Evangelistas/apóstoles, etc. ¿Podría decirse que para Pablo era la mujer socialmente y según el orden de la creación un ser de segundo grado? Muchos comentaristas lo niegan rotundamente, pues sostienen que deben tenerse en cuenta los pasajes acerca de las funciones de las mujeres en la comunidad que acabamos de considerar, más la igualdad de manifestarse en público como orantes en alta voz y profetisas, que hemos citado también. Otros, sin embargo, aceptan que Pablo albergaba para su interior, y lo dejó mostrar en 1 Corintios claramente, la noción de que las mujeres son seres humanos de segundo grado puesto que a ello le conducía la exégesis de Gn 2 en su conjunto, olvidando el texto igualitario de Gn 1,27. Opino que, desgraciadamente, pesa más esta segunda opinión, aunque con un cierto contrapeso debido a las funciones que desempeñaban en las iglesias domésticas. En general podría decirse que para Pablo hombre y mujer están al mismo nivel uno y otro (el uno para el otro) en la intimidad del matrimonio, las relaciones sexuales, y en lo espiritual (1 Cor 7,4.11), y que cristológicamente son iguales, pero sin deducir ninguna consecuencia explícita para la vida social en lo que se refiere a la igualdad sustancial. Pablo jamás se preocupó de superar esta situación de desigualdad social de las mujeres porque estaba convencido del inminente fin del mundo. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Martes, 5 de Mayo 2015
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Literatura Pseudo Clementina Homilía XI Sigue Pedro demostrando en su larga prédica el significado de la creación como acción de Dios a favor y beneficio de los hombres. El cielo visible que desfila diariamente por encima de nuestras cabezas es una fuente inagotable de favores para hacer posible y cómoda la existencia humana sobre la superficie de nuestro planeta. Lo mismo que la variedad de ventajas que se manifiestan en la morada rica creada por Dios para la existencia de la humanidad. Los beneficios de la creación Por el hombre, Dios ordenó que el agua se retirara de la faz de la tierra, para que la tierra pudiera proporcionarle frutos. Hizo también cuencas para procurarle fuentes y para que aparecieran corrientes de ríos y surgieran animales, en una palabra, para poder proporcionarle todos los bienes. En efecto, soplan los vientos para la producción de frutos, llegan las lluvias y cambian las estaciones. Ahora bien, el sol y la luna junto con los demás astros cumplen sus auroras y sus ocasos, y los ríos y los lagos junto con todos los mares están a su servicio. De ahí que a los que se comportan como seres insensibles frente al mayor honor que se les ha dado, así como a un desagradecido se les prepara un castigo mayor por el fuego, porque no quieren reconocer al que convenía conocer y honrar antes que a nadie (Hom XI 23). El regalo del agua Frente a los beneficios de Dios muchas veces la respuesta del hombre es la ingratitud, evidente en la conducta que Dios tuvo que tratar de corregir con el diluvio. Un castigo que llegó por medio del agua, que fue el mayor regalo de Dios a la humanidad y base de su salvación. Y aunque sea ahora, el hombre reconoce que la causa de todas las cosas procede de las inferiores, considerando que el agua lo produce todo, el agua que recibe del viento el origen de su movimiento, y el viento que tiene su principio del Dios de todas las cosas. Y así conviene razonar, para que por la razón pueda llegar a Dios. Conociendo así su origen y nacido de nuevo del agua primigenia por el bautismo con la trina invocación sagrada, es constituido de nuevo heredero de los padres que lo engendraron para la incorrupción. La nueva llamada de Dios y el bautismo Por todo esto, debe el hombre acercarse bien dispuesto como un hijo a su padre, para que Dios ponga la ignorancia como causa de sus pecados. Pero si después de ser llamado, no quiere o se retrasa, perecerá por el justo juicio de Dios, al no ser querido por no querer, al imponer su propio albedrío personal en un sentido desviado. Y no crea que aunque sea más piadoso que todos los piadosos que han existido, si está sin bautizar, podrá alguna vez conseguir lo que espera. Por esta razón, recibirá un castigo mucho mayor porque no hizo bien las buenas obras. Pues la beneficencia es hermosa cuando se hace como Dios ordenó. Pero si el hombre no quiere ser bautizado como a él le agrada, al servir a su propósito personal, se opone a la voluntad de Dios. Razones para el bautismo Hay seguramente algunos que se preguntan sobre la importancia que puede tener un rito tan simple como el bautizarse con agua. Pedro responde a tales aporías ofreciendo sus razones: En primer lugar porque así se hace lo que a Dios agrada. En segundo lugar, porque renacido del agua para Dios, por causa del temor, cambia el hombre su primer nacimiento surgido de la concupiscencia, y así puede conseguir la salvación; lo que de otro modo es imposible. Pues así nos lo aseguró el Profeta Verdadero diciendo: “En verdad os digo, si no renacéis por el agua viva en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no entraréis en el reino de los cielos” (Cf. Jn 3,5.). La llamada de Dios implica la recepción del bautismo. Pues hay en ese rito algo misericordioso desde el principio como el Espíritu, que se deslizaba sobre el agua original (Gén 1,2) , y reconoce a los bautizados con la invocación tres veces bienaventurada y los libra del castigo futuro presentando como dones a Dios las obras buenas hechas por los bautizados después del bautismo. Por eso, dice Pedro, recurrid al agua, pues ella sola puede sofocar la fuerza del fuego. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 3 de Mayo 2015
Notas
Escribe Antonio Piñero
Pregunta: Tengo una nueva pregunta ¿qué motivó a Antíoco IV Epífanes. ¿Por qué quería suprimir la religion judia como aparece en Flavio Josefo y los libros de los Macabeos? Respuesta: Me parece una pregunta interesante y compleja. Como ya he escrito sobre ese tema, me permito transcribirle, desde un PDF, lo escrito por Arminda Lozano y por mí en el primer capítulo del libro, Biblia y Helenismo, Edit. El Almendro, Córdoba 2006, pp. 41-44: La tradición historiográfica sobre Antíoco IV, este brillante miembro de la dinastía real seléucida hace de él un loco y un perseguidor sanguinario de los judíos. Sin embargo, hemos de intentar apartarnos de este estereotipo propiciado por la parcialidad de las fuentes sobre algunos hechos concretos de su reinado, para obtener una visión más ajustada a la realidad histórica. Loco, desde luego, no era en absoluto. En cuanto a su persecución del pueblo judío, ciertamente hay que admitir que éste le causó múltiples problemas y complicaciones. Y si bien es cierto también que su actitud fue la de liquidar tales conflictos violentamente, se ha tendido a hacer de él un acérrimo adversario del judaísmo, cuando, en realidad, no fueron ideas religiosas, sino sobre todo razones políticas las que motivaron su manera de actuar. Antíoco IV había permanecido catorce años en Roma como rehén tras la paz de Apamea. Admiraba el sistema y la política romanas a la vez que era un ferviente partidario de las virtudes y cultura helénicas. No intentó ninguna aventura hacia el Oeste que le pudiera privar de la voluntad de Roma, sino que se concentró en el sur y el oriente de su reino intentando consolidar su estructura. Antíoco pretendía restablecer su Imperio, muy debilitado y mermado tras la paz de Apamea, cuya integridad estuvo desde los comienzos seriamente amenazada por fuerzas centrífugas, es decir, por la variedad de etnias y culturas comprendidas en su seno. El monarca debió de pensar que una fuerza de cohesión notable podía ser la unidad de cultura y lengua entre los pueblos de su reino, y ¿qué mejor que la civilización helénica?22 Para este fin sólo podía23 apoyarse en los griegos y en los orientales helenizados. Justamente la necesidad de contar con un principio cohesionador para los diferentes pueblos de su Imperio explica el giro de su política religiosa, que consistió en elegir como instrumento concreto de cohesión el culto al monarca. Dada la idea unificadora implícita en él contenida, este culto había alcanzado ya una relevancia sin precedentes en los reinados anteriores. Probablemente Antíoco mismo no se creyó dios en realidad, como se recogió en la propaganda judía24, sino que se presentó a sus súbditos con esta caracterización. De ahí la utilización desde el principio de su epíteto cultual Epiphanés y su representación con corona radiada similar a Helios, el Sol25. Es probable más bien que se hubiera considerado simplemente el representante de Zeus en su reino. Sea de ello exactamente como fuere, lo cierto es que estos planes de cohesión cultural tenían que ser muy mal vistos por gran parte de la población judía, pues la religión y la cultura estaban en el país íntimamente unidas. La situación social en Judea podía favorecer aparentemente los planes reales. Señalamos más arriba que el continuo proceso de :::::::::::::::::: NOTAS 22 Tácito (Hist. V 8) afirma que su intención era apartar a los judíos de sus supersticiones y enseñarles las costumbres griegas. 23 La fragilidad de este inmenso Imperio se puso de manifiesto con la independencia alcanzada por algunas de las regiones más orientales, como Bactriana, ya en la primera mitad del s. III. 24 Dn 2,36-39 25 Así es la representación de su efigie en las monedas. La ideología solar, y su utilización como símbolo de la igualdad entre todos, en este caso, un dios único para el conjunto de los súbditos del Imperio es un motivo recurrente en el mundo antiguo. :::::::::::::::::: helenización efectuado lentamente en las largas décadas de dominio lágida, había dividido la población de Palestina en dos grandes bloques. Por un lado, una fuerza “progresista”, abierta a la cultura griega, compuesta sobre todo por las capas altas de la población, aunque en el seno de esta clase más alta y prohelena había diversos bandos. Económica y socialmente dos familias se repartían el poder: los Oníadas y los Tobíadas, que tomaban el nombre de los patriarcas que habían fundado antaño los grupos familiares. Por otro lado, el pueblo llano y parte de las clases medias, inclinadas más bien a defender a ultranza las costumbres patrias. La antigua tradición escatológica y apocalíptica, muy perceptible en Israel desde inmediatamente después del exilio, se había ido aglutinando en una especie de movimiento de defensa religiosa, cuyos epígonos eran los llamados hasidim o “piadosos”. Era éste al principio un grupo complejo de gentes interesadas en la defensa de la Ley del que más tarde se desgajarían diversas facciones, como las de los fariseos o la de los esenios. A la vez, en lo político había también sus divisiones. Los más conservadores en materia de religión se inclinaban por dar la espalda a los Seléucidas y volver al seno del poderío egipcio, dentro del cual la autonomía religiosa había funcionado sin problemas; otros, más abiertos a las costumbres griegas, eran adictos de la causa de los seléucidas, los actuales gobernantes. Este último partido proseléucida se había formado ya con notable fortaleza en tiempos de Antíoco III, y naturalmente estaba integrado por aquellos aristócratas a quienes mejor les iba económicamente con los nuevos dueños. El sumo sacerdote de aquel momento, Onías III, no fue receptivo a las exigencias del enviado personal de Seleuco IV, Heliodoro. Ello determinó que, para evitar ulteriores problemas, Onías creyera conveniente entrevistarse con el rey en Antioquía, si bien a su llegada se encontró ya con su sucesor en el trono, Antíoco IV. Los detalles de esta negociación se nos escapan. Cierto es que acudió también a la capital seléucida Josué, hermano de Onías, que había helenizado su nombre cambiándolo por el de Jasón. Este detalle es significativo, pues nos indica que la helenización afectaba ya a la propia familia de los sumos sacerdotes. ¿Había sido asumida esta helenización a remolque de otras familias aristocráticas judías –el caso, ya citado, de los Tobíadas entre otras– o por razones de diferente índole? Resulta bastante convincente a este respecto la explicación de E. Will y C. Orrieux26, quienes afirman que el sacerdocio jerusalemita debía ser proclive a la helenización no sólo por el contacto con la administración de las monarquías griegas, ptolomea o seléucida, propiciado por el aspecto político-administrativo de sus funciones, sino por el mismo ejercicio de su sacerdocio. Para conservar su autoridad entre las comunidades judías helenizadas de la Diáspora que ya no hablaban arameo ni leían hebreo27, el Templo necesitaba contar con personal grecoparlante. Se supone que el aprendizaje de esta lengua debía realizarse en alguna escuela de la misma Jerusalén desde comienzos de época helenística, donde se formarían sacerdotes y escribas bilingües destinados a mantener estos contactos con las comunidades exteriores. Por otro lado, la traducción de la Biblia hebrea al griego (la Carta de Aristeas supone que los traductores procedían de Jerusalén) requería ya unos conocimientos no simples de la lengua helénica, además de la familiaridad con la literatura griega. Por tanto, parece claro que la clase sacerdotal dirigente debió de ser pionera en la asunción del helenismo con el objetivo de mantener la cohesión de Israel en su conjunto. Para el resto de la aristocracia las motivaciones de carácter económico y social serían, sin embargo, las auténticamente operativas28. :::::::::::::::::::::::::::: NOTAS 26 Cf Will-Orieux, Ioudaïsmos, 115s. 27 Véase a este respecto L.I. Levine, Judaism and Hellenism in Antiquity. Conflict or Confluence? (Univ. of Washington Press 1998) 76ss, donde establece la relación entre las distintas lenguas en ámbito judío 28 Ello no implica que tales razones no fueran también consideradas por los componentes de la familia de los sumos sacerdotes, puesto que compartían intereses con el resto de la aristocracia. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Domingo, 3 de Mayo 2015
Notas
Escribe Antonio Piñero
Pregunta.: Por favor quisiera que me dé su opinion sobre lo siguiente: estoy leyendo tratado de ateologia de micheol onfray, filosofo frances, en donde se argumenta que pablo y no jesus, fue quien predico el odio al cuerpo y la sexualidad y alabo la castidad, Dice el autor que pablo posiblemente sufrio de impotencia y otros transtornos y que esa neurosis la quizo contagiar con los demas¿ que piensa ud? Respuesta: Michel Onfray ha escrito un libro muy malo, pro con un buen título y está apoyado por un tremendo aparato mediático, especialmente en Francia, que él mismo ha sabido montarse. Lo critico duramente en el libro conjunto, que edité con otros colegas, titulado ¿Existió Jesús realmente el Jesús de la historia a debate, Edit. Raíces, Madrid 2010. Le resumo: Uno de los autores que será tratado en los capítulos siguientes (cap. 3) es Michel Onfray, cuya obra Traité d’athéologie (Éditions Grasset & Fasquelle, Paris 2205), fue traducida rápidamente al español al año siguiente…, y en ese mismo año vieron la luz cuatro reimpresiones seguidas: Tratado de ateología. Traducción de Luz Freire, Editorial Anagrama, Barcelona, 2006, 249 pp. Nos parece importante presentar al lector, en el umbral mismo de la obra presente, el esqueleto argumental de esta postura que sostiene como trasfondo cualesquiera otros argumentos. De la mano de M. Onfray podemos resumir el esquema intelectual1 que sustenta esta tesis mitista. Es en líneas generales el siguiente: • La existencia de Jesús no puede verificarse históricamente, es decir, con los métodos críticos empleados por los profesionales del estudio de la historia. • Para la posibilidad de la creación de este mito es preciso tener en cuenta las circunstancias sociales, políticas y religiosas del Israel del siglo I d.C. y su entorno. • En la época y lugar en la que comienza a difundirse su existencia, mitad del siglo I, Palestina, existía entre los judíos piadosos, la inmensa mayoría del pueblo, un ambiente exaltadamente religioso que anhelaba la liberación nacional del país del yugo de los romanos. • Esta ansia de liberación hizo que desde la muerte de Herodes el Grande (4 a.C.) hasta el estallido de la Primera gran revolución contra el poder de Roma (66 d.C.) hubiera casi una decena de personajes de tinte más o menos mesiánicos, que prometían de uno u otro modo la liberación de Israel del yugo extranjero y una vida conforme a la Ley: «profetas furibundos, locos iluminados, histéricos convencidos de la superioridad de sus verdades grotescas y vaticinadores de múltiples apocalipsis» (Onfray, 130). • La historia de uno de ellos, llamado Teudas, que se creía Josué (una transcripción en griego del nombre de Jesús que significa «Dios salva») pudo ser el origen remoto del personaje Jesús de Nazaret. • El primero en propalar el sentimiento religioso en torno al recuerdo de este personaje, «rebautizado» como Jesús, fue Pablo de Tarso, quien hizo de él un personaje, no real, sino intelectual, un constructum auténtico, al que vistió de carne y hueso y proveyó de ideas. Pablo no había visto jamás al personaje, pero encarnó en él su «delirio religioso histérico» (p. 142). • La religión paulina, centrada en un Jesús mesías imaginario construye el mito de éste, en sus cartas, con un trasfondo de «odio a sí mismo, al mundo, a las mujeres, a la libertad… y a la inteligencia» (p. 149). • Propiamente, el constructor intelectual de Jesús de Nazaret fue el evangelista Marcos, el primero que creo conscientemente una «biografía» fingida del personaje. En el personaje Jesús, Marcos materializó con mucha mayor concreción que Pablo la histeria religiosa de la época. «Jesús materializa las energías difusas y dispares malgastadas contra la mecánica imperial de la época», es decir, «concentra en su nombre la aspiración mesiánica» de su tempo (pp. 132-3). • Para ello, Marcos toma como modelos literarios noticias fantásticas que en su época circulaban sobre Pitágoras, Sócrates y otros (pp. 134-135). • Una vez propaladas estas historias en torno a un personaje inexistente, una mera construcción intelectual, gracias al poder performativo del lenguaje —«Cómo construir cosas con palabras», como reza el descriptivo título de la conocida obra de John Austin— el Jesús inventado va tomando cuerpo real. «El poder del lenguaje, al afirmar, crea lo que enuncia». • A Marcos siguen el resto de los autores del Nuevo Testamento. ¿Son conscientes estos escritores de que están creando un mito? «No lo creo» —responde Onfray, 137—. Ni consciente, ni voluntaria ni deliberada. Marcos, Mateo, Juan y Lucas no nos engañan a sabiendas. Pablo tampoco. Se engañan a sí mismos, pues afirman que es verdadero lo que afirman. Ninguno de ellos conoció a Jesús en persona, pero los cuatro (los cinco, en verdad) adjudican una existencia real a la ficción» (p. 137). • Una vez creada la obra de propaganda, la «construcción completa del mito se lleva a cabo durante varios siglos por medio de plumas diversas y múltiples» (p. 138) y puede ser asimilada a la construcción de leyendas en torno a Mitra, Hércules, Dioniso, etc. Pero el historiador, o el hombre culto de hoy, puede caer en la cuenta de la impostura y llegar a conocer la realidad —es decir, la no existencia histórica de Jesús— porque las historias evangélicas están llenas de contradicciones e inverosimilitudes (pp. 138-141). Y la crítica del Prof. Jaime Alvar en este libro --¿Existió Jesús..?-- se resume en lo que sigue: Las críticas y los ataques a las religiones o a los monoteísmos no pueden confundirse con la teoría negadora de la existencia de Dios. Y esto es lo que hace Onfray, creyendo que la mera crítica de la religión supone ya demostrar la no existencia de Dios. Desde un punto de vista formal creo que Onfray ha errado su disparo. Acierto total, al parecer, desde el punto de vista comercial. Respecto a la existencia histórica de Jesús, Onfray no es en absoluto innovador. No hay ninguna aportación sustantiva procedente de su pluma. Es más, una aparente negación de la historicidad se suaviza frecuentemente con aseveraciones que permiten albergar la duda, como si él mismo no estuviera plenamente convencido de la eficacia de los argumentos negatorios, o como si a fin de cuentas cupiera asimismo la posibilidad de que el personaje hubiera existido. Lleva razón cuando, en esa línea dubitativa, afirma que en el fondo da igual, que lo importante es la construcción originada a partir de su mitificación, proceda ésta de un personaje real divinizado o sea mera especulación a partir de un personaje conceptual. La refutación de Onfray ha tenido interesantes aportaciones, como la de Irène Fernandez, o la de Matthieu Balsamero, respuestas que recuerdan a la que Conybeare escribió contra Smith,Robertson y Drews y que mencionamos al principio. Sin embargo, la mayor parte de las críticas pretenden rechazar el planteamiento por la forma dura con la que se presenta; como si la mayor preocupación del pensamiento pequeño burgués fueran las maneras y no el fondo, un ataque furibundo contra las religiones. Por mi parte confirmo aquí lo que he escrito en otra parte: Me ha interesado, en otro orden de cosas, el apartado correspondiente al título «Construir fuera de la historia» (pp. 136ss). El análisis de la construcción de la figura de Jesús es un tema apasionante; sin embargo, afrontarlo con la densidad que requiere obliga a acceder a lecturas que han pasado completamente inadvertidas a Onfray, quien por el contrario se permite el lujo de afirmar que los historiadores apenas se han interesado por elucidar la historicidad de la Biblia. ¡Qué fácil es difamar impunemente! En líneas generales, el proceso de la mitificación de la figura de Cristo está bien trabado, pero hubiera sido deseable que se atendiera a la tradición literaria en la que se enmarcan los Evangelios, para de ese modo incidir mucho más intensamente en la confección del mito. Bowersock, cuya importante obra es desconocida por Onfray, ha desvelado la conexión de los Evangelios con la tradición de los mirabilia, lo que los griegos denominaban peri thaumasion akousmata,es decir, «acerca de las cosas escuchadas dignas de admiración». Ese género se desarrolla imparablemente desde la época de Alejandro,cuya propia figura experimenta un proceso de deificación modélico para cuantos seguidores surgieron con posterioridad en toda la cuenca mediterránea. Esta sensación de que no hay profundidad en ninguno de los asuntos tratados planea en la totalidad del libro. Y lo mismo ocurre con los comentarios chistosos que divierten al lector, pero que no dan densidad al contenido, como la denominación de Jesús «vedette universal» (p. 139), incluida en el apartado «Una sarta de contradicciones» (p. 138ss) en el que la pluma se deja llevar sin rigor crítico hasta asuntos irrelevantes, como el lugar en el que se le puso a Cristo el epígrafe con el título «Rey de los judíos» o por qué un evangelio menciona y los otros no, la ayuda prestada por Simón de Cirene, o cómo es posible que no se mencione un intérprete entre Jesús y Poncio Pilato —al margen de la inverosimilitud de que un gobernador romano reciba personalmente a un presunto delincuente judío—, por no mencionar otros tantos ejemplos. Son cuestiones evidentemente ajenas a un verdadero tratado de ateología, aunque se empleen como recursos literarios para garantizarse un eco inmediato. Hubiera sido más afortunado un planteamiento desde la perspectiva de las inconsistencias, como nos ha enseñado Versnel con su excelente magisterio. Puestos a trabajar sobre la composición de los Evangelios, hubiera sido más útil aprovechar la abundantísima literatura neotestamentaria concerniente al problema y hacer un seguimiento de la propia construcción de los textos canónicos asumidos por la Iglesia y las razones de los rechazos, en lugar de conformarse con unos comentarios bastante superficiales que desacreditan otras partes aparentemente mejor trabadas. La tarea restante requeriría reemprender el camino del debate sobre la hipótesis mitista, y queda fuera de lugar volver a empezar este largo recorrido que de forma sucinta aquí he esbozado prestando especial atención a los autores encomendados. ¿Cuántas veces regresaremos al burladero de la demostración de la existencia o inexistencia de Dios a través de la razón? Sin lugar a dudas, la función docente obliga a repetir el camino cuantas veces sea necesario, aún a sabiendas de que no se puede ofrecer luz al ciego voluntario. Otro día responderé a su pregunta sobre Pablo y las mujeres Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 2 de Mayo 2015
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Pregunta: Si tuviera que reordenar los libros del Nuevo Testamento, cuál sería su propuesta? Para una mejor comprensión del Nuevo Testamento... Respuesta: Como respuesta parto de lo que escribí como “Observaciones sobre el modo cómo se imprime hoy el Nuevo Testamento” en la Guía para entender el Nuevo Testamento de Trotta, Madrid, 2011, 4ª edic. El lector de hoy lee el Nuevo Testamento en un orden y disposición que viene desde muy antiguo. Esta ordenación procede de los siglos IV y V, y así suele imprimirse el NT desde la invención de la imprenta. Sin embargo, este orden es un tanto curioso y en algún aspecto puede despistar al lector y no ayudar en absoluto a su comprensión del texto. Conviene que éste tenga en cuenta lo siguiente: 1. Lo primero que encuentra impreso el lector son los Evangelios, más los Hechos de los Apóstoles. Como estas obras tratan de Jesús y el autor que viene a continuación, Pablo de Tarso, supone en sus lectores el conocimiento previo de éste, de un modo espontáneo el lector tiende a creer que los Evangelios se compusieron primero, cronológicamente, y luego escribió Pablo sus cartas. Pero esto no es así. Como veremos, la primera composición del Nuevo Testamento es la Carta primera a los tesalonicenses, que fue redactada hacia el 51 d.C. De entre los evangelios, el primero, el de Marcos, fue compuesto hacia el 70/71 d.C., y el último, el de Juan, hacia el 90/100 d.C. Son, por tanto, cronológicamente posteriores. Sería ideal que el lector leyera las obras del Nuevo Testamento en orden cronológico de composición (en tanto en cuanto puede fijarse), puesto que ello le ayudaría a comprender cómo el Nuevo Testamento es una obra compleja que va evolucionando en sus doctrinas. 2. El Nuevo Testamento en su actual formato coloca en primer lugar al Evangelio de Mateo porque se creía antiguamente que este escrito fue el primero en ser compuesto. Hoy sabemos con relativa certeza que el primero en redactarse fue el Evangelio de Marcos. Éste debería ir situado en primer lugar. 3. El orden actual del Nuevo Testamento separa en partes dos obras que eran una sola: el Evangelio de Lucas y los Hechos de los apóstoles. Como veremos, fueron disociadas simplemente porque no cabían en un rollo normal de papiro. Luego se confirmó la división y se hizo costumbre ya que tenía un cierto fundamento: la primera parte, el Evangelio, trata de la acción del Espíritu en Jesús, mientras que la segunda, los Hechos, aborda fundamentalmente la obra del Espíritu en dos seguidores de Jesús: Pedro en la primera parte (más o menos hasta el cap. 12), y Pablo en la segunda (más o menos desde el cap. 13 en adelante). Por tanto, la división de la doble obra de Lucas en dos secciones, que se imprimen distanciadas, puede despistar al lector que olvida fácilmente que una parte, el Evangelio, no puede entenderse bien sin la otra, y a la inversa. 4. El formato actual separa también físicamente cuatro obras en el Nuevo Testamento que son el producto de una misma “escuela”, a la que denominamos “Grupo o Escuela de Juan” (cf. p. *). Estas obras son: el Evangelio de Juan y las tres epístolas johánicas. Como veremos, parece cierto que esas obras no fueron compuestas por un mismo autor, aunque a la vez parece también seguro que sus autores pertenecen al mismo grupo teológico. La separación física de tales obras en el orden normal del Nuevo Testamento tampoco ayuda a la comprensión del lector. 5. El corpus paulino no está dispuesto por orden cronológico en nuestras ediciones del NT. Justamente la primera epístola con la que se encuentra el lector es Romanos… ¡que es cronológicamente la última! En Pablo, al igual que en otros conjuntos del Nuevo Testamento, es importante leer las cartas paulinas según su orden temporal de composición, porque Pablo va progresando en su pensamiento. La disposición actual está curiosamente ordenada por algo que en sí tiene muy poca importancia: el tamaño de las cartas: de mayor a menor según tres bloques: Rom, 1 Cor, 2 Cor, Gál / Ef, Flp , Col, 1 Tes, 2 Tes / 1 Tim, 2 Tim, Tt, Flm. Curiosamente esta disposición produce otros efectos nocivos como vemos a continuación. 6. Dentro del corpus paulino la disposición actual del Nuevo Testamento mezcla en un cierto revoltijo cartas auténticas de Pablo con otras que fueron escritas por sus discípulos (“pseudónimas”; cf. cap. ). Así, por ejemplo, Efesios, que tiene una mentalidad teológica particular, va colocada entre Gálatas y Filipenses, que siguen una misma línea teológica. 7. Hay muchos autores que sostienen que ayudaría mucho a la comprensión del Nuevo Testamento sacar a las Epístolas pastorales (cap. 31) del lugar en donde están colocadas y situarlas junto con las denominadas “Epístolas católicas” o “universales” (Santiago, 1 y 2 Pedro, Judas), a la vez que se eliminan de esa división a las tres epístolas johánicas que, como hemos indicado ya, forman un claro grupo aparte. La colocación actual dentro del corpus paulino –se argumenta— ayuda poco a entenderlas bien. 8. Las llamadas Epístolas “católicas” o “universales”, es decir, dirigidas no a una comunidad particular de la Iglesia sino a todas, no son en realidad “universales”. Como veremos en los capítulos correspondientes, al menos 3 Jn está dirigida a una persona en concreto, y 2 Jn y 1 Pe están escritas para una o unas determinadas iglesias particulares. Sólo el encabezamiento de 2 Pe y parcialmente el de Sant (Heb no tiene encabezamiento y, por tanto, puede considerarse “carta universal”, aunque no fue compuesta por Pablo) hacen justicia a esa ordenación y agrupación como “epístolas universales”. En síntesis: la disposición u orden, y el modo actual de imprimir el Nuevo Testamento no ayudan precisamente al lector a entenderlo bien. En los capítulos respectivos volveremos a hacernos eco de estas observaciones e intentaremos informar al lector de cuál sería el lugar ideal de cada grupo de escritos en un “Nuevo Testamento” impreso de una manera más de acuerdo con la historia. Yo ordenaría del modo siguiente: Escritos anteriores al año 70 dc • Pablo auténtico: 1 Tesalonicenses. Gálatas 1 2 Corintios Filipenses Filemón Romanos Escritos posteriores al año 70 d.c • Evangelios Sinópticos: Marcos. Mateo. Lucas/Hechos de los apóstoles. • Primeras cartas deuteropaulinas: 2 Tesalonicenses Colosenses Efesios • Hebreos • Evangelio de Juan y Corpus johánico 1 2 3 Juan • Apocalipsis • Pastorales: 1 2 Timoteo Tito • 1 Pedro • Santiago y Judas • 2 Pedro En este orden hay bastantes dudas, como por ejemplo, la colocación del corpus johánico. Pero pienso que sigue un orden cronológico aproximado Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 1 de Mayo 2015
Notas
Escribe Antonio Piñero
Pregunta Me permito molestarle para preguntarle sobre los ejemplares mas antiguos de las Cartas de Pablo. Usted ha explicado claramente en varias ocasiones que nuestro conocimiento sobre los evangelios es a través de retazos más o menos completos contenidos en papiros desde el siglo II. Y para las cartas de Pablo ? Hay algún texto original de Pablo de Tarso? Cómo hemos llegado a saber sobre las cartas de Pablo ? Respuesta: Tenemos algunos papiros de los siglos III y posteriores con fragmentos de cartas de Pablo. Así los Papiros 14. 16. 40. etc. que nos permiten establecer el texto de Pablo para esa época. Antes hay solamente citas de escritores antiguos, pero posteriores a Pablo. Se inició pronto la costumbre de copiar las cartas recibidas por cada comunidad y de enviarlas a otras, a la vez que se recibía como intercambio la que había sido allí enviada. Colosenses, no auténtica, anterior al año 100, apunta hacia lo que quizás se hacía ya en vida de Pablo, y sobre todo posteriormente: Una vez que hayáis leído esta carta entre vosotros, procurad que sea también leída en la iglesia de Laodicea. Y por vuestra parte leed vosotros la que os venga de Laodicea (Col 4,16). Los más inquietos de entre los sucesores de Pablo debieron de preocuparse en primer lugar por reunir las cartas que iban difundiéndose, de copiarlas, de añadir algunos fragmentos aclarativos, que se suelen detectar con relativa facilidad como “glosas” o interpolaciones. A pesar de la copia e intercambio de cartas entre comunidades, es más que posible que Pablo no pensara jamás que sus textos iban a servir para generaciones futuras, entre otras razones porque para él el fin del mundo era inmediato (1 Tes 4,16; 1 Cor 7,29, etc.). Pero como este final no llegó, lo que él había escrito se convirtió tras su muerte en fuente de autoridad para las siguientes generaciones de sus seguidores. Sospechamos que a finales del siglo I hubo ya una cierta colección de cartas de Pablo, reunida con la intención de que su pensamiento llegara a otras comunidades, que serían “paulinas”. El conjunto judeocristiano de Jerusalén, al que cabe de algún modo denominar iglesia madre, había perecido presumiblemente casi al completo en la conquista de Jerusalén, al final de la Primera Revuelta judía contra Roma (66–70 e.c), pues la retirada a la ciudad de Pella, en Transjordania, gracias a un oráculo divino es probablemente una leyenda. Aunque otros pequeños grupos judeocristianos, de Galilea por ejemplo, no debieron de mostrar gran interés por conocer el pensamiento de un Pablo que hacía su propia interpretación de Jesús y de la Ley, es posible también que pudieran perecer del mismo modo en la feroz respuesta de los romanos a la revolución del 66. Sea como fuere, indicios de la existencia de esta colección de cartas a finales del siglo I son diversos textos de escritos cristianos primitivos que contienen alusiones a textos paulinos: Primera epístola de Clemente de Roma, compuesta hacia el 96 a.C.; pasajes de las cartas de Ignacio de Antioquía, muerto alrededor del 110 d.C. (¿?), y un pasaje de uno de los últimos escritos que ingresaron en el canon del Nuevo Testamento: 2 Pedro 3,15-16, ¿compuesta hacia el 120? He aquí estos textos: a) Clemente de Roma escribe desde la Urbe a quienes habían promovido una “sedición” contra las autoridades de la comunidad cristiana de Corinto. Invoca entonces el recuerdo del apóstol Pablo: Tomad en vuestra mano la carta del bienaventurado Pablo apóstol. ¿Cómo os escribió en los comienzos del evangelio? A la verdad, divinamente inspirado, os escribió acerca de sí mismo, de Cefas y de Apolo, como quiera que ya entonces formabais grupos rivales (1 Clem 47,1-3). La carta supone que en Roma, fundación judeocristiana antigua, 1 Corintios al menos era patrimonio común y fuente de autoridad (“divinamente inspirada”). b) Ignacio de Antioquía, Carta a los cristianos de Éfeso, 12,2: Sois estación de paso para los que por la muerte caminan hacia Dios (Ignacio pasa por Éfeso, prisionero, camino de su martirio en Roma), compañeros de iniciación (en los misterios divinos) de Pablo, el que fue santificado, el que fue atestiguado, el que es digno de toda felicidad, cuyas huellas me es dado seguir a mí cuando alcance a Dios; de Pablo, en fin, que en toda carta suya hace mención de vosotros. Es evidente que Ignacio dispone de un grupo de cartas paulinas. Comenta el editor de Ignacio en su obra Padres Apostólicos: No menos profunda es la huella que dejó san Pablo en el alma de san Ignacio… En todo caso, las cartas del Apóstol… estaban indudablemente en mano del obispo antioqueno… El hecho es tan palpable que huelga toda demostración. De una de ellas…, la primera… a los corintios, se ha podido autorizadamente afirmar que “debió de conocerla Ignacio casi de memoria” (Ruiz Bueno 1967, 393). c) 2 Pedro 3,15-16: Tened presente que la paciencia de nuestro Señor significa salvación, tal como les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le dio. En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás Escrituras, para su propia perdición. P.: ¿Por qué el evangelista nombra dos veces el nacimiento de Jesús como por ejemplo en Mateo: 1-25 Y sin que hubieran tenido relaciones, dio a luz un hijo, al que puso por nombre Jesús. Aquí se lee que Jesús nació, pero no presenta el lugar del nacimiento, ahora, Jesús había nacido en Belén de Judá durante el reinado de Herodes. Los evangelista escribieron dos veces el nacimiento de Jesús, en el 2 capitulo vemos que nació en Belén tiene nombre el nacimiento. A que se debe esta inconsistencia?. ¿El otro punto se ve que el ángel se le presenta a José por medio de un sueño, creer en sueños es cultura judía, al igual que los egipcios que creían en los "sueños", que papel juega los "Sueños en la Biblia"? R.: Lea bien, por favor, los evangelios, porque no se trata estrictamente de repeticiones, sino de precisiones. Tampoco veo insistencia alguna aparte de que los evangelistas Mateo y Lucas trataran el tema con cierta amplitud. Marcos y Juan lo omiten del todo. Los sueños son muy importantes como comunicación divina tanto en el mundo grecorromano, como en la Biblia, y en general en toda la antigüedad. Por favor, consulte un buen Diccionario bíblico Pr.: Estoy haciendo un trabajo sobre el libro Jesus de Nazaret encontre un buen estudio de su persona.sí me da permiso de citarlo cm el autor .y cm debo de hacerlo .sí me puede dar alguna conclusión .sobre el tema confesion de fe en Jesus como hijo de Dios apartir de los datos historicos .y cm puedo aplicarlo ala vida cotidiana hoy en dia R.: Por supuesto, puede Usted citarme por mi nombre y apellido, luego el libro, con la editorial y año, y luego la página. Siento decirle que sobre el tema "confesion de fe en Jesus como hijo de Dios apartir de los datos historicos", no tenemos dato histórico alguno. Toda confesión de fe pertenece al ámbito de las creencias privadas y al de la teología, no al de la historia. Los evangelios contienen ciertamente datos históricos, pero son ante todo libros de propaganda de la fe en Jesús. Todo lo que se refiera al “hijo de Dios” en el sentido que hoy se entiende, pertenece a la fe. Tampoco sé, ni incumbe a un mero historiador, cómo se puede aplicar una creencia a la vida cotidiana. Siento no poder ayudarle más. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 30 de Abril 2015
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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