Notas![]()
Escribe Antonio Piñero
Las pp. 16-19 del prólogo de X. Pikaza al libro de E. Trocmé, “La infancia del cristianismo” (Trotta, Madrid, 2021) presentan para mí una pintura de la situación con alguna pequeña dificultad, pero no sé si estas se deben a E. Trocmé, es decir, Pikaza está asumiendo los presupuestos de este, los comparta del todo o no. Adelanto que las dificultades no son esenciales. Ya dije en la postal anterior que según el texto que comentamos el grupo de los helenistas (de los dos en los que se dividió la comunidad de Jerusalén helenistas eran “partidarios de una reinterpretación del mesianismo judío a partir de la creencia en la resurrección de Jesús”. No lo veo claro, después de leer un montón de veces el discurso de Esteban antes de morir presentado en Hch 7,2-56. Mi opinión sobre el conjunto de este discurso (ruego a los lectores que lo busquen en su Nuevo Testamento), es contraria a lo que pretenden diversos comentaristas. No veo en él por ninguna parte ninguna “reinterpretación del mesianismo judío a partir de la muerte y resurrección de Jesús” en este discurso, repito en este discurso. Sí puede haberlas más tarde. En el discurso de Esteban salvo las acusaciones genéricas del final (vv. 51-53), no se percibe ataque alguno serio contra el judaísmo, el Templo (salvo quizás el v. 48), o la Ley, sino todo lo contrario a lo largo del desarrollo, aunque el “cristianismo” del responsable de este parlamento de Esteban, el autor de Hechos, esté ya alejado de la sinagoga y del culto a un templo, por otro lado ya destruido. Cualquier esenio de la época se habría manifestado por lo general más duramente contra el judaísmo de su tiempo que lo que aparece en este discurso (salvo el v. 48). Por otro lado, no hay respuesta directa alguna de Esteban a las tres acusaciones vertidas contra él en 6,11 («Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios»); 6,13: «Hablar contra el lugar santo y contra la Ley»), y 6,14 (sostener que Jesús dijo que «destruiría ese lugar y cambiaría las costumbres que transmitió Moisés»). Vayamos al v. 48 en su contexto amplio vv. 43-50 “Nuestros padres tenían el tabernáculo del testimonio en el desierto, tal como ordenó el que dijo a Moisés que lo hiciera según el modelo que había visto. 45 Nuestros padres lo recibieron como herencia y lo llevaron con Josué cuando ocuparon la tierra de los gentiles, a los que Dios expulsó de la presencia de nuestros padres hasta los días de David; 46 este halló gracia ante Dios y pidió obtener una morada para la casa de Jacob. 47 Pero fue Salomón el que edificó una casa para él, 48 aunque el Altísimo no habita en casas hechas por manos humanas, como dice el profeta: 49 «El cielo es mi trono, y la tierra el escabel de mis pies. ¿Qué casa me vais a edificar –dice el Señor– o cuál es el lugar de mi descanso? 50 ¿No es mi mano la que ha hecho todas estas cosas?»”. Esteban señala el contraste entre el tabernáculo de la reunión, que agradaba a Dios y que había sido construido según sus indicaciones (v. 44), mientras que el templo en Jerusalén no era de su total agrado. Así, David no pudo construirlo (vv. 46-47; solo Salomón: 1 Re 5,19); además, el Altísimo no habita en casas hechas por manos humanas (v. 48). Aquí sí puede haber una crítica contra el Templo, más dura incluso que la de los esenios y que la de Jesús mismo: ambos deseaban un templo puro, pero no cuestionaban su valor, de modo que llegaran a pensar que era mejor que no se hubiera edificado. Se prepara así una idea judeocristiana que hallará una expresión muy clara en Jn 4,21-23: «Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre… llega la hora (ya estamos en ella) en la que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren». Ahora bien, en el momento presente del discurso Esteban no hace más que repetir la opinión de Isaías 66,1-2: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde está el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Yahvé pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla ante mi palabra”. Si se sigue analizando Hechos desde el cap. 8 hasta 11,19-21, “Y los que habían sido esparcidos por causa de la persecución que se levantó con motivo de Esteban, anduvieron hasta Fenicia, y Chipre, y Antioquía, no predicando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Y de ellos había unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron a los griegos, predicando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos; y gran número creyó y se convirtió al Señor”, verá pocos impulsos para predicar la buena nueva de Jesús a los paganos, salvo en el episodio de Felipe y el eunuco de la reina de Etiopía (Hch 8,26-40). En este cap. 8 Felipe, el diácono helenista (no el apóstol), convierte al eunuco al judeocristianismo. La razón sí es pertinente para la reinterpretación de la muerte de Jesús como un mesías sufriente, pues aplica a su muerte la cita de Is 53,7-8LXX. El v. 8 en el texto hebreo se lee algo muy diferente: «Tras prendimiento y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa de él? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido». Ciertamente el judeocristianismo primitivo leyó este pasaje en griego y lo que sigue como una predicción de la pasión y resurrección del mesías, Jesús. Se empezaba así a fundamentar en la Biblia el nuevo concepto judeocristiano de un «mesianismo sufriente y a la postre triunfante» de Jesús (mesías que muere y resucita). Esta interpretación es nueva, judeocristiana, pues los judíos contemporáneos del presunto autor –poro tiempo después de la muerte de Jesús– no entendían el pasaje mesiánicamente, sino que pensaban que el texto se refería a un rey desconocido, o a un personaje poderoso y justo, indignamente maltratado, o bien que aludía a los padecimientos de Israel en su conjunto, corporativamente, de los que finalmente habría de verse libre. El autor de Hechos atribuye esta exégesis a los helenistas muy poco tiempo después de la muerte de Jesús. Es posible, ya que al parecer la nueva cristología / mesianología se desarrolló en pocas décadas. Los apóstoles y colegas no eran iletrados, sino que sabían interpretar su Biblia. Seguiremos, pues creo que este prólogo de X. Pikaza es interesante. Saludos cordiales de Antonio Piñero Mi curso sobre los 4Evangelios, más la clase introductoria gratis, comienza el próximo sábado 22 mayo a las 19 hombres de España, aunque puede verse en otro momento. Qued colgado en la Red de Daat, el grupo que lo organiza: https://youtu.be/sIJbOvABpUk
Martes, 18 de Mayo 2021
Comentarios
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Escribe Antonio Piñero
Sigo con mi reseña del libro de Etienne Trocmé que lleva este título. Otra parte interesante del prólogo de Xavier Pikaza es el apartado cronológico de esta “infancia” cristiana que sirve para encuadrar mejor el resto del libro propiamente tal. Comenta Pikaza que desde la idea/sentimiento de que Jesús estaba vivo entre ellos, sus seguidores empezaron a interpretar su figura y su misión desde el punto de vista de que él, Jesús, era el Mesías esperado a pesar de la muerte en cruz, y que por ello comenzaron a escrutar las Escrituras (sobre todo Ley / Profeta / Salmos) para buscar en ellas textos que justificaran que el Mesías debía morir, luego resucitar, ser exaltado al cielo y volver a la tierra, muy pronto, para cumplir su encargo de Mesías (aparentemente interrumpido por su muerte), a saber, instaurar el reino de Dios. De este modo Pikaza divide los tiempos importantes de la génesis del cristianismo en 5 bloques cronológicos. Haré de ellos un resumen / comentario. I. El primer bloque se centra hacia el año 30 de nuestra era (aproximadamente, ya que también es posible que Jesús muriera en el 33) en dos centros geográficos: Jerusalén y Galilea. En esta región tuvo que haber “experiencias pascuales”, es decir, un sentimiento de que Jesús estaba vivo, cada uno a su modo y manera. Nosotros, sin embargo, no sabemos cómo fueron. Pero tuvo que haber tales experiencias, pues sin creencia en la resurrección de Jesús no hay cristianismo. Pikaza supone que la cristología de los seguidores galileos de Jesús era más bien “baja” y muy judía: vieron en el Maestro al profeta injustamente asesinado y que habría de volver pronto como el “Hijo de hombre” (así en arameo à Hijo del Hombre en griego) para implantar el Reino. Unían así la persona de Jesús resucitado con esa otra figura misteriosa del Libro de Daniel, 7,13, que cada uno interpretaba como podía (un hombre; un ángel; el pueblo de Israel al completo), pero a la que Dios otorgaba, como mano derecha suya, todo honor, poder y gloria, de modo que liberara a Israel de todos sus enemigos e instaurara su Reino en el mundo con Israel al mando de las naciones. En ese nuevo panorama los Doce ocuparían puestos importantes y serían como los antiguos jueces que juzgarían a las doce tribus de Israel (Mt 19,28 y Lc 22,30) Esta comunidad galilea empezó pronto a recopilar las palabras de Jesús (que más tarde darían lugar, reunidas, a la “Fuente Q” o Fuente de los dichos del Señor). Y supone Pikaza que Pedro y sus once colegas, los Doce, repartían su presencia y su actividad entre Jerusalén y Galilea, aunque los Hechos de apóstoles solo hablan de lo ocurrido en Jerusalén. Pero tuvo que haber una unión, sea como fuere, de las dos comunidades. II. Años 30-35 d. C. En este breve período no hay noticias especiales de la comunidad de Galilea aparte de lo dicho en el apartado anterior (experiencias pascuales = apariciones y búsqueda de explicaciones de lo ocurrido a Jesús en las Escrituras judías, las que los primeros judeocristianos tenían al igual que el resto de los judíos para la interpretación de la muerte en cruz sobre todo). Es importante el hecho de que pronto la comunidad de Jerusalén se dividió en dos grupos con un pensamiento sobe la figura y misión de Jesús un tanto diferente: A) El grupo de los judíos, muy piadosos, de lengua materna griega, pero residentes en Jerusalén porque creían que allí se iba a implantar pronto el reino de Dios: los helenistas. Según Pikaza, estos helenistas eran “partidarios de una reinterpretación del mesianismo judío” a partir de la creencia en la resurrección de Jesús. B) El grupo, principal, de los judeocristianos de lengua aramea, entre los que se hallaban los parientes de Jesús. Este grupo estaba más interesado en seguir cumpliendo la ley de Moisés que en hacer teología (Hechos, sin embargo, hace a Pedro pronunciar un discurso en Pentecostés, a los 50 días de la muerte de Jesús, con una teología/ cristología (Hch 2,36) muy parecida a la de Pablo en Rm 1,3-4. Me parece muy difícil, a partir de los datos que ofrecen los capítulos 6-8 de los Hechos ver exactamente como esos dos grupos fueron formando la primera teología / cristología acerca de Jesús, cómo interactuaron entre ellos y qué papel tuvieron exactamente Pedro y los Doce en la formación de esta primerísima teología judeocristiana, tan judía por una parte y con gérmenes de gran renovación, por otra, que no se ven en absoluto claros. Seguiremos con este interesante panorama. Saludos cordiales de Antonio Piñero https://youtu.be/sIJbOvABpUk
Jueves, 13 de Mayo 2021
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Escribe Antonio Piñero
Presento hoy un libro, interesante, que ha llegado hace muy poco a mis manos. El título es el mismo que el de esta postal. Su autor, Étienne Trocmé (1924-2002), fue un ilustre profesor de historia de del cristianismo y de teología en la Faculta de Teología protestante de Estrasburgo, muy reputado y respetado en su tiempo. El libro fue publicado en 1999…, pero su fama ha durado hasta hoy, lo que le he merecido la traducción, muy buena por cierto, de Alejandro del Río Herrmann, para la editorial Trotta, Madrid, 2021. Completo la ficha: ISBN 978-84-1364-000-6. 208 pp. 23x15 cms. 22 euros. Edic. elctrónica: 13,99 euros. El libro tiene una introducción de Xabier Pikaza, que me parece oportuna. Y luego un “Prólogo” de Trocmé mismo al que sigue el tratamiento de los temas siguientes: relación entre Juan Bautista y Jesús; la primera “iglesia” de Jerusalén; la intervención un tanto turbulenta en el desarrollo de esta comunidad por judíos de lengua materna griega, los “helenistas”; la aparición de Pablo; Pablo teólogo y mártir; la gran crisis de los años 60-70 con la muerte de Pedro y Pablo; los herederos de Pablo; el camino hacia un cristianismo adulto, es decir, los inicios claros de apartamiento de la matriz judía de la secta cristiana y, finalmente, su consolidación y helenización a partir especialmente del año 150. Como Trocmé ofrece en este libro una historia de la literatura y de los personajes del cristianismo primitivo, más que una historia en sí de sus orígenes, de sus causas, de su desarrollo (que también están, pero más bien incoados o sugeridos), le pareció bien a X. Pikaza presentar al lector la “geografía, los espacios y las trayectorias” de la infancia del cristianismo. Sostiene Pikaza que el “crecimiento del ‘caso Jesús’ no era en sí previsible”, ya que desde fuera la previsión de un observador imparcial hubiera sido que la memoria de Jesús quedaría sepultada conjuntamente con l decena o más de pretendientes / agentes mesiánicos que aspiraron al trono de Israel desde la muerte de Herodes el Grande (4 a. C.) hasta el inicio mismo de la Primera Gran Guerra de los judíos contra Roma que estalló en el año 66. Es muy exacta también la observación de Pikaza acerca de que resulta imposible precisar dónde saltó la primera chispa “(judeo)cristiana”, o si hubo varias chispas a la vez. Probablemente ese primer, o primeros chispazos se produjeron, al menos, en dos lugares y de modo simultáneo: en Jerusalén y en Galilea. Del primero tenemos una información, bastante discutida por los estudiosos en Hechos de apóstoles y en Gálatas 1. De los otros hay menos noticias, pero las suficientes para formular hipótesis muy plausibles de su existencia. El prologuista habla del primer e indudable foco, Jerusalén, y luego del “foco galileo”. Este (a pesar del silencio de las fuentes) hubo de existir; de lo contrario no se puede explicar cómo se recogieron tantas noticias sobre dichos y hechos de Jesús en torno a las ciudades que bordeaban el Mar de Galilea, noticias que desembocan sin duda en la “Fuente Q”. Este hecho presupone –a pesar de la intensa creencia en la vuelta inmediata de Jesús desde los cielos como mesías confirmado plenamente por Dios Padre y como juez o agente del Juicio antes de la instauración del Reino– que ya desde el principio mismo de la secta mesianista se fueron recogiendo dichos y hechos de Jesús en “hojas volantes” o pequeños libritos. Estos acompañaban seguramente a los predicadores / proclamadores de la redención efectuada por la muerte de Jesús en la cruz ya desde los momentos mismos en los que los judeocristianos se decidieron a proclamar este evento no solo a los judíos sino también a los paganos (Hch 11,19-20). Llama Pikaza la atención hacia otros focos de ignición/nacimiento del judeocristianismo en los que el lector medio no suele pensar, pero donde pronto hubo una masa crítica de seguidores de Jesús. Así el “foco sirio”: la costa de Fenicia, Damasco y especialmente Antioquía. Luego el “foco asiático” o mejor minorasiático: Éfeso (que probablemente fue la cuna –añado– de comunidades distintas que están detrás de Lucas / Hechos, Evangelio de Juan y Revelación /Apocalipsis), más la zona de Galacia y Bitinia. Hay otro foco griego situado en Filipos y Macedonia y Atenas / Corinto, donde Pablo actuó muy intensamente. Y hay un foco romano, que conocemos por Pablo, pues el judeocristianismo de la capital del Imperio estaba ya bien implantado allí, y era importante por lo que Pablo le dirigió su carta más densa, Romanos. Pikaza añade con dudas un posible “foco alejandrino”, pues de allí procedían los judíos que discutían con Esteban, según Hechos 6,9, y sobre todo de allí procedía el misionero Apolo, que mantuvo contactos notables con Pablo y que al principio era un seguidor de Juan Bautista. Este diversidad de focos deja en claro que ya desde el principio hubo diversidad grande de “(judeo)cristianismos”. En efecto, como este nace repensando la vida y muerte de Jesús por medio de una reflexión sobre las Escrituras (textos considerados mesiánicos hasta el momento por los maestros en las Escrituras, u otros nuevos descubiertos por los seguidores de Jesús), los focos se multiplican allí donde un notable grupo de gentes repiensan la figura y misión de Jesús de un modo similar. Es cristianismo es, pues “cristianismos”, en plural ya desde los inicios. Como voy a dedicar varias entregas al comentario de este libro, voy a dejarlo aquí. Queda para la próxima ocasión comentar el esquema cronológico de desarrollo que propone X. Pikaza en la segunda parte de su extenso e interesante “Prólogo” / Complemento (pp. 9-25) al libro de Trocmé. Seguiremos, pues. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com https://youtu.be/sIJbOvABpUk
Miércoles, 5 de Mayo 2021
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Escribe Antonio Piñero
Foto: Excavaciones en Nazaret (“El País”) Concluimos la postal anterior planteando diversas posibilidades sobre cómo la gente del Israel del siglo I podían considerar a Jesús. Estas eran: · Que Jesús pertenecía a la secta precristiana de los nazoreos · Que Jesús era un nétzer, un vástago de David. · Que Jesús era un nozrí /nosrí: un “observante” (de la Ley). · Que Jesús era un nazir, un nazireo, obligado por un voto de nazireato · Que Jesús era simplemente un “hombre santo”, un santo de Dios · Y a esto añadimos que muchos lo consideraban un “profeta” de los grandes “como los antiguos”. De estas posibilidades –y aparte del título de “profeta”, lo que parece tener más posibilidades es (hipotéticamente) que Jesús fuera un nazir, un hombre que hubiera hecho un voto de nazireato. Y la razón es la escasez enorme en el Nuevo Testamento de la expresión “Jesús de Nazaret”. Ahora bien, esta última hipótesis de que Jesús fuera considerado un nazir debe hacer frente a dos dificultades: a) El nazireato nunca es un voto duradero, de por vida, sino temporal. b) Jesús no era un asceta, sino un “comilón y bebedor”, en boca de algunos (Mateo 11,39/ Lucas 7,34). Naturalmente era una exageración, pero indica que practicaba la comensalidad como signo del Reino. Las dificultades para Jesús un “nazir” no se pueden resolver fácilmente, salvo que se piense que a) Jesús hizo una o varias veces el voto de nazireato en su vida aunque sus biografías griegas no hayan recogido la noticia. Y b) que en muchas ocasiones nazir podía significar en sentido amplio “hombre de Dios” o consagrado o santo en general. Esto es una mera hipótesis, y ya sabemos que una hipótesis no es una certeza. Por tanto creo que parece bastante seguro (por lo que dijimos de que en hebreo tienen consonantes distintas) que “nazareno”, “nazireo”, “nazoreo” no significó al principio “hombre de Nazaret”, sino Jesús el nazir, el santo, el hijo de Dios el siervo de Dios. Y que posteriormente en ámbito griego se lo denomino “Jesús de Nazaret”, al modo griego. Como este nombre iba unido al de “siervo” de Yahvé y pronto en ambiente griego helenístico se le denominó “Kýrios”, “Señor”, se perdió pronto la asociación “nazir / siervo / santo” que fue sustituida por “Señor”. Es posible por ello que los cristianos de lengua semítica, en Palestina, y en Siria, se llamaran primero los “nazareos/nazarenos”, pero que los de lengua griega se autodenominaran los “santos” (así en Pablo: por ejemplo, Rm 1,7; 1 Cor 1,2). Pronto, y por gente de fuera, en Antioquía de Siria esta designación fuera sustituida pronto por christianós, que quiere decir “mesianistas”. Jesús el nazireo o el nazoreo no fue pronto bien entendido por los griegos y su nombre se completó a la manera griega: “Jesús de Nazaret”, o “hombre de Dios” lugar perdiéndose el nombre semítico “Jesús hijo de José”, o “Jesús el santo/ siervo/nazir” designaciones todas bien semíticas y que para un griego eran muy raras. Es posible que en ese momento, en el que se superponían los diversos nombres (Jesús nazir, nazireo, nazaraîos, más Jesús de Nazaret se inventara la designación “nazareno” en vez de nazaretano como debería ser). Y finalmente es bastante seguro el que se impusiera tardíamente “Jesús de Nazaret” que es modo normal griego de llamar a la gentes: el nombre + el lugar de procedencia. El que se impusiera tardíamente “Jesús de Nazaret” no significa que durante a su vida pública, los galileos llamaran a Jesús por el nombre normal, “Jesús ben Josef”, o de vez en cuando la gente lo designara “Jesús el nazir o nazoreo”, porque era conocida su piedad judía y habría hecho el voto de nazireato alguna vez, desde luego más de una, o bien que alguna vez otros lo designaran por “El santo / el hombre santo”. En síntesis con el tiempo, cuando la Iglesia se hizo cada vez más “grecorromana” fue denominación griega es la que se impuso con el tiempo, que no era ni mucho menos la normal en vida de Jesús. Alguien dirá: Hay un problema: Nazaret (Nazaraá) no se nombra en el Antiguo Testamento. Y a lo mejor es un invento cristiano. Respondo: · Tenemos noticias de Julio Africano (citado por Eusebio de Cesarea; su fuente son los evangelios, pero pasó casi toda su vida en Palestina!) de que en el siglo II sí existía, ciertamente. A finales del s. IV Epifanio y Jerónimo hablan ya bastante de Nazaret. · Lo importante es que la arqueología demuestra que Nazaret está habitada desde el neolítico. Pero algunos insisten ¿lo estaba en el siglo I? Se responde: Excavaciones actuales por los israelitas afirman que sí.: En Nazareth se viene trabajando desde hace años en un Proyecto Arqueológico sistemático (Proyecto Nazareth creo que se llama), que dirige Yardena Alexandre, de la Autoridad de Antigüedades de Israel. En 2009 se excavó parte de una casa que data de los tiempos de Jesús. Su excavador fue esta arqueóloga. La casa está ubicada en las laderas de la colina de la ciudad. El registro cerámico constatado se fecha aproximadamente entre 100 a.C. y 100 d.C. Se trata de un ambiente doméstico humilde, sin ningún tipo de vajilla de lujo y sin productos importados. Yo recordaba que en su día apareció una noticia de todo ello en El País (http://cultura.elpais.com/cultura/2009/12/21/actualidad/1261350004_850215.html). Se puede ver también el siguiente blog donde se discute el asunto de la existencia de Nazareth en tiempos de Jesús: http://ehrmanblog.org/did-nazareth-exist/. Estos hallazgos quizás hayan sido ya publicados en la serie “Excavations and Surveys in Israel”; habría que controlarlo. De momento están citados en diversas publicaciones, por ejemplo: James H. Charlesworth y Mordechai Aviam, “Reconstructing Firts-Century Galilee. Reflections on Ten Major Problems”, en: J. H. Charlesworth (ed.), Jesus Research. New Methodologies and Perceptions. The Second Princeton-Prague Symposium on Jesus Research (Princeton 2007), Cambridge, 2014, 103-136, en particular p. 136, nota 79. Todo lo dicho supone además que el Evangelio de Mateo (donde se habla de “Jesús el Nazoreo” y se entiende como si se refiriera a “natural de Nazaret” /nazareno) se compuso en griego, lengua en la que se confunden esos dos vocablos nazoreo / nazareo)… ¡pero nunca en hebreo o arameo! Por tanto, nadie puede decir razonablemente que el Evangelio de Mateo es una traducción de un Evangelio de Mateo original, compuesto en hebreo o arameo, siguiendo la sugerencia de Papías (en su obra perdida “Explicación de las palabras del Señor”) según cita Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III 39 14-16): “Mateo, uno de los Doce, fue el primer evangelista y compuso su historia de Jesús en hebreo (quizás se refiera a “arameo”, pues los griegos no distinguían entre las dos lenguas), que dada uno tradujo como pudo”. Si existió el Mateo hebreo/arameo, se perdió. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com NOTA: Curso mío en línea mayo/junio 2021 Aquí va el enlace: https://youtu.be/sIJbOvABpUk Hay una primera conferencia gratis sobre “Los Evangelios” en general. Y luego cuatro clases de pago (48 dólares = 40,8 euros = 10 euros por clase de cerca de dos horas) que tratan del Jesús de cada uno de los cuatro evangelios canónicos: Marcos, Mateo, Lucas y Juan
Viernes, 30 de Abril 2021
Notas
Como ya ilustró la última entrada, las plantas son más que plantas para las culturas. En esta ocasión comenzaremos a explorar los recovecos que guarda el azafrán como planta religiosa.
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Editado por
Antonio Piñero
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Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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