Planta de azafrán silvestre surgiendo en primavera. Fotografía del autor.
La mera existencia de nuestra especie antes y después de la agricultura se produjo en el medio natural. Este medio presenta la peculiaridad de ser, en casi todos los casos, presidido por la vegetación. Si a eso añadimos la importancia de los vegetales para la alimentación, se puede comprender fácilmente que las plantas sean un material inagotable para crear símbolos.
Los fenómenos naturales más sencillos pueden ofrecer un significado profundo. Los ciclos estacionales, allí donde se dan, combinados con las labores agrícolas que tanto dependen de ellos, acabaron por aparecer tanto en las religiones de Mediterráneo como en algunos elementos de las antiguas especulaciones filosóficas. Así, el ciclo del zodiaco, la consideración de seres celestes que influían en las plantas, la asociación de las fases de la luna con el crecimiento vegetal, desarrollaron divinidades y conceptos religiosos.
Por otra parte, y como ya ilustré en los dos post anteriores, la relación simbólica no se ciñe sólo a la relación entre agricultura (plantas “domesticadas”) y religión. Los elementos más salvajes e inútiles para la subsistencia, como la hiedra, los azafranes, los lirios o narcisos, etc. además de árboles madereros o simples árboles frutales que habían aportado a la humanidad sus frutos durante la vida recolectora anterior a la agricultura, se convertirán en símbolos de la prosperidad, la buena vida, el ideal del futuro.
Así, la aparición de ciertas flores en la primavera o el otoño, manifestación de que las lluvias habrían caído cuando corresponde y, en definitiva, se cumplen las expectativas económicas de la población, fueron muestra del beneplácito divino para con sus fieles y se convirtieron en símbolo de las divinidades tutelares de las respectivas tareas.
Incluso las plantas se convirtieron en símbolos de la vida comunitaria, de las instituciones, de los ideales éticos. Sobre esta peculiaridad se puede leer este antiquísimo ejemplo procedente de Mesopotamia, el diálogo entre la palmera y el tamarisco, muestra de cómo hay que conjugar las cualidades de los diferentes estratos sociales por el bien de la comunidad:
Diálogo de la palmera y el tamarisco (ca 2000 a. C.):
PALMERA El jardinero habla bien de mí, de mi utilidad para el esclavo y el señor, mi fruto hace crecer al niño y los adultos también lo comen… TAMARISCO ¿Qué objeto hecho a partir de mí se encontrará en el palacio del rey? El rey come sentado ante una mesa hecha a partir de mí, la reina bebe en una copa hecha de mí, soy tejedora y golpeo los hilos, soy la principal exorcista y purifico la casa… PALMERA Tú, tamarisco, eres un árbol inútil, ¿qué son tus ramas? Sólo madera sin fruto alguno… Saludos cordiales.
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