Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
A lo largo de la vida se encuentra uno con libros imponentes de los que acabas pensando que están escritos por superhombres de algún modo. El que vamos a comentar esta semana es uno de ellos. Yo había utilizado la edición inglesa en otros tiempos, mas ahora tengo en mis manos por primera vez la española, ya añeja, del 2005. Pero merece la pena echarle una ojeada detenida. Su autor, R. E. Brown ha recibido a lo largo de su vida más de 30 doctorados honoris causa, ciertamente no sólo por este libros, sino también por otros, como el Comentario al Evangelio de Juan (tengo también el inglés; no sé ahora en qué editorial española está publicado), y El nacimiento del mesías de Ed. Cristiandad… ¡Abrumador! La ficha es: Raymond E. Brown, La muerte del mesías. Desde Getsemaní hasta el sepulcro. Comentario a los relatos de la psión de los cuatro evangelios (I y II). Edición inglesa de 1994. Versión española de 2005 de Serafín Fernández Martínez. Editorial Verbo Divino, Estella, 1850 pp. los dos volúmenes. Dedicaré unas cinco postales prácticamente a presentar el contenido, con alguna que otra observación y comentario. Más detenimiento es imposible en el presente Blog, so pena de escribir meses enteros sobre esta obra. La introducción tiene unas 160 pp. La primera parte de ella se resume en esta frase: “Lo evangelistas intentaron transmitir, y transmitieron, un mensaje, a saber, la clave del sentido de lo que acaeció a Jesús en sus últimos días. Y lo hicieron, cada uno, mediante el relato de la pasión y muerte de quien creían el mesías”. Se pregunta el autor si hay realmente historia en estos relatos o sólo teología. Y responde que las dos cosas, en dosis diferentes. Cada caso, o secuencia, debe ser críticamente examinado. Y a la verdad, lo hace exponiendo en la mayoría de los casos las opiniones de expertos sobre cada asunto. La introducción continúa con el estudio de la extensión y contexto de cada narración evangélica particular de la pasión, de la posible independencia, o no, de cada evangelista al narrar: ¿copian? ¿Dependen de Marcos? ¿Depende éste de un relato premarcano en general? ¿es independiente Juan de los Sinópticos?), etc. Brown acepta que Marcos no es el inventor del subgénero, sino que hubo un relato premarcano de la pasión (que él ve imposible de reconstruir), y que el Ev. de Juan es una fuente independiente de los Sinópticos (más que discutible, como diré a continuación). Finaliza la “Introducción” con el estudio específico de las cuestiones generales del relato en cada uno de los Evangelistas. La parte que, creo, puede resultar muy interesante es si Juan constituye o no una fuente nueva, es decir, si es en verdad independiente. Para ello examina: “Juan y Marcos”; “Juan y Mateo” y “Juan y Lucas”. Brown (B.) se inclina –de hecho lo pone como tesis base de su comentario que Juan conocía algunas tradiciones prelucanas, pero que no empleó ninguno de los relatos sinópticos, ni siquiera la narración premarcana, si es que existió plenamente configurada –-B. es escéptico--. Así que Juan es independiente, según nuestro autor Pienso que esta conclusión es equivocada, ya que se basa en el análisis literario de los textos tal como están, sin ver lo que hay detrás, lo que lleva a la conclusión de que “no se puede probar una dependencia literaria de Juan”. Creo que se olvida, quizás porque no convence la hipótesis, el carácter pregnóstico, o protognóstico, del autor/redactor del Cuarto Evangelio. Pienso que "Juan" utiliza todas las tradiciones previas, todas, más algunas propias…, pero escribe como un gnóstico, recreando su propia versión, evitando expresamente las concomitancias literarias (es decir, su modo de proceder despista al crítico moderno que no logra hallarlas: correspondencias al pie de la letra)… Ahora bien, ¡los autores transidos de atmósfera gnóstica o protognóstica (imperfecta aún, que así es como creo que debe definirse el talante del autor) evitan en sus recreaciones citar expresamente. Pero ello parece que no hay dependencia literaria, pero conocen perfectamente lo que reescriben , sólo que jamás lo citan (argumento: su texto, aquí el de Juan, no lo entiende el lector si no presupone el conocimiento de esa tradición que no se cita pero cuyas ideas se refutan). Pongo un caso extremo del siglo II, con una gnosis ya desarrollada: el Evangelio de la Verdad, probablemente de Valentín (publicado en la Biblioteca de Nag Hammadi). Este “evangelio” es a su vez un comentario/exposición de cómo debe entenderse el Prólogo del Evangelio de Juan. No se entiende el Evangelio de la Verdad si no se presupone una lectura de ese prólogo y de su teología. Pero es imposible probar una dependencia estrictamente literaria, porque no cita ni una sola frase tal cual de ese Prólogo. Pienso que lo mismo ocurre con el autor del Cuarto Evangelio respecto a la tradición sinóptica. No se entiende sin ella, pero no la cita, sino que presenta otra versión alternativa. Ahora bien, el deseo de los comentaristas modernos es “probar” a toda costa que el Evangelio de Juan es independiente. ¿Por qué? Porque así se tiene una fuente más para apuntalar la historicidad de ciertos eventos y dichos de Jesús. Con otras palabras: si se toma a Juan como independiente, se tiene un testigo más para el “criterio de múltiple atestiguación” y con ello se puede afirmar que algo respecto a Jesús es histórico, porque el Ev. de Juan es una fuente independiente. En mi opinión no es así: salvo en casos bien contados. Por tanto, en mi opinión, el Evangelio de Juan es ya un comentario a los Sinópticos y desea corregir su perspectiva. Pero a su manera, al estilo del siglo I, no contraviniendo directamente a los predecesores, sino contando la “historia alternativa, pero verdadera”…; digamos que "todo a su aire". Pienso que esta perspectiva se tiene poco en cuenta, o nada. Y pienso también que la consecución de un “nuevo testimonio independiente” por medio de una crítica literaria no completa está viciada de raíz… Acepto, sin embargo, que hay casos contados de tradiciones inexplicables salvo que se postule que "Juan" maneja datos que no conocen los Sinópticos. Volvemos a la libro de Brown, que comentamos. La "Bibliografía", por secciones, es abrumadora. El libro es una verdadera enciclopedia de casi todo lo escrito de importancia hasta 1994. Y hay aquí algo favorable que decir: mientras que en su “Introducción al Nuevo Testamento” (2 volúmenes; 1117 pp., que traduje para Trotta) Brown solo cita bibliografía en inglés (¡!), en este comentario, anterior cronológicamente, sí aparece abundante bibliografía en alemán y francés. Poca en italiano, casi nula en español (Tenemos lo que nos merecemos; algo hay de discriminación, pero poca). El libro de Brown supone una una interpretación literaria del relato de la Pasión. Por ello, está dividido, como una pieza teatral trágica, en cuatro actos, y cada uno de ellos en escenas. El Acto Primero es: “Jesús ora y es arrestado en Getsemaní” = Mc 14,26-52, con nueva bibliografía. Cada una de las escenas va precedida por una traducción cuádruple, si existe el paralelo en los restantes evangelistas; no hay notas filológicas estrictas y eruditas (como sí ocurre en el Comentario al Evangelio de Juan del mismo Raymond E. Brown) pero sí parece en ocasiones más un “análisis” que un “comentario” (normalmente el mismo autor indica que es así). En ciertos casos se pasa directamente al comentario, por temas, donde se precisa el contenido y en donde fluyen también lo que podían ser meras notas de traducción o aclaraciones filológicas. Por último: como B. comenta los textos como están, como se han transmitido desde el siglo II, no considera en serio –conoce la teoría perfectamente y la menciona en su Comentario al Evangelio de Juan; pero sin adoptarla— la posibilidad histórica de que entre la "entrada triunfal de Jesús" en Jerusalén y su muerte no transcurriese una semana (cronología de Marcos), sino unos seis meses en realidad: los que van desde la Fiesta de los Tabernáculos, en septiembre (fecha probable de la entrada triunfal) hasta la muerte de Jesús, un viernes de Nisán, = 14 de abril (luna llena) del año siguiente, 30 d.C. Por tanto, seis meses después. Creo, sin embargo, que esta hipótesis de que la historia de la Pasión es una compresión en una semana, con unidad de acción, lugar y tiempo, de eventos que duraron seis meses, es muy atractiva y está bien fundamentada.Defiendo esta cronología como muy posible en “La verdadera historia de la Pasión”, Edaf, Madrid, 2008. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Martes, 19 de Abril 2011
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Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Viaje a Roma de Pablo según el relato de los Hechos de los Apóstoles Viaje a Roma (Hch 21,27-28,31) Los judíos tramaron una conspiración, en la que se comprometían a no comer ni beber antes de matar a Pablo. Conoció tales planes el hijo de una hermana de Pablo, que logró entrar en el cuartel y dar aviso a su tío del peligro. El joven tuvo acceso al tribuno, a quien explicó los detalles de la conspiración. Pedirían que Pablo fuera presentado de nuevo ante el Sanedrín, pero los conjurados lo matarían antes de llegar a la asamblea. El tribuno hizo preparar numerosos soldados que acompañaran a Pablo hasta Cesarea para entregarlo al procurador Félix. Le informaba a la vez sobre los planes de los judíos y los peligros que corría Pablo, ciudadano romano. Cinco días después bajaron a Cesarea el sumo sacerdote, varios ancianos y el orador Tértulo. Acusaban a Pablo de haber querido profanar el templo, por lo que lo prendieron con intención de juzgarlo según la ley de Moisés. Calificaban a Pablo de “jefe de la secta de los nazarenos” (Hch 24,5). Pero el tribuno Lisias se lo arrebató de las manos a la vez que les advertía que podrían ir a presentar sus acusaciones al procurador Félix. Los judíos tuvieron así la oportunidad de exponer al procurador sus acusaciones, pero también Pablo hizo una exposición de sus criterios y asustó a Félix cuando le habló de “la justicia, la continencia y el verdadero juicio”. El procurador difería el caso en la esperanza de recibir dinero de Pablo. Félix era hermano de uno de los favoritos de Nerón, que gobernó tiránicamente la provincia. Caído en desgracia su protector, fue sustituido Félix en el cargo por Festo. Llegado Festo a la provincia, subió a Jerusalén, donde los príncipes de los sacerdotes le abordaron pidiéndole que hiciera llevar a Pablo a Jerusalén. Querían ejecutar sus anteriores planes de matar a Pablo en cuanto tuvieran la menor oportunidad. Festo deseaba congraciarse con los judíos y propuso a Pablo conducirlo hasta Jerusalén. Fue la ocasión en la que Pablo con toda solemnidad, hizo uso de su categoría política afirmando que estaba ante el tribunal del César, donde debía ser juzgado. En consecuencia, apelaba a César con la fórmula ritual: ”Al César apelo”). El procurador le contestó con la misma ritualidad: “Al César has apelado, al César irás” (Hch 25,11-12). Pasados algunos días, llegaron a Cesarea el rey Agripa, hijo de Herodes Agripa, y su esposa Berenice. Festo le contó el caso de Pablo, que suscitó la curiosidad del rey. Presentado Pablo ante el rey, le hizo una apología de su persona y de su obra. Pablo habló con absoluta libertad a una persona informada. Agripa bromeó al final diciendo a Pablo: “Por poco me persuades a hacerme cristiano” (Hch 26,28). Cuando se retiraban el rey y el procurador Festo, comentaban que aquel hombre no merecía ni muerte ni prisión. Pensaban que se lo podría haber dejado en libertad si no hubiera apelado el César. Llegó por fin el momento de partir hacia Roma. Pusieron a Pablo y a otros presos en manos de un centurión llamado Julio, y embarcaron en una nave que estaba a punto de zarpar para los puertos de Asia. El relator cuenta que “levamos anclas” y al día siguiente “llegamos” a Sidón. El centurión trató a Pablo con gran humanidad y le permitió bajar a tierra para visitar a los amigos y adquirir provisiones. Zarpada la nave, tropezó con vientos contrarios que la obligaron a navegar a lo largo de la isla de Chipre hasta llegar a Mira de Licia. Allí encontraron una nave que se dirigía a Italia, a la que el centurión trasladó a los prisioneros. Cuando pasaban ya frente a Gnido, los vientos desviaron el navío hacia el sur hasta hacerlo bajar hasta Creta que costearon penosamente. Bordearon la costa meridional de la isla y fondearon en un lugar denominado todavía en nuestros días Kaloí Liménes (“Buenos Puertos”). El lugar de referencia está situado en la punta más meridional de la isla y posee una situación adecuada para refugiarse de la ira de los vientos. La piedad cristiana edificó ya en la antigüedad un templo en honor de san Pablo, que fue reedificado en 1960. El mar se había tornado intratable, porque ya había pasado la época del ayuno, que los hebreos celebraban en el mes décimo, correspondiente a septiembre-octubre. Es decir, ya había pasado la época de la navegación, por lo que era aventurado hacerse a la mar. Pablo había advertido del peligro de reanudar la navegación, pero tanto el piloto como el patrón de la nave tomaron la decisión de zarpar porque consideraban que el lugar no era el más adecuado para invernar. Pretendían alcanzar el puerto de Fenice, situado en la zona oriental de la isla con intención de pasar allí el invierno. Comenzó a soplar un viento favorable que los animó a levar anclas. Pero de pronto se levantó un viento impetuoso, que llamaban euraquilón o viento del nordeste, que arrastró la nave sin que los marineros pudieran dominarla. El relato cuenta que pasaron por debajo de la islita Klauda (nēsíon Klauda), hoy denominada Gavdos, a veintitrés millas del cabo Matala, detrás del que se oculta la ensenada de los Puertos Buenos. Pero la situación se hizo desesperada, arrojaron lastres, hasta se deshicieron de los aparejos y se dejaron llevar por la furia de los vientos dándose por perdidos. Pablo tranquilizó al pasaje asegurando a todos que nadie perecería a pesar de que la nave se perdería. Así se lo había prometido un ángel de Dios. Después de catorce días comenzaron a ver los marinos signos de que se hallaban cerca de tierra, como comprobaron mediante sondas. Convencidos de ello, intentaron arrojar al mar un esquife para escapar, pero Pablo advirtió que si los marinos escapaban, nadie se salvaría. Animó a todos los del pasaje para que comieran, lo que hicieron a imitación de Pablo que comió delante de todos. Comenta el relator que “éramos los que estábamos en la nave doscientos setenta y seis” (Hch 27,37). Vieron una ensenada que tenía una playa adonde dirigieron la nave que encalló en la arena de proa mientras la popa era destrozada por la violencia de las olas. El centurión organizó el desembarco y salvó a los presos de las iras de los soldados que pretendían matarlos para que no escaparan. Habían llegado a lo que hoy es la República de Malta. Una profunda ensenada en la isla principal del conjunto ha conservado hasta nuestros días el nombre de Bahía de san Pablo, porque sería en efecto el lugar de la arribada de la expedición después de la seria tempestad en la que se había visto envuelta. La estancia de Pablo en la isla de Malta resultó en su conjunto positiva. Los habitantes del lugar se portaron con generosa humanidad. Encendieron una fogata “y nos invitaron a todos” a calentarnos. El narrador sigue presentando su relato en primera persona como testigo ocular de los sucesos. Y ocurrió que cuando Pablo recogía ramaje para el fuego, una víbora le mordió en la mano. Los que lo vieron pensaron que si un náufrago, salvado apenas de las aguas, era mordido por una víbora, es porque era perseguido por la justicia de los dioses como homicida. Pero cuando observaron que nada sufría, se imaginaron que era no menos que un dios. Lo admiraron y respetaron en consecuencia. Mucho más cuando curó al padre de un hombre principal de la isla, llamado Publio, que había invitado a su casa a los náufragos durante tres días. El padre de Publio yacía en el lecho enfermo de fiebres y de disentería. Pablo le impuso las manos y lo curó, como hizo también con otros muchos enfermos que acudieron a Pablo y se vieron libres de sus dolencias. Los moradores de la isla “nos honraron mucho, y cuando partíamos nos colmaron de provisiones” (Hch 28,10). Tres meses permanecieron en Malta hasta que encontraron acomodo en una nave de Alejandría que partía para Italia después de haber pasado el invierno en la isla. Fondearon en Siracusa, donde se detuvieron durante tres días. Ascendieron costeando hasta Regio de la Calabria. Se levantó entonces un viento del sur que empujó suavemente la nave hacia el norte hasta arribar al puerto de Putéoli, en el límite septentrional del golfo de Nápoles. Allí encontraron a muchos hermanos que recibieron con gozo la visita del apóstol. De Roma salieron al encuentro de Pablo varios cristianos hasta el Foro de Apio y Tres Tabernas. “Cuando entramos en Roma”, permitieron a Pablo vivir por su cuenta, aunque bajo la vigilancia de un soldado. Enseguida contactó con los judíos, a los que predicaba sobre el reino de Dios y la verdad de Jesús a partir de la ley de Moisés y de los escritos de los Profetas. Hubo una gran disensión entre los judíos. Pero Pablo permaneció dos años en una casa alquilada predicando sin interrupción lo relativo al reino de Dios y a la misión del Señor Jesucristo (Hch 28,31). (Foto de la Bahía de Pablo en la isla de Malta) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 18 de Abril 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Concluimos hoy con el tema de las reacciones judías a casos concretos de divinización de humanos En mi opinión el caso de la novela de José y Asenet puede ser un caso de reacción anticristiana, y en concreto contra el hecho de que los cristianos aclamaban a Jesús como "Hijo de dios" en sentido pleno y celebraban la eucaristía, con la "copa de la salvación". Hemos dedicado hace tiempo una serie completa a explicar lo que creemos que en esta novela judía se parece a lo cristiano. Entonces lo presentamos como fenómenos religiosos paralelos en tiempos históricos casi coetáneos = finales del siglo I d.C., y como productos de una atmósfera común helenística, sin declarar taxativamente que un caso (judío) influyera en lo cristiano, o al revés. Y tampoco sin presentar a la novela como reacción anticristiana. Hoy día, cuando ha pasado un cierto tiempo pienso --tas reflexión sobre sobre otro caso, que podría defenderse sin desdoro que la novela de José y Asenet es una reacción judía a la divinización cristiana de Jesús. Ocurriría igual que ciertas partes del Libro I de Henoc (en concreto los capítulos 37-71 = “Libro de las parábolas de Henoc) que yo interpreto también como reacción judía a la concepción cristiana de que Jesús es el verdadero mesías y el juez divino universal, simbolizado por el sintagma “Hijo del Hombre”. He defendido en un artículo (que aparecerá en una revista internacional y que, cuando aparezca, podré comentar aquí en algunas de sus ideas) la hipótesis de que hay muy buenas razones para mantener que este libro judío no es de finales del siglo I antes de Cristo, sino de finales del I después de Cristo, y que las ideas del libro se explican maravillosamente como reacción a una postura previa cristiana que atribuye a Jesús cualidades divinas de una manera exagerada a ojos de los judíos. Ya he escrito anteriormente que los judíos reaccionan a las pretensiones cristianas no componiendo un tratado en contra, sino el Libro de las Parábolas, donde ciertamente hacen de Henoc un profeta, un mesías y un juez; afirman que el concepto de mesías es preexistente, pero que Henoc --que es verdaderamente todas esas cosas no así Jesús-- no es un ser divino, sino un ayudante humano excepcional de Dios; es "divino" muy limitadamente. En la novela de José y Asenet opino que ocurre algo parecido. Se duda de la fecha de su composición, pero casi todos los investigadores opinan que es del siglo I d.C. sin dar argumentos contundentes. He aquí un resumen del argumento tomado de la Introducción a la edición de A. Piñero-R. Martínez Fernández, “Apócrifos del Antiguo Testamento” (Edit. Cristianadad, Madrid, 2ª ed., 2002, pp. 259-260): El texto nos presenta a José en uno de sus viajes por Egipto, que le lleva a la ciudad donde es sacerdote el padre de Asenet, la doncella de la que están prendados numerosos pretendientes (cap. l). Asenet lleva una vida de comodidad y lujo, al tiempo que se nos muestra como un alma profundamente religiosa que no quiere saber nada de casamientos (cap. 2). Recibe Asenet a sus padres, que regresan del campo (cap. 3). Éstos, ante la próxima visita de José, intentan convencer a su hija de que le acepte como esposo, a lo que ella se niega (cap. 4). Un José resplandeciente, es en verdad "hijo de dios", llega a la casa de Asenet (cap. 5). La joven se lamenta de haberle rechazado, ansiando entonces convertirse en su esclava (cap. 6). Se obsequia con una recepción a José (cap. 7), y Asenet le es presentada, pero él la rechaza por motivos religiosos, al tiempo que ruega por su conversión (cap. 8). Asenet se retira, y José continúa su viaje (cap. 9). La doncella, una vez sola, se encierra en su habitación y rompe con su pasado pagano (cap. 10). Al cabo de unos días de penitencia (cap. 11), confiesa emocionadamente sus pecados (cap. 12), rogando a Dios que considere su estado y la perdone (cap. 13). Dios se le manifiesta a través de un ángel, por cuyo consejo Asenet vuelve a vestir sus galas (cap. 14) para recibir un mensaje del cielo en el que se acepta su arrepentimiento y se le promete un futuro envidiable (cap. 15). El ángel purifica a Asenet a través de unos ritos simbólicos parecidos a la Última cena(cap. 16) y desaparece (cap. 17). Asenet, al enterarse del regreso de José, se engalana (cap. 18) para recibirle (cap. 19). En la recepción consiguiente se anuncia la boda (cap, 20). José presenta su futura esposa al faraón, tras lo cual se celebra el casamiento (cap. 21). Ha pasado el tiempo, y estamos ya en los siete años de hambre, en un momento en que José va a presentar su esposa a Jacob, su padre (cap. 22). El hijo del faraón, antiguo pretendiente de Asenet, siente renacer sus deseos de hacerla su esposa, para lo cual solicita la colaboración de Simeón y Leví, los hermanos de José. Al fracasar su proyecto (cap. 23), entra en tratos con Dan y Gad para que maten a José y rapten a la muchacha (cap. 24). El hijo del faraón pone en marcha su plan (cap. 25). Asenet parte de viaje y es atacada (cap. 26). Benjamín, que acompañaba a la mujer de su hermano, logra desembarazarse de sus atacantes y herir al hijo del faraón (cap. 27). Dan y Gad se arrepienten ante Asenet, y ésta impide que Simeón y Leví los maten (cap. 28). El hijo del faraón muere de resultas de sus heridas, y lo mismo le ocurre al padre, de pena por la desaparición de su hijo. Le sucede José, el salvador del pueblo judío, el cual cede más adelante el trono al nieto del faraón (cap. 29). Estoy de acuerdo con los investigadores que sitúan la composición de esta novela en el siglo I d.C., y pienso que una hipótesis que podría ser interesante es considerar que en la novela de José y Asenet tenemos un “argumento” general y revestido de literatura (¡se trata no de un tratado, sino de una novela y lo que el autor presenta son personajes, acciones, diálogos y situaciones, pero con una finalidad teológica!) en contra de las pretensiones cristianas de que Jesús es un mesías divino. El argumento es sencillo: los cristianos dicen que Jesús es el “Hijo de Dios”, pero ignoran que el “hijo de Dios” (con un sentido levemente distinto, de menor “calidad” divina) es o será un “hijo” o descendiente de la tribu de José. Recuerden los lectores que ya he dicho en alguna ocasión que hay una línea minoritaria de la tradición judía que considera que el mesías vendrá de la descendencia de José, no es un hijo de Judá y por tanto no será un davídida. Este futuro mesías aparecerá como un personaje maravilloso, caso como un individuo angélico. En la novela su antecesor José ya tiene esas prerrogativas. ¿Cómo “prueba” el autor su “tesis”? Como dijimos, ciertamente no compone un tratado atacando directamente a los cristianos, sino escribiendo una novela --a finales del siglo I d.C.-- en la que se dice, dentro de su trama novelesca, que ya el patriarca José había sido “hijo de Dios” de algún modo… ; por tanto, su descendiente, el mesías judío hijo de José será el verdadero "hijo de Dios", no el mesías de los cristianos. Hoy día, y para nuestro propósito ahora, más que hacer hincapié en el notable influjo de la mentalidad helenística en la novela -–que lo hay, sin duda, en el uso del vocabulario sobre todo— que genera un héroe, José, que es un hijo de Dios, que logra la conversión de la pagana Asenet, y que ésta cuando se convierte participa de una comida donde hay una copa de salvación, etc., podríamos ver que no es descabellado pensar que se trata de una obra del siglo I podríamos estar ante una crítica a los cristianos… ¡en forma de novela! Para probarlo hay que hacer un estudio comparativo muy preciso entre los Evangelios y la novela. Pero aquí vamos a lo esencial: · En la narración José es caracterizado como “hijo de Dios” (6,25; 13,10; 21,3) · Aparece calificado también como “salvador” (griego sotér); · Es el elegido divino (13,10). · Es también su “primogénito” (18,11; 21,4 en el texto largo) o “como su primogénito” (23,10)¡ · Quizá otro rasgo interesante sea la equiparación mesías-luz que aparece en los pasajes siguientes de la novela: José es sol para el alma que acaba de abandonar la idolatría (5,4ss y 6,5). “¿A dónde huiré?” –exclama Asenet por haber despreciado a José-; “¿En dónde me esconderé? Porque él ve todo escondrijo y nada se le oculta por la gran luz que hay en él” (6,3). Comos sabemos de sobra, el mesías, como luz del mundo, es justamente una de las afirmaciones centrales del Prólogo del Cuarto Evangelio, 1,9: “Éste (Juan Bautista) vino como testigo para dar testimonio de la luz y para que todos lleguen a la fe…). · Toda su actuación en la novela está caracterizada con rasgos salvadores, mesiánicos, benefactores. Igual que Jesús. En síntesis y volviendo al tema general de las tres última notas: en estos textos presentados en las postales anteriores (2 Macabeos, Libros de Judit y de Daniel, Sabiduría, Salmos de Salomón, Oráculos Sibilinos, Novela de José y Asenet) tendríamos reacciones diversas judías contra la divinización de seres humanos realizada por paganos y por cristianos, en concreto la divinización del mesías Jesús. Lo de la novela de José y Asenet es una hipótesis, unida a la interpretación del Libro de las Parábolas de Henoc, que podría explicar por qué aparecen estos dos extraños textos judíos --que muchos especialistas datan en el siglo I de nuestra era-- cuyos héroes, Henoc y José, tienen extrañas atribuciones, cualidades y designaciones muy parecidas o iguales a las del mesías cristiano, Jesús. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Domingo, 17 de Abril 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
I. Otra reacción interesante judía contra la divinización de seres humanos aparece en el libro de la Sabiduría, compuesto aproximadamente el año 50 a.C. , además del texto 14,17-21 (que transcribimos en la postal 203-05) el desconocido autor critica la ideología del culto imperial poniendo como modelo la confesión humilde del sabio Salomón en 7,1-6: “Soy hombre mortal, semejante a todos...; engendrado como todos, del placer que acompaña al sueño, mi carne se formó en el seno de mi madre, al nacer respiré el aire común… mi primera voz fue el llanto… fui criado entre pañales y con cuidado, porque no hay rey que tenga otro modo de venir a serlo. Una es la entrada de todos en la vida, e igual la salida”. En síntesis. todos, incluidos los "superhombres", somos débiles seres humanos. ¡Lo dice un rey poderoso y sabio! II. Los Salmos de Salomón Para los judíos de una o dos generaciones antes de Jesús el general romano Pompeyo Magno era un ejemplo de clara desmesura y de considerarse a sí mismo como un dios, pues se había atrevido nada menos que a profanar el santuario de Jerusalén y entrar en el templo, cuando sometió a Israel al poder (fáctico) de los romanos (hacia el 60 a.C.). Entonces impuso en el trono al monarca títere asmoneo, Hircano II, controlado por él mismo a través de Antípatro, su favorito (el padre del futuro Herodes el Grande). El autor de los Salmos de Salomón no critica a Pompeyo Magno directamente, con su n,mbre concreto,, sino aludiendo a él en escenas fácilmente reconocibles sin especificar su nombre. Pero la crítica será dura. El autor de esos Salmos pseudónimos, un fariseo coetáneo o poco posterior a los hechos, escribe en esta obra pseudoepigráfica como si estuviera contemplando la cabeza desgajada del cuerpo de Pompeyo, en la arena de una playa de Egipto. Éste había sido derrotado por Julio César en la batalla de Farsalia; y sus hijos y partidarios en la batalla de Muna en Hispania. “No consideró que era un mero hombre; no había pensado en el final. Habló: Soy el rey de la tierra y del mar, y no reconoció que Dios es el (único) grande” (= crítica indirecta a "Magnus", epíteto/sobrenombre de Pompeyo) (Salmos de Salomón 2,28-29 = Díez Macho-Piñero, Apócrifos del Antiguo Testamento III, pp. 37-38) III. Los oráculos sibilinos judíos En versos un tanto oscuros, la Sibila judía (es decir, en oráculos sibilinos falsificados por los judíos) critica la creencia griega de que algunos nobles difuntos por sus hazañas se convierten en héroes divinos, o simplemente en diosos, tras su muerte, en los siguientes versos. Di, Hélade, ¿por qué has depositado tu confianza en caudillos mortales que no pueden huir del final de la muerte? Con qué fin proporcionas dones vanos a los muertos y sacrificas a los ídolos? ¿Quién hizo descarriar tu mente para que realizaras esos actos y te apartaras de la contemplación del Dios poderoso? Venera el nombre del que todo lo creó y en ningún momento lo desatiendas... “Ya han pasado mil años y otros cinco siglos a partir del reinado de los muy poderosos reyes de los helenos, cuyo caudillaje trajo las primeras desgracias a los mortales, pues dedicaron a los difuntos numerosas imágenes de dioses mortales por lo que diste crédito a vanas creencias. (Oráculos Sibilinos, III 551-553 = Apócrifos del Antiguo Testamento III p. 494) Aclaración: Es ésta una explicación evemerística del origen de los dioses. Recordemos: Evémero de Mesena (340-260 a.C.) había propuesto la hipótesis de que los dioses de los griegos y romanos no eran más que reyes, que habían realizado hazañas especiales y que tras su muerte habían sido heroizados/divinizados por los humanos) Esta acción de divinizar a los muertos es muy criticada por la Sibila judía: esos reyes –dice la falsa profetisa judía- son tan mortales como los demás. Luego no son dioses. Pero puede parecer curioso que en los mismos Oráculos Sibilinos III 652-656 se describa a un monarca ptolemeo como “salvador de los pueblos de la guerra”, con rasgos que son más o menos mesiánicos (probablemente porque ese mismo rey se había mostrado favorable para con los judíos). "Dios enviará un rey que librará de la perniciosa guerra a toda la tierra...y lo hará por obediencia a los nobles mandatos del Dios poderoso..." Esta descripción benévola de un rey pagano, que se había hecho dios, no es extraña, por lo que sabemos ya de dedicar honores especiales a los benefactores. Probablemente hay que ver en esos versos una referencia a Ptolemeo VI Filométor (180-145 a.C.) que se portó bien con los judíos, que le dedicaron un monumento. sin embargo, la sibila judía rebaja al monarca a mero ejecutor de las órdenes divinas. Por supuesto, los judíos no rinden honores divinos a Ptolemeo, sino que se lo consideran un “ungido”, una suerte de mesías que concede la paz librando de la guerra perniciosa Es más, el judío que está detrás de esta falsa Sibila está reaccionando de una manera similar a como había hecho el autor del Segundo Isaías (compuesto después del exilio de Babilonia. Ciro, rey de medos, babilonios y persas había proclamado –es dudoso históricamente, pero así se creía- el edicto de liberación de los exiliados--: Is 45,1-3]b. Ahí Ciro el Grande, el monarca no judío, pero justo, puede ser un salvador, pero es un mero agente de la divinidad, por eso se lo denomina “ungido” o mesías. Y ya sabemos que, siguiendo esta tradición, el “mesías/ungido” para el judaísmo será siempre un mero ser humano y no se lo considerará divino por muy salvador y benefactor que sea. He aquí el texto de Isaías: “Así dice Yahvé a su ungido Ciro, a quien tomé de la diestra, para derribar ante él las naciones… Yo romperé las puertas de bronce ya arrancaré los cerrojos de hierro… para que sepas que yo soy Yahvé, el Dios de Israel, que te llamó por tu nombre…” Mañana concluimos con otro caso de reacción judía contra la divinización, esta vez -según creo- contra los cristianos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 16 de Abril 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con nuestro segundo tema de estos días, los textos antiguos que sirven de prenotandos, o de paralelos, dentro de la historia de las religiones, a lo que creemos fue el proceso de divinización de Jesús. Al parecer los judíos se tomaron con cierta calma estos casos de divinización (es decir, estos ejemplos que hemos puesto y otros), los vieron con una cierta distancia y les concedieron relativamente poca importancia como posibles ataque ideológicos a su firme fe monoteísta. Por ello no se notan demasiadas reacciones en contra de esta divinización de humanos en los textos judíos conservados entre los siglo II a.C. y I d.C., a pesar de que muchos judíos vivían en Alejandría, Asia Menor (Pérgamo…), ciudades griegas y Antioquía, ciudades del Mediterráneo oriental donde más se podía percibir este fenómeno. De hecho los judíos vieron bien que el fenómeno no era tan peligroso, porque cuando se instauró en esas mismas regiones el culto al Emperador con todas las de la ley, al parecer nunca, o casi nunca, constituyó un peligro serio de martirio el haberse negado a practicar tal culto. Ello nos lleva a pensar que incluso en el Mediterráneo oriental se tomaba con parsimonia -o e entendía más o menos metafóricamente-- por las gentes paganas lo de “divinizar” a los mortales. Los ataques perceptibles a este culto por parte judía se centran dentro de la lucha general contra el politeísmo, y en concreto contra la "hybris" o “desmesura” de los seres humanos, que pudieran tener una opinión demasiado elevada de sí mismos. 1. Este es el caso del rey Antíoco IV Epífanes para los judíos. Ciertamente --para los judíos en general-- el culto a su persona no desempeñó en principio una función importante, o un agravio grave, sino la helenización forzada en Israel, que obligaba a renunciar a la Ley y a las costumbres patrias y que forzó como sabemos la crisis macabea. La mencionada crítica a la “hybris” de algunos perseguidores de los judíos se ve, por ejemplo en 2 Macabeos 9,8-12 en la descripción de la muerte, exagerada y dramática, de Antíoco IV, al que consideraban perseguidor cruel del pueblo judío, atormentar a sus enemigos “que respiraba fuego contra ellos”: “El que con sobrehumana arrogancia se imaginaba dominar sobre las olas del mar y pensaba poner en balanza la altura de los montes (es decir, aplanar las montañas), ahora, caído en tierra, era llevado en una litera poniendo de manifiesto ante todos el poder de Dios, hasta el punto de manar gusanos del cuerpo del impío, y vivo aún entre dolores atroces se le caían las carnes a pedazos, apestando con su hedor al ejército. Y al que poco antes parecía tomar el cielo con sus manos, nadie ahora lo quería llevar por su intolerable fetidez.” “Herido así, comenzó a deponer su excesivo orgullo y a entrar en el interior de sí mismo, azotado por Dios con punzantes dolores. Al no poder él mismo soportar su hedor, dijo: “Justo es someterse a Dios y que el mortal no pretenda igualarse a él” En este pasaje se muestra a los ojos del autor un auténtico castigo divino por la desmesura de Antíoco IV al tolerar o desear ser un Dios. Las palabras puestas en su boca por el autor no podía pronunciarlas nadie más que un judío. En otros casos hay que caer en la cuenta (obsérvese en los textos que transcribiré a continuación) de que los antiguos, cuando se oponían a una idea, reaccionaban muchísimas veces de una manera un tanto extraña para la mentalidad moderna: a saber, no componen un sesudo tratado en contra de la idea que desean combatir, o una crítica directa (por ejemplo el caso arriba transcrito contra Antíoco IV Epífanes), sino que escribían una obra de ficción, o de historia, en la que ilustraban con algún caso –por ejemplo, con la vida de un personaje—las ideas contrarias, las que deseaban defender. 2. Así creo que debe entenderse el conjunto completo del libro de Judit: Éste es una historia que transcurre aparentemente en la corte asiria (en realidad es un campamento de los asirios) es simbólico, y en realidad su ficción (como pasa con el Libro de Daniel) tiene como escenario real la “corte” (= los campamentos) de los Seléucidas. El general Holofernes afirma orgullosamente que Nabucodonosor es el único "kýrios", el único señor (Jud 6,2.4)… y lo que le ocurre al final es desastroso para él por este motivo (aunque expresado, dicho sea de paso de un modo muy machista propio de la época). La divinidad utiliza un instrumento “débil y en apariencia despreciable”, una mujer, para acabar con el orgullo del tirano: la débil Judit se transformo en Juditha triumphans (Antonio Vivaldi) y corta de un tajo la cabeza del tirano Holofernes, con lo que se salvó la ciudad de Betulia del asalto de quienes se creían dioses… tanto Nabucodonosor como Holofernes, que resultan muerto o profundamente humillados. 3. Con el Libro de Daniel ocurre lo mismo. La desmesura pagana resulta castigada El Libro de Daniel (compuesto hacia el 168-165 a.C.) critica igualmente a Nabucodonosor (= en parte un "Antíoco IV avant la lettre”)… El rey se autoerige una estatua como si fuera un dios; los tres jóvenes hebreos son arrojados al horno de fuego porque no quieren adorar a su estatua…, pero al final son salvados y vindicados por Dios milagrosamente. Nabucodonosor ha de morder el polvo, arrepentirse y alabar públicamente la soberanía del Dios verdadero muy por encima de la suya propia (Dn 1-4). De hecho, y muy a la griega, el rey Nabucodonosor es castigado con la locura por su "hybris" (4,25ss). Lo mismo pasa dentro de este mismo libro con los pasajes de Daniel que aluden al soberbio rey Baltasar y su festín. Impulsado por el vino, el monarca se atreve a igualarse a la divinidad, es decir a utilizar para sus banquetes los sagrados vasos del templo de Jerusalén que habían sido llevados a Babilonia… Aparece entonces la mano de un ángel que misteriosamente escribe el final del reinado de Baltasar, que el joven Daniel sabe interpretar… y “Aquella misma noche fue muerto Baltasar, rey de los caldeos (= babilonios), y Darío, rey de Media, se apoderó de su reino” (Dn 5,29-31). De nuevo la desmesura de creerse un dios resulta terriblemente castigada.Seguiremos con estos casos de reacciones judía a la divinización Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 15 de Abril 2011
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
En su momento señalamos que, entre los embustes que hoy se propalan en los más apologéticos ambientes eclesiásticos sobre la completa ausencia de responsabilidad de Sus Santidades en el caso Maciel, se cuenta el de que los abusos fueron conocidos únicamente a partir de los años 90. Miserable embuste donde los haya, pues en el Vaticano se conocían las denuncias contra Maciel a más tardar desde los años 50. Ahora bien, algunas jerarquías eclesiásticas ya estaban enteradas incluso desde antes. En efecto, el primer abuso sexual constatado cometido por Marcial Maciel se remonta nada menos que a 1944, cuando nuestro santo varón tenía tan solo 24 años. F. González reproduce (p. 93) una parte del testimonio de la víctima (que a la sazón, recuerda, tenía 13 ó 14 años). Más tarde, un hermano de este sería también objeto de abusos. A diferencia de lo que pasaría más tarde con otras víctimas, el joven abusado pidió autorización para ir a casa de sus padres, con los que habló. Su padre aceptó que abandonara la institución y habló con el obispo de Cuernavaca, Francisco González Arias. Este prometió parar los pies a Maciel. Claro que el sr. obispo no cumplió su palabra: era tío de Maciel, y –sea por tío o por obispo– le dejó continuar haciendo de las suyas, como tantos buenos jerarcas eclesiásticos han hecho, hacen y seguirán haciendo hasta el final de los tiempos, cuando vengan los jinetes del Apocalipsis, etcétera, etcétera. De hecho, poco después, en noviembre de 1944, el buen pastor de la grey ordenó sacerdote a su sobrino. F. González comenta atinadamente el cúmulo de presiones y obstáculos que debe superar un menor víctima de abusos. Entre ellos se hallan las dudas acerca de si será creído, dada la credibilidad que se supone al adulto (máxime en los ambientes –desafortunadamente demasiados– en que a los eclesiásticos se les supone algún tipo de decencia especial); se halla también el atrevimiento que supone cortocircuitar el ideal paterno de tener un hijo con vocación religiosa; y se halla el hecho de que la denuncia, por indirectamente que sea, cuestiona la prudencia de unos padres que habían dejado a su hijo en manos de Maciel. Sobre este instructivo caso, me permito aconsejar a los lectores meditar el contenido de las páginas 93 a 99 del ya citado libro de F. M. González, Marcial Maciel. Los legionarios de Cristo: testimonios y documentos inéditos, Tusquets, Barcelona, 2010. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Jueves, 14 de Abril 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Mi valoración, en conjunto, del libro es positiva, por la claridad y sinceridad con la se enfrenta el autor a los problemas de método, la concisión con la que expone la problemática, en general, de lo que ocurre en la pasión, y por cómo fundamenta sus opiniones cuando las defiende. Y como valoración global también debo decir que Fr. Bovon es hábil en desarrollar argumentos y perspectivas para manifestar las dificultades que tiene la interpretación espontánea de lo que se lee en cada Evangelio…, pero al final para llegar a un resultado que es un panorama bastante parecido a la impresión causada por una lectura llana y relativamente tradicional. Así, respecto a la entrada en Jerusalén y la purificación del Templo, presenta Bovon los textos, que parecen favorecer el que Jesús tuviera algún contacto con gentes armadas, pero insiste taxativamente en que Jesús no fue un celota. “No quiso manejar la espada ni expulsar a los romanos, ni convertirse en esta tierra en rey de los judíos… fue mal comprendido y sus éxitos populares fueron mal interpretados” (p. 45) ¿Cómo lo sabe Bovon? Por lo que sostienen “Q” y Marcos… ¿pero son fiables del todo punto? ¿Cómo se explica que Jesús acepte el título ‘Hijo de David’, y que al no distinguir entre religión y política, como buen judíos de su tiempo, predicara un reino de Dios terrenal, cuya constitución básica era la ley de Moisés? Y ¿qué decir de las consecuencias políticas indirectas?. Bovon no dice una palabra al respecto. No aborda Bovon tampoco el problema básico de que según la entrada en Jerusalén, su predicación en el templo y la purificación del Templo, obtenemos la indudable impresión de que Jesús no fue a Jerusalén a aceptar un plan divino de muerte… Pero ¿cómo casa esta impresión con Mc 10,45: él, Jesús, como Hijo del Hombre vino expresamente a Jerusalén (hay designio previo) “para dar su vida como rescate de muchos?”. Respecto a la cuestión del proceso ante el Sanedrín no logra manifestarse Bovon consecuentemente crítico. Ciertamente, considera razonable que actuara el Sanedrín contra Jesús por las razones expuestas en Jn 11,48 (es justo que perezca uno y no el pueblo entero, en boca de Caifás), y piensa que es razonable también suponer que más que proceso –o doble comparecencia de Sanedrín- lo que hubo por la noche fue un interrogatorio, ante Anás y sus amigos (por eso había un fuego en el patio y muchos sirvientes = escena de la negación de Pedro; eran de los amigos de Anás que había asistido a ese interrogatorio). Pero luego admite que hubo "reunión" del Sanedrín por la mañana y que en ella se halló a Jesús culpable… Estimo que esta reunión es muy inverosímil, sobre todo tratándose de un viernes en cuya tarde/noche comenzaba la Pascua… El desvío por parte de los Evangelios de la realidad es para Bovon muy pequeño. Pero sí admite que de las cinco escenas de ultrajes a Jesús sólo hubo en realidad dos: una a la salida del interrogatorio –o comparecencia del Sanedrín- y otra al final de proceso ante Pilato. Por otro lado, admite Bovon la veracidad de que los cargos manifiestamente judíos contra Jesús (blasfemia, según Marcos) no se sostienen históricamente. Dedica un para de páginas a probar que es muy improbable el cargo de blasfemia por parte del Sanedrín entre otras razones porque “en los primeros siglos de la era común hubo varios falsos mesías y parece que nunca se presentó contra ellos acargo alguno de balsfemia” (p. 57). Pero luego da la razón al Evangelio de Marcos al admitir que sí pudieron los del Sanedrín considerar “blasfemo” a Jesús en sentido amplio, al defender éste la venida a modo de juez divino universal del Hijo del Hombre (por cierto: Bovon admite que Jesús no creía que él era ese Hijo del hombre, sino otro personaje) que castigaría a los inicuos jueces judíos, ya que por “blasfemia se podía entender todo atentado grave contra la religión judía”. Aquí me hubiera gustado que Bovon hubiera dedicado al menos alguna página al atentado grave, gravísimo, contra la religión judía “cometido” por Jesús en la institución de la eucaristía, que borraba de un plumazo todo el valor de la expiación del Templo (que acababa de “purificar” puesto que era una institución válida que merecía la pena limpiar p. 46) y ¡todo su sistema sacrificial! Afirma Bovon además que la Última Cena fue una comida pascual (p. 76), lo que es altamente inverosímil. Bovon sostiene también que los cargos contra Jesús presentados a Pilato fueron estrictamente políticos, con lo que en este libro admite –y me parece bien- que Lc 23,2 (subvierte al pueblo; prohíbe pagar el tributo el César y se manifestó como mesías y rey) es un texto en el fondo verdadero. En su comentario a Lucas, en este lugar, distingue Bovon entre lo que pensaba el evangelista (los cargos son falsos) aunque los transmitiera en su obra, y la posible realidad (los cargos eran verdaderos)… Pero…, me pregunto: en el siglo I ¿cómo puede presentarse un judío ante las masas como “rey de Israel” y “mesías” (Jesús en el Evangelio de Marcos no critica a quienes esto dicen) sin defender de algún modo una mentalidad "más o menos celota"? Yo acepto que muy probablemente fueron otros --no él, Jesús-- lo que manejaron las armas. El jefe no lo hizo..., pero era el jefe. Y otra duda: ¿como pudo Jesús predicar a las masas un reino de Dios judío y a la vez albergar "ningún deseo de querer expulsar a los romanos” (Bovon, p. 45)? Sencillamente: me parece que no encajan ambos extremos. Igualmente admite Fr. bovon como plausibles el episodio de la presentación de Jesús ante Herodes (que cuenta sólo en Lucas; en su Comentario posterior Bovon se muestra mucho más crítico) y el de Barrabás (p. 66) que la mayoría de los críticos niega como ahistórico e inverosímil. Sí me ha parecido claro, bien explicado, mejor que en libros más amplios, conforme al derecho romano y las potestades que tenía un prefecto en una provincia romana, el breve proceso romano ante Pilato, sus fundamentos y su rápida ejecución. Hace Bovon un interesante análisis crítico, que me parece razonable y objetivo, de las siete palabras de Jesús en la cruz conforme a los cuatro evangelios, que son en su mayoría presumiblemente no históricas. Es bastante duro en su dictamen “Si se dirige una mirada retrospectiva a estas palabras de Jesús en la cruz, se constata que no pertenecen a la categoría de la historia: dependen de la reflexión escriturística y teológica, o de la narración legendaria tal como se desarrollará más tarde en los relatos cristianos de martirio” (p. 72). Finalmente, respecto a la fecha de la muerte de Jesús se muestra Bovon indeciso. Admite como histórico que fue un viernes…de Nisán; pero duda si admitir que tiene razón el evangelista Juan al afirmar que tras la muerte de Jesús no comenzaba en ese anochecer el día de Pascua, sino la preparación de ella. Por tanto el lector no recibe una respuesta contundente a las dudas. Y la razón es para Bovon que él no se fía del Evangelio de Juan a este respecto porque su cronología “Según la cual Jesús murió a la hora en la que se sacrificaban en el Templo los corderos pascuales” (es decir el día anterior a la preparación a la Pascua, el viernes por la tarde, hacia las tres, cuando aún no había comenzado la Preparación), porque esa cronología expresa la “preocupación johánica de identificar a Jesús con el cordero pascual de la nueva alianza –-Jn 1,29.36— que podría estar en el origen de esa cronología” (p. 76). Creo, sin embargo, que la cronología de Marcos aún es más inverosímil Es difícil de admitir que el Sanedrín se reuniera, para deliberar o para interrogar, para lo que fuera, la mañana de un viernes, cuando el da anterior, jueves, ya se habían sacrificado en el templo los corderos pascuales y cuando en la tarde/noche de ese mismo día, viernes, iba a comenzar la Pascua. ¡Parece imposible dadas las costumbres judías en el siglo I. A pesar de algunos ‘peros’ como ha podido ver el lector, me parece -en conjunto- que hay pocos libros que yo conozca que en tan pocas páginas y con tanta claridad trate temas tan importantes y en la mayoría de los casos bien, en mi opinión. El lector puede contrastar los resultados del libro de Bovon con los del mío propio, La verdadera historia de la pasión, de EDAF, 2008. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Miércoles, 13 de Abril 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
El libro que presento y comento esta semana es de François Bovon, catedrático emérito de Nuevo Testamento y cristianismo primitivo en la Universidad de Harvard, y profesor honorario de la Universidad de Ginebra, autor conocido en este Blog porque de él he citado algunos pasajes de su Comentario al Evangelio de Lucas (Sígueme). He aquí su ficha: Fr. Bovon, Los últimos días de Jesús. Textos y acontecimientos (colección “Presencia teológica” 155). Original de 1973, revisado en 2004 y 2007, Editorial Sal Terrae, Santander 2007, 134 pp. ISBN: 978-64-293-1695-7. Traducción del francés, buena, de Ramón Alfonso Díez Aragón. El libro contiene en sí sólo 88 pp. de texto; el resto es una traducción de la historia de la Pasión, según Lucas: 22,1-24,53 (tr. de la Biblia de Jerusalén de 1998) y el fragmento conservado del Evangelio de Pedro, en la versión española de A. de Santos Otero, B.A.C., Madrid, 3ª ed. de 1975. Es tan breve el libro que habría sido una excelente ocasión de presentar no sólo Lucas, sino los cuatro evangelios canónicos en columnas paralelas, además de naturalmente, como se ha hecho, el Evangelio de Pedro (apéndice que también trae, por ejemplo, La muerte del mesías de R. E. Brown, (tr. española en “Verbo Divino”), libro que comentaremos, creo, la semana que viene.. El libro ofrece primero una impresión personal del autor ante el material que recoge y sus resultados. En ella Bovon sostiene –y es interesante a mi parecer- que lo que más ha cambiado entre una primera edición y las revisiones de este libro es ante todo -escribe- “mi conciencia de investigador”. Y añade: . “Hoy somos más conscientes de los límites de toda investigación histórica. Ahora sabemos mejor que ayer que toda descripción del pasado es una reconstrucción, y que el examen más objetivo de los testimonios y de las fuentes está condicionado por la identidad de quien los examina” (p. 9). El autor, además, se declara creyente (de hecho es un calvinista moderado), y afirma que, además de historiador, es un teólogo. Pero se resiste a declarar la “derrota del conocimiento (racional e histórico)”. A pesar de las tendencias inconscientes, “la comunicación entre los humanos es posible y se puede llegar a acuerdos si se trabaja sobre los mismos documentos”. Ahora la historia es más difícil que en tiempos de Theodor Mommsen, pero no es imposible; es factible (p. 9). Totalmente de acuerdo con el autor: la historia es una hipótesis explicativas de los hechos brutos (también a veces, reconstruidos) del pasado, una hipótesis lo más razonable y aséptica que se pueda. Y me parece admirable, y usual, por suerte, lo que ocurre hoy día, a saber que editoriales plenamente católicas publiquen libros de calvinistas, metodistas (por ejemplo, J. G. Dunn), etc., sin el menor asomo de censura, libros que presentan sus hipótesis desde ópticas distintas a la católica. Otro detalle importante, fruto de estas revisiones del libro en su primera edición, es el caso que el autor hace a algunos datos del Evangelio de Pedro, a pesar de lo legendario que se muestra este evangelio en ocasiones. Es totalmente plausible que contenga al menos corroboraciones de datos de los otros evangelios. R. E. Brown aparta y analiza también su testimonio. En conjunto el libro que presentamos está escrito con enorme claridad y sencillez. Va directamente al grano de los acontecimientos y su encadenamiento es muy lógico. Se lee fácilmente. El libro comienza por una ojeada breve a las fuentes: a) Pablo, epístolas genuinas, y b) la posible tradición prepaulina (si Jesús muere en el año 30 y siente su llamada -“conversión”- en el 32/33 hay relativamente poca tradición; normalmente hay un cierto círculo vicioso en esta postulación porque la mayoría de las veces el único testimonio de esta “tradición previa” es un texto de Pablo mismo. Luego c) la tradición de los evangelio canónicos, en donde observo que la evaluación del Evangelio de Juan es muy benévola por parte de Bovon: “Juan profundiza la concepción cristiana primitiva de la muerte de Jesús. Toda la vida de Jesús converge hacia esa ‘hora’ que marca la elevación y la glorificación del Hijo”. Esto me parece cierto, pero escaso, porque el relato de la pasión de Juan es muy diverso al de Marcos (se parece mucho a Lucas en ocasiones) y tiene un fortísimo contenido de especulación teológica que se debería poner más de relieve en esta evaluación de las fuentes. Pondera luego Bovon la aportación del Evangelio de Pedro. Llama la atención el que valore el fragmento de la Pasión (el único conservado; el resto del Evangelio de Pedro se ha perdido) así: “Este largo fragmento… no es ni más milagroso ni más legendario que los relatos canónicos” (p. 31) A los Acta Pilati (luego ‘Evangelio de Nicodemo’: primera parte) no otorga Bovon valor alguno, pues no son más que una respuesta apologética cristiana y fantasiosa a otras Acta Pilati, ficción pagana injuriosa para los cristianos. Valora Bovon al modo usual la “tradición” del Testimonium flavianum (F. Josefo, Antig., XVIII 3,3 = & 63-64) al que le da valor en su versión expurgada de adiciones cristianas al compararlo con la versión árabe de este pasaje que carece de la mayoría. Igualmente acepta –esta vez sin ningún ‘pero’- el testimonio de Tácito, Anales XV 44 (que a mí, personalmente, me parece probablemente interpolado), e indirectamente el del Talmud de Babilonia bSan. 43a en cuanto ofrece testimonio indirecto de que Jesús “fue colgado”. Esta parte metodológica me parece interesante porque añade consideraciones serias y oportunas sobre el valor de las fuentes canónicas: rechaza Bovon que el relato de la Pasión sea “profecía historizada”, es decir, una recogida de profecías del Antiguo Testamento que se hacen “históricas” a base de inventar una pasión de Jesús perfectamente acomodada al desarrollo de esas profecías, y sostiene que es más justo con el material considerarlo como “recuerdos” (se supone que verdaderos) de lo ocurrido, “deformados” a veces por el influjo de los textos del Antiguo Testamento. En otras palabras: hay una interacción entre el recuerdo objetivo de los hechos y el recuerdo de los textos de la Escritura. Pero la deformación de la “historia” resultante --sosytiene Bovon-- no resta valor a la veracidad de un núcleo histórico recuperable. Sí acepta Fr. Bovon que se observan en los Evangelios canónicos fuertes tendencias apologéticas: a) frente a los judíos los evangelistas insisten en ver en los acontecimientos un plan de Dios para el cual ellos están ciegos. Sobre todo los Salmos y Zacarías, que tienen ante sus ojos, son un testimonio irrefutable de que el fracaso del mesías es sólo aparente y que la condenación que ellos, judíos, propiciaron fue sumamente injusta. b) Frente a los paganos: se elimina la infamia de la cruz y se procura exonerar de culpa a los romanos, encarnados en Poncio Pilato. Bovon saca a la luz otras dos “tendencias” o “sesgos” que conviene tener en cuenta en nuestras fuentes principales: 1) Una tendencia parenética o moral, que puede exagerar algunos rasgos. Por ejemplo, en la escena de Getsemaní hay que tener en cuenta el sesgo de aumentar el valor de Jesús. Y es porque “el coraje de éste debe incitar a los cristianos a sufrir siguiéndolo”. La escena de Getsemaní es una exhortación a no imitar a los discípulos dormidos y a permanecer siempre vigilantes” (p. 27) 2) Una tendencia hacia lo legendario. Los relatos de la Pasión están sujetos a los desarrollos y ampliaciones típicas, con las reglas que ha descubierto la crítica e historia literarias, de las narraciones populares. Por eso hay rasgos o escenas ampliadas. Esta parte metodológica, importante y clara, ocupa casi la mitad de las 88 pp. de texto. Luego sigue una breve, sucinta, y en general acertada explicación de los hechos, y las motivaciones de los actores, de la “semana” de pasión. Apenas presta atención nuestro autor a la razonable hipótesis de que la entrada en Jerusalén de Jesús no ocurriera en el “Domingo de ramos”, es decir unos cinco días antes de su muerte, sino en la Fiesta de los Tabernáculos en septiembre (heb. Sukkot). Se pregunta y responde Fr. Bovon · cómo Pilato formula sus acusaciones; · discute si hubo o no sesiones del Sanedrín o juicio judíos; · cómo fue y con qué fundamentos jurídicos se llevó a cabo la cognitio extra ordinem (juicio abreviado, pero perfectamente legal) por parte de Pilato; · cómo se pueden localizar los lugares y tiempos de otras acciones de la Pasión (dada la brevedad del libro, no hay espacio para considerar la parte de enseñanza de Jesús, tan importante, en la “Semana de Pasión”, y · muy brevemente discurre por las burlas, el camino de la cruz, la crucifixión en sí y la sepultura. No omita nada sustancial, pero el tratamiento es concentrado y quizás un tanto escaso.. La conclusión del libro está redactada más con ojos de teólogo cristiano que de historiador. Exculpa las acciones de los discípulos (“se sintieron desesperados, huyeron e incluso lo negaron”). Admitían que Jesús venía de Dios “pero lo conocían mal” (p. 79). Era necesaria la resurrección. Se hace eco Bovon de la confesión de fe de Pedro, redactada por Lucas en Hch 2,32-33, que Jesús ha sido exaltado a la diestra de Dios después de su resurrección, y que en este punto “El historiador tiene que entrar en diálogo con el teólogo cristiano, que ve cómo se realiza la irrupción de la nueva era, el paso de la antigua economía a la nueva, por la resurrección, históricamente indemostrable” (p. 80). Es conceder bastante. En la próxima nota haremos algún comentario. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Martes, 12 de Abril 2011
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Viajes apostólicos de Pablo En el contexto del tercer viaje (Hch 18,23-21,16) cruzó Pablo la península de Anatolia a lo largo, atravesando Galacia y Frigia hasta llegar a la ciudad de Éfeso en la costa occidental. Allí encontró algunos discípulos que no tenían noticia del Espíritu Santo y solamente habían recibido el bautismo de Juan. Pablo les instruyó adecuadamente y los bautizó en el nombre de Jesús. Cuando les impuso las manos, recibieron el Espíritu Santo. Permaneció en Éfeso más de dos años enseñando y confirmando su doctrina con milagros. Se extendió tanto la fama de sus poderes taumatúrgicos que algunos exorcistas judíos arrojaban los espíritus invocando al “Jesús a quien Pablo predica”. Mientras preparaba un nuevo viaje a Jerusalén se produjo un alboroto entre los plateros de Éfeso, conocido como “el motín de Éfeso”. El promotor del alboroto fue uno de los plateros, llamado Demetrio. El motivo era la prevista ruina de los profesionales de la plata, que veían su negocio en peligro con la predicación de Pablo. Reconocía que ésa era la verdadera razón de su disgusto, pero añadía una reflexión políticamente correcta argumentando que la doctrina de Pablo provocaba el descrédito de la diosa Ártemis y de su culto. Los plateros se llenaron de ira y comenzaron a gritar: “¡Grande es la Ártemis de los efesios!” (Hch 19,28). La gente se congregó en el teatro adonde arrastraron a algunos compañeros de Pablo. El mismo apóstol quiso presentarse en el teatro, pero unos asiarcas amigos le disuadieron ante el cariz peligroso que había adquirido la revuelta. Los amotinados no admitían excusas ni explicaciones, pero el secretario les dirigió la palabra para pacificarlos. Reconocía que la diosa era la guardiana de la ciudad y de sus tradiciones. Contra ella nada podían unos hombres que ni siquiera eran blasfemos ni sacrílegos. En consecuencia, si alguien tenía causas pendientes contra ellos, tribunales había que darían a cada cual el ejercicio de sus derechos. Pero una asamblea tumultuosa, como era aquella, sólo podría acarrearles la sospecha de sedición y el correspondiente castigo. Oídas aquellas palabras, se disolvió la asamblea. Pablo decidió viajar a Jerusalén a través de Macedonia y permaneció en Grecia durante tres meses. Pero cuando los judíos supieron que pensaba embarcarse para ir a Siria, le pusieron asechanzas que él esquivó regresando a Macedonia. Viajaban con él varios discípulos que se adelantaron para esperarle en Tróade. A partir de este momento (Hch 20,6), prosigue la narración con un insistente “nosotros”, que delata la circunstancia de que el relator era testigo ocular y coprotagonista del viaje. El primer suceso narrado en primera persona es el de una celebración de los cristianos con Pablo para partir el pan el primer día de la semana, es decir, el domingo. La alocución de Pablo se prolongó hasta altas horas de la madrugada. Y ocurrió que un joven, llamado Eutico, se quedó dormido en una ventana del tercer piso, de la que cayó vencido por el sueño y se mató. Pablo bajó, se echó sobre el muerto y lo resucitó para consuelo de todos los presentes. Subió después, celebró el rito de la eucaristía o fracción del pan y prosiguió su plática hasta el amanecer. Marchó luego según su proyecto. Navegaron hasta Mitilene, donde fondearon; continuaron frente a Quío hasta llegar a Samos y al día siguiente arribaron a Mileto. Como tenía prisa por llegar a Jerusalén, no se detuvo en Éfeso, pero convocó a los presbíteros, a los que dirigió una sentida alocución. Les hablaba de las tribulaciones que el Espíritu le vaticinaba. El encuentro tenía el sentido de una despedida, tanto que les dijo abiertamente: “Sé que no volveréis a ver mi rostro” (Hch 20,25). Les llamaba la atención sobre los peligros en que se verían envueltos no solamente de parte de sus enemigos, sino también de los falsos hermanos. Les recomendaba vigilancia y paciencia. Los presbíteros convocados prorrumpieron en llanto, sobre todo, por las palabras de Pablo en las que auguraba que no volverían a ver su rostro. Y lo llevaron hasta la nave en la que zarpó rumbo a Jerusalén. Fiel a su carácter de testigo ocular continúa el relator narrando el viaje con sus precisas singladuras. Navegaron derechos a la isla de Cos, la patria de Hipócrates, el padre de la medicina; de Cos hicieron la travesía a Rodas y de allí a Pátara, puerto de mar en la antigua región de Licia en el sudoeste de la península de Anatolia. En Pátara tomaron una nave que partía para Fenicia, dejaron Chipre a la izquierda hasta arribar a Tiro. “Allí permanecimos siete días”, dice el relator. Los discípulos de la ciudad trataban de disuadir a Pablo para que no subiese a Jerusalén. Pero al cabo de los siete días, salieron acompañados por los hermanos con sus mujeres y sus hijos. Previa oración sobre la arena de la playa, “nos despedimos y subimos a la nave”. La singladura los llevó a Tolemaida, la moderna Acre o San Juan de Acre, donde terminó su navegación. Porque desde allí se dirigieron por tierra a Cesarea y se alojaron en la casa del evangelista Felipe, que vivía con sus cuatro hijas, dotadas del don de profecía (Hch 21,9). Después de varios días pasados en Cesarea, llegó un profeta de nombre Ágabo, quien tomó el cinto de Pablo, se ató con él los pies y las manos diciendo: “Así atarán los judíos al varón de quien es este cinto”. Los hermanos del lugar y los que venían con Pablo le suplicaron que no subiese a Jerusalén para que no se cumpliera lo que Ágabo vaticinaba. Pablo les dijo que estaba presto a sufrir cualquier cosa por el nombre de Jesús, aunque fuera la muerte. Los hermanos, resignados, dijeron: “Hágase la voluntad del Señor” (Hch 21,14). La estancia en Jerusalén estuvo llena de luces y sombras. Pablo visitó a Santiago, con el que se encontraban congregados los presbíteros. Les refirió lo que Dios había realizado por su mano entre los gentiles, pero surgió de nuevo el problema de la observancia de la ley de Moisés. Habían oído que, según la doctrina de Pablo, no necesitaba observar la ley de Moisés el que buscaba conseguir la salvación. Pablo realizó los ritos del nazireato con otros cuatro consagrados para demostrar que seguía observando la ley de Moisés. Estaba Pablo a punto de terminar su proyectada estancia en Jerusalén cuando unos judíos de Asia lo vieron en el templo, alborotaron a la muchedumbre, le echaron mano y lo arrastraron fuera del templo con intención de matarle. Le acusaban de actuar contra el pueblo, contra la Ley y contra el templo. Sospechaban incluso que había introducido a paganos en el lugar sagrado. Mientras lo apaleaban, llegó la noticia al tribuno que acudió con soldados al lugar. Los judíos cesaron de golpear a Pablo. El tribuno quiso conocer los motivos del alboroto, pero no pudo sacar nada en claro por la diversidad de acusaciones que gritaban. El tribuno lo confundió con un revoltoso egipcio, por eso se sorprendió cuando vio que Pablo hablaba griego. Pero pidió hablar a la multitud en hebreo, lo que hizo en sentido de apología personal (Hch 21,37ss). Comenzó desde sus primeros años en Tarso de Cilicia, su patria, donde fue alumno del famoso rabino Gamaliel. Recordó su fase de perseguidor celoso de la doctrina cristiana, de lo que podrían dar testimonio el mismo sumo sacerdote y el sanedrín. Fueron ellos quienes le dieron cartas de recomendación para detener y llevarse presos a Jerusalén a los cristianos de Damasco con la intención de castigarlos. Siempre que Pablo recuerda su pasado, menciona su tiempo de perseguidor de la iglesia. Contó con detalle el episodio de la visión cerca ya de Damasco y los sucesos que siguieron a su conversión. Narró los detalles de la muerte de Esteban, de la que se gozaba positivamente. Pero cuando habló de la visión que le auguró un futuro de ministerio en naciones lejanas, los oyentes judíos no aguantaron más, sino que interrumpieron a gritos su alocución. El tribuno ordenó introducir en el cuartel a Pablo con intención de hacerlo azotar. Fue entonces cuando Pablo recurrió a su dignidad política preguntando si tenían acaso poderes para azotar a un ciudadano romano. El tribuno se alarmó por lo sucedido con la detención y el proyecto de azotar a Pablo, que era ciudadano romano de nacimiento y no como el tribuno que había conseguido la ciudadanía por una gran suma de dinero. El tribuno, desconcertado con los acontecimientos, presentó a Pablo al sanedrín. En aquella asamblea había fariseos y saduceos, enfrentados no sólo en sus actitudes políticas sino en temas de teoría religiosa, como era la creencia en la resurrección rechazada por los saduceos. Pablo se presentó como “fariseo e hijo de fariseos” (Hch 23,6), lo que provocó una fuerte disensión entre los miembros del sanedrín. El tribuno tuvo que intervenir para que Pablo no acabara despedazado por los sanedritas. Una nueva visión del Señor auguró a Pablo que tendría que dar testimonio de él también en Roma. (Foto de Cesarea. Puerta de la ciudad) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 11 de Abril 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Si antes (postal nº 176-03) hemos visto la “escenificación” de Q del reino de Dios, ahora nos detenemos en la opinión conclusiva de Senén Vidal sobre las ideas del Jesús histórico acerca del Reino. En primer lugar, la utilización por parte de S. Vidal del término "símbolo" (un uso popularizado por Norman Perrin) he manifestado ya mis reparos en aceptar que “Jesús convirtió el símbolo del reino de Dios en centro configurador” de toda su misión. Me parece que la utilización de "símbolo" para Jesús es un anacronismo psicológico, pues ese vocablo significa algo muy distinto para nosotros y para él, y para ellos, los judíos del siglo I, convencidos plenamente de que el reino de Dios no era ningún "símbolo", sino una realidad y pronto tangible, en un futuro muy próximo. En segundo lugar, insiste Senén Vidal en sus conclusiones sobre Jesús y el Reino, según el “Documento Q”, en que esta fuente “lo presenta como el acontecimiento inmediato del Dios creador, cuya presencia se transparenta precisamente en el acontecer de la creación y de la vida en ella”… “Lo que las imágenes y parábolas describen y cuentan es el acontecer misterioso y sorprendente del reino de Dios precisamente en el acontecer de la vida tal cual es, con todo su encanto y toda su rudeza” (p. 119). Vuelvo a estar en pleno desacuerdo. Si se le dijera eso al Jesús histórico, lo negaría, porque entonces el reino de Dios estaría ya presente antes de que viniera él mismo, lo que por hipótesis es absurdo (la soberanía y sus consecuencias como creación continuada son desde siempre; no se acentúan en tiempos de Jesús)… Me vuelve a dar la impresión de que el “pecado original” de insistir demasiado en el "reino de Dios presente" precisamente por la acción y en tiempos de Jesús, lleva a la desnaturalización total de lo que sería el reino de Dios para un judío del siglo I. Y me parece excesiva y desnaturalizante también la exégesis que hace Vidal del vocablo "Padre" (Abbá, presuntamente) presente en el Padrenuestro, en este libro que comentamos. Senén Vidal insiste en el valor de la exclamación / invocación Padre/Abbá: "Ésta no restaba en absoluto nada --con su tono de confianza, insólito en el judaísmo del siglo I, hacia Dios—a la soberanía (¡ otra traducción a veces de basileía!) del Dios Señor creador, pero señalaba su inmediatez en la creación y en la vida… Vidal se olvida totalmente de que, aparte de la afectividad d ese vocablo, el interés central del Padrenuestro es ¡“Venga a nosotros tu Reino”!, que evidentmente aún no ha venido; no está presente. Otra insistencia de Vidal es: según Jesús, el reino de Dios “proclamado y escenificado por él” es un proceso “dinámico” que “se desarrolla dentro de la historia”. No puede quedar reducido a un acto puntual, de tipo mágico, sino que lleva necesariamente un camino de desenvolvimiento”. Todas estas frases vienen para “probar” que según Jesús el reino de Dios estaba ya presente, de un modo real, con su persona. Opino que tildar de “mágico” un acontecimiento que comienza en el futuro dependía del punto de vista. Para los creyentes en el Dios de Israel esa irrupción en el futuro, y momentánea, que significaba el Reino, con la victoria de Dios sobre las fuerzas del mal, no era mágico en absoluto. Pero para los de fuera, que creían en otros dioses, sí lo sería. Creo que lo primero que se debe definir es qué es reino de Dios. Ya lo hemos hecho a veces afirmando que es "la actualización concrete de la alianza de Dios con Israel expresada sobre todo en los escritos de los Profetas"..Hacer "presente", en la vida de Jesús, tal actualización es contradictorio en sí misma para el pensamiento judío de todos los tiempos. Probablemente se trata de una cuestión de falta de definición o de estar operando con una definición confusa de qué era el Reino para los oyentes de Jesús y consecuentmente para Jesús mismo, porque --recordemos--casi todos los exegetas están de acuerdo en que Jesús jamás explica qué es el Reino d Dios. Lo da por supuesto. . Diría que para los judíos del siglo I calificar como “reino de Dios presente” a la soberanía siempre actuante de Yahvé sería (dicho en términos modernos y ánglicos) “wishful thinking” (sintagma que podemos parafrasear doblemente como "pensamiento arbitrario y meramente voluntarista"). Por ejemplo, tomemos un caso q utiliza el mismo Senén Vidad: las advertencias y amenazas de Jesús ante el rechazo de su oferta misional. Éstas iban “dirigidas comunal y colectivamente a los poblados que no habían acogido a los misioneros (Q10,10-12.13-15), o la ciudad de Jerusalén, asesina de profetas, representante de todo Israel (Q13,34-25) o a la generación rebelde actual en su conjunto (Q7,31-35; Q11,29-32.49-51)". En mi opinión, tales amenazas no son dicterios contra una generación afirmando de que el Reino está ya presente, sino que se fundamentan en la idea de que a los amenazados les va a ir muy mal en el futuro, cuando venga el Reino. Por tanto son amenazas de que no entrarán el en Reino (futuro, naturalmente), sino que irán al castigo, donde "será el llanto y el crujir de dientes". Otro ejemplo: afirma Vidal siguiendo la teoría de la presencia del reino de Dios ya con Jesús, la “liberación que este Reino produce se dirigía a todo el pueblo oprimido, integrado por pobres, hambrientos y afligidos”… Ahora bien, con la “presencia” de ese Reino seguían siendo las gentes igualmente pobres, hambrientos y afligidos… ¡Una presencia del Reino muy poco interesante! Sin embargo, prometerles a esos pobres y afligidos una Jauja feliz para el futuro, parte en la tierra, parte en un “mundo” ultraterreno, sí tenía sentido. Tampoco entiendo bien otro de los sentidos que quiere dársele a ese reino de Dios presente en la actividad de Jesús: el universalismo de la salvación. Afirma Vidal: “Según el proyecto de Jesús la renovación de Israel sería el camino para la transformación de todos los pueblos gentiles, que ingresarían también en el ámbito del reino de Dios” (p. 123). Aquí pienso que en el pensamiento de Jesús podría haber sólo una idea de la siguiente disyuntiva: 1. O bien este ingreso es según el pensamiento del último Isaías, y entonces los pueblos gentiles “no ingresan”, sino que son derrotados por el Dios de Israel; unos pocos se convierten al judaísmo, más como individuos que como pueblos, y la inmensa mayoría de los pueblos se queda fuera del Reino…, pero con temor y temblor adoran, o mejor respetan en cierto modo, al Dios de Israel, y le envían sus dones al Templo de Jerusalén, como centro entonces de un universo renovado, para que el Dios de Israel no los castigue más 2. O bien en el pensamiento de Jesús había un auténtico universalismo, que iba mucho más allá de Isaías, y pensaba que ciertamente el movimiento por él inaugurado, el reino de Dios que comenzaba con él, era en verdad aceptador de todos gentiles… es decir que todos los gentiles estaban destinados a salvarse en pie de absoluta igualdad con los judíos. Pero, si fuera así el pensamiento de Jesús, entonces argumentaría que en la vida y acciones del Jesús histórico no hay apenas indicios que apunten hacia esta realidad tan rompedora de esquemas. Más bien lo contrario. Pienso que la construcción de un Jesús universalista y que apunta ya a la misión de los gentiles es un mito. No veo por ninguna parte (ni siquiera en el banquete con Abrahán, Isaac y Jacob, explicable desde otros parámetros) un Jesús universalista de verdad, ni encuentro ningún pronunciamiento del Jesús histórico en este sentido… y sí más bien en el contrario (misión sólo a las oveja de Israel; denominar “perros” a los infieles en la curación de la hija de la sirofenicia; no aceptación de los griegos que desean verlo en el Evangelio de Juan). Necesitaríamos textos más claros en la tradición de Jesús y no los hay. Y volviendo al reino presente… Habría que añadir que tal concepción del Reino presente desde la aparición de Jesús, a saber de que la soberanía de Dios comienza a hacerse por fin presente de modo oculto y misterioso en el mundo (como suele afirmarse) supone una cierta crueldad divina: por no decir nada más. Supondría que empieza el reino de Dios sólo con Jesús. Aparte de que e no se ve en absoluto que progrese durante la vida del agente mesiánico ni tampoco mucho después, en la vida sobre la tierra del homo sapiens, que lleva sobre ella unos doscientos mil años, supondría esa presunta actuación de la soberanía divina un instante muy pequeño. Y en la vida de los homínidos, unos dos millones de años o más, supondría aún menos. Cur tan sero, que decían los medievales? "¿Por qué tan tarde?" ¿Antes no había comenzado a actuar de modo misterioso y oculto la soberanía divina en el mundo? ¿Fue plantado el grano de mostaza y surgió la cizaña sólo en vida de Jesús? ¿Sólo se encontró la perla entonces? Por tanto, decir que el reino de Dios es ante todo la actuación de la soberanía de Dios en la tierra y de modo oculto y misterioso desde la vida de Jesús es decir algo poco interesante, poco consolador y probablemente falso para la mentalidad de un judío del siglo I. El concepto de "reino de dios presente" se explica mucho mejor como teologuema postpascual cristiano. Un Jesús rechazado en último término en este mundo satánico y de muerte, o mejor, su poder ahora celestial continúa fluyendo y actuando a través de la comunidad cristiana que perpetua el recuerdo de Jesús. Por el contrario, anunciar que por fin, en un futuro próximo, vendrá el Reino de Dios con todas las consecuencias y que muy pronto Dios haría que todo cambiase, y de un modo visible, y si se quiere incluso de una manera aparatosa… (Mc 13), ese anuncio sí tendría sentido para las “masas de pobres y afligidos” del Israel del siglo I. Y yo creo que ese era el anuncio del Jesús histórico y no que la “soberanía” de Dios estaba ya actuando “de un modo humilde y misterioso”. En mi opinión: la idea de un “reino de Dios presente” es una “salida”, una solución de emergencia concebida por los seguidores de Jesús, por la Iglesia postpascual --perceptible ya en Q, más perceptible aún en Marcos y muchísimo más en Lucas--, una solución pensada para paliar el retraso agobiante de la parusía. Si el reino de Dios ya ha comenzado en la tierra con la misión de Jesús, no hay problema alguno en que su plenitud se retrase ad calendas graecas. El Reino ya ha empezado, ya está aquí en la tierra, Jesús no se equivocó en el fondo…, sólo hay que esperar la plenitud, que será ultramundana: la tierra jamás será renovada, pero no hay problema en ello porque el Reino no es de este mundo. Opino que no era ésta la idea del Jesús histórico. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Domingo, 10 de Abril 2011
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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