Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
En mi comentario transcribo primero unas palabras de Andrés Torres Queiruga (a propósito, de quien hablaremos a su tiempo a propósito de su último libro, 2011, “Repensar el mal”, también de Trotta. Un inciso: alguien podrá decir que siempre andamos con las mismas editoriales... A la verdad es que en España hay pocas que ofrezcan libros científicos sobre el cristianismo primitivo: Ariel, Cristiandad, Edaf (alguna vez), El Almendro, Herder, Sal Terrae, Sígueme, Verbo Divino… y no sé si me dejo alguna. Y entre éstas destacan tres o cuatro.... Transcribo el juicio complexivo de Torres Queiruga: “El Jesús de Edward Schillebeeckx ha supuesto un hito en el extraordinario avance que los estudios cristológicos han experimentado a partir de la Segunda Guerra mundial primero, y del Vaticano II, después. Por su amplio conocimiento de los estudios exegéticos y por el uso no fundamentalista de los mismos constituye su obra un punto culminante de la etapa calificada como “New Quest” (añado: ya sabemos que esa calificación es totalmente errónea, como demostró rotundamente Fernando Bermejo en su amplio trabajo en la “Revista Catalana de Teología” 2005 y 2006), o la "Nueva búsqueda del Jesús histórico". “Con rigor histórico-crítico y con irrenunciable honestidad intelectual, lleva Schillebeeckx el acercamiento al misterio de Jesús hasta aquella frontera donde la inteligencia, aun sintiéndose desbordada, no renuncia a mantener los mínimos indispensables de sentido y coherencia. Más allá no niega, pero tampoco se atreve a hablar. El resultado es una propuesta abierta, en la que el respeto a la tradición va muy conscientemente unido a una búsqueda de sintonía con la cultura actual y a una decidida apertura al futuro”. Esta opinión de Torres Queiruga es mucho y es poco a la vez. Debemos leerla en aquello que quiere decir entre líneas. Por ejemplo... ¿por qué el "mínimo indispensable de sentido y coherencia?" Iniciaré mi comentario personal con una apreciación global: merece la pena leer este libro, pues tiene multitud de ideas interesantes y comentables. Es denso, pero a la vez sencillo de leer en general. Schillebeeckx es de la misma tradición que la de los grandes teologazos alemanes, protestantes y católicos, del siglo XX, como Barth, Bultmann y epígonos, Guardini, von Balthasar, etc. Al leerlo se siente la misma atmósfera, la misma escritura y el mismo modo de argumentación Pero, de vez en cuando, al igual que éstos (sobre todo los protestantes) es Schillebeeckx –en mi opinión- tendente a ciertas frases un tanto grandilocuentes y generales que no pueden aceptarse tal cual (por ejemplo, “Jesús no fue un apocalíptico” (p. 136), frases que luego contradichas o precisadas de alguna manera en las líneas siguientes. Así, en este caso: luego afirma nuestro autor que Jesús no es antiapocalíptico sino que sólo se distancia voluntariamente de la apocalíptica (se sobrentiende que en parte). Esas frases generalistas resultan ambiguas, de una calculada ambigüedad en mi opinión, y tienden a enmascarar esa cierta claridad a la que se ha llegado en la historia de la investigación sobre la figura histórica de Jesús (al menos la independiente) y que dispensa de tal ambigüedad. Pondré dos ejemplos de base, entre hoy y mañana: la relación de Jesús con Juan Bautista, y el tema “Jesús y el reino de Dios”. 1. Relación de Jesús con Juan Bautista Schillebeeckx trata de este tema en la sección “Mensaje y praxis de Jesús y su mensaje sobre la salvación (pp. 105ss). Acepta que el bautismo de Jesús por Juan es un dato riogurosamente histórico, a pesar de las dificultades teológicas que comporta, y que la doctrina del Bautista sobre la conversión “hubo de ser para Jesús una expoeriencia de desvelamiento, un acontecimiento revelador y decisivo". Ahora bien, el Nuevo Testamento interpreta a Juan Bautista a la luz de los movimientos de piadosos (asideos: Hasidim, “piadoso” en hebreo), bautistas y apocalípticos de la época, y es posible que la imagen ofrecida no sea exacta.. Luego hace Schillebeeckx una afirmación que creo en extremo imprecisa, si no falsa: “En algunos apocalipsis este reino final (de Dios al que lleva la conversión, es decir, la vuelta a la fidelidad absoluta a la ley mosaica) es todavía terreno, una especie de historia de la salvación de carácter mesiánico y mundano; en otros no hay reino mesiánico, sino que desde el principio el eón (“siglo” o “mundo”) futuro es puramente celestial, suparamundano; para otros en fin el reino mesiánico tendrá lugar en un nuevo cielo y una nueva tierra, en una nueva vida terrena de la que habrán desaparecido todos los rasgos terrenales" (p. 112). Esta afirmación está hecha para defender más tarde que el reino de Dios de Jesús es ultramundano. Que yo sepa –y así lo confesaba siempre Alejandro Díez Macho en sus clases de la Complutense- sólo el Testamento o Asunción de Moisés es el único apocalipsis cuyo reino de Dios es totalmente celestial. En los demás, ya hablen claramente de un reino del mesías o no, es decir gobernado por otro personaje o silencien quien es el que lo instaura, siempre hay rasgos de un reino de Dios aquí en la tierra… y en el Apocalipsis cristiano, el de Juan, hay un reino de Dios y del mesías ciertamente aquí en la tierra, de mil años de duración, con elementos de una "Jauja" paradisíaca, y luego hay un reino celestial… ¡con muchos elementos terrenales también! Jesús, como seguidor del Bautista (si alguno no desea llamarlo discípulo) se enmarca en esta misma línea. Las Bienaventuranzas y otros elementos de la predicación del Nazareno apuntan hacia una primera fase del reino de Dios intramundano…; aquí en la tirra... y no especialmente modificada..., la misma tierra de Israel ¡un reino material y espiritual como el de su seguidor, el autor del Apocalipsis! Schillebeeckx además obtiene más que lo que dicen los textos de los Evangelios sobre Juan Bautista. Por ejemplo, no me atrevería a afirmar (p. 118) que de esos escritos se deduce con claridad que para Juan la conversión es un don gratuito de Dios, es decir que la voluntad humana sólo interviene a posteriori. Es este un pensamiento un tanto "reformado", luterano, que está ausente de la mentalidad del siglo I Es posible que Juan Bautista lo diera por supuesto quizás (¿?). En Qumrán, mentalidad teológica cercana a la de Juan, se insiste en la voluntad humana como impulso primario hacia la conversión y hacia la entrega plena al cumplimiento puntilloso de la Ley). Tampoco me atrevería a afirmar que para Juan Bautista lo único importante es la conversión porque “todo lo demás, dada la proximidad del juicio, significa perder el tiempo, incluso la circuncisión judía, por más que sea un signo de la elección divina”. (p. 118) Creo que como mínimo, la frase exagerada y la mayoría de los lectores –pienso- la malinterpretarán. También pienso que es afirmar demasiado, a partir de los textos, que Juan Bautista se encuentra al “margen del mesianismo” (p. 123). Que su mensaje es un “ataque frontal contra tres expectativas fundamentales del judaísmo de la época: la esperanza escatológica de la destrucción de los enemigos de Yahvé y, por tanto, de los enemigos de Israel; la victoria final y el dominio universal de Israel; la garantía de salvación fundada en las promesas de Abrahán” (¡!). Si así hubiera sido… ¿cómo fue posible que le siguieran las masas si atacaba frontalmente ideas indisolublemente unidas con el reino de Dios en su época y con la salvación? A pesar de señalar más o menos claramente las indudables relaciones y concomitancias entre Juan Bautista y Jesús, “su neófito” como nuestor autor lo denomina, Schillebeeckx tiende a mostrar que entre Juan Bautista y Jesús hay una profunda y radical ruptura (lo dice expresamente en p. 130: “La ruptura con el núcleo del mensaje de Juan Bautista fue tan radical que podemos preguntarnos qué buscó y encontró Jesús en Juan”). También hemos argumentado suficientemente en este blog contra esta idea que nos parece muy inexacta. Es demasiado drástico sostener que la perspectiva de Juan Bautista sobre la salvación está muy “velada”; es igualmente drástico afirmar que Juan no anunció para nada el reino de Dios; que probablemente la idea del Bautista sobre el “que viene” es una posible interpolación cristiana..., pero que luego el mismo Schillebeeckx la acepte y sostenga que –para Juan Bautista- "el que viene" es exclusivamente juez; que Juan Bautista predica sólo la perspectiva del juicio, pero omite en absoluto la de la misericordia y de la gracia (sólo propias de Jesús) (= pp. 114-127).. ¿Cómo se puede afirmar lo subrayado? ¿No acaba de decir que para Juan Bautista la conversión es un don gratuito (= pura gracia) de Dios? Tampoco me atrevería a decir, a partir de los textos que la "perspectiva teológica" del bautismo de Jesús es la siguiente: “En cuanto acción profética por la que Jesús se somete al bautismo de Juan, su propio bautismo confirma no solo la apostasía de Israel, sino también su conversión y su consiguiente salvación. Esto va mucho más allá de la que Juan Bautista atribuía a su bautismo” (p. 126). Creo que hoy día tendríamos que matizar estas frases muchísimo. Mañana hablamos del reino de Dios e intentaremos precisar. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Miércoles, 30 de Marzo 2011
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Hoy escribe Antonio Piñero
Una de las sorpresas en la bibliografía en castellano de 2010 sobre el Jesús histórico fue el libro que comentaremos esta semana, ¡una reedición de una obra de 1973!, de Edward Schillebeeckx, dominico belga-flamenco (de lengua neeerlandesa por tanto), ya fallecido. Es natural porque Schillebeeckx es uno de los grandes teólogos católicos del siglo XX, comparable quizás con K. Rahner, aunque con una obra menos densa. Su ficha es la siguiente: cg[Edward Schillebeeckx, "Jesús. La historia de un viviente”. Madrid, Trotta, 1973 (original de 1973; 1ª ed. castellana: 1983 [Cristiandad] 2002 [Trotta]; 2ª, 2010, traducción de A. Aramayona, 698 pp. ISBN: 978-84-8164-547-7. ]cg Ofrezco primero una síntesis de su contenido. El libro se presenta como una interpretación de Jesús, es decir, un ensayo de cristología, que intenta trascender el divorcio entre la pura teología académica y las necesidades de los creyentes. Pero, se sostiene, que ya no vale la piedad simple sin el ofrecimiento de una interpretación de acuerdo con un trabajo científico de exégesis histórica, crítica, completamente al día en los métodos…, La finalidad: que el resultado, la imagen de Jesús, pueda resistir los embates del pensamiento crítico. Una primera parte se dedica al método: cómo y con qué medios se puede acceder hoy al Jesús histórico. La razón: esta imagen debe ser norma y criterio de toda interpretación hoy día. En la segunda sección ofrece un panorama de los “criterios” (hemos hablado Dios ellos muchas veces) utilizados para discernir lo verdaderamente histórico de lo legendario o meramente teológico de todas las fuentes a nuestra disposición. Rechaza Schillebeeckx como válidos los criterios siguientes: la “posible retroversión al arameo”; el “carácter peculiar de las parábolas”, y la utilización de frases características (por ejemplo, "En verdad (amén) os digo…” como marca de autenticidad. Me parece que da a entender Schillebeeckx aquí, en toda esta sección, que si la investigación llegara a una conclusión histórica irrebatible que no es compatible con la interpretación de la fe sobre Jesús, teóricamente habría que abandonar la fe. Por suerte para él, sin embargo, no se llega a ese extremo. Sí afirma nuestro autor que la Biblia, el Nuevo Testamento en concreto, es una mera interpretación de Jesús y que ésta no es un dogma: ha de corregirse por la experiencia viva del cristianismo en cada momento. Esa experiencia la constituye la Iglesia en su conjunto. La segunda parte, “Evangelio de Jesucristo”, es fundamentalmente un análisis histórico. Investiga y analiza el autor el mensaje nuclear de Jesús sobre la salvación; su relación con Juan Bautista; la praxis liberadora de Jesús: milagros y exorcismos; la predicación sobre el reino de Dios y, finalmente, el rechazo histórico de los judíos a Jesús y su muerte. Esta segunda parte incluye también una reflexión sobre la “historia cristiana tras la muerte del Maestro”, a saber, el porqué del escándalo de los discípulos por el prendimiento y la ejecución de Jesús; los testimonios escritos sobre la resurrección: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (estudio sobre las tradiciones del santo sepulcro, la génesis de la fe en la resurrección) y la experiencia pascual. Aquí se concentra Schillebeeckx en la idea de que esta experiencia se concreta en un modelo de "nueva conversión" a Jesús y en una experiencia, también nueva por parte de los discípulos, del perdón del Maestro tras su huida y dispersión. Sintetiza así Schillebeeckx estas dos partes de su libro: “De la mano de la crítica y de la fe busco en el Jesús histórico posible signos que encaucen la búsqueda humana de la salvación, hacia una oferta cristiana de respuesta significativa sobre esta salvación que remite a una peculiar acción salvífica de Dios identificada por los cristianos en Jesús de Nazaret” (p. 94) La tercera parte lleva como título “Interpretación cristiana del crucificado resucitado”. Considera de nuevo Schillebeeckx a los Evangelios como una interpretación del Jesús resucitado más que del Jesús histórico, hecho del que hay que obtener consecuencias. Analiza los distintos ecos de la figura histórica de Jesús, una vez muerto, en los escritos evangélicos: el surgimiento de los credos primitivos y su fundamento histórico en el Jesús real; los diversos intentos de comprensión de Jesús como mesías (= diversas cristologías del Nuevo Testamento); otros ensayos de comprensión de la imagen de Jesús basados en modelos judíos de figuras salvíficas escatológicas, como “profeta”, “mensajero”, Señor, Hijo sin más Hijo de David.. La última sección de esta tercera parte se concentra en la interpretación neotestamentaria de la resurrección: como acontecimiento escatológico decisivo basado en previas ideas judías; la resurrección concebida como elevación y exaltación; y sus consecuencias: el envío del Espíritu y la parusía. La sección concluye con una reflexión profunda acerca del dogma cristológico que se formula en la Iglesia cada vez con más precisión desde el Concilio de Nicea. Pero aquí lamenta Schillebeeckx que este Concilio haya adoptado como base la opinión cristológica del Evangelio de Juan y haya olvidado otras perspectivas de los Evangelios Sinópticos. No se puede volver atrás y anular este pasado, afirma, pero sí se puede y se debe –en su opinión- acentuar el carácter unilateral de Nicea y buscar otras cristologías complementarias muy interesantes para el hombre de hoy. La cuarta parte trata precisamente de esta búsqueda y la formula así: “¿Quién es (o puede ser) Jesús para nosotros” hoy?. Aquí estudia Schillebeeckx la crisis cristológica actual como producto de la ruptura con la tradición desde finales del siglo XVIII (desde Lessing y la Ilustración); analiza cómo un hombre particular, Jesús, puede tener una universalidad única; la historia del dolor humano en búsqueda de un sentido último en Jesús y éste como “parábola de Dios y parábola de la humanidad”. En la p. 627 sintetiza así Schillebeeckx esta cuarta parte: “Jesús de Nazareno, el Crucificado resucitado, es el Hijo de Dios en forma de hombre real y contingente: en la medida entitativa de una humanidad histórica y completa, Jesús nos trajo –por medio de su persona, su predicación, su vida y su muerte-- el anuncio vivo de la ilimitada donación que Dios es en sí y quiere ser para los hombres. Supuesto el hecho contingente, no necesario, de nuestra historia --y del acontecimiento de Jesús en ella- Dios no sería Dios sin este acontecimiento histórico. “Por consiguiente, esta historia nuestra (que de suyo podría no haber existido) es el único camino realista para poder hablar con sentido del ser de Dios. Con su propia entrega histórica, aceptada por el Padtre, Jesús nos ha mostrado quién es Dios: un 'Dios humanísimo'. El hombre Jesús puede ser para nosotros la figura de una ‘persona’ divina presente que trasciende nuestro futuro por arrolladora inmanencia: el Hijo. “Pero, pese a la no contradicción que hemos visto y al sentido que le dio Jesús Nazareno, el cómo de este hecho es, a mi juicio, un misterio teóricamente inescrutable . Pero hay que exclamar: “Anánke sténai” (= “Es preciso aguantar, seguir de pie”): a veces hay que dar el paso hacia la alabanza y adoración silenciosa y hacia el recuerdo crítico de la gran tradición de la ‘teología negativa’. A fin de cuentas, pese a lo que conocemos sobre él, no sabemos quién es Dios”. Adelanto ya un comentario: Para una mentalidad crítica y racionalista como la mía, esta apelación al misterio (es verdad que habla sólo del misterio de Dios, pero se sobrentiende que este misterio abarca también al hijo, Jesús y a su relación con Dios y con nosotros) me deja absolutamente perplejo y me inclina a pensar que, aunque Schillebeeckx no lo dice, encuentra que hay pocos modos de casar el Jesús de la historia con el Jesús de la cristología y de la fe. Haremos algún comentario más en lo que seguirá. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Martes, 29 de Marzo 2011
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Pablo es tan importante en la historia del cristianismo primitivo, que los textos del Nuevo Testamento le dedican una atención preferente. De manera que ya sea por los sucesos narrados, ya por los recuerdos aludidos, podemos trazar la vida de Pablo con bastante precisión, al menos según el testimonio de los textos. Pero está claro que el concepto de historia de Lucas poco tiene que ver con el concepto aristotélico. Y ello a pesar de su propósito expresado solemnemente en el prólogo clásico a toda su obra (Lc 1,1-4), prólogo que va seguido sin solución de continuidad por el evangelio de la infancia, iniciado con un egéneto de sabor hebraizante. Si nos fijamos en el perfil de las dos partes de su obra, podemos colegir lo que Lucas entiende por historia. Según el concepto aristotélico el objeto de la historia debe ser tò genómenon, lo sucedido. El objeto de los Hechos canónicos de los Apóstoles es el cumplimiento del proyecto expresado en Hch 1,8. Es decir, los apóstoles deben ser los testigos de Jesús “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra”. Ello implica la necesidad de manejar las fuentes para adaptarlas a su objetivo. Pero luego, cuando Pablo deja esos otros testimonios personales que son sus cartas, encontramos nuevos detalles que rellenan vacíos y completan los datos deficitarios. Los primeros testimonios sobre Pablo, todavía llamado Saulo, los encontramos en la escena de la muerte de Esteban por lapidación. El discurso de Esteban ante el Sanedrín tuvo expresiones que fueron interpretadas como blasfemias, cuyo castigo era la muerte. Sacaron a Esteban fuera de la ciudad, donde lo apedrearon. El texto de los Hechos dice que “los testigos depositaron sus vestidos a los pies de un joven, llamado Saulo” (Hch 7,58). Los testigos deben entenderse como los verdugos que apedreaban a Esteban y se desembarazaban de sus vestidos para moverse mejor. Los depositaban al cuidado de una persona de confianza como era el joven Saulo. Una vez que Esteban “se durmió”, es decir, murió, “Saulo aprobaba su muerte” (Hch 7,60; cf 22,20). La muerte de Esteban fue como el pistoletazo de salida de una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Los cristianos se dispersaron por toda Judea y Samaría. Por su parte, “Saulo devastaba la Iglesia, entraba en las casas y arrastraba a hombres y mujeres a los que enviaba a la cárcel” (Hch 8,3). Después de los sucesos de Samaría, incluida la conversión de Simón Mago al cristianismo, prosigue el texto de los Hechos narrando detalles de la persecución. Pablo, “respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de Damasco” (Hch 9,1s), con la idea de que si encontraba allí a personas seguidoras de Jesús, las llevara presas a Jerusalén. La “conversión” de Saulo Pongo entre comillas el término “conversión” para interpretar según la tradición cristiana el drástico cambio que se produjo en Pablo, que pasó de perseguidor a apóstol. El cambio está confirmado por Pablo con el testimonio de sus cartas auténticas (1 Cor 15,9; Gál 1,13). Lucas tenía necesidad de un argumento contundente que justificara tan extraña transformación. Y lo tuvo cumplido en los sucesos del camino de Damasco. En efecto, estaba ya cerca de Damasco cuando ocurrió algo que cambió la vida de Pablo y, en cierto modo, la de la iglesia primitiva. Dejo en boca de Lucas el relato de los sucesos en su versión literal: “Cuando sucedió que se acercaban a Damasco, de repente lo deslumbró una luz del cielo, y caído en tierra, escuchó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Él contestó: «¿Quién eres, Señor?» Y él dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que tienes que hacer». Los hombres que le acompañaban quedaron atónitos, y oían la voz, aunque sin ver a nadie” (Hch 9,3-7). Saulo se levantó, pero no veía nada. Lo llevaron a Damasco, donde permaneció tres días sin ver, y no comió ni bebió. El cristiano Ananías recibió por una visión el aviso de buscar a Saulo de Tarso en casa de un tal Judas que vivía en la calle Recta de la ciudad. La calle Recta o Cardo Máximus era la vía más importante de las ciudades helenísticas, que se cruzaba en ángulo recto con el Decumano Máximo. El Cardo Maximus atravesaba el rectángulo de la ciudad en su parte más larga, mientras que el Decumano lo hacía por la parte más corta del rectángulo. Desde el aire se distingue hoy todavía el trazado de aquella vía. Ananías contestó a la visión recordando que Saulo no había venido en son de paz, sino que tenía la intención de hacer a la iglesia los males que había hecho a los fieles de Jerusalén. El Señor le tranquilizó asegurándole que el antiguo perseguidor era ahora “vaso de elección” (Hch 9,15). Ananías cumplió el encargo de la visión, impuso las manos a Saulo, que recobró la vista, quedó lleno del Espíritu Santo y fue bautizado. Permaneció unos días con los cristianos de Damasco y luego se dedicó a predicar por las sinagogas de los judíos “que Jesús era el Hijo de Dios”. Los que lo conocían estaban sorprendidos al ver al perseguidor convertido en apóstol. Los judíos tomaron la determinación de matarlo, pero los discípulos lo tomaron de noche y lo sacaron de la ciudad descolgándolo en una espuerta por la muralla. Saulo se dirigió a Jerusalén con la intención de unirse a los discípulos, pero todos sentían todavía miedo del converso. Llama poderosamente la atención la sensación de cautela y temor que provocaba la presencia de Saulo. El celo y el furor que desplegaba en su fase de perseguidor de la iglesia seguía pesando en la balanza de su valoración de nuevo cristiano. Como si Lucas quisiera subrayar la sinceridad de su conversión al comparar su nuevo estado con el anterior de fariseo celoso. Apareció entonces Bernabé, que hizo de introductor de Saulo ante los apóstoles y fue luego un eficaz compañero de evangelización. Explicó a los apóstoles lo sucedido en el camino de Damasco y cómo Saulo había predicado el nombre y la doctrina de Jesús. En Jerusalén, continuó predicando y disputando con los helenistas, que también intentaron quitarle la vida. Los hermanos lo enviaron a Tarso para librarlo de los peligros que le amenazaban. Bernabé, “hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hch 11,24), bajó a Tarso para recoger a Saulo y llevarlo a Antioquía. Desde entonces, formaron Bernabé y Saulo un tándem que extendió la fe en aquella ciudad, en la que por vez primera fueron llamados cristianos los discípulos de Jesús. Los dos fueron igualmente los encargados de llevar a los necesitados de Jerusalén los resultados de la colecta realizada en Antioquía para resolver el problema de la hambruna que se desencadenó por la región en aquellos días. Después de la narración de la persecución de Herodes Agripa, Bernabé y Saulo regresaron a Antioquía llevando en su compañía a Juan, llamado Marcos (Hch 12, 25). (Foto de la Conversión de san Pablo de Caravaggio) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 28 de Marzo 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
El fenómeno de engrandecer las cualidades de los difuntos y olvidar sus defectos es algo común y hasta obvio en la humanidad. Pero, de hecho, esta tendencia fue en la antigüedad que nos ocupa uno de los modos de hacer porosa y transitable la frontera entre dioses y hombres. Se dio entre los griegos, también entre los romanos, y aparece también en muchas otras culturas. Algunos mortales (independientemente de su origen: algunos eran hijos de progenitores humanos pero otros --se creía-- de dioses y mortales) después de muertos, y por su hazañas especiales, a las que luego se añadían otras, legendarias, recibían honores también especiales como si sus almas hubiesen ascendido hasta un lugar impropio de humanos, sólo propio de dioses. En principio, pues, se tenía plena consciencia de que eran humanos asumidos por los dioses. Con el paso del tiempo podían ascender en la imaginación de los fieles de categoría: a daímones (espíritus especiales) y más tarde a dioses, si el culto perduraba. Aparte de Hércules/Heracles, el culto de este tipo más conocido en el mundo griego es el de Teseo, el mítico fundador de Atenas. Cuenta Plutarco (Teseo 35,5-36,3) que muchos afirmaron que durante la batalla de Maratón Teseo se había aparecido entre los combatientes, con armadura completa, y que había luchado con los helenos para vencer a los persas. En el arcontado de un tal Fedón (476-475) se envió desde Atenas una embajada a Delfos y se preguntó a la Pitia qué debía hacerse después de la batalla como agradecimiento por lo ocurrido. La Pitia respondió que había que traer los huesos de Teseo desde su tumba a Atenas. Así lo hicieron, con la idea de que eso contribuiría a la seguridad y engrandecimiento de la ciudad. Su tumba está ahora, dice Plutarco, en el Gimnasio y sirve de lugar de asilo para esclavos… Es fama –añade- que Teseo da protección a los débiles. Su fiesta se celebra el día 8 de mes Pyanepsion (el cuarto mes del calendario de Atenas, que iba de mediados de septiembre a mediados de noviembre). El culto a los héroes (normalmente los fundadores de ciudades, generales, legisladores) se realizaba en su tumba misma, en torno a ella. Se les hacían sacrificios distintos a los de los dioses olímpicos, por lo general con animales más pequeños y de piel negra, mientras que a los primeros eran ofrendas de animales grandes y de piel blanca si era posible. Estos sacrificios son restos probablemente de un primitivo culto u honras a los muertos. La sangre de esos animales se creía que servía de alimento en el Hades a los difuntos. No es posible derivar el culto a los mandatarios y a luego al emperador, personajes vivos, del culto a los héroes, hombres ya muertos. Además, los sacrificios en el culto al emperador son parecidos al de los dioses olímpicos, mientras que -hemos dicho ya- los sacrificios a los héroes difuntos eran diferentes y menores. Pero sí que vale el culto a los héroes como ejemplo de que las fronteras entre la divinidad y ciertos humanos era fácil de traspasar. Que esto era así y se que se consideraba a los héroes más o menos como a los soberanos y otras divinidades se prueba porque los epítetos de "salvador" (en griego soter) y "benefactor" (en griego evergetes) se daban tanto a los divinizados vivos como a los héroes muertos. Por tanto y en síntesis: ciertamente es distinto el culto a los benefactores (en vida) y el de los héroes (muertos), aunque también benefactores. Y es diverso también el culto a los reyes y mandatarios, puesto que no son fundadores de la ciudad donde se celebran tales cultos y proceden de fuera: vienen a la ciudad con efectos salvadores. Pero hay una línea lógica que funde estos cultos diversos a los seres humanos: siempre se otorgan a los benefactores en vida y a los héroes benefactores tras su muerte. Los políticos, generales o mandatarios tenían que haber realizado también hazañas especiales y tenían que haber concedido beneficios elevados; de lo contrario, no recibían culto. Lo curioso es que el culto a personalidades políticas poderosas supera al de los héroes ya que las ofrendas, etc. y otras muestras son parecidas a las de los dioses olímpicos, como dijimos. Da la impresión de que al comienzo de esos cultos en vida no se puede hablar de divinización absoluta, sino más bien de honra -o adoración- a “un ser humano cercano a /como un dios”; las honras son a las cualidades divinas que se hacen patentes en ciertos hombres. En estos principios se seguía adorando en el fondo a la divinidad de siempre. Por otro lado, se tenía conciencia de que no se podía comparar la divinidad de los olímpicos, subsistente en sí misma e independiente de los hombres, con una divinidad “otorgada” por decisión humana. Otro rasgo diferenciador era que la divinidad no podría compaginarse con la mortalidad… Una vez que el dios venía a la existencia era de por sí inmortal. El mandatario o el héroe era, por el contrario, un mortal esencialmente y sólo después podría ser considerado un dios. Por tanto, la gente distinguía bien entre unos y otros, y sabía que los mandatarios y los héroes eran inferiores a los Olímpicos Y ¿por qué comenzó a darse este fenómeno en suelo griego entre el 400 y el 300…? Probablemente --como ya insinuamos-- porque habían cambiado las circunstancias políticas: ya no subsistía la ciudad-estado por sí misma y aislada; se necesitaba muchas veces, con demasiada frecuencia, la ayuda procedente de fuera de las fronteras…; por ello era relativamente fácil que se honrara con honores muy especiales, divinos, a la ayuda que liberaba de grandes angustias de cualquier tipo, pero angustias materiales, de esta vida. La liberación definitiva, la de la muerte y la concesión de la vida eterna, no estaba ligada con el culto a ningún ser humano, sino con la participación en los “misterios” de la peripecia de algunos dioses especiales que pasaban, como los humanos, por trances especiales, cercanos a la muerte, o la muerte momentánea, pero luego salían triunfantes. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Domingo, 27 de Marzo 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
El fenómeno de la divinización de un ser humano en el mundo griego puede aclararse por la tendencia general --más perceptibles en ciertos pueblos como los de Asia Menor donde debía de haber un sustrato religioso previo que predisponía para ello— a que las gentes honren espontáneamentea los políticos poderosos en tanto en cuanto se muestran benefactores. Sobre todo podría ocurrir en momentos (desde la época de los sofistas siglo V y después) de crisis religiosa y de aumento de la sensación de que la ciudad-estado no ofrecía ya la protección de antes, por el fenómeno de una cierta globalización. En parte también podría haber ayudado el que Alejandro Magno, que era el liberador de Grecia (en Asia Menor) de la tiranía de la dominación persa, visitara Egipto y allí quedara impresionado por el culto al Faraón, como hijo de Isis/Osiris y encarnación de Horus. Como veremos en su momento, debió de aplicarse a sí mismo este concepto como conquistador de Egipto y, por tanto, sucesor de los faraones. Es posible que comenzara ya a circular la especie que era hijo de Zeus y de Olimpia, su madre, esposa de Filipo II de Macedonia De cualquier una explicación de este tipo es un tanto extraña en principio, ya que en Grecia, incluida la parte de Asia Menor (= Jonia), siempre se había distinguido entre hombre y dioses. El lema “Conócete a ti mismo” no debe entenderse como suele hacerse hoy (conocerse psicológicamente como autoayuda o comprensión y buen gobierno de la persona), sino como una admonición a cualquier mortal para que no cayera en un acto de desmesura (griego “hybris”) y para que no llegara ni a pensar siquiera que podía considerarse como un ente cercano a los dioses. Por tanto, volviendo al tema anterior es más que probable que el origen al culto semididivno o divino a humanos en vida tenga que ver con la sensación de agradecimiento por los beneficios prestados. Esta acción benéfica es lo que se denomina técnicamente “evergetismo” (del griego “eu/ev” (bueno/bien” y ergates, “obrador” = hacedor del bien -- > benefactor). Desde Lisandro (402 a.C.), como vimos ciertos benefactores recibieron honores en vida, como sacrificios, poesías e himnos en su honor, comidas comunales y estatuas… Pero Aristóteles en la Retórica (I 5,9) dice expresamente que tales sacrificios no se hacían a los benefactores sino por los benefactores. Ahora bien,, el mismo filósofo tiene que aceptar que a veces se les ofrecían a los humanos cosas que rayaban en la adoración "al estilo de los bárbaros", como la “proskínesis” (arrodillarse ante una persona) y manifestaciones de júbilo extático, como gritos orgiásticos en medio de himnos y sonidos de tambores. Pero, en verdad, lo que funcionaba era el “do ut des” (“te doy para que me des) que pertenece a la esencia del sacrificio en todas las religiones: dar culto a la divinidad a cambio de beneficios. El caso de Diodoro Pásparo Una especie de puente entre el “evergetismo” o beneficencia y el culto a los héroes –-que consideraremos a continuación-- puede verse en la ciudad de Pérgamo en torno al 70 a.C. Son las honras concedidas a Diodoro Pásparo en su ciudad, Pérgamo, por haber coseguido de Roma la liberación de pesadísimos tributos y por haber restaurado el gimnasio de la ciudad a su costa. Las inscripciones, monedas y restos arqueológicos encontrados llevan a concluir que desde esa fecha se dedicó a Diodoro un lugar de culto, el “Didoreion”, con un altar, una estatua, ya en vida. Había además un edificio de culto con una sala de reuniones (¿para las comidas sagradas en su honor?) y ciertamente un auditorio para unas 120 personas en donde se recitaban himnos laudatorios a su persona. Se había nombrado un sacerdote para oficiar los cultos. En el año 17 d.C. se hicieron tareas de restauración del lugar de culto que duró nada menos que hasta el siglo III d.C. Hombres divinos A pesar de las discusiones modernas sobre si existía o no en la Antigüedad un tipo concreto de ser humano al que se denominaba “divino” (en griego theios anér), lo cierto es que el concepto difuso de que había humanos que participaban de la divinidad existía claramente tanto en la época precristiana como durante los primeros siglos. Había tendencia a caer en la desmesura. La gente helénica creía que la fuerza y las cualidades divinas se hacían visibles en ciertos hombres como filósofos, poetas, adivinos, médicos incluso y taumaturgos. Existían ciertos individuos extraordinarios que, según la opinión general de los antiguos greigos, albergaban en su interior un don especial del poder de la divinidad. O por lo menos las gentes creían que se daba un tipo del "hombre divino", que mantenía una relación especial con un dios o los dioses, y de los que decía recibir sus “poderes” y conocimientos. Como muestra: la tradición dice que el filósofo Empédocles (485-425 a.C.) decía: “Voy por todas partes como un dios inmortal, ya no soy un mortal y todos, como conviene me honran…” No hay aquí ni altares ni sacrificios, y probablemente esas honras quedaban restringidas al ámbito de los seguidores, pero se ve que las gentes creían en la “encarnación” de las cualidades divinas, impulsadas u otorgadas por un dios, en los seres humanos. Otros casos de “hombres divinos” conocidos son Alejandro de Abonutico, Peregrino Proteo y sobre todo Apolonio de Tiana. Especialmente este último, que floreció en época de Nerón, fue idealizado después de su muerte; su “biografía”, escrita por Filóstrato apareció a principios del siglo III d.C. Evémero de Mesena (340-260 a.C.) Ciertamente a la fe en la existencia de hombres divinos ayudaba el que los griegos se imaginaban el mundo de los dioses de un modo antropomorfo, como es archisabido. Evémero, en su utopía/novela “La inscripción sagrada” dice que había descubierto en la isla Panjea, una columna que llevaba una inscripción en donde aparecían los nombres de Urano, Crono y Zeus. Afirmaba que eran antiguos reyes, seres humanos totalmente, que por su sabiduría y dotes especiales habían sido a su muerte considerados dioses. Y que la divinización había empezado haciéndoles estatuas en su honor y luego rindiéndoles culto, etc. Esta es la conocida teoría evemerista del origen de los dioses. Es posible que Evémero intentara explicar con esta doctrina cómo había nacido el culto a los soberanos, o incluso que quisiera fundamentar tal culto como posible o deseable históricamente, pues se sabe que Evémero estuvo unos años (311-298) al servicio del rey Casandro. También es posible que los mandatarios y los tiranos antiguos tomaran la receta: hacerse estatuas por doquier, exigir que se les erigiera altares de modo que aumentara la base de su poder al gozar de algún modo de honores divinos. Seguiremos Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 26 de Marzo 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Para el fin que pretendemos en esta serie lo más interesante, creo, es concentrarse -dentro del mundo helénico- en Asia Menor, en concreto, pues es en esa zona donde tenemos más testimonios de una cierta divinización de humanos. Para algunos resultará sorprendente el que los comienzos de la divinización de seres humanos –que luego relacionaremos con el culto al emperador-- se remonten al siglo V a.C. Duris, un historiador de la isla de Samos y de su historia hay una noticia interesante: "Lisandro (el vencedor de Atenas, espartano, en la Guerra del Peloponeso), fue al primer griego al que diversas ciudades levantaron altares, ofrecieron sacrificios y entonaron himnos como a un Dios. El comienzo de una de estas composiciones rezaba así: “Al general de la Grecia sagrada, que precede de la anchurosa Esparta, deseamos cantar solemnemente: Oh, Oh, Peán (= Apolo). Estamos en el año 404 a.C. Estos ritos, incluidos los peanes eran típicos de las honras a los dioses olímpicos, y se dice que el culto a Lisandro e superpuso al de Hera en Samos y casi lo eliminó". ¿Cuál fue el fundamento de este culto? La liberación de Samos de la tiranía de la Liga ateniense. La aristocracia consiguió volver del exilio y recuperar sus haciendas. Por tanto, fueron estas acciones cultuales una reacción de agradecimiento por la salvación y la ayuda. El culto fue local, no panhelénico, pero basta como ejemplo. Christian Habicht (Gottmenschentum und griechische Städte: "Humaniodad divinizada y ciudades griegas, 2ªed. de 1970, MUnich) afirma que expresiones similares de este culto duran por lo menos hasta el 240 a.C. Siempre el motivo es dar gracias por la ayuda y salvación, pues allí donde se experimentan estos beneficios se cree que está operando la divinidad. Normalmente se otorgan estas honras y cultos a reyes y jefes militares, pues son los únicos que tienen poderes para ofrecer tal salvación. Otros ejemplos: Antígono I Monóphthalmos (lit.:“de un solo ojo”: “tuerto”). Se trata de un general de Alejandro Magno. Tras la muerte de éste, en 323, recibió en el reparto de la herencia una parte de Asia Menor. En el 311, la ciudad de Troáde (NW de Asia Menor) hace público el siguiente decreto: "Decisión del demos ("pueblo") de Skepsis: Hay necesidad de alabar a Antígono por los beneficios no sólo a esta ciudad, sino a todos los griegos, que ahora son libres. Se decreta: que se cerque un recinto sagrado, se erija un altar y una estatua. Cada año se celebraran Juegos en su honor. Se le otrga además una corona por valor de 100 piezas de oro, y aus hijos, por valor de 50 piezas". Estas celebraciones fueron decididas después de recibir las buenas noticias, gracias a una embajada enviada por Antígono mismo, en la que se anunciaba la paz entre los generales sucesores de Alejandro y se garantizaba la autonomía de todas las ciudades. Ello significaba el don de la paz y de la prosperidad. Aunque en la inscripción transcrita faltan las palabras “ofrecer dones como a un dios” (que sí están en la dedicación a Lisandro, es claro que no se trata de meros honores civiles, sino a una divinidad, como indica la dedicación del recinto sagrado y el altar. Demetrio Poliorcetes Era uno de los hijos de Antígono I. Gran general y de enorme carisma personal. En el 307 a. C. liberó a Atenas de una tiranía onerosa impuesta desde lejos por los reyes macedonios. En el 304 Demetrio en persona visitó la ciudad. El sitio en donde descendió de su carro fue declarado “recinto sagrado” y se erigió allí un altar en su honor. Duris conserva en su "Historia" un poema de un poeta desconocido q hace de loa del momento. El texto es en extremo interesante: "Las grandes divinidades se han acercado (parusia) a nuestra ciudad. Así Deméter y Demetrio, que (con su venida) nos han regalado felices horas… en el momento (kairós) en el que Core (Perséfone) y Deméter inician sus misterios… Demetrio, alegre y hermoso, como debe ser un Dios, y sonriente se nos aparece rodeado de sus amigos, y él en el centro, como el sol, rodeado de las estrellas. Salud, hijo del poderoso Poseidón y de Afrodita. Los dioses habitan lejos de nosotros, o no tienen oídos, o no existen o no se ocupan de nosotros. Pero a ti te vemos presente y no representado por piedras o leños, sino en persona. Por ellos alzamos a ti nuestras súplica. Ante todo, concédenos la paz… oh amado, pues tú eres el Señor (kýrios)… ayúdanos contra los atropellos de los etolios y como un Edipo acaba con la Esfinge". Debemos destacar los siguientes rasgos del fragmento: • “Parusía” -- > pasa al cristianismo como "presencia" de Jesús (vuelta como mesías tras su resurrección) • “Kairós”: “momento oportuno”; es también la plenitud de los tiempos, el momento para la salvación, como en los Misterios. El uso de idéntico vocabulario en el cristianismo refleja concepciones al menos semejantes • Sonrisa de Demetrio como Dioniso. F. Bermejo tiene un artículo interesante, en inglés, sobre la sonrisa de Jesús en el Evangelio de Judas y escritos conexos. Los dioses sonríen; la cara de los demonios es tétrica, por el contrario.. • Demetrio como el Sol. Más tarde se aplicará a Cristo el título de “Sol invictus”, victorioso • Sus progenitores como Poseidón y Venus: es hijo de la divinidad. • Crítica de los dioses… -- > en el Antiguo Testamento y en el cristianismo: las divinidades de los paganos son piedras y leños; no dioses verdaderos (= Salmo 135, 15-17). • Kýrios = Señor, en términos absolutos -- > tanto en el Antiguo Testamento (LXX) como en el Nuevo Testamento • La Esfinge hacía sufrir en otro tiempo a Tebas… Demetrio es el nuevo Edipo que detendrá las fechorías de los etolios ladrones. Demetrio es el “liberador”, como Jesús será el liberador del pecado. Pero cuando Demetrio dejó de ganar batallas, los atenienses lo condenaron a una damnatio memoriae (= 288/287). Es evidente que el anuncio evangélico utiliza material previo que hace propio. En el fondo hay una contraposición: el único y verdadero libertador es Jesús Cristo. El único “kairós” y la única “parusía” verdadera es la de Jesús Cristo. Antíoco I Theós de Comagene (siglo I a.C.) En Nemrut Dag (actual Turquía), además de imágenes gigantescas de dioses diversos, y del rey como dios, se halla una inscripción en la que se designa a Antíoco, hijo de Mitrídates, theós, a secas, dios, y salvador. Al parecer el propio rey exigió en vida culto divino y preparó su tumba en la montaña para que se viera externamente que él estaba más cerca del estado de los dioses que los mortales corrientes. Seguiremos Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 25 de Marzo 2011
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
El 29 de noviembre de 2009, en una votación realizada en la Confederación Helvética, un 57’5% de votos llevó a introducir en la Constitución federal la prohibición de construir nuevos minaretes en el territorio nacional. Sobre este curioso acontecimiento, véase ahora Los minaretes de la discordia. Pistas para superar la islamofobia, P. Haenni – S. Lathion (dirs.), Icaria, Barcelona, 2011.<!--more--> El elemento arquitectónico que es el alminar o minarete, ya emblemático de la arquitectura musulmana, no se remonta los orígenes del Islam, de un modo parecido a como las iglesias y catedrales no son contemporáneas de los orígenes del cristianismo. Es solo a partir del s. VII cuando se tienen los primeros testimonios de la existencia de los minaretes en la historia del islam. Desde entonces, han sido un elemento constante de las mezquitas construidas en gran parte del mundo musulmán. De acuerdo con algunos textos de la tradición árabe, el primer edificio en recibir ese nombre proviene del 665 en la ciudad siria de Bosra; según otros, el primero habría aparecido en la mezquita de Damasco en el año 705. Una inscripción árabe descubierta en Bosra sobre un bloque de basalto contiene la mención de un minarete construido, junto a la mezquita, en el año 102 de la Héjira, o 724 e.c., por el califa omeya Yazid II. El hecho de que la aparición de los minaretes parezca estar conectada con la dinastía Omeya, que desplazó pronto la capital política del islam de La Meca a Damasco, sugiere la posibilidad de que en los minaretes haya tenido influencia la arquitectura de las iglesias sirias, muchas de ellas dotadas de torre. Los minaretes –cuadrados (los más antiguos), cilíndricos o poligonales – cumplen varias funciones. Por un lado, sirven para llamar a la oración en las cinco ocasiones canónicas, para indicar de forma visible la ubicación del lugar de oración, y, al mismo tiempo, para proclamar, con su altura, la presencia del islam. Simbólicamente, representa la elevación del hombre hacia Dios, pero cuando aparece en solitario junto a una mezquita puede representar al Dios Único y, por tanto, dar fe del postulado central del islam, el tawhid o “unicidad” de Dios. Las dos palabras (ambas de género femenino) que en árabe designan el minarete testimonian sus dos funciones principales. “Maadhana” remite al “adhan”, la llamada a la oración y el luar en que instala el muadhin o almuédano. El otro término, “menara” o “minar” (del que procede precisamente “minarete”) designa una torre vigía. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Jueves, 24 de Marzo 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
El segundo libro que deseo presentar esta semana pertenece a la misma serie y está editado por los mismos patrocinadores que el de la nota anterior, aunque el autor es distinto. Su ficha es la siguiente: Mª del Carmen Fernández López, Edición crítica del “Libro de Isaías” de la Tercera Parte de la General Estoria (Col. digital “Biblias Hispánicas”. Cilengua /Fundación San Millán de la Cogolla, Logroño 2010, 74 pp. ISBN: 978-84-937654-7-7. Contiene un CD con la edición completa en versión electrónica. Nos dice la autora en la “Introducción” que la tercera parte de la General Estoria alfonsí comprende los reinados de David y Salomón; por ello se incluyen traducciones de los diferentes libros bíblicos atribuidos a estos reyes: Salmos, Cantar de los Cantares, Proverbios, Sabiduría, Eclesiastés, algunas partes de los libros de los Reyes, Isaías y los profetas menores. Como hemos visto en la nota anterior, antes del la época de Alfonso X se habían emprendido otras versiones romanceadas en España. Hemos presentado la E6, pero a la vez hemos hablado de la versión hermana, E8 con traducciones complementarias. Además de estas traducciones a partir del latín de la Vulgata había otras versiones realizadas desde el hebreo, en la obra denominada la Fazienda de Ultra Mar. ¡Qué pena que una empresa de este último tipo no se hubiera continuado en nuestro país en el siglo XIII pues había gente para realizarla…! Creo que he dicho alguna vez que la primera versión completa en España de la Biblia desde el hebreo y el griego es la de Nácar Colunga de los años 50 del siglo pasado! Y ¡pensar que en Alemania la tenían ya con la versión de Martín Lutero, Philip. Melanchton, Petrus Aurogallus en la primera mitad del siglo XVI…! En la Península Ibérica convivieron durante mucho tiempo, desde los inicios del cristianismo bien asentado, dos versiones latinas de la Biblia: la llamada Vetus Latina hispana, que incorporaba una versión anterior a la de san Jerónimo, que en parte debió de hacerse en el norte de África, tan latinizado, y la Vulgata, que penetró pronto también en la Península. La influencia de esta última se hizo enseguida patente y predominante Por otro lado –nos informa la autora del libro que presentamos, en la Introducción- la dominación de los árabes en España contribuyó no poco al alejamiento de Europa e hizo que en los pasajes difíciles de la Biblia se notara un influjo de las versiones hebreas, que podían ser nativas en la Península. De cualquier modo, la Vulgata acabó triunfando totalmente y la Vetus se olvidó. Parece claro, además, que el texto de la “Biblia de París, es decir el modelo sorbónico fue el texto latino más difundido en Castilla y la base de la traducción de la General Estoria. Es interesante señalar que ya se usaba en esta época un sistema de capítulos parecido al nuestro, un orden fijo de los libros bíblicos y que circulara un glosario de nombres hebreos (si no me equivoco, el orden de capítulos casi igual que el actual fue establecido por J. Wicliffe en su versión al inglés en Inglaterra, también desde la Vulgata, en el siglo siguiente, el XIV. Un tercio del libro que presentamos está dedicado a un estudio crítico del texto para establecer con el mayor detalle posible el modelo latino seguido en la General Estoria. Otro detalle curioso de la versión alfonsina de la Biblia en la General Estoria es que no es literal como la que presentamos en el manuscrito comentado en la nota de ayer (E6). Además de la traducción, la alfonsí contiene glosas explicativas, interpolaciones y notas, amén de otras ilustraciones textuales. En efecto, haciendo honor a su nombre, en la General Estoria las traducciones bíblicas se ven de repente interrumpidas para tratar de otros temas que los autores creen de alguna manera relacionados. Así, a propósito del hilo de la narración de la Tercera Parte se narra la Guerra de Troya, la historia de los godos, la vida de Salomón y los primeros años de los pueblos gentiles durante el reinado de este rey. El segundo apartado del libro presente se dedica a la crítica del texto que se edita. En concreto, la autora estudia cómo se ha transmitido el Libro de Isaías en la General Estoria (es decir, hace un árbol genealógico de los códices para ver cuál es el más antiguo o el de mayor valor); cómo hay que establecer científicamente el texto a base de la valoración de las variantes entre los manuscritos y la estimación de los aspectos lingüísticos y textuales dentro la transmisión dentro de la obra alfonsina, tal como antes se ha determinado. En el apartado tercero y último, antes del texto, se presenta un estudio el manuscrito escogido como base (De Évora, que lleva la sigla R), y se describe cómo y con qué método se transcribe el texto, cómo se rellenan las lagunas que presenta gracias al contenido de otros manuscritos, cómo se corrigen los errores y cómo está formado el aparato crítico del texto castellano, es decir, la presentación de las variantes entre los manuscritos. Esta edición no sólo ofrece el texto castellano, sino también una reconstrucción del texto latino de la Vulgata (con su correspondiente aparato crítico) lo más cercana posible al modelo latino que manejaron los alfonsinos a la hora de traducir. En síntesis, una edición con todas las de ley siguiendo las normas usuales de la filología, cuya finalidad es hacer una buena tarea de reconstrucción de cómo era el texto que salió del scriptorium alfonsí en el siglo XIV. Sin este tipo de ediciones, modélicas, el futuro trabajo de las Biblias hispánicas de hacer una historia de la exégesis española, de cómo se interpretaba la Biblia en la Península, sería defectuoso o cojo. Así que bienvenidos todos estos estudios básicos. Es muy posible que la historia de la interpretación bíblica española depare agradables sorpresas en un futuro muy cercano. El Prof. García Turza ha creado también una Revista de Biblias Hispánicas en donde se irán publicando los trabajos preparatorios para la futura historia de la exégesis española hasta el siglo XX. Deseo insistir en que el volumen, como el anterior, trae el texto en CD..., lo que es una gran comodidad a la hora de trabajar con él. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Miércoles, 23 de Marzo 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
El proyecto de una nueva versión de la Biblia, totalmente universitario, que es la “Biblia de San Millán”, del que he hablado alguna vez aquí, se engloba dentro de una empresa intelectual más amplia que se titula “Biblias Hispánicas”. Si no me equivoco también lo hemos mencionado en este Blog. Este proyecto estudia y edita textos que sirven para conocer no sólo el mundo de la Biblia en español, sus diversas versiones, su estilo de hacer exégesis del texto, etc., sino también para editar textos que se desempolvan de viejas bibliotecas y archivos y se publican a veces por vez primera como material sobre la historia de la lengua española. Este es el caso con el libro que hoy presentamos y con el que será presentado mañana. Su ficha: cg[Andrés Enrique-Arias (editor), La Biblia Escorial I.I.6. Transcripción y estudios (Colección digital “Biblias hispánicas), Instituto Orígenes del español-Cilengua [Centro Internacional de investigación de la lengua española, que pertenece a la Fundación San Millán de la Cogolla], Logroño 2010, 98 pp. + CD con el texto completo. ISBN: 978-84-937654-6-0.]cg El libro ofrece la transcripción íntegra de una versión hispánica de la Biblia que se terminó hacia el año 1270, por tanto unas décadas antes de que se editara la General Estoria de Alfonso X el sabio, que contiene la transcripción, a veces parafraseada de muchos libros bíblicos. La versión que ofrece este libro, con su CD adjunto, no está completa, por desgracia, porque el manuscrito es sólo la segunda parte de una Biblia entera, Antiguo y Nuevo Testamento, cuya primera parte quizás sea otro manuscrito escurialense, el denominado A8. Comienza nuestro texto con el libro de los Proverbios y contiene: Eclesiastés, Cantar de los cantares, Sabiduría, Eclesiástico, Profetas mayores (Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Baruc, Ezequiel y Daniel) y los 12 profetas menores. El Nuevo Testamento está completo. Comenta el prologuista, el Prof. Claudio García Turza, director de Cilengua, que lo “bueno de esta edición paleográfica, fundamentada sobre sólidos criterios científicos, es que el investigador, o el curioso, puede incorporar el texto al ordenador y realizar así búsquedas orientadas al desarrollo de análisis lingüísticos y filológicos de la mayor entidad”. Para facilitar el cotejo con el texto latino subyacente (pues es la Vulgata la que se traduce, no los textos hebreo y griego de los originales) la disposición de la Biblia editada sigue la división y numeración de capítulos y versículos de la Vulgata Stuttgartensia. Esta edición tiene también un Índice, muy útil, de todas las formas registradas. El Prof. Turza, experto entre otras cosas en Gonzalo de Berceo y su ámbito, comenta también que la consulta del Nuevo Testamento de esta Biblia Escurialense le ha permitido comprender totalmente, por fin, ciertas formas difíciles castellanas que aparecen en los poemas de Berceo y en otras obras del Mester de Clerecía. La edición presente refleja el texto (que a veces se denomina también E6) más importante quizás para el conocimiento del castellano de la Edad Media. La lengua estaba ya lo suficientemente consolidada como para emprender nada menos la versión completa de toda la Biblia al español. Y lo hace con una fidelidad y elegancia verdaderamente admirables. Pero no es una versión de las lenguas originales (el AT podría haber sido hehco ya q había muchos judíos en España). El peso de la Iglesia con su amor por la Vulgata pesaba mucho en el siglo XIII. El libro contiene una introducción del editor, Andrés Enrique-Arias, que explica los objetivos globales del trabajo y su importancia, ya que por fin se presenta una edición completa y accesible de este manuscrito que supera las parciales hechas hasta el momento, realizadas gracias a trabajos desperdigados y tesinas de licenciatura o tesis doctorales no siempre fácilmente accesibles.. Sigue luego una descripción y análisis científico del manuscrito a cargo de Gemma Avenoza (de la Universidad de Barcelona): origen, datación, enmiendas, adiciones del copista y anotaciones de lectura. Pedro Sánchez-Prieto y María Jesús Torrens (Universidad de Alcalá- CSIC, respectivamente), analizan la paleografía, grafía y fonética del texto desde el triple punto de vista de la codicología, paleografía y de la lingüística. Es en verdad interesante observar cómo incluso antes de las ediciones de Alfonso X el sabio existía ya en castellano una ortografía consolidada y sólida, muy coherente. Cristina Matute y Enrique Pato (Universidad de las Islas Baleares / Saint Luis University in Madrid / Universidad de Montreal) analizan el texto desde el punto de vista de la morfología y de la sintaxis, y presentan una valoración de las variantes que este manuscrito ofrece respecto a los textos alfonsíes posteriores. La presencia de arcaísmos y formas innovadoras a la vez es una buena muestra de cómo se va formando la lengua española en este siglo XIII. También presenta formas dialectales curiosas que hacen pensar en un cambio de traductores o copistas según los libros, o bien que el manuscrito se compuso en una zona de transición que se veía afectada por lenguas circunvecinas del castellano. Finalmente, el editor, Andrés Enrique-Aias, estudia la traducción en sí en el contexto de los primeros ensayos de las versiones bíblicas al castellano (“romanceamientos”). Sin llegar a la seguridad absoluta, Enrique-Aias opina -como antes apuntamos- que otro manuscrito de El Escorial, denominado E8, que presenta otras partes del Antiguo Testamento ausentes del E6, es quizás la parte que falta del intento común de presentar, aunque quizás a la vez por manos diversas, una traducción completa de la Biblia al castellano anterior a la época de Alfonso X. El texto latino que subyace al E6 no es propio de España, no está elaborado críticamente aquí, sino importado de Francia. El romanceador empleó un manuscrito del tipo “Biblia de París”, ciudad en donde se había hecho un esfuerzo por presentar un texto común de la Vulgata para los comentarios y discusiones sobre el texto de la Universidad. Como hoy tenemos ya ediciones críticas estupendas, podemos afirmar que el texto base es de relativa poca calidad, pues contiene bastantes corrupciones, hoy enmendadas. Quedan muchos interrogantes sin resolver aún sobre esta Biblia (no sabemos cuántas manos intervinieron en su elaboración, ni quién la patrocinó ni cuáles eran sus destinatarios), pero es claro que se trata de una empresa aparte de traducción de la que luego se emprendió en los scriptoria de Alfonso X. Es de un carácter más vernacular, menos culto que la obra alfonsí…, pero demuestra el potencial traductor que existía en la España del siglo XIII, aunque tuviéramos que recurrir al país vecino para el establecimiento del texto de la Vulgata. Los franceses iban por delante. Por último es de destacar cómo el castellano de la versión está salpicado a veces de hebraísmos que proceden directamente de la Vulgata, por tanto hebraísmos de textos difíciles veterotestamentarios que se han respetado en el texto latino y que luego han pasado al castellano. Personalmente me parece en extremo interesantes que se sigan elaborando y publicando estos estudios a pesar de la penuria económica que estamos atravesando. Felicito a los autores y al Prof. García Turza por su empeño. Queda mucho por hacer. Pienso que la tarea misma de la “Biblia de San Millán”, con su esfuerzo de traducción bastante literal pero bella y correcta (no en vano será corregida en cuanto al estilo por gentes del entorno de la Real Academa Espaola de la Lengua, incluso por un poar de académicos, será también un acicate para continuar más tarde estudiando y elaborando un mapa de las peculiaridades de exégesis española de la Biblia desde la Edad Media que puede arrojar resultados interesantes. Éstas serán publicaciones suplementarias (algunas de ellas están ya en vías de realización, como el estudio los análisis exegéticos de Nicolás de Lira, en obras que está realizando Isabel Velázquez, catedrática de latín de la Complutense). Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Martes, 22 de Marzo 2011
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Pablo de Tarso, apóstol de los gentiles La personalidad de Pablo aparece en diversos pasajes de los Hechos de los Apóstoles. Lucas estima necesario presentar sus datos personales como elemento conveniente para situar su actividad y transcendencia en el origen de la Iglesia. En el discurso que pronunció Pablo en hebreo dirigiéndose el pueblo en presencia del tribuno hizo, según el texto de Lucas, una autopresentación en datos concretos: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, educado en esta ciudad a los pies de Gamaliel según la exacta doctrina de la ley patria, celoso de Dios como sois todos vosotros en el día de hoy” (Hch 22,3). Recordó que había perseguido a muerte la doctrina cristiana, lo que también recuerda en 1 Cor 15,9 y en Gál 1,13, dos cartas consideradas auténticas de Pablo. Lo que conocemos solamente por el testimonio de los Hechos de Lucas es el dato de su nacimiento en la ciudad griega de Tarso de Cilicia, ciudad que presumía de ambiente cultural elevado, como certifica el geógrafo Estrabón (Geografía de Grecia, XIV 5,13). Su origen judío y el hecho de haber nacido en Tarso son datos que encajan perfectamente en lo que conocemos de su dominio de las lenguas hebrea y griega. Un hombre de dos mundos lo califica C. J. den Heyer en el título de su ensayo sobre el Apóstol de los Gentiles. No tanto la afirmación de su ciudadanía romana, de la que nada dice en sus cartas. El gesto de evitar la flagelación en virtud de su dignidad de “hombre romano” en las cárceles de Jerusalén no se repitió en otras numerosas ocasiones, mencionadas en su segunda carta a los corintios (2 Cor 11,24-26). Es verdad que apeló a la justicia del César, pero la apelación en sí era un derecho de cualquier habitante libre del Imperio. Pablo de Tarso, el apóstol de las gentes, no pertenecía al grupo de los Doce. Sin embargo, su presencia en la tradición cristiana ocupa un espacio comparable al del mismo Simón Pedro. En el contexto de la resurrección, ampliamente desarrollado en la primera carta a los fieles de Corinto, se proclama a sí mismo “el menor de los apóstoles” y añade una vez más que no era digno de ser llamado apóstol, pues había perseguido a la iglesia de Dios (1 Cor 15,8). A pesar de estas expresiones, la verdad es que Pablo se consideraba a sí mismo como apóstol. La carta a los romanos incluye esa realidad en el saludo, donde se presenta como “llamado al apostolado, elegido para predicar el evangelio de Dios” (Rom 1,1). La idea se repite en los inicios de muchas de las epístolas del Corpus paulino, incluidas las Pastorales. Pablo se presenta a sus destinatarios como “apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios” (2 Cor 1,1; Ef 1,1; Col 1,1). En la carta a los fieles de la provincia de Galacia, Pablo hace una apología de su misión comparándola con la de Pedro. En efecto, Pablo afirma que “había recibido el evangelio de la incircuncisión, como Pedro el de la circuncisión, pues el que obró en Pedro para el apostolado de la circuncisión, obró también en mí para el de los gentiles” (Gál 2,7-8). Que así lo reconocieron los demás apóstoles, es una realidad comprobable por la letra de los textos. Desde que la historia de Pablo hace irrupción en la narración de los Hechos de los Apóstoles, el foco de interés sigue su peripecia, sus viajes y su doctrina. Una doctrina que acaba imponiéndose a las teorías de los judaizantes. El conjunto de las epístolas del Corpus paulino abre horizontes nuevos más allá de los puntos de vista propios de los evangelios sinópticos. Los viajes apostólicos fueron experiencias que Pablo y Bernabé blandieron como argumentos decisivos en las deliberaciones del Concilio de Jerusalén (Hch 15). La importancia de la personalidad de Pablo es la razón de la atención que prestó al Apóstol de las Gentes la devoción de la sociedad cristiana. Después de los Hechos canónicos de Lucas, son los Hechos apócrifos de Pablo una de las obras más antiguas y apreciadas de la literatura apócrifa. Con razón figuran en el elenco de los Viajes Apostólicos recogido y comentado por el patriarca Focio en el códice 114 de su Biblioteca. Los HchPl han sufrido numerosas reelaboraciones, divisiones y hasta sensibles pérdidas. Pero la razón fundamental de los complicados datos documentales debe buscarse en el interés que siempre suscitó en los senderos de la tradición la figura del personaje. Pablo fue para muchos el iniciador de los hechos cristianos en mayor medida que el mismo Jesús. El programa de su doctrina es más personal e independiente que el de los evangelios, siempre anclado en el horizonte del Antiguo Testamento. El desarrollo de su vida, de furioso perseguidor de la iglesia a celoso apóstol de su fe, no deja de ejercer un atractivo con fuertes razones de transparencia y sinceridad. Vamos a seguir los pasos de su transformación a través de los textos del Nuevo Testamento como introducción a la presentación de su vida en los libros apócrifos. Los autores de estas obras corrigen silencios y omisiones con detalles, muchas veces inventados, pero que servían para satisfacer la curiosidad y la devoción de los fieles. Un ejemplo preclaro de ese afán es el esfuerzo de trazar en varios pasajes el retrato físico de los protagonistas, una descripción que luego ha influido en la iconografía de los apóstoles aludidos. Las imágenes de Pablo como hombre calvo, con otros rasgos concretos, tienen como base la descripción de su persona en los Hechos de Pablo y Tecla 3,1. (Cuadro de San Pablo del Greco) Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 21 de Marzo 2011
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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