CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Fernando Bermejo

Para JF Mota,
libre de la metáfora y del mito

Las noticias acerca de dignatarios eclesiásticos cristianos espiando, condenando o censurando a los así llamados teólogos como presuntos desviados, herejes o distorsionadores no llaman la atención al historiador, pues son la tónica general de una religión cuyas sagradas escrituras contienen ya numerosos anatemas de correligionarios, sin excluir en ello tendencias asesinas (siguiendo en esto la estela de la actividad de su amoroso Dios, incluso antes de llegado el Dies irae: ahí tenemos, por ejemplo, la conmovedora historia de Ananías y Safira en el capítulo 5 de los Hechos de los Apóstoles). El resto de la historia de la sedicente religión del amor proporciona ejemplos inagotables de la caridad con que cada día los cristianos se tratan entre sí.

Aunque a uno le susciten espontáneamente simpatía minorías y censurados, en estos casos debemos refrenar nuestros impulsos para poder comprender en qué consisten realmente estos rifirrafes intracristianos. De hecho, bien mirado, censuradores y censurados acostumbran a parecerse extraordinariamente entre sí –desde luego, mucho más de lo que casi todos ellos parecen dispuestos a reconocer–. Para empezar, no en vano muchos dignatarios episcopales entre los censuradores gustan de darse ínfulas intelectuales (aunque la mayoría no distingan la ética de la química o la hipóstasis de la apocatástasis) y muchos de quienes censuran no son otra cosa que sedicentes teólogos, mientras que los mismos -también sedicentes- teólogos examinados son a menudo eclesiásticos a los que, como tales, generalmente no les habría desagradado en absoluto ascender en el cursus honorum obteniendo cada vez más altas dignidades.

Por otra parte, todos ellos, condenadores y condenados, censuradores y censurados, comparten las Fantasías Fundamentales de la Fe. Todos creen a pies juntillas en una enorme cantidad de cosas pintorescas (que ellos llaman “verdades”), incluyendo la incomparable superioridad del cristianismo sobre el resto de las visiones del mundo, la creencia en que algunas palabras pronunciadas a modo de conjuro les facultan para transmitir el así llamado Espíritu divino, en que el predicador visionario Jesús de Nazaret fue –y no solo en cuanto homo sapiens– el No-Va-Más, en que en comparación con él sus contemporáneos eran unos tarados espirituales y morales (y en que por eso lo mataron), en que los no creyentes no son humanos comme il faut, y otras muchas cosas no menos ocurrentes y divertidas.

Condenadores y condenados, censuradores y censurados se parecen, asimismo, por su modus operandi. Habiendo adquirido sin mucho esfuerzo, gracias a su incorporación en un colectivo clerical, prestigio y reconocimiento social (además de otras ventajas que los sociólogos de la religión llaman “compensadores”), todos ellos resultan idénticos en el hecho de ser vendedores de Humo, especialistas en la Nada, expertos en lo Indemostrable, consumados doctores en Charlatanería, administradores de la Confusión, turiferarios del Mito y trileros de la Esperanza.

Todos ellos se asemejan, en fin, en que proclaman ser los “verdaderos seguidores” de Jesús. Aunque ninguno sienta el más mínimo respeto por la Ley de Moisés que el visionario galileo respetó, y aunque ni uno solo de ellos albergue ni en sueños las muy concretas esperanzas ni el amor del judío por su pueblo, todos se llenan la boca con la pretensión de ser los intérpretes más fieles de su “espíritu” –algo tanto más fácil cuanto que Jesús, ay, no puede levantarse de su tumba para desmentirlos–. Para todos ellos, Jesús es el comodín que –convenientemente deshistorizado y mistificado– usan permanentemente y sin que se les caiga la cara de vergüenza.

Por lo demás, a diferencia de las verdaderas e incontables víctimas –los perseguidos, los ninguneados, los destrozados, los torturados, los quemados– de esa misma Iglesia a la que tan gozosa y orgullosamente todos ellos pertenecen, a los “teólogos” censurados de hoy en día no les ocurre ni les ocurrirá nada realmente grave. Al menos mientras no cambien las tornas, las jerarquías de turno no tienen ya el poder para arruinar la vida de quienes no se postran como borregos ante ellos. De hecho, hoy en día, a los censurados por sus queridos colegas las censuras les sirven incluso para aumentar las ventas de sus libros y su presencia mediática (ser censurado puede añadir incluso un plus de “malditismo” que a muchos no les desagrada en absoluto, en especial cuando no les priva de los privilegios de que hasta el momento han gozado en sus Iglesias). En cualquier caso, quienes necesitan consuelo, apoyo, una mano o una palabra amiga, no son ellos. Las verdaderas víctimas de este mundo –y se cuentan por decenas y cientos de millones– no se encuentran ciertamente en las poltronas de los “teólogos”.

De hecho, los “teólogos” condenados o censurados tienen hoy grandes grupos de fans. Cuando las víctimas de la Iglesia eran condenadas, nadie levantaba un dedo por ellas (como no fuera para añadir alguna ramita a la hoguera). Pero los teólogos modernos –que acostumbran a llevar vidas bastante agradables– tienen lectores, simpatizantes y seguidores que se cuentan por cientos y aun por millares, que se movilizan por Twitter y Facebook de inmediato cuando los más encarnizados perros del Señor se sueltan de sus correas para lanzar sus ataques. Objeto del aplauso de muchos, no son en absoluto –y por fortuna– víctimas de la soledad ni de la opresión.

El apoyo de que gozan los “teólogos” es algo que resulta francamente comprensible, pues cumplen una función imprescindible e impagable en calidad de esthéticiennes de la fe. Dada la más que dudosa plausibilidad de muchas de las creencias de las corrientes cristianas mayoritarias (aunque en ella no le van a la zaga otras creencias, religiosas o no), no pocos de los creyentes que se permiten la funesta manía de pensar –incluyendo a los así llamados teólogos– acaban sintiendo la imperiosa necesidad de algún tipo de ajuste balsámico para afrontar un sistema de ideas y mandamientos que les resulta opresivo, no del todo inteligible o convincente, o al menos ocasionalmente inquietante. Trinidad, cristología, soteriología, escatología, moral cristiana (sin olvidarnos de saberes tan enjundiosos como la mariología o la josefología) sobreabundan hasta tal punto en afirmaciones peregrinas, disparatadas y esperpénticas y generan tal número de rompecabezas que cualquier cerebro no irreparablemente dañado necesita una buena cantidad de ajustes para poder seguir conviviendo con tales engendros sin morirse del susto, de risa, de bochorno o de mala fe.

A esta labor de ajuste estético, maquillaje y aun de lifting se dedican los así llamados teólogos, mediante una más o menos alambicada jerga y la utilización oportuna de disiecta membra extraídos por lo general de la filosofía, la antropología o la sociología, con el objeto de intentar dotar de una cierta respetabilidad a una visión del mundo en la que, junto a algunas ideas bonitas y –en raras ocasiones– incluso sublimes, la más desbocada fantasía, la insensatez, la incoherencia y la arbitrariedad campan a sus anchas. De este modo, gracias a los cosméticos y afeites teológicos, muchos cristianos –comenzando por los propios “teólogos”– logran convencerse de que los delirios en que creen merecen realmente el asentimiento, y acaban comulgando con una considerable cantidad de ruedas de molino.

No obstante, los intentos de racionalizar el delirio solo pueden engendrar nuevos delirios, en un interminable y delirante ciclo cuya contemplación es uno de los medios más efectivos de convencer al espectador de que la humanidad es una especie con la que, al menos si de racionalidad se trata, no hay nada que hacer. No obstante, a quien está instalado en el delirio, la racionalización del delirio –siempre y cuando coincida con sus propias intuiciones racionalizadoras– puede llegar a proporcionarle un bálsamo efectivo, lo que explica que cierta clase de personas, al leer las obras de algunos “teólogos”, experimenten un sentimiento de alivio e incluso de placentera liberación. Esto permite comprender, a su vez, la constitución de los mencionados grupos de fans teológicos y la profunda veneración que sus miembros sienten por sus gurús. De hecho, basta con que los “teólogos” logren colocar algún interrogante en el mundo mítico en el que respiran, o dar una versión aparentemente menos enloquecida de alguno de los comunes desatinos, para eo ipso hacer creer a muchos –y ante todo, a ellos mismos– que son mentes privilegiadas y aun adalides de la Ilustración.

Por supuesto, como siempre entre cristianos –y entre humanos en general–, lo que a unos les produce alivio, a otros les causa una insoportable urticaria. Y ahí tenemos a los Cancerberos de la Fe, a los Guardianes de la Ortodoxia, a los Teólogos de la Uniformidad y a quienes los jalean, a los que ni siquiera conservan la necesidad de racionalizaciones ulteriores porque el Amén ha embutido sus existencias hasta el punto de que el sentido de su vida consiste en asentir sin rechistar a lo que diga el catecismo o el papa de turno. Cuanto menos seguros se sienten de sí mismos, más necesitan que otros concuerden con ellos y más nerviosos les ponen aquellos cuya voz no es un eco exacto de la suya. Y así, cum vociferatione, invocan las llamas del infierno no solo para quienes sin la menor duda se lo merecen (ateos e infieles de toda laya), sino también para sus propios correligionarios, aunque estos crean básicamente lo mismo que ellos. Lo bastante ciegos para no reconocer sus propias y descomunales distorsiones, acusan de distorsiones a sus semejantes. Quien esté libre de pecado… o ex falso quodlibet.

Pocos como Jorge Luis Borges han visto con tanta lucidez en qué consisten las disputas teológicas, su inanidad última y el carácter funesto de sus consecuencias. En su cuento “Los teólogos”, narra el fatal enfrentamiento de dos de ellos, Aureliano y Juan de Panonia, uno de los cuales consigue que el otro acabe quemado en la hoguera y más adelante obtiene un desenlace parecido. El memorable relato termina así:

“El final de la historia sólo es referible en metáfora, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Éste se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión de la mente divina. Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona”.

Exactamente igual, cabría apostillar, que para la impía mente del ateo.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 18 de Abril 2012
El Apóstol san Mateo en los libros apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Identidad del protagonista

Los apóstoles de Jesús han pasado a la historia del cristianismo como testigos de su doctrina. Por eso llama la atención la escasez de datos acerca de su vida. Numerosos escritos, calificados de apócrifos, suplen con sus leyendas y tradiciones los largos silencios y las insistentes omisiones. La piedad cristiana deseaba conocer a los personajes que estaban en los orígenes históricos de su fe. Unos personajes etiquetados como “fundamento” sobre el que descansa la edificación de la Iglesia (Ef 2,20s).

A falta de datos históricamente comprobados, la literatura apócrifa inventa, crea relatos y discursos a partir de lo que debía ser la existencia de los enviados por su Maestro (Mt 10,1). La promesa postrera de Jesús era la mejor garantía de una eficacia sin límites: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo” (Mt 27,20).

El caso del apóstol Mateo no iba a ser una excepción. En Mateo se cumplen los detalles que comentamos: el silencio de los textos bíblicos y las tradiciones surgidas a la sombra de unos supuestos recuerdos. Como ocurre con otros apóstoles, los evangelios cuentan su vocación con cierto detalle. “Pasando Jesús de allí vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado en la oficina de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y le siguió” (Mt 9,9 par.). La escena está narrada también por Marcos y por Lucas. Pero los textos de Marcos y Lucas hablan de Leví (Mc 2,14; Lc 5,27.29). Lucas lo identifica incluso como publicano (telōnēs). Los tres sinópticos narran luego la invitación que Mateo ofreció a Jesús en su casa y a la que acudieron muchos “publicanos y pecadores”. Aquella invitación festiva, calificada por Lucas de “gran banquete”, fue motivo de escándalo para los escribas y fariseos.

Después de la escena de la vocación, no se hace otra mención de Mateo sino en las listas de los apóstoles. En la del evangelio de Mt 10,3 aparece en el puesto octavo formando bina con Tomás y calificado de “publicano”. En Mc 3,18 y Lc 6,15 va en séptimo lugar emparejado con Bartolomé (Mc) o con Tomás (Lc). En la lista de Hch 1,13 ocupa el lugar octavo y forma pareja con Bartolomé. En ninguno de los pasajes se recoge una sola palabra atribuida al apóstol Mateo.

Sin embargo, la tradición recoge diversos testimonios que hablan de su actividad literaria. Ireneo de Lión sabía que Mateo había escrito en hebreo el evangelio que predicaba. Eusebio de Cesarea recoge en su Historia Eclesiástica este testimonio de Ireneo en el sentido de que “Mateo escribió para los hebreos un evangelio en su lengua materna mientras Pedro y Pablo predicaban en Roma y fundaban la iglesia”. (Eusebio de Cesarea, H. E., V 8, 2-3; Ireneo, Aduersus haereses, III 1,1). Eusebio recoge también el testimonio de Papías de Hierápolis, que afirmaba: “Mateo compuso en hebreo los discursos (lógia), que cada cual interpretó como pudo” (Eusebio, Ibid., III 39,16). Eusebio refiere igualmente que Panteno de Alejandría, converso de la filosofía estoica, viajó hasta la India, donde encontró a cristianos que usaban el evangelio de Mateo. El apóstol Bartolomé lo había predicado allí y se lo había legado a los fieles de la India (Id., Ibid., V 10,3).

A Mateo se atribuye igualmente uno de los más importantes evangelios apócrifos de la Infancia, el que lleva como subtítulo la siguiente inscripción: “Empieza el libro sobre el nacimiento de la bienaventurada María y la infancia del Salvador, escrito en hebreo por el bienaventurado evangelista Mateo y traducido al latín por el bienaventurado presbítero Jerónimo” (A. Piñero (ed.), Todos los evangelios, Madrid, 2009, 214-237).

Mateo era, pues, considerado en la tradición como uno de los autores principales en la transmisión de la doctrina cristiana. Es la razón lógica para que la atención se haya fijado en su persona y en su actividad literaria. De Mateo recuerda la piedad cristiana su profesión de publicano; sabe también de la prontitud con que escuchó la llamada de Jesús. De los tres sinópticos es el que más referencias aporta en la historia de la teología. No obstante, hemos de reconocer con la crítica más actual que el apóstol Mateo, también llamado Leví, no pudo ser el autor del evangelio transmitido bajo su nombre. La afirmación insistente de que escribió su obra en la lengua materna de los hebreos tampoco encaja con las características literarias del primero de los evangelios sinópticos. El evangelio de Mateo es una obra compuesta en griego y basada en tradiciones anteriores, tales como el evangelio de Marcos y la fuente Q (A. Piñero, Guía para conocer el Nuevo Testamento, Madrid, 2008, 352).

(Estatua del apóstol san Mateo en la catedral de Lima)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 16 de Abril 2012
Fernando Bermejo Rubio, El Evangelio de Judas. Texto bilingüe, introducción y notas, Sígueme (Biblioteca de Estudios Bíblicos Minor 19), Salamanca, 2012. (422)
Hoy escribe Antonio Piñero

Ya anuncié hace unos días el contenido (índice) de esta magnífica edición. Añadiré hoy una valoración puesto que me ha llegado ya el libro (174 pp. ISBN: 978-84- 301-1796-3). Como nota agradable para los lectores del Blog añadiría que el libro está dedicado a Gonzalo del Cerro y su mujer Charo Aguilar.

Como puntos de interés de esta edición, señalaría:

1) Contiene una introducción muy completa en que se examinan los distintos aspectos del texto (origen, lugar de composición, datación, contenido, estructura, relación con el Nuevo Testamento, relación con la literatura patrística, etc.)

2) Es la primera de las ediciones en ámbito hispano que contiene el texto copto.

3) Está realizada a partir de la edición crítica del EvJud aparecida en 2007, que aportaba apreciables mejoras en la transcripción y la traducción respecto a la edición provisional en abril de 2006. Además, incorpora las nuevas lecturas y correcciones efectuadas desde entonces por varios estudiosos, y muy en particular los nuevos fragmentos de las páginas 37-38, 41-42, 53-54, 55-56 y 57-58, recuperados en 2009.

4) Posee un abundante y exhaustivo aparato de notas que refleja el estadio más reciente de la investigación (y que contiene a menudo variantes de reconstrucción propuestas por diversos estudiosos); contiene tanto notas filológicas como doctrinales, destinadas a facilitar al máximo la comprensión del texto.

5) Contiene la bibliografía más completa y actualizada hasta la fecha.

6) Es de pequeño tamaño, lo que hace a la edición muy manejable (y su precio es muy asequible).

Sabiéndome muy bien lo que me digo --ya que yo mismo hice en su día una traducción de este Evangelio tan traído y llevado en su momento, pero hoy casi olvidado— puedo garantizar que es la mejor de cuantas ediciones existen en el mundo. La notas son casi un comentario al texto. Creo que la edición de F. Bermejo entierra definitivamente la interpretación básica un tanto apresurada que del Evangelio de Judas hicimos prácticamente todos los investigadores en el 2006. De sabios es mudar la opinión.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Viernes, 13 de Abril 2012

Notas

Hoy escribe Fernando Bermejo

Tras estos días de la así llamada Semana Santa, en los que tanta prosa ha habido, me parece adecuado traer a colación algo de poesía del Siglo de Oro, y en particular algunos de los numerosos sonetos de Francisco de Quevedo en que el objeto es la muerte de Jesús, por supuesto en su versión cristiana.

Hay diversos aspectos interesantes en los sonetos sacros de Quevedo (no en vano graduado en teología por Valladolid y “teólogo seglar”), y no es el menor la combinación de excelencia poética y los estereotipos antijudíos destilados directamente de la descripción en los Evangelios canónicos, en que se responsabiliza de la muerte de Jesús al pueblo judío, exactamente tal y como hoy (de manera a menudo indirecta pero suficientemente clara) siguen haciendo los más eximios teólogos, incluso desde las mismas páginas de Religión Digital.

Son también interesantes, por ejemplo, los usos que hace el vate español de Mt 27, 51 (las piedras que se rompen; el dramático pasaje mateano le es caro) y Jn 10, 31-33 (y también, en algún caso, Jn 8). Una vez más, y como tan a menudo, se dan la mano de modo inquietante la distorsión operada por los prejuicios y la sublimidad del genio artístico.

Vinagre y hiel para sus labios pide,
y perdón para el pueblo que le hiere:
que como sólo porque viva, muere,
con su inmensa piedad sus culpas mide.

Señor que al que le deja no despide,
que al siervo vil que le aborrece quiere,
que porque su traidor no desespere,
a llamarle su amigo se comide,

ya no deja ignorancia al pueblo hebreo
de que es Hijo de Dios, si, agonizando,
hace de amor, por su dureza, empleo.

Quien por sus enemigos, expirando,
pide perdón, mejor en tal deseo
mostró ser Dios, que el sol y el mar bramando

***

Pues hoy derrama noche el sentimiento
por todo el cerco de la lumbre pura,
y amortecido el sol en sombra obscura
da lágrimas al fuego y voz al viento;

pues de la muerte el negro encerramiento
descubre con temblor la sepultura,
y el monte, que embaraza la llanura
del mar cercano, se divide atento,

de piedra es, hombre duro, de diamante
tu corazón, pues muerte tan severa
no anega con tus ojos tu semblante.

Mas no es de piedra, no; que si lo fuera,
de lástima de ver a Dios amante,
entre las otras piedras se rompiera.

***

Con sacrílega mano el insolente
pueblo, de los milagros convencido,
alza las piedras, más endurecido
cuanto el Señor atiende más clemente.

Muera quien el vivir eternamente,
que se negó a Abrahán, nos ha ofrecido;
murieron los profetas, y, escondido,
yace Moisés, caudillo más valiente.

Burló las piedras, que después miraron
con lástima a la Cruz de Dios vestida,
y de noche por Él, cielo y estrellas,

donde todas de invidia se quebraron
de que para instrumento de la vida
más quisiese a la Cruz que a todas ellas.

La poesía, claro es, no se refuta.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 11 de Abril 2012
Vida del apóstol Felipe según los Apócrifos. Fin
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Felipe en el libro gnóstico Pistis Sofía (PSofía)

El libro PSofía es uno de los más importantes e influyentes de la literatura gnóstica. Es una traducción al copto de un original griego, compuesto entre los años 250 y 300 de nuestra era, aunque basado en tradiciones más antiguas. La obra completa es un diálogo entre Jesús Resucitado y varios de sus discípulos, incluida María Magdalena. Uno de los apóstoles destacados a lo largo del texto es Felipe. El título viene a identificar en cierto modo la fe con la sabiduría a la manera del dicho de los ascetas cuando afirmaban que “aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”.

Cuenta primero de la Sabiduría caída y su arrepentimiento según la doctrina del gnóstico Valentín. Luego, describe la liberación de la Sabiduría como augurio de la liberación de los espíritus. Dada la extensión de la obra, envío a los interesados en el tema a la versión y al estudio de F. García Bazán, La gnosis eterna. Antología de textos gnósticos griegos, latinos y coptos II, Pistis Sofía/Fe Sabiduría, Trotta, Madrid, 2007. Puede verse una selección del texto, traducida por García Bazán, en la citada obra de A. Piñero, Todos los evangelios, pp. 575-594.

Supone el autor que Jesús pasó once años después de la resurrección enseñando a sus discípulos. Estaba Jesús en el monte de los Olivos con sus discípulos, cuando descendió sobre él la potencia luminosa y lo rodeó completamente. Subió a los cielos despidiendo una luz desbordante. Pero a la hora novena del día siguiente se produjo un terremoto, se abrieron los cielos y vieron que Jesús descendía rodeado de luz.

Cuando Jesús acababa de hablar respondiendo a una intervención de María Magdalena, el apóstol Felipe tomó la palabra para interpelar a Jesús. Se encontraba Felipe sentado y escribía todas las palabras que hablaba el Maestro. De pronto se levantó, se postró a los pies de Jesús y lo adoró diciendo: “Señor mío, Salvador, dame facultad para que hable en tu presencia y para que te interrogue sobre este discurso antes de que nos hables de los lugares a los que irás a causa de tu servicio”. El Salvador le autorizó para hablar.

Ésta fue la pregunta que le planteó: “Señor mío, ¿a causa de qué misterio has dado la vuelta a la prisión de los arcontes, sus eones, su destino, su esfera y todos sus lugares y los has hecho confundirse en sus caminos y desviarse de su carrera?” El Señor le respondió que lo había hecho por la salvación del mundo. Lo que pretendía era salvar el número de las almas perfectas de la potencia y la corrupción de la materia del mundo, para que, una vez purificadas, ascendieran a su herencia en la altura, donde está el tesoro de la luz.

En otra ocasión, estaba Jesús resucitado con sus discípulos, cuando levantó la voz para orar al Padre de todas las paternidades con palabras misteriosas. Tomás, Andrés, Santiago y Simón el Cananeo estaban con los rostros vueltos hacia el oriente. En cambio, Felipe y Bartolomé estaban vueltos hacia el norte. El cielo, el mundo y el mar habían huido hacia occidente. Jesús y sus discípulos permanecían suspendidos en el aire en el camino del medio. Pero debemos recordar que, según el criterio de Pistis Sofía, María Magdalena y Juan el Virgen eran los más importantes de todos los discípulos del Salvador.

(El apóstol Felipe , iluminador)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 9 de Abril 2012
“Epílogo de Jesús de Nazaret, El hombre de las cien caras” (419-07)

Hoy escribe Antonio Piñero


Concluyo hoy la presentación puramente objetiva, de fragmentos, del libro



Esta colección/selección de textos, a pesar de su abundancia, superior a los mil pasajes, podría extenderse mucho más. No se ha hecho porque se correría el grave riesgo de cansar seriamente a los lectores y porque el aumento no mudaría en absoluto la perspectiva de diversidad de interpretaciones de Jesús.

Espero de todos modos que, cuando el lector llegue a este punto, haya quedado convencido de la tesis sobre el origen del cristianismo que defendíamos al principio, en el Prólog: el cristianismo es un producto de la reflexión teológica de los discípulos de Jesús, después de la muerte de éste. El cristianismo es repensar y reinterpretar a Jesús a la luz de la creencia firme de que ha resucitado y de que está vivo entre sus fieles. Esa reflexión o reinterpretación se logra no sólo pensando en su vida en sí, sino también apoyándose en la palabra viva de Dios, las Escrituras. Los cristianos estaban también convencidos de que esa palabra había predicho de antemano todo lo importante sobre Jesús en su calidad de mesías de Israel, llegado en la plenitud de los tiempos

Y como Jesús no dejó nada escrito, las Escrituras sagradas permiten interpretaciones múltiples y las ideas sobre la vida, figura y misión eran variadas junto con los avatares dela tradición oral, no es extraño que los puntos de vista sobre el Maestro y Mesías fueran a su vez variados y múltiples. Y de ahí también que haya serias divergencias entre las reconstrucciones del Jesús de la historia y la especulaciones puramente teológicas que componen el Cristo de la fe.

En el siglo VI a.C. un poeta-filósofo griego, Jenófanes de Colofón, había afirmado en uno de sus poemas que los hombres crean a los dioses y no al revés. Los dioses de los tracios tienen el cabello rubio y los ojos azules; los de los etíopes la tez negra y el pelo ensortijado. Si los caballos tuvieran dioses, tendrían sin duda forma de caballo; y si los tuvieran los leones, de león.

La presente colección/selección de textos permite al lector adquirir una mentalidad un tanto relativista respecto a la herencia de la Antigüedad sobre los hombres importantes, famosos, o trascendentes para la humanidad. Sólo podemos reconstruir su vida y figura a base de los restos que nos hayan dejado: arqueológicos, numismáticos o textuales. En el caso de Jesús no hay nada de los dos primeros apartados: sólo nos queda el último. Y los textos que sobre él versan comienzan a escribirse unos cuarenta años de su muerte, basados en una tradición oral que tiene todos los inconvenientes a ella inherentes respecto a su fidelidad y la posibilidad de variación y cambio. Por si fuera poco, esta diversidad de textos sobre Jesús continúa por siglos, y se escriben cosas sobre él, con la apariencia al menos de que son auténticas, cientos de años después de su muerte…, momentos en los que la imaginación y la fantasía campan por sus respetos

Queda, pues, claro que la tarea del historiador para reconstruir con verosimilitud la figura de este personaje que vivió hace dos mil años es titánica. A la vez, debe sorprender al lector la seguridad con la que muchos hablan de Jesús con absoluta seguridad. Debe caerse en la cuenta de que ncluso la tradición de diecinueve siglos sobre el Cristo de la fe tiene fundamentos históricos inseguros y, a veces, ciertamente erróneos desde el punto de vista de la pura ciencia histórica.

Pienso que esta colección de textos, donde no hablo yo sino los autores antiguos (mi único influjo sobre el lector es la selección y el orden de los pasajes), debe servir al lector de pedagogía de la comprensión y del sano relativismo: es inútil hacer afirmaciones apodícticas basándose en las fuentes transmitidas --nuestro único sistema de conocimiento-- y es inútil morir o matar por una visión de Jesús que en esencia permanece fluctuante y relativa.

Opino que esta “pedagogía de la comprensión y del sano relativismo” pod ría ser el fruto principal de esta antología.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Sábado, 7 de Abril 2012




Hoy escribe Antonio Piñero


Carlos A. Segovia, profesor en la Universidad Camilo José Cela, me ha hecho caer en la cuenta de una hipótesis sobre el sentido de la muerte de Jesús según Stanley K. Stowers en su obra Relectura de la carta a los romanos. Justicia, judíos y gentiles (Re-reading Romans. Justice, Jews, and Gentiles, Yale University Press, New Haven,1994) ha propuesto una hipótesis interesante, o al menos digna de mención sobre el propósito de la muerte de Jesús según Pablo de Tarso. Es la siguiente (en especial pp. 213-214 y passim; el resumen es del mismo Segovia):

El Apóstol pensaba que Dios había designado a Jesús, por su estirpe davídica, para ser el mesías. Jesús había sido enviado para poner fin al dominio del mal en el mundo que los justos padecían y para restaurar a Israel castigando a los judíos infieles y a los opresores romanos.

Dios había investido a Jesucristo con su espíritu y con los poderes necesarios para cumplir esa tarea, esto es, para ejercer su justicia, sancionar a los perversos y premiar a sus fieles. . . Pero, por fidelidad a su misión, Jesús decidió no ejercer los poderes que Dios le había confiado porque, de lo contrario, muchos judíos y casi todos los gentiles habrían sido entregados a la perdición. Jesús murió y retrasó así el juicio de Dios por compasión hacia los pecadores. Por fidelidad al plan divino y a las promesas de Dios, y pensando que Dios lo vindicaría y le permitiría cumplir su misión mesiánica en el futuro, Jesús rehusó ejercer sus poderes hasta el punto de evitar huir y de aceptar ser ejecutado por los romanos.

Al renunciar de ese modo a sus prerrogativas mesiánicas, Jesús dio a los judíos y a los gentiles oportunidad de arrepentirse, confiando en que Dios retrasaría su misión hasta el momento en que su justicia pudiera hacerse verdaderamente efectiva. El rechazo de Jesús a tomar el camino más fácil equivalía, por lo tanto, a un acto de fidelidad hacia la misión que le había sido encomendada y hacia los propósitos de Dios. Jesús optó por morir por los demás. Dios le vindicó resucitándolo y haciendo de él el pionero de la renovación del mundo. Al igual que Abrahán, Jesús no fue simplemente un objeto pasivo de fe, sino alguien cuya fidelidad hacía efectiva la justicia misericordiosa que Dios tenía intención de mostrar al mundo.

Según Stowers los textos del Pablo genuino que apoyan su interpretación son los siguientes:

1 Cor 15:24-25, donde Cristo es presentado con los atributos de un mesías de tipo regio únicamente en el futuro

2 Cor 10:1, donde, al aludir a la “mansedumbre” (prautes) y la “bondad” (epieikeia) de Cristo, Pablo recurre a dos términos habitualmente empleados en la lengua griega para designar la clemencia del rey o del general victorioso que, pudiendo sojuzgar al enemigo derrotado, no lo hace

Flp 2:1-11: donde Pablo exhorta a los gentiles y a los judíos a cooperar entre sí según el modelo de Cristo, quien, pese a ser el mesías, supo adaptarse a las necesidades de unos y otros

Rom 1:3-4 donde Pablo afirma que si bien Cristo nació “del linaje de David según la carne” (lo que le otorgaba de antemano ciertos poderes que él sin embargo no ejerció), fue designado “hijo de Dios según el espíritu” (recibiendo entonces nuevos poderes) en el momento de su resurrección

Rom 15. donde Pablo exhorta a los gentiles y a los judíos a cooperar entre sí según el modelo de Cristo, quien, pese a ser el mesías, supo adaptarse a las necesidades de unos y otros

¿Qué les parece?

Saludos cordiales de Antonio Piñero y de Carlos A. Segovia

Viernes, 6 de Abril 2012


Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema del martes pasado



Jesús argumenta sobre la Ley con la misma técnica que un fariseo

“Y sucedió que un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. 24 Decíanle los fariseos: ‘Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?’ 25 El les dice: ‘¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, 26 cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?’ 27 Y les dijo: ‘El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado’” (Evangelio de Marcos 2,23-27).

“El les replicó: ‘Y ¿no habéis leído en la Ley que los sábados los sacerdotes violan el precepto en el templo sin incurrir en culpa?’” (Evangelio de Mateo 12,5)

“¿Está permitido curar en sábado? 11 Jesús les respondió: ‘Supongamos que uno de vosotros tiene una oveja, y que un sábado se le cae en una zanja, ¿la agarra y la saca o no? 12 Pues ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por tanto, está permitido hacer bien en sábado’” (Evangelio de Mateo 12.10-12).

“Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: ‘¡Hipócritas! Cualquiera de vosotros ¿no desata del pesebre al buey o al burro el día de precepto y lo lleva a abrevar? 16 Y a ésta, que es hija de Abrahán y que Satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no había que soltarla de su cadena en día de precepto?’” (Evangelio de Lucas 13,15-16).

“Por esto Moisés os dio la circuncisión -no procede de Moisés sino de los patriarcas- y circuncidáis a un hombre en sábado. 23 Si un hombre recibe la circuncisión en sábado para que no se quebrante la ley de Moisés, ¿os indignáis conmigo porque sané a un hombre completo en sábado? 24 No juzguéis por la apariencia, sino dad sentencia justa” (Evangelio de Juan 7,22-24).

Jesús explica su doctrina en parábolas y comparaciones como los fariseos

“Decía también: ‘¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos?’” (Evangelio de Marcos 4,30).

“Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: 25 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. 26 Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: 27 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina” (Evangelio de Mateo 7,24-27).

“¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: 17 ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’” (Evangelio de Mateo 11,16-17).

“Otra parábola les propuso, diciendo: ‘El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo (Evangelio de Mateo 13,24) Los capítulos 4 del Evangelio de Marcos y 13 del de Mateo constan fundamentalmente de parábolas; en el de Lucas están más dispersas; en el Evangelio de Juan Jesús no pronuncia parábola alguna.

“¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? 32 Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza…” (Evangelio de Lucas 7,31-32).

“Decía, pues: ‘¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? 19 Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas’. 20 Dijo también: ‘¿A qué compararé el Reino de Dios? 21 Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo’” (Evangelio de Lucas 13,18-20).


B. A la inversa: Jesús enemigo acérrimo de los fariseos

Desacredita y condena a los fariseos

“Por tanto, cuando des limosna no lo anuncies a toque de trompeta como hacen los hipócritas (= fariseos). en las sinagogas y en la calle para que la gente los alabe. Ya han recibido su recompensa, os lo aseguro […] 5 Cuando recéis, no hagáis como las hipócritas, que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse ante la gente. Ya han recibido su recom¬pensa, os lo aseguro” (Evangelio de Mateo 6,2.5).

“Entonces se acercan los discípulos y le dicen: ‘¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tu palabra?’ 13 El les respondió: ‘Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz. 14 Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo’” (Evangelio de Mateo 15,12-14).

“Dijo Jesús a sus discípulos: ‘Mucho cuidado con la levadura de los fa¬riseos y saduceos’.12 Entonces comprendieron que no los prevenía contra la levadura del pan, sino contra la doctrina de los fariseos y saduceos” (Evangelio de Mateo 16,11-12).

“¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, qué les cerráis a los hombres el reino de Dios! Porque voso¬tros no entráis, y a los que están entrando tampoco los de¬jáis.15¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para ganar un prosélito y, cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros! 16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que enseñáis: ‘Jurar por el santuario no es nada; pero jurar por el oro del santuario obliga’! 17 ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el santuario que consagra el oro? 18 O también: ‘Jurar por el altar no es nada, pero jurar por la ofrenda qué está en el altar obliga’. 19 ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar, que hace sagrada la ofrenda? 20 Quien jura por el altar, jura al mismo tiempo por todo lo que está encima; 21 y quien jura por el santuario, jura al mismo tiempo por el que habita en él: 22 y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él” (Evangelio de Mateo, 23,14-22).

Los fariseos desacreditan a Jesús

“Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: ‘¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores? […] 18 Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen: ‘¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?’” (Evangelio de Marcos 2,16.18).

“Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. 12 Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: ‘¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará, a esta generación ninguna señal.’ 13 Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta. 14 Se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. 15 El les hacía esta advertencia: ‘Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes’” (Evangelio de Marcos 8, 11-15).

“Salían ellos todavía, cuando le presentaron un mudo endemoniado. 33 Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: ‘Jamás se vio cosa igual en Israel’. 34 Pero los fariseos decían: ‘Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios’” (Evangelio de Mateo 9,32-34).

Los fariseos quieren matar a Jesús

“Pasó de allí y se fue a la sinagoga de ellos. 10 Había allí un hombre que tenía una mano seca. Y le preguntaron si era lícito curar en sábado, para poder acusarle. 11 El les dijo: ‘¿Quién de vosotros que tenga una sola oveja, si ésta cae en un hoyo en sábado, no la agarra y la saca? 12 Pues, ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por tanto, es lícito hacer bien en sábado’. 13 Entonces dice al hombre: ‘Extiende tu mano’. El la extendió, y quedó restablecida, sana como la otra. 14 Pero los fariseos, en cuanto salieron, se confabularon contra él para ver cómo eliminarlo’” (Evangelio de Mateo 12,9-14).



Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com



Jueves, 5 de Abril 2012
Hace unos días, Antonio Piñero y yo recibimos un correo electrónico del traductor de la obra de Diarmaid MacCulloch comentada en algunos de mis posts anteriores. Este traductor solicitaba –entre otras cosas que Vds. verán de inmediato– la publicación del texto que sigue. Dado que este espacio me está asignado con todos sus derechos y responsabilidades, yo soy quien debía decidir si este escrito se publicaría o no. A pesar de que buena parte del texto enviado por el sr. traductor constituye una réplica a un escrito mío que solo ha circulado en privado, dadas mis críticas públicas en esta sede, y dado que quien escribe es –al igual que mis colegas y amigos de este blog– firme defensor del derecho a la réplica y a la defensa, opto por publicarlo aquí íntegramente, siendo innecesario que su autor me lo agradezca. Sigue mi contrarréplica.



RÉPLICA: TRISTE EXCUSA PARA UNA HISTORIA EXCELENTE



En primer lugar, quiero agradecer al titular de este blog la gentileza de permitirme responder a los artículos que recientemente ha hecho públicos en este y otros foros el Sr. Fernando Bermejo en relación a una obra traducida por mí. En segundo lugar, quiero advertir al Sr. Bermejo que desde esta misma línea encontrará en mi lenguaje un tono muy distinto al que he mantenido con él en otros diálogos privados, exactamente hasta el momento que estudié la muestra de «errores» presuntamente achacables a mi versión española de A History of Christianity, del profesor D. MacCulloch. Y, en tercer lugar, dirigiéndome expresamente a los lectores de este blog, diré que no voy más que a apuntar unas líneas generales, sin desarrollarlas en absoluto en todos sus extremos, para desmentir categóricamente la valoración que hace el Sr. Bermejo; y lo haré así para no alargar más este desgraciado asunto tratando, al menos, de defender mi imagen como traductor, lesionada por la tan imprudente actuación del Sr. Bermejo.
Desconozco los campos específicos y la metodología de análisis e investigación de los estudios sobre el cristianismo, pero sí puedo afirmar que conozco bastante bien todos los relacionados con el ámbito de la traducción. En su vertiente más teórica, es preciso distinguir, por ejemplo, entre literalidad y globalidad de sentido; valga decir que en nuestro gremio se habla en ocasiones, sin ir más lejos, de traductores/traducciones a las que se califica de «literalistas» o de «no literalistas»; y que, entre otros, ese conocimiento debe cuando menos enseñar al traductor a comprender que ningún texto tiene una «única» traducción correcta o válida (aunque, sin duda, hay muchas que pueden ser incorrectas o inválidas). En su vertiente aplicada, una de las primeras preguntas que se debe plantear un traductor al abordar un texto es cuáles son los lectores potenciales del futuro libro, y no sólo por factores intrínsecos al texto (tema, registro de lenguaje, tono...), sino también por factores externos y materiales (editorial que lo publicará, medio en el que aparecerá, público lector de esa obra y editorial...). También en su vertiente aplicada, y para su valoración a posteriori, es preciso contar, entre otras muchas cosas, con un catálogo que permita diferenciar entre errores ortotipográficos, erratas, correcciones de estilo, opciones terminológicas, adaptaciones culturales/textuales/lingüísticas... y, sí, finalmente, también errores leves o graves.
Una vez analizada la muestra de presuntos «errores», un recuento pormenorizado arroja que de un total de 107, es decir, un 0,041 por ciento del total de las 257.000 palabras que componen los más de 600 folios a que corresponden, 67 casos son en realidad propuestas de corrección de estilo del Sr. Bermejo que en absoluto pueden considerarse errores; 17 constituirían un amplio capítulo de «Otros» en el que se incluyen erratas, «despistes» editoriales, enmiendas irrelevantes o valoraciones ignorantes de los requerimientos de trasvasar un mensaje de una lengua a otra. Por último, 23 casos (el 0,008 por ciento de ese total de más de 600 folios) podrían considerarse errores «leves» o de interpretación (y digo «podrían» porque le concedo automáticamente la razón como especialista que parece ser en este tema, aun cuando no esté tan claro desde el punto de vista traductológico)... y tan solo de 3 casos se puede decir que son ciertamente errores que se podrían considerar relevantes. Si la muestra de «errores» abarca aproximadamente la mitad del texto de MacCulloch, resulta difícil comprender que se pueda escribir tan gratuita e irresponsablemente que «si [sus] cálculos no fallan, [la edición] debe de superar con mucho el millar de errores». Toda esta cuantificación sin tener en cuenta que existen, al menos, tres ediciones en inglés diferentes de la obra (la que manejó el Sr. Bermejo, al menos, no es la misma que yo he utilizado para traducir), sobre una de las cuales el autor introdujo, además, en torno a un centenar de correcciones (¿errores de autor?). En más de 257.000 palabras, casi 11.000 frases, hay tres errores relevantes y 23 posibles errores leves o de interpretación. Triste recuento.
Por si eso no bastara, al Sr. Bermejo le preocupaba mucho «no perjudicar mis intereses» (según me dijo en diálogo privado y, eso sí, después de haberme expresado yo en los comentarios a su primera entrada), cosa que sin duda ha hecho y muy gravemente, sin pensar que también ha perjudicado sin fundamento alguno, además de a la editorial (¿puede alguien imaginar lo que significa recomendar a los lectores más interesados en una obra que la lean en su lengua original y huyan de la traducción?) y a los correctores que en su día realizaron la revisión del texto (no tan «especializada», sin duda), los cuales también se sentirán interpelados por el Sr. Bermejo y, lo que es peor, por sus propios supervisores en la editorial. Pero al Sr. Bermejo no le bastó con eso, sino que también remitió la «lista de errores» al autor, en lo que sin duda ha sido el ejercicio de presuntuosidad con consecuencias más irreparables que se hubiera podido concebir.
Es una pena que el Sr. Bermejo anunciara en el título de sus entradas comentar una «excelente historia» pero que no haya podido pasar de hablar de la, según él, «triste traducción». Yo, además, me hago, entre otras, una pregunta: ¿Por qué el Sr. Bermejo espera un año a comentar una «excelente historia» publicada en inglés en febrero de 2011 y, pese a haberla leído en la lengua original y ser excelente, cuando anuncia comentarla desaprovecha dos ocasiones para hacerlo y se postula como «lektor» con el fin de revisar la traducción? Envidio el tiempo de que dispone el Sr. Bermejo quien, después de leer una obra, puede releerla en otra lengua y cotejar las versiones... ¡con la de libros que hay siempre pendientes de lectura!
Por último, y por tanto, agradecería al Sr. Bermejo que:
1.- Publique este mismo texto, sin introducciones ni comentarios, en los blogs en que se hayan difundido sus dos entregas anteriores sobre esta obra.
2.- Con posterioridad, en una entrega independiente, matice o corrija las sentencias inadecuadas que, sea por la indebida aplicación de licencias literarias, por la errónea atribución de responsabilidades traductológicas/editoriales, por sobregeneralización... o por cualesquiera que sean los motivos, ha escrito irresponsablemente y,
3.- Estudie el modo de reparar los daños causados en mi imagen y prestigio personal y profesional como traductor ante el autor, la editorial, mi entorno profesional y la opinión pública.
El afán del Sr. Bermejo por enmendar errores es encomiable, pero hay una diferencia entre el «deber» de enmendar errores y el aprovechamiento de los presuntos errores ajenos para obtener ventaja o beneficio (mediático, profesional, ...) sin preocuparse de los perjuicios que pueda ocasionar a terceros. Antiguamente (es decir, hace unos veinte años) las editoriales recibían cartas de lectores para señalar erratas cuya corrección servía para mejorar futuras ediciones. Era un «sentimiento del deber« que tenían muchos lectores para corregir una simple tilde o añadir una diéresis. Sin embargo, lo que el Sr. Bermejo ha conseguido, aparte de lesionar gravemente la imagen de terceros, no ha sido más que destacar como experto y, acaso, postularse como especialista y revisor editorial. En el Evangelio abundan los episodios ejemplares en los que Jesucristo critica o reprende a los fariseos. Yo recomendaría Mateo 23, 1-12, o el célebre sobre los «sepulcros blanqueados».
Por lo demás, obsta decir que, ya en contacto con el gabinete jurídico de la asociación de traductores que me representa, me reservo el derecho de emprender las acciones legales pertinentes en caso de que continúe viendo lesionados mi imagen, mi buen nombre y mis derechos profesionales.
Con la esperanza de encontrarnos en una situación menos desafortunada, envío un saludo muy cordial a todos los lectores.
Ricardo García Pérez
Traductor de Inglés-Español
Miércoles, 4 de Abril 2012

RESPUESTA DE FERNANDO BERMEJO

El malestar ocasionado por la recepción del texto anterior en quien firma este no tiene nada que ver con las lindezas que en ella se acumulan (recapitulando: Fernando Bermejo es un ignorante en el ámbito traductológico, un imprudente, un irresponsable, un miserable insensible e interesado que se aprovecha del perjuicio que causa a otros, un presuntuoso y un hipócrita sepulcro blanqueado), ni desde luego con las amenazas (nada menos que de acciones legales) que contiene, sino con la tensión provocada por la confluencia de, por un lado, la convicción de que todo el mundo debe tener derecho de réplica (y ello a pesar de que tal derecho es aquí dudoso), y, por otro, la no menos profunda convicción de que si a alguien puede perjudicar la publicación de la carta que antecede es, única y exclusivamente, a su propio autor.

La desazón, no obstante, no se acaba ahí, sino que se prosigue en la medida en que si, por una parte, el impulso espontáneo de quien firma es pensar que la única reacción que merece esa carta es el más sepulcral silencio o la más demoledora ironía, por otra ese impulso se ve dificultosamente asociado a la nítida percepción de que quien ha redactado ese escrito es alguien que parece albergar la genuina sensación de haber sido objeto de un comportamiento injusto y de ser asistido en todo, en sus manifestaciones, por la razón y la justicia. Esto hace que la honda repugnancia que a quien escribe estas líneas le inspira esa carta se vea en todo momento trabada por la exigencia de entender a quien la ha escrito, de –por así decirlo– disculparlo, y de, en la medida de lo posible, no incurrir en la demasiado fácil tentación de pagarle con la misma moneda que utiliza y, por tanto, de faltarle demasiado fácilmente al respeto.

Así pues –a pesar de las diversas insidias y las falsedades que el texto del sr. García Pérez contiene, y a pesar de que soy consciente de que cualquier cosa que yo escriba no mitigará los sentimientos profundamente negativos que el autor parece albergar hacia mí–, al menos mientras redacto el presente escrito me esforzaré en suponer que el sr. Ricardo García Pérez (cuyo nombre hasta ahora yo no había utilizado como una de las maneras de intentar poner coto a los efectos negativos de mi crítica), al redactar su carta, ha caído por debajo de sí mismo, y es por tanto alguien mejor –intelectual y moralmente– que lo que su carta denota.

Dado que las diversas descalificaciones personales que el autor realiza se comentan por sí mismas y/o son indemostrables, en lo que sigue me limitaré a los hechos comprobables, es decir, a afirmaciones concretas relativas a su traducción del libro mencionado. Pues bien, lamentablemente, diversas afirmaciones del autor de la carta son falsas, y algunas de ellas además demostrablemente falsas, y ello ya con total independencia del análisis de su traducción.

1º) El autor afirma que mi denuncia de errores se refiere a “más de 600 páginas”, a “aproximadamente la mitad del texto” (que tiene 1.293 páginas). En realidad, la muestra de errores enviada a la editorial, el propio traductor y los agentes literarios del autor (previa petición expresa de ellos) contenía (como se señalaba meridiana y explícitamente) errores extraídos únicamente de las pp. 105 a 530. Lo que es más relevante, el escrito al que el traductor tuvo íntegro acceso iba encabezado por varias observaciones, una de las cuales decía literalmente: “Estas correcciones –que comienzan con la 2ª Parte de la obra, en la página 105– se refieren únicamente a menos de una tercera parte del volumen total del libro (e incluso en esta porción no se han tenido en cuenta algunas de sus subsecciones)”.

2º) Con sus minuciosas cuantificaciones, el autor comete además la evidente falacia de presentar los errores señalados por quien firma como una lista exhaustiva, y no como lo que en realidad era (y como se afirmó ya en este blog) a saber, una mera muestra. De hecho, otra de las observaciones que encabezan el escrito mío que obra en poder del sr. García Pérez dice literalmente: “Los problemas señalados no son, ni mucho menos, todos los detectados, sino solo una selección representativa. Hay muchos más errores e imprecisiones de los aquí consignados”.

3º) Otra falacia está implicada en las afirmaciones del sr. García Pérez de que la edición inglesa que él usó es diferente a la que yo he usado, y de que el autor introdujo un centenar de correcciones. Aunque al menos la segunda afirmación es en sí misma correcta (la semana pasada Diarmaid MacCulloch me envió esa lista de correcciones), tales afirmaciones son insidiosas, por la sencilla razón de que las eventuales diferencias entre las ediciones, así como las correcciones efectuadas, son prácticamente irrelevantes en cuanto a los errores que yo he señalado (salvo meliori, solo una corrección de MacCulloch coincide con uno de los pasajes de mi muestra de errores).

Al señalar la existencia de falsedades y falacias en la carta del sr. García Pérez no estoy diciendo que el autor de la carta haya mentido a sabiendas. En mi esfuerzo por pensar de él in bonam partem, tiendo a creer, más bien, que su percepción de la realidad se ha visto alterada por su necesidad de lavar su imagen a toda costa (aun a costa de intentar manchar la mía) y por los profundos sentimientos negativos que su escrito trasluce, lo que le lleva a confundir bastante menos de 400 páginas con más de 600, y una simple muestra de errores con una enumeración exhaustiva, cuando resultan obvias las diferencias entre cada una de estas magnitudes.

En realidad, las tergiversaciones de la realidad señaladas no son las únicas que cabe atribuir al sr. García Pérez: el correlato de la minimización de sus errores es una desaforada magnificación de la malevolencia ajena (en este caso, la mía). De hecho, vale la pena recordar que el sr. Ricardo García Pérez ya tuvo que retractarse de sus palabras cuando en los comentarios al blog me atribuyó algo que yo no había escrito, a saber, que su traducción era “pésima”. Yo jamás afirmé tal cosa, como el propio sr. García Pérez hubo de reconocer luego. De hecho, la traducción del sr. García Pérez no es pésima. “Pésima” es un superlativo, y si su traducción fuera pésima habría que rehacerla enteramente, cosa que no es en absoluto necesaria (una gran parte de su traducción es más que aceptable). El problema reside en que está plagada de errores.

Una vez detectadas las falsedades señaladas, a uno pueden empezar a surgirle ciertas dudas fundadas acerca de la credibilidad que merecen las restantes afirmaciones del traductor Ricardo García Pérez, y acerca de su grado de objetividad a la hora de juzgar el número y la gravedad de errores que ha cometido (y, de paso, también a la hora de juzgar a quien esto firma). Las llamativas reducciones operadas por el sr. García Pérez en sus intentos de minimizar el problema de su traducción permiten también comprender la lógica que opera en la reducción que convierte una muestra de 107 errores en 23, y a su vez estos 23 en solo 3 realmente relevantes.

Las pretensiones del sr. Ricardo García Pérez son, por lo demás, susceptibles de una virtual reducción al absurdo: si fuera cierta la pretensión de que la práctica totalidad de los errores señalados son insignificantes o cuestiones de estilo, y que por tanto la traducción apenas presenta errores, tal como pretende, no se entendería bien que la editorial Debate, tras haber pagado la labor del traductor, vaya ahora a costear –como de hecho va a hacer– los gastos de una revisión y una nueva edición corregida.

Más allá de las falsedades señaladas, el único modo fiable que tienen los lectores interesados de comprobar dónde se halla la verdad sería comparar la traducción del sr. García Pérez con la nueva edición que es de prever la editorial publicará dentro de algunos meses. Cabe suponer, no obstante, que apenas habrá lectores dispuestos a realizar esta tarea. Yo habría preferido no volver a referirme en público a la traducción del sr. García Pérez, pero dado que es este el que se ha obstinado en volver a traer a la palestra el tema, y pensando en particular en quienes solo tienen la única edición disponible actualmente en castellano, reseño a continuación –sin afán de exhaustividad– los principales tipos de errores que contiene la traducción del sr. García Pérez, de modo que los lectores con conocimientos de inglés puedan decidir por sí mismos si la muestra de errores que señalo se refiere a errores reales y relevantes o está dictada más bien por mi ignorancia y mi calenturienta y malévola fantasía.

Principales tipos de errores que contiene la traducción del sr. García Pérez:

1º) Errores muy graves de traducción en virtud del desconocimiento de la materia tratada. Puse más de media docena de ejemplos en mi segundo post (Jesús murió por “blasfemia contra las autoridades romanas”, Pablo animaba a sus interlocutores a circuncidarse, el cristianismo predicaba tres dioses, los árabes se llamaban a sí mismos “rumíes”/“romanos”…), pero hay muchos más. Según la traducción del sr. García Pérez, por ejemplo:
El Antiguo Testamento habla de la virgen María (y Erasmo de Rotterdam lo sabía): la frase “Erasmus came to deplore the redirection on to Mary of Old Testament texts” es traducida como “Erasmo acabó detestando la reorientación que se daba a la figura de María en los textos del Antiguo Testamento” (p. 639).
Jesús apenas usó el término “Dios”: la frase “Erasmus had also noted that the term ‘God’ is rarely used for Christ in the biblical text” es traducida como “Erasmo también había señalado que Cristo raras veces utiliza el término ‘Dios’ en el texto bíblico” (p. 646).
Las listas que los Evangelios canónicos presentan de los testigos de las apariciones no mencionan a las mujeres. De la lista de testigos de apariciones del Jesús resucitado en Pablo MacCulloch afirma: “His list of witnesses to Resurrection appearances significantly contrasts with that of three Gospels, by not including any women at all”. García Pérez traduce: “[…] contrasta significativamente con las que aparecen en los tres Evangelios, que no incluyen a ninguna mujer” (p. 147).

Constantino se convirtió al cristianismo en diversas ocasiones, y la gente lo atestiguó: La frase “Constantine has often been seen as undergoing a ‘conversion’ to Christianity es traducida por García Pérez como “A Constantino se le había visto a menudo experimentando una ‘conversión’ al cristianismo” (p. 221).

Estos disparates –que dejan, sin embargo, impertérrito al sr. García Pérez– van acompañados de otros de un calibre inferior, como por ejemplo la traducción de “Catholicity” por “conformidad universal” (p. 156) o la confusión del género literario de los “Hechos” con la obra particular de los Hechos de los Apóstoles (p. 158), entre otros muchos.

Saludos cordiales de
Fernando Bermejo.
Miércoles, 4 de Abril 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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