Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
En un texto escrito en esta misma sede hace algunos meses llamé la atención de los lectores sobre el interés de la Historia del cristianismo de Diarmaid MacCulloch. Allí dejé clara, sin ambages, la gran calidad de esta obra y mi respeto y admiración por quien ha escrito un libro muy extenso con tanta competencia, voluntad de estilo y honradez intelectual. Ello no es óbice, sin embargo, para que también en esta obra egregia puedan señalarse (como también indiqué en su momento) algunas cuestiones de detalle inexactas, discutibles o simplemente erróneas. Aliquando bonus dormitat Homerus. Dado que recientemente he debido de hacer una lectura cuidadosa de esta obra para cotejarla de modo sistemático con la traducción española, me parece que puede resultar de interés señalar estos pequeños errores o aspectos discutibles, y muy en particular aquellos que el propio MacCulloch ha detectado ya, o bien cuya presencia ha reconocido honradamente cuando le han sido señalados. Esto puede resultar interesante tanto a quienes entre nuestros lectores hayan adquirido la versión inglesa, como a aquellos lectores que dispongan de la demasiado a menudo alucinante versión del sr. Ricardo García Pérez (cuyos errores, ahora puedo confirmar, se cuentan por millares –a pesar de lo cual, y a la espera de una nueva edición, sigue sin ser retirada de las librerías–). Me referiré en lo que sigue, pues, a la edición inglesa de Penguin. No vale la pena detenerse en unos pocos errores tipográficos (v. gr. metátesis como “Euthrypo” en vez de “Euthyphro” en la página 1020, o errónea grafía de unos pocos términos alemanes: v. gr. p. 1028, n. 37, Rechtgläubichkeit en vez de “Rechtgläubigkeit"). No son ni abundantes ni significativos. Aunque no abundantes, sí son significativos errores de otra naturaleza, que reseño a continuación. Página 9: Refiriéndose a Jesús de Nazaret (con respecto al cual el autor utiliza el mucho más que discutible término “founder” del cristianismo), MacCulloch afirma que “in a major break with the culture around him, he told his followers to leave the dead to bury their own dead”. El episodio evangélico de Mt 8, 22 / Lc 9, 60, con el mandato circunstancial de Jesús de dejar a los muertos enterrar a sus muertos no constituye necesariamente, sin embargo, una ruptura con la cultura contemporánea. Aunque la mayor parte de exegetas y teólogos repiten como loros las afirmaciones de Martin Hengel (en Nachfolge und Charisma = Seguimiento y carisma) según las cuales Mt 8, 22 / Lc 9, 60 implican una “ruptura con el judaísmo”, quienes se han tomado la molestia de pensar sin las anteojeras al uso han aducido muy serias razones a favor de que el episodio no implica en absoluto tal “ruptura”. Pueden verse v. gr. M. Bockmuehl, “‘Let the Dead Bury Their Dead’ (Matt. 8:22/Luke 9:60): Jesus and the Halakah”, Journal of Theological Studies 49 (1998) 553-581; y J. G. Crossley, The Date of Mark’s Gospel. Insight from the Law in Earliest Christianity, T & T Clark, London, 2004, pp. 105-107. En una comunicación personal, MacCulloch reconoce que obras como estas contienen una sensata visión alternativa a la ordinaria y manida (que él reproduce). Página 81, de nuevo refiriéndose a Jesús: “He actually produces one of his most remarkable innovations by calling God ‘abba’, an Aramaic word equivalent to ‘Dad’, which had never been used to address God before in Jewish tradition”. Y en la página 86: “He is, after all, the one who has seized the intimate word abba and used it when speaking to God”. Lamentablemente, MacCulloch se basa aquí en la obra de Joachim Jeremias, cuyas afirmaciones han repetido (y repiten aún, y repetirán) miles de exegetas confesionales, teólogos y predicadores, con el previsible resultado de que tanto ellos como la grey a la que pastorean se han acabado creyendo a pies juntillas que el uso de “abba” forma parte de la supuestamente incomparable singularidad de Jesús. De nuevo, en una comunicación personal, MacCulloch, aun declarándose no preparado por el momento para emprender una revisión de su texto que implicaría en algunos casos una reescritura, ha admitido mi sugerencia de que sería conveniente remitir el lector a obras que ponen en jaque la plausibilidad de las manidas afirmaciones teológicas, por ejemplo: J. Barr, “‘Abba’ isn’t ‘Daddy’”, Journal of Theological Studies 39 (1988) 28-47; o G. Schelbert, Abba Vater. Der literarische Befund von Altaramäischen bis zu den späten Haggada-Werken, Vandenhoeck & Ruprecht, Göttingen, 2011. En la página 91, MacCulloch afirma que Jesús fue “put on trial and executed along with two common criminals”. Que Jesús fue crucificado con dos “delincuentes comunes” (pongamos: dos ladrones) es lo que los autores cristianos, exegetas y teólogos, han repetido incansablemente, de nuevo con el previsible resultado de que la multitud identifica a los individuos que según los Evangelios fueron crucificados con Jesús con gente sin el menor carácter sedicioso (lo cual hace más fácil, a su vez, acabar pensando que el propio Jesús de sedicioso tampoco tuvo nada). Esta idea es, sin embargo, solo una de entre las muchísimas ideas implausibles que la reescritura cristiana de la historia depara a los dispuestos a comulgar con ruedas de molino. Que tal comunión (indigesta o reconfortante, según se mire) es la que aquí tiene lugar se deduce cuando se tienen en cuenta, por lo menos: a) las circunstancias en que los romanos aplicaban la crucifixión; b) los cargos políticos de la ejecución del propio Jesús; y c) las noticias evangélicas sobre una reciente stásis (revuelta) en Jerusalén. El término usado por Marcos y Mateo es lestaí, un término que acostumbra a designar a rebeldes políticos. Es Lucas quien cambia el término por el de kakourgoí (“malhechores”). MacCulloch acepta la observación y ha propuesto, algo más razonablemente, sustituir en una futura edición ‘common criminals’ por ‘two men who were probably political rebels against the Romans’ (“dos hombres que fueron probablemente rebeldes políticos contra los romanos”). Continuará. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 20 de Junio 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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