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Blog de Tendencias21 sobre las implicaciones sociales del avance científico, tecnológico y biomédico.
Recientes estudios están mostrando la aproximación entre dos disciplinas que durante muchos años se han dado la espalda. En cambio, conocimientos como la biología molecular, la epigenética, etcétera indican que la dirección de ambas disciplinas ha cambiado.
La sociología es una ciencia muy ecléctica lo que la convierte en un ámbito de conocimiento altamente complejo. Resulta relativamente sencillo comprobar que conviven con la misma vitalidad enfoques teóricos muy diferentes e incluso contrarios. Este hecho no implica que esta ciencia tenga que ser menospreciada o infravalorada. Esta realidad constata la gran dificultad que supone estudiar un entorno como el social y muestra la apertura de miras de los científicos sociológicos.
La biología, en cambio, es una ciencia con un asentamiento más claro en un paradigma concreto, con unas herramientas de análisis más estructuradas. Como es evidente, este hecho tampoco implica una minusvaloración de esta ciencia y del conocimiento generado por ella. Como acabo de indicar, lo único que muestra esto es un claro asentamiento en un contexto epistemológico más uniforme y con una historia más dilatada.
Durante muchos años hemos visto autores, próximos a los estudios sociales, que consideraban que el conocimiento biológico era determinista y abría las puertas a un conocimiento ideologizado e incluso totalitario. Esto también sucedió en investigadores biológicos. No obstante, parece que la biología siempre ha mostrado cierto interés por los estudios sociológicos. Disciplinas como la fitosociología y la etología, de un modo u otro, son un buen ejemplo de ello.
Recientemente hemos podido comprobar que diversos autores han acuñado la denominación de “sociología molecular” a los fenómenos de interrelación celular. Esta subdisciplina de la biología molecular es consciente que los procesos sociales también suceden a nivel micro y amplía notablemente el ámbito de conocimiento de la sociología. El problema que puede implicar para aquellos que nos ocupamos del análisis de lo social es que debamos de conocer más profundamente los entresijos de los mecanismos y fenómenos moleculares. Además, también sería necesario comprender que, del mismo modo que la epigenética ha ayudado a comprender que fenómenos sociales como una hambruna o la violencia tiene efectos biológicos, también la propia biología y sus condicionantes tiene efectos sociológicos.
Veremos en qué acaba esta relación disciplinar.
La biología, en cambio, es una ciencia con un asentamiento más claro en un paradigma concreto, con unas herramientas de análisis más estructuradas. Como es evidente, este hecho tampoco implica una minusvaloración de esta ciencia y del conocimiento generado por ella. Como acabo de indicar, lo único que muestra esto es un claro asentamiento en un contexto epistemológico más uniforme y con una historia más dilatada.
Durante muchos años hemos visto autores, próximos a los estudios sociales, que consideraban que el conocimiento biológico era determinista y abría las puertas a un conocimiento ideologizado e incluso totalitario. Esto también sucedió en investigadores biológicos. No obstante, parece que la biología siempre ha mostrado cierto interés por los estudios sociológicos. Disciplinas como la fitosociología y la etología, de un modo u otro, son un buen ejemplo de ello.
Recientemente hemos podido comprobar que diversos autores han acuñado la denominación de “sociología molecular” a los fenómenos de interrelación celular. Esta subdisciplina de la biología molecular es consciente que los procesos sociales también suceden a nivel micro y amplía notablemente el ámbito de conocimiento de la sociología. El problema que puede implicar para aquellos que nos ocupamos del análisis de lo social es que debamos de conocer más profundamente los entresijos de los mecanismos y fenómenos moleculares. Además, también sería necesario comprender que, del mismo modo que la epigenética ha ayudado a comprender que fenómenos sociales como una hambruna o la violencia tiene efectos biológicos, también la propia biología y sus condicionantes tiene efectos sociológicos.
Veremos en qué acaba esta relación disciplinar.
Miércoles, 13 de Noviembre 2019
Diversos investigadores han mostrado que la ciencia y la tecnología generan un marco que no se limita, exclusivamente, al análisis y la investigación sobre los hechos o sobre la verdad. El sociólogo Maurizio Meloni nos muestra que la biología es un buen ejemplo de ello.
En buena parte de las sociedades actuales la biología ha generado una transformación de la realidad a partir de la interpretación que realizamos de los hechos y de nuestro ambiente. Es decir, es habitual encontrar que cualquier persona explica su cotidianidad en base a procesos biológicos o biomédicos. La herencia, los genes, la transmisión de enfermedades, etc. son algunos de los elementos que nos sirven de argumentación y que condiciona nuestra vida.
Ahora bien, el conocimiento biológico –tras caer en cierto nivel de “desprecio” entre principios del siglo XIX y la Segunda Gran Guerra– ha ido adquiriendo gran importancia a raíz de la década de los 70. El mendelianismo o el lamarckismo fueron dos elementos que condicionaron sustancialmente las ideologías. El primero, el mendelianismo defendía una especie de determinismo genético sobredimensionado. El segundo, en cambio, hipertrofiaba la determinación ambiental. Ambos enfoques, como nos indica Meloni, tuvieron importancia partidista y fueron empleados por las derechas ideológicas y, paradójicamente, también por las izquierdas.
Ahora bien, el conocimiento biológico –tras caer en cierto nivel de “desprecio” entre principios del siglo XIX y la Segunda Gran Guerra– ha ido adquiriendo gran importancia a raíz de la década de los 70. El mendelianismo o el lamarckismo fueron dos elementos que condicionaron sustancialmente las ideologías. El primero, el mendelianismo defendía una especie de determinismo genético sobredimensionado. El segundo, en cambio, hipertrofiaba la determinación ambiental. Ambos enfoques, como nos indica Meloni, tuvieron importancia partidista y fueron empleados por las derechas ideológicas y, paradójicamente, también por las izquierdas.
Lunes, 4 de Febrero 2019
Los estudios provenientes de las ciencias sociales son fundamentales para los médicos y los enfermeros. Este hecho no es bien comprendido y hace que el ideal de interdisciplinaridad no sea real en buena parte de las investigaciones biomédicas. Por ello considero que es fundamental la transformación de los procesos de investigación.
Los beneficios que reporta el conocimiento social para el ámbito de las ciencias de la salud y del cuidado son indudables. Ahora bien, no todos los científicos biomédicos lo tienen claro o lo ven con esta claridad. El contexto social de los pacientes es un factor determinante que parece no ser tenido en cuenta salvo en lo relativo a aspectos psicológicos y económicos.
Las investigaciones biomédicas permiten traer consigo mejoras constantes en las personas y en toda la sociedad. De ahí que sean numerosos los trabajos sobre los beneficios sociales de la tecnociencia. Así mismo, la producción de artefactos biomédicos parecen ser beneficiosos per se, pero no todo es tan sencillo. Las ciencias sociales nos muestran que el tejido social esta conformado por una policontextura (en palabras de Juan Luis Pintos) repleta de elementos que se inter-relacionan entre sí. Por ello, el conocimiento biomédico necesita ser comprendido dentro del contexto social donde éste se genere y se aplique. Del mismo modo que las ciencias sociales deberían comprender mejor los determinantes biomédicos. Pongamos algún ejemplo.
La medicina ha sido implementada en un entorno social androcéntrico, lo que ha supuesto que algunas patologías no hayan sido entendidas adecuadamente. En este sentido las demencias neurológicas tipo Alzheimer tienen mucha mayor incidencia en mujeres y hombres, algo que también ocurre con algunos tipos de esclerosis. De hecho, diversos estudios han puesto de manifiesto que existen diferencias fisiopatológicas en la manifestación de la enfermedad como en la respuesta a los tratamientos médicos entre las mujeres y los varones.
Otro ejemplo lo encontramos en los efectos sociales de las enfermedades raras. Es una intuición personal, pero la información que manejamos en la Unidad de Investigación Social en Salud y Enfermedades Raras (Universidad de Valladolid) nos conduce a sospechas que existen diferencias en el impacto social de las mismas en función del género.
Un tercer ejemplo lo encontramos en la manera en la que el conocimiento de las transformaciones genéticas y epigenéticas permite comprender mejor los cambios individuales y sociales.
Estos y otros ejemplos sería importante que estuviesen presentes en los científicos biomédicos o sociales. Ambos deberían hablar ya que unos y otros se pueden ayudar mutuamente en el desarrollo de sus investigaciones. La impresión que tengo, en cambio, es negativa sobre este posible diálogo.
Las investigaciones biomédicas permiten traer consigo mejoras constantes en las personas y en toda la sociedad. De ahí que sean numerosos los trabajos sobre los beneficios sociales de la tecnociencia. Así mismo, la producción de artefactos biomédicos parecen ser beneficiosos per se, pero no todo es tan sencillo. Las ciencias sociales nos muestran que el tejido social esta conformado por una policontextura (en palabras de Juan Luis Pintos) repleta de elementos que se inter-relacionan entre sí. Por ello, el conocimiento biomédico necesita ser comprendido dentro del contexto social donde éste se genere y se aplique. Del mismo modo que las ciencias sociales deberían comprender mejor los determinantes biomédicos. Pongamos algún ejemplo.
La medicina ha sido implementada en un entorno social androcéntrico, lo que ha supuesto que algunas patologías no hayan sido entendidas adecuadamente. En este sentido las demencias neurológicas tipo Alzheimer tienen mucha mayor incidencia en mujeres y hombres, algo que también ocurre con algunos tipos de esclerosis. De hecho, diversos estudios han puesto de manifiesto que existen diferencias fisiopatológicas en la manifestación de la enfermedad como en la respuesta a los tratamientos médicos entre las mujeres y los varones.
Otro ejemplo lo encontramos en los efectos sociales de las enfermedades raras. Es una intuición personal, pero la información que manejamos en la Unidad de Investigación Social en Salud y Enfermedades Raras (Universidad de Valladolid) nos conduce a sospechas que existen diferencias en el impacto social de las mismas en función del género.
Un tercer ejemplo lo encontramos en la manera en la que el conocimiento de las transformaciones genéticas y epigenéticas permite comprender mejor los cambios individuales y sociales.
Estos y otros ejemplos sería importante que estuviesen presentes en los científicos biomédicos o sociales. Ambos deberían hablar ya que unos y otros se pueden ayudar mutuamente en el desarrollo de sus investigaciones. La impresión que tengo, en cambio, es negativa sobre este posible diálogo.
Domingo, 13 de Enero 2019
La consideración de la sangre como elemento generador de calor
La sangre es un elemento misterioso, vinculado históricamente a lo negativo (i.e. menstruación) generó la idea de que era necesario sangrar a las personas para que éstas pudieran ser depuradas. La idea, expuesta ya por Hipócrates, provenía de la consideración del cuerpo (simplificándolo mucho) como una especie de parénquima en el cual la sangre se distribuía en función de las necesidades. El problema era que en ocasiones la sangre se acumulaba en alguna zona del organismo, lo cual podría ser perjudicial.
La sangre estaba estrechamente relacionada con la parte espiritual del ser humano, por ello gracias a estos sangrados se purificaba el organismo y el espíritu. Recordemos que las mujeres, al ser históricamente consideradas más impuras que los varones, debían eliminar periódicamente -según la creencia antigua- las impurezas que se generaban en su interior.
La sangre estaba estrechamente relacionada con la parte espiritual del ser humano, por ello gracias a estos sangrados se purificaba el organismo y el espíritu. Recordemos que las mujeres, al ser históricamente consideradas más impuras que los varones, debían eliminar periódicamente -según la creencia antigua- las impurezas que se generaban en su interior.
Viernes, 6 de Julio 2018
El mundo microscópico es fascinante y enigmático. Ahora, su conocimiento precisa sosiego, tranquilidad y enormes dosis de paciencia.
Fuente: Pixabay.
No recuerdo bien la época del año, ni siquiera me acuerdo cuando sucedió. Tampoco si había alguien más. Sólo soy capaz de recordarla a ella, y al instituto de investigación donde me citó. Nos encontramos en la puerta y amablemente me dirigió a una sala no muy grande que estaba en la planta baja. Al descender sorprende la poca luz y ver a personas solitarias trabajando en pequeños cubículos. En aquella sala había, a la derecha, unas placas de madera de corredera que parecían que daban a una especie de armario o almacén. Desplazó esas puertas y allí estaba.
Contemplé una torre que me pareció enorme, inmensa. Una columna de color ocre, metálica, limpia. La pequeña sala sólo contenía una silla negra y ese extraño instrumento. Estaba repleto de botones y tenía dos objetivos. Supuse, entonces, que era un microscopio. También se podía ver, inserto en toda esta estructura extraña y futurista, un computador. Recordé esas películas distópicas que tanto me gustan.
No quería parecer un ignorante ante ella, así que intenté hacer una pregunta que mostrara cierto conocimiento. ¿Qué tipo de microscopio es éste?, preguntó con firmeza. Un microscopio electrónico de transmisión, me respondió. Entonces volví a revisar todo ese gran artefacto. Parecía que, ahora que conocía su nombre, podría entender mejor sus entresijos. Inmediatamente pensé, de manera ilusa e inocente, que con él uno podría conocer la totalidad del mundo e incluso llegar a entender todos los seres vivos.
Con gran curiosidad seguí preguntando. Me interesaba conocer para qué lo utilizaba en sus investigaciones. Me dijo que intentaba observar y comprender la estructura de un microorganismo. La respuesta me dejó un poco frío. ¡Claro!, exclamé. Introduces a ese organismo en este microscopio y ya está, ya eres capaz de verlo, añadí. Ella sonrió con dulzura y comprensión. ¡No, hombre!
Me explicó que algo que puede parecer sencillo, no lo es tanto. De hecho, agregó, cuando en las series, películas o en la tele se enseña algo relacionado con los microscopios, parece que con ellos se puede entender todo el universo e incluso toda la vida. Noté como me ruborizaba un tanto avergonzado.
Con calma fue detallando, con grandes dotes didácticas, que los microscopios electrónicos, en general, permiten ver estructuras muy pequeñas. Pero sólo se pueden ver pequeñas partes de seres vivos o de cualquier estructura. Posteriormente me indicó cómo se debía trabajar para poder contemplar alguna estructura de ese pequeño bicho.
Antes de nada se debía tener, en una pequeña solución, un conjunto de esos organismos. De ahí se extraía una cantidad que tenía que ser incluida en un tipo de resinas. Gracias a eso era posible obtener unos bloques que, posteriormente, se cortarían en porciones finas. Estos eran revisados, concienzudamente, en un microscopio óptico. Cuando se consideraba que algunos de estos bloques eran adecuados se iniciaba el minucioso proceso del corte ultrafino, los presuntos futuros candidatos a mostrar la ansiada búsqueda, y por tanto, el éxito. Estos cortes eran los que, finalmente, se introducía en dicho microscopio.
Luego esos cortes los observas al microscopio y ya lo puedes ver todo, afirmé.
No, dijo. Es necesario revisar multitud de cortes. El trabajo es muy lento, aseveró con rotundidad y mostrando cierta resignación. En ocasiones, el bloque es defectuoso. Entonces debo volver a montar otro bloque de resina. En otros casos, aunque éste puede estar bien, no es posible detectar estructuras nuevas. El bicho no nos muestra su lado bueno para la foto. ¡Es muy pesado!, exclamó. De hecho, creo que este organismo utiliza unas estructuras para comer que todavía no se han podido comprobar que existan.
Catorce meses después, me cuenta por teléfono y con gran ilusión, que ya ha logrado obtener una imagen de lo que quería. La prestigiosa revista internacional que publicará su artículo, la va a poner en la portada.
Contemplé una torre que me pareció enorme, inmensa. Una columna de color ocre, metálica, limpia. La pequeña sala sólo contenía una silla negra y ese extraño instrumento. Estaba repleto de botones y tenía dos objetivos. Supuse, entonces, que era un microscopio. También se podía ver, inserto en toda esta estructura extraña y futurista, un computador. Recordé esas películas distópicas que tanto me gustan.
No quería parecer un ignorante ante ella, así que intenté hacer una pregunta que mostrara cierto conocimiento. ¿Qué tipo de microscopio es éste?, preguntó con firmeza. Un microscopio electrónico de transmisión, me respondió. Entonces volví a revisar todo ese gran artefacto. Parecía que, ahora que conocía su nombre, podría entender mejor sus entresijos. Inmediatamente pensé, de manera ilusa e inocente, que con él uno podría conocer la totalidad del mundo e incluso llegar a entender todos los seres vivos.
Con gran curiosidad seguí preguntando. Me interesaba conocer para qué lo utilizaba en sus investigaciones. Me dijo que intentaba observar y comprender la estructura de un microorganismo. La respuesta me dejó un poco frío. ¡Claro!, exclamé. Introduces a ese organismo en este microscopio y ya está, ya eres capaz de verlo, añadí. Ella sonrió con dulzura y comprensión. ¡No, hombre!
Me explicó que algo que puede parecer sencillo, no lo es tanto. De hecho, agregó, cuando en las series, películas o en la tele se enseña algo relacionado con los microscopios, parece que con ellos se puede entender todo el universo e incluso toda la vida. Noté como me ruborizaba un tanto avergonzado.
Con calma fue detallando, con grandes dotes didácticas, que los microscopios electrónicos, en general, permiten ver estructuras muy pequeñas. Pero sólo se pueden ver pequeñas partes de seres vivos o de cualquier estructura. Posteriormente me indicó cómo se debía trabajar para poder contemplar alguna estructura de ese pequeño bicho.
Antes de nada se debía tener, en una pequeña solución, un conjunto de esos organismos. De ahí se extraía una cantidad que tenía que ser incluida en un tipo de resinas. Gracias a eso era posible obtener unos bloques que, posteriormente, se cortarían en porciones finas. Estos eran revisados, concienzudamente, en un microscopio óptico. Cuando se consideraba que algunos de estos bloques eran adecuados se iniciaba el minucioso proceso del corte ultrafino, los presuntos futuros candidatos a mostrar la ansiada búsqueda, y por tanto, el éxito. Estos cortes eran los que, finalmente, se introducía en dicho microscopio.
Luego esos cortes los observas al microscopio y ya lo puedes ver todo, afirmé.
No, dijo. Es necesario revisar multitud de cortes. El trabajo es muy lento, aseveró con rotundidad y mostrando cierta resignación. En ocasiones, el bloque es defectuoso. Entonces debo volver a montar otro bloque de resina. En otros casos, aunque éste puede estar bien, no es posible detectar estructuras nuevas. El bicho no nos muestra su lado bueno para la foto. ¡Es muy pesado!, exclamó. De hecho, creo que este organismo utiliza unas estructuras para comer que todavía no se han podido comprobar que existan.
Catorce meses después, me cuenta por teléfono y con gran ilusión, que ya ha logrado obtener una imagen de lo que quería. La prestigiosa revista internacional que publicará su artículo, la va a poner en la portada.
Miércoles, 30 de Agosto 2017
La ciencia la mantiene viva. Silente, tendida y viva.
La casa es grande y húmeda. En la planta de arriba está su habitación. Desde allí puede ver parte de una bocarribera del Monte Segade. Le encanta observar, a través de la ventana, el movimiento de las ramas de los árboles. En esta casa vive con su hijo desde hace años. Es mayor y ya está muy desgastada.
Los años han ido haciendo su trabajo. El paso del tiempo la ha postrado en cama. Su cuerpo y su mente se han divorciado, tanto que el primero no responde a las órdenes que le envía el cerebro. Ello la obliga a estar allí. Su hijo se ocupa de asearla, de las medicinas y de la comida. Desde su cama escucha a las visitas familiares, el correteo de los niños, el aire que entra por la ventana. Escucha sin oír. Oye sin ver.
Los médicos han dicho que su mielina está dañada, aunque desconocen la causa. Un virus, un problema genético o ambos. Ese demiurgo que con no poco sarcasmo se ha dedicado a reordenar su vida se mantiene oculto. De cualquier modo, lo relevante es que la información no es conducida correctamente por su sistema nervioso. Los espasmos, el dolor y el entumecimiento se ocuparon de lo demás.
Su lecho es un nudo gordiano construido con fármacos.
El techo de la habitación parece que necesita ser pintado. En la esquina que da a la casa de los de Fuentes parece que ha salido humedad. Una píldora. En la otra esquina, una araña teje una tela desde que ella era pequeña. Siempre la recuerda allí. “El nuevo” ha puesto esa música que tanto le gusta. Suena bien… El baile en el que conoció a Alfonso… La boda… Alberto… Un pájaro marrón se acerca a la ventana. Es el momento del oxígeno y otra píldora. Alfonso habla y sonríe.
En el salón, tras diez años viviendo así, Alberto está desesperado y no sabe qué hacer. Por suerte, gracias a los avances en medicina y farmacología ella puede seguir así: muda, sola, quieta, silenciosa…
Viva.
Los años han ido haciendo su trabajo. El paso del tiempo la ha postrado en cama. Su cuerpo y su mente se han divorciado, tanto que el primero no responde a las órdenes que le envía el cerebro. Ello la obliga a estar allí. Su hijo se ocupa de asearla, de las medicinas y de la comida. Desde su cama escucha a las visitas familiares, el correteo de los niños, el aire que entra por la ventana. Escucha sin oír. Oye sin ver.
Los médicos han dicho que su mielina está dañada, aunque desconocen la causa. Un virus, un problema genético o ambos. Ese demiurgo que con no poco sarcasmo se ha dedicado a reordenar su vida se mantiene oculto. De cualquier modo, lo relevante es que la información no es conducida correctamente por su sistema nervioso. Los espasmos, el dolor y el entumecimiento se ocuparon de lo demás.
Su lecho es un nudo gordiano construido con fármacos.
El techo de la habitación parece que necesita ser pintado. En la esquina que da a la casa de los de Fuentes parece que ha salido humedad. Una píldora. En la otra esquina, una araña teje una tela desde que ella era pequeña. Siempre la recuerda allí. “El nuevo” ha puesto esa música que tanto le gusta. Suena bien… El baile en el que conoció a Alfonso… La boda… Alberto… Un pájaro marrón se acerca a la ventana. Es el momento del oxígeno y otra píldora. Alfonso habla y sonríe.
En el salón, tras diez años viviendo así, Alberto está desesperado y no sabe qué hacer. Por suerte, gracias a los avances en medicina y farmacología ella puede seguir así: muda, sola, quieta, silenciosa…
Viva.
Martes, 22 de Agosto 2017
Perfil
Juan R. Coca
JUAN R. COCA Profesor Contratado Doctor del Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Universidad de Valladolid (España). Actualmente es director de la Unidad de Investigación Social y Enfermedades Raras de la Universidad de Valladolid.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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