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El esplendor del mundo. Ensayo de un pensamiento de resistencia Juan Antonio Martínez de la Fe , 20/09/2012
El esplendor del mundo. Ensayo de un pensamiento de resistencia
Ficha Técnica

Título: El esplendor del mundo. Ensayo de un pensamiento de resistencia
Autor: Vicente Ramos Centeno
Edita: Biblioteca Nueva
Colección: Ensayo
Encuadernación: Tapa blanda
Número de páginas: 172
ISBN: 978-84-9940-427-1
Precio: 18 euros

Quien abra las páginas de este libro, ciertamente, no será llevado a engaño. Su objetivo y las motivaciones que impulsaron a Vicente Ramos Centeno a escribirlo se encuentran en las primeras hojas. “Nuestro punto de partida tiene que ser la experiencia terrible del hombre contemporáneo, aplastado por la barbarie, pero para aportar esperanza, para buscar a la historia su verdad, no para afirmar la desesperación en un jugueteo de señoritos con la muerte y la nada”. Así de claro. Y ¿cuál es esa barbarie a la que se refiere el autor y que no podemos soportar? Pues “que los gobernantes impongan éticas y prácticas irracionales e inhumanas, que el Estado meta cada vez más las narices en aquellos asuntos que pertenecen a la intimidad del hombre y afectan a su más esencial libertad, que nuestros hijos sean privados cada vez más del conocimiento de nuestra hermosa tradición religiosa, humanista y científica, que se insulte constantemente a nuestra historia, que se nos niegue la alegría de ser hombres y la libertad para rezar a Dios”. Y ¿cuál es la solución que propone? Pues un pensamiento nuevo. Y ¿quiénes pueden construir tal pensamiento? Los que creen en la razón, los portadores de la herencia bíblica, los cristianos; es a ellos a quienes toca salvar la herencia.

Y este libro pretende contribuir a la creación de tal pensamiento, exponiendo en sus capítulos algunas cuestiones que parecen prioritarias; no se trata de un pensamiento ajeno a la política, no: tiene sus consecuencias en ella, especialmente para señalar aquellas corrientes ideológicas que parecen hoy cada vez más embriagadas por un nuevo sueño totalitario. Y una última confesión del autor antes de introducirnos en la temática de su obra: “Yo no me inscribo en ninguna escuela (…). En todo caso, creo que hoy lo que necesitamos es un pensamiento no sincretista, sino nuevo y vivo, que, apropiándose de la verdad que pueda haber en todo el pasado y en las diferentes corrientes del pensamiento, aborde con valentía el presente para resistir a esta barbarie y para volver a pensar bien del hombre y de Dios”. Dicho queda.

El libro consta de seis capítulos, subdividido cada uno en varios epígrafes, y una conclusión: Sí al hombre.

Un pensamiento de resistencia es el título del primer capítulo. Y su contenido responde adecuadamente a su enunciado. Se trata, en efecto, de una ampliación de los planteamientos expuestos en la Introducción. Hace hincapié, nuevamente, en el tema de la barbarie, tal y como el autor la concibe, que hace que “Iberoamérica se ha llenado de populismos zafios, en Europa gobiernan una serie de incapaces”, que se haya producido un estancamiento del pensamiento donde los intelectuales se hallan “perfectamente adaptados a este mundo nihilista y cátaro donde el islamismo amenaza con destruir nuestras aburridas sociedades llenas de progres resentidos”. Nos encontramos en una profunda crisis del espíritu que necesita un pensamiento nuevo desde nuestra realidad actual; tal pensamiento ha de adoptar la forma de resistencia, no quedándose en mero pensamiento, sino que ha de pasar a la acción y convertirse en vida. Tal pensamiento ha de apartarnos del camino de Heidegger, es decir, no ha de estigmatizar la historia y pretender ninguna vuelta al pasado, ni a lo Heidegger ni a lo Nietzsche, sino que ha de resistir aceptando al hombre, su realidad y su historia. Reivindica el poner en el centro la verdad, rechazando por totalitario al relativismo. Igualmente, este pensamiento de resistencia ha de partir expresamente del rechazo de la instalación en la muerte de Dios, no olvidando la realidad de Cristo y que no sea cómplice de los asesinos perseguidores de la religión, especialmente, el cristianismo. Y finaliza así este capítulo: “En definitiva, pues, un pensamiento de resistencia es aquel que, aceptando al hombre y a su historia, busca a esta su verdad y rechaza la aniquilación del hombre que hoy se proponen el poder y sus aliados, el laicismo nihilista anticristiano y otras formas de barbarie”.

El capítulo segundo lleva por título La verdad de lo real y el hombre. Para Ramos Centeno, ningún tipo de idealismo, escepticismo o fenomenismo tiene sentido tras Auschwitz y el Gulag y tras la barbarie planetaria de hoy. El mundo es real, afirma, y los sentidos no nos engañan; el dolor y el sufrimiento son las mejores pruebas de esa realidad, que no es fantasía; y pensar hoy, ese pensamiento que reclama, ha de partir de aceptar la experiencia, tanto del hombre como de su relación con el mundo, que también es real; rechaza, por tanto, esa especie de panteísmo en el que se diluye el orgullo de ser hombre. El pensamiento que propugna el autor tiene que recuperar el amor al mundo, la alegría por la vida, la afirmación de la existencia. Luego, se detiene en argumentar que sabemos del mundo, gracias a la ciencia, que demuestra que el orden es un dato objetivo del universo; la física nos dice que la naturaleza es un libro escrito en lenguaje de las matemáticas y que nosotros podemos leer ese libro. Deduce que la actitud filosófica de nuestro tiempo, la que contribuye a ese pensamiento propio de nuestra época, es la de, al menos, cierto realismo, ya que la ciencia nos permite percibir destellos parciales de la realidad, conocimientos incompletos, pero, al fin y al cabo, pensamientos, no ilusiones. Con abundantes citas de Benedicto XVI, se posiciona frente al positivismo, el cientificismo y la reducción de la razón a la razón instrumental y, ante el fracaso de la modernidad, afirma que, aunque la ciencia nunca podrá demostrar que debemos hacer el bien y evitar el mal, la razón moral sí ha ido sacando a flote la verdad sobre el hombre y sus exigencias. Sostiene que el pensamiento que hoy necesitamos debe proponerse continuar con la gran tradición de la razón, ampliando la noción que de ella tenía la modernidad y superando todo tipo de cientificismo y positivismo. Se trata, en definitiva, en un denso capítulo, difícil de condensar en estas escuetas líneas cuando ya el texto que nos ofrece Ramos Centeno es de por sí bastante concentrado, manteniendo una severa línea argumental.

El tercer capítulo aborda Una adecuada concepción de la historia. Una idea de lo que se analiza en él nos la da el siguiente párrafo, con el que se inicia: “El pensamiento más oficial de hoy, el nihilismo relativista cuya dictadura padecemos (…) está poseído por el odio al hombre, por el odio a la historia, que es la obra del hombre y donde el hombre ha ido descubriendo las exigencias de su humanidad, y también por el odio a la realidad misma, lugar del hombre, y a su Creador”. Encuentra los orígenes de esta situación en Lutero y en Descartes; el primero, por rechazar la historia del cristianismo y borrar, así, dieciséis siglos de fructificación de este en la historia; el segundo, por su rechazo a la tradición filosófica. Recorre, luego, personajes como Hegel, Marx y, especialmente, a Nietszche, al que culpa en gran medida del progresismo actual, “cientificista y nihilista, despreciador del pasado y que nada espera ya del futuro a pesar de su nombre [y que] nada tiene de extraño que se haya convertido en el reino de la muerte y en la fuente de legislaciones aberrantes y antihumanas, pues, en su misma entraña, lleva el odio a la humanidad y el desprecio de su historia y de su obra”. Concepción que se ha extendido a los historiadores, quienes, según el autor, no dudan en manipular la historia, citando, como ejemplo, todo lo negativo que se ha escrito sobre la actuación de Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial. Esta visión de la historia ha conducido al perdoneo, a esa necesidad de que, por ejemplo, la Iglesia haya de pedir perdón; tema al que dedicará el próximo capítulo. ¿Y quién tiene la solución a esta situación? “Los cristianos son precisamente los que tienen la clave de la historia, ellos son los que conocen su sentido, ellos saben que la historia es historia de la salvación y que Dios, manifestado definitivamente en Cristo resucitado, es el Señor de la historia”.

Como indicábamos, el capítulo cuarto se dedica a El error del perdoneo. Admite el autor, eso sí, faltaría más, lo que en la Iglesia Católica se ha llamado purificación de la memoria que “responde, más bien, a una exigencia de verdad irrenunciable, que, junto a los aspectos positivos, reconoce los límites y las debilidades humanas de las sucesivas generaciones de los discípulos de Cristo”. Pero, de ahí a solicitar perdón por nuestra historia, como si en ella se acumularan todos los males, mientras que en el resto se hallasen todos los bienes, hay un gran trecho. Cita, como ejemplo, la leyenda negra de España o la actuación de los cristianos con los reinos árabes de la Península. ¿Qué es, pues, lo que necesitamos? Un pensamiento nuevo que mire de otra manera la historia; “necesitamos recuperar la alegría de ser hombres. Conocer la historia e interpretarla como se debe ha de servirnos para recuperar esa alegría”, pese a las barbaries pasadas e, insiste nuevamente, la barbarie que nos domina y que se manifiesta, según el autor, en un ecologismo desquiciado, en el odio a tener hijos, en el odio a la maternidad, en la idea de que solo merece la pena una vida donde se pueda disfrutar de los placeres, en el odio a la vejez, en el odio a la cultura que ennoblece al hombre, en el odio a la religión que nos acerca a la divinidad. “Para esa tarea, los cristianos, con su concepción de la historia como marcha hacia el Reino de Dios, tienen mucho que hacer”.

El penúltimo capítulo, quinto de la obra, se dedica al Ateísmo nihilista anticristiano y fundamentalismo islámico. Un capítulo consecuencia de los planteamientos que hasta aquí ha hecho el autor. Para él, “el ateísmo como ideología dominante en el mundo de la cultura en nuestro momento tiene una función social e histórica que considero dañina para el hombre”. Pero, más que al ateísmo, teme a la imposición de una forma irracional de concebir a Dios. Con la idea matriz de la obra, la necesidad de un pensamiento nuevo, hace un recorrido histórico sobre el ateísmo, deteniéndose, especialmente, en el ateísmo humanista de Bloch, del que ya no queda nada. Y, ¿cuál es el temor que plantea Ramos Centeno? Pues que el creciente islamismo también se lleve por delante la cultura laicista que hoy predomina. Alude a los ejemplos de resistencia que dieron los mártires cristianos y judíos y aboga por una concepción racional de Dios y de la religión, apuntando discretamente a un diálogo interreligioso. Y, por supuesto, son los cristianos quienes deben asumir la responsabilidad de salir de esta situación.

Llegamos, así, al sexto y último capítulo, Un pensamiento que pasa a la acción. Insiste, una vez más, el autor, en la barbarie que nos oprime; pero “podemos mantener la esperanza de que los hombres de nuestro tiempo también sepan superar este período tan terrible que les ha tocado en suerte”. Es nuestro deber, proclama Ramos Centeno, negarnos a ser cómplices de esta barbarie y a la aniquilación de lo humano, y actuar a favor de todo aquello que sirva para que este mundo nos resulte un día tan extraño como hoy pueden resultarnos las democracias populares del Este europeo. Y, ¿de quiénes puede esperarse el compromiso para construir esta alternativa? Ya conocemos la respuesta: de los amigos de la razón y de los cristianos, unos cristianos a los que, en la actualidad, considera poco luchadores. Como docente, propone una alternativa en educación, contra la irracionalidad de nuestro mundo y la irracionalidad antirreligiosa, mientras defiende la moral que nos hizo humanos y que se muestra en defensa de la vida humana y de la familia.

La conclusión de la obra se encierra en esta frase: Sí al hombre. En unas pocas páginas, Ramos Centeno resume la línea argumental de la obra, comenzando con este párrafo: “De nuevo nos ha tocado una hora terrible de la historia, un mundo de laicismo agresivo y nihilista, contaminado en muchas cosas de valores nazis y totalitarios, que se ha propuesto exterminar el nombre de Dios de la faz de la tierra y arrasar toda idea del hombre como valor central”. El pensamiento y la filosofía han de hacer frente a esta situación que amenaza el valor central del hombre: su vida (aborto y eutanasia) y su realidad, atacada por un ecologismo enloquecido que lo sitúa como el gran depredador de la naturaleza. Tal odio al hombre es fruto del odio a Dios. Este pensamiento, este enfoque de la filosofía que se reclama, exige una mirada nueva al hombre y a su historia, para actuar de otra manera. Y, en este pensamiento de resistencia, es mucho más importante la idea cristiana de que Dios es el Señor de la historia y de que la historia tiene sentido y el mundo no es ese absurdo que dice el nihilismo actual.

Desde luego, se trata de una obra que no pasa desapercibida; todos aquellos que resultan acusados por el autor como situados en el origen de la “barbarie” que denuncia, tendrán muchos reparos y objeciones a estos planteamientos. Y, por el contrario, los que se sientan identificados con sus premisas y conclusiones, percibirán una reafirmación de sus posturas personales, no solo por el desarrollo de su razonamiento, sino, sobre todo, por el vehemente estilo que emplea el autor, claro indicador de lo profundo de sus convicciones.


Índice

Introducción

Capítulo 1. Un pensamiento de resistencia

Un nuevo género de barbarie
Necesitamos un pensamiento nuevo
La noche más profunda de la historia
Resistimos al totalitarismo
El actual primado de la razón práctica
Pensar aceptando al hombre y su historia
Contra el progresismo totalitario y la destrucción de la moral común
La herencia de la tradición humanista
Un pensamiento que ponga en el centro la verdad
No a la instalación en la muerte de Dios
No al olvido de la realidad de Cristo
Una filosofía que no sea cómplice de los asesinos

Capítulo 2. La verdad de lo real y el hombre

No engañan los sentidos y el mundo es real
Sabemos del mundo
La racionalidad del mundo
Un cierto realismo
Contra el positivismo, el cientificismo y la reducción de la razón a razón instrumental
Continuando la gran tradición de la razón

Capítulo 3. Una adecuada concepción de la historia

El pecado de origen de la Modernidad
Nietzsche y el progresismo contemporáneo
Ateísmo nihilista y negación de la historia
El tiempo de los grandes asesinatos juzga severamente la historia
Un programa de destrucción
Una concepción de la historia que aporta esperanza a los hombres

Capítulo 4. El error del "perdoneo"

La purificación de la memoria
El absurdo del perdoneo
Aceptar humildemente nuestra historia
La alegría de ser hombres

Capítulo 5. Ateísmo nihilista anticristiano y fundamentalismo islámico

¿Ha pasado la hora del ateísmo?
La larga historia del ateísmo
El ateísmo humanista de Bloch
La abominación de la desolación
La función irracional del ateísmo laicista
Resistiendo con los mártires cristianos y judíos
Por una concepción racional de Dios y de la religión

Capítulo 6. Un pensamiento que pasa a la acción

Lo que es hoy nuestra obligación
Una alternativa en educación
Contra la irracionalidad de nuestro mundo
Contra la irracionalidad antirreligiosa
A favor de la moral que nos hizo humanos
En defensa de la vida humana y de la familia
El imperativo categórico de Adorno

Conclusión: Sí al hombre

Bibliografía

Notas sobre el autor
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20/09/2012 Comentarios

Reseñas

El cerebro moral Redacción T21 , 18/09/2012

Lo que la neurociencia nos cuenta sobre la moralidad


El cerebro moral
Ficha Técnica

Título: El cerebro moral
Autora: Patricia S. Churchland
Edita: Paidós Ibérica. Primera edición. Barcelona, mayo, 2012
Traducción: Carmen Font Paz
Colección: Transiciones
Materia: Neurofilosofía
Número de páginas: 320 págs.
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 978-84-493-2715-5
PVP: 25,90 €


¿Cuál es el origen de nuestros valores? ¿Qué es lo que tienen los cerebros de los mamíferos altamente sociables que permite la sociabilidad, y como consecuencia de ello, lograr una mayor comprensión de los fundamentos de la moralidad?

“El fenómeno de nuestros valores morales, que hasta hace poco era tan desconcertante, ahora lo es menos”, dice Patricia Churchland en la introducción de su obra El cerebro moral. “No es que las cosas estén del todo claras, sino que son menos confusas. Al aunar nuevos datos coincidentes de los campos de la neurociencia, la biología evolutiva, la psicología experimental y la genética, y al proporcionar un marco filosófico que encaje con esos datos, nos encontramos en situación de aproximarnos a la pregunta del origen de nuestros valores”, afirma.

El objetivo que se plantea en esta obra es el de explicar lo que es probable que sea cierto en relación a nuestra naturaleza social, y que es lo que implica a la hora de ofrecer una plataforma neuronal de conducta moral: “adquirir una comprensión más profunda de lo que predispone a cuidar de los demás puede conducirnos a una mejor comprensión del modo en que abordamos nuestros problemas sociales”. Optando, explica más adelante, por una perspectiva neurobiológica más profunda (que la usada hasta ahora), aunque programática, sobre la naturaleza del razonamiento y la resolución de problemas, el modo como funciona la navegación social, de qué modo los sistemas nerviosos acometen procesos de evaluación y cómo los cerebros de los mamíferos toman decisiones.

La tesis más importante de mi proyecto, explica la autora, es bastante sencilla: el que no se pueda derivar un condicional de un hecho tiene por ahora poca influencia en cuanto a la resolución de problemas en el mundo.

“Los cerebros se ubican en el mundo causal reconociendo y categorizando episodios por los que se preocupan, del mismo modo que el animal procura el sustento: qué bayas son las más sabrosas, dónde encontrar jugosas termitas y cómo pescar. La hipótesis del trabajo es que el tránsito del mundo social depende en gran medida de los mecanismos neuronales –motivación e impulso, recompensa y predicción, percepción y memoria, control de los impulsos y toma de decisiones- . Estos mismos mecanismos pueden emplearse para tomar decisiones físicas o de carácter social; para construir un conocimiento del mundo o de la sociedad, como, por ejemplo, qué personas son irascibles o cuándo se espera de mí que comparta el alimento o defienda al grupo de los intrusos o me enfrasque en una pelea”.

La hipótesis dominante, expone Churchland, es que lo que nosotros, los humanos, llamamos “ética” o “moralidad” es una estructura de conducta social en cuatro dimensiones que viene determinada por la interrelación de distintos procesos cerebrales: (1) el cuidado o la atención a los demás; (2) el reconocimiento de los estados psicológicos de los demás; (3) la resolución de problemas en un contexto social y (4) el aprendizaje de prácticas sociales. “La sencillez de esta estructura no significa que sus formas, variaciones y mecanismos neuronales sean simples. Al contrario, la vida social es increíblemente compleja, puesto que el cerebro es el órgano que la administra”.

Siguiendo el orden de los capítulos, Patricia Churchland desarrolla el argumento central siguiendo los siguientes pasos: en el capítulo dos trata del trasfondo de las restricciones evolutivas en la conducta moral. En el tres se adentra en la evolución del cerebro de los mamíferos y el modo en que éste favorece el cuidado y la atención a los demás. En el cuarto reflexiona sobre la cooperación, sobre todo la cooperación humana. En el quinto se centra en lo que se conoce y lo que se ignora acerca de los “genes” de los módulos morales que se hallan en el cerebro. En el sexto capítulo trata la importancia social de la capacidad para atribuir estados mentales, así como la posible base cerebral para una capacidad de este tipo. En el siete, el tema de las normas y del papel que adoptan las leyes en la conducta moral lleva la discusión a un formato filosófico más tradicional. En el capítulo de conclusiones toca las cuestiones que afectan a la religión y su relación con la moralidad.


Sumario

1. Introducción
2. Valores de base cerebral
3. Cuidar de los demás y apreciarlos
4.Cooperar y confiar
5. Redes de contacto: genes, cerebros y conductga
6. Habilidades para la vida social
7. No como norma
8. Religión y moralidad

Listado de ilustraciones
Notas
Bibliografía
Agradecimientos
Índice analítico de nombres


Datos de la autora

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18/09/2012 Comentarios

Reseñas

El amor es el signo Redacción T21 , 12/09/2012

Educar como educan las madres


El amor es el signo
Ficha Técnica

Título: El amor es el signo
Autora: María-Milagros Rivera Garreta
Edita: Sabina Editorial. Madrid. Primera edición, marzo 2012
Colección: Leer Deseos
Materia: Filosofía y teoría de la educación
Número de páginas: 282 págs.
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 978-84937159-6-0
PVP: 20 €


“El principal cambio ya cumplido en cuanto al sentido y el valor de la educación consiste en reconocer que la madre es la primera educadora y que, por tanto, aprender es aprender lo simbólico. Lo simbólico, el orden simbólico, es la lengua materna, es decir, la lengua que hablamos, la trama de sentido que crea, usa y cohesiona una comunidad de hablantes”. Con estas palabras se expresa María-Milagros Rivera Garreta en la Introducción a su obra El amor es el signo. Educar como educan las madres, una obra llena de lúcidas reflexiones amorosas sobre el lugar de la madre en la educación como la primera maestra de la vida, cuya palabra cargada de sentido y significación construye mundos perdurables en el interior de la niña y del niño.

Desde su larga experiencia docente en las aulas y fuera de ellas, la autora ofrece en este libro veinticuatro miradas en forma de capítulos cortos que ayudan a mejorar la educación y una conclusión que orienta el pensamiento y la práctica educativa: El amor aprendido en la relación con la madre es lo que nos puede guiar para educar con sentido. Esta obra es una respuesta a la inquietud de nuestro tiempo sobre el futuro de la educación. Una inquietud expresada con frecuencia como reivindicación de la enseñanza pública, que ya al estar ganada en la mentalidad de hoy, el reivindicarla sin más puede acabar siendo una apuesta derrotada de antemano. Lo que a la educación le falta es autorreformarse hasta conseguir restaurar el nexo perdido con la primera escuela que cada ser humano conoce, disfruta y frecuenta, que es la propia madre o quien ocupe su lugar. Cualquier profesora o profesor puede restaurar ese nexo, ya que lleva dentro los signos del amor aprendido en esa escuela. Observando y reconociendo autoridad a la propia experiencia, es posible descifrar esos signos y prepararlos para llevarlos a las aulas, sea cual sea la materia que se enseñe. Los signos de Amor poseen la mágica facultad de levantar la mirada de cualquier estudiante y despertar su atención, atención que es el único medio al alcance del ser humano capaz de transportarlo a la felicidad de aprender.

“Hoy la educación exige ser pensada y practicada según la medida de la realidad que está naciendo de las consecuencias de la revolución femenina del siglo XX”, afirma la autora.



Índice

Agradecimientos

Introducción
La revelación de la sexuación humana

Primera parte. La madre, la primera maestra

Presentación
La relación con el gusto de estar en relación
Estar en aula en femenino
Educar en la libertad de la relación
Maestras de la aurora del pensamiento
Madres e hijas: la llama de las entrañas
El nombre que convoca el ser
La atención a lo singular en la relación educativa
Hablando de La atención a lo singular en la relación educativa
La madre al servicio de la libertad
Dos legados hechos de palabras
La vida cotidiana de las mujeres

Segunda parte. ¡[Aprender es aprender lo simbólico]¡

Presentación
Las relaciones de semejanza
La historia que evoca la relación en la que aprendí a hablar
La política de lo simbólico en el Centro Duoda
Escribir y enseñar historia al final del patriarcado
La rebelión de los cuerpos
Hablando de La rebelión de los cuerpos
Una epifanía de historia
Educarse entre mujeres: la historia de la práctica de lo simbólico
La libertad femenina transforma la universalidad
La caza de brujas: una cuestión de orden simbólico

Conclusión
El Amor es el Signo

Índice Analítico


Datos de la autora

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12/09/2012 Comentarios

La donación Masiá Vilanova en el Museo de Prehistoria de Valencia


Juan Vilanova y Piera (1821-1893), la obra de un naturalista y prehistoriador valenciano
Ficha Técnica

Título: Juan Vilanova y Piera (1821-1893), La obra de un naturalista y prehistoriador valenciano. La donación Masiá Vilanova en el Museo de Prehistoria de Valencia
Autores: Francisco Pelayo López y Rodolfo Gozalo Gutiérrez
Edita: Diputación de Valencia, 2012. Servicio de Investigación Prehistórica del Museo de Prehistoria de Valencia
Colección: Serie de trabajos varios, número 114
Materia: Biografía
Número de páginas: 323
ISBN: 978-84-7795-627-3


Cuando el naturalista valenciano don Juan Vilanova y Piera (1821-1893), en el año 1854, comienza su experiencia docente en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, tiene 33 años. Considera que ya ha completado su formación en Europa como geólogo y paleontólogo y se siente llamado a contribuir a la modernización de nuestra enseñanza universitaria y de la sociedad en general a través de las ciencias de la Tierra aplicadas a la agricultura y a la minería. Es una sociedad, la española, erizada de dificultades políticas y administrativas, de carencias institucionales y de constricciones ideológicas.

En esta densa y extensa monografía, exhaustivamente fundamentada en documentación inédita, los profesores Francisco Pelayo (CSIC, Madrid) y Rodolfo Gozalo (Universidad de Valencia) nos introducen en la aventura apasionante de un científico en el contexto de medio siglo de la historia de España. Asistimos a sus avatares académicos, a la complejidad y diversificación de sus trabajos geológicos, a la trayectoria humana, social, política e ideológica del honesto Juan Vilanova y Piera. Asistimos a su formación en Europa en el contexto de una ciencia de paradigmas emergentes tras la difusión de las ideas de Charles Lyell. Seguimos sus huellas en la presencia en la Universidad de Madrid y en el Museo de Ciencias Naturales, abriendo ventanas en la enseñanza de la Geología y de la Paleontología y dedicado a la difusión social de los conocimientos sobre las raíces de la humanidad, la congruencia entre sus creencias religiosas y el conocimiento científico, y enredado en las polémicas sobre el darwinismo.
Vilanova era un hombre honesto consigo mismo. De talante conservador pero dialogante, nunca aceptó las ideas evolucionistas, pero estuvo abierto a la posibilidad de que la ciencia le mostrase lo contrario. Quería pruebas fehacientes e intervino en la reinterpretación no evolucionista de las supuestas pruebas que otros aducían, como es el caso del famoso Eozoon canadense o del Protriton. Al final de sus días, se sentía aprisionado entre dos fuerzas. Por un lado, el evolucionismo iba tomando cuerpo y se sentía atacado; y por otro lado, las fuerzas más conservadoras lo consideraban tibio al no condenar desde la ciencia la posibilidad de la evolución biológica y humana.

El presente libro –como afirma el prólogo de Bernat Martí Oliver – representa la culminación de una larga y profunda investigación sobre Juan Vilanova y Piera, que además nos ofrece nuevos y muy valiosos elementos, inéditos hasta el momento, que serán objeto de futuros estudios, esto es, la catalogación del Fondo Documental Juan Vilanova y Piera del Museo de Prehistoria de Valencia.

A sus autores de deben importantes aportaciones previas, entre las que podemos destacar la biografía y la bibliografía de J. Vilanova publicada por el profesor Rodolfo Gozalo en el volumen de Homenaje a Juan Vilanova y Piera que diversas instituciones valencianas le dedicaron en el centenario de su fallecimiento, en 1993. Por otro lado, destacamos los estudios del doctor Francisco Pelayo sobre la formación científica de J. Vilanova en Europa, de 1995, así como la amplia investigación sobre el modo y el alcance del enfrentamiento entre creacionistas y evolucionistas, entre los seguidores del paradigma catastrofista de Cuvier y el darwinismo gradualista dentro del mundo intelectual español del siglo XIX.

Y todavía hemos de recordar el trabajo conjunto de V. L. Salavert (recientemente fallecido y a quien dedican el volumen), F. Pelayo y R. Gozalo sobre Los inicios de la Prehistoria en la España del siglo XIX (publicado en 2003), que incluye el análisis de la gestación y contenido del libro de Juan Vilanova y Piera, Origen, naturaleza y antigüedad del hombre, publicado en 1872. Una obra, casi simultánea en el tiempo de la obra antropológica de Charles Darwin, que puso al alcance de la sociedad española los conocimientos europeos del momento sobre la prehistoria. Se incluía una información geológica y paleontológica igualmente actualizada, y una exposición detallada de las cuestiones a debate, caso del llamado transformismo, además de una recopilación detallada y rigurosa de los yacimientos prehistóricos conocidos en España, entre los que ocupan un lugar destacado los descubiertos por Vilanova en tierras valencianas.

El volumen se estructura en nueve capítulos a los que se añaden ocho apéndices. Los cuatro primeros tienen una cierta unidad cronológica y se refieren a la biografía y obra de Vilanova: su perfil humano y familiar, su formación, el periplo europeo, su magisterio en la Universidad de Madrid y en el Museo de Ciencias Naturales y su tarea como divulgador científico.

Los capítulos V y VI se centran en la aportación de Vilanova a las Ciencias Geológicas y a la Paleontología, así como su aportación a la Arqueología Prehistórica. Un capítulo especial (VII: “Creacionismo y antidarwinismo en Vilanova) analiza el espinoso tema de la actitud crítica constructiva de Vilanova ante el transformismo darwinista.

Los dos últimos capítulos contienen el catálogo pormenorizado en ocho apartados del Fondo Documental Juan Vilanova (donación Juan Masiá Vilanova) depositado en el Museo de Prehistoria de Valencia, así como una extensa y exhaustiva bibliografía muy bien estructurada.

Los ocho apéndices, de muy desigual importancia, refieren, entre otros asuntos, el texto del ejercicio de oposición a la cátedra de Historia Natural de la Universidad de Oviedo, el manuscrito a Revista Minera sobre terminología geológica, el texto sobre concordancia entre Génesis y Ciencia, y las Medallas y condecoraciones de Juan Vilanova.

Un interesantísimo estudio documental que nos acerca a la figura de uno de los pilares de la geología y de la paleontología en España en el contexto social de su época: D. Juan Vilanova y Piera.


Leandro Sequeiro
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11/09/2012 Comentarios

Reseñas

Después de Cristo Juan Antonio Martínez de la Fe , 05/09/2012
Después de Cristo
Ficha Técnica

Título: Después de Cristo
Autor: Alfredo Fierro
Edita: Editorial Trotta
Colección: Estructuras y Procesos
Serie: Religión
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 560
ISBN: 978-84-9879-328-4
Precio: 28 euros

Cuando se discute la inserción del influjo del cristianismo en el proyecto de constitución europea es que se trata de algo vivo, a simple vista, no superado. Es entonces cuando cobra sentido la aparición de un libro como éste. La lectura de su prólogo no aparece como prescindible, pues, en él, el autor estable el marco en el que se desarrolla su planteamiento de las más de quinientas páginas de apretada lectura. Se trata de un ensayo, con todas las ventajas e inconvenientes que el género plantea.

Como tema de arranque, necesario, figura la existencia o no del propio Jesús, tema en el que no entra el autor, para detenerse, eso sí, en la huella que la figura de Cristo ha dejado; huella indudable, pues hay pruebas evidentes de su vestigio, como es, por ejemplo, el cómputo del tiempo, que divide a la historia en antes y después de Cristo. Los siglos, desde la desaparición de Jesús de Nazaret, han ido elaborando sesudas disquisiciones sobre su figura, su naturaleza, su doctrina, que han configurado lo que se ha entendido por cristianismo.

¿Cuál es la salud de ese cristianismo? Siendo fenómeno principalmente occidental, en la actualidad se vive una época de poscristianismo. Y, en este libro, Alfredo Fierro pretende examinar cómo llegó a constituirse una cristología (o teología del Cristo) y una cristiandad europea y su posterior lento e inexorable declive, hasta alcanzar hoy un proceso de descristianización. No parece tratarse de una caída temporal; al contrario: Occidente ya no es lo que era, no es cristiandad; y ha empezado a desistir del cristianismo y de la religión en general, pese a que es lo que es justamente por haber sido una cultura, una sociedad cristiana.

El autor pretende con esta obra saldar una deuda personal, que no desvela pero que se intuye, contraponiendo su pensamiento actual al que sostuvo con anterioridad. Y ese ajuste de cuentas lo formaliza a través de esta historia del cristianismo, de sus hechos, “pero, más que eso y sobre todo, de las ideas y creencias acerca del Cristo y, a través de él, también acerca del Dios del que dio testimonio”. En el libro interesan, por supuesto, los sucesos, pero más aún los procesos de los que emergen y que, a largo plazo, los sustentan.

Eso sí: Fierro tiene muy claro que la historia se escribe desde el presente, de ahí que su obra se haya de considerar como un examen del presente, aunque buscando sus raíces en el pasado. ¿Es, pues, un libro de historia? Como él dice, es “una historia de autor, ensayo narrativo desde posiciones críticas, con intención confesada de desmontar tópicos eclesiásticos y teológicos (…) Pertenece la obra al dominio de la historia, pero, a medida que avanza, se inclina más y más al género del ensayo y la discusión ideológica”. Y, ¿qué objetivo persigue? Pues “buscar no tanto una reconstrucción positiva del cristianismo cuanto una deconstrucción crítica de la invención eclesiástica”.

Se estructura el libro en cuatro partes: edad antigua, Medievo, tiempos modernos y postrimerías; y cada una de ellas se subdivide en capítulos, encabezados por un año determinado, lo que no implica que se circunscriba a él, sino que en torno suyo se desarrolla el proceso que el autor pretende analizar.

Comienza con una aproximación a la figura histórica de Jesús y las dudas que plantea y considera que su huella no es nada portentosa, sino que se debe, más bien, a lo acontecido dos siglos después de su muerte y el posterior desarrollo en Europa, dando, eso sí, un papel más destacado al que califica como egocéntrico Pablo de Tarso. Fue él quien transformó al Jesús de la historia en el excelso Cristo de la fe y en un tiempo muy corto. Para Fierro, “de no haber sido por Pablo, Jesús probablemente ni siquiera hubiera pasado a la historia”; cree que Pablo se inventa a Cristo como figura conceptual, como una idea que supo vender muy bien. Y concluye: “Jesús de Nazaret murió crucificado. Quien resucitó no fue ya Jesús: fue, nada más y nada menos, el Cristo, el mito”.

Los evangelios son también sometidos a análisis. La religión, apunta el autor, convierte en leyenda o en mito todo lo que toca. Así, el Cristo salvador de Pablo es diferente al de los evangelios; sus autores han debido traducir el abstracto mito paulino a relatos concretos a la altura del héroe mesiánico y, pese a su aparente ingenuidad, son narraciones muy trabajadas; dadas sus diferencias, solo cabría fijar media docena de sucesos, actos y rasgos de Jesús, plausibles, probables o en el borde de la certeza. Es, pues, el análisis de estos evangelios el núcleo de este capítulo.

Un paso más: el evangelio de Juan difiere del de los otros tres sinópticos. Estos tratan de hacer próximo el Cristo que tanto ha elevado Pablo; pero Juan va aún más lejos al introducir el concepto de Logos, que da origen a la divinización de Jesús y las consecuencias que ello ha traído. Y llega el momento en que el cristianismo irrumpe en la sociedad helenorromana y se confronta con ella.

Inicialmente, los cristianos forman un grupo perfectamente identificable, pero detestado por la sociedad; se les confunde con los judíos, ya que como tales se consideraban ellos mismos. Defiende Fierro que se extiende, no entre los pobres y desheredados, sino, más bien, entre las clases media y alta. Y no superó su condición de grupito marginal hasta bien entrado el siglo III. Tuvo que enfrentarse a múltiples dioses, religiones, ritos, creencias, etc. de muy variadas procedencias; tuvo, incluso, serias confrontaciones internas. Y, al adquirir una presencia tangible, dotada de influencia, comienza a ser percibido como una amenaza que da pie a las persecuciones y martirios. El autor concluye que la iglesia católica, “de la ideología martirial y el victimismo ha hecho su propia seña de identidad, descriptor útil para su autoimagen y lavado de cara que contribuya a hacer olvidar sus propias actuaciones sangrientas”. En el plano de las ideas, surgen los apologistas que cumplieron con éxito la función de crearle un espacio cultural e ideológico al cristianismo.

La principal controversia interna llega con la necesidad de definir la divinidad de Jesús, negada por Arrio y defendida por Atanasio de Alejandría. Cuestión que resuelve Constantino convocando el concilio de Nicea, que afirma la igualdad Jesús=Dios, con lo que se abre la era de los dogmas y se cierra la de controversias y dudas. El concilio de Calcedonia constituye otro punto culminante para aclarar la naturaleza divina y/o humana de Jesús.

Para concluir esta primera parte de la obra, analiza el autor la ascensión del cristianismo dentro del imperio, desde Constantino a Teodosio, pasando por el parvo reinado de Juliano, personaje bien novelado por Gore Vidal, un cristianismo que comienza a copiar sistemas administrativos del imperio.

La segunda parte de este libro se dedica al Medievo y arranca con el capítulo titulado Ciudades de Dios, con el año 534 como punto de partida. Dos conceptos puntualiza Fierro: la invasión de los bárbaros (que no fue tan bárbara) y la caída del Imperio Romano. Se apunta él, más bien, a la tesis de una transición social y cultural de la civilización clásica helenorromana, absorbida y gradualmente eclipsada por el cristianismo, a la europea medieval. Ante un mundo que se hundía, San Agustín propone La ciudad de Dios, que se plantea en el ámbito celestial y en el terrenal, en este caso, como la comunidad de los creyentes. Pero la ciudad como tal comienza a decaer sociopolíticamente y, como alternativa, surgen los monasterios, lugar de refugio de la cultura; otro tipo de ciudad se establece en Latinoamérica, las repúblicas de indios o reducciones, mientras que, en la actualidad, la idea de ciudad de Dios solo tiene cabida como un colectivo microsocial. Es este un interesantísimo capítulo, con un bien planteado análisis de de este concepto, ciudad de Dios, a través de los siglos, con especial detenimiento en el monacato.

“Tres siglos tras su muerte, Jesús, el Cristo, es todo o casi todo lo que un hombre o superhombre puede llegar a ser en la historia y en la fantasía”, escribe Alfredo Fierro; y continúa: “En el siglo IV lo único que a Jesús le falta todavía es convertirse en imagen. La plasmación icónica del Cristo tarda más tiempo en producirse que su ensalzamiento a un rango divino”. Seguidamente, dedica un capítulo, muy interesante por lo demás, a recorrer el tema de la iconografía de Jesús a lo largo de los siglos.

Llega el turno al concepto de cristiandad. Cristiandad no es lo mismo que cristianismo. Aquella no es sino una de las posibles formas por las que éste, el cristianismo, manifiesta su presencia en los ámbitos político y social. “El dosel político de la cristiandad lo constituye la adopción del cristianismo como culto oficial impuesto desde el poder y que confiere unidad, primero, al Imperio romano, al bizantino y, después, ya en la Alta Edad Media, y de manera progresiva, a toda Europa”. Este es el ámbito en que se mueve el capítulo titulado Cristiandad: un recorrido a través de los siglos de esa simbiosis entre poder y cristianismo hasta llegar a la actual separación entre Iglesia y estado.

Alfredo Fierro coloca en el año 1078 el arranque para su análisis del devenir de la teología a lo largo de los siglos. Y lo hace a partir del Proslogion de Anselmo de Canterbury, que se aplica a razonar la existencia de Dios frente a insensatos que la niegan, una cuestión que, hasta ese momento, nadie se planteaba, pues se daba por descontada. Y este empeño se sitúa en la línea que ya se había iniciado en el islam, buscando la relación entre fe (el texto sagrado) y la razón. La teología formó parte de las disciplinas académicas, más que como ideario o doctrina de la religión, como su discurso razonado y sistematizado, hasta su ocaso en el significado social y cultural que tuvo. El autor finaliza este capítulo con las siguientes palabras: “Las teologías son interpretaciones del mito de Cristo y de las leyendas de un Jesús, que desde siempre ondea como banderín al viento, al aire que más sopla y al acomodo de quien se envuelva en tal bandera. Caen ellas del mismo lado que las distintas recreaciones del Ulises, del don Juan o de Fausto, no más verdaderas, por tanto, unas que otras”.

¿Y qué ocurre con el evangelio de los pobres? Sin poder constatar que Jesús pronunciara las bienaventuranzas y sin conocer el sentido exacto del concepto “pobre”, el autor sí afirma que Jesús fue lo que socialmente se conoce como pobre, tal y como lo era la mayor parte de la población entre la que vivió; pero hay un gran trecho entre ser una persona sin caudales y el considerar la pobreza como un valor apreciable. Es ahí, en lo absoluto, donde lo que pudiera haber de real en la condición social de Jesús se muda en mito, en pretensión cristológica infundada, que, una vez más, Fierro considera necesario desarticular. Y, en la tónica de toda la obra, hace un recorrido por los cristianos pobres, en sentido evangélico, a lo largo de los siglos, con especial detenimiento en la figura de Francisco de Asís.

1274, año de la muerte de Tomás de Aquino y de Buenaventura, es como un mojón de una época en la que una generación sobresale por haber explorado la entera gama de posibilidades del legado cristiano. Con Joaquín de Fiore, nace la llamada era del espíritu y, con ella, la manifestación de las corrientes místicas, no siempre aceptadas por la autoridad eclesiástica que actúa con brutalidad contra muchas de ellas. Siendo un fenómeno no exclusivo del cristianismo, es transversal a las religiones y los credos, contribuyendo a la internacionalización de la religiosidad y favoreciendo la tolerancia y el entendimiento entre las religiones. La siguiente cita de Rumi, cierra este capítulo, bien titulado Itinerario de la mente a Dios: “El hombre de Dios está más allá de la impiedad y la religión”.

El libro La imitación de Cristo, escrito hacia 1418 por Tomás de Kempis, centra otro capítulo de esta interesante obra. No se trata de un libro de mística, que no son abundantes, sino de un devocionario perfectamente adaptado a la religiosidad de la época en que hizo su aparición y no solo destinado a almas consagradas, sino también de laicos; aunque hay que tener presente que la idea de la imitación de Cristo es anterior, con el nacimiento de patrones de conducta, como el ascetismo y la pobreza voluntaria, encaminados, precisamente a imitar al Señor. Aunque aquí se hace especial hincapié en la devoción a la cruz, que lleva hasta la aparición de los estigmas de la pasión en algunos místicos. Hay que especificar, además, que esta idea de imitación no es exclusiva del cristianismo, sino que otras religiones buscan, igualmente, el imitar el ejemplo de sus fundadores.

Hereje y mártir es el título del último capítulo de la segunda parte de la obra. Aborda el lado más negro de la historia de la Iglesia en particular y del cristianismo en general. Si la muerte de Jesús en la cruz fue cruel e injusta, no lo es menos la de tantos cristianos que, como consecuencia de sus ideas sobre ese mismo Jesús, fueron conducidos a la hoguera. Fierro toma como punto de arranque un ejemplo muy ilustrativo de lo que pretende demostrar, la muerte de Juana de Arco, en la hoguera, en 1431. Y es llamativo que, precisamente, una cruz esté delante de los ajusticiados por orden de la Iglesia, en el momento de arder pasto de las llamas “purificadoras”; son ellos, igualmente, mártires. Y tras la Doncella de Orleans, vinieron los cátaros, Jan Huss, Savonarola, la Inquisición.

Se llega así a la tercera parte de la obra, Tiempos modernos, que se abre con el capítulo La dignidad del hombre. Como se sabe, es este el título de un libro de Pico della Mirandola, aparecido en 1487. Es esta la fecha que el autor propone como arranque de la Modernidad, aun reconociendo la existencia de precursores de ella, como Nicolás de Cusa, o posteriores, como Maquiavelo, con su obra El Príncipe. Es el momento del Renacimiento, que no es solo una recuperación de los clásicos, sino que supone la introducción de elementos ideológicos y culturales paganos que ponen fin al monopolio de la teología en la definición de la realidad; se trata del nacimiento de una Europa poscristiana, en la que el hombre comienza a ocupar el centro del pensamiento y de la cultura y en la que humanismo significa colocar lo humano y la humanidad como noble medida de todas las cosas. Partiendo de aquí, Alfredo Fierro recorre los siglos a través de la Ilustración, el Romanticismo para culminar, en la época contemporánea, con el humanismo cristiano y la declaración Dignitatis humanae del Concilio Vaticano II. A estos últimos, el autor les reprocha su idealismo y falta de realidad.

El siguiente movimiento que analiza Fierro es el catolicismo. Constata cómo, en torno a 1500, surgen diversas tensiones que permiten hablar de un cambio de era, que llega no de forma precipitada, sino lentamente. Y, en esas proximidades a 1500, figura como emblemático el año 1492, cuando los Reyes Católicas conquistan el reino moro de Granada y expulsan a los judíos, a la par que acometen la expansión católica en América. Se trata de un catolicismo expansivo y excluyente, que da origen a las misiones evangelizadoras y a un repliegue acentuador de exclusión de cuanto no se doblegue a sus planteamientos. Tras recorrer la historia, llega el autor a la contemporaneidad, donde católico y moderno son términos que se repelen mutuamente.

Capítulo destacable es el que dedica al Libre examen, sola fe, o lo que es lo mismo, a la Reforma. La Reforma no es un hecho aislado y cerrado, sino que engloba el conjunto de disidencias religiosas frente al catolicismo. Por supuesto que hay que situarla en Lutero, pero aún se discute sobre los factores determinantes de los hechos que la provocaron. Lutero no surge de la nada, ya antes que él ha habido movimientos que claman por una profunda renovación de la Iglesia. Y, si bien se considera su detonante las tesis de Lutero, una vez sobrepasados los temas iniciales de la protesta, el genio creador de este monje introduce elementos innovadores y modernos, tales como la reducción de cristianismo a la pura fe y el libre examen individual en la lectura de la Biblia. La propia Reforma tiene, interiormente, escisiones diversas. Mientras que la generalización de la lectura del texto bíblico, con la traducción de Lutero y su multiplicación mediante el uso de la imprenta, lleva a una lectura crítica, a la investigación para el conocimiento del Libro Sagrado y, a la postre, a la ciencia de la Biblia; una ciencia que es deudora, eso sí, no solo de Lutero, sino también del racionalismo y de la Ilustración. Dice Fierro en las postreras líneas de este capítulo: “En la actualidad, parece difícil inventar algo en el cristianismo que no esté ya ahí, en la tradición reformada, en su extraordinaria capacidad de innovación. Cualquier alternativa imaginable al catolicismo existe ya: es el protestantismo en alguna de sus tendencias”.

Aun a falta de Dios es el título del capítulo para el que autor coloca el año 1625 como punto de arranque. Aborda el tema de la violencia religiosa, la lucha de religiones dentro del cristianismo, la falta de paz y la intolerancia. Y plantea el problema de Dios como respaldo y sostén de la moral y la ética. Es un capítulo con abundancia de datos y consideración de diferentes pensadores, que cierra con las siguientes palabras: “Innecesarios para la paz, Dios y Cristo lo son también para la moral, para la vida. No les necesitan las naciones para convivir, ni los hombres para ser buenos, decentes. Por ahora, lo políticamente correcto es ver el ateísmo todavía como negador de principios morales y la religión como sola instancia capaz de sustentar la moral de las clases populares. Pero, de momento, al menos, están sentadas las ideas; y se dan por firmes los principios de tolerancia y de separación de lo moral respecto de lo religioso. Solo queda pendiente la cuestión de si Dios o Jesús es necesario para el corazón, para la vida privada y el consuelo moral”. Palabras que resumen la conclusión del examen al que somete a las turbulencias de religión a lo largo de los siglos.

Y, justamente, sobre esa cuestión pendiente, es el análisis que realiza el autor en el capítulo Razones del corazón. Parte de la afirmación de que Europa ha aprendido con sangre que Dios o, más bien, la religión no hace falta para ordenar la vida pública, sino que, todo lo contrario, la perturba. Y se detiene en su posible papel en la sabiduría, la filosofía y en la vida personal de cada cual. Arrancando de los escépticos, llega a los intelectuales del siglo XVII que se plantean la pregunta clave: ¿y si no hubiera Dios? Se detiene, fundamentalmente, en Pascal y en su apuesta, resumida así: Dios es o no es, ¿hacia qué lado nos inclinaremos? Él se inclina por la existencia de Dios, pues se trata de una apuesta en la que hay todo por ganar y nada por perder. Es el corazón el que toma decisiones ante los límites de la razón.

Abundando en el tema, La religión de la razón es el título del siguiente capítulo. Aunque los procesos históricos de larga duración no son monocausados ni unilineales, sí se pueden señalar algunas causas destacadas; en el caso de la decadencia de la religión, Fierro apunta a la razón, a la ciencia y a la tecnología. Dedica especialmente su atención a la primera, a la razón, deteniéndose en autores como Spinoza, Kant, Hegel, etc. Y aporta como aspecto emergente la aparición de una religión y teología naturales y racionales, que prospera en el siglo XVIII, con la Ilustración. Tal proceso, apunta Fierro, cuando llega el momento de las revoluciones, busca la emancipación del poder, del monárquico y del eclesiástico, pero apunta, en última instancia, a la autoridad que los respalda, que es la que reside en Dios.

Toca ahora el turno a la liberación revolucionaria. Y, por supuesto, el año que escoge Fierro como eje y principio de su análisis es el de 1789, con la Revolución cuasi por antonomasia, la francesa. Con ella, el hombre sale de su minoría de edad conquistando una libertad que arrebata por la fuerza a quienes le oprimían hasta ese momento. Se trata de liberación política, civil, ideológica y religiosa: libertad de ideas, derecho al pensamiento libre, liberación de las cadenas de la religión, de sus administradores, emancipación respecto a Dios y, sobre todo, a sus delegados terrenales. Profundiza el autor en la Revolución francesa, para considerar, a continuación, cómo se produce ese fenómeno al otro lado del Atlántico, que ha seguido diferentes vías en el Norte y en la América latina; y se detiene incidentalmente en la teología de la liberación, a la que reprocha haber construido un Jesús o Cristo a su medida, a las de sus necesidades, negando que el cristianismo comenzara como movimiento hacia la libertad. Y con este capítulo se cierra la tercera parte de la obra, dando paso a la cuarta y última que denomina Postrimerías.

El primer capítulo de este apartado se titula Sin vestigios de Dios. Uno de sus primeros párrafos dice así: “en la exploración del universo y del planeta en que vivimos, o del organismo humano y del cerebro, a Dios no se le encuentra por ninguna parte. Que no se le encuentre no equivale, desde luego, a que no exista; pero, caso de existir, se hurta no solo a la percepción, también a la inteligencia humana. No hay indicios de Dios, no hay rastro suyo”. Admite que la filosofía se ha llevado más o menos bien con la religión y la teología, pero no sucede así con la ciencia. Analiza este proceso por el que la ciencia ha ido conquistando terreno a la religión, con especial detenimiento en la evolución y el evolucionismo y del Cristo Omega de Teilhard de Chardin, dice que en él “el Jesús de los evangelios y sus leyendas se han desvanecido por completo. Ese omega es simplemente un nuevo mito”. Admite que hay científicos teístas, aunque queda por determinar cómo es ese Dios en el que creen, al que llegan, dice, más por una intuición que por un razonamiento: “pero ellas [las actitudes] no les vienen de la ciencia, sino, más bien, de una intuición o sentimiento, un blik se ha dicho en inglés –una perspectiva significativa-, de un golpe de vista o, más bien del corazón, de una corazonada, subsiguiente tal vez a una experiencia”, con lo que deja la puerta abierta al siguiente capítulo, La religión del sentimiento y la experiencia.

Afirma que dos almas han animado al siglo XX: una, la de la ciencia positivista y empirista; otra, romántica, recelosa respecto a la razón, alternativa al cientificismo; y es en esta última donde se ha refugiado la religión. A partir de aquí, hace un recorrido por personalidades que han arrojado luz sobre el tema: Kant, Novalis, Chateaubriand, Schleiermacher, Le Roy, Wittgenstein, Bergson y muchos más hasta los de fechas más recientes. Y afirma Fierro: “El refugio de la fe en el sentimiento la deja a buen recaudo, envuelta en coraza protectora frente al acoso de la ciencia”.

Y, en el siguiente capítulo, En agonía, escribe: “Lo que (…) ciertamente se halla en agonía, y desde el siglo de Pascal, es el cristianismo, la fe de los cristianos. Jesús se está extinguiendo en los corazones”. Y va más lejos, afirmando que es Dios mismo quien se halla en agonía. Evidentemente, habla de Heine y de Nietzsche y alude también a los sacerdotes que aparecen en la literatura como ejemplos de quien quiere transmitir a la grey a su cargo una fe de la que ellos carecen o que viven angustiosamente.

No podía faltar el problema del mal. No de cualquier mal, que también, sino del mal originado por las fuerzas de la naturaleza o por el propio hombre. Aquí, el autor escoge el año 1945. Simplemente porque recoge la mayor barbarie gestada por los humanos; pero cuentan, también, otros genocidios, como el armenio, el ocurrido en el Congo, Camboya, Vietnam, … ; y, por descontado, las catástrofes naturales, como el terremoto de Lisboa, el tsunami, tifones, … Ante tal panorama desolador, Dios guarda silencio, especialmente, el Dios cristiano. Y llega la pregunta definitiva: ¿Queda lugar para algún otro Dios? “Cabe decir con confianza suficiente que ninguno de los dioses que se han descrito o intentado describir hasta la fecha, en Occidente o en Oriente, tiene trazas de existir”, escribe Fierro. Ni siquiera ese Dios que finalmente haga justicia para compensar a los perjudicados de este mundo.

Da un paso más Alfredo Fierro en el capítulo Ateísmo en fe jesuádica. Su planteamiento se puede resumir en estas líneas: “la última osadía del teólogo cristiano, que lo fía todo a Pablo, se apalanca en pretender que Cristo ofrece respuesta suficiente al problema no ya solo del mal y de la muerte, sino también del horror, de lo más siniestro de la naturaleza y la historia”. Es decir: callar acerca de Dios y hablar solo de Cristo, inocente Él mismo de cualquier mal. Y lo hace arrancando de las afirmaciones de Dostoievski en Los hermanos Karamazov. Analiza más detalladamente a Dietrich Bonhoeffer y al obispo anglicano John Robinson (cuya obra tilda de mosaico sincretista), entre otros pensadores que han dado paso a esta postura de fe jesuádica y a otras ideologías poscristianas o poscristológicas, ateas, aconfesionales y no teológicas.

Y llega el fin de un milenio y el arranque de otro nuevo. El cristianismo llega, según Alfredo Fierro, a esta cumbre temporal, de manera muy diferente a como lo hiciera en los dos primeros milenios de su historia, cuando inició y consolidó su expansión; hoy está en declive. Aunque no igual en todas partes, ya que es un proceso que se da más rápido en Europa que en América; y tampoco igual desde todas las perspectivas. Así, por ejemplo, desde la sociología, el cristianismo no pasa de ser un fenómeno social más; desde la antropología, se constata que las fiestas cristianas se asientan en festividades anteriores, en ocasiones, ancestrales; la descristianización afecta al pensamiento y a la cultura, produciéndose fenómenos más o menos potentes en diferentes partes, como, por ejemplo, la reaparición popular de prácticas religiosas en países donde estuvieron prohibidas, o la inclinación hacia el fundamentalismo en América. Ante este panorama, Fierro advierte de que teólogos y clérigos recurren a apaños léxicos y un completo arsenal de metáforas y argucias para hacer frente a la situación. Finalmente, aun reconociendo la deuda occidental al cristianismo, afirma que ésta no existe en temas como la libertad, igualdad, justicia o derechos humanos.

Y se alcanza así el último capítulo de la obra, Últimas noticias de Cristo. Un capítulo que merece una lectura pausada y reflexiva, ya que en él el autor vuelca los planteamientos que, a lo largo de más de quinientas páginas, ha venido exponiendo. Prácticamente, relativiza el concepto de Dios y la figura de Cristo, situándolos a la altura de otros conceptos y otras figuras sobresalientes de la humanidad. Un par de párrafos nos señalarán las vías a las conclusiones de Alfredo Fierro: “Queda en pie Jesús como icono con duradera vigencia, merecedor de atención y de respeto, pero un icono entre otros iconos, una imagen entre las incontables imágenes que pueblan la sociedad de la imagen”. O este otro, contundente, con el que cierra su exposición: “Pero a fecha de hoy, para quien haya revisado con mente cuidadosa y crítica su historia, decir Dios y Cristo es, en sustancia, aproximadamente igual que decir ‘¡om!’”.

De todo lo expuesto, cabe deducir que nos encontramos ante un libro inteligente, metodológicamente muy bien planteado y desarrollado, con un lenguaje muy claro y accesible y que alcanza ese objetivo que se planteó el autor al concebirlo como un ensayo para la discusión ideológica. Evidentemente, no todos estarán de acuerdo con él ni en las premisas desde las que parte ni, más ampliamente, en las conclusiones, no siempre nuevas, que de ellas extrae. Pero no cabe duda de que su análisis de los hechos, de su influencia en la historia y de la realidad actual que propone, obedecen a un impecable análisis, perfectamente resumido y sólidamente construido, para poder enfrentarse con seriedad y rigor a quienes, con idénticas virtudes, sostienen tesis diferentes y contrarias a las aquí expuestas.


Índice

Prólogo
Nota preliminar bibliográfica

I. Edad Antigua

1. En aquel tiempo (año 30)
2. El mito del Cristo (50)
3. Leyendas de evangelios (70)
4. “Logos” (100)
5. Confrontaciones (250)
6. Dios es Cristo (325)
7. La religión del príncipe (391)

II. Medievo

8. Ciudades de Dios (534)
9. Iconos (787)
10. Cristiandad (1000)
11. Teología (1078)
12. El evangelio de los pobres (1206)
13. Itinerarios de la mente a Dios (1274)
14. Imitación de Cristo (1418)
15. Hereje y mártir (1431)

III. Tiempos modernos

16. La dignidad del hombre (1487)
17. Catolicismo (1492)
18. Libre examen, sola fe (1521)
19. Aun a falta de Dios (1625)
20. Razones del corazón (1670)
21. La religión de la razón (1751)
22. Ciudadanía y emancipación (1789)

IV. Postrimerías

23. Sin vestigios de Dios (1859)
24. La religión del sentimiento y la experiencia (1907)
25. En agonía (1931)
26. Después del horror (1945)
27. Ateísmo en fe jesuádica (1968)
28. Fin de milenio (2000)
29. Últimas noticias del Cristo (d.C.)

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05/09/2012 Comentarios

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