Reseñas
El paradigma EINSTEIN y la controversia de la Teoría de la Relatividad
Sandra Romero , 12/02/2016
1. FICHA TÉCNICA:
Título: El paradigma Einstein y la controversia sobre la teoría de la relatividad
Autor: Rafael Alemañ Berenguer
Edita: Almuzara. Colección Divulgación Científica
Año: 2016
ISBN: 978-84-94384-69-1
Número de páginas: 446
Precio: 19.95€
2. RESÚMEN/SÍNTESIS
"Todos conocen a Einstein pero muy pocos le entienden". Comienza así Alemañ Berenguer su libro: El paradigma Einstein y la controversia sobre la teoría de la relatividad. El objetivo de este ejemplar será examinar aquellas opiniones, más o menos fundadas, que pretenden sustituir la teoría de Einstein por otra supuestamente más correcta, valiéndose de presuntas inexactitudes conceptuales o experimentales.
Los dos pilares fundamentales de este libro, pues, serán: aproximarse a las verdaderas dimensiones del trascurrir de la ciencia en el caso de la relatividad y, señalar el camino, más allá de cualquier manual, hacia una comprensión más profunda de la teoría.
El autor nos incita a abrir nuestra mente a diversas posibilidades, sin que ello signifique otorgarles a todas su verosimilitud, y así obtener un "ejercicio intelectual sano y aconsejable". No debemos caer en el error de aceptar simplemente que las cosas tienen que ser así, por extraño que nos parezca. Existen miles de concepciones diferentes.
Las teorías del autor proporcionan visiones alternativas del cosmos. Mediante las obras de los grandes precursores de la ciencia de todos los tiempos, Alemañ Berenguer retorna dichas hipótesis e intenta comprender todo íntegramente. Aunque, como ya sabemos, la obra de un antiguo científico supone tanto situarse en su misma perspectiva mental como temporal, y así ser conscientes que sus logros los vemos con ojos muy distintos.
La obra finaliza con un despliegue de los éxitos alcanzados por las creaciones de Einstein, junto con una discusión sobre las perspectivas de que se mantengan como un firme pilar de la física en el siglo XXI.
Título: El paradigma Einstein y la controversia sobre la teoría de la relatividad
Autor: Rafael Alemañ Berenguer
Edita: Almuzara. Colección Divulgación Científica
Año: 2016
ISBN: 978-84-94384-69-1
Número de páginas: 446
Precio: 19.95€
2. RESÚMEN/SÍNTESIS
"Todos conocen a Einstein pero muy pocos le entienden". Comienza así Alemañ Berenguer su libro: El paradigma Einstein y la controversia sobre la teoría de la relatividad. El objetivo de este ejemplar será examinar aquellas opiniones, más o menos fundadas, que pretenden sustituir la teoría de Einstein por otra supuestamente más correcta, valiéndose de presuntas inexactitudes conceptuales o experimentales.
Los dos pilares fundamentales de este libro, pues, serán: aproximarse a las verdaderas dimensiones del trascurrir de la ciencia en el caso de la relatividad y, señalar el camino, más allá de cualquier manual, hacia una comprensión más profunda de la teoría.
El autor nos incita a abrir nuestra mente a diversas posibilidades, sin que ello signifique otorgarles a todas su verosimilitud, y así obtener un "ejercicio intelectual sano y aconsejable". No debemos caer en el error de aceptar simplemente que las cosas tienen que ser así, por extraño que nos parezca. Existen miles de concepciones diferentes.
Las teorías del autor proporcionan visiones alternativas del cosmos. Mediante las obras de los grandes precursores de la ciencia de todos los tiempos, Alemañ Berenguer retorna dichas hipótesis e intenta comprender todo íntegramente. Aunque, como ya sabemos, la obra de un antiguo científico supone tanto situarse en su misma perspectiva mental como temporal, y así ser conscientes que sus logros los vemos con ojos muy distintos.
Antecedentes históricos como: Galileo, Simon Stevin, los famosos René Descartes o Isaac Newton, Michael Faraday y su flujo de las líneas de fuerzas, o Maxwell y su éter electromagnético (que hoy por hoy sabemos que no existe), entre muchos otros, precedieron al sabio alemán en sus dos teorías relativistas, y serán la base del libro, así como de las propuestas competidoras que pretendieron sustituirlas.
La obra finaliza con un despliegue de los éxitos alcanzados por las creaciones de Einstein, junto con una discusión sobre las perspectivas de que se mantengan como un firme pilar de la física en el siglo XXI.
Reseñas
Las personas primero: La primacía de las personas en la era digital
Sandra Romero , 01/02/2016
1. FICHA TÉCNICA:
Título: People First: The Primacy of People in a Digital Age (Las personas primero: La primacía de las personas en la era digital)
Autor: Pierre Nanterme y Paul Daugherty.
Edita: Accenture Technology Vision, 2016
Número de páginas: 70
Se puede descargar en:
https://www.accenture.com/us-en/insight-technology-trends-2016.aspx
Título: People First: The Primacy of People in a Digital Age (Las personas primero: La primacía de las personas en la era digital)
Autor: Pierre Nanterme y Paul Daugherty.
Edita: Accenture Technology Vision, 2016
Número de páginas: 70
Se puede descargar en:
https://www.accenture.com/us-en/insight-technology-trends-2016.aspx
Reseñas
Dios, Darwin y Freud nos han abandonado. Quiénes somos y de dónde venimos
Juan Antonio Martínez de la Fe , 25/01/2016
Ficha Técnica
Título: Dios, Darwin y Freud nos han abandonado. Quiénes somos y de dónde venimos
Autor: Fernando de Castillo Martín
Edita: Biblioteca Nueva, Madrid, 2014
Colección: Ensayo
Encuadernación: Tapa blanda
Número de páginas: 182
ISBN: 978-84-16170-42-5
Precio: 16 euros
Ya desde el Prólogo, Fernando del Castillo Martín nos ofrece un esquema de su propuesta. Una propuesta que profundiza en una visión novedosa sobre la problemática, si es que lo es, del existir. Nos cuenta el transcurrir a través de los tiempos de la pregunta hasta hoy incontestada: ¿quiénes somos? Así, nos explica cómo el ser humano pasó de ser un accidente del cosmos genérico a convertirse en el centro y punto de vista del pensamiento a partir de la Ilustración, que es cuando esta pregunta existencial se llena de incertidumbres. Ya en los siglos XVIII y XIX, el individuo deja de lado momentáneamente la cuestión existencial para dedicarse a resolver sus preocupaciones sociales y económicas. Y en el siglo XX, el Dios que había dado respuesta a la pregunta ya no era el de las épocas pasadas, lo que originó un fuerte vacío existencial que el ser humano pretendió llenar con mitologías sustitutivas para aplacar esa nostalgia del absoluto y el vacío del yo; llegó de esta manera a la utopía colectivista que, una vez desaparecida, rodea de soledad al individuo transportándolo al individualismo de hoy, voraz y depredador que nos lleva al desequilibrio social y a la destrucción de nuestra casa común, el planeta.
Llegados a este punto, ¿qué nos dicen la filosofía y la ciencia? Para Fernando del Castillo, la primera “está lejos de entender al ser humano en su singularidad y solo contempla al individuo como un ser social que hay que analizar”. Por su parte, la ciencia apenas roza el tema humano, abstraída como está en sus asuntos.
Y es ahí, desde esa perspectiva, desde donde el autor nos ofrece “una propuesta original sobre el ser humano […] encontramos que la vida desde sus orígenes presenta un desarrollo de complejidad creciente, complejidad que proporciona a los seres vivos una autonomía frente al medio, de manera que las formas más evolucionadas tienen mayor capacidad de superar las deficiencias de este, que las menos evolucionadas, creándose así una escala de emancipación biológica”. Pero aún hay más; sostiene que esa complejidad viene impulsada por la materia; materia que no es una entidad pasiva sino un agente activo que genera primero la vida, después la vida compleja y, finalmente, la vida racional. Por lo que afirma que en la naturaleza, en la materia, reside una fuerza que le es inherente, como lo es la gravedad o la radioactividad, que la impulsa a la creación de seres cada vez más autónomos y autosuficientes.
Entrando en materia
Y el libro que comentamos se dedica a explayar esta interesante propuesta. Y lo hace partiendo desde la base, planteándose una pregunta que, pese a ser básica, suscita no pocos debates: ¿Qué es la vida? Arranca desde un presupuesto elemental: entender la vida como principio; y esto porque los seres humanos somos primero vida y luego razón.
Históricamente, la vida no ha sido bien entendida por la ciencia y la filosofía; y la religión poco puede aportar, porque no es su cometido responder a esta cuestión. Durante siglos, los filósofos han visto el cuerpo humano como una proyección del alma o del espíritu, hasta que los empiristas rompen la hegemonía del alma sobre el cuerpo, pero relegando a este, como elemento vivo, fuera del campo filosofal. Hasta que en el siglo XX se produce una cierta inflexión del pensamiento especulativo, con figuras como las de Teilhard de Chardin o Xavier Zubiri, que arrancan la vida desde la materia, simplificando mucho la expresión.
En su planteamiento, Del Castillo Martín acude a la biología y nos presenta las tesis de Virchow y Schrödinger, así como la definición oficial de la Nasa sobre qué es la vida, basada en la propuesta de J. Joyce; definición que no acaba de convencerle. Más cercana a sus planteamientos es la que da el científico evolucionista Carlos Briones, de quien ofrece las características que definen el fenómeno vital; y, finalmente, nos propone el autor la suya propia: la vida se define como “la producción ordenada de sí misma con capacidad replicativa en aislamiento mediático”. Hace hincapié en esta última parte, la necesidad de todos los seres vivos de ser autónomos frente al medio. Y tras comentar ampliamente su punto de vista, concluye con que debemos incorporar el fenómeno evolutivo a la definición de la vida para que su análisis quede completo. Con lo que abre la puerta al siguiente capítulo, sobre La evolución de la vida, que es como se encabeza el segundo de la obra.
La vida evoluciona
Se trata de un bloque descriptivo de todo el proceso evolutivo, desde la aparición espontánea de la vida por la combinación de elementos químicos hasta el surgimiento de seres pluricelulares, pasando, detalladamente, por la sopa prebiótica o primordial, la aparición de proteínas y ácidos nucleicos, la presencia en ellos de una membrana con actividad aislante y nutricional, la formación de células complejas y su colaboración para constituir seres pluricelulares de creciente complejidad. Un capítulo, en definitiva, que nos resume, actualizándolo, el estado actual de nuestros conocimientos sobre el origen de la vida y su evolución hasta hoy. Pese a lo especializado de la materia que describe, su lenguaje próximo y su estructura pedagógica lo convierten en un bloque fácilmente asequible para el profano y sumamente interesante.
El impulso evolutivo continuado
En el tercer capítulo, titulado La metaautopoyesis, el autor nos acerca a este término, acuñado por él y que resume muy certeramente la esencia de su planteamiento.
Veamos qué nos dice al respecto: “[Este impulso] es la autoafirmación permanente de la materia, la consecución continuada de islotes superiores de autosuficiencia frente a un medio entrópicamente negativo. A este impulso lo llamo metaautopoyesis, de manera que autopoyesis es el resultado circunstancial del impulso y metaautopoyesis la acción continuada de este”. Es aquí donde se sitúa la línea de la evolución, que tiende progresivamente a la autonomía del ser; la materia genera formas autopoyéticas, pero impelidas por la metaautopoyesis esas formas son cada vez más soberanas y autónomas del entorno; así, pues, la materia no es solo fuente de seres independientes, sino, también, agente de evolución. Tal metaautopoyesis no es un agente externo; no. Se trata de algo inherente a la materia, una de sus propiedades, defiende Fernando del Castillo. Una tesis que, aunque no plenamente desarrollada por autores como Ilya Prigogine, Lynn Margulis, Rémy Chauvin o Brian Goodwin, apuntan, sin embargo esta misma línea de desarrollo.
Seguidamente, el autor sostiene que esta propuesta evolutiva difiere de las dos líneas que actualmente prevalecen en el escenario científico: el azar y el darwinismo; y dedica varias páginas a señalar las debilidades de ambas corrientes, enfrentadas a su propia aportación. Refiriéndose a la primera, el azar, resume de manera directa: “La metaautopoyesis propone y la realidad dispone. ¿Hay azar? Sí, pero no como acción prioritaria. ¿Existe tendencia? Por supuesto, la lógica de los resultados lo denuncia. ¿Se producen resultados coherentes y armoniosos? Claro, aquellos que el impulso metaautopoyético puede desarrollar cuando la realidad se lo permite. ¿Previsibles? No, pues la incertidumbre del proceso hace que nada sea predecible”.
En cuanto a la tesis darwinista de una evolución dirigida, estima que tiene importantes lagunas en su explicación de toda la evolución de la vida. Se enfrenta, así, a la teoría de una selección escalonada, paulatina y progresiva de cambios discretos; y lo hace también frente al utilitarismo que, a su juicio, hace el darwinismo de los rasgos fenotípicos de las especies, es decir, de sus características morfológicas. Por último, arguye contra la tautología que contiene la propuesta central de la evolución de la selección de las especies mejor adaptadas.
Un impulso humanizado
El impulso se humaniza. Aquí, en el capítulo cuarto de la obra, el autor sostiene, frente a quienes opinan que la evolución biológica se acaba al alcanzar el estado humano, que esto no es así, sino que continúa; excepto algunos autores, como Teilhard de Chardin o Zubiri, lo que se lee es que la historia del hombre finaliza en el Homo sapiens. La propuesta de Fernando del Castillo es que la evolución se proyecta en la historia de los seres humanos hasta nuestros días, para continuar después, aunque no se sepa hacia dónde.
La cuestión es que ese cambio evolutivo humano no va a producirse en su organismo como totalidad, sino en un aspecto muy local y funcional, como es el sistema nervioso central, es decir, evolución exclusivizada en el cerebro, al margen del acontecer del resto del organismo. De él nace la razón y su derivado, la inteligencia.
Comienza el autor, entonces, a recorrer la historia desde los primeros tiempos, cuando los seres humanos consiguen logros, no ya merced a la adquisición de órganos naturales, sino por medios artificiales de su creación. La técnica y la ciencia no son sino desarrollos graduales de autopoyesis en la lucha del ser humano para responder a las imposiciones y restricciones de la naturaleza permitiéndole una mayor autonomía individual; una autonomía que referida a la independencia frente a los agentes exteriores sería una autopoyesis exterior y si se refiere a su independencia del resto de los seres humanos sería una autopoyesis interior.
Para el autor, con el desarrollo del cerebro y la aparición de la inteligencia, lo que se produce es el nuevo estado de la individualidad del ser; ahora evoluciona el individuo no la especie. Puede aparecer el conflicto entre individualidades; y en esta dialéctica entre negación y desarrollo de la individualidad, la metaautopoyesis actúa a favor de la individualización del yo, provocando y manteniendo su perfeccionamiento continuo, afirma el autor.
La estructura mental
“Llegados a este punto de la evolución, el impulso metaautopoyético alcanza la hominización, lo que permite a la materia desarrollar un nuevo estado de autopoyesis sustentado en la razón y la inteligencia”. Con estas palabras se abre el capítulo quinto, La estructura mental. El impulso hace evolucionar al homínido hacia la individualización del ser, una individualización que no se producirá de manera lineal, sino que lo hará en forma de ciclos; y lo hará de tal manera que no se pasará de un ciclo al siguiente hasta haber consumado el anterior.
Según su planteamiento, cada ciclo evolutivo de la estructura mental, cada uno con su propia lógica interna, contará con una fase incipiente, otra intermedia y acaba en una fase final o de consumación de la estructura mental correspondiente; a partir de este momento, hay un período de transición hasta el inicio del ciclo siguiente. En la historia de la humanidad, el autor distingue una estructura mental protohumana, a la que sigue una estructura mental genérica o grupal; a continuación aparece la estructura mental ideológica y termina con la estructura mental a la que asistimos hoy día que es la estructura mental exclusiva, cuya particularidad principal es la exclusividad del ser y la ruptura con el grupo y con la idea. A cada una de estas fases le atribuye una era histórica, una división histórica diferente a la hasta ahora aplicada, que encierra un concepto esencial. En varias páginas del capítulo se desarrollan estos asuntos, siguiendo, especialmente, a Jung.
Aparece el yo
A partir de aquí, de esta cuasi introducción genérica reflejada en el capítulo precedente, el autor dedicará los siguientes de la obra a detenerse en cada uno de estos aspectos. Así, el capítulo sexto versa sobre El yo aparece en la historia. Ya desde las primeras líneas advierte de que solo hará una referencia general a las principales líneas de este proceso, dada su amplitud y los constantes descubrimientos en la hominización del ser humano. Y siempre lo hará el autor desde la perspectiva que constituye el proyecto de su ensayo: la individualización del ser.
Para Fernando del Castillo, en su etapa primitiva, el ser humano tiene una conciencia del yo, pero es muy vaga e imprecisa, una mente emocional poco definida, que se demuestra en su incapacidad para expresar la representación humana en sus dibujos.
Analizando el mundo del arte, aparece la representación antropomórfica, fruto de una nueva organización cerebral. El autor concibe que no es un cerebro pasivo el que se modifica presionado por el entorno, sino que es este, el entorno, el que resulta modificado por ese cerebro que evoluciona.
El yo en la colectividad
Se llega así a la estructura mental genérica o grupal, que constituye la segunda fase, que se aborda en el capítulo séptimo de la obra, El yo se colectiviza.
El paso siguiente del yo, en este su proceso evolutivo, es el del yo colectivo. Se produce un nuevo esquema mental que es grupal, basado, esencialmente, en la ausencia del yo exclusivo; el ser humano se siente ya humano, pero compartido.
¿Qué consecuencias trae tal situación? “Esto genera una individualidad incompleta con incapacidad de instrospección –autorreflexión propia de la mente independiente moderna- y de pensamiento sistemático –pensamiento ordenado y estructurado-. Esta mente la podríamos traducir como plana –carencia de instrospección- y fragmentada –falta de sistematización-, dos peculiaridades que, como veremos, se van a reflejar en todas las manifestaciones y expresiones del alma colectiva, como el arte, la filosofía y la religión”.
Este párrafo transcrito nos resume perfectamente cómo se va a desarrollar el capítulo. Ante la ausencia de manifestaciones escritas de la cultura en la antigüedad, el autor se basará, fundamentalmente, en las artes plásticas, como expresión simbólica de esta nueva estructura mental. Aunque, llegado a la época helenística, se apoya también en el teatro y las narraciones literarias. Así, hace un recorrido por el arte egipcio y el arte griego, dejando nítida su postura personal ante los hechos que analiza: todas estas expresiones culturales son fruto de la estructura mental de quienes las realizan, pues ningún artista puede crear un estilo en cualquier momento solo con proponérselo, pues su organización mental se lo impide.
El trascender del hombre
Pero el individuo no se queda aquí. Evoluciona. Y, así, El individuo se trasciende, alcanzando la tercera estructura mental que nos propone el autor, una nueva estructura en la que aparece el primer aliento real de individualización del ser.
Se trata de un proceso, incluido en el capítulo octavo, difícil de entender y de explicar, ya que, históricamente, nos encontramos en un mundo muy diversificado, con diversas corrientes de pensamiento. Ante esta dificultad, Fernando del Castillo opta por tomar un ejemplo paradigmático, el cristianismo, fenómeno que analiza con detalle, fijándose especialmente en la época del dogma cristiano evolucionado, bien diferente a sus orígenes evangélicos.
Basándose en el credo surgido del concilio de Nicea, concluye que esta confesión de fe disfruta de las tres características básicas de la trascendencia: 1. Tener como referente a un ser supremo extraordinario; 2. Conceder al ser humano la posibilidad de participar de esa esencia a través de la inmortalidad; y 3. Tener un mediador extremadamente cualificado. En definitiva, el ser humano ya se trasciende, entendiendo por trascendencia “la capacidad de la mente de sobrevenir la realidad para acercarse al conocimiento de lo que está más allá de lo físico, es decir, de Dios o de una Idea”. De esta manera, la persona rompe, trasciende, la barrera psíquica de lo cotidiano y traslado el acto mental del mundo físico (tribal) al mundo de lo inconcreto (Dios, Idea), creando, así, una realidad –incorpórea, pero auténtica- una realidad construida a partir de un yo profundo, introspectivo y muy personal. En pocas palabras, “la persona ha dejado de ser ‘yo soy nosotros’ para comenzar a ser ‘yo soy yo’”.
A partir de aquí, el autor responde a las posibles argumentaciones contra su planteamiento, finalizando con el bautizar a esta etapa como estructura mental ideológica.
Simbolismo ideológico
Y es a El simbolismo ideológico al que dedica el siguiente capítulo, el noveno. Desde las primeras líneas plantea el desarrollo de esta nueva etapa, en la que “el individuo construye sus creaciones intelectuales y emocionales, generando elementos sistemáticos y armónicamente organizados, elementos simbólicos formados a imagen y semejanza de su organización mental”.
Su análisis se realiza sobre las artes como primeros gestos de la nueva estructura mental, que arranca con el arte visigodo y continúa con el del Románico, del Gótico, del Romántico y del Renacimiento, culminando esta etapa de simbolización en el espacio sistémico del Barroco.
En el terreno de la filosofía, se detiene en Descartes, que podría suponer una disociación temporal en la estructura histórica que plantea el autor, una disociación que rechaza con sólidos argumentos a favor de su propuesta.
Y concluye el capítulo con el siguiente párrafo: “A partir de ese momento, una nueva mente deberá remontar el curso de la historia, un nuevo período con una nueva manera de entender el mundo. Comienza el desarrollo de otra estructura mental”. Es la estructura mental de El yo que despunta, y que aborda en el décimo capítulo de la obra.
Despunta el yo
Al final de la etapa precedente, el yo es aún dependiente de la Idea o, en su caso, de un dios padre, todopoderoso. Para desprenderse de esa situación, ha de crear un mundo protector que lo reafirme y lo proteja: “si el yo quiere evolucionar hacia estados superiores de individualidad y la autopoyesis del sí-mismo progresar, el impulso de la materia tiene que retirar la capa ideológica que protege al yo”, una capa ideológica que antes ocupaba la divinidad; se trata de un paso decisivo para que se forme un yo libre de referenciales, un yo esencial y puro.
A finales del siglo XVII y principios del XVIII es donde sitúa el autor el comienzo de la nueva era, en la que la persona es pensada independiente del Abstracto. E insiste en su tesis: “ni la ciencia, ni la filosofía, ni ninguna otra manifestación del ser humano son la causa de la disolución de la capa ideológica, ya que, en último extremo, todas las manifestaciones del ser no son más que epifenómenos de la estructura mental. Es esta y su evolución las auténticas responsables de la desestructuración de la mente ideológica”. Tal modificación evolutiva de la estructura mental viene impulsada por la acción metaautopoyética de la materia, la cual va a liberar ahora al yo de la coraza ideológica para conducirlo a un estado más autónomo, más autopoyético, menos dependiente del medio.
Esta evolución que va desde la estructura mental ideológica al yo liberado de condicionantes y referentes es la evolución que va a seguir la mente y, en consecuencia, el desarrollo de la persona desde el siglo XVIII hasta nuestros días. Una evolución que tiene su costo, no es gratuita y deja cadáveres por el camino, como el existencialismo, la crisis de valores de una sociedad sin mandamientos divinos o la obscena realidad con que a veces se presentan algunos nuevos bárbaros de la exclusividad. Como ha hecho en los capítulos precedentes, el autor ejemplifica su tesis con las manifestaciones culturales. Y, finalmente, nos encauza al estudio de las características y peculiaridades de este nuevo fenómeno de la evolución autopoyética.
Un yo exclusivo
Undécimo capítulo: ¿Qué es el yo exclusivo? Según todo lo expuesto hasta ahora, el ser humano ha alcanzado un nivel evolutivo en el que se ha liberado del grupo y de todo tipo de referenciales, dando lugar al nacimiento de un nuevo individuo conformado por la espontaneidad emocional, libre de toda cubierta ideológica, capaz de mostrar una dimensión autónoma y espontánea. Aparece una estructura mental construida sobre la exclusividad del núcleo yoico más estricto y privado, la estructura mental exclusiva.
¿Somos, pues, seres exclusivos? Sí, afirma rotundamente Fernando del Castillo, basándose en los descubrimientos de la ciencia en torno a nuestro cerebro, que es único e irrepetible en cada individuo. En un paso más, concluye que si “las funciones cerebrales son redes neuronales, podríamos afirmar que cualidades como el amor, el odio, la agresividad, la empatía, la ambición, la bondad, la generosidad, la lealtad, la fidelidad, etc. no serían nada más que el resultado de actividades neuronales complejas.
Luego, las propiedades de la mente no son esencias ni epifenómenos de esta, entidades abstractas, sino simples consecuencias de la actividad neuronal y de sus conexiones sinápticas”.
Deduce de lo que afirma dos aspectos: 1) Nuestras cualidades se han ido formando en el transcurso de nuestra evolución coincidiendo con las transformaciones de los circuitos neuronales y el desarrollo continuado de su complejidad. Y 2). Si somos producto de esa complejidad neuronal y esta es diferente en cada uno de nosotros, nuestras propiedades surgidas a partir de nuestros cerebros también tienen que ser diferentes en cada ser humano.
Cada uno de nosotros está formado por un mosaico de cualidades que no es repetible en ningún otro ser humano: somos lo que somos por ser como somos.
¿Significa esto que somos individuos narcisistas o ególatras? No. “Lo único que afirmamos es que con la exclusividad ya no hay estirpe ni creencias a los que recurrir en nuestro proceder mental, ni en nuestra realidad vivencial. No hay Dios al que consultar, ideología en la que protegerse, ni personalidad a la que imitar”. Pero hemos de aceptar plenamente la existencia del otro: el yo-tu forma una realidad indisoluble y que el uno no puede existir sin el otro; y lo confirma con el ejemplo de las neuronas de espejo, que nos han permitido evolucionar por imitación.
Plantea, seguidamente, el asunto de la posible ética de la exclusividad, al que dedica algunas páginas. Y termina el capítulo exponiendo que con la personalidad exclusiva hemos llegado al final de la evolución que nació en los albores de la vida.
¿Y qué hay de la pregunta sobre quiénes somos? Pues que somos materia, pero materia activa evolucionada.
Un epílogo
Aquí podría haber finalizado la obra, pero dejaría muchos interrogantes abiertos. Los aborda el autor en el Epílogo. Por ejemplo: ¿se ha alcanzado ya realmente la consumación de la materia con el desarrollo del individuo exclusivo? El impulso que nos ha traído hasta aquí continúa, aunque no sepamos cómo se traducirá esa exclusividad en el futuro.
Considera, sin embargo, que la metaautopoyesis está muy condicionada en su evolución por el azar y el azar ahora puede ser simplemente la individualidad activa.
Pese a ello, hay una situación en la que el impulso podría dejar de actuar, aunque se mantuviera potencialmente: la autodestrucción de la sociedad altamente tecnificada. Es un riesgo alto al que nos enfrentamos y para el que la única solución sería potenciar la otra faceta autopoyética del yo: la interior. ¿Cuál sería la solución para evitar la destrucción de la armonía del yo con el otro y con la naturaleza y la destrucción de todas las utopías que hemos construido? Fernando del Castillo nos invita, con Marcuse, a la inversión de los valores humanos. Sus palabras nos expresan mejor que nadie su propuesta: “Es imprescindible que los seres humanos seamos conscientes de los riesgos a los que nos conduce la sociedad tecnológica devastadora y los peligros que existen para la supervivencia física de la especie humana. Es necesario que atenuemos, o mejor anulemos, el yo que busca bienestar a costa del otro y de la naturaleza agotada y despertemos a nuestra mismidad y a nuestro yo lúdico”. Propuesta en la que, indudablemente, no está solo.
Concluyendo
Estamos ante un libro que merece ser leído. Y por varios motivos. Sería uno la originalidad de su propuesta; una originalidad que no es pura invención, sino que el autor sostiene apoyándose en argumentos suficientemente sólidos para ser considerados. Otro podría ser lo sugerente de su exposición que hace que la lectura sea no solo amena, sino apasionante. Su metodología expositiva responde a una reflexión seria y meditada de sus propuestas; no huye de los posibles planteamientos que contradicen, o podrían contradecir, su tesis; los aborda con respeto, razonando su postura.
La bibliografía que recoge en su obra, si bien no es muy extensa, sí es, sin embargo, muy selecta.
Todo ello no quiere decir que no habrá quien no comparta sus conclusiones. En tema tan profundo no hay tesis irrebatibles. Pero este libro contribuye, sin duda, a ahondar en él, sugiriendo nuevos puntos de vista que enriquecen el debate.
Índice
Prólogo
Capítulo 1. ¿Qué es la vida?
Capítulo 2. La evolución de la vida
Capítulo 3. La metaautopoyesis
Capítulo 4. El impulso se humaniza
Capítulo 5. La estructura mental
Capítulo 6. El yo aparece en la historia
Capítulo 7. El yo se colectiviza
Capítulo 8. El individuo se trasciende
Capítulo 9. El simbolismo ideológico
Capítulo 10. El yo exclusivo despunta
Capítulo 11. ¿Qué es el yo exclusivo?
Epílogo
Bibliografía
Título: Dios, Darwin y Freud nos han abandonado. Quiénes somos y de dónde venimos
Autor: Fernando de Castillo Martín
Edita: Biblioteca Nueva, Madrid, 2014
Colección: Ensayo
Encuadernación: Tapa blanda
Número de páginas: 182
ISBN: 978-84-16170-42-5
Precio: 16 euros
Ya desde el Prólogo, Fernando del Castillo Martín nos ofrece un esquema de su propuesta. Una propuesta que profundiza en una visión novedosa sobre la problemática, si es que lo es, del existir. Nos cuenta el transcurrir a través de los tiempos de la pregunta hasta hoy incontestada: ¿quiénes somos? Así, nos explica cómo el ser humano pasó de ser un accidente del cosmos genérico a convertirse en el centro y punto de vista del pensamiento a partir de la Ilustración, que es cuando esta pregunta existencial se llena de incertidumbres. Ya en los siglos XVIII y XIX, el individuo deja de lado momentáneamente la cuestión existencial para dedicarse a resolver sus preocupaciones sociales y económicas. Y en el siglo XX, el Dios que había dado respuesta a la pregunta ya no era el de las épocas pasadas, lo que originó un fuerte vacío existencial que el ser humano pretendió llenar con mitologías sustitutivas para aplacar esa nostalgia del absoluto y el vacío del yo; llegó de esta manera a la utopía colectivista que, una vez desaparecida, rodea de soledad al individuo transportándolo al individualismo de hoy, voraz y depredador que nos lleva al desequilibrio social y a la destrucción de nuestra casa común, el planeta.
Llegados a este punto, ¿qué nos dicen la filosofía y la ciencia? Para Fernando del Castillo, la primera “está lejos de entender al ser humano en su singularidad y solo contempla al individuo como un ser social que hay que analizar”. Por su parte, la ciencia apenas roza el tema humano, abstraída como está en sus asuntos.
Y es ahí, desde esa perspectiva, desde donde el autor nos ofrece “una propuesta original sobre el ser humano […] encontramos que la vida desde sus orígenes presenta un desarrollo de complejidad creciente, complejidad que proporciona a los seres vivos una autonomía frente al medio, de manera que las formas más evolucionadas tienen mayor capacidad de superar las deficiencias de este, que las menos evolucionadas, creándose así una escala de emancipación biológica”. Pero aún hay más; sostiene que esa complejidad viene impulsada por la materia; materia que no es una entidad pasiva sino un agente activo que genera primero la vida, después la vida compleja y, finalmente, la vida racional. Por lo que afirma que en la naturaleza, en la materia, reside una fuerza que le es inherente, como lo es la gravedad o la radioactividad, que la impulsa a la creación de seres cada vez más autónomos y autosuficientes.
Entrando en materia
Y el libro que comentamos se dedica a explayar esta interesante propuesta. Y lo hace partiendo desde la base, planteándose una pregunta que, pese a ser básica, suscita no pocos debates: ¿Qué es la vida? Arranca desde un presupuesto elemental: entender la vida como principio; y esto porque los seres humanos somos primero vida y luego razón.
Históricamente, la vida no ha sido bien entendida por la ciencia y la filosofía; y la religión poco puede aportar, porque no es su cometido responder a esta cuestión. Durante siglos, los filósofos han visto el cuerpo humano como una proyección del alma o del espíritu, hasta que los empiristas rompen la hegemonía del alma sobre el cuerpo, pero relegando a este, como elemento vivo, fuera del campo filosofal. Hasta que en el siglo XX se produce una cierta inflexión del pensamiento especulativo, con figuras como las de Teilhard de Chardin o Xavier Zubiri, que arrancan la vida desde la materia, simplificando mucho la expresión.
En su planteamiento, Del Castillo Martín acude a la biología y nos presenta las tesis de Virchow y Schrödinger, así como la definición oficial de la Nasa sobre qué es la vida, basada en la propuesta de J. Joyce; definición que no acaba de convencerle. Más cercana a sus planteamientos es la que da el científico evolucionista Carlos Briones, de quien ofrece las características que definen el fenómeno vital; y, finalmente, nos propone el autor la suya propia: la vida se define como “la producción ordenada de sí misma con capacidad replicativa en aislamiento mediático”. Hace hincapié en esta última parte, la necesidad de todos los seres vivos de ser autónomos frente al medio. Y tras comentar ampliamente su punto de vista, concluye con que debemos incorporar el fenómeno evolutivo a la definición de la vida para que su análisis quede completo. Con lo que abre la puerta al siguiente capítulo, sobre La evolución de la vida, que es como se encabeza el segundo de la obra.
La vida evoluciona
Se trata de un bloque descriptivo de todo el proceso evolutivo, desde la aparición espontánea de la vida por la combinación de elementos químicos hasta el surgimiento de seres pluricelulares, pasando, detalladamente, por la sopa prebiótica o primordial, la aparición de proteínas y ácidos nucleicos, la presencia en ellos de una membrana con actividad aislante y nutricional, la formación de células complejas y su colaboración para constituir seres pluricelulares de creciente complejidad. Un capítulo, en definitiva, que nos resume, actualizándolo, el estado actual de nuestros conocimientos sobre el origen de la vida y su evolución hasta hoy. Pese a lo especializado de la materia que describe, su lenguaje próximo y su estructura pedagógica lo convierten en un bloque fácilmente asequible para el profano y sumamente interesante.
El impulso evolutivo continuado
En el tercer capítulo, titulado La metaautopoyesis, el autor nos acerca a este término, acuñado por él y que resume muy certeramente la esencia de su planteamiento.
Veamos qué nos dice al respecto: “[Este impulso] es la autoafirmación permanente de la materia, la consecución continuada de islotes superiores de autosuficiencia frente a un medio entrópicamente negativo. A este impulso lo llamo metaautopoyesis, de manera que autopoyesis es el resultado circunstancial del impulso y metaautopoyesis la acción continuada de este”. Es aquí donde se sitúa la línea de la evolución, que tiende progresivamente a la autonomía del ser; la materia genera formas autopoyéticas, pero impelidas por la metaautopoyesis esas formas son cada vez más soberanas y autónomas del entorno; así, pues, la materia no es solo fuente de seres independientes, sino, también, agente de evolución. Tal metaautopoyesis no es un agente externo; no. Se trata de algo inherente a la materia, una de sus propiedades, defiende Fernando del Castillo. Una tesis que, aunque no plenamente desarrollada por autores como Ilya Prigogine, Lynn Margulis, Rémy Chauvin o Brian Goodwin, apuntan, sin embargo esta misma línea de desarrollo.
Seguidamente, el autor sostiene que esta propuesta evolutiva difiere de las dos líneas que actualmente prevalecen en el escenario científico: el azar y el darwinismo; y dedica varias páginas a señalar las debilidades de ambas corrientes, enfrentadas a su propia aportación. Refiriéndose a la primera, el azar, resume de manera directa: “La metaautopoyesis propone y la realidad dispone. ¿Hay azar? Sí, pero no como acción prioritaria. ¿Existe tendencia? Por supuesto, la lógica de los resultados lo denuncia. ¿Se producen resultados coherentes y armoniosos? Claro, aquellos que el impulso metaautopoyético puede desarrollar cuando la realidad se lo permite. ¿Previsibles? No, pues la incertidumbre del proceso hace que nada sea predecible”.
En cuanto a la tesis darwinista de una evolución dirigida, estima que tiene importantes lagunas en su explicación de toda la evolución de la vida. Se enfrenta, así, a la teoría de una selección escalonada, paulatina y progresiva de cambios discretos; y lo hace también frente al utilitarismo que, a su juicio, hace el darwinismo de los rasgos fenotípicos de las especies, es decir, de sus características morfológicas. Por último, arguye contra la tautología que contiene la propuesta central de la evolución de la selección de las especies mejor adaptadas.
Un impulso humanizado
El impulso se humaniza. Aquí, en el capítulo cuarto de la obra, el autor sostiene, frente a quienes opinan que la evolución biológica se acaba al alcanzar el estado humano, que esto no es así, sino que continúa; excepto algunos autores, como Teilhard de Chardin o Zubiri, lo que se lee es que la historia del hombre finaliza en el Homo sapiens. La propuesta de Fernando del Castillo es que la evolución se proyecta en la historia de los seres humanos hasta nuestros días, para continuar después, aunque no se sepa hacia dónde.
La cuestión es que ese cambio evolutivo humano no va a producirse en su organismo como totalidad, sino en un aspecto muy local y funcional, como es el sistema nervioso central, es decir, evolución exclusivizada en el cerebro, al margen del acontecer del resto del organismo. De él nace la razón y su derivado, la inteligencia.
Comienza el autor, entonces, a recorrer la historia desde los primeros tiempos, cuando los seres humanos consiguen logros, no ya merced a la adquisición de órganos naturales, sino por medios artificiales de su creación. La técnica y la ciencia no son sino desarrollos graduales de autopoyesis en la lucha del ser humano para responder a las imposiciones y restricciones de la naturaleza permitiéndole una mayor autonomía individual; una autonomía que referida a la independencia frente a los agentes exteriores sería una autopoyesis exterior y si se refiere a su independencia del resto de los seres humanos sería una autopoyesis interior.
Para el autor, con el desarrollo del cerebro y la aparición de la inteligencia, lo que se produce es el nuevo estado de la individualidad del ser; ahora evoluciona el individuo no la especie. Puede aparecer el conflicto entre individualidades; y en esta dialéctica entre negación y desarrollo de la individualidad, la metaautopoyesis actúa a favor de la individualización del yo, provocando y manteniendo su perfeccionamiento continuo, afirma el autor.
La estructura mental
“Llegados a este punto de la evolución, el impulso metaautopoyético alcanza la hominización, lo que permite a la materia desarrollar un nuevo estado de autopoyesis sustentado en la razón y la inteligencia”. Con estas palabras se abre el capítulo quinto, La estructura mental. El impulso hace evolucionar al homínido hacia la individualización del ser, una individualización que no se producirá de manera lineal, sino que lo hará en forma de ciclos; y lo hará de tal manera que no se pasará de un ciclo al siguiente hasta haber consumado el anterior.
Según su planteamiento, cada ciclo evolutivo de la estructura mental, cada uno con su propia lógica interna, contará con una fase incipiente, otra intermedia y acaba en una fase final o de consumación de la estructura mental correspondiente; a partir de este momento, hay un período de transición hasta el inicio del ciclo siguiente. En la historia de la humanidad, el autor distingue una estructura mental protohumana, a la que sigue una estructura mental genérica o grupal; a continuación aparece la estructura mental ideológica y termina con la estructura mental a la que asistimos hoy día que es la estructura mental exclusiva, cuya particularidad principal es la exclusividad del ser y la ruptura con el grupo y con la idea. A cada una de estas fases le atribuye una era histórica, una división histórica diferente a la hasta ahora aplicada, que encierra un concepto esencial. En varias páginas del capítulo se desarrollan estos asuntos, siguiendo, especialmente, a Jung.
Aparece el yo
A partir de aquí, de esta cuasi introducción genérica reflejada en el capítulo precedente, el autor dedicará los siguientes de la obra a detenerse en cada uno de estos aspectos. Así, el capítulo sexto versa sobre El yo aparece en la historia. Ya desde las primeras líneas advierte de que solo hará una referencia general a las principales líneas de este proceso, dada su amplitud y los constantes descubrimientos en la hominización del ser humano. Y siempre lo hará el autor desde la perspectiva que constituye el proyecto de su ensayo: la individualización del ser.
Para Fernando del Castillo, en su etapa primitiva, el ser humano tiene una conciencia del yo, pero es muy vaga e imprecisa, una mente emocional poco definida, que se demuestra en su incapacidad para expresar la representación humana en sus dibujos.
Analizando el mundo del arte, aparece la representación antropomórfica, fruto de una nueva organización cerebral. El autor concibe que no es un cerebro pasivo el que se modifica presionado por el entorno, sino que es este, el entorno, el que resulta modificado por ese cerebro que evoluciona.
El yo en la colectividad
Se llega así a la estructura mental genérica o grupal, que constituye la segunda fase, que se aborda en el capítulo séptimo de la obra, El yo se colectiviza.
El paso siguiente del yo, en este su proceso evolutivo, es el del yo colectivo. Se produce un nuevo esquema mental que es grupal, basado, esencialmente, en la ausencia del yo exclusivo; el ser humano se siente ya humano, pero compartido.
¿Qué consecuencias trae tal situación? “Esto genera una individualidad incompleta con incapacidad de instrospección –autorreflexión propia de la mente independiente moderna- y de pensamiento sistemático –pensamiento ordenado y estructurado-. Esta mente la podríamos traducir como plana –carencia de instrospección- y fragmentada –falta de sistematización-, dos peculiaridades que, como veremos, se van a reflejar en todas las manifestaciones y expresiones del alma colectiva, como el arte, la filosofía y la religión”.
Este párrafo transcrito nos resume perfectamente cómo se va a desarrollar el capítulo. Ante la ausencia de manifestaciones escritas de la cultura en la antigüedad, el autor se basará, fundamentalmente, en las artes plásticas, como expresión simbólica de esta nueva estructura mental. Aunque, llegado a la época helenística, se apoya también en el teatro y las narraciones literarias. Así, hace un recorrido por el arte egipcio y el arte griego, dejando nítida su postura personal ante los hechos que analiza: todas estas expresiones culturales son fruto de la estructura mental de quienes las realizan, pues ningún artista puede crear un estilo en cualquier momento solo con proponérselo, pues su organización mental se lo impide.
El trascender del hombre
Pero el individuo no se queda aquí. Evoluciona. Y, así, El individuo se trasciende, alcanzando la tercera estructura mental que nos propone el autor, una nueva estructura en la que aparece el primer aliento real de individualización del ser.
Se trata de un proceso, incluido en el capítulo octavo, difícil de entender y de explicar, ya que, históricamente, nos encontramos en un mundo muy diversificado, con diversas corrientes de pensamiento. Ante esta dificultad, Fernando del Castillo opta por tomar un ejemplo paradigmático, el cristianismo, fenómeno que analiza con detalle, fijándose especialmente en la época del dogma cristiano evolucionado, bien diferente a sus orígenes evangélicos.
Basándose en el credo surgido del concilio de Nicea, concluye que esta confesión de fe disfruta de las tres características básicas de la trascendencia: 1. Tener como referente a un ser supremo extraordinario; 2. Conceder al ser humano la posibilidad de participar de esa esencia a través de la inmortalidad; y 3. Tener un mediador extremadamente cualificado. En definitiva, el ser humano ya se trasciende, entendiendo por trascendencia “la capacidad de la mente de sobrevenir la realidad para acercarse al conocimiento de lo que está más allá de lo físico, es decir, de Dios o de una Idea”. De esta manera, la persona rompe, trasciende, la barrera psíquica de lo cotidiano y traslado el acto mental del mundo físico (tribal) al mundo de lo inconcreto (Dios, Idea), creando, así, una realidad –incorpórea, pero auténtica- una realidad construida a partir de un yo profundo, introspectivo y muy personal. En pocas palabras, “la persona ha dejado de ser ‘yo soy nosotros’ para comenzar a ser ‘yo soy yo’”.
A partir de aquí, el autor responde a las posibles argumentaciones contra su planteamiento, finalizando con el bautizar a esta etapa como estructura mental ideológica.
Simbolismo ideológico
Y es a El simbolismo ideológico al que dedica el siguiente capítulo, el noveno. Desde las primeras líneas plantea el desarrollo de esta nueva etapa, en la que “el individuo construye sus creaciones intelectuales y emocionales, generando elementos sistemáticos y armónicamente organizados, elementos simbólicos formados a imagen y semejanza de su organización mental”.
Su análisis se realiza sobre las artes como primeros gestos de la nueva estructura mental, que arranca con el arte visigodo y continúa con el del Románico, del Gótico, del Romántico y del Renacimiento, culminando esta etapa de simbolización en el espacio sistémico del Barroco.
En el terreno de la filosofía, se detiene en Descartes, que podría suponer una disociación temporal en la estructura histórica que plantea el autor, una disociación que rechaza con sólidos argumentos a favor de su propuesta.
Y concluye el capítulo con el siguiente párrafo: “A partir de ese momento, una nueva mente deberá remontar el curso de la historia, un nuevo período con una nueva manera de entender el mundo. Comienza el desarrollo de otra estructura mental”. Es la estructura mental de El yo que despunta, y que aborda en el décimo capítulo de la obra.
Despunta el yo
Al final de la etapa precedente, el yo es aún dependiente de la Idea o, en su caso, de un dios padre, todopoderoso. Para desprenderse de esa situación, ha de crear un mundo protector que lo reafirme y lo proteja: “si el yo quiere evolucionar hacia estados superiores de individualidad y la autopoyesis del sí-mismo progresar, el impulso de la materia tiene que retirar la capa ideológica que protege al yo”, una capa ideológica que antes ocupaba la divinidad; se trata de un paso decisivo para que se forme un yo libre de referenciales, un yo esencial y puro.
A finales del siglo XVII y principios del XVIII es donde sitúa el autor el comienzo de la nueva era, en la que la persona es pensada independiente del Abstracto. E insiste en su tesis: “ni la ciencia, ni la filosofía, ni ninguna otra manifestación del ser humano son la causa de la disolución de la capa ideológica, ya que, en último extremo, todas las manifestaciones del ser no son más que epifenómenos de la estructura mental. Es esta y su evolución las auténticas responsables de la desestructuración de la mente ideológica”. Tal modificación evolutiva de la estructura mental viene impulsada por la acción metaautopoyética de la materia, la cual va a liberar ahora al yo de la coraza ideológica para conducirlo a un estado más autónomo, más autopoyético, menos dependiente del medio.
Esta evolución que va desde la estructura mental ideológica al yo liberado de condicionantes y referentes es la evolución que va a seguir la mente y, en consecuencia, el desarrollo de la persona desde el siglo XVIII hasta nuestros días. Una evolución que tiene su costo, no es gratuita y deja cadáveres por el camino, como el existencialismo, la crisis de valores de una sociedad sin mandamientos divinos o la obscena realidad con que a veces se presentan algunos nuevos bárbaros de la exclusividad. Como ha hecho en los capítulos precedentes, el autor ejemplifica su tesis con las manifestaciones culturales. Y, finalmente, nos encauza al estudio de las características y peculiaridades de este nuevo fenómeno de la evolución autopoyética.
Un yo exclusivo
Undécimo capítulo: ¿Qué es el yo exclusivo? Según todo lo expuesto hasta ahora, el ser humano ha alcanzado un nivel evolutivo en el que se ha liberado del grupo y de todo tipo de referenciales, dando lugar al nacimiento de un nuevo individuo conformado por la espontaneidad emocional, libre de toda cubierta ideológica, capaz de mostrar una dimensión autónoma y espontánea. Aparece una estructura mental construida sobre la exclusividad del núcleo yoico más estricto y privado, la estructura mental exclusiva.
¿Somos, pues, seres exclusivos? Sí, afirma rotundamente Fernando del Castillo, basándose en los descubrimientos de la ciencia en torno a nuestro cerebro, que es único e irrepetible en cada individuo. En un paso más, concluye que si “las funciones cerebrales son redes neuronales, podríamos afirmar que cualidades como el amor, el odio, la agresividad, la empatía, la ambición, la bondad, la generosidad, la lealtad, la fidelidad, etc. no serían nada más que el resultado de actividades neuronales complejas.
Luego, las propiedades de la mente no son esencias ni epifenómenos de esta, entidades abstractas, sino simples consecuencias de la actividad neuronal y de sus conexiones sinápticas”.
Deduce de lo que afirma dos aspectos: 1) Nuestras cualidades se han ido formando en el transcurso de nuestra evolución coincidiendo con las transformaciones de los circuitos neuronales y el desarrollo continuado de su complejidad. Y 2). Si somos producto de esa complejidad neuronal y esta es diferente en cada uno de nosotros, nuestras propiedades surgidas a partir de nuestros cerebros también tienen que ser diferentes en cada ser humano.
Cada uno de nosotros está formado por un mosaico de cualidades que no es repetible en ningún otro ser humano: somos lo que somos por ser como somos.
¿Significa esto que somos individuos narcisistas o ególatras? No. “Lo único que afirmamos es que con la exclusividad ya no hay estirpe ni creencias a los que recurrir en nuestro proceder mental, ni en nuestra realidad vivencial. No hay Dios al que consultar, ideología en la que protegerse, ni personalidad a la que imitar”. Pero hemos de aceptar plenamente la existencia del otro: el yo-tu forma una realidad indisoluble y que el uno no puede existir sin el otro; y lo confirma con el ejemplo de las neuronas de espejo, que nos han permitido evolucionar por imitación.
Plantea, seguidamente, el asunto de la posible ética de la exclusividad, al que dedica algunas páginas. Y termina el capítulo exponiendo que con la personalidad exclusiva hemos llegado al final de la evolución que nació en los albores de la vida.
¿Y qué hay de la pregunta sobre quiénes somos? Pues que somos materia, pero materia activa evolucionada.
Un epílogo
Aquí podría haber finalizado la obra, pero dejaría muchos interrogantes abiertos. Los aborda el autor en el Epílogo. Por ejemplo: ¿se ha alcanzado ya realmente la consumación de la materia con el desarrollo del individuo exclusivo? El impulso que nos ha traído hasta aquí continúa, aunque no sepamos cómo se traducirá esa exclusividad en el futuro.
Considera, sin embargo, que la metaautopoyesis está muy condicionada en su evolución por el azar y el azar ahora puede ser simplemente la individualidad activa.
Pese a ello, hay una situación en la que el impulso podría dejar de actuar, aunque se mantuviera potencialmente: la autodestrucción de la sociedad altamente tecnificada. Es un riesgo alto al que nos enfrentamos y para el que la única solución sería potenciar la otra faceta autopoyética del yo: la interior. ¿Cuál sería la solución para evitar la destrucción de la armonía del yo con el otro y con la naturaleza y la destrucción de todas las utopías que hemos construido? Fernando del Castillo nos invita, con Marcuse, a la inversión de los valores humanos. Sus palabras nos expresan mejor que nadie su propuesta: “Es imprescindible que los seres humanos seamos conscientes de los riesgos a los que nos conduce la sociedad tecnológica devastadora y los peligros que existen para la supervivencia física de la especie humana. Es necesario que atenuemos, o mejor anulemos, el yo que busca bienestar a costa del otro y de la naturaleza agotada y despertemos a nuestra mismidad y a nuestro yo lúdico”. Propuesta en la que, indudablemente, no está solo.
Concluyendo
Estamos ante un libro que merece ser leído. Y por varios motivos. Sería uno la originalidad de su propuesta; una originalidad que no es pura invención, sino que el autor sostiene apoyándose en argumentos suficientemente sólidos para ser considerados. Otro podría ser lo sugerente de su exposición que hace que la lectura sea no solo amena, sino apasionante. Su metodología expositiva responde a una reflexión seria y meditada de sus propuestas; no huye de los posibles planteamientos que contradicen, o podrían contradecir, su tesis; los aborda con respeto, razonando su postura.
La bibliografía que recoge en su obra, si bien no es muy extensa, sí es, sin embargo, muy selecta.
Todo ello no quiere decir que no habrá quien no comparta sus conclusiones. En tema tan profundo no hay tesis irrebatibles. Pero este libro contribuye, sin duda, a ahondar en él, sugiriendo nuevos puntos de vista que enriquecen el debate.
Índice
Prólogo
Capítulo 1. ¿Qué es la vida?
Capítulo 2. La evolución de la vida
Capítulo 3. La metaautopoyesis
Capítulo 4. El impulso se humaniza
Capítulo 5. La estructura mental
Capítulo 6. El yo aparece en la historia
Capítulo 7. El yo se colectiviza
Capítulo 8. El individuo se trasciende
Capítulo 9. El simbolismo ideológico
Capítulo 10. El yo exclusivo despunta
Capítulo 11. ¿Qué es el yo exclusivo?
Epílogo
Bibliografía
Reseñas
Devotos y descreídos. Biología de la religiosidad
Juan Antonio Martínez de la Fe , 27/12/2015
Ficha Técnica
Título: Devotos y descreídos. Biología de la religiosidad
Autor: Adolf Tobeña
Edita: Publicacions de la Universitat de València, Valencia, 2014
Colección: Prismas
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 272
ISBN: 978-84-370-9187-7
Precio: 15 euros
¿Qué pretende Adolf Tobeña con este libro? Nos lo aclara en el Preámbulo, que subtitula Cerebros religiosos y descreídos: “Repaso […] los avances en las indagaciones anatómicas, fisiológicas, moleculares y cognitivas sobre los fundamentos de la querencia por las creencias trascendentes o las propensiones descreídas, y discuto los hallazgos más sólidos y prometedores, así como las vanguardias exploradoras más productivas.” Desde luego, algo más profundo y serio que un simple repaso, como modestamente define su trabajo el profesor Tobeña.
Considera el autor que, a estas alturas de los avances de la ciencia, se empieza a divisar que las propensiones a la espiritualidad, la trascendencia y la devoción religiosa se encuentran ancladas en circuitos y engranajes singulares del cerebro; se trata, en definitiva, de circuitos y engranajes al servicio de unos fenómenos de conciencia que constituyen el fermento de la religiosidad individual.
Aunque la escolástica no goza de buen predicamento, es bueno recurrir en ocasiones a su sistemática, comenzando por definir el término sobre el que se va a versar. Es lo que se hace aquí. ¿Qué se entiende por religión? Tobeña sigue a Boyer en describir los ingredientes básicos del concepto: 1) Representaciones mentales de agentes no físicos; 2) Artefactos vinculados a esas representaciones mentales (estatuas, …); 3) Prácticas rituales; 4) Vivencias o experiencias que invocan a los agentes sobrenaturales y permiten la comunicación interactiva con ellos; 5) Intuiciones morales y normas explícitas; y 6) Afiliación étnica y coaliciones montadas bajo la guía de los agentes sobrenaturales. A todos estos ingredientes añade el autor la propiedad que han de contener: que muestren atributos reconocidos en varias culturas.
Nostalgia de la divinidad
Hecho esto, ya se está en condiciones de superar el Preámbulo y comenzar el recorrido por los capítulos de la obra. Y habla Tobeña de la nostalgia de la divinidad, una nostalgia que se expresa principalmente en los ritos funerarios, ya que la muerte es la verdadera desazón nuclear, el enigma fundamental, la fuente inagotable de donde beben todas las religiones.
Constata varios hechos. En primer lugar, que la ciencia va arrinconando a la religión, aunque, pese a ello, las sociedades basadas en ella, en la religión, son mucho más estables que las instituciones seculares; lo que hace que las empresas políticas se acerquen a ella y la tienen como uno de sus pilares fundamentales.
Y, pese a que las religiones muestren signos de decrepitud, se mantienen, sin embargo, muy vivas y, desde luego, no hay signos de que esté próxima su definitiva desaparición, como se pronosticó. Aunque, eso sí, existe una tendencia actual hacia la religiosidad individual, ya que las estadísticas muestran cómo hay un progresivo abandono de las prácticas religiosas, con una profundización en las creencias de fondo por parte de los individuos. Es lo que se ha definido como la espiritualidad poscristiana que “se caracteriza por la idea de que el yo tiene un componente divino, y está impregnada por una concepción inmanente e inefable de lo sagrado”.
El autor ofrece seguidamente datos estadísticos sobre los científicos creyentes, no creyentes y agnósticos/dubitativos, recogidos en los Estados Unidos, que muestran una tendencia a la increencia entre los científicos, aunque hay que constatar la existencia de otros estudios con conclusiones contrarias, no recogidos en la obra; especial mención merece la contraposición entre ciencia y religión, ante la que los científicos mantienen posturas diversas.
Piensa Tobeña que las religiones institucionales realizan maniobras de renovación doctrinal, para ir dando cabida a los avances de la ciencia que hacen retroceder el espacio de las creencias, aludiendo al caso de la Iglesia Católica, de la que refiere los cambios en la concepción del cielo y del infierno; como ocurre cuando se pasa de los datos contrastados a la interpretación personal, encontrará el autor quien no comparta las conclusiones a las que llega en su explicación.
Finalmente, en este primer capítulo, alude a los apóstoles del ateísmo, con referencia a Dawkins y, de manera muy especial y más extensa, a Dennet, mostrándose crítico con sus acciones de las que dice que “el problema es que esas vistosas piruetas continúan siendo inocuas como herramientas explicativas”.
Ensoñaciones y visiones
¿Y qué hay de la creencia en seres sobrenaturales, a los que recurrir o quienes nos proporcionan experiencias consideradas místicas? Sirvan como respuesta las primeras líneas del segundo capítulo de la obra: “Las nociones y las creencias trascendentes que nutren el caudal de la religiosidad son una de las secreciones más curiosas de la mente humana”. Es muy claro cuando afirma que las ideas religiosas combinan una enorme fuerza evocativa con una total ausencia de vinculaciones con la realidad objetivable. “Todas las religiones se caracterizan, en esencia, por postular unos agentes adicionales o añadidos que la naturaleza ni contiene, ni propone, por su cuenta”.
Para Tobeña, la ideación religiosa ha de ser catalogada como una ilusión o ensoñación sobre el poder supremo, el gobierno cósmico a gran escala y también para las minucias más ordinarias e insignificantes. No es la religiosidad sino un atributo o rasgo del temperamento humano que engloba otros componentes mayores: 1) La credulidad en agentes o fuerzas sobrenaturales; 2) La reverencia y sumisión ante ellos; 3) La invocación y demanda de su intervención; 4) La esperanza trascendente, la vida tras la muerte; 5) Las vivencias de perfección o armonía absolutas; 6) La proclividad a la congregación y la hermandad; y7) La dedicación sacrificada a los demás. Vectores que no agotan todas las posibilidades, pero que sí delimitan un marco de indagación.
La clave está en que con estos indicadores han podido detectarse tendencias que remiten a posibles vinculaciones con engranajes de la organización y funcionamiento del cerebro. Y, en apoyo de su propuesta, aporta el autor los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por Vassilis Saraglou. Seguidamente se detiene en las conclusiones obtenidas por el Cuestionario Tridimensional de Cloninger, exponiendo las diferencias sistémicas entre los dos sexos en la proclividad religiosa o en diferentes estadios de la vida, concluyendo que “es el temple de base, el modo de ser, el carácter de cada cual, lo que moldea la religiosidad y no al revés”.
En un paso más, nos indica cómo habría un poso para la religiosidad en la estructuración y el moldeamiento del cerebro humano que vendría dado hasta cierto punto por la vía génica.
También hay párrafos dedicados a ateos, agnósticos y descreídos en general, quienes, pese a su postura ideológica, entienden las ventajas que puede aportar una creencia en seres superiores, en ocasiones, recorriendo el camino de la fe hacia la increencia; aunque reconoce que se da también el proceso inverso, como en el caso del máximo protagonista del proyecto Genoma Humano, convertido al teísmo tras sus descubrimientos. El capítulo, como ocurriera en el precedente, contiene abundantes cuadros estadísticos, basados en experiencias norteamericanas, extrapolables sin embargo al resto de los seres humanos, aunque el autor suaviza con frecuencia sus afirmaciones, dejando un estrecho campo abierto a diferentes posibilidades.
Religiosidad y neurología
En el tercer capítulo de esta más que interesante obra, se aborda la Neurología de la religiosidad. Y advierte el autor desde las primeras líneas que “el ámbito que quiero diseccionar en detalle es el de los sustratos neurales de la religiosidad”. Analiza, primeramente, los cerebros hiperreligiosos y la epifanías psicodélicas, atribuyendo pensamientos trascendentes y obsesiones de tipo religioso a la epilepsia, ofreciéndonos una larga lista de figuras religiosas con historia personal de convulsiones o epilepsia, en la que figuran desde Amenhotep IV hasta santa Teresita de Lisieux, pasando por Buda, Julio César, san Pablo, Mahoma, santa Teresa, Joseph Smith o Soren Kierkegard. Sus experiencias místicas pueden ser estimuladas por algunos psicotrópicos, como la psilocibina, aportando datos estadísticos de experiencias realizadas en Estados Unidos. También nos habla de experimentos llevados a cabo con monjas carmelitas y con budistas, que vendrían a apoyar sus planteamientos, aunque no deja de reconocer que, pese a su abundancia y manifiesta tendencia, aún no son datos de certeza absoluta: “Habrá que recomprobar si este tipo de hallazgos se sostienen con firmeza en otros ensayos y condiciones, a pesar de que la veta exploradora es desafiante e incitadora y no parece un mal inicio detectar fenómenos vinculados con anomalías y singularidades en los estados de conciencia”.
Una nueva aportación la hacen científicos italianos de la universidad de Udine, quienes obtuvieron indicios que vinculaban una región particular de la corteza parietal del cerebro con variaciones en el grado de religiosidad; proponían que la reducción de la actividad a la corteza parietal puede que sea el mecanismo que hay detrás de las experiencias de dilución de los límites corporales o de percepción extracorpórea que algunas personas experimentan. Y se extiende Tobeña en profundizar en sus planteamientos basándose en estos experimentos y su incidencia en partes concretas del cerebro.
El capítulo finaliza con un epígrafe dedicado al marcaje genético de la religiosidad, a su carga hereditaria. Alude a Dean Hamer, el neurogenetista que abrió la senda más prometedora para adentrarse en la genética molecular de la espiritualidad y, cómo no, a su famoso y controvertido ensayo The God gene: how faith is hardwired in our genes. Eso sí, concluye que la espiritualidad no es, ni puede ser, cosa de un solo gen. Algunos gráficos con imágenes del cerebro captadas durante las experiencias que se explican, ilustran adecuadamente estas páginas.
Captar y predecir el mundo
“Desde un punto de vista cognitivo, cualquier creencia religiosa puede ser descrita como un modelo mental de la realidad, donde la causalidad es atribuida a fuerzas invisibles que existen en una esfera metafísica más allá de la experiencia cotidiana”. Con estas palabras de Fukuyama, nos introduce Tobeña en uno de los capítulos más interesantes de su obra, partiendo de la hipótesis de que contemplen y conciban el mundo de una manera peculiar y prototípica aquellos individuos con propensiones espirituales y devocionales. Aborda, primeramente, la capacidad balsámica, amortiguadora, que se atribuye a las creencias religiosas ante catástrofes o situaciones difíciles de la vida.
De la misma manera, explica cómo determinadas creencias condicionan la manera de ver el mundo, aportando el ejemplo de cómo unos calvinistas se concentraron en los detalles de un experimento, mientras que católicos y judíos se fijaban en aspectos más generales y de conjunto, según las conclusiones de un estudio llevado a cabo en Europa. Y, aunque advierte de lo prematuro que es deducir con certeza resultados fiables, apunta que “no se pierde nada en consignar diferencias en los procesos de captación de los objetos y eventos del mundo en función de creencias religiosas”.
Un paso más en este capítulo lo constituye el hecho de que la devoción religiosa puede llegar a pretender compartir y armonizar creencias con la divinidad; es decir, que un creyente tiende a atribuir sus propias asunciones a la divinidad en la que cree. Por otro lado, considera la enorme facilidad que tenemos los humanos para elaborar representaciones de agentes suprahumanos con propiedades extraordinarias como una explicación para que sea tan común y contagiosa la noción de divinidad. En sus propias palabras: “Del mismo modo que venimos al mundo con sistemas neurocognitivos preparados para captar, atrapar y emitir flujos vocales ajustados al habla del entorno, de manera muy eficiente y veloz, vendríamos también facilitados para fabricar sistemas de creencias ayudadoras y confortadoras”.
En un paso ulterior, se fija en cómo las creencias que se implantan en las mentes infantiles se resisten a desaparecer en estadios posteriores del desarrollo, incluso en quienes se manejan en el mundo científico. Algo que se traduce, con frecuencia, en rituales practicados no solo por creyentes, sino incluso por quienes no lo son, citando, como ejemplos los gestos que practican deportistas, el uso de ornamentos corporales de prometida eficacia contra los males, etc. Y finaliza con un epígrafe donde pretende demostrar que, a mayor agudeza y velocidad cognitiva hay una menor propensión religiosa.
Todo el capítulo justifica sus presupuestos en estudios diferentes realizados en centros académicos, sobre todo americanos, aunque incluye algunos europeos.
Moralidad y religión
Una afirmación categórica del autor marca el inicio de este capítulo, el quinto de la obra: “No hay doctrinas religiosas sin asunciones morales o códigos normativos explícitos”. Esto es tan así que no es raro encontrar personas que confunden religiosidad con moralidad. Pese a ello, se hace también evidente que no son precisas las divinidades para que afloren conductas generosas, compasivas y respetuosas, aunque se constate que las religiones han sido marcos útiles para el fortalecimiento de la observancia moral, pero no para su nacimiento.
Cuestión diferente es el control de esa moralidad que se da de manera diferente en comunidades pequeñas, donde dicho control es ejercido por la propia sociedad sin necesidad de recurrir a agentes sobrenaturales, como ocurre en agrupaciones mayores. Es aquí donde se nota más la influencia de un dios vigilante que controla nuestros actos; y si ese dios es punitivo y justiciero, la propensión al rigorismo es mayor que si es benévolo y compasivo. Lo que no quita que haya sujetos que actúen de manera ética sin necesidad de una vigilancia supranatural. Detalle también importante que apunta el autor es que la sensación de anonimato mitiga el temor a la culpa, haciéndonos menos exigentes éticamente.
¿Qué ocurre cuando se incumple la norma? A la culpa y la contrición dedica el autor algunas páginas de este capítulo, centrándose en las zonas del cerebro vinculadas a estas actitudes humanas, según estudios realizados sobre el particular. A lo que se une su reflexión sobre la plegaria misericordiosa y la limpieza moral, donde observa que aquella, la plegaria, muestra sus efectos sobre las personas, bien mitigando reacciones agresivas o de violencia, bien, en ocasiones, alimentando la combatividad; y relaciona la necesidad de limpieza moral, tras una acción considerada no ética, con la limpieza física, según se desprende los experimentos realizados para analizar estas proposiciones.
Costes y beneficios de la religiosidad
En este capítulo de su estudio, Tobeña plantea que la religiosidad permanece porque nos aporta una serie de beneficios, pese al alto coste que a veces conlleva. Lo explicita desde el principio: “si los antecesores presapiens ya mostraban una proclividad religiosa que ha tendido a perdurar y a afianzarse en la arquitectura mental que nos caracteriza, este atributo debería conferir ventajas notorias como para quedar fijado en la carga genética”.
¿Qué beneficios aporta la religiosidad? Los hay personales y sociales; entre los primeros figura el confort íntimo (placidez, serenidad, calma), fortaleza ante las adversidades que define como placebo antiestrés, etc. En cuanto a los beneficios sociales, señala la congregación y cohesión grupal, sentido de pertenencia, compromiso y hermanamiento con la comunidad de correligionarios. Pero hay más: las religiones aportan una narración omnicomprensiva y completa del trayecto vital y del devenir cósmico.
Todos estos beneficios no son gratuitos. Cita varios ejemplos, tales como las aportaciones económicas, los sacrificios de animales e incluso humanos, fastuosos monumentos funerarios como ofrenda al dios, dedicación a enfermos y moribundos y, el máximo precio, la propia vida en el martirio.
En apoyo de su tesis cita a Darwin, para quien los individuos religiosos deberían presentar un mejor bagaje y mayores recursos para la supervivencia y dejar más descendencia viable, como exigen los filtros de la selección natural. Esto lo subraya David S. Wilson, para quien la religión es una forma de adaptación grupal: “la religión sería, por consiguiente, un abrigo muy eficaz, un artefacto cultural al servicio del establecimiento de normas de inclusión y de cooperación que se diseminan mediante catequesis precoz dentro de cada comunidad”.
Alude también a la manera de protegerse mediante la colaboración de los miembros de un grupo religioso; comienzan con un régimen estricto de normas rígidas; luego, al ir creciendo, se relaja un tanto esa estructura inflexible, dando lugar a sectas que desean volver al rigor primitivo.
Reitera lo expuesto apoyándose en Dennett, quien propuso que dios o cualquier otra noción relacionada con lo sagrado son artefactos cognitivos, memes, de enorme invasividad y con una función muy específica: promover orden y estabilidad en los complejos escenarios, los naturales y los sociales, donde tienen que espabilarse y medrar los humanos. Tales memes de las religiones vehiculan una descripción simplificada pero coherente del mundo que facilita su comprensión y aceptación. Lo que es aprovechado por las jerarquías para esquivar toda responsabilidad, trasladando a esa entelequia superior la culpa de las negatividades que puedan surgir.
Vuelve nuevamente sobre los beneficios personales, trayendo a colación estudios realizados que confirman los aportes de la religiosidad en determinadas situaciones adversas, con resultados incluso físicos, tales como recuperaciones más sólidas y rápidas en enfermedades o tras intervenciones quirúrgicas. Y, tratándose de la meditación trascendental, como la de algunos yoguis, se alcanza, incluso, a anular las partes del cerebro que acusan el dolor. De aquí, pasa a la esperanza, movilizadora de los recursos personales ante lo incomprensible o ante la adversidad, y, en un paso más, al optimismo, por el que esperamos que ocurran acontecimientos positivos en el futuro aunque no tengamos indicios sólidos para confiar en ello. Aunque hay evidencias de que los senderos del optimismo y sus efectos salutíferos no pasan forzosamente por el cultivo de la religiosidad, pues pueden estimularse en el cerebro a través de otras vías.
Ritualidades y música
Teatro litúrgico y burocracias curiales es el título del séptimo capítulo de la obra. Se trata de un capítulo más especulativo que sustentado en estadísticas de estudios realizados, como ha hecho hasta ahora el autor, salvo cuando comenta la importancia de la música como estimuladora de determinados sentires.
Es la muerte la semilla y el crisol infalible de la religiosidad, “su compañera más fecunda y el ariete más incisivo del ansia de trascendencia”. Es en ella, en la muerte, cuando, según el autor, la religión actúa como un asidero para acompañarnos en el tránsito final y lo hace a través de determinados rituales; es el contacto con pensamientos sobre la muerte el que acentúa la creencia en agentes sobrenaturales.
También la música, presente con harta frecuencia en rituales religiosos, es uno de los mayores acompañantes para adentrarse en la experiencia de lo sagrado; es más: aventura el autor que no está nada claro que primero fuese la palabra, el verbo, antes que la música. Es en este apartado donde Tobeña se apoya en estudios realizados con músicos para proponer que la música tiene una invasividad emocional incontenible, trabaja activando los mismos circuitos cerebrales gratificantes que los inductores del placer sexual y otros gratificadores primarios.
Finalmente, aborda las instituciones y burocracias religiosas, constatando que es notoria la pérdida de importancia de las castas oficiantes en el estatus y en la presencia social. Aunque advierte de que ello no implica que las instituciones religiosas estén desapareciendo; muy al contrario, resisten desde la segunda o tercera fila apoyadas en dos pilares: en primer lugar, el bagaje de sabiduría y sutileza que atesoran para la liturgia de la exigencia; y, en segundo lugar, por su indiscutible capacidad para montar redes institucionales de asistencia, superior a la de gobiernos y ONGs.
¿Tiene futuro la religiosidad?
A responder a esta cuestión dedica el autor el octavo capítulo de la obra. Reconoce que aún queda mucho que estudiar, mucho que investigar incluso sobre lo ya trabajado y que ha sido expuesto en los capítulos precedentes: los condicionamientos de género, de cultura, el brote de espiritualidad que se vive, … Se ha llegado, incluso, a afirmar que la religión es una especie de clausura grupal para atajar infecciones y parasitismos procedentes de comunidades ajenas. Especial hincapié hace en el carisma de determinadas personas, capaces de persuadir a las masas, anulando aquella parte del cerebro que nos induce a analizar y filtrar la información que recibimos; y aporta el ejemplo de Obama, quien, a su juicio, arrastra a las audiencias con su carisma (sobre este ejemplo, hay que añadir que otros ponen el énfasis en el uso de las nuevas tecnologías y su presencia en el mundo virtual como génesis de su atractivo y de sus triunfos electorales).
Estima Tobeña que hay aún mucho que investigar en la frontera distintiva entre creyentes y descreídos y añade que “los ingenieros que construyen robots versátiles, espabilados y adaptativos quizá puedan llegar a aportar elementos útiles para la investigación de frontera en religiosidad”.
A la vista de todo lo expuesto, ¿tiene futuro la religiosidad? Es significativa la respuesta que recoge de una cita de Hitchens: “Las creencias religiosas son inexpugnables precisamente porque somos todavía criaturas que se afanan en evolucionar. No morirán o al menos no lo harán hasta que hayamos superado el miedo a la muerte, el miedo a la oscuridad, el miedo a lo desconocido y el miedo a los demás”. Pero estima que la neurociencia de la religiosidad lleva buen ritmo, aunque ve poco probable que esta, la religiosidad, desaparezca totalmente; y eso que tiene apóstoles activos del ateísmo cuyos éxitos, a la vista de la experiencia, resultan magros. “A pesar de las oscilaciones provocadas por la prédica antirreligiosa o por las grandes transformaciones tecnológicas y demográficas de la última centuria, la credulidad persiste intocada y todo indica que se mantendrá sana y fuerte”.
Piensa que la ciencia no representa ninguna amenaza para las religiones y que están desenfocados los ateos y escépticos que imaginan una victoria de sus postulados. Porque, en primer lugar, minusvaloran la potencia de la religiosidad popular, el hecho de que las nociones y vivencias espirituales surgen inevitablemente en la mayoría de los humanos. En segundo lugar, minusvaloran la flexibilidad del pensamiento teológico para adaptarse a lo que le llega desde la ciencia. Y finalmente, porque olvidan la dureza e impenetrabilidad de la ciencia; la ideación religiosa es automática, intuitiva y natural, mientras que la científica requiere una disciplina rigurosísima.
La obra se cierra con un Epílogo en Tarraco, pues fue allí, en Tarragona, donde pronunció una conferencia sobre “Cerebros religiosos y ateos”, cuyo contenido se ha expresado en estas páginas. Merece ser leído con suma atención pues aquí el autor, pese a haber manifestado su postura de no creyente, que se entrevé además en las expresiones que dedica a quienes lo son, reconoce que los sondeos y estudios realizados no aportan garantías suficientes, aunque sí dan indicios y apoyan planteamientos como los que expone en el libro. Y fundamenta su criterio en tres pilares que desarrolla sucintamente y que, resumidos, son: hay sustancias que permiten provocar las mismas sensaciones que producen los hechos religiosos, sin necesidad de estar conectados a ellos. En segundo lugar, “los sistemas neurales mediadores de las creencias y las experiencias espirituales con acotables y hay que subrayar, además, que no reclutan toda la maquinaria cerebral”. Y en tercer y último lugar, “los hallazgos que indican que puede modificarse el funcionamiento de algunos sistemas neurales de modo que operen mediante un registro o perfil distintivo cuando procesan ítems con contenidos religiosos explícitos o, mejor todavía, implícitos o enmascarados”.
Y el libro termina con un amplio registro bibliográfico.
En conclusión
Nos encontramos ante un libro que merece una lectura serena y objetiva. El autor va exponiendo sus propuestas, basándose en estudios llevados a cabo en diferentes centros académicos especializados en investigar nuestro cerebro; en su mayoría se trata de estudios realizados en América, aunque se aporta algún que otro ejemplo europeo o asiático. Es evidente que los resultados aportan datos estadísticos y que, en sus conclusiones, no se alcanza el cien por cien, sino que señalan una tendencia válida para respaldarlas.
En este sentido, el autor reconoce las limitaciones que se pueden deducir, pero su experiencia científica en el estudio del comportamiento de nuestros cerebros le induce a expresar sus convicciones. Cuando deja la senda de lo experimentado y se adentra en el campo de la especulación se llega al punto en que no todos, incluidos científicos, compartan su visión del asunto; lo que ocurre, principalmente, en los dos últimos capítulos del texto.
En cualquier caso, se trata de una obra muy recomendable y que pone nuevos mojones en ese camino de desentrañar los misterios que encierra la religiosidad.
Índice
Preámbulo: Cerebros religiosos y ateos
1. Nostalgia de la divinidad
Precariedad de las sociedades arreligiosas
Vigencia de la religiosidad: perfiles de la devoción y el secularismo en el mundo
¿Científicos descreídos?
Maniobras de renovación doctrinal
Buses ateos contra memes religiosos: futilidad de las campañas antidevotas
2. Poderosas ensoñaciones
Variedades de la experiencia religiosa
Vectores de los temperamentos religiosos
Religiosidad heredable
Semillas de credulidad e incredulidad: devotos y descreídos
3. Neurología de la religiosidad
Cerebros hiperreligiosos y epifanías psicodélicas
Carmelitas canadienses y monjes tibetanos
Neuropatología “religiosa”, trascendencia y mecanismos de la cognición social
De la neuroimagen a la neurogenética espiritual
4. Captar y predecir el mundo
Obviar ambigüedades y errores
Tareas atencionales, coherencias e incertidumbres
Las creencias propias y las divinas
Supersensaciones e ilusiones cognitivas
Adultos con sesgos cognitivos infantiles
Palomas supersticiosas
Inteligencia y religiosidad
5. Religiosidad e inclinaciones morales
Cumplimiento de normas, generosidad y caridad
El ojo vigilante del Todopoderoso
Culpa y contrición
Plegaria misericordiosa y limpieza moral
6. Funciones de la religiosidad: costes y beneficios
Las iglesias son más que un club
La religiosidad como señal valiosa de compromiso grupal
De los templos darwinianos a las mutualidades informales
El relato redondo: memes del orden para las santas alianzas
Placebo antiadversidades
Milagros fisiológicos
¿Optimismo oxitocínico?: el confort esperanzado de las almas
7. Teatro litúrgico y burocracias curiales
Servicios litúrgicos imbatibles
Danzas rituales y músicas transportadoras
Instituciones y burocracias religiosas
8. Futuro de la religiosidad
Investigación de frontera y el arrastre del carisma
Estudios en ateos y descreídos
Robots espirituales y santos
¿Dios en manos de la biología?: la espiritualidad indestructible
9. Epílogo en Tarraco
Referencias bibliográficas
Título: Devotos y descreídos. Biología de la religiosidad
Autor: Adolf Tobeña
Edita: Publicacions de la Universitat de València, Valencia, 2014
Colección: Prismas
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 272
ISBN: 978-84-370-9187-7
Precio: 15 euros
¿Qué pretende Adolf Tobeña con este libro? Nos lo aclara en el Preámbulo, que subtitula Cerebros religiosos y descreídos: “Repaso […] los avances en las indagaciones anatómicas, fisiológicas, moleculares y cognitivas sobre los fundamentos de la querencia por las creencias trascendentes o las propensiones descreídas, y discuto los hallazgos más sólidos y prometedores, así como las vanguardias exploradoras más productivas.” Desde luego, algo más profundo y serio que un simple repaso, como modestamente define su trabajo el profesor Tobeña.
Considera el autor que, a estas alturas de los avances de la ciencia, se empieza a divisar que las propensiones a la espiritualidad, la trascendencia y la devoción religiosa se encuentran ancladas en circuitos y engranajes singulares del cerebro; se trata, en definitiva, de circuitos y engranajes al servicio de unos fenómenos de conciencia que constituyen el fermento de la religiosidad individual.
Aunque la escolástica no goza de buen predicamento, es bueno recurrir en ocasiones a su sistemática, comenzando por definir el término sobre el que se va a versar. Es lo que se hace aquí. ¿Qué se entiende por religión? Tobeña sigue a Boyer en describir los ingredientes básicos del concepto: 1) Representaciones mentales de agentes no físicos; 2) Artefactos vinculados a esas representaciones mentales (estatuas, …); 3) Prácticas rituales; 4) Vivencias o experiencias que invocan a los agentes sobrenaturales y permiten la comunicación interactiva con ellos; 5) Intuiciones morales y normas explícitas; y 6) Afiliación étnica y coaliciones montadas bajo la guía de los agentes sobrenaturales. A todos estos ingredientes añade el autor la propiedad que han de contener: que muestren atributos reconocidos en varias culturas.
Nostalgia de la divinidad
Hecho esto, ya se está en condiciones de superar el Preámbulo y comenzar el recorrido por los capítulos de la obra. Y habla Tobeña de la nostalgia de la divinidad, una nostalgia que se expresa principalmente en los ritos funerarios, ya que la muerte es la verdadera desazón nuclear, el enigma fundamental, la fuente inagotable de donde beben todas las religiones.
Constata varios hechos. En primer lugar, que la ciencia va arrinconando a la religión, aunque, pese a ello, las sociedades basadas en ella, en la religión, son mucho más estables que las instituciones seculares; lo que hace que las empresas políticas se acerquen a ella y la tienen como uno de sus pilares fundamentales.
Y, pese a que las religiones muestren signos de decrepitud, se mantienen, sin embargo, muy vivas y, desde luego, no hay signos de que esté próxima su definitiva desaparición, como se pronosticó. Aunque, eso sí, existe una tendencia actual hacia la religiosidad individual, ya que las estadísticas muestran cómo hay un progresivo abandono de las prácticas religiosas, con una profundización en las creencias de fondo por parte de los individuos. Es lo que se ha definido como la espiritualidad poscristiana que “se caracteriza por la idea de que el yo tiene un componente divino, y está impregnada por una concepción inmanente e inefable de lo sagrado”.
El autor ofrece seguidamente datos estadísticos sobre los científicos creyentes, no creyentes y agnósticos/dubitativos, recogidos en los Estados Unidos, que muestran una tendencia a la increencia entre los científicos, aunque hay que constatar la existencia de otros estudios con conclusiones contrarias, no recogidos en la obra; especial mención merece la contraposición entre ciencia y religión, ante la que los científicos mantienen posturas diversas.
Piensa Tobeña que las religiones institucionales realizan maniobras de renovación doctrinal, para ir dando cabida a los avances de la ciencia que hacen retroceder el espacio de las creencias, aludiendo al caso de la Iglesia Católica, de la que refiere los cambios en la concepción del cielo y del infierno; como ocurre cuando se pasa de los datos contrastados a la interpretación personal, encontrará el autor quien no comparta las conclusiones a las que llega en su explicación.
Finalmente, en este primer capítulo, alude a los apóstoles del ateísmo, con referencia a Dawkins y, de manera muy especial y más extensa, a Dennet, mostrándose crítico con sus acciones de las que dice que “el problema es que esas vistosas piruetas continúan siendo inocuas como herramientas explicativas”.
Ensoñaciones y visiones
¿Y qué hay de la creencia en seres sobrenaturales, a los que recurrir o quienes nos proporcionan experiencias consideradas místicas? Sirvan como respuesta las primeras líneas del segundo capítulo de la obra: “Las nociones y las creencias trascendentes que nutren el caudal de la religiosidad son una de las secreciones más curiosas de la mente humana”. Es muy claro cuando afirma que las ideas religiosas combinan una enorme fuerza evocativa con una total ausencia de vinculaciones con la realidad objetivable. “Todas las religiones se caracterizan, en esencia, por postular unos agentes adicionales o añadidos que la naturaleza ni contiene, ni propone, por su cuenta”.
Para Tobeña, la ideación religiosa ha de ser catalogada como una ilusión o ensoñación sobre el poder supremo, el gobierno cósmico a gran escala y también para las minucias más ordinarias e insignificantes. No es la religiosidad sino un atributo o rasgo del temperamento humano que engloba otros componentes mayores: 1) La credulidad en agentes o fuerzas sobrenaturales; 2) La reverencia y sumisión ante ellos; 3) La invocación y demanda de su intervención; 4) La esperanza trascendente, la vida tras la muerte; 5) Las vivencias de perfección o armonía absolutas; 6) La proclividad a la congregación y la hermandad; y7) La dedicación sacrificada a los demás. Vectores que no agotan todas las posibilidades, pero que sí delimitan un marco de indagación.
La clave está en que con estos indicadores han podido detectarse tendencias que remiten a posibles vinculaciones con engranajes de la organización y funcionamiento del cerebro. Y, en apoyo de su propuesta, aporta el autor los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por Vassilis Saraglou. Seguidamente se detiene en las conclusiones obtenidas por el Cuestionario Tridimensional de Cloninger, exponiendo las diferencias sistémicas entre los dos sexos en la proclividad religiosa o en diferentes estadios de la vida, concluyendo que “es el temple de base, el modo de ser, el carácter de cada cual, lo que moldea la religiosidad y no al revés”.
En un paso más, nos indica cómo habría un poso para la religiosidad en la estructuración y el moldeamiento del cerebro humano que vendría dado hasta cierto punto por la vía génica.
También hay párrafos dedicados a ateos, agnósticos y descreídos en general, quienes, pese a su postura ideológica, entienden las ventajas que puede aportar una creencia en seres superiores, en ocasiones, recorriendo el camino de la fe hacia la increencia; aunque reconoce que se da también el proceso inverso, como en el caso del máximo protagonista del proyecto Genoma Humano, convertido al teísmo tras sus descubrimientos. El capítulo, como ocurriera en el precedente, contiene abundantes cuadros estadísticos, basados en experiencias norteamericanas, extrapolables sin embargo al resto de los seres humanos, aunque el autor suaviza con frecuencia sus afirmaciones, dejando un estrecho campo abierto a diferentes posibilidades.
Religiosidad y neurología
En el tercer capítulo de esta más que interesante obra, se aborda la Neurología de la religiosidad. Y advierte el autor desde las primeras líneas que “el ámbito que quiero diseccionar en detalle es el de los sustratos neurales de la religiosidad”. Analiza, primeramente, los cerebros hiperreligiosos y la epifanías psicodélicas, atribuyendo pensamientos trascendentes y obsesiones de tipo religioso a la epilepsia, ofreciéndonos una larga lista de figuras religiosas con historia personal de convulsiones o epilepsia, en la que figuran desde Amenhotep IV hasta santa Teresita de Lisieux, pasando por Buda, Julio César, san Pablo, Mahoma, santa Teresa, Joseph Smith o Soren Kierkegard. Sus experiencias místicas pueden ser estimuladas por algunos psicotrópicos, como la psilocibina, aportando datos estadísticos de experiencias realizadas en Estados Unidos. También nos habla de experimentos llevados a cabo con monjas carmelitas y con budistas, que vendrían a apoyar sus planteamientos, aunque no deja de reconocer que, pese a su abundancia y manifiesta tendencia, aún no son datos de certeza absoluta: “Habrá que recomprobar si este tipo de hallazgos se sostienen con firmeza en otros ensayos y condiciones, a pesar de que la veta exploradora es desafiante e incitadora y no parece un mal inicio detectar fenómenos vinculados con anomalías y singularidades en los estados de conciencia”.
Una nueva aportación la hacen científicos italianos de la universidad de Udine, quienes obtuvieron indicios que vinculaban una región particular de la corteza parietal del cerebro con variaciones en el grado de religiosidad; proponían que la reducción de la actividad a la corteza parietal puede que sea el mecanismo que hay detrás de las experiencias de dilución de los límites corporales o de percepción extracorpórea que algunas personas experimentan. Y se extiende Tobeña en profundizar en sus planteamientos basándose en estos experimentos y su incidencia en partes concretas del cerebro.
El capítulo finaliza con un epígrafe dedicado al marcaje genético de la religiosidad, a su carga hereditaria. Alude a Dean Hamer, el neurogenetista que abrió la senda más prometedora para adentrarse en la genética molecular de la espiritualidad y, cómo no, a su famoso y controvertido ensayo The God gene: how faith is hardwired in our genes. Eso sí, concluye que la espiritualidad no es, ni puede ser, cosa de un solo gen. Algunos gráficos con imágenes del cerebro captadas durante las experiencias que se explican, ilustran adecuadamente estas páginas.
Captar y predecir el mundo
“Desde un punto de vista cognitivo, cualquier creencia religiosa puede ser descrita como un modelo mental de la realidad, donde la causalidad es atribuida a fuerzas invisibles que existen en una esfera metafísica más allá de la experiencia cotidiana”. Con estas palabras de Fukuyama, nos introduce Tobeña en uno de los capítulos más interesantes de su obra, partiendo de la hipótesis de que contemplen y conciban el mundo de una manera peculiar y prototípica aquellos individuos con propensiones espirituales y devocionales. Aborda, primeramente, la capacidad balsámica, amortiguadora, que se atribuye a las creencias religiosas ante catástrofes o situaciones difíciles de la vida.
De la misma manera, explica cómo determinadas creencias condicionan la manera de ver el mundo, aportando el ejemplo de cómo unos calvinistas se concentraron en los detalles de un experimento, mientras que católicos y judíos se fijaban en aspectos más generales y de conjunto, según las conclusiones de un estudio llevado a cabo en Europa. Y, aunque advierte de lo prematuro que es deducir con certeza resultados fiables, apunta que “no se pierde nada en consignar diferencias en los procesos de captación de los objetos y eventos del mundo en función de creencias religiosas”.
Un paso más en este capítulo lo constituye el hecho de que la devoción religiosa puede llegar a pretender compartir y armonizar creencias con la divinidad; es decir, que un creyente tiende a atribuir sus propias asunciones a la divinidad en la que cree. Por otro lado, considera la enorme facilidad que tenemos los humanos para elaborar representaciones de agentes suprahumanos con propiedades extraordinarias como una explicación para que sea tan común y contagiosa la noción de divinidad. En sus propias palabras: “Del mismo modo que venimos al mundo con sistemas neurocognitivos preparados para captar, atrapar y emitir flujos vocales ajustados al habla del entorno, de manera muy eficiente y veloz, vendríamos también facilitados para fabricar sistemas de creencias ayudadoras y confortadoras”.
En un paso ulterior, se fija en cómo las creencias que se implantan en las mentes infantiles se resisten a desaparecer en estadios posteriores del desarrollo, incluso en quienes se manejan en el mundo científico. Algo que se traduce, con frecuencia, en rituales practicados no solo por creyentes, sino incluso por quienes no lo son, citando, como ejemplos los gestos que practican deportistas, el uso de ornamentos corporales de prometida eficacia contra los males, etc. Y finaliza con un epígrafe donde pretende demostrar que, a mayor agudeza y velocidad cognitiva hay una menor propensión religiosa.
Todo el capítulo justifica sus presupuestos en estudios diferentes realizados en centros académicos, sobre todo americanos, aunque incluye algunos europeos.
Moralidad y religión
Una afirmación categórica del autor marca el inicio de este capítulo, el quinto de la obra: “No hay doctrinas religiosas sin asunciones morales o códigos normativos explícitos”. Esto es tan así que no es raro encontrar personas que confunden religiosidad con moralidad. Pese a ello, se hace también evidente que no son precisas las divinidades para que afloren conductas generosas, compasivas y respetuosas, aunque se constate que las religiones han sido marcos útiles para el fortalecimiento de la observancia moral, pero no para su nacimiento.
Cuestión diferente es el control de esa moralidad que se da de manera diferente en comunidades pequeñas, donde dicho control es ejercido por la propia sociedad sin necesidad de recurrir a agentes sobrenaturales, como ocurre en agrupaciones mayores. Es aquí donde se nota más la influencia de un dios vigilante que controla nuestros actos; y si ese dios es punitivo y justiciero, la propensión al rigorismo es mayor que si es benévolo y compasivo. Lo que no quita que haya sujetos que actúen de manera ética sin necesidad de una vigilancia supranatural. Detalle también importante que apunta el autor es que la sensación de anonimato mitiga el temor a la culpa, haciéndonos menos exigentes éticamente.
¿Qué ocurre cuando se incumple la norma? A la culpa y la contrición dedica el autor algunas páginas de este capítulo, centrándose en las zonas del cerebro vinculadas a estas actitudes humanas, según estudios realizados sobre el particular. A lo que se une su reflexión sobre la plegaria misericordiosa y la limpieza moral, donde observa que aquella, la plegaria, muestra sus efectos sobre las personas, bien mitigando reacciones agresivas o de violencia, bien, en ocasiones, alimentando la combatividad; y relaciona la necesidad de limpieza moral, tras una acción considerada no ética, con la limpieza física, según se desprende los experimentos realizados para analizar estas proposiciones.
Costes y beneficios de la religiosidad
En este capítulo de su estudio, Tobeña plantea que la religiosidad permanece porque nos aporta una serie de beneficios, pese al alto coste que a veces conlleva. Lo explicita desde el principio: “si los antecesores presapiens ya mostraban una proclividad religiosa que ha tendido a perdurar y a afianzarse en la arquitectura mental que nos caracteriza, este atributo debería conferir ventajas notorias como para quedar fijado en la carga genética”.
¿Qué beneficios aporta la religiosidad? Los hay personales y sociales; entre los primeros figura el confort íntimo (placidez, serenidad, calma), fortaleza ante las adversidades que define como placebo antiestrés, etc. En cuanto a los beneficios sociales, señala la congregación y cohesión grupal, sentido de pertenencia, compromiso y hermanamiento con la comunidad de correligionarios. Pero hay más: las religiones aportan una narración omnicomprensiva y completa del trayecto vital y del devenir cósmico.
Todos estos beneficios no son gratuitos. Cita varios ejemplos, tales como las aportaciones económicas, los sacrificios de animales e incluso humanos, fastuosos monumentos funerarios como ofrenda al dios, dedicación a enfermos y moribundos y, el máximo precio, la propia vida en el martirio.
En apoyo de su tesis cita a Darwin, para quien los individuos religiosos deberían presentar un mejor bagaje y mayores recursos para la supervivencia y dejar más descendencia viable, como exigen los filtros de la selección natural. Esto lo subraya David S. Wilson, para quien la religión es una forma de adaptación grupal: “la religión sería, por consiguiente, un abrigo muy eficaz, un artefacto cultural al servicio del establecimiento de normas de inclusión y de cooperación que se diseminan mediante catequesis precoz dentro de cada comunidad”.
Alude también a la manera de protegerse mediante la colaboración de los miembros de un grupo religioso; comienzan con un régimen estricto de normas rígidas; luego, al ir creciendo, se relaja un tanto esa estructura inflexible, dando lugar a sectas que desean volver al rigor primitivo.
Reitera lo expuesto apoyándose en Dennett, quien propuso que dios o cualquier otra noción relacionada con lo sagrado son artefactos cognitivos, memes, de enorme invasividad y con una función muy específica: promover orden y estabilidad en los complejos escenarios, los naturales y los sociales, donde tienen que espabilarse y medrar los humanos. Tales memes de las religiones vehiculan una descripción simplificada pero coherente del mundo que facilita su comprensión y aceptación. Lo que es aprovechado por las jerarquías para esquivar toda responsabilidad, trasladando a esa entelequia superior la culpa de las negatividades que puedan surgir.
Vuelve nuevamente sobre los beneficios personales, trayendo a colación estudios realizados que confirman los aportes de la religiosidad en determinadas situaciones adversas, con resultados incluso físicos, tales como recuperaciones más sólidas y rápidas en enfermedades o tras intervenciones quirúrgicas. Y, tratándose de la meditación trascendental, como la de algunos yoguis, se alcanza, incluso, a anular las partes del cerebro que acusan el dolor. De aquí, pasa a la esperanza, movilizadora de los recursos personales ante lo incomprensible o ante la adversidad, y, en un paso más, al optimismo, por el que esperamos que ocurran acontecimientos positivos en el futuro aunque no tengamos indicios sólidos para confiar en ello. Aunque hay evidencias de que los senderos del optimismo y sus efectos salutíferos no pasan forzosamente por el cultivo de la religiosidad, pues pueden estimularse en el cerebro a través de otras vías.
Ritualidades y música
Teatro litúrgico y burocracias curiales es el título del séptimo capítulo de la obra. Se trata de un capítulo más especulativo que sustentado en estadísticas de estudios realizados, como ha hecho hasta ahora el autor, salvo cuando comenta la importancia de la música como estimuladora de determinados sentires.
Es la muerte la semilla y el crisol infalible de la religiosidad, “su compañera más fecunda y el ariete más incisivo del ansia de trascendencia”. Es en ella, en la muerte, cuando, según el autor, la religión actúa como un asidero para acompañarnos en el tránsito final y lo hace a través de determinados rituales; es el contacto con pensamientos sobre la muerte el que acentúa la creencia en agentes sobrenaturales.
También la música, presente con harta frecuencia en rituales religiosos, es uno de los mayores acompañantes para adentrarse en la experiencia de lo sagrado; es más: aventura el autor que no está nada claro que primero fuese la palabra, el verbo, antes que la música. Es en este apartado donde Tobeña se apoya en estudios realizados con músicos para proponer que la música tiene una invasividad emocional incontenible, trabaja activando los mismos circuitos cerebrales gratificantes que los inductores del placer sexual y otros gratificadores primarios.
Finalmente, aborda las instituciones y burocracias religiosas, constatando que es notoria la pérdida de importancia de las castas oficiantes en el estatus y en la presencia social. Aunque advierte de que ello no implica que las instituciones religiosas estén desapareciendo; muy al contrario, resisten desde la segunda o tercera fila apoyadas en dos pilares: en primer lugar, el bagaje de sabiduría y sutileza que atesoran para la liturgia de la exigencia; y, en segundo lugar, por su indiscutible capacidad para montar redes institucionales de asistencia, superior a la de gobiernos y ONGs.
¿Tiene futuro la religiosidad?
A responder a esta cuestión dedica el autor el octavo capítulo de la obra. Reconoce que aún queda mucho que estudiar, mucho que investigar incluso sobre lo ya trabajado y que ha sido expuesto en los capítulos precedentes: los condicionamientos de género, de cultura, el brote de espiritualidad que se vive, … Se ha llegado, incluso, a afirmar que la religión es una especie de clausura grupal para atajar infecciones y parasitismos procedentes de comunidades ajenas. Especial hincapié hace en el carisma de determinadas personas, capaces de persuadir a las masas, anulando aquella parte del cerebro que nos induce a analizar y filtrar la información que recibimos; y aporta el ejemplo de Obama, quien, a su juicio, arrastra a las audiencias con su carisma (sobre este ejemplo, hay que añadir que otros ponen el énfasis en el uso de las nuevas tecnologías y su presencia en el mundo virtual como génesis de su atractivo y de sus triunfos electorales).
Estima Tobeña que hay aún mucho que investigar en la frontera distintiva entre creyentes y descreídos y añade que “los ingenieros que construyen robots versátiles, espabilados y adaptativos quizá puedan llegar a aportar elementos útiles para la investigación de frontera en religiosidad”.
A la vista de todo lo expuesto, ¿tiene futuro la religiosidad? Es significativa la respuesta que recoge de una cita de Hitchens: “Las creencias religiosas son inexpugnables precisamente porque somos todavía criaturas que se afanan en evolucionar. No morirán o al menos no lo harán hasta que hayamos superado el miedo a la muerte, el miedo a la oscuridad, el miedo a lo desconocido y el miedo a los demás”. Pero estima que la neurociencia de la religiosidad lleva buen ritmo, aunque ve poco probable que esta, la religiosidad, desaparezca totalmente; y eso que tiene apóstoles activos del ateísmo cuyos éxitos, a la vista de la experiencia, resultan magros. “A pesar de las oscilaciones provocadas por la prédica antirreligiosa o por las grandes transformaciones tecnológicas y demográficas de la última centuria, la credulidad persiste intocada y todo indica que se mantendrá sana y fuerte”.
Piensa que la ciencia no representa ninguna amenaza para las religiones y que están desenfocados los ateos y escépticos que imaginan una victoria de sus postulados. Porque, en primer lugar, minusvaloran la potencia de la religiosidad popular, el hecho de que las nociones y vivencias espirituales surgen inevitablemente en la mayoría de los humanos. En segundo lugar, minusvaloran la flexibilidad del pensamiento teológico para adaptarse a lo que le llega desde la ciencia. Y finalmente, porque olvidan la dureza e impenetrabilidad de la ciencia; la ideación religiosa es automática, intuitiva y natural, mientras que la científica requiere una disciplina rigurosísima.
La obra se cierra con un Epílogo en Tarraco, pues fue allí, en Tarragona, donde pronunció una conferencia sobre “Cerebros religiosos y ateos”, cuyo contenido se ha expresado en estas páginas. Merece ser leído con suma atención pues aquí el autor, pese a haber manifestado su postura de no creyente, que se entrevé además en las expresiones que dedica a quienes lo son, reconoce que los sondeos y estudios realizados no aportan garantías suficientes, aunque sí dan indicios y apoyan planteamientos como los que expone en el libro. Y fundamenta su criterio en tres pilares que desarrolla sucintamente y que, resumidos, son: hay sustancias que permiten provocar las mismas sensaciones que producen los hechos religiosos, sin necesidad de estar conectados a ellos. En segundo lugar, “los sistemas neurales mediadores de las creencias y las experiencias espirituales con acotables y hay que subrayar, además, que no reclutan toda la maquinaria cerebral”. Y en tercer y último lugar, “los hallazgos que indican que puede modificarse el funcionamiento de algunos sistemas neurales de modo que operen mediante un registro o perfil distintivo cuando procesan ítems con contenidos religiosos explícitos o, mejor todavía, implícitos o enmascarados”.
Y el libro termina con un amplio registro bibliográfico.
En conclusión
Nos encontramos ante un libro que merece una lectura serena y objetiva. El autor va exponiendo sus propuestas, basándose en estudios llevados a cabo en diferentes centros académicos especializados en investigar nuestro cerebro; en su mayoría se trata de estudios realizados en América, aunque se aporta algún que otro ejemplo europeo o asiático. Es evidente que los resultados aportan datos estadísticos y que, en sus conclusiones, no se alcanza el cien por cien, sino que señalan una tendencia válida para respaldarlas.
En este sentido, el autor reconoce las limitaciones que se pueden deducir, pero su experiencia científica en el estudio del comportamiento de nuestros cerebros le induce a expresar sus convicciones. Cuando deja la senda de lo experimentado y se adentra en el campo de la especulación se llega al punto en que no todos, incluidos científicos, compartan su visión del asunto; lo que ocurre, principalmente, en los dos últimos capítulos del texto.
En cualquier caso, se trata de una obra muy recomendable y que pone nuevos mojones en ese camino de desentrañar los misterios que encierra la religiosidad.
Índice
Preámbulo: Cerebros religiosos y ateos
1. Nostalgia de la divinidad
Precariedad de las sociedades arreligiosas
Vigencia de la religiosidad: perfiles de la devoción y el secularismo en el mundo
¿Científicos descreídos?
Maniobras de renovación doctrinal
Buses ateos contra memes religiosos: futilidad de las campañas antidevotas
2. Poderosas ensoñaciones
Variedades de la experiencia religiosa
Vectores de los temperamentos religiosos
Religiosidad heredable
Semillas de credulidad e incredulidad: devotos y descreídos
3. Neurología de la religiosidad
Cerebros hiperreligiosos y epifanías psicodélicas
Carmelitas canadienses y monjes tibetanos
Neuropatología “religiosa”, trascendencia y mecanismos de la cognición social
De la neuroimagen a la neurogenética espiritual
4. Captar y predecir el mundo
Obviar ambigüedades y errores
Tareas atencionales, coherencias e incertidumbres
Las creencias propias y las divinas
Supersensaciones e ilusiones cognitivas
Adultos con sesgos cognitivos infantiles
Palomas supersticiosas
Inteligencia y religiosidad
5. Religiosidad e inclinaciones morales
Cumplimiento de normas, generosidad y caridad
El ojo vigilante del Todopoderoso
Culpa y contrición
Plegaria misericordiosa y limpieza moral
6. Funciones de la religiosidad: costes y beneficios
Las iglesias son más que un club
La religiosidad como señal valiosa de compromiso grupal
De los templos darwinianos a las mutualidades informales
El relato redondo: memes del orden para las santas alianzas
Placebo antiadversidades
Milagros fisiológicos
¿Optimismo oxitocínico?: el confort esperanzado de las almas
7. Teatro litúrgico y burocracias curiales
Servicios litúrgicos imbatibles
Danzas rituales y músicas transportadoras
Instituciones y burocracias religiosas
8. Futuro de la religiosidad
Investigación de frontera y el arrastre del carisma
Estudios en ateos y descreídos
Robots espirituales y santos
¿Dios en manos de la biología?: la espiritualidad indestructible
9. Epílogo en Tarraco
Referencias bibliográficas
Reseñas
El selfie de Galileo. Software social, político e intelectual del siglo XXI
Juan Antonio Martínez de la Fe , 13/11/2015
Ficha Técnica
Título: El selfie de Galileo. Software social, político e intelectual del siglo XXI
Autor: Carlos Elías
Edita: Ediciones Península, Barcelona, 2015
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 345
ISBN: 978-84-9942-424-8
Precio: 22,90 euros
En este libro, tan necesario, se busca contextualizar los cambios sociales, culturales, políticos, mediáticos, etc. frutos de la evolución de la tecnología al tiempo que encontrar pautas de futuro para no vivir muy perdidos y atemorizados por ella, tal y como ocurrió con el efecto 2000.
El autor parte de la premisa de que la tecnología informática y telemática ha alterado de tal manera nuestras vidas, que ya no se puede hablar de realidad, sino de ciberreralidad. ¿Por qué? Pues, “porque la realidad física en la que evolucionó la especie humana durante millones de años está totalmente condicionada por la realidad cibernética que producen los algoritmos diseñados por ingenieros y matemáticos. Lo que nos hizo sobrevivir en la selva forestal no vale en la digital”.
En las postrimerías del siglo XX, se pensaba que la ingeniería informática era una simple tecnología. Pero resultó ser mucho más: se trata de una filosofía que está cambiando el mundo. Es el propio autor quien nos describe el contenido de su obra: “Lo que sigue es el relato de la fascinante evolución cultural humana, en algo más de una década, hacia la actual civilización digital, en la que las infinitas variables que ofrecen las nuevas tecnologías basadas en algoritmos matemáticos se han convertido en el mecanismo que mueve y explica el mundo”. Nos habla de un cambio de paradigma, que se aborda en el libro con creciente interés.
Ciencia, arte y tecnología
Y los capítulos de la obra se encaminan y nos proponen los argumentos de Carlos Elías para apoyar su proposición. El primero de ellos se dedica a exponernos la intersección entre Ciencia, arte y tecnología.
Nos explica los difíciles inicios de la aventura científica, haciendo hincapié en cómo los filósofos naturales atacaban al corazón de la religión, que hasta ese momento ostentaba la sede de todo saber. Y su ataque venía porque nos exponían un mundo sin Dios, que podía ser controlado a voluntad por el hombre si éste descubría y dominaba el lenguaje matemático que rige las leyes de la naturaleza. Y nos clarifica con un ejemplo: cuando Vesalio consideraba al organismo humano como una especie de fábrica con piezas mecánicas perfectamente ensambladas, proponía una idea revolucionaria que adquiere una riqueza extraordinaria en nuestro siglo XXI, puesto que si el hombre es una máquina, quizás se pueda construir otra máquina aún mejor, idea que lidera las actuales investigaciones sobre la inteligencia artificial.
Nos cita a una serie de perseguidos científicos, como Galileo o Giordano Bruno entre otros, concluyendo que “sus historias se repetirán cuatro siglos después, cuando otros matemáticos –reconvertidos algunos en físicos cuánticos, químicos de materiales, biólogos moleculares y, sobre todo, en ingenieros informáticos y telemáticos- también quisieron cambiar el orden establecido del ya lejano siglo XX”.
Refiriéndose al arte, nos explica que nuestra percepción de la realidad no tendría que depender de nuestros sentidos, sino del flujo de información que alimenta la esfera pública virtual, es decir, que la realidad no se determina por lo que experimentamos, sino por lo que publican los medios de comunicación de masas, dando entrada al término de ciberrealidad, es decir, esa realidad que procede de lo que aparece en internet, pero que debe tener conexiones con la realidad real.
Todo esto lo ilustra de forma muy amena y pedagógica con la pintura de las Bodas de Caná, de El Veronés, ubicada inicialmente en el convento de la iglesia de San Giorgio Magiore, en la isla homónima. El “original” se encuentra en París actualmente y ocupa su lugar en la ubicación inicial una excelente copia realizada por un sofisticado escáner. Y se pregunta, y nos pregunta, cuál es la obra “real”, si la que se encuentra en Francia, tras una lámina transparente antivandálica, rodeada de otros cuadros, a una altura diferente de la que el artista previó cuando la realizó, con una iluminación bien distinta, o, por el contrario, la excelente reproducción en su sede originaria. La tecnología digital ha dado otra vuelta de tuerca a lo que significa arte.
Nos reitera su intención al acometer el presente estudio: “este es el mundo que pretende explorar a partir de aquí este ensayo: la creación de otras realidades, como las que pretendieron Palladio y Veronés, pero diseñadas ahora por los ingenieros informáticos”, concluyendo que la ingeniería informática no sería nada sin la disciplina que más ha intentado explicar la realidad: las matemáticas y su lógica.
Matemáticas y realidad
Es a las matemáticas a las que dedica el segundo apartado del libro: Las matemáticas y la construcción de la realidad. Y, para introducirnos en él, reitera el término ciberrealidad, un concepto que hace referencia a la realidad de los seres biológicos (humanos) condicionados por lo que sucede en el entorno virtual.
Expone cómo otra manera de explicar la realidad es cuantificándola, mediante ese lenguaje universal por el que la naturaleza desvela sus secretos, la matemática. Los ordenadores, nuevas herramientas que nos ayudan a profundizar en el conocimiento de la realidad, en el fondo, gobiernan nuestras vidas en función de algoritmos matemáticos que han introducido los ingenieros de computación.
Varias páginas dedica Carlos Elías a contarnos la historia de las matemáticas y, fiel a sus principios, sin rehuir fórmulas o ejemplos abstractos pero sin abandonar su amenidad. Y muchas también son las páginas que emplea para comentar la evolución y situación actual del concepto “realidad”. ¿Qué es la realidad?, se pregunta, advirtiéndonos, de entrada, que son cosas muy distintas la percepción que tenemos de la realidad y lo que es realmente. Desemboca en la mecánica cuántica, real y verificada en la experimentación, pero cargada de paradojas que demuestran que el concepto de realidad es muy difícil de explicar, tal y como ocurre con las matemáticas, donde abundan ejemplos lógicos pero que, a simple vista, no parecen tener realidad; cita, así, el número de decimales del número pi.
En un paso más, nos habla ya de la viabilidad de los ordenadores cuánticos que nos lleva a la cuestión que el autor nos plantea con la pregunta de si vivimos en realidad en la simulación de una computadora. Interesantísimo capítulo, provocador de ulteriores reflexiones. Por ejemplo, la posible existencia de otros universos, como reclaman otras ciencias: “Si esto fuera cierto y nuestro universo fuera solo una simulación informática de supercomputadores, entonces, obviamente, podría haber otras simulaciones ejecutándose al mismo tiempo”.
Los algoritmos
Todo son algoritmos, es decir, los pasos, la secuencia de instrucciones, que hay que dar para solucionar un problema. Y el capítulo tercero está dedicado a ellos: La civilización de los algoritmos. Arranca de la base de que el algoritmo es una creación absoluta, el resultado final de un proceso de innovación, una obra maestra de la inteligencia humana, que, en el fondo persigue transformar el mundo.
Advierte que, desde que nació la idea de una máquina capaz de pensar, más importante que el hardware es el software, más, incluso, que el propio lenguaje de programación. Y avisa de que, hoy día, la filosofía más potente o, al menos, la más transformadora puede que ya no se encuentre escrita en un lenguaje literario, sino en las entrañas de los algoritmos matemáticos, escritos a través de los diversos lenguajes de programación. Y aporta ejemplos.
Cita a Francisco Vico, creador de un algoritmo, aplicado a un ordenador, capaz de componer música clásica contemporánea; composiciones que han pasado el test de Turing, es decir, que los críticos musicales se encuentran incapaces de detectar cuándo la partitura ha sido escrita por un ser humano o un ordenador. Esto genera muchas preguntas: ¿de quién son los derechos de autor?, ¿quién crea las emociones, el compositor, el intérprete o el oyente?, ¿puede un algoritmo generar emociones intensas en los humanos pese a no haber vivido experiencias emotivas? Buenas cuestiones.
Algo similar ocurre con la escritura. Ya en medios de comunicación especializados, las noticias cortas sobre la actividad financiera o bursátil son redactadas por un ordenador, al que se le ha aplicado un algoritmo. También se trabaja ya en la capacidad de un ordenador para escribir un libro, con logros que aún no superan las 180 páginas. Así las cosas, ¿qué papel le queda al arte?, ¿dónde estará el mérito? Según Elías, en lo subjetivo, en las experiencias personales del investigador que son intransferibles a un algoritmo.
Second Life: una vida virtual
Si existe la posibilidad de que vivamos en una realidad creada por un ordenador, no es imposible pensar en una vida virtual, una segunda vida. Así, Second Life, ludificación social y bitcoin es el título del cuarto capítulo.
Second Life es una realidad, una realidad alternativa más utilizada de lo que podríamos pensar y no solo con finalidad lúdica. Reuters, por ejemplo, tuvo su propio avatar en esta simulación virtual, lo que generó una cascada de preguntas: ¿puede un periodista contar realidades alternativas?, ¿existe traspaso informativo de una realidad a otra?, ¿debe hacerlo el periodista?, ¿es eso periodismo?, ¿debía informar a la comunidad de Second Life de lo que ocurría en ella o de lo que ocurría fuera de ella?, ¿debía informar a los ciudadanos de la realidad real de lo que sucede en la virtual? Cuestiones nada ociosas que merecen la reflexión.
De lo que no cabe duda es de que asistimos a una ludificación social, la sociedad entra en juegos que le permiten crear una segunda vida. Y lo más importante es que los juegos se erigen en un poderoso medio de comunicación de masas, una de las mejores maneras de aprender. Según afirma Elías, “la ludificación de la sociedad actual es una característica que cada vez será más importante para comprenderla”. Es más: llega a temer que muchos se enganchen a la realidad virtual y no pasen a la real.
En el fondo, la economía financiera, dominada por las transacciones informáticas que hacen los brókers e inversores, puede definirse, simplemente, como un multijuego multijugador on line, pero con repercusiones en la vida real. Y de ahí, en un sistema financiero que ha abandonado el patrón oro para basarse en un sistema fiduciario, a tener su propia moneda no hay sino un paso, que se ha dado, tras varios intentos fallidos, con el bitcoin, que no se basa en la fe (sistema fiduciario) sino en algo más seguro: las matemáticas. Una moneda especialmente activa en la emergente y misteriosa Silk Road, web operada por sitios ocultos, la internet profunda.
El bitcoin es, por tanto, una moneda deflacionaria e inconfiscable, capaz de hacer frente al sistema vigente. La pregunta que se plantea el autor no es baladí: “¿permitirán las instituciones políticas y bancarias que se pierda su poderío monetario?”
Mad Men y Math Men
Ahondando más en la influencia de la vida en la red sobre la realidad que vivimos, el quinto capítulo del libro nos lleva al campo de la política: De los Mad Men a los Math Men: las matemáticas de Obama
.
Se trata de un capítulo bastante extenso donde disecciona los triunfos electorales del presidente de los Estados Unidos, basados en haber sido el primero en saber utilizar todo el potencial de las redes sociales y de la realidad virtual; de esta manera, el vencedor en el mundo virtual, que disponía de su propio avatar en Second Life, resultó el ganador en el mundo real, pese a que en esta realidad no contaba con los suficientes apoyos. “Obama ganó para su causa a la generación que no se manifiesta en la calle sino que prefiere estar en casa con los videojuegos. Ese fue uno de sus éxitos”.
Ocurre que la ciberrealidad crea sus propios líderes, aquellos que arrastran más gente (blogs más enlazados, perfiles con más amigos, etc.); son ellos el nuevo objetivo de los cibercandidatos y no las asociaciones de vecinos reales. También, coherente con este principio, se decantó más por los medios de comunicación del mundo virtual que por los tradicionales. En el fondo, lo que hizo Obama fue sacar partido de las claves de la ciberrealidad: cultura participativa e inteligencia colectiva; no ganó porque fuera el mejor, sino porque fue el mejor en manejar el nuevo entorno ciberreal.
En la misma línea, el autor desarrolla el paso de los social data a los big data; es decir, de los datos que aportaban las disciplinas tradicionales, se ha pasado a los ingentes volúmenes de información procedentes de la red, los big data, algo que representa una nueva clase de activo económico como las divisas o el oro. Nos dice: “El intercambio de datos de todo tipo y su valoración entre la academia, los gobiernos y las empresas dará lugar a una nueva era en la que las matemáticas e informática se unirán para, igual que sucedió con las ciencias naturales en el siglo XVII, colonizar la interpretación de las ciencias sociales”.
Estos planteamientos con génesis en los Estados Unidos están implantándose en Europa, donde aparecen nuevos partidos surgidos de la comunicación en la red que menoscaban el poder de los partidos tradicionales. Así, analiza Elías el caso italiano, con el ejemplo del Movimiento Cinco Estrellas, que llegó a ofrecer en streaming sus conversaciones para los acuerdos con el Partido Democrático.
Aunque advierte: “En este momento, solo podemos predecir que este tipo de fenómenos de partidos que, de repente, emergen y pueden ganar elecciones serán más frecuentes.
Pero existe un peligro: son tiempos en los que la demagogia puede aumentar”. Lo que lleva, ha llevado, a que esa burbuja chispeante que creció apresuradamente termine por irse desinflando.
Ciberguerra fría
Ciberguerra fría: algortimos como armas de destrucción. Titula así Carlos Elías el capítulo sexto de su ensayo. Comienza con la descripción del Plan X de Alex Wissner-Gross, un proyecto que aúna el análisis de big data con la robótica, la física y la computación. Se presentó en el Pentágono estadounidense y permitirá al país integrar todas las capacidades, equivalentes a un “comando central”, en una guerra cibernética a gran escala; o, lo que es lo mismo, coordinará ataques o defensa de, por ejemplo, su red eléctrica, comunicaciones vía satélite y otras infraestructuras estratégicas, en una guerra de hackers a gran escala entre países. Algo de lo que estamos ya viviendo inquietantes ejemplos.
Pensemos, por ejemplo, en la capacidad de producir pánico en la red, como ocurrió, por ejemplo, cuando un pastor religioso en un diminuto lugar norteamericano anunció que quemaría ejemplares del Corán: reacciones inflamadas en todo el mundo musulmán e intervención del más alto nivel para evitar aquella quema. Trae, también, a colación el caso del virus Stuxnet, que afectó a instalaciones iraníes, capaz de hacer explotar tanto una planta nuclear como una industria bioquímica.
Para esta guerra no se necesita un ejército como soporte físico, tampoco un campo de batalla definido en tierra, mar, aire o espacio exterior. Y, como ocurre en los conflictos bélicos digamos tradicionales, existen también los daños colaterales.
Los hackers
El siguiente capítulo, el séptimo, constituye un paso más en la propuesta del autor, quien lo dedica a Épica y ética de los nuevos intelectuales: los hackers. Este mundo virtual que nos describe tiene también sus héroes, que son los disidentes intelectuales, que no son ahora los filósofos o los científicos, sino los programadores informáticos, sobre todo, los hackers.
Aduce que todos hacemos uso de la tecnología actual, pero pocos saben cómo funciona, con lo que aquella ha devenido en magia, una magia que carece de la imprescindible varita que es sustituida por un botón o una tecla. De tal manera, que el mundo, que anteriormente y de forma sucesiva estuvo dominado por la casta sacerdotal, luego la de los juristas y, finalmente, por la de los economistas, ahora lo está por la casta de los informáticos, de quienes saben responder a las preguntas que siempre se ha hecho la humanidad a través de un algoritmo y que quieren cambiar la sociedad también mediante sus algoritmos.
Y nos aporta variados ejemplos. Nos dice que la cultura científico-tecnológica no es menos demandante de interpretación de lo que es la cultura de humanidades, con una diferencia, que sus militantes generan entornos materiales que cambiarán a quienes los utilizan. La informática es una forma de ver e interpretar el mundo, como también lo es la astronomía, que se sirve de los ordenadores como un mero instrumento, como aquella utiliza los telescopios; ambas disciplinas tienen en común el lenguaje en que, según Galileo, se expresa el universo: las matemáticas.
Y la informática tiene también sus héroes, sus santos laicos, cuyo patrón es Alan Turing, quien intuyó que las máquinas pueden tener libre albedrío, idea que es germen de la inteligencia artificial y del futuro de la humanidad. Un héroe épico con trágico final. Y, en el fondo, ¿qué fue Turing? Un hacker, aunque sin el sentido peyorativo que hoy se aplica al término.
El escenario donde todo comenzó es el MIT, instituto que Elías describe; es allí donde los matemáticos/informáticos hackean todo para subvertir lo que hasta ese momento eran principios sólidamente establecidos. Esto ha llevado a un nuevo comportamiento, una ética del hacker. Una de sus ideas básicas es el libre acceso a todo tipo de conocimiento. Ningún humano, ninguno, tiene derecho a acceder a más información que otro o a ocultar datos que puedan explicar cómo funciona el mundo. Debe existir total y libre acceso, siempre gratuito, a toda información generada por los seres humanos, así como a todos, sin excepción, todos los ordenadores para averiguar datos que puedan ayudar a comprender el mundo. Nadie tiene derecho a ocultar o filtrar información. Hay que desconfiar siempre de la autoridad. Y es deber ético del hacker compartir sus experiencias escribiendo código abierto para facilitar el acceso a todos los recursos de información. Además, romper sistemas informáticos por diversión y exploración es ético, siempre que no se cometa robo o un acto que vulnere la intimidad de alguien.
Es un código de conducta no aceptado, pero que quienes se someten a él son los ciberhéroes, como ocurrió con Zuckerberg y su facebook. Pero, evidentemente, no todas estas aventuras acaban bien y muchos idealistas perecen en la batalla, algunos de forma trágica. A lo que hay que añadir el nuevo fenómeno de hackers colectivos, como ocurre con el grupo Anonymous, cuyos principios de actuación se reproducen en el libro.
Evidentemente, los poderes establecidos plantan batalla, una batalla ideológica que también forma parte de la ciberguerra de la que se habló anteriormente. Cita como ejemplos el canon digital o la ley contra las páginas de descargas no autorizadas. Pero, según el autor, es la sociedad la que ha de decidir si debe regular estas protestas virtuales porque están teniendo consecuencias reales; pero no está claro si deben de ser los parlamentos reales, condicionados por los lobbies, o la esfera pública virtual en el espacio ciberreal. ¿Y qué decir del activismo político en las redes sociales?
Está claro que, sin legislación efectiva, sin territorio marcado, se declara una guerra en la red con huestes bien pertrechadas a cada lado. Los informáticos libres y los contratados por los grandes bufetes de abogados y los lobbies afectados, que son igualmente muy efectivos. Un capítulo con interesantes propuestas que, con toda seguridad, suscitará profundos debates.
Bandolerismo social
El siguiente apartado, capítulo octavo, lo dedica Elías a proponer un ejemplo práctico de lo que ha expuesto hasta ahora, con una especial dedicación a la profesión periodística, sobre la que reflexiona. WikiLeaks, Assange y el “bandolerismo social” es el título que lo encabeza.
Comienza con la afirmación de que WikiLeaks sigue la ética hacker de que toda la información debe ser libre y de ilimitado acceso y sus impactantes documentos expuestos a general disposición llevó como consecuencia que se le acusara a Assange, incluso, de amenazar la seguridad nacional. Y, en el caso concreto de la guerra de Irak, se vio claramente que las cadenas de información ofrecían imágenes, una narración de película, desvinculándose de los hechos periodísticos y su contexto, hechos que se conocen mejor a través de los documentos que se crearon en torno al conflicto bélico. Assange entendió que quien quisiera tenía derecho a conocer tal documentación, considerada secreta, y la diseminó, deviniendo en un bandolero social, un héroe para los oprimidos y un malvado para los opresores, estableciendo así una conexión entre el bandolerismo social y los hackers.
Para el autor, Assange es el prototipo del nuevo ciberperiodista del siglo XXI, que actúa como contrapoder, pues revela a la humanidad la radiografía de la realidad real del mundo, no de la realidad que aparece en los medios de comunicación. WikiLeaks tiene como meta profundizar en la libertad de expresión, lo que importa no son las ideas, sino la libertad para expresarlas. Es WikiLeaks quien define su misión: “Los amplios principios en los que se basa nuestro trabajo son la libertad de expresión y la libertad de prensa, la mejora de nuestros registros históricos y el apoyo al derecho de todas las personas a crear un nuevo futuro. Para nosotros, estos derechos provienen de la Declaración de los Derechos del Hombre”.
Carlos Elías afirma que la red puede acabar con la industria periodística tradicional. ¿Por qué? Pues porque, desde la ética hacker, no se acepta que sean los periodistas los custodios de lo que debe saberse en público y lo que debe ocultarse. La generación emergente no entiende que haya información que solo saben los jefes y otra, filtrada y tamizada, es decir, prácticamente falsa, que es la que se difunde a través de los medios tradicionales. Afirmaciones todas ellas que llevan a reflexionar sobre el mundo de la información tal y como lo hemos conocido hasta ahora.
Batallas ideológicas en la red
Y de WikiLeaks a Wikipedia, contraconocimiento y epidemias de credulidad, que es como se titula el capítulo noveno. Elías arranca comentando el nacimiento y expansión de wikipedia, que surgió como un apéndice de Nupedia. ¿Qué las diferencia? Que los contenidos de la segunda estaban redactados y supervisados por expertos, mientras que a la primera puede subir contenidos quien lo desee, cualquiera puede escribir y publicar; es wiki, en el sentido de que es colectiva y sin jerarquías.
Wikipedia se basa en la economía colaborativa, que no se guía por las leyes del mercado o por la jerarquía de una organización, sino por la gratificación personal de realizar una labor útil. Con esto ya se deducen los problemas que puede plantear. No es de extrañar que se dude de la fiabilidad de sus contenidos, pues, como dijera Lady Gaga en su momento, no es la verdad lo que importa. Surge así el superbulo como un quinto poder; dice el autor: “Esta manera de condicionar a la opinión pública, no a partir de la información contrastada, como hacían los medios tradicionales, sino por medio del rumor difundido desde el anonimato, puede considerarse un quinto poder diferente al cuarto poder con que se identificaba el papel del periodismo del pasado”.
Lo que está ocurriendo es que podemos acceder a muchas páginas, es cierto, pero no queda tan claro que podamos informarnos adecuadamente, porque la realidad es que la inteligencia colectiva es un concepto interesante desde el punto de vista de la teoría, pero, en la práctica, deja a la opinión pública sin una efectiva tutela de los expertos acreditados en el conocimiento. Y, ante una información, quizás falsa, que se presenta con visos de certeza, se erige una contrainformación que pretende anularla, con lo que Wikipedia y, en general, el mundo virtual se convierte en campo de batalla ideológico, abandonando la palestra que hasta ahora ocupaban los medios de comunicación tradicionales. En definitiva, hay libertad de expresión, pero no de opinión, concluyendo Elías: “La paradoja de internet es que acumula y ordena mucha información, pero hay que ser un gran experto para buscarla y también para desechar lo erróneo”.
El autor justifica sus argumentos con algunos ejemplos de gran actualidad, tomando valientemente postura ante ellos; lo que, indudablemente, suscitará controversia, pues, si bien no es difícil coincidir con su planteamiento, habrá, y hay, quien no coincida con él en las conclusiones que extrae de los ejemplos expuestos. Desde luego, un interesante capítulo.
¿Existo si estoy desconectado?
Capítulo que da paso al penúltimo de la obra, La generación digital: estoy conectado, luego existo. En él, Carlos Elías nos habla de cómo los dispositivos tecnológicos, como, por ejemplo, los móviles, no solo cambian lo que hacemos, sino, también lo que somos. Huimos de la conversación, del contacto personal, y lo sustituimos por los mensajes de móvil; vivimos conectados a través del ciberespacio, aislados del resto, y únicamente somos alguien si compartimos: comparto, luego existo.
Nuestros jóvenes se atrincheran en sus habitaciones, se alejan de sus familias y amigos reales y pasan la fase de sus vidas en la que deben conocer y reconocer la realidad real en una realidad virtual. Es una nueva droga, la ciberdroga.
Y da un paso más, advirtiendo de que “la exposición a internet no solo afecta a las nuevas generaciones, sino que puede estar alterando físicamente el cerebro de todos los que estamos en contacto con el ciberespacio”. Porque, en definitiva, nuestro sistema neuronal evoluciona para adaptarse a las exigencias de la ciberrealidad.
Esta situación está trayendo serias consecuencias, como, por ejemplo, restar capacidad de concentración. Así, el autor se revuelve contra el uso excesivo que se hace del PowerPoint, tanto en conferencias y presentaciones como por parte de los profesores en las aulas, sustituyendo el discurso bien trabado y argumentado, con imágenes que no facilitan la concentración y el seguir la ilación de lo que se expone en la pantalla. Es categórico: “Los desgraciados alumnos actuales sufren la peor combinación posible: mucho tiempo entre ordenadores e ineptos profesores que creen que puede enseñarse algo en PowerPoint”. Y atribuye el descenso de nivel de conocimientos científicos de los estudiantes en Occidente al hecho de que no son capaces de mantener la atención necesaria y, sobre todo, mantenerla el tiempo preciso para aprender conceptos complejos y abstractos como los científicos.
Aboga también Elías por la necesidad, no solo de saber utilizar las herramientas informáticas, sino, también, de aprender programación, que propone se enseñe junto al aprendizaje de las primeras letras. Finaliza el capítulo con una reflexión sobre el mal uso de la tecnología, para torturar y coaccionar a nuestros semejantes, aportando ejemplo concreto de un estudiante llevado al suicidio por sufrir ciberacoso.
15-M y Podemos
Llegamos así al undécimo y último capítulo de la obra: Movimientos sociales de la era digital: del 15-M a Podemos. Se puede considerar casi como un ensayo que, vinculado a las páginas que le preceden, tiene entidad por sí mismo. En él, Carlos Elías nos ofrece una muy interesante reflexión sobre los recientes movimientos sociales y revolucionarios tanto en Oriente como en Occidente, con una especial atención al movimiento 15-M, su génesis, desarrollo hasta culminar en el partido Podemos.
Lo inicia basándose en los cinco principios que, según Tapscott, son los pilares del nuevo modelo social, político y económico: 1) Colaboración, modelo opuesto al de jerarquía; 2) Apertura y transparencia; 3) Interdependencia; 4) Compartición y 5) Integridad. A partir de aquí, su estudio recorre los epígrafes siguientes: La tecnología es lo que define la forma de protesta social; Cronología del 15-M y la tecnología digital; ¿Cómo se protesta en la ciberrealidad?; Los nativos digitales que parlotean hasta deshincharse; La wiki-revolución en los países árabes; El activismo sin internet: los afroamericanos y la segregación racial; La ciberrealidad de Puerta del Sol y la Spanish Revolution; Economía digital que destruye empleos; Estamos indignados. ¿Qué hacemos?; El gran optimismo que viene de Oriente; Narrativa occidental pesimista; El modelo Singapur: apostar por las matemáticas; El método científico, clave del avance de Occidente; ¿Por qué Occidente?; Primavera árabe y otoño europeo; Movimientos enamorados de sí mismos: Occupy Wall Street y 15-M; El 15-M, los partidos tradicionales de izquierda, Podemos y “la Casta”. Como se puede apreciar, un largo y denso capítulo, difícil de sintetizar en un comentario como este, pero cuya lectura es necesaria y recomendable.
Como se ve por los epígrafes enunciados, nos ofrece una extensa reflexión, aderezada de ejemplos sacados de la vida real, que amenizan mucho la lectura e ilustran el pensamiento de Carlos Elías. Finaliza prácticamente este capítulo con un párrafo de la declaración de independencia del ciberespacio: “Crearemos una civilización de la mente en el ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos han creado antes”. Que así sea.
Concluyendo
Nos encontramos ante un libro del mayor interés, tanto por sus planteamientos y propuestas como por la manera de exponerlos, con un discurso coherente, bien cohesionado, con una redacción impecable y de gran amenidad. Desde luego, muy recomendable. Y, como todo proyecto novedoso, no estará exento de opiniones contrarias, lo que dará pie a debates que enriquezcan el contenido.
Índice
Introducción
1. Ciencia, arte y tecnología
2. Las matemáticas y la construcción de la realidad
3. La civilización de los algoritmos
4. Second Life, ludificación social y bitcoin
5. De los Mad Men a los Math Men: Las matemáticas de Obama
6. Ciberguerra fría: algoritmos como armas de destrucción
7. Épica y ética de los nuevos intelectuales: los hackers
8. WikiLeaks, Assange y el “bandolerismo social”
9. Wikipedia, contraconocimiento y epidemias de credulidad
10. La generación digital: estoy conectado, luego existo
11. Movimientos sociales de la era digital: del 15-M a Podemos
Agradecimientos
Título: El selfie de Galileo. Software social, político e intelectual del siglo XXI
Autor: Carlos Elías
Edita: Ediciones Península, Barcelona, 2015
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 345
ISBN: 978-84-9942-424-8
Precio: 22,90 euros
En este libro, tan necesario, se busca contextualizar los cambios sociales, culturales, políticos, mediáticos, etc. frutos de la evolución de la tecnología al tiempo que encontrar pautas de futuro para no vivir muy perdidos y atemorizados por ella, tal y como ocurrió con el efecto 2000.
El autor parte de la premisa de que la tecnología informática y telemática ha alterado de tal manera nuestras vidas, que ya no se puede hablar de realidad, sino de ciberreralidad. ¿Por qué? Pues, “porque la realidad física en la que evolucionó la especie humana durante millones de años está totalmente condicionada por la realidad cibernética que producen los algoritmos diseñados por ingenieros y matemáticos. Lo que nos hizo sobrevivir en la selva forestal no vale en la digital”.
En las postrimerías del siglo XX, se pensaba que la ingeniería informática era una simple tecnología. Pero resultó ser mucho más: se trata de una filosofía que está cambiando el mundo. Es el propio autor quien nos describe el contenido de su obra: “Lo que sigue es el relato de la fascinante evolución cultural humana, en algo más de una década, hacia la actual civilización digital, en la que las infinitas variables que ofrecen las nuevas tecnologías basadas en algoritmos matemáticos se han convertido en el mecanismo que mueve y explica el mundo”. Nos habla de un cambio de paradigma, que se aborda en el libro con creciente interés.
Ciencia, arte y tecnología
Y los capítulos de la obra se encaminan y nos proponen los argumentos de Carlos Elías para apoyar su proposición. El primero de ellos se dedica a exponernos la intersección entre Ciencia, arte y tecnología.
Nos explica los difíciles inicios de la aventura científica, haciendo hincapié en cómo los filósofos naturales atacaban al corazón de la religión, que hasta ese momento ostentaba la sede de todo saber. Y su ataque venía porque nos exponían un mundo sin Dios, que podía ser controlado a voluntad por el hombre si éste descubría y dominaba el lenguaje matemático que rige las leyes de la naturaleza. Y nos clarifica con un ejemplo: cuando Vesalio consideraba al organismo humano como una especie de fábrica con piezas mecánicas perfectamente ensambladas, proponía una idea revolucionaria que adquiere una riqueza extraordinaria en nuestro siglo XXI, puesto que si el hombre es una máquina, quizás se pueda construir otra máquina aún mejor, idea que lidera las actuales investigaciones sobre la inteligencia artificial.
Nos cita a una serie de perseguidos científicos, como Galileo o Giordano Bruno entre otros, concluyendo que “sus historias se repetirán cuatro siglos después, cuando otros matemáticos –reconvertidos algunos en físicos cuánticos, químicos de materiales, biólogos moleculares y, sobre todo, en ingenieros informáticos y telemáticos- también quisieron cambiar el orden establecido del ya lejano siglo XX”.
Refiriéndose al arte, nos explica que nuestra percepción de la realidad no tendría que depender de nuestros sentidos, sino del flujo de información que alimenta la esfera pública virtual, es decir, que la realidad no se determina por lo que experimentamos, sino por lo que publican los medios de comunicación de masas, dando entrada al término de ciberrealidad, es decir, esa realidad que procede de lo que aparece en internet, pero que debe tener conexiones con la realidad real.
Todo esto lo ilustra de forma muy amena y pedagógica con la pintura de las Bodas de Caná, de El Veronés, ubicada inicialmente en el convento de la iglesia de San Giorgio Magiore, en la isla homónima. El “original” se encuentra en París actualmente y ocupa su lugar en la ubicación inicial una excelente copia realizada por un sofisticado escáner. Y se pregunta, y nos pregunta, cuál es la obra “real”, si la que se encuentra en Francia, tras una lámina transparente antivandálica, rodeada de otros cuadros, a una altura diferente de la que el artista previó cuando la realizó, con una iluminación bien distinta, o, por el contrario, la excelente reproducción en su sede originaria. La tecnología digital ha dado otra vuelta de tuerca a lo que significa arte.
Nos reitera su intención al acometer el presente estudio: “este es el mundo que pretende explorar a partir de aquí este ensayo: la creación de otras realidades, como las que pretendieron Palladio y Veronés, pero diseñadas ahora por los ingenieros informáticos”, concluyendo que la ingeniería informática no sería nada sin la disciplina que más ha intentado explicar la realidad: las matemáticas y su lógica.
Matemáticas y realidad
Es a las matemáticas a las que dedica el segundo apartado del libro: Las matemáticas y la construcción de la realidad. Y, para introducirnos en él, reitera el término ciberrealidad, un concepto que hace referencia a la realidad de los seres biológicos (humanos) condicionados por lo que sucede en el entorno virtual.
Expone cómo otra manera de explicar la realidad es cuantificándola, mediante ese lenguaje universal por el que la naturaleza desvela sus secretos, la matemática. Los ordenadores, nuevas herramientas que nos ayudan a profundizar en el conocimiento de la realidad, en el fondo, gobiernan nuestras vidas en función de algoritmos matemáticos que han introducido los ingenieros de computación.
Varias páginas dedica Carlos Elías a contarnos la historia de las matemáticas y, fiel a sus principios, sin rehuir fórmulas o ejemplos abstractos pero sin abandonar su amenidad. Y muchas también son las páginas que emplea para comentar la evolución y situación actual del concepto “realidad”. ¿Qué es la realidad?, se pregunta, advirtiéndonos, de entrada, que son cosas muy distintas la percepción que tenemos de la realidad y lo que es realmente. Desemboca en la mecánica cuántica, real y verificada en la experimentación, pero cargada de paradojas que demuestran que el concepto de realidad es muy difícil de explicar, tal y como ocurre con las matemáticas, donde abundan ejemplos lógicos pero que, a simple vista, no parecen tener realidad; cita, así, el número de decimales del número pi.
En un paso más, nos habla ya de la viabilidad de los ordenadores cuánticos que nos lleva a la cuestión que el autor nos plantea con la pregunta de si vivimos en realidad en la simulación de una computadora. Interesantísimo capítulo, provocador de ulteriores reflexiones. Por ejemplo, la posible existencia de otros universos, como reclaman otras ciencias: “Si esto fuera cierto y nuestro universo fuera solo una simulación informática de supercomputadores, entonces, obviamente, podría haber otras simulaciones ejecutándose al mismo tiempo”.
Los algoritmos
Todo son algoritmos, es decir, los pasos, la secuencia de instrucciones, que hay que dar para solucionar un problema. Y el capítulo tercero está dedicado a ellos: La civilización de los algoritmos. Arranca de la base de que el algoritmo es una creación absoluta, el resultado final de un proceso de innovación, una obra maestra de la inteligencia humana, que, en el fondo persigue transformar el mundo.
Advierte que, desde que nació la idea de una máquina capaz de pensar, más importante que el hardware es el software, más, incluso, que el propio lenguaje de programación. Y avisa de que, hoy día, la filosofía más potente o, al menos, la más transformadora puede que ya no se encuentre escrita en un lenguaje literario, sino en las entrañas de los algoritmos matemáticos, escritos a través de los diversos lenguajes de programación. Y aporta ejemplos.
Cita a Francisco Vico, creador de un algoritmo, aplicado a un ordenador, capaz de componer música clásica contemporánea; composiciones que han pasado el test de Turing, es decir, que los críticos musicales se encuentran incapaces de detectar cuándo la partitura ha sido escrita por un ser humano o un ordenador. Esto genera muchas preguntas: ¿de quién son los derechos de autor?, ¿quién crea las emociones, el compositor, el intérprete o el oyente?, ¿puede un algoritmo generar emociones intensas en los humanos pese a no haber vivido experiencias emotivas? Buenas cuestiones.
Algo similar ocurre con la escritura. Ya en medios de comunicación especializados, las noticias cortas sobre la actividad financiera o bursátil son redactadas por un ordenador, al que se le ha aplicado un algoritmo. También se trabaja ya en la capacidad de un ordenador para escribir un libro, con logros que aún no superan las 180 páginas. Así las cosas, ¿qué papel le queda al arte?, ¿dónde estará el mérito? Según Elías, en lo subjetivo, en las experiencias personales del investigador que son intransferibles a un algoritmo.
Second Life: una vida virtual
Si existe la posibilidad de que vivamos en una realidad creada por un ordenador, no es imposible pensar en una vida virtual, una segunda vida. Así, Second Life, ludificación social y bitcoin es el título del cuarto capítulo.
Second Life es una realidad, una realidad alternativa más utilizada de lo que podríamos pensar y no solo con finalidad lúdica. Reuters, por ejemplo, tuvo su propio avatar en esta simulación virtual, lo que generó una cascada de preguntas: ¿puede un periodista contar realidades alternativas?, ¿existe traspaso informativo de una realidad a otra?, ¿debe hacerlo el periodista?, ¿es eso periodismo?, ¿debía informar a la comunidad de Second Life de lo que ocurría en ella o de lo que ocurría fuera de ella?, ¿debía informar a los ciudadanos de la realidad real de lo que sucede en la virtual? Cuestiones nada ociosas que merecen la reflexión.
De lo que no cabe duda es de que asistimos a una ludificación social, la sociedad entra en juegos que le permiten crear una segunda vida. Y lo más importante es que los juegos se erigen en un poderoso medio de comunicación de masas, una de las mejores maneras de aprender. Según afirma Elías, “la ludificación de la sociedad actual es una característica que cada vez será más importante para comprenderla”. Es más: llega a temer que muchos se enganchen a la realidad virtual y no pasen a la real.
En el fondo, la economía financiera, dominada por las transacciones informáticas que hacen los brókers e inversores, puede definirse, simplemente, como un multijuego multijugador on line, pero con repercusiones en la vida real. Y de ahí, en un sistema financiero que ha abandonado el patrón oro para basarse en un sistema fiduciario, a tener su propia moneda no hay sino un paso, que se ha dado, tras varios intentos fallidos, con el bitcoin, que no se basa en la fe (sistema fiduciario) sino en algo más seguro: las matemáticas. Una moneda especialmente activa en la emergente y misteriosa Silk Road, web operada por sitios ocultos, la internet profunda.
El bitcoin es, por tanto, una moneda deflacionaria e inconfiscable, capaz de hacer frente al sistema vigente. La pregunta que se plantea el autor no es baladí: “¿permitirán las instituciones políticas y bancarias que se pierda su poderío monetario?”
Mad Men y Math Men
Ahondando más en la influencia de la vida en la red sobre la realidad que vivimos, el quinto capítulo del libro nos lleva al campo de la política: De los Mad Men a los Math Men: las matemáticas de Obama
.
Se trata de un capítulo bastante extenso donde disecciona los triunfos electorales del presidente de los Estados Unidos, basados en haber sido el primero en saber utilizar todo el potencial de las redes sociales y de la realidad virtual; de esta manera, el vencedor en el mundo virtual, que disponía de su propio avatar en Second Life, resultó el ganador en el mundo real, pese a que en esta realidad no contaba con los suficientes apoyos. “Obama ganó para su causa a la generación que no se manifiesta en la calle sino que prefiere estar en casa con los videojuegos. Ese fue uno de sus éxitos”.
Ocurre que la ciberrealidad crea sus propios líderes, aquellos que arrastran más gente (blogs más enlazados, perfiles con más amigos, etc.); son ellos el nuevo objetivo de los cibercandidatos y no las asociaciones de vecinos reales. También, coherente con este principio, se decantó más por los medios de comunicación del mundo virtual que por los tradicionales. En el fondo, lo que hizo Obama fue sacar partido de las claves de la ciberrealidad: cultura participativa e inteligencia colectiva; no ganó porque fuera el mejor, sino porque fue el mejor en manejar el nuevo entorno ciberreal.
En la misma línea, el autor desarrolla el paso de los social data a los big data; es decir, de los datos que aportaban las disciplinas tradicionales, se ha pasado a los ingentes volúmenes de información procedentes de la red, los big data, algo que representa una nueva clase de activo económico como las divisas o el oro. Nos dice: “El intercambio de datos de todo tipo y su valoración entre la academia, los gobiernos y las empresas dará lugar a una nueva era en la que las matemáticas e informática se unirán para, igual que sucedió con las ciencias naturales en el siglo XVII, colonizar la interpretación de las ciencias sociales”.
Estos planteamientos con génesis en los Estados Unidos están implantándose en Europa, donde aparecen nuevos partidos surgidos de la comunicación en la red que menoscaban el poder de los partidos tradicionales. Así, analiza Elías el caso italiano, con el ejemplo del Movimiento Cinco Estrellas, que llegó a ofrecer en streaming sus conversaciones para los acuerdos con el Partido Democrático.
Aunque advierte: “En este momento, solo podemos predecir que este tipo de fenómenos de partidos que, de repente, emergen y pueden ganar elecciones serán más frecuentes.
Pero existe un peligro: son tiempos en los que la demagogia puede aumentar”. Lo que lleva, ha llevado, a que esa burbuja chispeante que creció apresuradamente termine por irse desinflando.
Ciberguerra fría
Ciberguerra fría: algortimos como armas de destrucción. Titula así Carlos Elías el capítulo sexto de su ensayo. Comienza con la descripción del Plan X de Alex Wissner-Gross, un proyecto que aúna el análisis de big data con la robótica, la física y la computación. Se presentó en el Pentágono estadounidense y permitirá al país integrar todas las capacidades, equivalentes a un “comando central”, en una guerra cibernética a gran escala; o, lo que es lo mismo, coordinará ataques o defensa de, por ejemplo, su red eléctrica, comunicaciones vía satélite y otras infraestructuras estratégicas, en una guerra de hackers a gran escala entre países. Algo de lo que estamos ya viviendo inquietantes ejemplos.
Pensemos, por ejemplo, en la capacidad de producir pánico en la red, como ocurrió, por ejemplo, cuando un pastor religioso en un diminuto lugar norteamericano anunció que quemaría ejemplares del Corán: reacciones inflamadas en todo el mundo musulmán e intervención del más alto nivel para evitar aquella quema. Trae, también, a colación el caso del virus Stuxnet, que afectó a instalaciones iraníes, capaz de hacer explotar tanto una planta nuclear como una industria bioquímica.
Para esta guerra no se necesita un ejército como soporte físico, tampoco un campo de batalla definido en tierra, mar, aire o espacio exterior. Y, como ocurre en los conflictos bélicos digamos tradicionales, existen también los daños colaterales.
Los hackers
El siguiente capítulo, el séptimo, constituye un paso más en la propuesta del autor, quien lo dedica a Épica y ética de los nuevos intelectuales: los hackers. Este mundo virtual que nos describe tiene también sus héroes, que son los disidentes intelectuales, que no son ahora los filósofos o los científicos, sino los programadores informáticos, sobre todo, los hackers.
Aduce que todos hacemos uso de la tecnología actual, pero pocos saben cómo funciona, con lo que aquella ha devenido en magia, una magia que carece de la imprescindible varita que es sustituida por un botón o una tecla. De tal manera, que el mundo, que anteriormente y de forma sucesiva estuvo dominado por la casta sacerdotal, luego la de los juristas y, finalmente, por la de los economistas, ahora lo está por la casta de los informáticos, de quienes saben responder a las preguntas que siempre se ha hecho la humanidad a través de un algoritmo y que quieren cambiar la sociedad también mediante sus algoritmos.
Y nos aporta variados ejemplos. Nos dice que la cultura científico-tecnológica no es menos demandante de interpretación de lo que es la cultura de humanidades, con una diferencia, que sus militantes generan entornos materiales que cambiarán a quienes los utilizan. La informática es una forma de ver e interpretar el mundo, como también lo es la astronomía, que se sirve de los ordenadores como un mero instrumento, como aquella utiliza los telescopios; ambas disciplinas tienen en común el lenguaje en que, según Galileo, se expresa el universo: las matemáticas.
Y la informática tiene también sus héroes, sus santos laicos, cuyo patrón es Alan Turing, quien intuyó que las máquinas pueden tener libre albedrío, idea que es germen de la inteligencia artificial y del futuro de la humanidad. Un héroe épico con trágico final. Y, en el fondo, ¿qué fue Turing? Un hacker, aunque sin el sentido peyorativo que hoy se aplica al término.
El escenario donde todo comenzó es el MIT, instituto que Elías describe; es allí donde los matemáticos/informáticos hackean todo para subvertir lo que hasta ese momento eran principios sólidamente establecidos. Esto ha llevado a un nuevo comportamiento, una ética del hacker. Una de sus ideas básicas es el libre acceso a todo tipo de conocimiento. Ningún humano, ninguno, tiene derecho a acceder a más información que otro o a ocultar datos que puedan explicar cómo funciona el mundo. Debe existir total y libre acceso, siempre gratuito, a toda información generada por los seres humanos, así como a todos, sin excepción, todos los ordenadores para averiguar datos que puedan ayudar a comprender el mundo. Nadie tiene derecho a ocultar o filtrar información. Hay que desconfiar siempre de la autoridad. Y es deber ético del hacker compartir sus experiencias escribiendo código abierto para facilitar el acceso a todos los recursos de información. Además, romper sistemas informáticos por diversión y exploración es ético, siempre que no se cometa robo o un acto que vulnere la intimidad de alguien.
Es un código de conducta no aceptado, pero que quienes se someten a él son los ciberhéroes, como ocurrió con Zuckerberg y su facebook. Pero, evidentemente, no todas estas aventuras acaban bien y muchos idealistas perecen en la batalla, algunos de forma trágica. A lo que hay que añadir el nuevo fenómeno de hackers colectivos, como ocurre con el grupo Anonymous, cuyos principios de actuación se reproducen en el libro.
Evidentemente, los poderes establecidos plantan batalla, una batalla ideológica que también forma parte de la ciberguerra de la que se habló anteriormente. Cita como ejemplos el canon digital o la ley contra las páginas de descargas no autorizadas. Pero, según el autor, es la sociedad la que ha de decidir si debe regular estas protestas virtuales porque están teniendo consecuencias reales; pero no está claro si deben de ser los parlamentos reales, condicionados por los lobbies, o la esfera pública virtual en el espacio ciberreal. ¿Y qué decir del activismo político en las redes sociales?
Está claro que, sin legislación efectiva, sin territorio marcado, se declara una guerra en la red con huestes bien pertrechadas a cada lado. Los informáticos libres y los contratados por los grandes bufetes de abogados y los lobbies afectados, que son igualmente muy efectivos. Un capítulo con interesantes propuestas que, con toda seguridad, suscitará profundos debates.
Bandolerismo social
El siguiente apartado, capítulo octavo, lo dedica Elías a proponer un ejemplo práctico de lo que ha expuesto hasta ahora, con una especial dedicación a la profesión periodística, sobre la que reflexiona. WikiLeaks, Assange y el “bandolerismo social” es el título que lo encabeza.
Comienza con la afirmación de que WikiLeaks sigue la ética hacker de que toda la información debe ser libre y de ilimitado acceso y sus impactantes documentos expuestos a general disposición llevó como consecuencia que se le acusara a Assange, incluso, de amenazar la seguridad nacional. Y, en el caso concreto de la guerra de Irak, se vio claramente que las cadenas de información ofrecían imágenes, una narración de película, desvinculándose de los hechos periodísticos y su contexto, hechos que se conocen mejor a través de los documentos que se crearon en torno al conflicto bélico. Assange entendió que quien quisiera tenía derecho a conocer tal documentación, considerada secreta, y la diseminó, deviniendo en un bandolero social, un héroe para los oprimidos y un malvado para los opresores, estableciendo así una conexión entre el bandolerismo social y los hackers.
Para el autor, Assange es el prototipo del nuevo ciberperiodista del siglo XXI, que actúa como contrapoder, pues revela a la humanidad la radiografía de la realidad real del mundo, no de la realidad que aparece en los medios de comunicación. WikiLeaks tiene como meta profundizar en la libertad de expresión, lo que importa no son las ideas, sino la libertad para expresarlas. Es WikiLeaks quien define su misión: “Los amplios principios en los que se basa nuestro trabajo son la libertad de expresión y la libertad de prensa, la mejora de nuestros registros históricos y el apoyo al derecho de todas las personas a crear un nuevo futuro. Para nosotros, estos derechos provienen de la Declaración de los Derechos del Hombre”.
Carlos Elías afirma que la red puede acabar con la industria periodística tradicional. ¿Por qué? Pues porque, desde la ética hacker, no se acepta que sean los periodistas los custodios de lo que debe saberse en público y lo que debe ocultarse. La generación emergente no entiende que haya información que solo saben los jefes y otra, filtrada y tamizada, es decir, prácticamente falsa, que es la que se difunde a través de los medios tradicionales. Afirmaciones todas ellas que llevan a reflexionar sobre el mundo de la información tal y como lo hemos conocido hasta ahora.
Batallas ideológicas en la red
Y de WikiLeaks a Wikipedia, contraconocimiento y epidemias de credulidad, que es como se titula el capítulo noveno. Elías arranca comentando el nacimiento y expansión de wikipedia, que surgió como un apéndice de Nupedia. ¿Qué las diferencia? Que los contenidos de la segunda estaban redactados y supervisados por expertos, mientras que a la primera puede subir contenidos quien lo desee, cualquiera puede escribir y publicar; es wiki, en el sentido de que es colectiva y sin jerarquías.
Wikipedia se basa en la economía colaborativa, que no se guía por las leyes del mercado o por la jerarquía de una organización, sino por la gratificación personal de realizar una labor útil. Con esto ya se deducen los problemas que puede plantear. No es de extrañar que se dude de la fiabilidad de sus contenidos, pues, como dijera Lady Gaga en su momento, no es la verdad lo que importa. Surge así el superbulo como un quinto poder; dice el autor: “Esta manera de condicionar a la opinión pública, no a partir de la información contrastada, como hacían los medios tradicionales, sino por medio del rumor difundido desde el anonimato, puede considerarse un quinto poder diferente al cuarto poder con que se identificaba el papel del periodismo del pasado”.
Lo que está ocurriendo es que podemos acceder a muchas páginas, es cierto, pero no queda tan claro que podamos informarnos adecuadamente, porque la realidad es que la inteligencia colectiva es un concepto interesante desde el punto de vista de la teoría, pero, en la práctica, deja a la opinión pública sin una efectiva tutela de los expertos acreditados en el conocimiento. Y, ante una información, quizás falsa, que se presenta con visos de certeza, se erige una contrainformación que pretende anularla, con lo que Wikipedia y, en general, el mundo virtual se convierte en campo de batalla ideológico, abandonando la palestra que hasta ahora ocupaban los medios de comunicación tradicionales. En definitiva, hay libertad de expresión, pero no de opinión, concluyendo Elías: “La paradoja de internet es que acumula y ordena mucha información, pero hay que ser un gran experto para buscarla y también para desechar lo erróneo”.
El autor justifica sus argumentos con algunos ejemplos de gran actualidad, tomando valientemente postura ante ellos; lo que, indudablemente, suscitará controversia, pues, si bien no es difícil coincidir con su planteamiento, habrá, y hay, quien no coincida con él en las conclusiones que extrae de los ejemplos expuestos. Desde luego, un interesante capítulo.
¿Existo si estoy desconectado?
Capítulo que da paso al penúltimo de la obra, La generación digital: estoy conectado, luego existo. En él, Carlos Elías nos habla de cómo los dispositivos tecnológicos, como, por ejemplo, los móviles, no solo cambian lo que hacemos, sino, también lo que somos. Huimos de la conversación, del contacto personal, y lo sustituimos por los mensajes de móvil; vivimos conectados a través del ciberespacio, aislados del resto, y únicamente somos alguien si compartimos: comparto, luego existo.
Nuestros jóvenes se atrincheran en sus habitaciones, se alejan de sus familias y amigos reales y pasan la fase de sus vidas en la que deben conocer y reconocer la realidad real en una realidad virtual. Es una nueva droga, la ciberdroga.
Y da un paso más, advirtiendo de que “la exposición a internet no solo afecta a las nuevas generaciones, sino que puede estar alterando físicamente el cerebro de todos los que estamos en contacto con el ciberespacio”. Porque, en definitiva, nuestro sistema neuronal evoluciona para adaptarse a las exigencias de la ciberrealidad.
Esta situación está trayendo serias consecuencias, como, por ejemplo, restar capacidad de concentración. Así, el autor se revuelve contra el uso excesivo que se hace del PowerPoint, tanto en conferencias y presentaciones como por parte de los profesores en las aulas, sustituyendo el discurso bien trabado y argumentado, con imágenes que no facilitan la concentración y el seguir la ilación de lo que se expone en la pantalla. Es categórico: “Los desgraciados alumnos actuales sufren la peor combinación posible: mucho tiempo entre ordenadores e ineptos profesores que creen que puede enseñarse algo en PowerPoint”. Y atribuye el descenso de nivel de conocimientos científicos de los estudiantes en Occidente al hecho de que no son capaces de mantener la atención necesaria y, sobre todo, mantenerla el tiempo preciso para aprender conceptos complejos y abstractos como los científicos.
Aboga también Elías por la necesidad, no solo de saber utilizar las herramientas informáticas, sino, también, de aprender programación, que propone se enseñe junto al aprendizaje de las primeras letras. Finaliza el capítulo con una reflexión sobre el mal uso de la tecnología, para torturar y coaccionar a nuestros semejantes, aportando ejemplo concreto de un estudiante llevado al suicidio por sufrir ciberacoso.
15-M y Podemos
Llegamos así al undécimo y último capítulo de la obra: Movimientos sociales de la era digital: del 15-M a Podemos. Se puede considerar casi como un ensayo que, vinculado a las páginas que le preceden, tiene entidad por sí mismo. En él, Carlos Elías nos ofrece una muy interesante reflexión sobre los recientes movimientos sociales y revolucionarios tanto en Oriente como en Occidente, con una especial atención al movimiento 15-M, su génesis, desarrollo hasta culminar en el partido Podemos.
Lo inicia basándose en los cinco principios que, según Tapscott, son los pilares del nuevo modelo social, político y económico: 1) Colaboración, modelo opuesto al de jerarquía; 2) Apertura y transparencia; 3) Interdependencia; 4) Compartición y 5) Integridad. A partir de aquí, su estudio recorre los epígrafes siguientes: La tecnología es lo que define la forma de protesta social; Cronología del 15-M y la tecnología digital; ¿Cómo se protesta en la ciberrealidad?; Los nativos digitales que parlotean hasta deshincharse; La wiki-revolución en los países árabes; El activismo sin internet: los afroamericanos y la segregación racial; La ciberrealidad de Puerta del Sol y la Spanish Revolution; Economía digital que destruye empleos; Estamos indignados. ¿Qué hacemos?; El gran optimismo que viene de Oriente; Narrativa occidental pesimista; El modelo Singapur: apostar por las matemáticas; El método científico, clave del avance de Occidente; ¿Por qué Occidente?; Primavera árabe y otoño europeo; Movimientos enamorados de sí mismos: Occupy Wall Street y 15-M; El 15-M, los partidos tradicionales de izquierda, Podemos y “la Casta”. Como se puede apreciar, un largo y denso capítulo, difícil de sintetizar en un comentario como este, pero cuya lectura es necesaria y recomendable.
Como se ve por los epígrafes enunciados, nos ofrece una extensa reflexión, aderezada de ejemplos sacados de la vida real, que amenizan mucho la lectura e ilustran el pensamiento de Carlos Elías. Finaliza prácticamente este capítulo con un párrafo de la declaración de independencia del ciberespacio: “Crearemos una civilización de la mente en el ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos han creado antes”. Que así sea.
Concluyendo
Nos encontramos ante un libro del mayor interés, tanto por sus planteamientos y propuestas como por la manera de exponerlos, con un discurso coherente, bien cohesionado, con una redacción impecable y de gran amenidad. Desde luego, muy recomendable. Y, como todo proyecto novedoso, no estará exento de opiniones contrarias, lo que dará pie a debates que enriquezcan el contenido.
Índice
Introducción
1. Ciencia, arte y tecnología
2. Las matemáticas y la construcción de la realidad
3. La civilización de los algoritmos
4. Second Life, ludificación social y bitcoin
5. De los Mad Men a los Math Men: Las matemáticas de Obama
6. Ciberguerra fría: algoritmos como armas de destrucción
7. Épica y ética de los nuevos intelectuales: los hackers
8. WikiLeaks, Assange y el “bandolerismo social”
9. Wikipedia, contraconocimiento y epidemias de credulidad
10. La generación digital: estoy conectado, luego existo
11. Movimientos sociales de la era digital: del 15-M a Podemos
Agradecimientos
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850