Notas
Escribe Antonio Piñero:
La divinización de seres humanos, el pensar que existen “hombres divinos” está en el fondo del culto al soberano. Y este es un aspecto importantísimo del culto cívico griego y romano, cuyo clímax se alcanzó en la religiosidad de la época helenística. Tema tremendo que afecta al cristianismo de lleno –como he escrito ya– y que fue uno de los motivos de choque frontal entre la religión pagana y el cristianismo, porque la deificación de un ser humano es un precedente y una vía psicológica por la que los cristianos pudieron considerar a un hombre, Jesús de Nazaret, un ser divino. También es importante ya que el culto al soberano es el inicio de una teoría política por la que se rodea más tarde a los monarcas cristianos de un aura divina, que va desde el Medioevo hasta casi la época moderna. Según Jn 19,11 (escena muy probablemente no histórica) dijo Jesús a Poncio Pilato: “Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba»”. Por estas razones estimo que puede ser interesante para los amantes de la historia antigua y del cristianismo del primer siglo detenerse en este aspecto de la religión griega que empieza a mostrarse desde tiempos de Alejandro Magno, que fue pronto deificado por la leyenda. El culto al soberano comenzó como una expresión de gratitud a los benefactores (siempre los poderosos) y se transformó luego en expresión de homenaje y de lealtad. Al principio debió de ser un caso de ‘don’ al gobernante (mezcla de zalamería y gratitud), sin aparentemente pedir nada a cambio (sólo indirectamente). Con otras palabras, al principio fue una manifestación de extremo respeto (muy parecido, sin llegar a ser igual) al respeto que se tiene por los dioses, y sin –naturalmente— esperar del soberano ninguna asistencia sobrenatural, tal como se esperaba de los dioses. En esos primeros momentos el sentido religioso de la veneración respetuosa por el soberano (mejor así en los primeros momentos que el sintagma ‘culto al soberano’) servía para dar testimonio de lealtad y para satisfacer la ambición de las familias principales, que se aseguraban el afecto del más poderoso. Sin embargo, como sabemos por testimonios a lo largo de la historia, el bienestar material y político producido por un buen gobierno en época de bonanza puede suscitar en la plebe ignorante un sentimiento casi religioso de gratitud y veneración. Veamos los antecedentes y sus presupuestos El culto al soberano, y en época imperial pagana el culto al emperador reinante, encuentra su razón próxima en la paz, prosperidad y florecimiento general de las provincias orientales del Imperio desde la paz augústea hasta casi el final del siglo II d.C. Pero su transfondo es mucho más antiguo: el Oriente griego había tenido para ello una larga preparación. Aunque los latinos habían honrado desde siempre los manes, es decir, los espíritus, de los antepasados y los genios de los grandes hombres (como si el espíritu de esos altos personajes se uniera con el espíritu de esos dioses o diosecillos tutelares), los romanos habían siempre mantenido clara la distinción entre lo divino y lo humano. Pero los griegos habían difuminado los contornos de esa distinción, y el influjo de lo griego, de la religiosidad griega, se verá en las expresiones del culto al emperador en época imperial, que es la máxima expresión del culto al soberano. Los orígenes de este fenómeno religioso son diversos, pero se han señalado (sobre todo por el autor francés Festugière) tres causas principales: 1. Influencias orientales A. El faraón en Egipto era rey porque era divino, hijo de un dios, de un dios encarnado, el faraón precedente. Su coronación confirmaba a los ojos de todos su divinidad, y al rey se le transfería en ese acto poderes más que humanos que procedían de objetos sagrados. Este carácter divino de los faraones pasó a sus sucesores, los Ptolomeos (Ptolomeo I Lago, general de Alejandro, que le tocó en herencia Egipto), y ciertamente explica su posición respecto a sus súbditos egipcios (la mayoría del país). Egipto, pues, por su influencia sobre Grecia (los griegos tenían una suerte de veneración y admiración por la civilización egipcia), proporciona una fuente importante para el desarrollo del culto al soberano en el mundo griego. B. La “divinidad” de los monarcas asirio-babilonios y la de sus sucesores, los emperadores persas, no es menos cierta aunque con otros matices. En este ámbito, sin embargo, el rey era más una divinidad oficial, una divinidad por razón de oficio. Era propiamente el siervo elegido de los dioses para el ejercicio en la tierra de ciertas funciones divinas. El orden político estaba divinamente dispuesto, y el rey era el lazo necesario entre el pueblo y los poderes divinos. Las insignias del cargo estaban cargadas con los poderes de la realeza, y hacían del recipiendario un sujeto apto para gobernar. El rey tenía el lugar de la divinidad en relación con el pueblo. C. Resultó que diversos rasgos del ceremonial persa de la corte pasaron a los reinos helenísticos y de ahí a las cortes reales griegas. Los seléucidas (descendientes de Seleuco I, general de Alejandro Magno, a quien le tocó en el reparto tras la muerte del general la zona de Siria y el Oriente hasta el Éufrates) siguieron las costumbres de los países sobre los que gobernaban y lo mudaron en ropaje griego (héroes, hijos de dioses y humanas): los seléucidas fueron ‘los hijos de Apolo’. Los atálidas (descendientes de Átalo I) en Pérgamo, Asia Menor, también afirmaron que descendían del dios Dioniso (el Baco latino). Es notable que los primeros testimonios de una manifestación de culto a un soberano provengan de suelo griego, en Asia Menor. Hay que concluir que el concepto de que el rey estaba de algún modo relacionado con la divinidad se derivaba por un lado de las ideas de los países del Próximo Oriente combinadas con ideas griegas en torno a los héroes y la posibilidad de ciertos humanos de pasar al ámbito de lo divino. 2. Influencias griegas El honor tributado por los griegos a los soberanos helenísticos tenía también, como he apuntado, antecedentes griegos. El pensamiento religioso griego vulgar había divinizado a ciertos humanos sobresalientes. Lo que sabemos sobre los “héroes” –hombres de hazañas extraordinarias por lo que después de su muerte son divinizados: pasan normalmente a ser como estrellas del firmamento– muestra que la línea divisoria entre hombres y dioses (concebidos antropomórficamente, a modo de hombres) no era en absoluto infranqueable. Los héroes griegos fueron claramente hombres, aunque la inmensa mayoría de ellos tenían una semilla divina, habían sido engendrados por un dios y una mortal. Por sus hazañas se habían transformado en dioses a causa de los beneficios conferidos a otros, o a causa de sus hazañas extraordinarias. Una segura prueba de divinidad era la potencia para otorgar beneficios a los hombres; por ello el culto a los héroes, y luego a los monarcas, comienza como actos de homenaje por los beneficios recibidos. Esta actitud (con mezcla de motivos religiosos, o quizás fundamentalmente religiosa) abría la posibilidad de tratar a hombres sobresalientes en esta vida como dignos ya de recibir honores (parecidos a) los divinos. Hay que confesar, sin embargo, que debemos esperar hasta el s. I a.C. para ver cómo a un hombre en vida se le designa como “héroe” (Julio César). Los dioses eran considerados por los griegos como el tipo supremo de la excelencia humana (desde Homero, y a la inversa la sociedad aristocrática, la de los héroes, es la contrapartida de la sociedad divina en torno a Zeus). Los dioses eran una aristocracia elevada más bien que otro orden totalmente distinto de cosas. Y además podían unirse a mortales y engendrar humanos. Por otro lado, en la época tampoco se distinguía nítidamente entre honor y homenaje, por un lado, y veneración/culto, por otro. En la tragedia “Las Suplicantes”, Esquilo hace decir a sus personajes: “Debemos rezar y ofrecer sacrificios a los argivos, de modo igual que a los Olímpicos, puesto que aquellos son sin duda nuestros libertadores” (v. 980). Está bien claro: se pueden ofrecer sacrificios a seres humanos por actos de liberación. Por ello el conceder a un ser humano un honor semejante a los de la divinidad no era demasiado para un griego si veía que ese hombre había realizado actos extraordinarios de beneficencia; esos tales debían ser tratados como dioses. Isócrates, en un epinicio dedicado a Filipo de Macedonia, había declarado que si el rey llegara a derrotar a Persia no le quedaba ya nada más que transformarse en dios (es decir, un asunto de status o de rango). Cuando su hijo Alejandro cumplió en toda la línea este viejo sueño griego, el único honor apropiado (en esta línea de pensamiento) era concederle honores iguales a los de un dios. En su Ética a Nicómaco (1145A) Aristóteles, maestro de Alejandro Magno, había señalado ya que gracias a un exceso de areté, “excelencia, virtud, hechos valerosos”, los hombres podían convertirse en dioses. Con estas ideas debemos relacionar la teoría de Evémero de Mesenia (siglo IV a.C.), citada hasta hoy día como una de las explicaciones de los orígenes de la religión, acerca de que los dioses no eran más que hombres que habían recibido honores divinos por sus hazañas (con otras palabras: los dioses son una creación humana, la línea divisoria entre dioses y hombres no es nítida e infranqueable). La máxima griega, “Conócete a ti mismo”, que no significa lo que entiende normalmente la gente, sino “Eres humano. No quieras elevarte a dios” –que estaba inscrita en el frontón del templo de Apolo en Delfos para que todos los griegos meditaran sobre ella– no tiene sentido si no había en el ambiente la posibilidad de que algunos mortales desearon convertirse en dios, o al menos en semidioses. Desde otro ángulo, debemos recordar también la idea griega, desde los seguidores del dios tracio Orfeo, órficos, de que hay algo divino en los humanos. En Platón, y luego en la gnosis, se generaliza: es el alma de los hombres, o al menos en ciertos hombres sobresalientes. El próximo día nos detendremos en el primer caso conocido de un hombre al que se ofreció honores divinos en vida fue Lisandro, el espartano, (en la Guerra del Peloponeso, el general que dio la puntilla a Atenas, hacia el 404 a.C.), ya, pues, ¡en el siglo V antes de Cristo! Concluiremos el próximo día. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Viernes, 10 de Noviembre 2017
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Escribe Antonio Piñero
Termino hoy de comentar el artículo del Prof. S. Perea, del libro de la editorial Signifer, “Ideología y Religión en el mundo romano” (véase “Índice” del libro en el nº 928 del 28-10-17) sobre inscripciones que alaban a Augusto como benefactor, protector, aportador de la paz universal. Hay al final del artículo unos párrafos del Dr. Perea que vienen como anillo al dedo para comparar la política de Augusto sobre él mismo como hombre-dios, la “preparación evangélica” que eso suponía para la futura expansión del cristianismo y para la subsiguiente guerra política religiosa entre dos religiones: ese mismo cristianismo y el culto al soberano incardinado dentro de la religión grecorromana general que pugnaban por el reconocimiento: no hay dos señores y dos hombres que son dios, sino solo uno, y ese es Jesús… sostenían los cristianos: ¡en absoluto el emperador! “Augusto, haciendo política ―en realidad política religiosa o religión politizada― había jugado la baza irracional de los sentimientos de afecto hacia su persona, vehiculados a través de las muestras públicas y ceremoniales. La clave del éxito fue haber perpetuado siempre el recuerdo de la amenaza en que se encontraba la República tras la muerte de César (año 44) y la batalla de Actium (año 31). »Vencidos los enemigos, por él mismo, y desde el principio, Octavio-Augusto se exhibe como Salvador. Y al mismo tiempo que se perpetúa el recuerdo del peligro de antaño, se insiste en los beneficios de la paz de hogaño. Es un estado de solaz prosperidad y estabilidad política que Winstrand denomina «felicitas imperatoria», que en el caso de Augusto no está exenta de cierto carácter «mesiánico» en el sentido político que apunta este autor. Augusto sembró la idea política ―expresada y difundida a través de la literatura, del arte y de la religión― de que «solo alguien con cualidades superiores a las de un mero hombre» es capaz de tal hazaña”. Cita aquí el Dr. Perea a Bringmann, K., Augusto, Herder, Barcelona, 2008, p. 232: «El régimen de Augusto orientado a la implantación del derecho y la justicia encontraba más adhesiones de lo que permite suponer [...] La gratitud al «salvador de la humanidad» tuvo su plasmación, según el uso de la Antigüedad, en un torrente de homenajes. Su punto culminante lo encontró en el llamado culto al Emperador. Éste hundía sus raíces en la idea extendida en el Oriente helenístico de que en una actuación beneficiosa que excediera el rasero humano corriente se ponía de manifiesto una fuerza sobrehumana, divina. Con esa clase de culto habían sido venerados los reyes helénicos, y desde que Roma accedió al papel de poder universal, en el Oriente conoció culto divino no sólo dicho poder, sino también sus representantes». 46 Sobre el culto a los reyes en las monarquías helenísticas como fundamento político del culto imperial romano, Continúa Perea: “Esta idea seminal heroica está ya claramente expresada en la Eneida de Virgilio. Solo cabía dejar que la semilla fructificase, y que se multiplicara para luego recoger la cosecha. Por otro lado, la idea de un «superhombre» (muchos siglos antes de ser formulada filosóficamente por Nietzsche), o de un hombre carismático, ya existía en la esfera religiosa en las monarquías helenísticas, asociando la realeza a la divinidad. »De ahí que, con toda naturalidad, en Asia, las ciudades y sus magistrados no muestren rubor alguno al considerar oficialmente a Augusto como Dios viviente ―las inscripciones que hemos visto son documentos oficiales―, pero lo mismo puede decirse de los votos privados que exhiben si cabe aún más piedad. Ningún humano podía aspirar a algo más sublime; a ser Dios y, aún más, un dios que se jacta, gozoso, de haber traído al mundo entero la Paz. Conscientemente o no, Augusto había hecho realidad la utopía escrita por Cicerón en el Sueño de Escipión”. El próximo día complementaré un tanto las ideas básicas del culto al emperador y veré cómo esa idea estaba plenamente arraigada en el mundo griego desde hacía al menos cuatro siglos…., por tanto muy dentro del espíritu de muchas gentes. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Miércoles, 8 de Noviembre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Sigo con el artículo de Sabino Perea, del libro de Signifer, “Ideología y Religión en el mundo romano” sobre inscripciones que alaban a Augusto como benefactor, protector, aportador dela paz universal. El siguiente texto interesante es una inscripción de Halicarnaso, la actual Bodrum (turco por Petrum, porque había allí una capilla dedicada a san Pedro). Dice así: (líneas 2-14) La naturaleza eterna e inmortal del universo ha perfeccionado sus inmensos beneficios a la humanidad otorgándonos un beneficio supremo para nuestra felicidad y bienestar: César Augusto, Padre de su propia Patria, la divina Roma, Zeus Paterno y Salvador de toda la raza humana, en quien la Providencia no sólo ha cumplido, sino que ha sobrepasado las plegarias de todos los hombres. Mar y tierra están en paz, las ciudades florecen bajo el imperio de la ley en mutua armonía y prosperidad. Todos están en la cumbre de la fortuna y abundan en riquezas. La humanidad entera está llena de alegres esperanzas para el futuro y contenta por el presente: Por ello, [es conveniente honrar al dios] con juegos públicos y con estatuas, con sacrificios e himnos. El texto siguiente es de la ciudad de Mira, situada en una bahía al sur de la antigua Licia y dice así: Al dios Augusto, hijo del dios César, imperator de la tierra y del mar, benefactor y salvador de absolutamente todo el mundo, el pueblo de Myra. Comenta el Dr. Perea: «Los textos epigráficos de Asia proclaman la divinidad de Augusto sin ambages. Y se dirigen a él no con el frío formulismo epigráfico de las inscripciones del Occidente romano, sino con la exuberante verbosidad de la literatura laudatoria griega, estableciendo mediantes las palabras ―y los hechos, las leyes― unοs juramentοs sagrados de fidelidad a la persona del príncipe-dios. Es un concepto que no debe de extrañarnos, pues lo encontramos también en la poesía. O si no, veamos el juramento que hace el poeta Ovidio dirigiéndose al princeps, desde el exilio, en Tristias II, 53-60: »Juro por el mar, por las tierras, por las divinidades de los tres mundos, por ti, dios protector y visible (per mare, per terras, per tertia numina iuro, per te praesentem conspicuumque deum), que mi ánimo ha sido siempre favorable a ti, el más grande de los hombres, y que con mi mente, que es con lo único que pude, fui siempre tuyo. Yo he deseado que tu ingreso en los astros celestes fuera tardío y formé una mínima parte de la muchedumbre que hacía esta misma súplica; por ti ofrecí piadosamente incienso y, formando un todo con los demás, yo mismo también secundé los votos públicos con los míos. »Las palabras de Ovidio en este fragmento, puesto en primera persona son impresionantes: tras un juramento, le muestra respeto, sumisión («fui siempre tuyo», asegura) y devoción, pues hace ofrendas y secunda votos públicos en honor del emperador. Esta idea de la sumisión al hombre divinizado se percibe todavía más rotundamente en un texto de Gangra, antigua Neapolis, en Paflagonia. La inscripción, verdaderamente excepcional, transmite la prestación de un juramento, mezcla de la fórmula de juramento civil helenístico y el sacramentum militar romano occidental. A los españoles el texto siguiente nos recordará la práctica de la devotio impropiamente llamada «ibérica». El documento se data el 6 de marzo (ἔτους τρίτου, π[ροτέραι] νωνῶν Μαρτίων) del año 6 a.C., «siendo Augusto, hijo del divinizado César, cónsul por XII vez (Αὐτοκράτορος Καίσ[αρος] θεοῦ υἱοῦ Σεβαστοῦ ὑπατεύ[σαντος τὸ] δωδέκατον)». Dice así: Juro por Zeus, por la Tierra, por el Sol, por todos los dioses y las diosas y también por el mismo Augusto, que durante toda mi vida seré leal a César Augusto, a sus hijos y descendientes de palabra, de obra y de sentimiento, porque consideraré mis amigos a los que él considere amigos, y enemigos míos a los que él considere enemigos; y que por su causa no ahorraré ni mi integridad corporal ni mi vida ni mi fortuna ni mis hijos, sino que, para cumplir las obligaciones sobre ellos recaídas, asumiré sobre mí cualquier peligro; y que si yo advirtiera u oyera que contra él se dice, planea o hace algo, lo denunciaré y me convertiré en enemigo del que tal dice, planea o hace; y que a aquellos que se consideren enemigos suyos los perseguiré y castigaré por tierra y mar con armas y espada. Y si yo hago algo que vaya contra este juramento o no esté de acuerdo con las obligaciones que de él derivan, pido la ruina y la aniquilación plena para mi persona, calamidad para mi integridad corporal y la de toda mi familia hasta el día de mi muerte y la de mis hijos, y que ni el mar ni la tierra acojan los cuerpos de los míos ni de mis descendientes ni les den sus frutos. «Esta conducta de reverencia hacia el emperador divino se hace a nivel privado (texto de Gangra) y también a nivel público (político)». Creo que sobra casi todo comentario. Un hombre considerado dios. Una atmósfera espiritual preparada para recibir la predicación de Pablo. Y en Egipto pasaba igual: lo que se proclamaba del monarca, el faraón, como encarnación de Horus en la tierra (el faraón es humano y divino a la vez), y el pueblo seguía teniendo presente en época de la conquista romana, con Julio César, fue aplicado sin más a Jesús como Cristo. Sólo había que cambiar el nombre de faraón – rey y sustituirlo por el de Jesús, Cristo. Es de agradecer al Dr. Perea el que nos recuerde estos textos impresionantes que son inmediatamente anteriores a la era cristiana. Concluiremos enseguida. Saludos cordiales de Antonio Piñero Www.ciudadanojesus.com
Lunes, 6 de Noviembre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Estamos comentando el artículo del Dr. Sabino Perea, “«Dios manifestado en la tierra, salvador del género humano y del universo entero». Encomios de Augusto en Priene, Halikarnassos y Myra”, en “Ideología y religión en el mundo romano”, Actas del XIV Coloquio de la “Asociación Interdisciplinar de estudios romano”, celebrado en la Universidad Complutense de Madrid los días 23-25 de noviembre de 2016. ISBN: 978-84-16202-15-7, pp. 149-174. La serie en la que está incluido el libro lleva por nombre “Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana”. Escribe Sabino Perea muy oportunamente a propósito de las inscripciones que leímos el día pasado: «Quiero subrayar la importancia que tienen las inscripciones, pues se hacen en vida del propio emperador y con su conocimiento y consentimiento. Particularmente me merecen menos credibilidad los mitos creados a posteriori ―en un momento incierto― y reunidos o contados por las fuentes literarias «históricas», como son Suetonio o Casio Dión, ambos muy aficionados a intercalar en sus relatos prodigios, coincidencias astrológicas y omina. »Así, y por centrarnos en el natalicio de Augusto, se decía que Apolo llegó al seno de su madre, Atia tomando la forma de serpiente. Una concepción prodigiosa similar atribuye la leyenda a Olimpia, la madre de Alejandro. Suetonio indica que, su nacimiento, los ojos de Octavio «eran claros y brillantes e incluso quería que todo el mundo creyese que poseían como una especie de fuerza divina, y le gustaba que las personas a las que miraba fijamente bajasen los ojos como deslumbrados por el resplandor del sol». »Varias historias asocian a Augusto con el dios-sol, una asociación familiar para el gobernante universal y apropiado para quien aseguraba ser hijo de Apolo. Esa mirada divina se ha equiparado a la potencia de la mirada del águila, que es el heraldo del Júpiter, y símbolo de la realeza. Antes de su nacimiento se dijo que su madre había soñado que el fruto de su vientre era llevado al cielo y se extendió por toda la tierra y del cielo. En el mismo período se le atribuye a su padre un sueño de que el esplendor de los rayos del sol resplandecía alrededor del cuerpo de su esposa. »El gran astrólogo romano de la época, el senador Nigidio Fígulo, habría dicho al padre de Augusto el día de su nacimiento que su hijo gobernaría el mundo. Un astrólogo de Apolonia, aunque ignorante de su identidad, se habría rendido ante Augusto cuando se enteró de la hora de su nacimiento. Suetonio indica que «nació poco antes del amanecer», paulo ante solis exortum (Suet. Aug. 5), como indicando que su nacimiento trajo la luz al mundo, y que «el primer suelo que tocó el recién nacido fue consagrado», aedituum soli, quod primum Divus Augustus nascens [...] consecraretur (Suet. Aug. 5). También se refiere al horóscopo del neonato y al destino que los cielos le prometen. Desde el año 27 se le dio gran importancia a Capricornio, el signo de su concepción y la hora de su nacimiento coincidentes con la de Rómulo. A esto hay que añadir los sueños de Catulo y Cicerón, mostrando el destino que Júpiter había reservado a Augusto, y con señales de las águilas, señuelos del favor con que el recién nacido gozaba en el cielo. »Estas noticias se complementan con los augurios que él mismo relató en sus memorias (los doce buitres que saludaron su llegada para su primer consulado y el cometa que apareció en sus juegos) prodigios que muchos explicaron como una predicción del destino del hijo de César. Suetonio recoge otra historia atribuida a un liberto sirio de Augusto que habla de una matanza de inocentes, episodio que también contaría Mateo (2. 116-18) relacionándola con el nacimiento de un niño nacido en Belén de Palestina en época de Augusto. »Pero lo más importante, como indicamos, es que al tiempo que relatos circulaban, se le rendían realmente y espontáneamente honores a Augusto inspirados por la verdadera fe en sus cualidades divinas. De hecho, era un auténtico libertador que había traído paz y abundancia donde antes había guerra y desolación. Como tal, fue honrado con homenajes, principalmente en Oriente, donde los honores divinos eran tradicionales, pero también en Roma, donde había llegado una gran cantidad de gente procedente de Grecia y de Oriente, que poco a poco, por la mezcla de población, fue matizando (aunque todavía sin llegar a descomponer) la religión romana tradicional de raíz itálica. »El texto, como hemos visto, insiste en el concepto de la paz augústea, y creo que no se ha advertido un hecho importante en relación con este hecho: la consagración en Roma, el 30 de enero del año 9 del Ara Pacis, símbolo culmen del ideario augústeo de paz, prosperidad y justicia, que es justamente lo que se proclama en los textos epigráficos que tratamos aquí. Es decir, que desde el momento de los inicios de las obras del altar de la Paz en Roma y el momento de su consagración ya se había tomado en Roma la decisión de difundir por todas las provincias del Imperio la idea motriz de la Paz Augusta». Casi sobra cualquier palabra de comentario a este texto importante. Sirve de maravilla para quien quiera comprender dos cosas: 1. El ambiente estaba totalmente preparado para que un predicador como Pablo, y sobre todo sus seguidores, sembraran por doquier la idea de que desde Oriente (Ex Oriente lux!!!) venía un hombre-Dios, cuyo nombre era “Dios salva”, Jesús, que era en realidad el esperado. El traía la verdadera paz y la salvación. La expansión del cristianismo tenía una base sociológica-religiosa sólida y bien preparada. Nadie tenía dificultad alguna en aceptar la idea de un hombre que era un dios a la vez. 2. Dado lo que hemos leído, se explica igualmente bien cómo desde el principio los cristianos se opusieron radicalmente al culto al emperador. No hay más que un solo Dios y un solo Señor (1 Corintios 8, 6)… y ese es Jesús de Nazaret…; y a la vez cómo las gentes ilustradas en el Imperio se reían de este propósito: “De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1,46). La mayoría de los mártires murieron por este motivo. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Sábado, 4 de Noviembre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
En primer lugar debo cantar la palinodia: movido por las prisas, no caí en la cuenta de poner los nombres de los dos responsables del esclarecedor artículo que comenté en la postal pasada acerca de la estimación correcta de la figura de Marción en la iglesia cristiana antigua. Corrijo el error: los autores son Raúl Villegas Marín y Carles Lillo Botella. El primero es doctor en Historia Antigua de la Universidad de Barcelona y el segundo es doctorando de la Universidad de Alicante. Honor, pues, a quien se debe. Y ahora –a propósito del artículo del Dr. Sabino Perea Yébenes, de la Universidad de Murcia, “«Dios manifestado en la tierra, salvador del género humano y del universo entero». Encomios de Augusto en Priene, Halikarnassos y Myra”, y que corresponde al libro “Ideología y Religión en el Mundo Romano” (Signifer Libros, Salamanca-Madrid 2017, 149-174– inicio el tema de la postal de hoy que me parece interesantísimo: cómo en el siglo I, el ambiente grecorromano, que fue donde se expandió la semilla del cristianismo paulino –entre ex paganos cuya mayoría eran buenos conocedores del judaísmo por frecuentar las sinagogas y admiradores del sistema religioso judío, o bien entre adeptos de los cultos de misterio– era absoluto propicio para que la expresión “hijo de Dios”, utilizada en el judaísmo ancestral para enfatizar precisamente que el rey (mesiánico) era un ser humano normal, se convertía en una auténtica divinidad. Texto clave en la Biblia hebrea es el salmo de entronización del rey, al que se promete la ayuda del poderoso brazo de Yahvé en el momento de su ascensión al trono: “¿Por qué se agitan las naciones, y los pueblos mascullan planes vanos? 2 Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra Yahveh y contra su Ungido: 3 «¡Rompamos sus coyundas, sacudámonos su yugo!» 4 El que se sienta en los cielos se sonríe, Yahveh se burla de ellos. 5 Luego en su cólera les habla, en su furor los aterra: 6 «Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo.» 7 Voy a anunciar el decreto de Yahveh: El me ha dicho: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. 8 Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. 9 Con cetro de hierro, los quebrantarás, los quebrarás como vaso de alfarero.» 10 Y ahora, reyes, comprended, corregíos, jueces de la tierra. 11 Servid a Yahveh con temor, 12 con temblor besad sus pies; no se irrite y perezcáis en el camino, pues su cólera se inflama de repente. ¡Venturosos los que a él se acogen! Este salmo está en el origen profundo del mesianismo de Israel que se desarrollará plenamente muy tarde, en torno al siglo II a. C. Obsérvese el v. 7 “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy”, es decir, hoy, el día del ascenso al trono –dice Yahvé– te he adoptado como hijo. Sigues siendo un humano, pero especial. Y ahora compárese con este decreto (muy conocido ciertamente; yo mismo lo doy a conocer en la “Guía para entender el Nuevo Testamento”, pero que ahora voy a ofrecer con mucha mayor extensión) de la ciudad de Priene, en un día y mes impreciso, pero del año 9 a. C.: Decreto de los ciudadanos griegos de Asia, a propuesta del archisacerdote (archiereus)Apolonio, hijo de Menófilo de Aizanoi. Dado que la Providencia divina (πρόνοια) que rige nuestras vidas, manifestando buena disposición y generosidad, ha ejecutado 5 un plan perfecto para la vida al enviarnos a Augusto, ha colmado las expectativas beneficiosas de los hombres virtuosos, presentándose como un salvador para nosotros, acabando definitivamente la guerra y restableciendo el orden de todas las cosas; César, con su epifanía, ha sobrepasado las esperanzas de todos los que había recibido antes esta buena nueva (εὐανγέλια πάντων ὑπερέθηκεν), no solo superando con sus actos benéficos 10 las acciones de sus predecesores, sino también poniendo muy alto el listón para poder superarlos. Para el cosmos, el día natalicio del dios ha dado inicio a una serie de buenas nuevas anunciadas por él mismo (ἤρξεν δὲ τῶι κόσμωι τῶν δι’ αὐτὸν εὐανγελί[ων ἡ γενέθλιος ἡμέ]ρα τοῦ θεοῦ). Obsérvese cómo a Octaviano Augusto se lo denomina “salvador” (línea 6), porque ha concedido la paz; su aparición es una “epifanía” (línea 8); otro gran beneficio es la restauración del orden de las cosas (el buen funcionamiento de la naturaleza), lo cual es una buena nueva (“evangelio”, pero en plural). Es este culto al soberano un aspecto importantísimo del culto cívico, cuyo clímax se alcanzó en la religiosidad de la época helenística. Aparte de raro para la mentalidad de hoy (ofrecer honores divinos a un rey parece extraordinariamente extraño a una mentalidad contemporánea), este tema es importante cuando se considera desde una perspectiva cristiana porque su derivación, el culto al Emperador, fue uno de los motivos de choque frontal entre la religión pagana y el cristianismo, y en segundo lugar porque en este culto al soberano (la deificación de un ser humano) se ha visto un precedente y una vía psicológica por la que los cristianos pudieron considerar a un hombre, Jesús de Nazaret, un ser divino. El vocabulario del culto al soberano pasa de lleno a los Evangelios cristianos. El comienzo del Evangelio de Marcos dice: “Comienzo del evangelio de Jesús, mesías, hijo de Dios” (añadido de algunos manuscritos, pues en los mejores no está y el texto griego de Nestle-Aland 28 lo imprime entre corchetes, como lectura dudosa). El decreto de la ciudad de Priene, que acabamos de transcribir es la respuesta a una orden (griego diátagma, “disposición”) del procónsul de Asia Fabio Máximo que dice así: [...] Paulo Fabio Máximo, procónsul, dice: de nuestros antepasados (?) hemos recibido [---] la buena voluntad de los dioses, y [de todo], lo más interesante y más beneficioso es el día natal del muy divino César, que debemos mirar justamente como el principio de todos los bienes, a saber, no el orden de la naturaleza, sino el de la utilidad, pues ni 5 siquiera una plegaria habría podido restablecer una situación sin esperanza y precipitarse al infortunio, ni dar una segunda naturaleza a un mundo dispuesto a ser destruido, si para la prosperidad de todos César no hubiera nacido. Por tanto, es de buena justicia que los hombres hagan coincidir el comienzo de su existencia con la época en la que han dejado de sufrir recibiendo la vida; así pues, para obtener auspicios favorables, ya sea a título 10 particular cuando se trate de personas solas, ya sea en público cuando conciernan a todos, ningún día puede ser considerado más apropiado; en consecuencia, en las ciudades de Asia, las entradas a su cargo de los magistrados coincidirán con el primer día del nuevo año, momento que, sin duda por mandato de los dioses, deseosos de honrar a nuestro príncipe, corresponde al día de su nacimiento; y, puesto que es difícil volver a tener en 15 cuenta cada una de sus muchas grandes obras benéficas en la misma medida y establecer para cada una de ellas una forma de agradecimiento, pensamos que un modo de compensarlas es que, con gran alegría, todos los hombres celebren su natalicio en el momento en que (él / ellos) inicien sus magistraturas; me parece adecuado que el día primer día de Año Nuevo sea para todos los Estados el natalicio del muy divino César, y que en ese día, 20 el noveno antes de las calendas del mes de octubre (23 septiembre), todos los hombres entren en la función pública, con el fin de que de una manera aún más extraordinaria ese día pueda ser honrado al iniciar su ocupación sin que tenga que haber un acto religioso y que (él / ellos) puedan ser reconocidos por todos. Obsérvese la divinización de Augusto: es un hombre pero a la vez es divino: líneas 3 y 4: “muy divino César, que debemos mirar justamente como el principio de todos los bienes”. El apelativo “muy divino” aparece de nuevo en la línea 19. Pero aquí no hay adopción, sino el fenómeno de una divinización pura y dura Y ahora el comentario del autor del artículo, el Dr. Perea, que me parece esclarecedor: “El fenómeno del culto imperial en Roma tiene origen en la figura de Julio César. Este recibió honores divinos en Grecia, Asia e Italia, como certifican un buen número de inscripciones1, y esta divinización quedó reforzada tras su asesinato. Su sucesor, Octavio, inmediatamente pone el énfasis, en su discurso político-religioso, en su filiación divina con la fórmula oficial Caesar Divi filius (César hijo de Dios). Acabado el periodo revolucionario, tras la batalla de Actium (año 31 a. C.), y asumidos todos los poderes ya como Augusto en enero del año 27, la idea queda definitivamente consolidada. Durante la larga vida de Augusto este recibió honores divinos, como bien sabemos por los textos literarios y especialmente por la epigrafía. ”La frecuencia de textos en Occidente, en latín, es grande ―se concentran sobre todo en Italia, y en menor medida en Galia, Hispania y África― pero la cifra se multiplica casi por diez en las inscripciones griegas de las ciudades del oriente romano, donde este fenómeno político-religioso se expresa sin tapujos. A nivel oficial, las ciudades de Asia Menor honran a Augusto como Dios Augusto, Θεὸς Σεβαστὸς. Expresiones de este tipo seguramente le parecerían excesivas al propio emperador, pero este respetaba la voluntad y la costumbre secular de las ciudades griegas que en época helenística habían reconocido públicamente la divinidad de sus reyes. Augusto, en este aspecto, dejó que se le rindieran honores divinos como un βασιλεύς helenístico, como un διάδοχος Ἀλεξάνδρου. La actitud aparentemente inocente por parte del emperador, no era tal, sino que formaba parte de un pensamiento político meditado ―una ideología o construcción religiosa del poder― que tenía como finalidad aumentar el prestigio de su persona a la cabeza del Estado, robusteciendo su poder político y religioso en las ciudades grecófonas. ”La mentalidad griega y su extraordinaria lengua, más rica que la latina en todas sus expresiones literarias, adornan los elogios oficiales dispensados a Augusto con epítetos y frases que rozan la poesía y la himnología sagrada. Es lo que Tácito considera, para tiempos algo posteriores, característico de la adulatio graeca. Aquí reunimos varios textos epigráficos excepcionales que ilustran muy bien la idea de cómo en Asia Augusto es considerado un praesens et conspicuus deus (dios presente y conspicuo), como lo denomina Ovidio (Trist. II, 54), siendo de particular interés la consideración de que tal condición de dios la adquirió en el mismo momento de su nacimiento, es decir, que es un θεὸς Ἐπιφανὴς, «un dios manifestado en la tierra», cuya divinidad impregna el universo entero” (pp. 149-150). Continuaremos comentando este artículo más que interesante el próximo día. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Jueves, 2 de Noviembre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
El título de la presente postal corresponde al segundo artículo de la Actas del Coloquio sobre “Ideología y religión en el mundo romano”, cuyos editores son Gonzalo Bravo y Raúl González Salinero (noviembre 2016), publicado por Signifer Libros, del que me hecho eco en las dos postales anteriores. La tesis del artículo corresponde también al título. Marción tuvo una función importantísima dentro del cristianismo primitivo (urbano, mediterráneo; con ciudades bien comunicada de abril a septiembre por vía marítima) para definir no solo lo que iba a ser en el futuro la esencia ideológica de la religión cristiana, y la delimitación de su canon o lista de Escrituras, a imitación probablemente de lo que hizo Marción, sino su constitución como “pueblo” dentro de otros pueblos del Imperio Romano. Y al constituirse como tal, el cristianismo podía defenderse como religión lícita de un pueblo bien constituido, de igual manera que los griegos de Egipto –que adoraban a animales como representaciones de una divinidad muy superior– aspiraban a ser reconocidos como religión lícita en el Imperio, y no ser perseguidos de ningún modo. ¿Quién era Marción y cuál es el núcleo de su ideología religiosa? Respondo a esta cuestión con notas de mi obra “Cristianismos derrotados” (Edaf, Madrid 2009): 1. Los comienzos del sistema religioso de Marción se enraízan en una angustiosa consideración de la maldad del mundo y del estado pecaminoso del ser humano, lo que le lleva a preguntarse por el origen del mal y del pecado. El firme convencimiento de que la divinidad suprema ha de ser esencialmente buena le condujo a pensar que el origen del mal estaba no en un Dios supremo, sino en el Poder divino creador de este mundo tan perverso, quien quiera que fuese. La respuesta a quién había sido ese creador lo tenía Marción en la Biblia hebrea: Yahvé, el dios del Antiguo Testamento, a quien se podría denominar también Demiurgo, utilizando la terminología platónica para el hacedor de este mundo material. Marción defendió una idea simple: Yahvé era un ser perverso. La fe incondicional de Marción en el testimonio del apóstol Pablo, que en sus cartas –consideradas en muchos lugares como dotadas de gran autoridad e inspiradas por Dios predicaba, según él y en la idea de su tiempo– la oposición radical entre la ley de Moisés y el Evangelio de Jesucristo, le confirmó en esta idea: el autor de esa Ley imposible de cumplir era también Yahvé…, ley malvada por tanto. 2. Marción estableció así que necesariamente hay dos dioses, dos principios: un Dios trascendente, superior, extraño a este universo, que no es creación suya, un Dios bueno, inefable, etc.…, y otro dios creador de este mundo, necio –porque ignora que sobre él hay otro Dios, el Trascendente- y perverso. Estos dos poderes habrían existido desde siempre, aunque desiguales en poder (la investigación moderna duda al respecto, aunque es probable que así fuera para Marción). La creación del universo y del hombre en cuanto ser material, “carnal”, era obra de Yahvé, como dice la Biblia. 3. El universo, ser humano incluido, es una entidad totalmente corrupta. Movido por esa compasión, y de una manera absolutamente gratuita y sin motivo externo, por bondad pura, ese Dios Supremo envía un Salvador. Este salvador es el Hijo del Dios bueno y extraño al mundo, el Cristo, que se entregará libremente en pro de los hombres para ser víctima de la ira y crueldad del dios creador que lo levará hasta a cruz. Ahora bien, como el Dios supremo es único, su Hijo no es más que un modo de comunicación hacia fuera de Sí mismo; es una mera revelación de sí mismo. En realidad no hay diferencia entre el Padre y el Hijo; ambos forman un Dios único. La proyección hacia fuera de la divinidad es un mero modo, como la otra mejilla de un mismo rostro (modalismo). 4. La salvación que trae este Redentor consiste, por un lado, en sufrir voluntariamente la muerte a manos de los esbirros del dios creador, su enemigo, pues esta muerte es un auténtico “rescate” de la humanidad de manos de ese Creador. En el sistema de Marción no se explica bien tampoco cómo es posible que un Redentor que tiene sólo un cuerpo solo aparente (no pudo haber asumido nada malo, material, procedente del Demiurgo) pueda sufrir verdadera muerte y que este acto tenga valor de “rescate” de los humanos. Pero Marción lo afirma, probablemente porque para él es materia de fe, debido a la revelación concedida por el Dios trascendente a Pablo. 5. La vida en la tierra de los que reciban esa revelación del Dios bondadoso con corazón sincero ha de ser total y estrictamente ascética: éstos han de liberarse de todo pecado -que consiste en someterse internamente a la atracción seductora de la Ley aunque luego la transgredan-, y han de renunciar a todos los placeres de la materia; está incluso prohibido casarse y engendrar nuevos seres porque éstos se hallan –por culpa del cuerpo- bajo el poder del Creador malo, de su Ley y del pecado. El que recibe la revelación debe congregarse en una iglesia cristiana nueva, la marcionita, que tiene en común con la Iglesia mayoritaria el uso de los sacramentos: bautismo/unción, eucaristía…, pero que son entendidos de un modo simbólico. Por ejemplo: ¿cómo se puede participar de una eucaristía que entiende al pie de la letra lo de comer la carne del Salvador y beber su sangre? Eso es imposible, porque el Redentor pertenece a otro “mundo” distinto, que nada tiene que ver con la materia y la “carne”. 6. Marción creía en el juicio final, que habría de ser presidido por el Dios Supremo y Trascendente. En él se salvarían en primer lugar los que hubiesen aceptado la revelación del Redentor en el mundo (las almas solamente, no los cuerpos). Hay la posibilidad de que se salven también las almas de los paganos y las de los malvados del Antiguo Testamento, ya que, naturalmente se habían opuesto al dios creador. Aunque estas almas estaban en el Hades –el “Infierno” provisional–, el Dios Supremo les ofrece la posibilidad de creer en el Redentor tras su resurrección. La felicidad de los salvados será eterna y consistirá esencialmente en disfrutar del ser y del estar en presencia del Dios verdadero. Por el contrario, los fieles al malvado Creador, los judíos en general, y los cristianos que hubiesen creído en el Antiguo Testamento, serán condenados a un fuego eterno. Esto es importante: el antijudaísmo de Marción, que se enraíza –según los autores del artículo– en diversos factores sociales, como desprestigio de los judíos después de haberse levantado contra el Imperio en tres ocasiones (1ª Guerra Judía: 66-70; Gran Levantamiento judío en Libia y las islas como Chipre, en tiempos de Trajano (114-116); 2ª Guerra judía: Tiempo de Adriano: 132-125: derrota total y eliminación del estado judío hasta 1948), ofrecía un gran impedimento a la Gran Iglesia, que necesitaba –por el retraso de la segunda venida de Jesús como juez final (la parusía)– hacerse un “pueblo” (éthnos en griego; de ahí, “étnico”, por ejemplo). Solo como “pueblo” y muy antiguo, podría poseer el Cristo uno de los requisitos de legitimación que exigían los pensadores de esa época (siglo II d. C.). Para aceptar que una religión nueva, como el cristianismo, pudiera tener verosimilitudes de ser verdadera, debía ser antigua; sus doctrinas tenían que haber sido confirmadas también por los siglos; sus profetas, legisladores y maestros tenían que haber actuado hacía siglos y haber recibido ese refrendo de superar el paso del tiempo… y con todo esto, la divinidad que proclamaban. Pues bien, una Iglesia cristiana a la que Marción privaba de todo el Antiguo Testamento –rechazado como obra de Yahvé el Demiurgo malo– se presentaba como una revelación nueva, totalmente novedosa, hecha por Dios a Pablo. Esa religión, por tanto, era de ayer; no valía; no era legítima: ¡demasiado joven y sin confirmar por el paso de los años. Por este motivo, la Iglesia rechazó a Marción y toda su doctrina. Gracias a la aceptación de todo el Antiguo Testamento (al que interpretaban simbólicamente sobre todo como profecías del Mesías y como un antecedente a la revelación de Jesús), la Gran Iglesia cristiana hacía que el gran legislador Moisés fuera un “precristiano” de hacía muchos siglos. Lo mismo los grandes profetas y los maestros de sabiduría: todos apuntaban al cristianismo desde un pasado largo y preclaro. Este cristianismo, por tanto, tenía una antigüedad histórica y doctrinal no solo antigua en sí, sino incluso mucho mayor que la de griegos y romanos, quienes habían copiado de Moisés, por ejemplo, todas sus leyes, o al menos el espíritu de esas normas. No había, pues más remedio que rechazar a Marción para que el cristianismo se constituyera en “pueblo”. Los autores del artículo suscriben la tesis de Judith M. Lieu, investigadora británica, autora de un libro estupendo sobre Marción, que algunos consideran casi definitivo (¿?), que lleva el título, Marcion and the Making of an Heretic. God and Scriture in the Second Century, Nueva York 2015. Pero el rechazo de Marción y su posición antijudía no salvó a la Gran Iglesia de que se fuera conformando un antijudaísmo muy potente dentro de ella (comenzado por el Evangelio de Mateo y propulsado por el de Juan) que consideraba solo como verdaderos judíos, a aquellos que hubieran aceptado –al menos implícitamente, como Moisés, los Profetas y los Sabios– a Jesús como mesías. Esos, y solo esos, formaban el “verdadero Israel” (concepto ausente en Pablo y que se afirma en el siglo II) junto con los cristianos… Se difundía así la idea nefasta de que la mayoría de los judíos, increyente, iba a formar la “massa damnanda et damnata”, condenable por siempre. Hasta que se arrepintieran. Esos judíos increyentes en Jesús eran perseguibles y en algún caso exterminables… idea, por otro lado, ya antigua desde tiempos del sacerdote egipcio Manetón, quien compuso ya un libelo antijudío en torno al 260 a. C., si no me equivoco. Se interpreta a Marción incorrectamente si solo se lo considera un simple hereje o mero reformador del cristianismo. Fue, por el contrario, el primero que formó una “iglesia oficial”…, aunque a ojos de los demás… equivocada radicalmente. Y una nota final: los autores como otros muchos utilizan el sintagma “Gran Iglesia” sin precisarlo…, como si todo el mundo supiera de quiénes estaba compuesta. Lo he proclamado ya muchas veces: la Gran iglesia era paulina fundamentalmente, pero una Gran Iglesia que no quería perder sus raíces judías, las “buenas”, una iglesia que aceptaba en su seno a paulinos de segundo grado, judeocristianos, como el autor de Mateo, de Santiago y del Apocalipsis… pero al fin y al cabo paulinos en su interpretación del valor salvífico universal de la muerte y resurrección de Jesús. No hubo ninguna “Gran Iglesia petrina” unificada y unificante en el siglo II. Fue solamente la paulina. Esto de la “Gran Iglesia petrina” es un invento meramente apologético. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Martes, 31 de Octubre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Como voy a comentar brevemente en las próximas postales algunos de los artículos del volumen publicado de este Coloquio, me ha parecido conveniente ofrecerles el índice completo, de modo que los aficionados a la historia antigua puedan conocer lo que se trató en la Universidad Complutense de Madrid en los días 23-25 de noviembre de 2016. Verán que hay temas muy interesantes. ÍNDICE Gonzalo Bravo y Raúl González Salinero (EDITORES) Introducción ........................................................................................................11 Conferencia inaugural Nicholas de Lange La imagen de Roma en las fuentes rabínicas ......................................................21 Judaísmo y cristianismo Fernando Bermejo Rubio Dios y/o el César: la oposición al tributo a Roma en el judaísmo palestino de época julio-claudia......................................................................... 41 Raúl Villegas Marín y Carles Lillo Botella Ni hereje ni reformador: Marción en la definición de la ortodoxia cristiana prenicena .....................................................................69 Raúl González Salinero Tamquam inter spinas rosam legentes. El discurso antijudío de Ambrosio de Milán en torno a las reliquias de los mártires de Bolonia............. 87 Jorge Cuesta Fernández Ambigüedad e incertidumbre en Chronicorum libri duo (II, 28, 1-29, 5-6) de Sulpicio Severo .................................................................95 Paganos y cristianos Alfonso López Pulido El papel del theîos anér en el mundo religioso y espiritual de los siglos II y III d. C................................................................................... 119 Santiago Castellanos Periculose uera dicuntur. Algunos ejemplos de la evolución ideológica de los obispos de la Galia en el colapso del Imperio romano................................................................................................ 133 Emperadores y culto imperial Sabino Perea Yébenes «Dios manifestado en la tierra, salvador del género humano y del universo entero». Encomios de Augusto en Priene, Halikarnassos y Myra............................................................................................................... 149 Mercedes López Pérez La idea del culto imperial en la poesía de Honesto de Corinto........................ 175 Gonzalo Bravo ¿Abdican los dioses? El «mito» de la primera Tetrarquía (293-307)............... 191 Cultos provinciales Mauricio Pastor Némesis y su culto en los anfiteatros hispanos................................................. 207 Enrique Gozalbes Cravioto Una aproximación a los cultos romanos e indígenas en la Mauretania Tingitana........................................................................................ 243 La religión como legitimación Javier Cabrero y Milagros Moro Ipola Felix y Epaphroditos: la utilización de la Fortuna por Lucio Cornelio Sila como justificación de sus acciones................................... 263 Marta González Herrero Coniugi carissimo cum quo vixit a virginitate. La trascendencia y protección de la virginidad en el mundo romano pagano.............................. 279 José Antonio Magdalena Anda La religión al servicio de la ideología imperial en Galieno (260-268 d. C.)............................................................................... 295 Religión e iconografía al servicio del poder Aurora Molina Martínez Las artes adivinatorias al servicio del Imperio................................................. 315 David Soria Molina Religión, ideología y poder en el Estado dacio: de Burebista a Decébalo (80 a. C.-106 d. C.)................................................... 331 Carles Buenacasa Pérez Ideología y religión en la numismática constantiniana: la moneda de la consecratio del 337................................................................ 349 Francisco Javier Guzmán Armario Egipto en Amiano Marcelino: una propuesta velada para la recuperación de un viejo mundo........................ 367 Comunicaciones Carlos Díaz Sánchez Las influencias religiosas en las decisiones del poder durante la Segunda Guerra Púnica................................................................................. 383 José Ángel Martín Pérez Domitianus adversus Christianos?................................................................... 395 David Gordillo Salguero Propaganda dinástica y legitimidad augústea en la Hispania flavia: los agradecimientos béticos por la obtención de la ciudadanía romana........... 415 José Ortiz Córdoba El culto imperial en la Bética: las capitales conventuales................................ 443 Helena Gozalbes García La iconografía del ritual romano en la moneda provincial de Hispania antigua.......................................................................................... 469 Raúl Serrano Madroñal Deo laudes! Ideología y religiosidad en los circumcelliones norteafricanos......................................................................... 493 Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Sábado, 28 de Octubre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Presento hoy un libro, que –adelanto ya– me parece más que interesante y útil. Ciertamente no solo para quienes se interesen por el Imperio romano y su mundo, sino para los aficionados al tema “Cristianismo e Historia”. Lo publica la benemérita Editorial Signifer (Salamanca-Madrid) a la que soy muy afecto por su estupenda labor en pro del estudio del mundo grecorromano, de las humanidades, de las relaciones entre cristianismo y la cultura clásica. El título es el de esta postal. Los editores: Gonzalo Bravo y Raúl González Salinero. El libro recoge las Actas del XIV Coloquio de la “Asociación Interdisciplinar de estudios romano”, celebrado en la Universidad Complutense de Madrid los días 23-25 de noviembre de 2016. ISBN: 978-84-16202-15-7. 506 pp. Con ilustraciones y una buena cantidad de bibliografía. La serie en la que está incluido el libro lleva por nombre “Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana” De la “Introducción”, compuesta por los dos editores, recojo algunas ideas que me parecen interesantes: »Desde diferentes perspectivas, las contribuciones incluidas en el presente volumen abordan los mecanismos ideológicos a partir de los cuales la religión se convirtió en un elemento de justificación de los principios políticos, sociales, económicos y filosóficos que subyacían en un mundo romano que se muestra paradójicamente ante nuestros ojos tan heterogéneo como uniforme en la asimilación y mimetismo de determinadas constantes culturales. En el momento del nacimiento del cristianismo la idea general en todo el Imperio era que el estado no podía subsistir sin la ayuda de la divinidad, por lo que era absolutamente necesario que las autoridades se comportaran piadosamente respecto a los dioses. El que encarnaba la divinidad en la tierra era el emperador. Por ello, »En virtud de una transfiguración difícil de comprender para la mentalidad moderna, el príncipe (prínceps = el emperador) reforzó su autoridad «real» haciéndose representar en monedas, estatuas y relieves como un auténtico dios (sea Júpiter, Hércules, Apolo, Marte o incluso Serapis), por lo que su poder humano mutaba fácilmente en poder divino a los ojos del pueblo, del mismo modo que Júpiter era considerado generalmente, según Casio Dión, «el Augusto de los romanos» (Historia romana 79,20,2). En consecuencia, no es posible ya concebir la idea de un mundo regido por divinidades caprichosas… (de modo que el poder civil estaba ordenado) conforme a una providencia divina en estrecha relación con la monarquía imperial. »Sin duda, nos hallamos ante una justificación del poder que nace de la estrecha relación establecida entre las tradiciones religiosas romanas y los necesarios principios de legitimidad política, que, a su vez, no dependen de una realidad jurídica abstracta, sino de la conjunción entre los intereses del individuo y los fines que persigue el Estado siempre al amparo de los dioses, puesto que la justificación del poder político se basa en una suerte de delegación de la divinidad. La religión aparece configurada como una forma de ideología y ésta, a su vez, estaba de algún modo moldeada por aquélla. »Los propios judíos de la época cercana al nacimiento del cristianismo ensalzaron igualmente a los emperadores con sacrificios por su salud y el bienestar del pueblo romano, como afirma Flavio Josefo (Guerra de los judíos II 197), a pesar –a pesar de su consustancial ideología mesiánica. Es cierto que el mito de la elección divina del pueblo de Israel condicionó desde fechas muy tempranas la propia concepción judía del poder político y su estrecha vinculación con los designios divinos. »Con el ascenso del cristianismo, el culto imperial, que había sido el verdadero asidero ideológico del poder político romano durante el Principado… quedó reducido a poco más que a los atributos imperiales (el emperador como Pontífice Máximo hasta el reinado de Graciano) y al control de algunos aspectos ideológicos como la aprobación de las efigies del emperador en las nuevas emisiones monetarias. »Después, el tradicional «culto imperial» fue desmantelado ideológicamente por los nuevos intelectuales cristianos, los cuales adaptaron a sus intereses los fundamentos del poder imperial al considerarlo, como muy bien afirma F. J. Andrés Santos (Roma. Instituciones e ideologías políticas durante la República y el Imperio, Tecnos, Madrid 2015, p. 467), «como una instancia diseñada conforme a un plan divino, permitiendo así la generación de nuevas instancias de legitimidad para ese mismo poder». »Siguiendo la tradición latina en la interpretación del célebre pasaje Jn 19, 11 que recoge las palabras de Jesús, según el cuarto evangelista («No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba»), Agustín de Hipona presentó al hombre como criatura necesitada de la potestad divina para poder hacer el bien. Incluso, reelaborando el pensamiento desarrollado por autores anteriores como Cipriano de Cartago a mediados del siglo III, «Agustín invita al cristiano ―tal y como señala Ángel Urbán (El origen divino del poder. Estudio filológico e historia de la interpretación de Jn 19, 11, El Almendro, Córdoba, 1989, p. 114)– a reconocer, como lo hizo Jesús, en la autoridad instituida el instrumento en el que Dios castiga o prueba al hombre». »Sin duda, Agustín fue el primero en utilizar Juan 19,11 como prueba del origen divino del poder político al establecer una relación explícita con Romanos 13,1 (“Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas”). Es evidente que este posicionamiento ideológico estaba fuertemente condicionado por la consolidación del cristianismo como religión oficial del Imperio, llevada a cabo sobre todo por Teodosio tras el edicto de Tesalónica A todos los pueblos de 380 y el Concilio de Constantinopla en 381, actuando, de iure, como primer emperador católico. La Iglesia se convirtió entonces en la principal institución social reemplazando a menudo al poder político en sus atribuciones tradicionales relativas a la liberalidad o generosidad, en cuanto a la concesión de beneficios o limosnas y a las decisiones judiciales (a través de la “Audiencia episcopal”), de tal modo que se preparó el camino para la transformación definitiva de la pagana plebe romana en la cristiana plebe de Dios y, en consecuencia, del pueblo romano pagano en el “pueblo de Dios” cristiano». Como ven, es interesante la temática, pues ya en los Evangelios y en los Hechos de los apóstoles se percibe claramente cómo la designación de Jesús como “Señor” único (Romanos 10,9 y Hechos 2,36) es un acto claro de teología política: para los cristianos el verdadero “Señor” no es ya el emperador, sino el Mesías, el brazo derecho de Dios, y es el único que puede recibir culto legítimamente. Al principio de su andadura, el cristianismo se opone al estado radicalmente…, pero luego asimilará la ideología imperial de tal modo que los sucesores del Mesías, los obispos y ante todo el obispo de Roma, serán los únicos autorizados para ostentar el poder espiritual… y también el político…si se tercia. El próximo día ofreceré el índice de este libro tan interesante y hará hincapié en los artículos que más directamente pueden afectar a nuestro tema “cristianismo e historia”. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Jueves, 26 de Octubre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Publico hoy la réplica del autor del libro “Creer en Dios o creer en Jesús. Aldo Conti y las memorias secretas del cardenal Martinetti” donde se hace un repaso de lo más interesante de la vida de Jesús, de su figura y misión y de su trascendencia hasta hoy. Me parece interesante el contraste de opiniones… y que el lector juzgue. Escribe, pues, Roger Armengol: “Sobre Jesús Sobre su mensaje y la historicidad de su persona y sus dichos. Para Antonio Piñero” Visto lo que ocurrió con Sócrates no me sorprendería que hubiera ocurrido algo parecido con Jesús. Platón inventó un personaje, los evangelistas inventaron un personaje. Y, en este último supuesto, muy influidos por el fanatismo de Pablo. La religiosidad de Pablo fue fanática, la del Jesús de los Evangelios parece que en buena parte también lo fue. Pero, ¿los evangelistas pudieron alterar la realidad de una persona, Jesús, como hizo Platón con la persona de Sócrates? También Platón nos transmite un Sócrates un tanto fanatizado, pero no así Jenofonte. Platón traslada su fanatismo a Sócrates. Me parece bastante claro que Pablo y los evangelistas dijeron tantas cosas maravillosas e inaceptables que lo que dejaron escrito por ellos es poco de fiar. Son personas de los que hay que fiarse poco y andar con mucho cuidado sobre lo que exponen. Es posible que crearan un personaje casi del todo inventado porque fueron gente muy atrevida. Si solo tuviéramos la Apología de Platón veríamos un personaje coherente, pero si leemos además Gorgias, Fedón o República, entre otros diálogos, el personaje deja de ser coherente. Platón alteró tanto a Sócrates que yo me quedo con el de Jenofonte y, además, sólo en parte para mantener la coherencia. Lo mismo hago con Jesús, sólo tomo algo, muy poco, de los evangelistas para componer o mantener un protagonista coherente. Puede ser, seguramente es, que yo me haya inventado un Jesús, como usted dice «reinterpretado e idealizado, que se debe saber, en el interior de cada uno, que no es real». Así es. Debe ser así porque usted es el experto, yo soy un lector de expertos. Acepto que al recoger algo y dejar de coger algo de lo dicho por los evangelistas haya creado un personaje imaginario, un personaje de ficción. En mi libro he hecho algo semejante a lo que he hecho con Sócrates. He recogido algo de lo dicho por Platón y Jenofonte y he construido un posible Sócrates. Todo el mundo hace lo mismo porque Sócrates, como Jesús, no dejó nada escrito fueron otros los que escribieron y no hay más remedio que suponer o conjeturar. Sobre Sócrates los expertos dicen en ocasiones cosas muy dispares y pienso que con Jesús sucede lo mismo. Dice usted: «tener la seguridad visionaria de que el reino de Dios iba a instaurarse de inmediato, apuntan hacia una personalidad de una religiosidad tan extrema que no es imitable, aunque solo sea porque es visionaria». Pero, ¿no piensa que toda religiosidad es visionaria, también las religiosidades actuales? Me refiero a las creencias que vemos todos los días creídas y defendidas por personas normales e inteligentes; todos ellos también creen que algún día estarán en el reino de Dios. Todos ellos, incluso, son más “visionarios” que Jesús porque creen en un montón de cosas que Jesús no creyó o no parece que creyera. Me parece que lo que no creyó Jesús lo creyó Pablo, lo creyeron los evangelistas. No veo yo que Jesús, hombre religioso, sea más visionario y extremo que Pablo y los evangelistas o que los respetables expertos sobre Jesús que se declaran cristianos y que usted debe conocer, más de uno habrá creyente cristiano. Sobre el Jesús furioso que amenaza con el tormento eterno, dice usted: «Jesús amenaza un notable número de veces con el fuego eterno, el gusano que devora las entrañas sin cesar, y el perenne llanto y crujir de dientes a los que no prestan obediencia a su mensaje». ¿Tengo que creerme a Mateo cuando habla del crujir de dientes, un Mateo fanático y visionario que no para de escribir sobre invenciones y enormes maravillas: matanza de inocentes, la estrella que se detiene, los muertos que resucitan cuando muere Jesús? ¿Tengo que creerme a Marcos cuando habla del gusano devorador de los ojos en el infierno, un Marcos que se queda tan tranquilo después de escribir que Jesús vio que el Espíritu descendía en forma de paloma y se oyó una voz que venía de los cielos? Puesto que Marcos escribió esto creo que cualquiera está autorizado a poner en duda casi todo lo que escribió. Exactamente lo mismo se puede decir de Mateo, Lucas y Juan. Todos ellos escribieron cantidad de cosas del todo inadmisibles. Ante lo dicho se me objetará que se han adoptado unos criterios que permiten establecer con cierta seguridad lo que de Jesús puede considerarse histórico y en tal caso lo escrito por Marcos sobre el gusano en el infierno y el fuego que no se apaga cumple con algún criterio de historicidad. Creo que son cuatro los principales criterios y seis los secundarios. Pero me parece que estos criterios son de probabilidad no lo son de infalibilidad. Además, entiendo que tales criterios deben ser usados con tacto para no dar por cierto cualquier cosa que aparezca en los Evangelios si cumple con algún criterio. Por otro lado, si hay ausencia de criterios y se afirma que lo escrito es apócrifo también puede ser arriesgado y incorrecto. La ausencia de alguno de estos criterios es lo que mueve a John P. Meier a declarar que la parábola sobre el samaritano no fue expuesta por Jesús. Me sorprende la rotundidad de Meier. No dice: es probable, o no parece, o no puede afirmarse sino que escribe de manera categórica que la parábola sobre el buen samaritano es «una pura creación lucana». Tal vez, Meier no hace un buen uso de los antedichos criterios porque a pesar de todo puede ser posible que lo escrito por Lucas sobre el hombre de Samaría fuera expuesto por Jesús. Además, pienso que Maier no observa la discontinuidad que se da en esta parábola con lo aceptado por los judíos que leían el Levítico y que yo destaco. He escrito que la parábola sobre el samaritano es uno de los ejes fundamentales de la propuesta ética y religiosa de Jesús y «núcleo primordial de su evangelio». Un profeta, el más sobrio de los profetas conocidos, capaz de corregir lo escrito en Levítico y que incluso los cristianos de hoy siguen aceptando. Me refiero a la idea de que el prójimo somos todos y a todos hay que amar como a uno mismo. Con esta parábola Jesús corrigió la Escritura, corrigió este precepto levítico imposible de cumplir. Pues bien, Meier con excesiva seguridad afirma que esta parábola fue inventada por Lucas. Es posible, pero también es posible que Meier se equivoque. Si Meier no se equivoca entonces quien tuvo el honor de corregir la Escritura fue Lucas. Si estos recortes sobre la vida y mensaje del Nazareno se generalizan debemos estar dispuestos a lo siguiente: destronar al supuesto Jesús histórico y, tal vez, construir un posible discurso sobre un mensaje imaginario de carácter ético iniciado por Jesús. Si hubiera muchos meiers el personaje se va diluyendo y podríamos crear una ficción, no tanto de una persona sino de una idea, una ideología de carácter ético creada a partir de indicios aportados en una pequeña parte por un tal Jesús profeta de Israel. No me parecería mal, lo propagaría con gusto. Algo así es lo que hace Aldo Conti. En este mensaje de carácter ético debería entrar, por supuesto, lo inventado por Lucas, si no fue Jesús quien inventó dicha parábola. Hay indicios de que Jesús fue un religioso que imaginaba un Dios misericordioso, pero hay certezas de que Pablo imaginaba un Dios colérico, irascible que castigaba con dureza. ¿No pudieron adoptar los evangelistas esta concepción paulina y trasladar a la persona de Jesús la concepción de un sufrimiento eterno en el infierno como describen los sinópticos? Así hizo Platón con Sócrates. En tal caso se cumpliría el criterio de testimonio múltiple que daría por buena esta predicación. Algo parecido sucede con el Jesús que cura enfermedades imposibles de curar en aquel tiempo, curaciones milagrosas que deberían aceptarse porque hay múltiples testimonios evangélicos. Mi criterio es que estas curaciones milagrosas u otras cosas maravillosas aparecidas en los Evangelios no se pueden aceptar aunque los criterios aludidos lo permitan. Entiendo que Jesús fue un profeta sobrio y sabio porque a diferencia de los profetas conocidos de Israel y también Pablo nunca oyó nada que proviniera de Dios, ni oyó voces ni recibió explícitos encargos de Dios a diferencia de Pablo que recibió encargos del mismísimo Dios, reitero, del mismísimo Dios. Por ello Pablo sí merece ser tenido por visionario y fanático. Parecería entonces que la persona de Jesús y su religiosidad fueron más contenidas que las de Pablo y la de los propios evangelistas. Si el Jesús que usted describe en su postal 925 merece los calificativos que le otorga en esta postal no me interesa o, mejor dicho, sólo me interesa una pequeña parte de lo que seguramente pudo decir. Igual me sucede con el Sócrates de Platón. No me interesa, no hablo de este Sócrates. Si algún día adoptara lo que usted dice del Jesús histórico dejaría de hablar de él. Si el Jesús histórico fue así dejaría de interesarme de la misma manera que lo que dice Pablo no me interesa en absoluto. A mí lo que me interesa, por decirlo de un modo esquemático o reductivo, como un emblema o ejemplo de todo lo demás, es la parábola del samaritano. Pablo no me interesa en absoluto, pero entiendo, comprendo y agradezco que expertos como usted se dediquen a estudiarlo. Sé que tomando algo de los Evangelios, pero no todo lo que los expertos entienden como histórico me invento o construyo un personaje de ficción. En consecuencia, entiendo que usted debe decir que el mío es un personaje de ficción, debe decir que Jesús y su mensaje fueron otra cosa, algo o muy diferente, porqué acepta como históricos algunos pasajes evangélicos que yo no tomo en consideración. Bueno…, también Montserrat dice y piensa que es algo histórico que Jesús fue un galileo armado y violento; también puede suceder que otros expertos quizá aceptarían como histórico algo de lo que digo y que usted no acepta. Quizá algún día se llegará a un acuerdo general o casi general como sucede en el mundo de la ciencia. Para ir concluyendo, ¿quién fue Sócrates y qué dijo? ¿Quién fue Jesús y qué dijo? No creo que se pueda construir algo coherente tomando todo lo dicho por Platón. No creo que pueda construirse algo coherente tomando todo lo dicho por Pablo y los evangelistas. En uno y otro caso hay que tomar una muy pequeña parte de lo dicho y construir algo que no chirríe. Chirría lo que dice Montserrat y chirría la idea de un Jesús visionario y fanatizado. Los visionarios y fanáticos con toda seguridad fueron Platón, Pablo y los evangelistas. ¿Fueron estos, quizá, los que echaron sobre las espaldas de Sócrates y Jesús sus propias visiones, concepciones y fanatismos? De todos modos voy a inclinarme ante lo dicho por los expertos, pero, ¿qué expertos? De momento aquellos que ofrezcan mayor coherencia al describir un personaje y lo que hizo público este personaje. Si, finalmente, los expertos me dicen, alguno lo ha dicho, que el Sócrates histórico fue el descrito por Platón y así queda demostrado dejo de estar interesado por Sócrates y construyo un mensaje ético exponiendo que este mensaje proviene en una pequeña parte de un tal Sócrates. No puedo, no me parece honesto, decir que yo he construido este mensaje, debo decir que en parte, tal cosa o tal otra, empezó a exponerla Sócrates. Al respecto de Jesús pienso exactamente lo mismo. Si los expertos me dicen que Jesús fue iracundo, visionario, que no condenó la violencia, si me dicen que seguramente «Jesús no fuera un modelo de lucidez y claridad de ideas, pues su radicalidad religiosa le impidió cuestionarse sobre los mitos que comportaba la implantación de un reino de Dios sobre la tierra de Israel», si me dicen esto, debo responder que para seguir con coherencia en este mundo, debe decirse también que la mayoría o todos los creyentes, como antes he dicho, incluidos los expertos que se declaran cristianos, no son un modelo de lucidez y de claridad de ideas. Estos expertos, sus colegas, también creen que algún día se implantará el reino de Dios en los cielos o cosas parecidas. No sería coherente decir que Jesús mantuvo una radicalidad religiosa y no fue un modelo de lucidez y, a su vez, considerar lúcidos, si los hay como parece, a los expertos que creen seguramente en cosas todavía más maravillosas e inadmisibles que las que creyó Jesús. Por ejemplo Meier y otros más que seguramente usted conoce. Para seguir siendo sacerdote como Meier hay que creer, hoy en día, en cosas más fabulosas que las que creyó el propio Jesús. Dado que el cardenal Conti me permite escribir un “quinto” evangelio, he escrito sobre ello, pero usted no puede hacer tal cosa. Bueno, sí, lo puede hacer, pero diciendo al lector que está escribiendo una ficción. Cuando le mandé mi libro le decía que le enviaba un libro de opinión. He procurado crear un personaje coherente y, para ello, quizá he entrado en el terreno de la irrealidad. En parte el Jesús de mi libro es un personaje de ficción, pero interesante y con toda seguridad más real que el creado por el evangelista Juan. También son Príamo y Héctor personajes de ficción en la Ilíada, también lo son el obispo Myriel, llamado Bienvenu, y Jean Valjean de Hugo o la abuela del Narrador en la Recherche. Son personajes de ficción e interesantes, pacíficos y amantes de la sencillez y de la paz, como el Jesús de mí quinto evangelio. Personajes que si se les escucha contribuyen al bienestar de la gente. Contribuyen a la renuncia de la venganza, esto es, a la extensión del perdón, gente de paz. También Esquilo en su Orestea contribuye a la extensión del perdón porque contribuye a la detención de la venganza. Roger Armengol. Barcelona, 22-10-2017 Y por mi parte, mi única respuesta es: Di por supuesto y no lo escribí expresamente que el lector sabe ya que el Sócrates de Platón es irreal… y que acepta que el Jesús de los Evangelios es igualmente irreal, tomado tal cual se presenta en esos textos. Pero, si a los escritos evangélicos aplicamos los criterios de a) Dificultad, b) Atestiguación múltiple, c) Coherencia y d) Plausibilidad histórica, el resultado no es –creo– el Jesús de Armengol, y quizás tampoco el mío…; pero estimo que el mío puede parecerse más a lo que pudo ser porque ya se ha formado al respecto una suerte de consenso entre los investigadores independientes. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Martes, 24 de Octubre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Voy a centrar mi comentario final al libro de Roger Armengol, “Creer en Dios o creer en Jesús”, precisamente en el título del libro, un tema muy bien escogido porque es la idea central de la obra. Si no entiendo mal la tesis, y si Jesús no es Dios, pero a la vez es más importante que Dios para nosotros, Jesús solo puede ser la salvación para el mundo (como dice literalmente uno de los dialogantes, si se trata de una salvación relativa, intrahumana, etc.) si él es de algún modo una figura ejemplar y ejemplarizante, alguien de una dignidad personal formidable, quizás incomparable, un personaje como Sócrates, o más, alguien con un proyecto moral igualmente perfecto y digno de ser imitado. Porque la ejemplaridad lleva a la imitación. Se afirma en el libro de Armengol que Jesús predicó una moral de ese estilo y que fue un hombre casi ideal. Y aquí es donde no estoy tan seguro. Me cuestiono radicalmente –transformado en pregunta lo que el libro afirma positivamente– si Jesús “¿era de verdad paciente y bondadoso? ¿Fue Jesús amable, sencillo, respetuoso, aun con aquellos que no creían en él? ¿Puede atraer como maestro incluso hoy día por que no condenó nunca para toda la eternidad, y porque proclamó que es siempre posible arrepentirse?” El mensaje ético de Jesús completo ¿es de verdad transportable al mundo de hoy? Yo lo dudo. Y voy a dar algunas de mis razones a pesar de que no podremos nunca reconstruir con exactitud la personalidad del Nazareno (una biografía antigua de época helenístico-romana, como es un evangelio, no nos ofrece medios para ello) y de que no sabemos cuál fue en verdad el mensaje total de Jesús, o si es posible reconstruirlo con toda justeza. Me temo que hay suficientes detalles en los Evangelios como para decir que Jesús tenía una personalidad no especialmente singular en el Israel del siglo I, ni especialmente ejemplarizante para hoy, a saber, una personalidad fanática, de una religiosidad extrema, no equilibrada; era demasiado judío, “nacionalista judío al máximo”, como lo describía el historiador judío Josef Klausner, tan celebrado. Me parece que Jesús era un hombre muy religioso de mentalidad apocalíptica condicionada por su época, cuyas ideas al completo son inaplicables al mundo de hoy. Hay, sin embargo, elementos en la ética de Jesús que, debidamente podados, han generado de hecho a lo largo de los siglos–y con la conveniente evolución– un humanismo cristiano bastante aceptable, el cual puede ser la base, también algo limada, de un humanismo universal. Que Jesús era un nacionalista extremo podría probarse con el episodio de la sirofenicia donde Jesús, al modo muy judío, llama “perrillos” a los paganos (Mc 7,27) y por Mt 10,5-6: “A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel»” (complétese con Mt 15, 24; 18, 17). El mero hecho de haber dejado su trabajo (algo que molestó a su familia en extremo hasta llamarlo loco: Mc 3,20), hacerse bautizar por Juan Bautista, ser su discípulo probablemente durante meses, tener la seguridad visionaria de que el reino de Dios iba a instaurarse de inmediato, apuntan hacia una personalidad de una religiosidad tan extrema que no es imitable, aunque solo sea porque es visionaria. Que Jesús fuera de verdad “paciente y bondadoso”, “amable y respetuoso…” casa mal con los insultos que dirigía a sus adversarios –entre otros “raza de víboras” (Mt 12,34)– al igual que su maestro Juan y con la tesitura de inmoderación que muestran las diatribas contra los fariseos (exageradas por Mateo, sin duda, pero con un trasfondo real) en Mt 23; con el enfado que mostraba con algunos enfermos que pedían en momentos inoportunos su actuación como sanador (Mc 1,41, si aceptamos la lectura difícil, y por tanto probablemente auténtica que lee “airado” y no “compadecido”). Jesús tuvo una personalidad fuerte y dura… Basta pensar en el encontronazo con Pedro en Mc 8,27-31 (“Apártate de mí Satanás…si es de verdad histórico). ¿Fue Jesús alguien que no condenó nunca para toda la eternidad…? Se dice que el proyecto de Jesús le llevó a recorrer Galilea anunciando no un juicio airado de Dios, sino la cercanía de un Padre perdonador”. Sin embargo, no me parece verdadera históricamente la insistencia usual de que Jesús predicaba casi exclusivamente la misericordia de Dios. Este cliché omite todo lo que de juicio negativo de Dios en contra del pecador que no se arrepiente hay en la predicación de Jesús. Y diría más, creo que este juicio airado de Dios contra el malvado pertenece esencialmente a la predicación del Nazareno sobre el reino divino, que conlleva necesariamente la idea de un juicio, positivo para los que entran en él, y totalmente negativo para los que no escuchan el mensaje. Jesús amenaza un notable número de veces con el fuego eterno, el gusano que devora las entrañas sin cesar, y el perenne llanto y crujir de dientes a los que no prestan obediencia a su mensaje. Fuego eterno: Mt 5,22; 7,19; 13,40.42.50; 18,8.9; 25,41; Mc 9,43 Gusano devorador: Mc 9,48 Llanto y crujir de dientes: Mt 8,12; 22,13; 25,30; Lc 13,28 Gehenna: Mt 10,29; 23,33; Lc 12,5 F. Bermejo ha escrito que “Si considera el evangelio de Mateo, resulta que de las 148 perícopas en que cabe dividir este evangelio, no menos de 60 (¡es decir, un 40 por ciento de la obra!) tratan del juicio escatológico o se refieren a él… Una de las pruebas más claras de la importancia de la idea del juicio escatológico en la predicación de Jesús es la multitud y viveza de las imágenes utilizadas: a) juicio forense (v. gr. Mt 12, 41s; Mt 5, 25s; prisión por deudas: Mt 18, 23ss); b) cosecha (Mt 9, 37ss; 13, 30.41ss); rendición de cuentas: Mt 25, 19-28); tortura (Mt 18, 34-35); ser arrojado al sheol/infierno (Mt 11, 23); exclusión del banquete (Mt 8, 11-12; 25, 1-13); catástrofes inesperadas (diluvio: Mt 24, 37-39; riada: Mt 7, 24-27), caída en una fosa (Mt 15, 14)”. El pasaje “¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida…!... hasta el infierno te hundirás…, etc.” (Lc 10,12-15) me parece auténtico por el “criterio de dificultad. En el fondo el pasaje, dejando de lado las amenazas a los habitantes de esas ciudades, es una confesión paladina de que Jesús había fracasado totalmente en su proyecto de evangelizar Galilea sobre la venida del reino de Dios. Ese fracaso no puede ser un invento de la iglesia posterior: tiene un núcleo de una verdad que se impone aunque sea molesta. ¿Fue Jesús un modelo digno de ser imitado en todo? En España se ha escrito que “Tras la aplicación del método exegético y su trabajo de desmitificación de los componentes maravillosos y legendarios, de los evangelios depurados por la exhaustiva erudición filológica emerge la potente ejemplaridad del galileo nimbada de una limpieza, actualidad y universalidad no predecibles, resaltando con mayor realismo que antes los perfiles de una individualidad viviente rigurosamente única, sin comparación con otras biografías, religiosas o no, de la Historia Universal” (Javier Gomá Lanzón, “Necesario pero imposible”, Madrid 2013). El libro de Armengol no llega a estos extremos, ni mucho menos, pero sí postula que la personalidad y ética de Jesús es algo imitable y que es la base de una ética universal (si he entendido bien). Lo dudo mucho, sin embargo. Si de la figura histórica de Jesús se trata –¿y de qué se trata si no?–, no hay razón alguna para considerarlo un personaje ejemplar, desde luego no en su totalidad. La tradición dibuja a Jesús como un sujeto sensible ante el sufrimiento de sus semejantes, en el proclamador de un cambio en defensa de los pobres y marginados, pero justos, y en el defensor de una ética que debe abrazarse sin fisuras. Ahora bien, tal sensibilidad y la ética general y completa (tal como podemos captarla a través de los Evangelios) no convierte a Jesús en alguien totalmente excepcional. La ejemplaridad de Jesús solo es posible si –con la historiografía más respetada– se admite que en los Evangelios se completa un proceso de desjudaización de la figura de Jesús, absolutamente necesario para que el Nazareno pueda convertirse en un modelo universal. La tradición de la ejemplaridad de Jesús está modelada sobre expresiones del Evangelio de Juan en donde el Jesús johánico se proclama verdadero “camino, verdad y vida” de modo que nadie puede ir al Padre sino por Él (14,6), se manifiesta el interés de Jesús por inculcar a sus discípulos la necesidad de imitarle en sus acciones respecto a su despego de este mundo (15,19) y la unión con el Padre (14,20). Estas indicaciones permiten que Jesús, aun como persona divina, no sea distante, sino que sirva como ejemplo y dechado en el que deben contemplarse los cristianos. Pero todo esto es mera teología del evangelista y creo que no se corresponde con la realidad, sino con una idealización reinterpretativa de Jesús que no es histórica. Comparado con Sócrates, acostumbrado a discutir las ideas comunes, tópicas, erróneas y a buscar una verdad sólida en lo posible para la razón humana, es muy posible que Jesús no fuera un modelo de lucidez y claridad de ideas, pues su radicalidad religiosa le impidió cuestionarse sobre los mitos que comportaba la implantación de un reino de Dios sobre la tierra de Israel que necesariamente expulsaría al poderosísimo Imperio romano de su tierra. Parece que Jesús jamás dudó de esa posibilidad, puesto que estaba absolutamente seguro y corroborado por las ideas de su religión, según la cual Dios acabaría con el poder de los paganos y encumbraría al minúsculo Israel, como pueblo elegido, al centro del poder en todo el mundo habitado. No creo de ningún modo que a Sócrates podría ocurrírsele postular la conveniencia de un gobierno humano que se rigiera por leyes dictadas por los dioses y no por otras establecidas por los hombres. Ni tampoco que Atenas pudiera imponer sin más sus leyes a Grecia entera. Y sin embargo, algo muy parecido fue lo que aceptó Jesús al proclamar que en el reino de Dios futuro imperaría una ley divina a la que estarían absolutamente supeditadas las humanas todas de todos los pueblos del mundo. En resumidas cuentas: leyendo los Evangelios cono ojos críticos, observamos que la pretendida ejemplaridad de Jesús –como modelo de vida para todas las generaciones– dista mucho de estar fundada. Existe el cliché de un Jesús ideal consiste en dibujar una parte de la obra (dichos y hechos) de Jesús y omitir otra igualmente importante. Opino que algunas de las virtudes jesuánicas que fundamentarían el que él fuera considerado un modelo universal se basan en una imagen idealizada de su persona que comienza con los Evangelios mismos y que sigue en sus lectores y comentaristas confesionales. Y, por último, tampoco creo que algunos preceptos de la moralidad de Jesús –como el desapego de la familia, la venta absoluta de los bienes y el desinterés por la marcha económica de la sociedad y el poco aprecio del trabajo que mostraron los que dedicaron en exclusiva a proclamar la venida del reino de Dios– puedan ser aplicados, como modelo y ejemplo, a una sociedad organizada. Si se hiciera, esa sociedad sucumbiría al poco tiempo. Por tanto, pensando en el tema central del libro, me cuesta aceptar que haya que creer en Jesús “para la salvación” (es decir, para dar un cierto sentido a la vida), a no ser que se crea en un Jesús inventado, reinterpretado e idealizado, que se debe saber, en el interior de cada uno, que no es real. Y ahora volvamos al libro de Armengol. Ruego al lector que lea el principio de mi reseña en días pasados y que considere la cantidad de temas tratados en este libro y cómo son de muchísimo interés. Son temas que no dejan indiferente a nadie con un mínimo de sensibilidad ante su propia vida, su sentido y su final. Y como su lectura me gustó mucho, del mismo modo la recomiendo a todos aquellos que no deseen pasar la vida sin darle un sentido al menos intramundano. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Viernes, 20 de Octubre 2017
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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