NotasEscribe Antonio Piñero Del resto de los escogidos por Jesús sabemos muy poco. De algunos de ellos solo los nombres, pues la tradición primera no tuvo interés en ellos. Así ¿quién fue Bartolomé: ¿es el Natanael de Jn 1,45-49? Mateo: ¿es el publicano de Mt 10,30 el Leví, hijo de Alfeo, de Mc 2,14? Alfeo: ¿es este Jacobo un hermano del Leví de Mc 2,14? ¿Es igual a Jacobo el menor, hijo de Cleofás y María de Mc 15,40? Dudas casi imposibles de resolver. Tadeo… ¿quién es este personaje? Una mera nominación en Mt 10,3…. De la mayoría de los Doce no conocemos más que el nombre. De algún otro hay una brizna de noticias. Así, Simón el cananeo. Esta designacio de Mc 3,18 vocablo es quizá traducible, por el paralelo de Lc 6,15, como «celota» o «celador de la Ley» (arameo: qa’ān). Los celotas como partido en estricto sentido se constituirán hacia el 60 e.c. Pero como movimiento, los «celadores de la Ley», dispuestos a todo para que se cumpliera la Ley, existían desde el 6 e.c., tras el levantamiento contra Roma dirigido por el fariseo Sadoc y Judas el galileo en contra del censo que había ordenado Quirino, o Quirinio, cuando Judea pasó a ser provincia romana tras la destitución de Arquelao, hijo de Herodes el Grande, por crueldad e ineptitud. Este fue el censo que Lucas confundió –o fechó equivocadamente en el momento del nacimiento de Jesús, en tiempos del padre de Arquelao, Herodes el Grande. Lo cual no parece posible. Para Judas “Iscariote” hay posibles etimologías. Este último vocablo se entiende de diversos modos: ’îš Qérîyyôt = «hombre de Qeriot» (localidad desconocida); ’išqarya’ = «hombre mentiroso»; ’îš- sicarios, mezcla de hebreo y latín = «hombre-sicario». La fórmula que emplea el texto de Marcos para indicar que fue el traidor es curiosa: “Judas Iscariote el mismo que lo entregó”. En esta frase el pronombre “el mismo” traduce al español el griego hos kai, que en latín se dice qui et. Se trata de una fórmula fija para afirmar la identidad continua de una persona aunque cambie de nombre, por ejemplo, al pasar de libre a esclavo. Así, Saúlos hos kai Paúlos en Hch 13,9 (Pablo pasa de libre –Saulo– a esclavo del Mesías, Pablo, el Pequeño (1 Cor 15,9); pero Pablo es la misma persona que Saulo: Rm 1,1; véase 1 Tes 1,1). De Judas dice Marcos que entregó (griego parédoken) en 3, 19; pero Lucas emplea el sustantivo prodótes, traidor, mucho más fuerte en la lengua de los helenos al cambiar la preposición pará, “junto a” por pro que tiene la idea de cambiar una cosa o persona por otra En Mateo y Lucas a la elección de los apóstoles va unido un importante discurso de Jesús: el «Sermón de la Montaña» de Mt 5-7 o el del «Llano», de Lc 6,20-49, procedente de la Fuente Q. Pero Marcos 3 no lo recoge. Probablemente el discurso no existió como tal, sino que fue fabricado por la tradición reuniendo dichos sueltos, o en pequeños grupos, de Jesús. Mateo y Lucas lo conformaron a su manera. Y esto es prácticamente todo lo que sabemos de los Doce por la tradición primaria que es el Nuevo Testamento. El próximo día escribiremos sobre el importante tema siguiente: ¿Fue la institución de los Doce considerada por Jesús como un “colegio apóstólico”? La idea de tal “colegio” o grupo ¿fue un “invento” de la tradición posterior a la muerte de Jesús? O ¿existió como tal en la Iglesia primitiva? El tema es importante porque en la historia de la investigación se ha discutido mucho desde finales del siglo XIX si realmente existieron los Doce como grupo tras la muerte de Jesús, o se disolvió pronto, pero la tradición continuó con su “historia” (inventada, o no) para dar continuidad a la doctrina de Jesús por medio de ese “colegio” que se dedicó a expandir la doctrina de Jesús “por el mundo entero”, tal como afirma Mt 28,19-20. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Martes, 5 de Septiembre 2017
Comentarios
Notas
Escribe Antonio Piñero
Concluimos hoy con la expansión, increíble para los ojos modernos, de la figura del apóstol Juan. Y podemos decir sin exagerar que casi todo en el cristianismo ha sufrido una expansión semejante a partir, sin duda, de unos leves elementos históricos, pero escasos. El lema de “En el cristianismo primitivo casi nada es como parece” una vez que se aplica el bisturí de la crítica. El texto de los “Milagros de Juan” (recordemos que es del siglo V o VI d. C.) sigue narrando sucesos que se desarrollan en Éfeso, la capital de Asia Menor. El hecho de que “toda la ciudad de Éfeso y toda la provincia de Asia escucharan a Juan” provocó la natural alarma entre los adoradores de Diana (la Ártemis griega). Era, además, el templo de la diosa centro de peregrinaciones y fuente de ingresos, que la predicación de Juan ponía en peligro. Los Hechos canónicos de Lucas cuentan del motín organizado por los orfebres contra Pablo precisamente por el mismo motivo (Hch 19,21-28). Los “Milagros de Juan” refieren igualmente los problemas que tuvo Juan con el templo de Ártemis, que acabó por los suelos. También aquí Juan lanzó un reto a los devotos de la diosa. El templo se vino abajo con todos sus ídolos por la oración de Juan, con lo que se convirtieron y fueron bautizados doce mil gentiles, sin contar mujeres ni niños. Aristodemo, el pontífice del culto a los ídolos centrado en el templo destruido, excitó una sedición en el pueblo. Juan mantuvo un largo debate con él utilizando como argumento su inmunidad ante los más severos venenos. Mientras el pueblo gritaba: “Uno solo es el Dos verdadero, el que predica Juan”, Aristodemo, incrédulo todavía, pidió al Apóstol que resucitara a dos hombres muertos por el veneno. Juan aceptó el reto, y cuando Aristodemo los vio volver a la vida, se postró ante Juan y corrió a contar al procónsul lo sucedido. El resultado fue la conversión del procónsul y de Aristodemo, quienes tras una semana de ayuno recibieron el bautismo. Destruyeron todos los ídolos y construyeron con el nombre de Juan una basílica cristiano. Termina así este apartado con el anuncio de la Metástasis, narrada en el capítulo posterior IX a base de los datos tomados de los Hch apócrifos de Juan primitivos (del siglo II d. C.) La muerte de Herodes Agripa I Sin una clara conexión con el conjunto de la narración de los “Milagros de Juan”, la obra termina con un capítulo dedicado a contar la muerte de Herodes Agripa I, el que detuvo y decapitó a Santiago, hermano de Juan, suceso que cuentan los Hchos canónicos en el capítulo 12. Con estos simples datos había aparecido mencionado Herodes en el capítulo I de los “Milagros de Juan”. Pero el acontecimiento de su muerte en una obra como la que narra los prodigios de Juan está introducido de una manera un tanto forzada. El autor parece consciente del detalle cuando intenta justificar la inclusión de la muerte de Agripa I en su relato. “Vale la pena que contemos qué digna muerte sufrió Herodes por tantos crímenes que cometió con los apóstoles”, se dice en el comienzo del capítulo. Luego, un descuidado “dijo” sin contexto alguno delata a los ojos de la crítica el hecho de que el autor está copiando textos ajenos. En primer lugar toma las referencias circunstanciales de los Hechos canónicos: Herodes baja a Cesarea; vestido con vestiduras regias, se sienta en el tribunal para dirigir la palabra al pueblo. Cuando el pueblo empezó a gritar que “aquello era la voz de Dios y no la de un hombre, enseguida lo hirió el ángel de Dios” (Hch 12,21-23). El relato bíblico parece suponer que la enfermedad de Agripa fuera efecto de un ataque repentino y terrible de una enfermedad de momento desconocida motivado porque no dio a Dios la gloria debida. Pero sabemos por Flavio Josefo que ya arrastraba el rey una larga enfermedad. El texto de los “Milagros de Juan” va siguiendo el relato de Josefo en la Guerra Judía. Pero es obligado aclarar que este pasaje de los “Milagros de Juan” confunde a Herodes Agripa I (10 a. C. – 44 d. C.; Herodes Agripa I reinó en Judea del 41 al 44 d. C. con el título de rey, que le fue concedido por su amigo el emperador Calígula) con su abuelo Herodes el Grande (73 a. C.-4 a.C.) famoso por la narración fantasiosa de la matanza delos inocentes. Herodes Agripa I es el que hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan, mientras que todos los datos que ofrece nuestro texto sobre la muerte (exitus: “salida” en latín ) de Herodes, son los que ofrece Flavio Josefo cuando narra la muerte de Herodes el Grande. Así lo entiende correctamente Eusebio en el comentario que hace del relato de Josefo y que recoge textualmente en su Historia de la Iglesia I 8, 9-16. El texto de los “Milagros de Juan” (del Pseudo Abdías, como dijimos) es una reproducción, prácticamente literal, de la narración de Josefo (Guerra Judía I 656-660 con datos de 662 y 664-665). La coincidencia se extiende a los mínimos detalles. Habla de la enfermedad, la fiebre, el prurito intolerable, el cólico doloroso, la hinchazón de los pies como en el caso de un hidrópico, la podredumbre de los genitales convertidos en fuente de gusanos, los suspiros y las convulsiones. El colmo de tantos males hizo pensar a Josefo que “personas inspiradas por Dios”, vates o “profetas” según los “Milagros de Juan”, interpretaban los hechos más que como una enfermedad corporal como “suplicio de una venganza divina”. A pesar de todo, Herodes seguía buscando remedios. Recurrió a las aguas termales de la fuente de Calirroe, al otro lado del Jordán frente a Jericó. Los médicos pensaron que un baño en aceite caliente lo aliviaría, pero en el intento sufrió un desmayo, del que lo despertaron los gritos y lamentos de los criados que pensaron que ya había muerto. Cuando perdió toda esperanza de salvación, repartió Herodes el Grande (Herodes Agripa I en los “Milagros de Juan”) entre los soldados, jefes y amistades, generosas cantidades de dinero. Y como desafiando a la muerte (minitans morti), ideó un crimen execrable. Encerró en el hipódromo a los varones nobles principales de Judea. Llamó a su hermana Salomé y a su cuñado Alejandro y les dio la orden de matar a los prisioneros del hipódromo tan pronto como él exhalara el último aliento. Pues consciente de que los judíos se alegrarían, quiso tener la seguridad de que toda Judea “lloraría su muerte”. Preso de un ardiente deseo de comer y de un acceso de tos, pidió una manzana y un cuchillo para partirla, como acostumbraba. Intentó “acelerar el destino” clavándose el cuchillo. Pero un pariente, dice Flavio Josefo, se lo impidió. El autor de los “Milagros de Juan” refiere cómo todavía antes de morir mandó matar a su hijo Antípatro a quien tenía preso (todos estos suceso aparecen novelado en mi obra “La Puerta de Damasco /Herodes el Grande). Así, no sin grandes dolores y sin expiar su parricidio, “comido de gusanos expiró”. Con estas palabras de Hch 12,23 termina el relato de Abdías, a las que añade un comentario personal: “Viviendo una vida indigna, murió con una muerte digna”, es decir, bien merecida. Y con esto acabamos esta miniserie, dentro de otra, sobre las expansiones a los escasos datos de la tradición primitiva sobre el apóstol Juan. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com ::::::::::: Enlace de un programa de radio que contiene una entrevista que me hicieron sobre “El antiguo Egipto y el cristianismo” https://www.ivoox.com/programa-10-universo-sem-creencias-religion-audios-mp3_rf_20628169_1.html
Domingo, 3 de Septiembre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Como habrán observado, es curiosa la expansión que “sufrió la figura del apóstol Juan, y merece que la consideremos. La tradición expansiva se basa en el mismo fenómeno que se aprecia en el capítulo 21 del Evangelio canónico de Juan donde comienza ya la leyenda: “Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»: 21 Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?». 22 Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme». :23 Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: « No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga». 24 Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”. Y de un personaje, cuya pista apenas descubrimos en los Hechos de Apóstoles en los primeros capítulos… y a quien Herodes Agripa I estuvo a punto de matar…, se hace otro que vivió más de 100 años, que recogió a la Virgen María a la muerte en cruz de su hijo… y que escribió cosas tan dispares como el Cuarto Evangelio y la Revelación o Apocalipsis. Veamos ahora otras expansiones, de base antigua (hacia el siglo III), pero que toman forma hacia el siglo V o VI d. C. y que han llegado hasta nuestros días: La noticia del destierro de Juan en la isla de Patmos es recogida por el Apócrifo que comentamos, “Los milagros de Juan = Virtutes Johannis. El procónsul de Éfeso, coaccionado por dos temores, el temor al emperador y el que le causaba la personalidad de Juan y sus poderes sobre las fuerzas de la naturaleza le ofrece una amplia libertad de movimiento. En Patmos Juan “vio y escribió el Apocalipsis que se lee bajo su nombre”. Es no sólo la noticia más importante, sino la única. De su predicación, de los hechos y milagros realizados por Juan en Patmos y descritos detalladamente en los Hechos de Juan de Prócoro (15-48), el texto de las “Milagros de Juan” no menciona absolutamente nada, como si lo único que hizo el Apóstol durante su destierro fuera la composición de su Apocalipsis. El texto de las “Milagros de Juan” refiere cómo a la muerte de Domiciano el senado romano hizo regresar a los desterrados a sus países de origen. Juan regresó a Éfeso, donde desarrolló una intensa actividad, amplia en enseñanzas y en prodigios. Bastaba el tacto de sus vestidos para que los enfermos sanasen, vieran los ciegos, quedaran limpios los leprosos, libres los endemoniados. Eusebio de Cesarea informa en su Historia Eclesiástica que el emperador Domiciano manifestó gran crueldad dando muerte a hombres honorables de Roma y enviando a muchos al destierro, entre los que se encontraba Juan, apóstol y evangelista. El mismo Eusebio cuenta cómo, muerto Domiciano y llegado Nerva al poder (96 d. C.), pudo regresar Juan del destierro y estableció su residencia en Éfeso. Historia del joven recomendado por Juan Los “Milagros” recogen ejemplos de la actividad de Juan hallados en fuentes muy dispares y presentadas con una conmovedora riqueza de detalles. El capítulo III de los “Milagros de Juan” es una copia prácticamente literal de la historia narrada por Clemente de Alejandría en su Quis dives salvetur (“Qué rico se va a salvar” y reproducida por Eusebio de Cesarea, calificada así por los autores que la transmiten. “Toma una historia, dice Clemente, luego no una leyenda, sino una historia real”. Éstos son los detalles comunes a Clemente, Eusebio y las “Milagros de Juan”, que forman parte de los “Recuerdos” sobre Juan. Vuelto el Apóstol de Patmos a Éfeso, visitaba las poblaciones vecinas, en las que nombraba sacerdotes y obispos “señalados por el Espíritu Santo”. En una “ciudad no lejana” encontró a un joven que encomendó con insistencia a los cuidados del obispo, que lo recibió en su casa, lo mantuvo, lo educó, lo cuidó y finalmente lo bautizó. El joven, frecuentó malas compañías y acabó organizando una banda de ladrones de la que fue nombrado jefe. Llamado Juan para resolver un problema surgido en la comunidad, preguntó al obispo por su recomendado. Cuando se enteró de lo sucedido, rasgó sus vestiduras y solicitó un caballo para salir en busca del joven. Los centinelas de la banda lo detuvieron. Pero Juan les dijo: “Llevadme a vuestro jefe, pues para eso he venido”. El joven, avergonzado, pretendió huir, pero el anciano apóstol lo persiguió y lo hizo entrar en razón dándole seguridades de perdón y de salvación. El joven arrojó las armas y abrazó llorando al Apóstol. Los tres textos explican cómo las lágrimas le sirvieron de segundo bautismo. El suceso en sí tiene una práctica independencia y autonomía, sin otra conexión con el texto de las “Milagros de Juan” que la mención de Éfeso como lugar de la residencia del Apóstol. Las perlas rotas y reconstruidas Sigue el episodio de unas perlas que sufre un “accidente”, sin una clara conexión con la narración central de los “Milagros”. Ni los datos cronológicos, ni los geográficos ofrecen datos suficientes para situar el suceso en un momento de la vida de Juan y en un lugar de su ministerio. A falta de datos en la leyenda se colige que Juan estaba en Éfeso, porque fue allí donde tuvo lugar la historia de Drusiana, la joven que suscitaba apasionados amores, que ya hemos contado en postales anteriores. Y allí tuvo lugar el episodio de las perlas. Un filósofo, un tal Cratón, quiso organizar un espectáculo en el que se ejemplificara el desprecio de este mundo que debe tener todo amante de la filosofía. Hizo que dos jóvenes ricos compraran y rompieran ante la gente unas piedras preciosas. Pasó el apóstol Juan por el lugar e informado de los hechos, interpeló a Cratón sobre la necedad e inutilidad del gesto. Sugería luego que hubiera sido mejor venderlas para ayudar a los necesitados. El filósofo replicó retando a Juan para que reconstruyera las piedras volviéndolas a su estado original. Juan realizó el milagro, subrayado con un solemne “amén” de los fieles presentes. El hecho milagroso, que más bien parecía una frívola exhibición, consiguió el efecto salvífico. Cratón en unión con todos sus discípulos “creyó y fue bautizado”. Más aún, “empezó a predicar públicamente la fe de nuestro Señor Jesucristo”. Los dos jóvenes vendieron sus joyas y repartieron su precio entre los pobres. La consecuencia fue que numerosos creyentes se adhirieron a la causa de Juan. Las varas y la arena El capítulo VI de los “Milagros” expresa claramente su conexión con los sucesos narrados anteriormente. El texto habla del regreso de Juan a Éfeso y presenta a dos honorables ciudadanos que pretenden poner en práctica la doctrina sobre las riquezas y su reparto entre los pobres. En efecto, vendieron sus posesiones y todo lo repartieron entre los necesitados. Cambiados de opulentos en mendigos, pronto se arrepintieron de su gesto. Juan descubrió la trampa del Diablo y se dirigió a aquellos hombres. Les dijo que si querían recuperar sus riquezas, que prepararan unas varas rectas en sendos manojos. Juan invocó el nombre del Señor, y las varas se convirtieron en oro. Les pidió que llevaran piedrecillas de la orilla del mar, que acabaron convertidas en piedras preciosas. La parábola del rico epulón y del pobre Lázaro (capítulo 16 del Evangelio de Lucas) sirvió de prueba del valor de la palabra de Juan. Jesús confirmó, además, sus palabras resucitando a un muerto, el hijo de la viuda de Naím (capítulo 7 del Evangelio de Lucas). Juan confirmaba las suyas liberando a los enfermos de sus males y a las gentes, de sus pesadumbres. Luego el Apóstol amplía sus reflexiones recordando la inutilidad de las riquezas que no podrán acompañar al hombre a la otra vida. Concluiremos el próximo día la ampliación de las leyendas sobre el apóstol Juan, tan importante en la tradición. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Viernes, 1 de Septiembre 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Como escribí en una postal anterior, un personaje desconocido, pero a quien se denomina Pseudo Abdías, escribió –dentro de una obra muy amplia sobre milagros de los Apóstoles, una sección dedicada a “Milagros (en latín “virtutes”) del “apóstol Juan”. El Pseudo Abdías vivió en el siglo VI. Sin embargo, su obra no se publicó hasta 1531, y fue editada por F. Nausea en Colonia. Desde entonces se propagó con cierta rapidez, aunque hoy ha quedado prácticamente en el olvido. Creo que puede parecer interesante, o al menos curioso, leer texto que han servido de alimento espiritual de generaciones de cristianos durante siglos, pero que hoy nos parecen cuentecitos casi de niños. Partes de estas historias han pasado a la Leyenda Áurea" de Jacobo de la Vorágine en el siglo XII, de ahí al Breviario Romano (texto que –dividido en partes– antes debían leer todos los sacerdotes todos los días…, y de ahí a veces al sermón de los domingos cuando venía bien contar milagros de los apóstoles. Estos Hechos apócrfios, Las Virtutes o “Milagros de Juan”, repiten al principio –casi al pie de la letra, pero en resumen– las historietas que eran conocidas por los cristianos desde el final del siglo II, recogidas en los primeros y más importantes Hechos de Juan, como son: 1. La muerte de una casta mujer casada porque no podía resistir los asaltos amorosos de un joven –de nombre Calímaco– que pretendía a toda costa acostarse con ella. Sigue el relato comentando cómo, mientras Juan pronunciaba una exhortación ante la tumba, el enamorado preparaba con el apoyo de su cómplice Fortunato, el administrador de Andrónico, el marido de la joven muerta, la violación del cadáver de la difunta. Ya no quedaba en el cuerpo de Drusiana otra prenda que el paño que cubría sus genitales, cuando apareció de pronto una serpiente que mató al mayordomo de un mordisco y derribó al enamorado, Calímaco, al que mordió igualmente. El joven cayó en tierra presa del terror y perdidas las fuerzas por efecto del veneno. Éste fue el cuadro que encontraron Juan y Andrónico –el marido de Drusiana– cuando entraron en el monumento. Iban a celebrar la eucaristía al tercer día después de la muerte de Drusiana cuando advirtieron que no encontraban las llaves. Juan prometió que las puertas se abrirían solas y avanzó el dato de que la fallecida no estaba en su sepulcro. Continúa el relato describiendo la visión de un joven sonriente, un ángel, que anunció la resurrección de Drusiana y cómo había ascendido al cielo. Cuando Andrónico vio el espectáculo de Drusiana semidesnuda y el de los dos cadáveres, hizo ante Juan una exégesis precisa de lo sucedido. Suplicó al Apóstol que resucitara a Calímaco para que diera su versión de los hechos. Una voz misteriosa, procedente del “Hermoso”, Jesús, había anunciado: “Calímaco, muere para que vivas”. Siguió luego la resurrección de Drusiana, quien rogó para que el mismo Fortunato fuera también resucitado. Cosa que logró la piadosa mujer. Pero el traidor era árbol malo y de mala raíz y huyó despavorido, pues no quería saber nada de la religión. Una solemne eucaristía puso fin a la historia. Juan supo en espíritu que Fortunato estaba para morir, lo que confirmó un joven enviado para informarse. Después el libro de los “Milagros de Juan” narra la “metástasis” del apóstol es decir, la traslación de su cuerpo al cielo después de su muerte. Según el autor, todo sucedió en domingo. Juan tuvo una alocución a los “consiervos, coherederos y copartícipes del reino de Dios”, y enumera las obras realizadas por su medio como apóstol o enviado: “signos, carismas, descansos, servicios, glorias, fe, comuniones, gracias, dones”. Terminada la oración pidió a un ayudante suyo que tomara consigo a dos hermanos con cestas y azadones. Cuando llegaron al lugar don había ya otra tumba de uno de los hermanos en la fe, les dijo: “Cavad, hijitos”. Y les urgía para que cavaran más profundamente. Terminado el trabajo, se despojó de su manto y lo extendió en la fosa. Y en pie, vestido con una túnica de lino, extendiendo las manos, pronunció una larga oración. En ella agradecía al Señor que lo conservara limpio de todo contacto con mujer y le pusiera repetidas trabas para que no pudiera contraer matrimonio. Tras un tercer intento por casarse, Jesús le había dicho: “Juan, si no fueras mío, te hubiera permitido casarte”. El final de la Metástasis es sorprendentemente breve: “Con el rostro vuelto hacia oriente, se persignó, se puso en pie y dijo: «Tú conmigo, Señor Jesucristo». Se tumbó sobre la fosa en la que había extendido sus vestidos. Nos dijo: «La paz sea con vosotros, hermanos». Y entregó su espíritu”. Del sepulcro comenzó a manar un maná “hasta el día de hoy”, cuya virtud curaba todas las enfermedades y hacía realidad toda clase de deseos y plegarias. 3. El suceso de la caldera de aceite hirviendo El primer capítulo de los “Milagros de Juan” recoge la tradición de la prueba que hubo de soportar el apóstol cuando fue arrojado en una caldera de aceite hirviente. El texto de los “Milagros de Juan” parece suponer que el episodio tuvo lugar en Éfeso. El procónsul quiso obligar a Juan a que renegara de Cristo y cesara de predicar. Juan repitió la respuesta que dio Pedro al Sumo Sacerdote en similares circunstancias: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). El procónsul consideró tal actitud como un acto de rebeldía contra el emperador. Para castigar al atrevido ordenó que fuera arrojado en una caldera de aceite hirviente. De ella salió Juan “como un fuerte atleta ungido, no quemado”. El procónsul, estupefacto ante tal prodigio, quiso dejarlo libre, pero no lo hizo por temor a contravenir la orden imperial. Según el relato de los “Milagros de Juan”, los hechos ocurrían durante el reinado del emperador Domiciano. La tradición, de venerable antigüedad, era ya conocida y testificada por Tertuliano (hacia el 220). Roma podía presumir de haber sido honrada con la doctrina y la sangre de los apóstoles: Pedro murió allí crucificado; Pablo, decapitado; “el apóstol Juan fue desterrado a una isla después de que, sumergido en aceite hirviente, nada padeció”[[1]]url:#_ftn1 . San Jerónimo se hace eco del testimonio de Tertuliano comentando que “Juan, arrojado por Nerón (PL “en Roma”) dentro de una caldera de aceite hirviente, salió más fresco y lozano de lo que entró”[[2]]url:#_ftn2 . Aunque la versión de los “Milagros de Juan” parece suponer que el acontecimiento tuvo lugar en Éfeso, el capítulo 11 de los Hechos de Juan de Prócoro (de los hablamos en la postal anterior) localiza los hechos en Roma, junto a la Puerta Latina, por donde sale de la ciudad la Vía Latina, al este de la puerta de San Sebastián y de la Vía Apia antigua. La tradición del “martirio” de Juan en la caldera de aceite queda bien plasmada en la sección latina de los Hechos de Juan, escritos por su discípulo Prócoro (8-12). La descripción del suceso recuerda cómo salió de la caldera ileso y libre de daño, de la misma manera que durante su vida había quedado libre de la corrupción de la carne. No era la única ocasión en la que la integridad de Juan venía relacionada con su virginidad. Por lo demás, la prueba de la caldera de aceite es el núcleo del capítulo primero de los “Milagros de Juan”, donde se recuerda la muerte de Santiago bajo la autoridad de Herodes Agripa I. Juan, su hermano, sufrió y superó la prueba del aceite hirviente. Su éxito en aquella prueba es la ocasión de su destierro en la isla de Patmos. El procónsul se vio en un dilema. Juan era rebelde a las órdenes del emperador, por lo que merecía el correspondiente castigo. Pero su categoría de hombre de Dios, garantizada por el milagro de la caldera, le impedía tomar una decisión que iría contra el poder divino. Adoptó en consecuencia una solución de compromiso…, es decir, el destierro. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com [[1]]url:#_ftnref1 TERTULIANO, De praescriptione, XXXVI 3. Habla Tertuliano de las ventajas de las iglesias apostólicas. Roma las tenía repetidas. [[2]]url:#_ftnref2 JERÓNIMO, Contra Jov., I 26. La versión de la PL trae la lección “en Roma” en lugar de “por Nerón”.
Miércoles, 30 de Agosto 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
La figura de Juan va evolucionando un tanto en los diversos Hechos apócrifos que hablan de él y lo tienen como protagonista. Me fijaré solo en lo más importante y haré un resumen de su contenido. Lo tomaré del volumen I de la edición Piñero-del Cerro, Hechos Apócrifos de los apóstoles I, Editorial B.A.C., Madrid, pp. 240-242: Los Hechos de Juan comienzan de un modo brusco con la decisión del Apóstol, movido por una visión, de ir a Éfeso. Allí tiene lugar el episodio de Licomedes y Cleopatra: ésta yace enferma sin remedio. Su marido suplica a Juan que la cure, pero finalmente muere. Por ello, Licomedes, su esposo, transido de pena, fallece también. Juan resucita primero a Cleopatra, y, a su vez, ésta resucita a su marido (18-24). Ambos insisten en que Juan permanezca con ellos. Así sucede, y Licomedes manda venir a un pintor, quien dibuja el rostro de Juan. Licomedes venera el retrato del Apóstol como si se tratara de una imagen divina. Juan, al descubrirlo, arremete contra la superficialidad que supone una pintura. Sólo importa la imagen interior, dibujada por Cristo, cuyos colores son las virtudes verdaderas (25-37). Hay luego una gran laguna en el texto en la que debía narrarse (cf. infra § 4) la conversión de Drusiana, su renuncia a la vida matrimonial, el enfurecimiento de su marido, Andrónico, el castigo de la esposa y del Apóstol en sendas tumbas, la liberación misteriosa de ambos y la aparición polimórfica de Cristo a Drusiana. Juan, ante el estupor de los presentes por lo sucedido, explica a los fieles el sentido profundo de las apariciones polimórficas de Cristo: no son otra cosa que una manifestación múltiple de un ser incorporal y eterno que se acomoda a la debilidad de la naturaleza humana (87-93). A continuación, sigue un fragmento de talante gnóstico valentiniano (cf. infra § 8 II) que contiene un himno, misterioso a primera vista, de Cristo, la explicación del verdadero sufrimiento del Redentor y del gnóstico -que no es otro que la lucha por el apartamiento de la materia-, el profundo sentido del misterio de la Cruz y el verdadero evangelio, que consiste en la certeza de la salvación por medio del verdadero conocimiento, adorando no a un hombre, sino a un Dios inmutable e incomprensible (94-105). El día del aniversario del templo de Ártemis Juan se persona, mezclado con los paganos, en el santuario de la diosa. Hay un discurso del Apóstol emplazando a Ártemis a realizar los prodigios del Dios verdadero[[1]]url:#_ftn1 ; más tarde la destrucción del templo y la muerte del sacerdote principal. Luego se narra la conversión de la plebe y posterior resurrección del sacerdote pagano que, a su vez, se convierte también (37-47: sobre el orden de los caps., cf. § 4). Juan, al día siguiente, y movido por un sueño, sale a la ciudad. Encuentra allí a un joven que acababa de asesinar a su padre, pues no toleraba la reprensión de éste, quien le echaba en cara su pasión amorosa hacia una mujer casada. A la vista de Juan, el joven se convierte y promete abandonar su vida pecaminosa si resucita a su padre. Juan devuelve a la vida al anciano. El joven, arrepentido, se automutila, pero el Apóstol le restituye sus partes, argumentando que el mal no anida en el cuerpo, sino en los malos pensamientos de la mente (48-55). Juan viaja por diversas ciudades de Asia Menor. En Esmirna libera del poder del demonio a los dos hijos de un prohombre. Pasado el tiempo, vuelve a Éfeso. Durante el camino unas chinches que le importunaban mientras dormía obedecen la voz del Apóstol y se mantienen quietas en un rincón del aposento. Sirven así de ejemplo a los seres humanos de cómo deben obedecer prontamente las órdenes de la divinidad (56-62). Cuando ya Juan moraba en Éfeso, un cierto joven, de nombre Calímaco, se enamora perdidamente de Drusiana. Ésta lo rechaza, pues ni siquiera admite el contacto carnal con su marido. El joven continúa molestándola, por lo que muere Drusiana entristecida al ser objeto de escándalo. El joven intentará satisfacer en el cadáver de Drusiana su incontenible pasión amorosa, por lo que corrompe con dinero al administrador de la casta mujer para que le facilite la entrada al monumento funerario. Ya en la tumba, y a punto de perpetrar su crimen, aparece una terrible serpiente que causa la muerta a ambos, al joven y al ecónomo infiel. Interviene luego Juan que resucita a Drusiana tras un largo discurso en el que pondera la perseverancia en la virtud y el desprecio por lo pasajero. La joven solicita le resurrección de Calímaco y del administrador. Juan accede y vuelve a la vida en primer lugar al joven enamorado. Éste narra lo sucedido en la tumba y se convierte. El Apóstol resucita también al ecónomo, quien persevera en su maldad, por lo que vuelve a morir. Todo el hecho sirve a Juan para poner de relieve el sentido de los prodigios, que no es otro que la conversión verdadera, y la gran paciencia y bondad de Dios respecto al ser humano (63-86) Finalmente, Juan se despide de los hermanos en una homilía -dentro de una celebración litúrgica-, en la que explica la vocación divina sobre su persona concretada en la virginidad y el apostolado. Se extiende otra vez sobre la admirable naturaleza divina y su bondad, y tras dirigirle una súplica para que proteja a los fieles de la asechanza del Maligno, procede a la fracción del pan. Concluida la eucaristía, se dirige a las afueras de la ciudad, ordena que le caven una fosa, se tumba en ella y expira tranquilamente tras haber proclamado por última vez las maravillas de la economía divina, que procura la salvación de los hombres. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com [[1]]url:#_ftnref1 Los milagros suelen tener una finalidad "demostrativa", como ocurre con el de la destrucción del templo de Ártemis. Cf. J. BOLYKI, "Miracle stories in the Acts of John" en J. N. BREMMER (ed.), The Apocryphal Acts of John, Kampen, 1995, p. 21.
Lunes, 28 de Agosto 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Los Hechos de apóstoles (no “Los Hechos de los apóstoles”, que es un título aún más tardío) suscitaron mucho interés entre los cristianos y muchos seguidores e imitadores literarios. Los Hechos de apóstoles que se editan en el Nuevo Testamento son de un autor que no conocemos a ciencia cierta. Sin embargo, la mayoría de los intérpretes piensa que es el mismo que el del tercer Evangelio, y a los dos llamamos Lucas por conveniencia. En realidad tampoco sabemos quién es. Tampoco podemos fecharlos a ciencia cierta y la data de su composición oscila entre los estudiosos: entre el 95/100 d. C. hasta el 130… y algunos autores… incluso más tarde. Nos consta con bastante certidumbre que a mediados del siglo II (hacia el 150) ya se habían escrito unos Hechos apócrifos de Andrés, cosa curiosa porque este personaje tiene poca importancia en los Evangelios canónicos (doy al final lo datos técnicos de la edición multilingüe en español). Y a finales del siglo II ya había otros Hechos apócrifos de Pedro, de Pablo y de Juan. Los de Tomás se hicieron esperar, pero a mediados del siglo III (hacia el 250) ya había unos “Hechos apócrifos de Tomás” completos. Concentrándonos en el amigo íntimo de Jesús, Juan, hijo de Zebedeo, sabemos que hacia el 180 d. C. ya existían estos Hechos apócrifos, aunque no podemos dilucidar si vieron la luz en primer lugar los Hechos apócrifos de Pedro o los de Juan. Es probable que el orden de aparición cronológica de estas narraciones apócrifas sea el siguiente: Hechos de Andrés -> Hechos de Juan -> Hechos de Pedro -> Hechos de Pablo -> Hechos de Tomás. Para que surgiera en concreto la literatura de los “Hechos apócrifos de Juan” ayudaron varios factores: · El halo de misterio en torno al Discípulo amado como autor del Cuarto Evangelio. · La inseguridad sobre quién había compuesto las tres Cartas de Juan, y que este se llamara el “Presbítero”, es decir, “El Anciano”, tal como se presenta a sí mismo al comienzo de las Cartas Segunda y Tercera (1Jn 1,1 y 2 Jn 1,1) · Que el autor del Apocalipsis se presentara a sí mismo como “Yo, Juan” en 9,9 y 22,8… ¡sin más! Por tanto, se trataba de alguien conocido por los cristianos. · Que hubiera también un texto misterioso sobre Juan al final del Cuarto Evangelio, que indujo a creer que este personaje vivió muchos años: “Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». 21 Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?». 22 Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» 23 Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: « No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.» 24 Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”. Este conjunto de “Juan hijo de Zebedeo / El misterioso Discípulo Amado / el Presbítero-Anciano / Juan autor del Apocalipsis” llevó a los cristianos a hacer una mezcla de estas figuras y a crear fantasiosamente el “Juan”, autor del Cuarto Evangelio, que era el mismo que el Presbítero de las Cartas de Juan, y el Juan del Apocalipsis. Ciertamente esta figura, salida de esta mezcla es un personaje imposible históricamente (algo parecido ocurrió con las Marías de los Evangelios y su confusión con María Magdalena a partir de finales del siglo V y ciertamente ya en el siglo VI). Pero es seguro que a partir de finales del siglo II (hacia el 180: unos ciento cincuenta años tras la muerte de Jesús y ciento cuarenta después de la muerte de su hermano Santiago/Jacobo, hijo de Zebedeo: Hch 12, 1ss) este personaje de historia-ficción llego a ser el protagonista, la figura central, de los “Hechos apócrifos de Juan”. Pero no paró la cosa ahí, hacia el 180 d. C. A partir de estos primeros “Hechos de Juan”, compuestos tan tardíamente, se formó una literatura aún posterior, cuyos elementos principales están reunidos en los segundos “Hechos apócrifos de Juan”, compuestos por un tal Prócoro (no sabemos si es un personaje también de historia-ficción, un presunto criado que tenía “Juan”, que lo acompañó durante la parte de su vida que transcurrió –según la tradición– entre Jerusalén, la isla de Patmos, en el Mar Egeo. y Éfeso en Asia Menor (la actual Turquía). Gonzalo del Cerro y yo hemos escrito lo siguiente en la “Introducción” a estos Hechos (vol. III, página 475, de la edición que citaré al final: “Los Hechos de Juan, compuestos por Prócoro según reza el título de la obra, son un capítulo más en el conjunto de tradiciones y leyendas sobre el discípulo amado. Sin embargo, una obra tan larga y prolija como son estos Hechos, parecen ignorar las líneas esenciales de la personalidad del apóstol protagonista transmitida por la tradición. No contienen ni la más liviana alusión a estos grandes detalles de su historia bíblica. Los primitivos Hechos de Juan recuerdan su experiencia sobre la cumbre del Tabor (Hechos apócrifos de Juan 90), que estos Hechos silencian. Apenas hacen una ligera referencia al detalle de que fue el discípulo que se recostó sobre el pecho del Maestro (Jn 13,23; Hechos de Juan de Prócoro 3,6). Esta obra se compuso en torno a los siglo V o VI, cosa que deducimos por estilo del relato, por las cosas que cuenta y por razones de orden lingüístico”. Y finalmente la fantasía popular se concentró en otra obra, muy distinta, de un autor igualmente desconocido, a quien denominamos el Pseudo Abdías, obra titulada “Milagros (en latín “virtutes”) de los Apóstoles”, que procede también del siglo VI. Esta obra no se publicó hasta 1531, y fue editada por F. Nausea en Colonia. La edición española de toda esta tradición multisecular se concentra en las siguientes obras, fácilmente accesibles que cito a continuación. Tiene Introducciones, textos originales en griego y latín en la página izquierda, y en la derecha sus traducciones, y notas para que se entienda bien el texto. El volumen contiene también traducciones literales delos fragmentos coptos y siríacos (el texto en estas lenguas no se imprime por motivos prácticos y económicos) y copiosos índices. Hay un “Índice analítico de materias”, bastante amplio, de modo que puede uno encontrar fácilmente el tema que le interese. Así pues, las obras aludidas son: · Hechos apócrifos de los Apóstoles. Texto multilingüe. Edición crítica. Introducción, traducción y notas (con Gonzalo del Cerro). Vol. I (Hechos de Andrés, Juan y de Pedro), B.A.C. 646, Madrid 2004. ISBN 847914716-4, pp. XIX + 682; · Hechos apócrifos de los Apóstoles. Texto multilingüe. Edición crítica. Introducción, traducción y notas (con Gonzalo del Cerro) Editorial B.A.C., Madrid. Volumen II, Madrid 2005 (Hechos de Pablo; de Pablo y Tecla Hechos de Tomás. Índices), ISBN 84-7914-804-7, pp. XVII + 683-1601. · Hechos apócrifos de los Apóstoles. Texto multilingüe. Edición crítica. Introducción, traducción y notas (con Gonzalo del Cerro) Volumen III, Madrid 2011, 1123 pp. (Hechos de Pedro (Martirio); Felipe; Andrés y Mateo; Martirio de Mateo; de Pedro y Pablo; Viajes y martirio de Bernabé; Hechos de Tadeo; Hechos de Juan narrados por Prócoro (VJ); Hechos de Santiago; Santiago, Simón y Judas; Martirio de Andrés). ISBN: 78-84-7914-974-1. De esta edición, un tanto más técnica y completa hay una edición popular sin texto latino, griego, copto o siríaco, y sin apenas notas, que es la siguiente, en dos volúmenes: · Hechos apócrifos de los apóstoles (I) (Hechos de Andrés, Juan, Pedro Pablo y Tomás). Edición preparada por Antonio Piñero y Gonzalo del Cerro, Editorial B.A.C., Madrid, 2013. ISBN 978-84-220-1637-3. 417 pp. Edición popular del vol. I = nº 17. · Hechos apócrifos de los apóstoles (II) (Hechos de Pedro (Martirio); Felipe; Andrés y Mateo; Martirio de Mateo; de Pedro y Pablo; Viajes y martirio de Bernabé; Hechos de Tadeo; de Juan narrados por Prócoro; de Santiago; Santiago, Simón y Judas; Martirio de Andrés). Editorial B.A. C. 2013. ISBN: 978-84-220-1661-8. 450 pp. Edición popular de los vols. I = nº 18. Seguiremos el próximo día. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Sábado, 26 de Agosto 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
De un personaje tan importante al que la tradición atribuye nada menos que la composición de todo el corpus johánico (Cuarto Evangelio y tres cartas, 1 2 3 Juan) solo sabemos algo más de cierto (¿?) a través de Gálatas 2,7-9 (poco: que era una “columna” = un dirigente de la iglesia de Jerusalén) y de los Hechos de apóstoles canónicos, obra que se ocupa parcialmente de Pedro y de Juan en su primera parte (grosso modo hasta el capítulo 13). En Hechos y en Gálatas el apóstol Juan no habla, sino que solo lo hace Pedro. Juan actúa como de comparsa y ayuda. Mi hipótesis al respecto es conocida: los Hechos (prescindo de Gálatas por el momento; diré algo al final) están compuestos con la intención de presentar una imagen más o menos idílica de la Iglesia primitiva y sobre todo para promover que el paulinismo –al que pertenece el autor y que es la corriente más importante de los seguidores de Jesús– aparezca unido a la comunidad madre de Jerusalén. Indirectamente también que no tenía nada absolutamente en contra de la expansión del judeocristianismo en Samaria y la periferia de Jerusalén (considerando así ciudades de la costa como Jope, que hoy denomina Jafa o Haifa) que estaban relativamente alejadas del poder de Santiago, el hermano de Jesús. Pedro no aparece como si esta estuviese dirigiendo la comunidad de Jerusalén, sino como su embajador, cuestionado, en todo caso. Léase el comienzo del capítulo 11, al principio, en donde se dice que “los apóstoles y los hermanos que había por Judea” controlan perfectamente a Pedro. En este cuadro o paisaje espiritual, Juan no pinta realmente casi nada. Los textos que afectan a Juan son los siguientes: 1. Hechos 3,1-11 Lo que nos interesa de este texto es: 3,1: Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona (las quince horas actuales) 3,2-3. 5-11: un hombre, tullido desde su nacimiento ve a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna, esperando recibir algo de ellos. Pedro lo cura, en presencia de Juan y el ex tullido no soltaba a ninguno de los dos (Pedro y Juan) y entra con ellos en el Templo. El que pronuncia un discurso importante es Pedro vv.12-26. 2. Hechos 4. En ese capítulo completo (4,1-33) aparece Juan, de nuevo al lado de Pedro, pero permanece en silencio. El autor de Hechos procura presentar a Pedro y a Juan como “ellos dos” en gran sintonía; pero en realidad es Pedro el que actúa y habla. Así: “Estaban hablando al pueblo, cuando se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos… les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente, pues había caído ya la tarde. Los llevan a la cárcel y al día siguiente se reunieron en Jerusalén sus jefes, ancianos y escribas… pusieron en medio y les preguntaban: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?». Y entonces es Pedro, quien, lleno del Espíritu santo, pronuncia su tercer gran sermón. Juan está a su lado, pero nada dice. Los grandes jefes y los que presenciaban la escena, (v. 13) al ver la valentía de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban maravillados. Reconocían, por una parte, que habían estado con Jesús… y al mismo tiempo veían de pie, junto a ellos, al hombre que había sido curado; de modo que no podían replicar. Les mandaron salir fuera del Sanedrín y deliberaban entre ellos. Temían que las noticias sobre Jesús se divulgara entre el pueblo y aumentara el número de seguidores del Crucificado. Por eso, llaman a Pedro y Juan y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les contestaron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.» Ellos, después de haberles amenazado de nuevo, les soltaron, no hallando manera de castigarles, a causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que había ocurrido, Una vez libres, Pedro y Juan vinieron a los suyos y les contaron todo lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y ancianos. La comunidad da gracias a Dios por lo ocurrido y pide que conceda a sus siervos, principalmente a Pedro y a Juan que puedan predicar tu Palabra con toda valentía. La comunidad supone que los dos apóstoles van a continuar realizando curaciones, señales y prodigios por el nombre de Jesús. Y concluye la parte del capítulo 4 que nos interesa con la afirmación siguiente: “Acabada la oración del grupo de judeocristianos, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra de Dios con valentía. La interpretación de este pasaje es que estamos en un contexto altamente legendario, como indica la repetida mención de milagros, y un terremoto. Y de un contexto legendario es difícil obtener una verdad histórica. Pero sí podemos deducir que Juan apenas es nada más que un soporte silente de Pedro. En segundo lugar puede inferirse que los seguidores de Jesús tiene éxito entre el pueblo porque un crucificado por los romanos era un héroe nacional. Las palabras que se dijeran sobre él tendrían éxito seguro en el ambiente exaltado de Jerusalén que habría de conducir unos treinta años más tarde al inicio de la guerra de los judíos contra Roma. El punto de vista de los evangelistas a este respecto es inverosímil. En efecto, pintan a un pueblo de Jerusalén que pasa de ser un fervoroso seguidor de Jesús, a odiar tremendamente a Jesús y luego ir detrás de Pedro y Juan con gran fervor –llegan a convertirse de un golpe más de 5.000 jerusalemitas a la fe en Jesús como mesías (Hch 4, ) y a proclamarse seguidores de él. A mi parece que goza de gran probabilidad la hipótesis interpretativa de que al principio Jesús crucificado fue un héroe de las multitudes jerusalemitas (antes de ser reinterpretado por Pablo), alentadas por Pedro y Juan, porque había sido un profeta que –por predicar el reino de Dios y sus consecuencias político-sociales– había sido crucificado por el Imperio Romano, con la ayuda de los jefes supremos del pueblo judío en ese momento. Esta imagen no es a que los cristianos normales que leen hoy los Hechos de apóstoles obtienen de la lectura de los capítulos que comentamos. Los textos del Nuevo Testamento al respecto son: “Faltaban dos días para la Pascua y los Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle. Pues decían: «Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo» = Mc 14,1-2) a pedir que Poncio Pilato lo crucifique (sobre todo en Mateo cuando grita: con más fuerza: «¡Sea crucificado!», cuando Poncio Pilato se declara inocente de la sangre de Jesús vuelve a gritar «¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»: Mt 27,22-25), y Hch 4,4) 3. El siguiente pasaje que nos interesa respecto a Juan está en el capítulo 8 de Hechos desde el principio: “En aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria…4 Los que habían sido dispersados iban por todas partes anunciando la palabra. 5 Entonces Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba al Mesías. 6 Las multitudes, de modo unánime, escuchaban atentamente lo que Felipe decía al oír y ver los signos que realizaba. 7 De muchos posesos salían los espíritus impuros dando grandes gritos; muchos paralíticos y cojos eran curados. 8 Y se produjo una gran alegría en aquella ciudad. 14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan, 15 quienes bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu santo. 16 Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. El comentario a vuela pluma muestra que es imposible tanto éxito de la predicación sobre Jesús en Samaria, por parte sobre todo del apóstol Felipe, si Jesús hubiese dicho tal cual lo que le atribuye el evangelista Mateo: “A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos” (Mt 10,5). Dejo de lado, de momento, una reconstrucción plausible de las palabras y de la mentalidad de Jesús aquí para concentrarme en lo que puede afectar al apóstol Juan: ¿Cómo iban a contravenir palabras tan claras de Jesús sus seguidores más íntimos? No es posible. Y lo que nos importa: los que mandaban en Jerusalén confiaron a Pedro y Juan que fueran a Samaria y confirmaran con sus bendiciones, más la venida del Espíritu santo, el ingreso de samaritanos en el grupo de seguidores de Jesús. El apóstol Juan es también el ayudante de campo de Pedro. 4. El último texto que afecta a Juan en Hechos de apóstoles es el capítulo 12: durante la persecución anti judeocristiana de Herodes Agripa I (reinó del 41 al 44 d. C.), muere asesinado Santiago / Jacobo, el hermano de Juan, Pedro se escapa y no se sabe a dónde va… y de Juan no se dice ni una palabra. He aquí el texto: “Por aquel tiempo el rey Herodes tomó la iniciativa de dañar a algunos miembros de la Iglesia. 2 Mató a espada a Jacobo, el hermano de Juan. 3 Al ver que aquello resultaba agradable a los judíos, pasó a detener también a Pedro…” este es liberado por un ángel… y llegó a la casa de María, la madre de Juan, de sobrenombre Marcos, donde había muchos reunidos y orando…. Cuando abrieron y lo vieron, quedaron estupefactos. 17 Y haciéndoles señas con la mano para que guardaran silencio, les explicó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. Luego añadió: ‘Anunciad esto a Jacobo y a los hermanos’ Y Pedro salió y se dirigió a otro lugar….” (Hch 12,1-17) Y se acabó prácticamente la intervención de Pedro en la vida de la comunidad de Jerusalén y en la que estaba por entonces Pablo (en Antioquía) hasta el denominado “concilio de los apóstoles” (Hch 15). Y allí Juan debió de desempeñar una función prominente, pero no sabemos cuál era en concreto. El capítulo 2 de Gálatas (vv. 7-9) le reconoce esa importancia… pero sin especificar… y por tanto nos quedamos sin saberlo. He aquí el texto: “Antes al contrario, viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, –pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles– y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos. Solo queda claro que el apóstol Juan no estaba en absoluto comprometido con la predicación del Evangelio a los paganos. Nos queda solo un apartado –aunque amplio–– sobre el apóstol Juan: la enorme expansión de su figura en a) la tradición neotestamentaria y b) la tradición apócrifa de la que tenemos constancia escrita desde finales del siglo II. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Jueves, 24 de Agosto 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Sobre este misterioso personaje escribí brevemente en la “Guía para entender el Nuevo Testamento”, Madrid, 5ª ed., 2016. Haré ahora una síntesis, ya que mi pensamiento no ha cambiado al respecto. El Evangelio mismo (en su apéndice del capítulo 21, que es ciertamente de otra mano) presenta como su autor, o al menos como garante de la información en él contenida, al “Discípulo amado” (21,24: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”.). El resto del Evangelio (el propiamente tal: capítulos 1-20) no contiene dato alguno sobre este personaje que ciertamente es el garante –según el Evangelio mismo– de lo que en él se contiene: Quizás haya otra afirmación por el estilo –es dudosa y poco clara en todo caso– en 19,35 a propósito de la lanzada en el costado de Jesús (“Lo atestigua quien lo vio, y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad para que vosotros creáis”). Es posible que este texto procediera de la misma mano que la del redactor secundario del Apéndice (capítulo 21 y que se refiriera también al Discípulo amado. Hay cinco menciones de este “discípulo amado” en el Evangelio de Juan: 1. 13,23-26: Última Cena. 2. 18,15-16: aquí aparece como “otro discípulo” que hace el favor a Pedro de introducirlo en el palacio del sumo sacerdote. 3. 19,25-27: Jesús confía el cuidado de su madre al discípulo amado. 4. 20,2-10: el discípulo a quien Jesús amaba corre con Pedro y llega antes al sepulcro. 5. 21,20-24. Aquí aparece dos veces: “Pedro se vuelve y ve que le seguía el discípulo a quien Jesús amaba”: v. 20; “Éste es el discípulo que da testimonio de esto y que lo ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”: v. 24. La tradición entera de la iglesia primitiva y algunos estudiosos hasta hoy ven en este “discípulo” al apóstol Juan, hijo del Zebedeo (Mt 4,21 y par), muerto quizás en el 44 d.C. (Hch 12,2). Sin embargo, de un modo casi unánime, incluso entre los críticos católicos, se rechaza esta opinión. Son tres fundamentalmente las razones que apoyan este rechazo: 1. El Cuarto Evangelio no es el producto de un testigo visual, sino alguien que utiliza material escrito anterior: por ejemplo, una especie de fuente donde se hallan recogidos varios milagros de Jesús, más otra al menos, la historia de la Pasión, similar a la de los Sinópticos. ¿Necesitaría de fuentes ajenas un testigo visual de los hechos? 2. Este discípulo nunca es llamado por su nombre. ¿Qué razón habría para no hacerlo si se tratara de Juan hijo del Zebedeo? El cap. 1 del Evangelio llama por su nombre a otros varios discípulos, ¿por qué callar precisamente el de Juan? Este argumento tiene su punto débil en que el autor del Cuarto Evangelio tampoco llama por su nombre a la madre de Jesús. El argumento del silencio es llevado al extremo por algunos investigadores que piensan que, al no nombrar a este discípulo de un modo específico, el autor mismo del Evangelio da a entender que se trata de un discípulo ideal, no real, la encarnación literaria del modelo del discípulo perfecto. 3. La teología del Cuarto Evangelio es muy evolucionada, su cristología es muy avanzada; supone un conocimiento de la tradición sinóptica y sólo puede haberse compuesto en su conjunto en un estadio tardío dentro del desarrollo de la teología cristiana del siglo I. Para mantener en parte la tradición eclesiástica hay autores que defienden que el “Discípulo amado” –no precisamente Juan, hijo del Zebedeo, sino otro personaje secundario del cristianismo primitivo, desconocido por otra parte— pudo estar en el origen, tras la línea de pensamiento que interpretó la vida, misión y figura de Jesús de esta manera tan peculiar. Es decir, el autor real del Cuarto Evangelio se inspira en las interpretaciones de Jesús de este “discípulo amado”, que está detrás de la denominada “escuela johánica” (cf. cap. 23) de pensamiento. No es improbable que la figura de un garante de la tradición dibujada en el Evangelio pudiera haber sido importante en la historia de la comunidad que está detrás del Evangelio (quizás el fundador de ella), y que se transformara o sublimara con el tiempo en el tipo del discípulo ideal de Jesús. Siguiendo esta hipótesis, en una época posterior un personaje anónimo del grupo de seguidores del “discípulo amado” compuso el Cuarto Evangelio basándose en las tradiciones que se fundamentaban en ese discípulo, probablemente ya fallecido. A éste autor l denominamos “Juan” por comodidad. Pero no pudo ser un espectador directo de la vida de Jesús porque ofrece una imagen demasiado diversa a la de los Sinópticos, sobre todo de la de Marcos, que en opinión de muchos estudiosos es la que más se acerca al Jesús histórico. Como nos ha ocurrido hasta ahora, sabemos muy poco de lo que nos interesará saber. A algunos les puede parecer que es desesperante nuestra escasez de datos. Pero precisamente por ello, la tradición y la imaginación posterior amplifica lo poco que hay y se inventa, a veces, presuntos hechos que no resisten la menor crítica. “Ignoramos e ignoraremos”. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Martes, 22 de Agosto 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
El texto que comentamos es el mismo que la vez anterior, que repito para mayor comodidad en su segunda parte: Marcos 3,17: “Llamó Jesús …a Jacobo el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Jacobo, los apodó también Boanergés, que significa «tronantes»”. Sobre Juan habría mucho que decir, porque la tradición ha inventado mil cosas sobre él, que la crítica poco a poco ha ido poniendo en duda: · Ciertamente no puede dudarse que era un discípulo de Jesús. Que fue llamado por él junto con su hermano; que pertenecía al grupo de los íntimos; que era un “tronante”, igualmente de espíritu fuerte, celoso de Yahvé, amante de imponer por la fuerza sus ideas, si fuere necesario. · A pesar de que Lucas afirma que los dos discípulos comisionados por Jesús para prepararle la Pascua eran Pedro y Juan (22,8), como la tradición de la que bebe Lucas (Mc 14,13) esos discípulos son innominados (“Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice…”), es muy probable que –siguiendo una de las leyes de la tradición de especificar y aumentar los detalles en donde antes había poco– esa tradición no es fiable. Pongo otro ejemplo de tradición que amplifica: el personaje a quien un discípulo (también innominado) corta la oreja en el episodio del prendimiento de Jesús en Getsemaní (Mc 14,47): en Marcos, Mateo y Lucas (que siguen a Marcos) el discípulo es innominado / en el Evangelio de Juan (18,10) es Pedro. El que sufre la agresión en su oreja es innominado igualmente en Marcos / Mateo y Lucas. Pero en el Evangelio de Juan se llama Malco. La oreja cortada es simplemente una oreja en Marcos y Mateo. Pero ya Lucas precisa que es la oreja derecha. Y la tradición que sigue el Evangelio de Juan afirma también que es la oreja derecha. Por tanto: la tradición tiende a aumentar y precisar por su cuenta (legendariamente) lo que al principio es algo ignorado. Puse otro ejemplo en una postal anterior cuando sostuve que otro caso interesante es el contraste entre Lc 3,7: “Decía, pues, a la gente que acudía para ser bautizada por él: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?” (Fuente Q). Pero Mateo precisa (3,7): “Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?”. Y es curioso porque Lucas –que probablemente es posterior cronológicamente a Mateo había conservado una tradición antigua e imprecisa; pero Mateo, posterior, ya maneja una tradición que ha sido amplificada. Por tanto, hay razones para dudar de las tradiciones amplificadoras, que aquí en concreto se mueve por la inquina de la comunidad primitiva contra los fariseos –dominantes en el judaísmo superviviente a la catástrofe de Israel y Jerusalén del año 70 y que no quería ya “sectas” separadas como las de los judeocristianos… Y sin duda esos judíos las criticaban ferozmente. La respuesta de los judeocristianos fue amplificar contra los fariseos especialmente la tradición de enemigos innominados de Jesús (es decir, añadir, o precisar “eran fariseos” donde solo había un “alguno”). · Es dudoso quién es ese discípulo, innominado, conocido del ex sumo sacerdote Anás, que introduce a Pedro en el patio de la mansión donde –según una tradición también dudosísima– se estaba juzgando a Jesús (Jn 18,15-18). La exégesis está aquí dividida: - Unos opinan que es imposible, o inverisímil que un humilde pescador de Galilea fuera amigo, conocido, de un sumo sacerdote - Otros sostienen que no es imposible, ya que Zebedeo tenía jornaleros a su servicio (Mc 1,20) y por tanto era el propietario de una empresa que podría haber suministrado pescado a Jerusalén desde el Mar de Galilea (por ejemplo, conservado en sal, etc.) · Es dudoso quién es el discípulo que estaba con Pedro en la escena dibujada en Jn 20,4-8: “1 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. 2 Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.» 3 Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5 Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. 6 Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, 7 y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, 9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos Aquí las preguntas y las dudas se acumulan: · ¿Quién es el discípulo amado del v. 2? · Hay que tener en cuenta que en el Evangelio de Juan no se menciona nunca cómo tal en el Evangelio de Juan… ¿Por qué? · ¿Cómo es que el discípulo al que amaba Jesús no creyera en él hasta después de su resurrección: = “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó”? · Y la afirmación más general del v. 9: “Pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos”. ¿Cómo es posible este hecho después de que Marcos afirma en 8,31-32: 1. “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. 32 Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle”. 2. Y en 9,30-32: “Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, 31 porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.» 32 Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle”. 3. Y en 10,32-34: “Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: 33 «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, 34 y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará»”. No es posible, pues, lo que afirma el Cuarto Evangelio: “Y vio y creyó”. 9: “Pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos”. Y para muestra basta un botón. Insisto en que no es posible mantener una actitud acrítica respecto a la información proporcionada por los Evangelios. Las mencionadas hasta ahora son preguntas claves que debemos hacernos respecto a Juan como discípulo. Continuaremos el próximo día exponiendo algo más sobre el “Discípulo amado”. ¿Era realmente Juan, hijo de Zebedeo? Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Domingo, 20 de Agosto 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Ante todo, deseo expresar mi profunda tristeza por lo ocurrido ayer en Barcelona. Tengo allí muchísimos amigos… y pienso ¿Y si le ha “tocado” a uno de ellos? Suelen pasear por la Rambla algunos, porque viven cerca. Estoy anonadado. De (casi) nada sirven los lamentos, puesto que eso buscan los terroristas y en ellos se deleitan. De (casi) nada sirven las repulsas multitudinarias. Son emocionantes y emotivas, necesarias –y yo participaré–, pero incompletas. Se necesita también otro tipo de acción. ¿No habría que pedir a la Unión Europea una respuesta conjunta y firme respecto a los cientos de dirigentes de las mezquitas que hay en Europa que no condenan los atentados? Jamás lo hacen y viven entre nosotros. Creo que a más de uno se nos ha ocurrido alguna respuesta institucional… Y ahora sigo con mi breve comentario, pues falta aún algo que decir de la primera lista de discípulos de Jesús, Mc 3,14-19. El breve texto al que me refiero es el siguiente: ….llamó Jesús… 17 a Jacobo el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Jacobo, los apodó también Boanergés, que significa «tronantes; 18 a Andrés, Felipe, tronantes: o «atronadores». Literalmente, «hijos del trueno» con el significado de «carácter violento» o «tempestuoso». «Hijos de» es la manera semítica de expresar un adjetivo del que carece la lengua (por ejemplo, «satánico» = «hijo de Satanás»). Sin embargo, no resulta clara la etimología de la segunda parte de Boanergés = bene («hijos de») rgš («el ruido» o «el trueno»); o bien bene regez, «hijos de la ira». Sobre Jacobo /Santiago: Creo que el mejor comentario es realzar su pertenencia al grupo íntimo de Jesús. La muestra (Mc 5,37, “La hija de Jairo”: “Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago”. Como Santiago aparece normalmente en los Evangelios junto a su hermano Juan, y casi siempre se le nombra el primero (al contrario en Lc 8,51 y 9,28; igualmente en Hechos 1,13), la tradición le atribuye la primogenitura. En Hechos de apóstoles hasta el capítulo 12 la figura de Santiago es borrosa y anodina o ausente, y Juan le supera en presencia junto a Pedro. Hay un par de episodios que definen su carácter, aparte del denominativo inventado por Jesús. El primero es su pretensión (según Mt 20,20 es su madre la causante de todo) de ocupar los primeros puestos en el futuro reino de Dios: “Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos.» 36 El les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?» 37 Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» 38 Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» 39 Ellos le dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con el que yo voy a ser bautizado; 40 pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado.» 41 Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan”. El texto indica que los discípulos están convencidos de que el reino de Dios, · Aún no había venido. El reino de Dios no está presente simplemente con la aparición de Jesús en la tierra · Hay premios para los que sean fieles a Jesús. Y esos premios son materiales. El reino de Dios se instaurará en la tierra de Israel. No es un Reino ultramundano. · Los que proclaman la venida del Reino corren peligros graves de perder la vida · Jesús no mandará absolutamente en ese Reino, sino Dios. · Hay una suerte de predeterminación divina. Dios sabe de antemano el comportamiento de sus fieles y ya les ha preparado el premio. Y significativa también es la participación de Santiago / Jacobo en el conocido episodio de la repulsa de los habitantes de un pueblecito samaritano cuando Jesús y sus discípulos, de camino a Jerusalén intentan acortar camino y pasan al lado… buscando hospitalidad: “Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, 52 y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; 53 pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. 54 Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» 55 Pero volviéndose, les reprendió; 56 y se fueron a otro pueblo”. Comentario brevísimo (simples deducciones a partir de este texto): · Jesús (a pesar de lo afirmado en Mt 10,5-6: muy dudoso, aunque auizás con un findo histórico) no puede ser enemigo de los samaritanos si de verdad participaban intensamente de la teología de la restauración de Israel, que ya henos comentado: Samaría es Israel. Casi diez tribus pertenecían a ese territorio, junto con Galilea… Jesús –muy probablemente– no podía rechazar a los samaritanos de su proclama del Reino (Parábola del buen Samaritano: Lc 10,30-36; testimonio del Evangelio de Juan sobre la estancia de Jesús en Samaria, capítulo 4; diversos comentarios de Hechos de apóstoles sobre el éxito del seguimiento de Jesús en –Samaría tras su muerte (Hch 1,8; 8,1.5.9.14; 9,31; 15,3), pasajes absolutamente imposibles de explicar si Jesús hubiese prohibido el contacto con los samaritanos · Terrible carácter el de Santiago. Y era, sin embargo, amigo íntimo de Jesús. · Los discípulos estaban persuadidos de poder pedir a Jesús un castigo ejemplar para los que no cumplían con las sagradas reglas de la hospitalidad en el mundo antiguo, como ya hemos comentado. Hay aquí signos inequívocos de un no rechazo a la violencia, como hemos comentado largamente en la serie sobre “Jesús sedicioso” a los ojos de los romanos. · Los discípulos estaban convencidos del poder de Jesús sobre el ámbito celeste. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Viernes, 18 de Agosto 2017
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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