Notas
Escribe Antonio Piñero
Concluyo hoy con los últimos cuatro puntos que hace años publiqué en mi ensayo “Jesús y la política de su tiempo” que indican cómo Jesús estaba implicado de tal modo en religión de su pueblo que las consecuencias políticas eran evidentes. Posteriormente seguiré con unos veinte puntos o alusiones más que ha recogido F. Bermejo y que procuraré comentar. Los que hoy pongo son muy bien conocidos…, pero deben sacarse las consecuencias: 11. Jesús recomendó no pagar el tributo al César. El núcleo de este pasaje fundamental –en el que fariseos y herodianos tienden una trampa dialéctica a Jesús–, que describe la famosa y críptica escena, reza así en la versión del evangelista Marcos: “‘¿Está permitido pagar tributo al César o no? ¿Lo pagamos o no lo pagamos?’ Jesús, consciente de su hipocresía, les dijo: ‘¿Por qué queréis tentarme? Traedme una moneda que yo la vea’. Se la llevaron, y él les preguntó: ‘¿De quién son esta efigie y esta leyenda?’. Le contestaron: ‘Del César’. Jesús les dijo: ‘Lo que es del César, devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios’. Y quedaron maravillados” (Mc 12,14-17). No me cabe duda de que el sentido de esta escena, voluntariamente pretendido por el evangelista Marcos, es que Jesús afirmó de una manera sutil que los judíos debían pagar el tributo al Emperador. De este modo se alineaba de antemano con el pensamiento que Pablo de Tarso habría de expresar más tarde en su Carta a los romanos: “Es preciso someterse a las autoridades temporales no sólo por temor al castigo, sino por conciencia. Por tanto pagadles los tributos, pues son ministros de Dios ocupados en eso” (Rom 13, 5-6). He defendido muchas veces que el análisis de la perícopa permite llegar a la conclusión de la realidad fue de otra manera y que Marcos mismo (junto con Lucas, como veremos) nos dieron las pistas suficientes para afirmar que fue así Pero en la realidad la respuesta del Nazareno no fue tal, sino la contraria. Jesús dijo con gran sutileza y con una cierta trampa que no se debía pagar ese tributo. Si hubiere ido en el sentido de admitir la obligación de pagar, habría perdido de inmediato el apoyo del pueblo, indignado contra el tributo, cosa que no ocurrió en absoluto, como atestiguan los evangelistas mismos Por tanto, es muy probable que la respuesta doble de Jesús “Dad al César… y a Dios…” no tuviera para los judíos piadosos de la época ningún doble sentido, sino uno sólo y muy claro: “Si tenéis por ahí denarios, acuñados por los romanos, podéis devolvérselos (griego apódote; no simplemente “dádselos”, griego dóte) al César, pues son suyos; pero los frutos de la tierra de Israel –que junto con ella misma son de Dios– dádselos sólo a Él”. Por tanto no debe pagarse el impuesto. Y tampoco me cabe duda de que Jesús escapó hábilmente de la capciosa pregunta. Los romanos podían estar contentos porque no había habido ninguna incitación expresa a no pagar. Pero los celotas –que conocían el pensamiento de fondo de Jesús- también estaban satisfechos: el Nazareno estaba diciendo crípticamente, eso sí pero lo suficientemente claro para quien deseara entender, que no se debía pagar el tributo al César. El truco era: fijar la atención en la moneda y hacerla confundir, como un prestidigitador hábil, con el impuesto. La moneda romana se podía devolver y funcionar con las locales, por ejemplo, el shekel, pero lo que es de Dios, la tierra y su producto, eso hay que dárselos a Dios no a los romanos. Y que esta es una exégesis correcta, a saber que de ningún modo propugnó Jesús el pago del impuesto le demuestra paladinamente el siguiente pasaje de Lucas: 13. “Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey»” (23,1-2). La consabida escena del prendimiento en el huerto de Getsemaní demuestra a las claras que los discípulos de Jesús iban armados, con armas pesadas, es decir espadas de combate, propias de legionarios, por ejemplo, no sólo dagas para protegerse en posible un viaje infestado de bandidos (que no era el caso en el Israel del momento donde reinaba el orden romano) o navajitas para cortar el pan y el queso. Es claro que en tal escena no se deben tener en cuenta los comentarios personales de los evangelistas, y ciertas palabras puestas en boca de Jesús fácilmente atribuibles al sesgo de esos autores evangélicos y a su deseo de mostrar a aquél como un ser eminentemente pacífico. 12. Parece evidente en Getsemaní que se produjo un incidente armado con derramamiento de sangre, pues está testimoniado por los cuatro evangelistas. Los Sinópticos (Marcos y Mateo/Lucas) tratan de disminuir la gravedad del episodio: sólo un discípulo saca la espada (Mateo -26,51-, Marcos -14,47- y Lucas -22,50- indican que fue sólo un innominado discípulo el que atacó), y tratan de presentar a un Jesús pacífico que se distancia expresamente de la violencia, pues pide que dejen en libertad a sus discípulos (¡aun habiendo respondido con armas al prendimiento!) mientras insta a éstos a deponer toda resistencia: “Le dice entonces Jesús (al discípulo que había blandido el arma): «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán” (Mt 26,52). Es bien sabido que el evangelista Juan, por el contrario, destaca la importancia del enfrentamiento, pues señala que por parte de los romanos participaron en el prendimiento de Jesús como mínimo un centenar de soldados (una cohorte de 500 o 600 hombres, griego speíra, quizá no completa), además de los “sirvientes de los sumos sacerdotes y de los fariseos, con armas y linternas” (Jn 18,3). Si iban tantos a prenderlo, era porque consideraban que habría una fuerte resistencia armada. 13. Jesús fue ejecutado junto con dos salteadores: “Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mc 15,27). Ahora bien, es sabido que la palabra “bandido” es la utilizada por Flavio Josefo, tanto en sus Antigüedades de los judíos XVII 269-285, en particular 278-284; XX 160-172; como en la Guerra de los judíos II 55-65, en especial 60-65; 433-440 y IV 503-513, para designar despectivamente a los celotas, causantes de la Gran Revuelta contra los romanos y la consiguiente derrota. Es de suponer que Jesús fue crucificado con gentes que participaron con él en el mismo incidente contra el Templo, o en otra revuelta de la que da noticia el evangelista Marcos, en 15,7, o bien que fueron capturados en ese incidente en el huerto de Getsemaní. Los evangelistas nada dicen de ello, e incluso Lucas cambia el vocablos bandidos /salteadores por “malhechores” (comunes) en 23,32. Pero la conclusión es lógica, pues se trata de una crucifixión triple con una finalidad de escarmiento, en la que Jesús es situado en el centro como el jefe. 14. El título de la cruz es de una autenticidad normalmente indiscutida, pues se corresponde con la práctica usual romana de informar y ejemplarizar al pueblo por medio de las ejecuciones públicas (Los comentaristas señalan unánimemente los siguientes pasajes confirmatorios, Suetonio, Vida de Calígula 32; Vida de Domiciano 10,1; Dión Casio, Historia romana 54,8). Además está atestiguado por los cuatro evangelistas, a pesar de que el contenido de la inscripción grabada en la tabla no era de hecho muy halagüeño para sus perspectivas religiosas. No eran muy corrientes las ejecuciones públicas, y Roma no acostumbraba a crucificar sin ton ni son, sin razones graves, incluso en provincias problemáticas y revoltosas como Judea. Las condenas a muerte eran registradas en los documentos de las cancillerías de los gobernadores provinciales, y luego transmitidas a Roma por medio de un mensajero especial, o bien por el correo oficial que a intervalos regulares llegaba a la oficina del Emperador. Pero ese informe no se ha conservado. La inscripción, “Jesús [Nazareno; sólo en Jn 19,19], rey de los judíos” (Mt 27,37 y paralelos), señala exactamente desde el punto de vista romano la causa de la muerte: delito de lesa majestad contra el Imperio por graves desórdenes públicos o sedición. Como ya conocemos la historia anterior, la entrada triunfal en Jerusalén, el asalto al Templo, la resistencia armada durante el prendimiento en Getsemaní, la equiparación de Jesús con un sedicioso como Barrabás…, parece bastante claro desde el punto de vista histórico que para los romanos Jesús era no sólo un mero simpatizante de la causa nacionalista, sino un activo colaborador con ella. Ahora bien, como el Procurador decidió no prender también a sus discípulos, ya fuera por temor al pueblo que consideraría espontáneamente a Jesús y sus seguidores unos héroes de la resistencia, ya porque estimara que el movimiento subversivo estaba en sus principios y era de poca monta, el que cargó con la culpa del grupo entero fue Jesús…, más los dos crucificados con él. Todo indica aquí que los romanos pensaron que el movimiento de Jesús era de poca monta comparados con otros en los que intervinieron miles de personas (Atronges, por ejemplo), así que se contentaron con acabar con los cabecillas. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com Universidad Complutense de Madrid :::::::::::::: Otro enlace de programa radiofónico de las pasadas Navidades en el que he participado:
Saludos de nuevo
Martes, 3 de Enero 2017
Comentarios
Notas
Escribe Antonio Piñero
Pasado el primer día del año nuevo en el que no ha habido especiales conmociones, al menos en mi entorno, sigo de nuevo con el propósito de ilustrar con un único ejemplo la cadena de textos y alusiones en los Evangelios que, como veremos al final, son tantas–más de treinta– que no hay más remedio que aceptar una conclusión casi evidente. En primer lugar estoy exponiendo la cadena de textos que recogí hace años en mi ensayo “Jesús y la política de su tiempo. Luego los complementaré con los recogidos por F. Bermejo y con una exposición y análisis de sus comentarios. Sigo pues, con la segunda tanda de cinco textos: 6. Lc 13,1-5: En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo». Al parecer, Jesús se muestra compasivo con ellos, lo que indica un espíritu afín, con unos individuos que era, probablemente celotas, es decir, amantes de hacer cumplir la ley de Moisés incuso con un cierto grado de violencia,. 7. Mc 11,7-10: La entrada en Jerusalén fue un acto claramente mesiánico en el sentido más verdaderamente judío, que implica un mesianismo con tintes de monarca guerrero, naturalmente enemigo de los dominadores romanos: Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» Si aceptamos el texto tal como se lee (y por el criterio de dificultad parece muy difícil que una iglesia posterior helenizada, de paganocristianos, haya inventado un Jesús que está blandiendo la esperanza de un reino davídico), parece bastante claro que Jesús deseaba mostrar de una manera ostentosa su condición de mesías de Israel. Durante el desarrollo de la escena las gentes, incluidos los discípulos, aclaman a Jesús como “hijo de David” y consecuentemente, rey de Israel. En la época de Jesús se sabía muy bien que un mesías “hijo de David” suponía ser un político y un guerrero. Lo mínimo que las masas esperaban de él era que expulsara a los romanos del país, de modo que éste quedara libre de impurezas y pudiera practicar sin impedimentos la ley divina. Tal acogida, como muestra la escena, jamás habría sido dispensada a Jesús si el pueblo hubiera sabido que él era en lo más mínimo favorable a los romanos. Según Lucas (19,30-40), Jesús no contradice a quienes así lo aclaman, sino todo lo contrario: Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos.» Respondió: «Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras». 8. Como confirmación del pasaje anterior, el Evangelio de Juan, generalmente no fiable desde el punto de vista histórico, después de narrar el milagro de la multiplicación de los panes, que enfervorizó a las gentes y les hizo pensar que Jesús era el mesías, trae una noticia en el capítulo 6 que parece atendible: “Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarlo por la fuerza para hacerlo rey, huyó de nuevo al monte él solo”. (6,14-15). Naturalmente, “hacerlo rey” supone lo que antes indicábamos: un monarca político y guerrero de acuerdo con el pensamiento que el pueblo albergaba como posible en Jesús. Es cierto que, según el evangelista que sigue ya una tradición paulina bien afirmada, el que éste rechazara esta pretensión supone que Jesús tenía otra idea del mesianismo, algo en verdad improbable, pues no habría dado pábulo a que le hicieran la propuesta. 9. Mc 11,15-17 y paralelos: el episodio de la “Purificación del Templo”, a pesar del tono eminentemente religioso que le otorgan los evangelistas “Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!”: v. 17, Puede interpretarse sin distorsionar para nada el espíritu de la época y el pensamiento general de Jesús como un símbolo de lo que debe ser el reino de Dios futuro, en su institución principal, el santuario de Jerusalén. Como algunos judíos estaban convencidos de que Dios exigía una muestra de compromiso por parte humana para que Él luego instaurara su Reino, esta acción sería un modo de “obligar” a Dios para que iniciara por fin la instauración de ese reinado. De ningún modo puede interpretarse el incidente como el gesto de un hombre pacífico. La acción de Jesús fue un ataque directo contra los que los fomentaban y se enriquecían con estas actividades: el clero del Templo, sobre todo los de alto rango y los saduceos, la facción religiosa que dirigía el santuario. He aquí el pasaje de Marcos: Y llegan a Jerusalén. Y cuando entró en el templo empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y los taburetes de los que vendían las palomas; y no permitía que alguien trasladase cosas atravesando por el templo; y enseñaba y les decía: “¿No está escrito: Mi casa se llamará casa de oración para todas las naciones? Pero vosotros la habéis hecho cueva de bandidos”. Ante la dificultad de cómo no actuaron de inmediato los romanos -quienes vigilaban el recinto del Templo desde su acuartelamiento de la Torre Antonia, justo encima del Patio de los gentiles, donde ocurrió el incidente- prendiendo a Jesús, no se puede responder con toda seguridad. Debe suponerse, si eran muchos los que estaban con el Nazareno, que los romanos esperaron una ocasión más oportuna para detenerlo, donde no hubiera tanta gente y no pudiera producirse una matanza de inocentes; o bien que la acción fuera muy rápida y breve, de modo que cuando los romanos quisieron intervenir, Jesús y sus seguidores habrían huido o se habrían disuelto entre las multitudes. 10. Todo apunta en cualquier caso a que este episodio tuvo lugar muy cerca o simultáneamente con una revuelta antirromana, con el resultado de un muerto, en la cual fue hecho preso uno de los sediciosos, Mc 15,7: “Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato”. Ello indica al menos que se respiraba en aquellos momentos un ambiente violento de expectativas mesiánicas, del que debe suponerse que participaba Jesús y que él lo mostró religiosamente, purificando el Templo. Aunque los evangelistas no establecen relación alguna entre los dos acontecimientos –la purificación y la revuelta– es poco creíble que no la hubiera, al menos de ambiente. Seguiremos, con esta cadena de textos, que sumados tiene mucho que decirnos. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com ::::::::::::::::::::::::: A lo largo de las fiestas pasadas he participado en algunos programas de radio y en uno de TV. Les paso en los días siguientes el enlace. Uno cada día: Programa: “La Nit del Misteri”: http://www.ivoox.com/13-la-nit-del-misteri-antonio-pinero-los-evangelios-audios-mp3_rf_15096881_1.html
Lunes, 2 de Enero 2017
Notas![]() Escribe Antonio Piñero Difícil día este, aunque siempre lleno de buenos augurios para quien estaba tratando un tema, “patrones de recurrencia” que no pega hoy ni con la mejor cola. Paso entonces a transcribir un pasaje de una vida popular de san José que escribí para RBA, y cuyo existir y porvenir entre los torbellinos de la prensa desconozco. Naturalmente el texto tiene sabor navideño y está basado parcialmente en los apócrifos neotestamentarios de la infancia: »Ocurrió 3774 años después de la creación del mundo, el día veinte de mayo, según la tradición. José sintió que este fenómeno singular de quietud universal había durado tan sólo unos instantes. Pasados esos momentos, el patriarca pudo continuar su búsqueda. Mas he aquí que en el camino que llevaba a la gruta divisó a una muchacha que bajaba directamente a su encuentro. En una mano llevaba unos lienzos y en la otra un taburete, que usaban las comadronas en Israel para sentarse al lado de las parturientas. En una casa hebrea no había sillas normalmente, y cada partera llevaba su propio avío para asistir a las que estaban de parto. José adivinó enseguida el oficio de la muchacha y le preguntó: “Hija, ¿a dónde vas con ese taburete?”. Respondió la joven: “Me ha mandado aquí mi maestra, ya que un adolescente alto, vestido de blanco, muy bello, apareció por nuestra casa con toda prisa, y nos indicó el camino para asistir a un nuevo parto, pues una joven estaba para dar a luz por vez primera. Mi ama, Zelomí, me envió por delante. Ella, anciana, viene detrás. Lo cierto es que yo no conocía la existencia de esta cueva. He preguntado por el pueblo y otros tampoco sabían nada de ella”. »Efectivamente, poco después apareció la anciana. José la urgió para que se acercara prestamente con él a la gruta. La mujer dijo a José: “Ya soy vieja y débil, y mi joven aprendiza carece de experiencia. Por eso he avisado también a otra partera para que nos ayude. Espero que venga enseguida”. Se encaminaron todos juntos a la cueva. Zelomí se interesaba por María y formulaba muchas preguntas a José, quien mostraba poco interés en responderle. Presionado, acabó por decirle que María era en realidad sólo su esposa o prometida. La partera inquirió: “¿No es tu mujer aún?”. José dijo: “No todavía. Es María, una de las que se criaron en el Templo y ha concebido de modo sobrenatural”. Replicó la partera: “¿Cómo puede ser verdad esto?”. José dijo bruscamente: “Pues ven y verás”. Y no añadió ni una palabra más. Salomé, la partera »Por fin entraron en la cueva. José dijo a las dos mujeres: “Pasad y asistid a María, mi esposa”. La comadrona se sobrecogió de miedo al penetrar en el interior de la cueva por la brillantísima y misteriosa luz que había dentro. Fuera, el sol había comenzado su declinación y era esperable una cierta oscuridad. Pero –gran sorpresa-- cuando se hallaron delante de María, ya esta había dado a luz sola, y se encontrada sentada sobre una piedra redonda, con un hermoso niño entre sus brazos: había alumbrado a su hijo lejos de los hombres y sin ayuda ninguna. María sonreía, mientras José, Zelomí y su ayudante contemplaban atónitos la escena. »José dijo a María, extrañado igualmente del repentino y rapidísimo parto de su esposa en solitario: “Aquí te he traído a estas mujeres... al menos por si necesitas algún remedio”. Pasó un poco de tiempo mientras la partera examinaba al niño y a su madre, y José se mantenía respetuosamente a distancia. De repente, Zelomí se puso a gritar con tan grandes voces que retumbaron todos los rincones de la caverna. Entre exclamaciones de asombro, dijo estas claras palabras: “¡Misericordia, Señor y Dios grande, pues jamás se ha visto lo que yo veo: que unos pechos estén henchidos de leche y, a la vez, un niño recién nacido esté anunciando en silencio la virginidad de su madre! Ninguna mancha de sangre en el recién nacido, ningún dolor ni secuelas en la parturienta. ¡Esto es una maravilla! Con razón, la luz de esta gruta se ha multiplicado y oscurece con su resplandor el fulgor del sol”. »Zelomí permaneció un buen rato más dentro de la cueva y, finalmente, se dispuso a dejar la gruta. Justo entonces llegó a su encuentro la otra partera, más joven, de nombre Salomé, a la que había llamado en su ayuda. Zelomí exclamó alborozada: “Tengo que contarte una maravilla nunca vista, ya que una virgen ha dado a luz, cosa que, como sabemos, no sufre la naturaleza humana”. Pero Salomé sonrió irónicamente y se mostró incrédula, mofándose de las palabras de la anciana. Repuso: “Por vida del Señor, que no creeré tal cosa, si no introduzco yo misma mi dedo y examino a la madre”, y entró en la cueva sin tardanza. La brillante luz de su interior parecía entonces más soportable. La incredulidad castigada La joven partera casi ni se fijó en el niño, ni apenas examinó el interior de la gruta, sino que dijo directamente a María: “Disponte, que voy a examinarte; porque hay entre nosotras un gran altercado respecto a ti”. Salomé introdujo su dedo en la naturaleza, pero de repente lanzó un grito y exclamó: “¡Ay de mí! ¡Mi maldad y mi incredulidad tienen la culpa! Por tentar al Dios vivo se desprende de mi cuerpo mi mano carbonizada”. Todos se quedaron espantados ante la escena. Salomé gemía e invocaba, arrepentida, a Dios. Pasó un corto espacio de tiempo, mientras el silencio de la cueva sólo era roto por los intensos gemidos de la mujer. De repente, se apareció un ángel del cielo y dijo a la partera: “Salomé, el Señor te ha escuchado y ha aceptado tu arrepentimiento. Acerca tu mano al niño, tómalo, y habrá para ti alegría y gozo”. »La mujer se acercó, tomó a Jesús con dificultades entre sus brazos, y de repente se sintió curada. Su mano, que había quedado seca y negra, y que amenazaba con desprenderse de su cuerpo comenzó a revivificarse y en unos instantes apareció de nuevo sonrosada y con una piel tersa y maravillosa. Transcurrió bastante rato y la comadrona salió en paz de la cueva, dispuesta a contar a todo el mundo las experiencias que había tenido. Pero al cruzar el umbral se oyó una voz del cielo que decía: “No digas las maravillas que has visto hasta que el Niño esté en Jerusalén”. Naturalmente, Salomé no cumplió la orden de la voz celeste y proclamó a los cuatro vientos lo que le había acaecido». Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Domingo, 1 de Enero 2017
NotasEscribe Antonio Piñero Como escribía ayer voy a poner un solo ejemplo por ahora de un patrón de recurrencia, el de las relaciones de Jesús con el Imperio, que puede ser perturbador porque sitúa al personaje en una luz insólita para algunos acostumbrados desde pequeñitos a un Jesús manso y humilde de corazón (Mt 11,29 y 21,5) dibujado ante todo por Mateo y Lucas: el de un Jesús interesado por la situación política y social del Israel de su tiempo. Y no podía ser menos, ya que en el mundo judío de la época religión y política y sociología iban íntimamente unidas (tal como ahora ocurre con el islam, que al fin y al cabo es una religión abrahámica nacida en la Arabia Félix como heredera de un cristianismo basado en los evangelios y tradiciones apócrifas y en un judaísmo un tanto elemental y un poco barbarizado): el predicador de la inmediata venida del reino de Dios en la tierra de Israel era necesariamente, por la fuerza de los hechos y de las circunstancias del país y tiempo en el que vivía, un Jesús sedicioso desde el punto de vista del Imperio Romano. El patrón, o cadena de textos y alusiones desperdigadas en los evangelios que voy a presentar está sacado de dos ensayos, uno mío y otro de F. Bermejo. El primero es “Jesús y la política de su tiempo”, apéndice/ensayo que iba acompañando una novela de Emilio Ruiz Barrachina, que dio origen a la película “El Discípulo”, y que una mala propaganda editorial de Ediciones B dejó bastante en la sombra: Barcelona, 2010, pp. 217-311. ISBN: 978-84-666-4326-9. Y el de F. Bermejo es un artículo en inglés titulado “Jesus and the Anti-Roman Resistance A Reassessment of the Arguments”, publicado en “Journal for the Study of the Historical Jesus” 12 (2014) 1-105, del que no hay versión castellana, pero que es totalmente accesible en Academia.edu. Se trata, pues, de unir en una cadena textos evangélicos canónicos que apuntan en la dirección señalada por el título de los dos ensayos. El marco de mi propuesta en mi trabajo arriba mencionado es que la predicación de Jesús del reino de Dios en la tierra de Israel, con sus típicas características de bienes materiales y espirituales que la divinidad habría de conceder en esos tiempos, supone un cambio tal de la situación política y social del país que no podría conseguirse sin una acción armada, bien fuera milagrosa, de parte de Dios –que enviaría por ejemplo doce legiones de ángeles a expulsar a los malvados (Mt 26,53)–, bien por mano humana pero con la ayuda igualmente de la divinidad. En cualquiera de los dos casos los romanos tenían que ser expulsados de la tierra de Israel, propiedad sólo divina, lo que naturalmente no ocurriría sin violencia. 1. Lc 22,35-38: “Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada». Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; porque os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: “Ha sido contado entre los malhechores”. Porque lo mío toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». El les dijo: «Basta»”. 2. Mc 3,18; Mt 10,4; Lc 6,15; Hch 1,13: Jesús tenía entre sus discípulos un celota al menos, Simón el “cananeo”, como discípulo íntimo. Es muy improbable que lo hubiera elegido sin comulgar con su ideología. El apelativo “cananeo” significa “celote” (arameo qanna’), no un “individuo que procede de la ciudad de Caná”. 3. Cierto “ruido de sables”, cuyos restos son perceptibles: Mt 10,34: “No vine (al mundo) a poner paz, sino espada...”; igualmente Mt 11,12: “El reino de Dios padece violencia y los violentos lo toman por la fuerza”, dicho que aparece también en Lc 16,16. 4. “"Si alguien quiere ir tras de mí, niéguese sí mismo y coja su cruz y sígame” (Mc 8,34 y sus paralelos en Mt 10,38 y 16,24) no significa lo que entiende normalmente un piadoso cristiano, a saber una incitación al sacrificio en el marco del discipulado de Jesús, en el cual el vocablo “cruz” es entendido metafóricamente. Por el contrario, estas palabras deben entenderse en su significado más real, como la pena que imponían usualmente los romanos a quienes prendieran como sospechoso de rebelión contra el Imperio, los celotas. Jesús afirmaría entonces: “El que desee seguirme debe atenerse a las consecuencias. Si los romanos lo capturan, puede acabar en la cruz”. Ello indicaría que las acciones y dichos de Jesús podrían, al menos en ocasiones, situarse en el ámbito de una acción políticamente peligrosa desde el punto de vista romano. 5. Lc 22,49: «Señor, ¿herimos a espada?»”. Este pasaje muestra que los discípulos iban armados. Únase al texto de Lc 22,38: “Ellos, los discípulos, dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas»”, citado al completo en 1. Seguiremos hasta aproximadamente 35 textos evangélicos, lo cual es un buen número para una cadena o patrón. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 31 de Diciembre 2016
Notas![]() Voy a terminar esta ·disquisición” sobre los patrones de recurrencia que he estado haciendo de la mano del Prof. F. Bermejo, cuyo artículo “La figura histórica de Jesús y los patrones de recurrencia Por qué los límites de los criterios de autenticidad no abocan al escepticismo” (accesible en Academia.edu), artículo que he comentado y parafraseado en las últimas postales. Y terminaré con el ejemplo, aducido por F. Bermejo, del Prof. Dale C. Allison Jr., actualmente en la Universidad de Princeton, autor muy estimado especialmente por su Comentario” el Evangelio de Mateo y por algunas obras sobre el Jesús histórico, entre las que destacaría The Historical Christ and The Theological Jesus, y Jesus of Nazareth Millenarian Prophet, que ha impulsado enormemente la utilización de los patrones de recurrencia, ya que en su opinión el que se repita continuamente o en muy diversos lugares de nuestras fuentes un aspecto determinado de la personalidad o de la función de Jesús hace que tal aspecto tenga todos los visos de ser histórico. Naturalmente esta idea se refiere a las impresiones generales sobre la persona de Jesús. Es claro que el autor insiste en su obra en la cantidad de recurrencias: cuantas más veces aparezca un detalle o un aspecto, tanto más posibilidades tiene de ser histórico. El argumento esgrimido para fundamentar este aserto es el siguiente: los estudios sobre la memoria colectiva demuestra que esta se fija sobre todo en los aspectos generales y menos en los detalles, y que son estas generalidades las que se guardan por más tiempo y con mayor fidelidad en tal memoria colectiva. Añade Allison que si rechazáramos este argumento, a saber de prestar atención histórica a ciertos puntos generales sobre Jesús, caeríamos en el más absoluto escepticismo: hay que abandonar toda esperanza de encontrar algo fiable en los Evangelios. Y esto no parece ser razonable, viéndolos en su conjunto. Rápidamente surge la dificultad: si utilizamos como modelo para la investigación los patrones de recurrencia, y abandonamos el uso de los criterios de autenticidad, obtendremos una imagen de Jesús muy superficial, generalista y poco utilizable. La respuesta es este argumento no es difícil: a) El uso de los patrones de recurrencia no significa por sí mismo (aunque algunos investigadores hayan intentado proponerlo) el rechazo o la exclusión del uso de los ya tradicionales criterios de autenticidad. Ejemplo: Especialmente el “criterio de dificultad” es imprescindible, porque un patrón de recurrencia (por ejemplo, el reino de Dios como núcleo de la predicación de Jesús y su carácter, inmediato, futuro, material y espiritual) se topa con la teología preponderante del cristiano del siglo II que no admite algunos de esos atributos. La dificultad hace que sea muy verosímil ese aserto. Más: no tenemos por qué dejar de utilizar cualquier otro criterio como el de la “múltiple atestiguación” (no es lo mismo este criterio que el de patrón de recurrencia, ya que el primero solo afirma que para que sea verosímilmente histórico un pasaje o un motivo evangélico tiene que estar atestiguado al menos en dos fuentes independientes). b) Estas aparentes generalidades ayudan muchísimo para reconstruir una figura de Jesús correcta, ya que comienza con el patrón de recurrencia “Jesús y Juan Bautista”, que une la figura de Jesús a la de este último y proporciona un marco seguro para el inicio de la actividad de Jesús, precisándola desde luego con otros instrumentos. Además, el motivo recurrente “Jerusalén-causas de la muerte de Jesús” contribuye a situar el final del personaje. Ambos patrones, el del principio y del final, son un buen marco para encuadrar la actividad y la personalidad de Jesús. Ya habrá tiempo luego para precisar esta figura básica con la ayuda de los criterios de autenticidad usuales. En conclusión: estas últimas consideraciones nos ayudan a salir definitivamente del escepticismo radical. No todo está perdido en la investigación sobre el Jesús histórico. Existen una serie de conjuntos básicos y generales que nos ayuda a reconstruir con bastante seguridad la figura básica de Jesús. La reconstrucción crítica posterior puede ayudarse de otros medios, pero puede saber que parte de bases seguras. Alguien dirá que partir de motivos generales para reconstruir a Jesús es contentarse con algo demasiado pequeño, parco, o insatisfactorio. Respondo, con el Prof. Bermejo, que más vale algo sólido que nada. Segundo, que ese algo no es tan poco: hemos citado que podemos situar bastante bien los inicios y el final de Jesús, y con gran solidez. Tercero: esta objeción no significa que la utilización de los “patrones de recurrencia” sea inválida por sí misma, sino en todo caso que es básica, inicial, y que debe ser completada con otras herramientas. Los “patrones” son ante todo puntos de partida seguros, no el final de la investigación. Y por último: sigue siendo verdad que siempre nos queda el consenso de los investigadores a lo largo de decenios y siglos para partir de una base relativamente segura sobre Jesús. Expliqué en el prólogo de mi libro “Jesús y las mujeres” (editorial Trotta, Madrid 2ª edición de 2014) que la verdad histórica absoluta no existe y menos en historia antigua, donde hay tan pocos elementos para reconstruirla. Pero que el consenso de mentes ilustres que han investigado desde todos los puntos de vista a Jesús durante cerca de 250 años, de estudiosos que proceden de todos los lugares y de todos los ambientes sociales, políticos y religiosos, incluidos ateos declarados o agnósticos redomados, ese consenso digo sobre ciertos puntos de la vida, función y mensaje de Jesús goza de una cierta validez y estimo que es un buen punto de partid para investigar al personaje. Desde que en 1768 Lessing publicó la obra de Hermann Samuel Reimarus, “Sobre el propósito de Jesús y el de sus discípulos” han pasado más de doscientos años. Y se ha formado en algunos puntos un cierto consenso no solo entre investigadores independientes, sino entre confesionales y los primeros. Y en general este consenso se basa, aun sin nombrarlo, en la impresión causada en el investigador por el material recurrente de los evangelios. Es síntesis me parece que no es mal punto de partida para investigar a Jesús de Nazaret la utilización del método de los patrones de recurrencia. El próximo día, y utilizando dos publicaciones, una mía y otra del Prof. Bermejo, pondré como ejemplo el patrón que suele costar más asimilar a mucha gente: la de un Jesús sedicioso desde el punto de vista del Imperio Romano, un “sedicioso” al menos que rompe el esquema de un Jesús manso y humilde de corazón exclusivamente…, pero del que hay como mínimo una treintena de indicios recurrentes esparcidos por los evangelios. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 30 de Diciembre 2016
NotasEscribe Antonio Piñero Sin duda alguna, hay mucho material evangélico sobre el que no es posible dictaminar con seguridad si pertenece al estrato histórico más cercano a Jesús o bien es un producto de una reelaboración posterior de la primitiva tradición o bien de los evangelistas mismos. Y si no se tiene un material sólido es difícil, o mejor imposible, construir una “vida” de Jesús sobre ellos. Por este motivo diversos investigadores han vuelto su mirada hacia otro sistema, y en concreto los “patrones de recurrencia”. Creo que ya los he definido en alguna postal anterior, pero lo hago ahora de nuevo, brevemente. Según el Prof. Bermejo, que recoge ideas iniciadas ya por investigadores de principios del siglo XX, un patrón de recurrencia” son textos de los evangelios que apuntan hacia una misma dirección, pasajes o sentencias que tomados todos juntos producen una visión de conjunto transmiten una impresión sólida de una actitud, un hecho o de una manera de ser de Jesús. Y pone el ejemplo siguiente: si se leen bien los evangelios, hay suficientes pasajes o alusiones breves que apuntan a la idea de que Jesús tuvo una elevada conciencia de sí mismo y de su misión. No siempre es posible tener garantías de autenticidad sobre cada texto en particular, pero la presencia recurrente de una misma idea en las fuentes permite alcanzar una cierta seguridad al investigador. F. Bermejo acoge con entusiasmo este método y yo estoy de acuerdo con él en que es muy provechoso. Y me voy a permitir de nuevo citarlo porque este sistema de investigar sobre Jesús es más añejo de lo que parece y ha sido utilizado sin darle el nombre actual por investigadores de una tendencia más bien confesional, a los que se les profesa respeto, pero que son poco atendidos en ocasiones por los investigadores independientes. Es el caso de C. H. Dodd, cuyas ideas sobre el Cuarto Evangelio ––al que concede una historicidad de conjunto que otros estudiosos niegan–– son siempre interesantes. El ejemplo es este: si se forma un grupo, un racimo de los siguientes pasajes, se puede llegar a la conclusión muy verosímilmente histórica que Jesús tuvo una actitud abierta hacia los marginados de la sociedad en la que vivía y que les prestó mucha atención como candidatos posibles a entrar en el reino de Dios cuya venida él predicaba: · La llamada de Leví al apostolado: Mc 2,14; · La fiesta con publicanos y pecadores: Mc 2,15-17; · El episodio de Zaqueo: Lc 19,2-10; · L a pecadora en casa de Simón: Lc 7,36-48; · El caso de la adúltera: Jn 7,53–8,11; · La parábola de la oveja perdida: Lc 15,4-7; Mt 18,12-13; · La parábola del fariseo y el publicano: Lc 18,10-14; · La parábola de los niños en el mercado Mt 11,16-19; Lc 7,31-35 · E l dicho sobre publicanos y prostitutas que entran en el Reino Mt 21,32. Comenta Bermejo: “Tenemos aquí material extraído de gran variedad de fuentes y formas. Aunque los incidentes individuales no suelen repetirse, sí lo hace el motivo general. Y esto permite concluir a C. H. Dodd que la idea de que Jesús mostró una actitud abierta con los marginados corresponde a la realidad histórica”. Me sumo yo también a esta propuesta, y pienso que es un buen sistema para construir “marcos” en los que encuadrar a Jesús con cierta certeza. Y una vez construido un marco sólido de interpretación, pueden añadírsele otros materiales dudosos por el criterio de coherencia. Un ejemplo: si el análisis de los textos que relacionan a Juan Bautista con Jesús (prescindiendo del espinoso caso de si el Bautista fue maestro de Jesús o simplemente su precursor) y la observación de que partes de la predicación del Bautista es recogida y repetida por Jesús en los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas), podemos concluir con cierta seguridad que, al menos al principio de su ministerio, el marco mental del Nazareno y de su predicación era el del pensamiento judío apocalíptico ya tradicional en su tiempo. Y por el criterio de coherencia, y aunque algunos de los textos sean dudosos en sí en cuanto a su atribución a Jesús y no a sus discípulos o a un evangelista, podemos suponer que el material apocalíptico del gran discurso escatológico de Marcos 13 ––insisto: aunque no pueda retrotraerse a Jesús en todas sus partes–– sí correspondía en general a su tono y marco mental: Jesús era un profeta apocalíptico judío. El método tiene consecuencias notables, pues irá apuntando a un Jesús fundamentalmente judío que no rompió los marcos mentales de su religión. Será inverosímil según las probabilidades históricas que Jesús haya superado al judaísmo, dejándolo obsoleto. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 29 de Diciembre 2016
Notas
Escribe Antonio Piñero
En el artículo del Prof. Bermejo, que estoy comentando, hay varios ejemplos de casos –de pasajes de los evangelios– en los que el investigador se queda perplejo al aplicar los criterios de autenticidad…, pues no puede llegar a conclusión fiable alguna. Al leer a otros estudiosos y sus comentarios, y al entresacar los argumentos en pro y en contra de un texto, parece que las opiniones quedan empatadas: ¿auténtico, retrotraíble a Jesús? ¿No auténtico? No puede saberse. De entre esos ejemplos tomo uno para intentar una aclaración. Es el caso de Mc 15,34b / Mt 27,46. He aquí el texto: Marcos: “A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», -- que quiere decir -- «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»”. Mateo: “Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» ” Ciertamente esta frase final de Jesús en la cruz es la única que goza de “atestiguación múltiple” (por lo tanto, en principio, es atendible como auténtica). Pero el argumento es deficiente, no vale, ya que Mateo “se inspira” claramente en Marcos. Por tanto, la atestiguación es única. En pro de la autenticidad: · El resultado de la aplicación del criterio de dificultad: parece impensable que la comunidad primitiva hay podido inventar esta frase, pues presenta a un Jesús desesperado, que ha perdido la confianza en su Padre, un Jesús fracasado y que, según algunos, reniega en el fondo del Dios en quien había confiado plenamente. Toda su idea del reino de Dios parece irse al traste. · El resultado del criterio del trasfondo arameo: las frases reproducidas en arameo / hebreo (aquí muy parecidos) atestiguan una tradición firme y sólida, lo que lleva a pensar que se retrotrae a un recuerdo firme de Jesús. · El resultado del criterio de plausibilidad: esa frase se corresponde bien con lo que podría esperarse de un condenado al severísimo tormento de la cruz. · El que en ese momento Jesús –un experto en las Escrituras– recordara el texto del Salmo 22 es sumamente verosímil. En contra de la autenticidad: · Lo dicho más arriba sobre la verdadera falta de atestiguación múltiple. · Las citas y alusiones a las Escrituras son muy numerosas en la historia de la pasión, tantas (se calcula que en torno a 80) que puede pensarse que allá donde aparece una alusión, o más una cita explícita, la realidad histórica ha sido acomodada para que se vea que ocurrió según estaba predicho por las Escrituras. · El criterio del trasfondo arameo no es del todo convincente, porque la historia de la pasión es probablemente la fuente o fragmento preevangélico más importante compuesto cuando había muchos judeocristianos cuya lengua materna era el arameo. Si se trataba de presentar a Jesús como un justo piadoso que al morir cita las Escrituras, no era difícil añadir –o sencillamente fingir– un texto sagrado en esa lengua. · Una cita del Salmo 22 no tiene por qué ser una prueba de un estado de desesperación de Jesús. Es sabido que en su época se podía citar un solo versículo de un pasaje con la intención de que el oyente o el hablante lo completara por su cuenta. Es así que el Salmo 22 termina con exclamaciones e esperanza y confianza en Dios (véase: “«Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza, raza toda de Jacob, glorificadle, temedle, raza toda de Israel». Porque no ha despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, mas cuando le invocaba le escuchó” (vv. 23.24). Por tanto, el profeta cristiano atribuyó estas palabras a Jesús, o en cuyo nombre habló, puedo pensar que no era un grito de desesperación, sino de esperanza. Y si es así, desaparece el problema planteado por el criterio de dificultad. · Por último: si los otros evangelistas, Lucas y Juan, atribuyen al último momento de Jesús sentencias diferentes (Lucas: Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, = en tus manos pongo mi espíritu» = y, dicho esto, expiró: 23,46; Juan: “Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu” (19,30), ¿por qué vamos a prestar más crédito a Marcos? En conclusión: el intérprete no puede tomar una decisión satisfactoria sobre si esta última frase de Jesús que le atribuyen Marcos y Mateo es históricamente segura o no lo es. Y así puede ocurrir en muchos otros casos si, tomando papel y pluma, recorremos los comentarios especializados y vamos apuntando los argumentos en pro y en contra de la autenticidad de muchas sentencias de Jesús. Este hecho abrirá el camino para –al menos- construir un marco histórico de diversas situaciones de Jesús (o un marco general de interpretación de Jesús del que puedan derivarse posibilidades de que una sentencia concreta sea verosímilmente histórica) por medio de los patrones de recurrencia, que ya hemos definido y de los que debemos poner algún ejemplo. Continuaremos Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Miércoles, 28 de Diciembre 2016
NotasEscribe Antonio Piñero Hoy voy a retomar el hilo de una cuestión, la valoración de los criterios de autenticidad para la reconstrucción de Jesús histórico, que quedó cortada cuando finalmente me decidí a comentar el libro-homenaje “In Mari Via Tua” de la Universidad de Córdoba, y su consecuencia que fueron los artículos de la Dra. Carmen Padilla acerca de mis publicaciones de los últimos diez años. Esa incursión ha acabado ya, y vuelvo a la cuestión que nos estaba ocupando anteriormente: los criterios de autenticidad, su puesta en duda en cuanto a su efectividad por muchos estudiosos, y el nuevo sistema que podía ser su sustituto, o al menos su complemento, que es la utilización de los “patrones de recurrencia”. A este propósito publiqué el viernes 9 de diciembre de este año, 2016, en este Blog, una postal que llevaba el título «Los límites de los criterios de autenticidad y los “patrones de recurrencia”» (I). Hoy sigo, pues, con el tema. Recuerdo que estoy comentando un artículo del Prof. Fernando Bermejo –con el título “La figura histórica de Jesús y los patrones de recurrencia por qué los límites de los criterios de autenticidad no abocan al escepticismo”– que nuestro colega y amigo publicó en la revista “Estudios Bíblicos” 70,3 (2012) 371-401. Sus conclusiones son muy interesantes y merecen consideración Comenta el Prof. Bermejo que el uso de los “criterios de autenticidad” no sirven a menudo para construir una imagen del Jesús histórico partiendo desde cero, es decir, como si el investigador –cuando empieza a estudiar a Jesús– hubiera borrado de su mente todas las ideas que tenía sobre este personaje y comenzara a formar una imagen histórica de Jesús a base de ir estudiando una por una las perícopas evangélicas pertinentes, analizándolas por medio de los “criterios de autenticidad”. Pero resulta –afirma– que nunca es así: el investigador/estudioso no puede hacer una tabla rasa de las ideas que tenía previamente sobre Jesús, sino que busca confirmarlas, o moldearlas, a veces cambiarlas, volviendo a ver con ojos de crítico las perícopas pertinentes. Pero previamente tiene una idea de cómo era Jesús. Por tanto: los criterios de autenticidad valen para ver con ojos críticos las nociones previas que tenemos sobre Jesús, pero no para encontrar ideas o imágenes nuevas…, realmente nuevas. Por consiguiente: esos criterios no sirven como herramientas “heurísticas” (vocablo derivado del verbo griego heurísko, “inventar”, de donde viene la exclamación Eureka) para descubrir cosas nuevas, sino para confirmar o desechar las ya existentes. Bermejo se une entusiásticamente a la propuesta de Dale C. Allison, investigador norteamericano, actualmente catedrático de Nuevo Testamento y cristiano primitivo en la Universidad de Princeton, que fue el gran impulsor a nivel internacional de los “patrones de recurrencia”. Bermejo sustenta el uso de esta herramienta afirmando que ciertamente la utilización sola de los “criterios” no es suficiente. Escribe: “Es de temer que (el uso de) los criterios (de autenticidad) no sea tanto una garantía de objetividad cuanto un medio de prestar apariencias de objetividad, y un medio de canalizar la subjetividad de cada estudioso. Lo cierto es que las numerosas inconsistencias en el uso de los criterios parece buena prueba de ello”. El siguiente paso para confirmar esta idea (el primer paso era el de la “subjetividad en el uso de los criterios”; el segundo, una variante: “no valen como herramienta “heurística”) es la afirmación. “No siempre se puede llegar a una conclusión segura –entre los dichos y hechos de Jesús– acerca de su autenticidad. En muchos momentos la duda persiste sin poderse resolver”. Pero el Prof. Bermejo pone un caveat antes de fundamentar la existencia de dudas razonables sobre la autenticidad del material acerca de Jesús: lo anteriormente argumentado no significa que siempre estemos en duda acerca de la historicidad de todos los dichos y hechos de Jesús (es decir, no cabe el escepticismo absoluto), y pone los siguientes ejemplos: 1. Los pronunciamientos muy favorables de Jesús sobre Juan Bautista muestran grandes posibilidades de remontarse al Jesús histórico, pues “contradicen de modo flagrante la tendencia de la comunidad cristiana a subordinar a Juan y minimizar su importancia con respecto a Jesús”. 2. La crucifixión de Jesús es un hecho histórico, pues contradice paladinamente lo que los discípulos podrían pensar acerca del final de su amado maestro. Y a la inversa: hay material que con toda seguridad no se remonta a Jesús. Así: 1. El diálogo de Jesús y Juan en Mt 3,14-15, cuando el Bautista se niega al principio a bautizarlo: “Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.» Entonces le dejó”. Es evidente a) que las palabras de Juan Bautista son redaccionales, es decir, provienen de la pluma de Mateo y contienen vocablos y pensamientos mateanos; b) el contenido no es plausible dada la situación de Juan Bautista, el desconocimiento que este tiene de quién es Jesús (confirmado por Mt 11,3 «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?»); c) la tendencia apologética: el deseo claro –debido a la teología cristiana primitiva– de presentar a Jesús aun nivel más elevado que el de Juan: Jesús es el mesías y Juan Bautista, el precursor. 2. El pasaje de Mt 28,16-20: Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17 Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. 18 Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Parece muy claro que estamos ante un caso de teología cristiana postpascual. La tradición de todo lo que conocemos de Jesús (su innegable nacionalismo y su rechazo a proclamar el evangelio a los gentiles: solo ha venido a predicar a las ovejas de Israel: Mt 15,24) hace imposible esta escena. Y no digamos la rotunda teología cristiana postpascual que supone la sentencia “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Parece, pues, imposible que estas palabras provengan del Jesús histórico. 3. Otros pasajes que presuponen el cerco y la destrucción de Jerusalén en la Guerra Judía del 66-70 d. C. pertenecen sin duda alguna a una fecha posterior a la muerte de Jesús. Por ejemplo, Lc 21,20: “Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación”, o bien la parábola de los viñadores homicidas de Mc 121-11 tal como se ha transmitido, Continuaremos con un solo caso de una perícopa, cuya autenticidad es discutidísima y seguiremos profundizando en el tema de los “patrones de recurrencia”. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Martes, 27 de Diciembre 2016
Notas![]() Escribe Antonio Piñero Diversas circunstancias me han impedido continuar con lo prometido en la postal del viernes pasado. Concluíamos, pues, hace un par de días que la primera teología cristiana indicaba que la vida real de Jesús como mesías comenzaba inmediatamente después de la recepción del bautismo de Juan Bautista, no antes, ya que el bautismo era el acto por el cual Dios lo consagraba visiblemente como su agente mesiánico. Por ello, pasado un cierto tiempo tras la muerte de Jesús, es más que probable que no hubiera ya gentes a quienes preguntar datos fiables sobre la vida oculta del personaje, aunque comenzara a sentirse que podía ser interesante para los cristianos saber algo de ella. Los posibles informantes habrían muerto prácticamente todos. El segundo factor que contribuyó a no buscar, inmediatamente tras la muerte de Jesús, datos sobre su infancia y juventud fue la firme creencia en la instauración fulgurante del reino de Dios. ¿Qué interés podrían tener los primeros cristianos en atesorar datos sobre esos años en los que Jesús no era aún señor y mesías? Es evidente que si el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina, tenía poco sentido ponerse a indagar noticias sobre la infancia y niñez –en un oscurísimo pueblecito de Galilea– de un niño que era hijo de un simple carpintero, y del que en aquellos momentos no se tendría la menor idea que iba a ser tan importante. El fin del mundo vendría enseguida; lo demás importaba poco. Ahora bien, cuando la gente comenzó a sentir el retraso de esa venida de Jesús, o simplemente cuando se pensó que la parusía vendría mucho más tarde, y cuando al mismo tiempo iba quedando claro en los creyentes que Jesús era un mesías de tal clase que su naturaleza tenía una gran parte de celestial…, fue cuando se empezaron a componer las primeras «biografías» de Jesús, los evangelios. Marcos fue el primero en escribir una «biografía» de esa clase, pero de esos años oscuros no informaba nada…, probablemente porque no sabía o no le interesaba. Y eso que solo habían pasado unos cuarenta años después de la muerte de Jesús. El Evangelio de Marcos debió de conocerse pronto entre las comunidades más importantes de seguidores de Jesús en las ciudades prominentes del Imperio Romano. Es de suponer que a muchos de sus lectores debió de parecerles que a esa «biografía» le faltaba un elemento esencial que sí tenían otras «vidas» de hombres ilustres que circulaban por la época, a saber el relato de la infancia del héroe. Y esa infancia tenía que ser maravillosa, puesto que su vida de adulto lo había sido. Es lógico que entonces empezaran los creyentes a preocuparse por cómo habría sido la vida del verdadero héroe, el mesías, Jesús. Pero, como hemos dicho, era demasiado tarde. Si en tiempos de Marcos sería ya difícil encontrar informantes sobre la vida oculta de Jesús, mucho más hacia los años 80-90, o más, cuando se compusieron los evangelios de Mateo y de Lucas. En esos años es ya seguro que no quedaría ningún anciano en Nazaret o alrededores, o algún pariente Este panorama reconstruido nos lleva a concluir que las circunstancias físicas y teológicas impidieron la recopilación de datos sobre los años de la vida oculta de Jesús…, puesto que en el fondo no había habido interés alguno. Finalmente, y ante esa carencia de datos, hubo de intervenir la función mitopoética del ser humano, la fértil imaginación popular que deseaba rellenar con datos, aunque fueran ficticios, los «huecos» en blanco de la vida de Jesús. Ante ese vacío, los más imaginativos –y partiendo de lo que creían en aquello época como verosímil– inventaron multitud de leyendas en torno a esos a los años ocultos de la vida del «héroe». Y en cada grupo de cristianos se crearon leyendas diferentes. Comienza así a actuar el impulso que llevará a la composición de evangelios apócrifos: rellenar con meras leyendas fantasiosas los huecos que dejaban las primeras biografías de Jesús aceptadas por las comunidades más importantes. Y una última consideración: ese impulso mitopoético, generador de tales leyendas que procuraban rellenar huecos de la historia, se observa ya como existente y actuante en los capítulos iniciales de los dos evangelios canónicos que tratan algo de la vida oculta de Jesús, los de Mateo y Lucas. Pero es muy plausible además que los autores de esos evangelios, es decir, quienes escribieron Mt 3-28 y Lc 3-24, no hubieran escrito nada sobre la vida oculta de Jesús (los personajes que actúan esos capítulos de sus obras no saben absolutamente nada de lo que se cuenta antes, por muy maravilloso e interesante que hubiese sido), y que fueran manos posteriores las que añadieron, con más o menos habilidad e imitando el estilo, esos dos primeros capítulos a las obras ya completas de Mateo y de Lucas. Y si esto es así, no queda más remedio que admitir que quienes añadieron esos capítulos 1-2 tanto al Evangelio de Mateo como al de Lucas sucumbieron ya al impulso de rellenar con leyendas los huecos de la infancia de Jesús de los que no se sabía prácticamente nada en realidad. El tono legendario (y contradictorio entre ellos) nos apunta a que está actuando ya en las manos complementarias de los evangelios canónicos el mismo deseo, o el mismo impulso, que llevará a la creación de los evangelios apócrifos. En mi opinión, y en la de otros muchos, los primeros «evangelios apócrifos» están ya dentro de los evangelios canónicos de Mateo y de Lucas. En síntesis: si no había datos sobre algo que interesaba en la vida de Jesús, la imaginación popular los inventó. Y esto fue lo que ocurrió con el «héroe» Jesús, ya que no fue héroe hasta que murió y fue resucitado por Dios (Hch 2,22-24). Su vida «oculta», fue tal por las circunstancias de unos momentos que tenían ocupadas las mentes solo en su pronta y segunda llegada. Para ellos esa «vida oculta» no tuvo importancia alguna. Y cuando la tuvo, las fuentes de información fidedigna no existían. No hubo más remedio que inventarlas. Y una conclusión más general: no hay de verdad «enigmas» en torno a la vida oculta de Jesús, sino solo absoluta falta de información fiable. En realidad, la vida de Jesús es perfectamente encasillable dentro de los paradigmas de que conforman las actuaciones de otros personajes de la época. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Lunes, 26 de Diciembre 2016
Notas![]() Escribe Antonio Piñero Por estas fechas de Navidad suele oírse, en medios de comunicación que abordan temas religiosos o en revistas de igual talante, hablar a la gente o a los periodistas de los «enigmas de la Navidad» o bien de los «enigmas» de la vida oculta de Jesús. A este respecto, me he preguntado muchas veces el porqué de esta expresión: ¿por qué nos planteamos tantos enigmas y buscamos resolverlos? La respuesta es sencilla, pero no tanto el trasfondo de esa respuesta como veremos enseguida. Y la respuesta es: «Por falta absoluta de información fiable». Y ¿por qué no tenemos informaciones fiables sobre la vida oculta de Jesús? Ulterior respuesta: Por el carácter del cristianismo más primitivo y sus ideas en torno a la naturaleza del mesías. Me explico: la teología más primitiva del cristianismo naciente tenía tres grandes focos de desarrollo: A) Jerusalén en donde, según Hechos, se habían reunido los discípulos más allegados de Jesús después de su muerte cuando ya albergaban la creencia firme en su resurrección; B) Galilea. Aunque no tengamos noticias apenas de este grupo, lo que se habla de Galilea en los relatos de las apariciones en los evangelios canónico y la posible existencia de la «Fuente Q» (en caso de que se acepte su procedencia también más que posible de Galilea) hace verosímil la existencia allí de un grupo cristiano muy primitivo de seguidores de Jesús. Y C) Antioquía: en donde recaló la mayoría de los expulsados después de la persecución anti judeocristiana narrada en Hch 8, y en donde fue acogido Pablo durante unos catorce años. Ahora bien, tanto la teología jerusalemita, como la de los antioquenos y la de Pablo defendían que el mesías era un mero hombre, un hombre normal, de nacimiento totalmente normal. Y solo su vida de obediencia absoluta a Dios, su muerte conforme a un designio divino y su exaltación a los cielos junto con su sesión a la derecha del Padre lo convirtieron en una entidad divina, pero cuya naturaleza no quedaba del todo clara. Pero su procedencia meramente humana sí era clarísima. Para probar que era así basta con reflexionar en la teología subyacente al discurso de Pedro tras Pentecostés, al menos como lo reflejan los Hechos (2,22-24): «Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio. Obsérvese la expresión «hombre acreditado» y «Dios lo resucitó» … y que no fue él el que se resucitó a sí mismo. A estas ideas se añade que Esteban en su discurso antes de morir, recogido en el capítulo 7 de Hechos, se denomina a Jesús “profeta igual a Moisés” (Hch 7,37). Y ahora la conclusión: parece claro que si se consideraba a Jesús un mero hombre y un profeta, y que su importancia teológica comenzaba solo después de su resurrección, cuando Dios lo confirmó en sus funciones de «señor y mesías» (Hch 2,36), todo el mundo pensaría sin más que su vida oculta, los primeros treinta años no debió de tener importancia ninguna… al igual que la de otros profetas ¿Quién tenía interés por informarse acerca de «la vida oculta» de Isaías, Jeremías, o Ezequiel? De hecho la primera teología cristiana indicaba que la vida real del mesías Jesús comenzaba inmediatamente después de la recepción del bautismo de Juan Bautista, no antes (era ese el momento en el que la mayoría de cristianos pensaba que Dios lo escogía y le otorgaba su misión Por ello cuando treinta, cuarenta o cincuenta años se buscara a alguien para preguntarle sobre datos de la niñez de Jesús en Nazaret, es muy difícil que se lo encontraría. Todos probablemente habían muerto. No había gentes a quienes preguntar datos fiables sobre la vida oculta del personaje que ya era vital para los cristianos y del que se deseaba saber todo lo posible. Continuamos mañana con estas observaciones para llegar a la conclusión de la falta de información fiable, segura, era casi inevitable Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 23 de Diciembre 2016
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Editado por
Antonio Piñero
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Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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