Bitácora
Alianza devaluada
José Rodríguez Elizondo
Quienes se comprometen en una “alianza estratégica”, asumen –o deben asumir- que se deben un trato privilegiado, especialmente en materias de seguridad nacional. Una relación de ese tipo siempre es discriminatoria respecto de terceros. Pretender, como el Presidente de Argentina Néstor Kirchner, ser aliado estratégico de Brasil, Bolivia, Chile y Venezuela, con los mismos énfasis en las mismas materias, es una malversación semántica.
Ese despilfarro del concepto viene a cuento porque, tras endosar a Chile el aumento de costos del gas boliviano importado, comprometerse (otra vez) a no reexpedir moléculas de dicho gas a este país y discriminar contra los consumidores vecinales de gasolina al paso, Kirchner volvió a mostrar lo poco que aprecia la alianza estratégica argentino-chilena.
Esas decisiones las tomó sólo considerando a los nacionales de su país, que han aumentado exponencialmente su consumo de gas natural, gracias a una poco ortodoxa politica de subsidio gubernamental. En otras palabras, el líder argentino no ha considerado, para nada, los compromisos jurídicos y políticos con Chile, que tienen su raíz en un Protocolo gasífero de 1995.
Empeorando el mal rato, la delegación chilena de alto nivel que fue a verlo, para acotar los estropicios, se encontró sin margen para negociar. Kirchner decidió dejarle en claro, a través de su ministro de Planificación Julio de Vido, que lo decidido, decidido estaba. De Vido pudo, así, reactualizar su desafiante aserto del año antepasado: Chile fue y es la “variable de ajuste” de los consumidores argentinos.
La Presidenta de Chile, Michele Bachelet, debe estarse preguntando qué hacer con interlocutor tan poco interlocutable.
A primera vista, las respuestas se posan en la misma baldosa del año 2004 cuando, tras las primeras reducciones en el envío de gas, Ricardo Lagos dijo que la confianza mutua con Kirchner se había “trizado”. En efecto, la oposición chilena vuelve a pedir “mano firme”, medidas retorsivas y denuncia ante las instancias jurisdiccionales. El gobierno, por su parte, pondera si “hablar fuerte” y ejercer los recursos que le proporcionan la OMC, ALADI Y MERCOSUR, mientras el canciller Alejandro Foxley fija pautas a los consumidores industriales de gas argentino, para que absorban parte de las alzas.
Sin embargo, lo decisivo –lo “estratégico”- es entender que un reinicio del baile de los pisotones puede mutar en una guerra comercial y ésta, en una “guerra de los Rose”. Un manejo levemente desprolijo, no sólo incrementaría las penurias energéticas de Chile, que en gran parte son el fruto de una política sectorial imprevisora. También induciría un grave retroceso en una relación de la cual depende, en lo fundamental, el equilibrio geopolítico con los otros dos vecinos: Bolivia y el Perú.
Por eso, para los chilenos que entienden de geopolítica, la alianza estratégica con Argentina va más allá del precio del gas, de la horterada con la gasolina y de la fluctante fiabilidad de Kirchner. Su carácter es histórico-estructural y se origina en duras lecciones aprendidas. Esas que hicieron ver, a los nacionales de ambos países, hasta qué punto deben actuar de consuno, para velar por sus objetivos permanentes.
De acuerdo con esto, el gobierno de Chile puede y/o debe ejercer los recursos que le corresponden, pues el Derecho y la institucionalidad integracionistas existen para aplicarse. Pero, simultáneamente, la Presidenta Bachelet y el canciller Foxley deben velar porque la mala coyuntura se desactive. Al efecto, disponen, por lo menos, de dos sistemas de señales: uno, asumir la invitación del nuevo Presidente peruano Alan García para reintegrarse a la comunidad andina, que Chile abandonó durante la dictadura de Pinochet. Otro, mostrar que, tras el reciente rechazo de Londres a negociar sobre la soberanía de las Malvinas, Chile sigue manejando una importante “variable de ajuste”, respecto a ese gran objetivo de su vecino principal.
Ese despilfarro del concepto viene a cuento porque, tras endosar a Chile el aumento de costos del gas boliviano importado, comprometerse (otra vez) a no reexpedir moléculas de dicho gas a este país y discriminar contra los consumidores vecinales de gasolina al paso, Kirchner volvió a mostrar lo poco que aprecia la alianza estratégica argentino-chilena.
Esas decisiones las tomó sólo considerando a los nacionales de su país, que han aumentado exponencialmente su consumo de gas natural, gracias a una poco ortodoxa politica de subsidio gubernamental. En otras palabras, el líder argentino no ha considerado, para nada, los compromisos jurídicos y políticos con Chile, que tienen su raíz en un Protocolo gasífero de 1995.
Empeorando el mal rato, la delegación chilena de alto nivel que fue a verlo, para acotar los estropicios, se encontró sin margen para negociar. Kirchner decidió dejarle en claro, a través de su ministro de Planificación Julio de Vido, que lo decidido, decidido estaba. De Vido pudo, así, reactualizar su desafiante aserto del año antepasado: Chile fue y es la “variable de ajuste” de los consumidores argentinos.
La Presidenta de Chile, Michele Bachelet, debe estarse preguntando qué hacer con interlocutor tan poco interlocutable.
A primera vista, las respuestas se posan en la misma baldosa del año 2004 cuando, tras las primeras reducciones en el envío de gas, Ricardo Lagos dijo que la confianza mutua con Kirchner se había “trizado”. En efecto, la oposición chilena vuelve a pedir “mano firme”, medidas retorsivas y denuncia ante las instancias jurisdiccionales. El gobierno, por su parte, pondera si “hablar fuerte” y ejercer los recursos que le proporcionan la OMC, ALADI Y MERCOSUR, mientras el canciller Alejandro Foxley fija pautas a los consumidores industriales de gas argentino, para que absorban parte de las alzas.
Sin embargo, lo decisivo –lo “estratégico”- es entender que un reinicio del baile de los pisotones puede mutar en una guerra comercial y ésta, en una “guerra de los Rose”. Un manejo levemente desprolijo, no sólo incrementaría las penurias energéticas de Chile, que en gran parte son el fruto de una política sectorial imprevisora. También induciría un grave retroceso en una relación de la cual depende, en lo fundamental, el equilibrio geopolítico con los otros dos vecinos: Bolivia y el Perú.
Por eso, para los chilenos que entienden de geopolítica, la alianza estratégica con Argentina va más allá del precio del gas, de la horterada con la gasolina y de la fluctante fiabilidad de Kirchner. Su carácter es histórico-estructural y se origina en duras lecciones aprendidas. Esas que hicieron ver, a los nacionales de ambos países, hasta qué punto deben actuar de consuno, para velar por sus objetivos permanentes.
De acuerdo con esto, el gobierno de Chile puede y/o debe ejercer los recursos que le corresponden, pues el Derecho y la institucionalidad integracionistas existen para aplicarse. Pero, simultáneamente, la Presidenta Bachelet y el canciller Foxley deben velar porque la mala coyuntura se desactive. Al efecto, disponen, por lo menos, de dos sistemas de señales: uno, asumir la invitación del nuevo Presidente peruano Alan García para reintegrarse a la comunidad andina, que Chile abandonó durante la dictadura de Pinochet. Otro, mostrar que, tras el reciente rechazo de Londres a negociar sobre la soberanía de las Malvinas, Chile sigue manejando una importante “variable de ajuste”, respecto a ese gran objetivo de su vecino principal.
Bitácora
Carta a mis amigos
José Rodríguez Elizondo
Estimados amigos: Algunos de ustedes me han preguntado qué pasa con mi último libro, "Las crisis vecinales en el gobierno de Lagos", pues no han leído nada a su respecto. Otros me han comentado que era natural esperar el silencio crítico, por motivos de idiosincrasia: a los chilenos sólo nos interesarían los temas domésticos. He respondido a esos amigos que, a mi juicio, ese libro ya pertenece (precozmente) al universo chilensis de las cosas sobre las cuales no se habla. Esto, porque ha descolocado a un fuerte sector político chileno que postula a la infalibilidad y puesto a prueba nuestra receptividad al pensamiento critico. En efecto, hasta el momento, pese a la importancia de la editorial (Random House Mondadori), a la importancia estratégica de la temática, a que lo vecinal tambien es "doméstico" y a la actualidad de los contenidos, no ha aparecido ninguna crítica ni reseña en la prensa. La única opinión publicada proviene del exterior. Concretamente, de Argentina. Por cierto, no puedo disimular la satisfacción que me produce, dado que su autor, Marcos Aguinis, es una de las grandes personalidades de América Latina. Fue Secretario de Cultura en el gobierno de Raul Alfonsin, es Premio Nacional de Literatura y Premio Planeta por "La gesta del marrano", una de las más grandes novelas que se han publicado en lengua castellana. Para comodidad de ustedes, la reproduzco a continuacion.
Curso práctico de diplomacia
En el peligroso mundo de las relaciones internacionales, es poco frecuente el lanzamiento de un libro, Las crisis vecinales en el gobierno de Lagos, que simultáneamente ofrezca enseñanzas objetivas, crítica elevada, soluciones imaginativas y un lenguaje seductor y preciso. Menos frecuente aún es que el autor apunte sus objeciones contra un gobierno al que admiró y apoyó, y al cual no quita méritos.
En esta obra los tensos vínculos que durante los últimos años han tenido Chile, Bolivia, Argentina y Perú son disecados con arte y profundidad, basados en una profusa información, pero sobre todo en el conocimiento directo, con abundancia de ajustadas percepciones. La pintura de los aspectos relevantes que presenta cada uno de ellos conforma una magistral introducción a los conflictos internos y externos (vecinales) que focalizan las sucesivas páginas.
Desde la Introducción es manifestado el deseo de expresar la verdad aunque duela. En efecto, “sólo los gobiernos que fracasan sufren escrutinios severos”, dice Rodríguez Elizondo. El gobierno del presidente Lagos no entra en esa categoría. Sus abundantes logros en casi todas las áreas de su administración, inclusive en las relaciones internacionales, le han provisto de una coraza de inmunidad que transforma en políticamente incorrecto cualquier impugnación. Pero ese gobierno, aunque admirable, no ha sido perfecto. Sus fallas, aunque recortadas, merecen un análisis.
Rodríguez Elizondo, es uno de los pocos autores que se atreve a ese desafío, para algunos quizás una insolencia. Al riesgo lo esquiva merced a su evidente esfuerzo por mostrar con rotunda claridad el choque de intereses, tradiciones, mitos y expectativas, capaces de sembrar vientos que se transforman en tempestades. Entre los cuatro países han habido cálculos falsos, malentendidos, negligencias, negaciones y amenazas que funcionaron como piedras que obstruyeron las soluciones superadoras. En este aspecto la obra constituye una guía imperdible sobre las trampas que no se deberían volver a pisar.
José Rodríguez Elizondo posee una maciza experiencia política y diplomática, además de gran talento expositivo. No sólo procesa datos, sino que los olfatea. Su estudio de las relaciones entre los cuatro países del cono austral americano ofrece los instrumentos para comprender muchas claves que parecían herméticas y avanzar con decisión hacia políticas de largo aliento que beneficien al conjunto. Es un aporte oportuno que el nuevo gobierno chileno debería examinar con atención, y lo mismo vale para los países vecinos.
Detallar carencias de la política exterior de Chile, por parte de un chileno que ha vivido con pasión los últimos tramos de su agitada historia, es un ejercicio de higiene y de valentía. Su propósito es claramente edificante y se basa en un trabajado diagnóstico. El diagnóstico duele o asusta, pero es el mejor pórtico de una solución, si existe.
El estilo cálido, ameno y provocador de Rodríguez Elizondo contribuye a comprender el trenzado de factores económicos, políticos, culturales, estratégicos y sociológicos que caracterizan la tensa relación vecinal de Chile, Argentina, Bolivia y Perú. El autor no se esconde con elipsis, sino que toma posición cuantas veces los hechos le permiten hacerlo, y esta actitud merece ser valorada.
Sugiere ampliar la agenda, porque se torna evidente que en la hermandad de estos cuatro pueblos, no es la economía lo único importante. La acción debe ser creativa, con el ojo puesto en nuevas rutas de colaboración y entendimiento. Las fortalezas de una nación no son idénticas a las de la vecina y el intercambio no sólo se torna importante, sino decisivo. Conviene insistir que los vínculos vecinales no pasan en la actualidad por su mejor momento y hay nubes que opacan el horizonte. Frente a esta amenaza el libro de Rodríguez Elizondo asume un papel orientador, que sería un pecado marginar. Su apuesta se centra en los beneficios de la cooperación, la integración y la asociación, con la esperanza de que los recursos naturales y humanos que enriquecen a los cuatro países logren su potenciación más alta.
Marcos Aguinis. Artículo publicado originalmente en Nueva Mayoría
En el peligroso mundo de las relaciones internacionales, es poco frecuente el lanzamiento de un libro, Las crisis vecinales en el gobierno de Lagos, que simultáneamente ofrezca enseñanzas objetivas, crítica elevada, soluciones imaginativas y un lenguaje seductor y preciso. Menos frecuente aún es que el autor apunte sus objeciones contra un gobierno al que admiró y apoyó, y al cual no quita méritos.
En esta obra los tensos vínculos que durante los últimos años han tenido Chile, Bolivia, Argentina y Perú son disecados con arte y profundidad, basados en una profusa información, pero sobre todo en el conocimiento directo, con abundancia de ajustadas percepciones. La pintura de los aspectos relevantes que presenta cada uno de ellos conforma una magistral introducción a los conflictos internos y externos (vecinales) que focalizan las sucesivas páginas.
Desde la Introducción es manifestado el deseo de expresar la verdad aunque duela. En efecto, “sólo los gobiernos que fracasan sufren escrutinios severos”, dice Rodríguez Elizondo. El gobierno del presidente Lagos no entra en esa categoría. Sus abundantes logros en casi todas las áreas de su administración, inclusive en las relaciones internacionales, le han provisto de una coraza de inmunidad que transforma en políticamente incorrecto cualquier impugnación. Pero ese gobierno, aunque admirable, no ha sido perfecto. Sus fallas, aunque recortadas, merecen un análisis.
Rodríguez Elizondo, es uno de los pocos autores que se atreve a ese desafío, para algunos quizás una insolencia. Al riesgo lo esquiva merced a su evidente esfuerzo por mostrar con rotunda claridad el choque de intereses, tradiciones, mitos y expectativas, capaces de sembrar vientos que se transforman en tempestades. Entre los cuatro países han habido cálculos falsos, malentendidos, negligencias, negaciones y amenazas que funcionaron como piedras que obstruyeron las soluciones superadoras. En este aspecto la obra constituye una guía imperdible sobre las trampas que no se deberían volver a pisar.
José Rodríguez Elizondo posee una maciza experiencia política y diplomática, además de gran talento expositivo. No sólo procesa datos, sino que los olfatea. Su estudio de las relaciones entre los cuatro países del cono austral americano ofrece los instrumentos para comprender muchas claves que parecían herméticas y avanzar con decisión hacia políticas de largo aliento que beneficien al conjunto. Es un aporte oportuno que el nuevo gobierno chileno debería examinar con atención, y lo mismo vale para los países vecinos.
Detallar carencias de la política exterior de Chile, por parte de un chileno que ha vivido con pasión los últimos tramos de su agitada historia, es un ejercicio de higiene y de valentía. Su propósito es claramente edificante y se basa en un trabajado diagnóstico. El diagnóstico duele o asusta, pero es el mejor pórtico de una solución, si existe.
El estilo cálido, ameno y provocador de Rodríguez Elizondo contribuye a comprender el trenzado de factores económicos, políticos, culturales, estratégicos y sociológicos que caracterizan la tensa relación vecinal de Chile, Argentina, Bolivia y Perú. El autor no se esconde con elipsis, sino que toma posición cuantas veces los hechos le permiten hacerlo, y esta actitud merece ser valorada.
Sugiere ampliar la agenda, porque se torna evidente que en la hermandad de estos cuatro pueblos, no es la economía lo único importante. La acción debe ser creativa, con el ojo puesto en nuevas rutas de colaboración y entendimiento. Las fortalezas de una nación no son idénticas a las de la vecina y el intercambio no sólo se torna importante, sino decisivo. Conviene insistir que los vínculos vecinales no pasan en la actualidad por su mejor momento y hay nubes que opacan el horizonte. Frente a esta amenaza el libro de Rodríguez Elizondo asume un papel orientador, que sería un pecado marginar. Su apuesta se centra en los beneficios de la cooperación, la integración y la asociación, con la esperanza de que los recursos naturales y humanos que enriquecen a los cuatro países logren su potenciación más alta.
Marcos Aguinis. Artículo publicado originalmente en Nueva Mayoría
Bitácora
Almorzando con Alan
José Rodríguez Elizondo
Alan García, no sólo es un aprista doctrinario, también fue el delfín de Víctor Raúl Haya de la Torre. Como tal, sabe que el ilustre fundador fue atacado por las derechas nacionalistas peruanas, como “vendido al oro chileno” y que, en 1944, llegó a contraponer “el desprecio de nuestras oligarquías por el pueblo”, con “el patriotismo de los políticos conservadores chilenos”.
Haciendo honor a su logo, antes de asumir su primera presidencia trató de socavar los recelos chileno-peruanos, mediante el finiquito de las cláusulas pendientes del Tratado de 1929. Al efecto, envió como emisarios a Luis Alberto Sánchez y a Hugo Otero, quien sería luego su ministro para asuntos especiales. Entrevistado, entonces, por este servidor, Hugo no dejó de anotar la manera vulgar con que fue acogido su mensaje por el general Pinochet: “además, el partido ya está jugado, puh”.
Luego, para negociar mejor con sus criticos internos, Alan se manifestó decidido a encontrarse con el dictador chileno en la frontera. Ello, en momentos en que su compatriota Javier Perez de Cuéllar (Secretario General de la ONU) y el Rey de España, habían “filtrado” que sólo irian a Chile cuando volviera la democracia. Por cierto, la audacia alanista llegó a oídos chilenos y pronto aterrizó en Lima, alarmado, Juan Somavía, considerado el canciller in pectore de la disidencia. Un chileno residente lo puso en contacto con Armando Villanueva, histórico patriarca aprista y esa reunión dejó en claro que mejorar la relación estaba en el interés de todos, pero no al costo de una fraternización al nivel máximo. Esta iba en contra del sentimiento democrático, chileno y mundial.
Lo importante fue que –quizás como lo había previsto Alan- la negociación se inició, pero a nivel de cancilleres. Allan Wagner, por Perú y Jaime del Valle, por Chile, tuvieron buenas reuniones sobre el tema y llegaron a suscribir un texto que se llamó “Acta de Lima”. Hasta ahí no más llegaron, pues el almirante Jose Toribio Merino (dicen) se opuso a los acuerdos consensuados.
Por lo dicho, la Presidenta Michelle Bachelet almorzará, hoy, con un líder peruano sin complejos antichilenos. Es una excelente oportunidad para demostrar -a él y a nosotros mismos- que no cabe seguir soslayando los temas políticos, en aras de una diplomacia de simple administración… o con la esperanza errónea de que los grandes proyectos económicos traigan, por añadidura, la confianza que no ha existido durante más de 120 años.
Al respecto, no está de más decir que el tecnocratismo laguista y la mala química con Alejandro Toledo culminaron con la sustitución del incordio de 1929, por el nuevo incordio de la redelimitación marítima, (con las implicancias bolivianas que he señalado en mi reciente libro sobre las crisis vecinales). Tampoco está de más señalar que Alan se hace acompañar por su ex canciller Luis González Posada, dirigente aprista y por el diplomático José Antonio García Belaúnde, finísimo analista político que, según las “bolas” limeñas, se está dejando una notoria cara de canciller.
Tal vez el almuerzo de hoy deje, como conclusión, que la política debe dirigir estos encuentros y que el dicho “no hay mañana sin ayer” también debe aplicarse a la relación bilateral.
(Publicado en La Tercera el 22.06.06)
Haciendo honor a su logo, antes de asumir su primera presidencia trató de socavar los recelos chileno-peruanos, mediante el finiquito de las cláusulas pendientes del Tratado de 1929. Al efecto, envió como emisarios a Luis Alberto Sánchez y a Hugo Otero, quien sería luego su ministro para asuntos especiales. Entrevistado, entonces, por este servidor, Hugo no dejó de anotar la manera vulgar con que fue acogido su mensaje por el general Pinochet: “además, el partido ya está jugado, puh”.
Luego, para negociar mejor con sus criticos internos, Alan se manifestó decidido a encontrarse con el dictador chileno en la frontera. Ello, en momentos en que su compatriota Javier Perez de Cuéllar (Secretario General de la ONU) y el Rey de España, habían “filtrado” que sólo irian a Chile cuando volviera la democracia. Por cierto, la audacia alanista llegó a oídos chilenos y pronto aterrizó en Lima, alarmado, Juan Somavía, considerado el canciller in pectore de la disidencia. Un chileno residente lo puso en contacto con Armando Villanueva, histórico patriarca aprista y esa reunión dejó en claro que mejorar la relación estaba en el interés de todos, pero no al costo de una fraternización al nivel máximo. Esta iba en contra del sentimiento democrático, chileno y mundial.
Lo importante fue que –quizás como lo había previsto Alan- la negociación se inició, pero a nivel de cancilleres. Allan Wagner, por Perú y Jaime del Valle, por Chile, tuvieron buenas reuniones sobre el tema y llegaron a suscribir un texto que se llamó “Acta de Lima”. Hasta ahí no más llegaron, pues el almirante Jose Toribio Merino (dicen) se opuso a los acuerdos consensuados.
Por lo dicho, la Presidenta Michelle Bachelet almorzará, hoy, con un líder peruano sin complejos antichilenos. Es una excelente oportunidad para demostrar -a él y a nosotros mismos- que no cabe seguir soslayando los temas políticos, en aras de una diplomacia de simple administración… o con la esperanza errónea de que los grandes proyectos económicos traigan, por añadidura, la confianza que no ha existido durante más de 120 años.
Al respecto, no está de más decir que el tecnocratismo laguista y la mala química con Alejandro Toledo culminaron con la sustitución del incordio de 1929, por el nuevo incordio de la redelimitación marítima, (con las implicancias bolivianas que he señalado en mi reciente libro sobre las crisis vecinales). Tampoco está de más señalar que Alan se hace acompañar por su ex canciller Luis González Posada, dirigente aprista y por el diplomático José Antonio García Belaúnde, finísimo analista político que, según las “bolas” limeñas, se está dejando una notoria cara de canciller.
Tal vez el almuerzo de hoy deje, como conclusión, que la política debe dirigir estos encuentros y que el dicho “no hay mañana sin ayer” también debe aplicarse a la relación bilateral.
(Publicado en La Tercera el 22.06.06)
Bitácora
El triángulo del gas
José Rodríguez Elizondo
Las leyes de la triangulación son similares en el matrimonio y en la política exterior. En ambas situaciones “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Así, sospechar que el o la cónyuge tiene un simpatizante cercano, es menos grave que saberlo. La certeza obliga al cónyuge engañado a tomar decisiones que no tomaría, en caso de duda. Es lo que ha sucedido, metafóricamente, con el gas boliviano que importa Argentina. En 2004, el ex Presidente Carlos Meza, sospechando que esos envíos servían a Néstor Kirchner para semi-cumplir sus compromisos gasíferos con Chile, lo llevó a un pacto escrito: ni una molécula de ese gas podía ser reexportada a nuestro país. Poniendo cara de marido honesto, Kirchner agachó la testa y juró que Ricardo Lagos sólo recibiría moléculas argentinas certificadas.
Como nadie puede distinguir a simple vista -ni por el acento-, si una molécula de gas es boliviana o argentina, aquello no pasó de ser un gesto político. Mal gesto, por cierto, pues inauguraba una especie de alianza geocomercial contra Chile, en un muy mal momento de las relaciones argentino-chilenas (remember Punta Arenas).
Pero la práctica dulcificó el gesto. Kirchner, criollazo, siguió usando las moléculas bolivianas para mantener –aunque recortadas- sus exportaciones a Chile y nosotros preferimos mirar, diplomáticamente, para otro lado. De paso, la criollada sirvió a los argentinos para seguir consumiendo gas barato. Ahí comenzamos a entender, a plenitud, qué quiso decir el ministro de Planificación Julio de Vido, cuando reconoció que los chilenos éramos su “variable de ajuste”.
El fingimiento compartido duró hasta que reventó la decisión boliviana de sincerar los precios. Esto es, hasta que Evo Morales decidió subir del nivel “precio para los amigos” al nivel “precio del mercado”. En ese momento, Kirchner volvió a avivarse. Creyendo que sin Meza dejaba de regir la molécula cero, alegó que Argentina sólo importaba gas boliviano para vendérselo a los chilenos. Como síntesis de su “confesión”, Chile debía ser el Moya del terceto.
Con ese despanzurro, la triangulación en estado de sospecha se convirtió en triangulación en estado de certeza. Ipsofactamente, Morales se escandalizó de manera oficial y repuso, ante Kirchner, la condición de no triangular sus importaciones de gas boliviano, para abastecer a Chile. Según la información disponible, el Presidente argentino firmará este compromiso renovado el 29 de este mes.
Con esto, Bolivia pretende recuperar, a plenitud, la que estima su mejor baza para negociar su aspiración marítima con Chile. De paso, estaría demostrando que su alianza geocomercial con Argentina puede pesar tanto como la vigente alianza estratégica de Chile con ese mismo país.
Si esto sigue así, tendremos que reconocer que aquí hay gato austral encerrado. Argentina también tiene una baza negociadora inutilizada, contra el Reino Unido y, en su caso, nosotros seríamos los responsables. La clave está en la línea recta que une las islas Malvinas con Punta Arenas y su solo planteamiento indica que las razones del libre comercio pueden ser tan fuertes –o tan débiles- como las razones de la geopolítica.
Artículo publicado originalmente en La Tercera.
Así, sospechar que el o la cónyuge tiene un simpatizante cercano, es menos grave que saberlo. La certeza obliga al cónyuge engañado a tomar decisiones que no tomaría, en caso de duda. Es lo que ha sucedido, metafóricamente, con el gas boliviano que importa Argentina. En 2004, el ex Presidente Carlos Meza, sospechando que esos envíos servían a Néstor Kirchner para semi-cumplir sus compromisos gasíferos con Chile, lo llevó a un pacto escrito: ni una molécula de ese gas podía ser reexportada a nuestro país. Poniendo cara de marido honesto, Kirchner agachó la testa y juró que Ricardo Lagos sólo recibiría moléculas argentinas certificadas.
Como nadie puede distinguir a simple vista -ni por el acento-, si una molécula de gas es boliviana o argentina, aquello no pasó de ser un gesto político. Mal gesto, por cierto, pues inauguraba una especie de alianza geocomercial contra Chile, en un muy mal momento de las relaciones argentino-chilenas (remember Punta Arenas).
Pero la práctica dulcificó el gesto. Kirchner, criollazo, siguió usando las moléculas bolivianas para mantener –aunque recortadas- sus exportaciones a Chile y nosotros preferimos mirar, diplomáticamente, para otro lado. De paso, la criollada sirvió a los argentinos para seguir consumiendo gas barato. Ahí comenzamos a entender, a plenitud, qué quiso decir el ministro de Planificación Julio de Vido, cuando reconoció que los chilenos éramos su “variable de ajuste”.
El fingimiento compartido duró hasta que reventó la decisión boliviana de sincerar los precios. Esto es, hasta que Evo Morales decidió subir del nivel “precio para los amigos” al nivel “precio del mercado”. En ese momento, Kirchner volvió a avivarse. Creyendo que sin Meza dejaba de regir la molécula cero, alegó que Argentina sólo importaba gas boliviano para vendérselo a los chilenos. Como síntesis de su “confesión”, Chile debía ser el Moya del terceto.
Con ese despanzurro, la triangulación en estado de sospecha se convirtió en triangulación en estado de certeza. Ipsofactamente, Morales se escandalizó de manera oficial y repuso, ante Kirchner, la condición de no triangular sus importaciones de gas boliviano, para abastecer a Chile. Según la información disponible, el Presidente argentino firmará este compromiso renovado el 29 de este mes.
Con esto, Bolivia pretende recuperar, a plenitud, la que estima su mejor baza para negociar su aspiración marítima con Chile. De paso, estaría demostrando que su alianza geocomercial con Argentina puede pesar tanto como la vigente alianza estratégica de Chile con ese mismo país.
Si esto sigue así, tendremos que reconocer que aquí hay gato austral encerrado. Argentina también tiene una baza negociadora inutilizada, contra el Reino Unido y, en su caso, nosotros seríamos los responsables. La clave está en la línea recta que une las islas Malvinas con Punta Arenas y su solo planteamiento indica que las razones del libre comercio pueden ser tan fuertes –o tan débiles- como las razones de la geopolítica.
Artículo publicado originalmente en La Tercera.
Bitácora
Alan vuelve a galopar
José Rodríguez Elizondo
Alan Garcia
A comienzos de los 80, la estrella de Alan García se veía desde lejos y él sólo esperaba su 35° cumpleaños para inscribir su candidatura presidencial. Sin embargo, el ex Presidente venezolano, Carlos Andrés Pérez (CAP), le aconsejaba esperar unos añitos. “Será Presidente, pero no ahora”, me pronosticó en 1984, cuando lo entrevisté en su penthouse caraqueño.
Pero la inmadurez del espigado Alan –que hoy lamenta- pudo más que el consejo de su literal compadre. Postuló y ganó la elección al galope, contra el popular e izquierdista alcalde de Lima, Alfonso “Frejolito” Barrantes. Luego -el mismo día de su toma de posesión-, arremetió contra el imperialismo, el narcotráfico, la corrupción, el centralismo y el armamentismo. Ahí mismo anunció, dramático, que sólo pagaría el 10 % de la deuda externa y un celoso Fidel Castro lo desafió sobre la marcha: “lo verdaderamente revolucionario sería no pagarla”, le espetó.
Fue la primera vez que Castro perdió por KO ante un líder surgido desde las izquierdas. Alan barrió, dialécticamente, con su pretendido tutor y Barrantes lo apoyó con nobleza. Desde entonces, a semejanza de “el líder máximo”, comenzó a ser conocido con una chapa equina. Si Castro era “el Caballo”, Alan fue “Caballo Loco” y pronto alcanzó un 94% de aceptación popular.
Hasta ahí la parte buena, aunque fugaz, de su experiencia. Antes del segundo año, ya se vio que Alan había llegado temprano a la Presidencia, pero su ideologismo llegaba tarde a la historia. Mientras él buscaba un espacio aprista, entre el socialismo democrático avanzado y el comunismo, el mundo comenzaba a marchar hacia la derecha.
Eso, más el terrorismo, la inflación y su propia demagogia, detuvo el galope triunfal. Al final y para mayor oprobio, fue Alan quien definió la victoria de Alberto Fujimori contra su aborrecido Mario Vargas Llosa. Un prestigioso militar me dijo, en esa época, que si no lo bajaron de un golpe, fue para no regalar excusas a su fracaso.
Caballo cuerdo
Hoy, autocrítico, maduro, demasiado robusto y siempre brillante, Alan quiere ser “Caballo Cuerdo”. Desgraciadamente, para él, la historia lo vuelve a poner en una encrucijada similar a la de 1985. Como entonces, su adversario principal no está a su derecha, sino a su izquierda. Sólo que esta vez no se trata de la izquierda marxiana del entrañable “Frejolito” (Q.E.P.D.), sino de una izquierda nacionalista, militarista, indigenista y antichilena. Su líder Ollanta Humala, a semejanza del Presidente boliviano Evo Morales, luce comprometido con el proyecto “bolivariano” del líder venezolano Hugo Chávez y esto podría hacer ingobernable al Perú.
Es una astucia espectacular de la Historia. Veinte años después, Castro espera vengar la paliza que le diera el joven Alan, por intermedio de su poderoso campeón Hugo Chávez… el mismo que emergió a la notoriedad como verdugo de CAP, compadre de Alan. Esto promete ser un espectáculo político sólo comparable, metafóricamente, con el combate africano entre George Foreman y Muhamad Alí.
Lo delicado, claro, es que esa pelea obliga a afinar una diplomacia compleja y diversificada al gobierno de Chile. Quedar al medio también puede ser peligroso.
Pero la inmadurez del espigado Alan –que hoy lamenta- pudo más que el consejo de su literal compadre. Postuló y ganó la elección al galope, contra el popular e izquierdista alcalde de Lima, Alfonso “Frejolito” Barrantes. Luego -el mismo día de su toma de posesión-, arremetió contra el imperialismo, el narcotráfico, la corrupción, el centralismo y el armamentismo. Ahí mismo anunció, dramático, que sólo pagaría el 10 % de la deuda externa y un celoso Fidel Castro lo desafió sobre la marcha: “lo verdaderamente revolucionario sería no pagarla”, le espetó.
Fue la primera vez que Castro perdió por KO ante un líder surgido desde las izquierdas. Alan barrió, dialécticamente, con su pretendido tutor y Barrantes lo apoyó con nobleza. Desde entonces, a semejanza de “el líder máximo”, comenzó a ser conocido con una chapa equina. Si Castro era “el Caballo”, Alan fue “Caballo Loco” y pronto alcanzó un 94% de aceptación popular.
Hasta ahí la parte buena, aunque fugaz, de su experiencia. Antes del segundo año, ya se vio que Alan había llegado temprano a la Presidencia, pero su ideologismo llegaba tarde a la historia. Mientras él buscaba un espacio aprista, entre el socialismo democrático avanzado y el comunismo, el mundo comenzaba a marchar hacia la derecha.
Eso, más el terrorismo, la inflación y su propia demagogia, detuvo el galope triunfal. Al final y para mayor oprobio, fue Alan quien definió la victoria de Alberto Fujimori contra su aborrecido Mario Vargas Llosa. Un prestigioso militar me dijo, en esa época, que si no lo bajaron de un golpe, fue para no regalar excusas a su fracaso.
Caballo cuerdo
Hoy, autocrítico, maduro, demasiado robusto y siempre brillante, Alan quiere ser “Caballo Cuerdo”. Desgraciadamente, para él, la historia lo vuelve a poner en una encrucijada similar a la de 1985. Como entonces, su adversario principal no está a su derecha, sino a su izquierda. Sólo que esta vez no se trata de la izquierda marxiana del entrañable “Frejolito” (Q.E.P.D.), sino de una izquierda nacionalista, militarista, indigenista y antichilena. Su líder Ollanta Humala, a semejanza del Presidente boliviano Evo Morales, luce comprometido con el proyecto “bolivariano” del líder venezolano Hugo Chávez y esto podría hacer ingobernable al Perú.
Es una astucia espectacular de la Historia. Veinte años después, Castro espera vengar la paliza que le diera el joven Alan, por intermedio de su poderoso campeón Hugo Chávez… el mismo que emergió a la notoriedad como verdugo de CAP, compadre de Alan. Esto promete ser un espectáculo político sólo comparable, metafóricamente, con el combate africano entre George Foreman y Muhamad Alí.
Lo delicado, claro, es que esa pelea obliga a afinar una diplomacia compleja y diversificada al gobierno de Chile. Quedar al medio también puede ser peligroso.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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