Bitácora
Los errores de Lagos en Cancillería
José Rodríguez Elizondo
Adelanto del libro "Las crisis vecinales en el gobierno de Lagos". El miércoles 7 de junio, Juan Emilio Cheyre y Juan Gabriel Valdés presentarán esta publicación del analista José Rodríguez Elizondo.
Cuando Bill Clinton vino a Chile, dijo que debíamos "trabajar en conjunto con otros países de la región" para compartir nuestro éxito. También efectuó un intencionado reconocimiento en primera persona: "Es imposible que la gente esté siempre de acuerdo con uno (...) incluso los líderes más brillantes cometen errores colosales".
Pero no estaba en el carácter de Lagos aceptar que su política vecinal tuvo errores. Esto quedó demostrado en mayo de 2005 cuando afirmó que las relaciones con Bolivia y Perú no se tensionaron durante su gobierno y estaban "igual que siempre". A mayor abundamiento, apeló a ese "gran triunfo diplomático para Chile" que significó la elección de José Miguel Insulza como secretario general de la OEA.
Pero cualquier experto sabía que su victoria no significó un espaldarazo del hemisferio a la política exterior de Chile. Sólo significó -nada más, pero nada menos- que era el mejor candidato y que la Cancillería chilena hizo un excelente lobby para que eso pudiera apreciarse.
Cancillería en la mira
En 1994, Lagos manifestó su pretensión de ser canciller, pero el Presidente Frei lo designó en la cartera de Obras Públicas. Esto indica que en él coexistían la vocación presidencialista con la internacionalista. Como prueba, ya había consignado su visión sobre el mundo en un libro publicado durante el gobierno de Aylwin.
En esa obra, Lagos muestra una comprensión cabal del regionalismo: "América Latina es la comunidad natural de Chile y nada puede hacernos perder de vista que nuestro destino y posibilidades de inserción exitosa en el mundo pasan por la interrelación con las demás naciones que forman nuestro entorno histórico y cultural".
Además, Lagos postulaba un Sistema Nacional de Política Exterior, con la Cancillería como "gran ente articulador", destinado a proveer al jefe de Estado "las herramientas que necesita".
Pero había un problema grande para su proyecto: el de la Cancillería realmente existente, que ya llevaba tres años bajo la dirección de Enrique Silva Cimma. Para Lagos, su estructura y dinámica de funcionamiento seguía siendo "la misma que bajo la dictadura". Era un organismo difícil de mover, con un alto porcentaje de personal no calificado para funciones diplomáticas y una cultura institucional decimonónica.
La teoría y la vida
En 1999 el presidenciable Lagos dio señales de que su canciller sería el internacionalista Heraldo Muñoz.
Sin embargo, la vida tenía otro pleito pendiente contra la teoría.
El estrecho resultado de las elecciones obligó a una segunda vuelta entre Lagos y Lavín y ahí surgió la estrella refulgente de Soledad Alvear, clave en la victoria, destinada a tener el ministerio que quisiera.
Para sorpresa de muchos, la rutilante Soledad optó por la Cancillería. Puede que, como Lagos a inicios del gobierno de Frei, pensara que esa cartera sería una mejor plataforma presidencial (ambición legítima, dada su capacidad). Pero había una diferencia evidente. Ella carecía de experiencia en la materia y tampoco hablaba idiomas con la fluidez que esa posición requería. Designarla canciller implicaba arriesgar un período de aprendizaje y subordinar la tecnicidad de ese cargo estratégico.
La segunda sorpresa vino cuando el Presidente aceptó su pretensión. Al hacerlo, cedió a las pulsiones de su propia personalidad. Posiblemente creyó que, si él dominaba las materias de esa cartera, no le era imprescindible un canciller experto. Por lo demás, la tranquila eficiencia de Alvear, en carteras anteriores, indicaba que podía ser una gran ejecutora. De todos modos, un chispazo de prudencia advirtió a Lagos sobre la conveniencia de designarle un subsecretario experto... ¿y quién mejor que el propio Heraldo Muñoz?
Así, Lagos cometió tres errores en uno. El primero, no prever que las abrumadoras tareas de la Presidencia le impedirían estar disponible para los "detalles" de una agenda de carácter estratégico. El segundo, ignorar que el demonio está en los detalles. El tercero, el lapsus de sensibilidad de asignar a Alvear un segundo de su entorno. Para la ministra, Muñoz sería una especie de policía. Para Muñoz, el cargo sería una decepción profunda. Él esperaba ser canciller.
EL MERCURIO, Domingo 4 de junio de 2006.
Pero no estaba en el carácter de Lagos aceptar que su política vecinal tuvo errores. Esto quedó demostrado en mayo de 2005 cuando afirmó que las relaciones con Bolivia y Perú no se tensionaron durante su gobierno y estaban "igual que siempre". A mayor abundamiento, apeló a ese "gran triunfo diplomático para Chile" que significó la elección de José Miguel Insulza como secretario general de la OEA.
Pero cualquier experto sabía que su victoria no significó un espaldarazo del hemisferio a la política exterior de Chile. Sólo significó -nada más, pero nada menos- que era el mejor candidato y que la Cancillería chilena hizo un excelente lobby para que eso pudiera apreciarse.
Cancillería en la mira
En 1994, Lagos manifestó su pretensión de ser canciller, pero el Presidente Frei lo designó en la cartera de Obras Públicas. Esto indica que en él coexistían la vocación presidencialista con la internacionalista. Como prueba, ya había consignado su visión sobre el mundo en un libro publicado durante el gobierno de Aylwin.
En esa obra, Lagos muestra una comprensión cabal del regionalismo: "América Latina es la comunidad natural de Chile y nada puede hacernos perder de vista que nuestro destino y posibilidades de inserción exitosa en el mundo pasan por la interrelación con las demás naciones que forman nuestro entorno histórico y cultural".
Además, Lagos postulaba un Sistema Nacional de Política Exterior, con la Cancillería como "gran ente articulador", destinado a proveer al jefe de Estado "las herramientas que necesita".
Pero había un problema grande para su proyecto: el de la Cancillería realmente existente, que ya llevaba tres años bajo la dirección de Enrique Silva Cimma. Para Lagos, su estructura y dinámica de funcionamiento seguía siendo "la misma que bajo la dictadura". Era un organismo difícil de mover, con un alto porcentaje de personal no calificado para funciones diplomáticas y una cultura institucional decimonónica.
La teoría y la vida
En 1999 el presidenciable Lagos dio señales de que su canciller sería el internacionalista Heraldo Muñoz.
Sin embargo, la vida tenía otro pleito pendiente contra la teoría.
El estrecho resultado de las elecciones obligó a una segunda vuelta entre Lagos y Lavín y ahí surgió la estrella refulgente de Soledad Alvear, clave en la victoria, destinada a tener el ministerio que quisiera.
Para sorpresa de muchos, la rutilante Soledad optó por la Cancillería. Puede que, como Lagos a inicios del gobierno de Frei, pensara que esa cartera sería una mejor plataforma presidencial (ambición legítima, dada su capacidad). Pero había una diferencia evidente. Ella carecía de experiencia en la materia y tampoco hablaba idiomas con la fluidez que esa posición requería. Designarla canciller implicaba arriesgar un período de aprendizaje y subordinar la tecnicidad de ese cargo estratégico.
La segunda sorpresa vino cuando el Presidente aceptó su pretensión. Al hacerlo, cedió a las pulsiones de su propia personalidad. Posiblemente creyó que, si él dominaba las materias de esa cartera, no le era imprescindible un canciller experto. Por lo demás, la tranquila eficiencia de Alvear, en carteras anteriores, indicaba que podía ser una gran ejecutora. De todos modos, un chispazo de prudencia advirtió a Lagos sobre la conveniencia de designarle un subsecretario experto... ¿y quién mejor que el propio Heraldo Muñoz?
Así, Lagos cometió tres errores en uno. El primero, no prever que las abrumadoras tareas de la Presidencia le impedirían estar disponible para los "detalles" de una agenda de carácter estratégico. El segundo, ignorar que el demonio está en los detalles. El tercero, el lapsus de sensibilidad de asignar a Alvear un segundo de su entorno. Para la ministra, Muñoz sería una especie de policía. Para Muñoz, el cargo sería una decepción profunda. Él esperaba ser canciller.
EL MERCURIO, Domingo 4 de junio de 2006.
Bitácora
Bush contra Bachelet
José Rodríguez Elizondo
Tras su derrota chilena en el tema “aprueben mi guerra contra Irak”, George W. Bush ataca de nuevo. Ahora -dicen los que saben- planea exigir la solidaridad de Michelle Bachelet, contra la pretensión de Hugo Chávez de incorporarse al Consejo de Seguridad de la ONU. Condoleezza Rice ya habría pronunciado dos palabras claves, para enfatizar lo grave que sería desairar al jefe. Un eventual rechazo o soslayamiento de nuestra Presidenta sería “inaceptable” e “incomprensible”, dijo.
Sin embargo, los de entonces ya no somos los mismos. En el caso de Irak, Bush estaba en el apogeo de su poder y tenía la sartén del TLC con Chile por el mango. Además, tuvo apoyos no sólo en la Alianza opositora. Voces concertacionistas clamaron por una subordinación “realista”: Chile no debía defender su soberanía, la paz y el multilateralismo, a costas de perder el TLC más apetecido y favoreciendo a un tirano como Sadam Hussein. Hoy, por el contrario, la popularidad doméstica de Bush está bajo mínimos, le quedan dos años de gobierno, Irak mutó en Vietnam, ha consolidado la antipatía mundial, carece de un recurso duro de presión y el “issue” Chávez es menos dramático que una guerra equivocada.
Visto el tema desde Chile, la decisión de Ricardo Lagos sobre Irak marcó su momento internacional más glorioso y Bachelet no podría iniciar su gobierno con un gesto claudicante, ante el mismo interlocutor. A mayor abundamiento, Washington no está en condiciones de saltar desde el elogio reiterado a Chile, a un repudio despechado, por causa de un tercero ajeno a la relación bilateral. Los líderes de Europa, por su lado, aunque no no se cortarían las venas por Chávez, tampoco aplaudirían un viraje chileno hacia la subordinación. El carisma que lució nuestra Presidenta, en la cumbre de Viena, quedaría políticamente dañado.
Posibilidades dignas
Entonces … ¿está obligada, Bachelet, a mostrar su independencia votando por Venezuela, o a fingirla, votando secretamente en contra?
No, necesariamente. Si dejáramos de pensar a través de dicotomías y de creer que el secretismo es compatible con la democracia, veríamos que hay posibilidades mucho más dignas. Asumiendo el ejemplo de los europeos comunitarios y aprovechando su buena imagen, nuestra Presidenta podría liderar la búsqueda de un consenso con sus homólogos de la región, comenzando por Brasil y Argentina, para seguir con México y Colombia.
Al efecto, debiera asumir que sólo las negociaciones pueden ser secretas y que los resultados serán públicos. Esto la obligaría a levantar una propuesta equilibrada y condicionada. De este modo, en el peor escenario para Bush –apoyo neto a Venezuela-, no le sería políticamente viable un desquite airado contra Chile y, menos, contra los países demográfica y geopolíticamente más potentes de América Latina.
El “pequeño problema” es que políticas de ese tipo suponen una Cancillería de alta profesionalidad, capaz de iniciativas audaces y de un cierto tipo de liderazgo conceptual. Esto es, de actitudes que la saquen de su arraigada diplomacia de administración, en lo regional y del low profile que le impuso nuestra imagen poco simpática, tras los largos años de jaguares y dictadura.
Confiemos en que la necesidad pueda crear ese órgano
Publicado en La Tercera el 30mayo de 2006.
Bitácora
Los desafíos vecinales de Bachelet
José Rodríguez Elizondo
Con motivo de la próxima presentación de mi libro sobre las crisis del “sub-conosur”, la revista chilena Qué Pasa me sometió a la siguiente ordalía: describir en mil caracteres, comprendidos los espacios, los problemas mayores que enfrentará el gobierno de Michelle Bachelet con los tres gobiernos del vecindario inmediato.Tras someterme a tan ruda prueba de síntesis, comparto el resultado con los lectores de este blog.
El fracaso de la diplomacia vecinal durante el gobierno de Ricardo Lagos es el tema que desarrolla José Rodríguez Elizondo en su libro Las crisis vecinales durante el gobierno de Lagos, que será lanzado el 7 de junio. Sobre esa base, el escritor y ex embajador analiza los escenarios que enfrentará Bachelet con los tres vecinos.
Argentina: "La triangulación del gas importado obliga a sincerar la relación entre los mercados libres y la geopolítica. La presidenta podría dar crédito político a Kirchner, por denunciar su compromiso con la "molécula cero" de gas boliviano. También habría una negociación difícil: decidir si los consumidores chilenos asumen las alzas de precio de ese gas o si las comparten con los argentinos, para que Kirchner mantenga barato el consumo local. Más allá, podría haber una reactivación del tema "Malvinas argentinas", que obligue a encarar el tema de Punta Arenas como plataforma continental para los kelpers y el carácter de nuestra alianza estratégica con la Casa Rosada, ante el Reino Unido".
Bolivia: "El problema principal será "la forma de la mesa". Esto es, negociar cómo se van a negociar los puntos de una "agenda sin exclusiones y sin imposiciones". De partida, la buena relación de Bachelet con Kirchner y el viraje de Hugo Chávez (hoy se quiere bañar "en todas las playas del mundo") significan un alivio en la presión externa. Por otro lado, el gas y su posición geopolítica colocan a Bolivia en su mejor momento histórico, para negociar su aspiración marítima".
Perú: "El buen escenario depende del próximo presidente. Con Alan García sería posible empezar a desmontar las estructuras de conflicto. Con Ollanta Humala, esas estructuras se potenciarían. Una eventual iniciativa chilena podría inducir un principio de desbloqueo. Visto que la redelimitación marítima pretendida por Perú se vincula con la reivindicación boliviana, habría que asumir la síntesis del silogismo: una política común chileno-peruana hacia Bolivia, reconociendo que el tema no es multilateral, pero tampoco bilateral".
Publicado en Que Pasa el 27 de mayo de 2006.
Argentina: "La triangulación del gas importado obliga a sincerar la relación entre los mercados libres y la geopolítica. La presidenta podría dar crédito político a Kirchner, por denunciar su compromiso con la "molécula cero" de gas boliviano. También habría una negociación difícil: decidir si los consumidores chilenos asumen las alzas de precio de ese gas o si las comparten con los argentinos, para que Kirchner mantenga barato el consumo local. Más allá, podría haber una reactivación del tema "Malvinas argentinas", que obligue a encarar el tema de Punta Arenas como plataforma continental para los kelpers y el carácter de nuestra alianza estratégica con la Casa Rosada, ante el Reino Unido".
Bolivia: "El problema principal será "la forma de la mesa". Esto es, negociar cómo se van a negociar los puntos de una "agenda sin exclusiones y sin imposiciones". De partida, la buena relación de Bachelet con Kirchner y el viraje de Hugo Chávez (hoy se quiere bañar "en todas las playas del mundo") significan un alivio en la presión externa. Por otro lado, el gas y su posición geopolítica colocan a Bolivia en su mejor momento histórico, para negociar su aspiración marítima".
Perú: "El buen escenario depende del próximo presidente. Con Alan García sería posible empezar a desmontar las estructuras de conflicto. Con Ollanta Humala, esas estructuras se potenciarían. Una eventual iniciativa chilena podría inducir un principio de desbloqueo. Visto que la redelimitación marítima pretendida por Perú se vincula con la reivindicación boliviana, habría que asumir la síntesis del silogismo: una política común chileno-peruana hacia Bolivia, reconociendo que el tema no es multilateral, pero tampoco bilateral".
Publicado en Que Pasa el 27 de mayo de 2006.
Bitácora
Las crisis vecinales de Chile, analizadas en un nuevo libro
José Rodríguez Elizondo
El miércoles 7 de junio a las 19,30 horas se presenta en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile mi libro “La crisis vecinal del Gobierno de Lagos” (Santiago de Chile, Random House Mondadori, colección Debate, 2006). Comentarán la obra el general del Ejército Juan Emilio Cheyre y el embajador jefe de la Misión de Naciones Unidas para la estabilización de Haití, Juan Gabriel Valdés.
En esta obra analizo la difícil situación vivida por Chile con los países vecinos, durante los últimos años. Parto de la base de que la política exterior vecinal fue el punto negro de la globalmente exitosa gestión presidencial de Ricardo Lagos.
Desde ese enfoque, recuso el desconocimiento de la realidad geopolítica, la subestimación a priori del rol de la Cancillería, la marginación total de la ciudadanía y una diplomacia presidencial sin base orgánica.
Demuestro asimismo hasta qué punto los conflictos simultáneos con Argentina, Bolivia y Perú fueron producto de “el gran desfase” en los diseños regional y extrarregional del gobierno chileno y pongo de manifiesto la subordinación de la diplomacia vecinal a la estrategia económica, el duelo de personalidades entre los Presidentes de los países concernidos y el impacto que produjo la mala química inicial entre Ricardo Lagos y Hugo Chávez, su homólogo venezolano.
Al mismo tiempo, señalo la obsolescencia de una política vecinal simplemente reactiva y el riesgo de una “mala imagen” regional. Como contrapartida, asumo la esperanza que subyace en la reestructuración de la Cancillería y en la renovación doctrinal de las Fuerzas Armadas, lo que entiendo resulta muy oportuno ahora que un nuevo gobierno chileno inicia sus funciones.
Interesados: 782 82 00.
Desde ese enfoque, recuso el desconocimiento de la realidad geopolítica, la subestimación a priori del rol de la Cancillería, la marginación total de la ciudadanía y una diplomacia presidencial sin base orgánica.
Demuestro asimismo hasta qué punto los conflictos simultáneos con Argentina, Bolivia y Perú fueron producto de “el gran desfase” en los diseños regional y extrarregional del gobierno chileno y pongo de manifiesto la subordinación de la diplomacia vecinal a la estrategia económica, el duelo de personalidades entre los Presidentes de los países concernidos y el impacto que produjo la mala química inicial entre Ricardo Lagos y Hugo Chávez, su homólogo venezolano.
Al mismo tiempo, señalo la obsolescencia de una política vecinal simplemente reactiva y el riesgo de una “mala imagen” regional. Como contrapartida, asumo la esperanza que subyace en la reestructuración de la Cancillería y en la renovación doctrinal de las Fuerzas Armadas, lo que entiendo resulta muy oportuno ahora que un nuevo gobierno chileno inicia sus funciones.
Interesados: 782 82 00.
Bitácora
Chile-Perú: Secuelas de una guerra
José Rodríguez Elizondo
La reciente encuesta de La Tercera, sobre las percepciones mutuas de peruanos y chilenos, confirma que, a 123 años del término de la Guerra del Pacífico, sus secuelas siguen marcando la agenda.
Mal quedamos, como sub-región, si asumimos que los europeos superaron muchos siglos de guerras –dos de nivel mundial-, para forjar una potente comunidad política, cultural y económica. Con una pizca de humor cínico podríamos decir que no apuntamos a esa meta, porque nuestro conflicto no fue lo bastante catastrófico. De paso, eso explicaría nuestro desconocimiento de la admirable sentencia del duque de Wellington, formulada desde el humo de Waterloo: “La victoria es la mayor tragedia del mundo, con excepción de la derrota”.
Sospecho que los códigos para entender el fenómeno están más cerca de la estrategia que de la diplomacia y, por lo mismo, podrían descifrarlos mejor los intelectuales de las armas. En esa línea, hasta diría que hicimos la guerra con la doctrina equivocada. Esa que, según Karl von Clausewitz, identificaba su objetivo con la derrota total del enemigo, condenando al vencedor a velar las armas para mantener su supremacía, mientras el perdedor aguardaba el turno de su revancha.
Desde esa doctrina sólo podía crearse una espiral de recelos. Pero, como los militares suelen ser conservadores, debió pasar medio siglo (y muchísimas guerras) para que el estudioso británico Basil Henry Liddell Hart enseñara al mundo que aquella fue “una doctrina para formar cabos, no generales”. Eso lo llevó a descubrir que, siendo la guerra un pésimo instrumento para solucionar conflictos, al menos debía servir para establecer una paz mejor a la que existía antes del enfrentamiento.
La nueva doctrina bélica, funcional al ideario de Woodrow Wilson, inspiró el Plan Marshall y se consagró con el derrumbe de la URSS, una de las dos mayores potencias militares del siglo XX. La estrategia, la política, la diplomacia y la inteligencia –en su primera acepción-, demostraron entonces, al mayor nivel posible, que podían darse victorias claras sin necesidad de incendiar el futuro.
Paz raquítica
Pero, claro, eso ni lo soñábamos en 1879. Mal podía el país del fin del mundo adelantarse al pensamiento estratégico que le llegaba desde los países centrales. Así, aunque alcanzamos a debatir si era necesario ocupar Lima para negociar la paz, el pensamiento dominante se impuso: había que hacerlo, para que la derrota del enemigo fuera total y negociáramos en consecuencia.
Si asumimos, a mayor abundamiento, que la negociación sólo terminó en 1929, podemos entender que el resultado fuera una paz raquítica. Y no podía ser de otro modo pues, durante un período similar al de toda la guerra fría, las heridas siguieron abiertas, algunas se gangrenaron y la diplomacia fue sólo una forma de administrar el statu quo. En definitiva, así como la paz de Versalles trajo la segunda guerra mundial, chilenos y peruanos hemos estado, al menos dos veces, al borde de reeditar una segunda versión de la guerra del Pacífico.
En lenguaje de encuesta, ésa es la base de sentimientos del 57 % de limeños que sigue considerándonos “enemigos naturales” y de ese 71 % para el cual “Chile está en deuda” con el Perú. Como contrapartida, un 70% de chilenos asume que no somos simpáticos para los peruanos y un 79% rechaza estar en deuda con ellos.
Lo decisivo es que, a partir de esa base, nuestro gobierno podría definir si sigue actuando como si el tiempo, las inversiones y el mercado bastaran para cicatrizar las heridas, o si enfrenta la realidad, elaborando políticas de corto, mediano y largo plazo, con dos objetivos básicos: Uno, detectar qué clase de deuda creen tener los peruanos contra nosotros, al margen de los diferendos vigentes. Dos, qué medidas podríamos tomar para amortizar esa deuda y, en definitiva, saldarla.
El gobierno anterior asumió la primera opción y fracasó. Sería hora, entonces, de que asumiéramos la segunda, para que la relación entre el Perú y Chile se oriente hacia la integración y deje de ser una tregua eventual entre dos guerras.
Artículo publicado originalmente en La Tercera.
Mal quedamos, como sub-región, si asumimos que los europeos superaron muchos siglos de guerras –dos de nivel mundial-, para forjar una potente comunidad política, cultural y económica. Con una pizca de humor cínico podríamos decir que no apuntamos a esa meta, porque nuestro conflicto no fue lo bastante catastrófico. De paso, eso explicaría nuestro desconocimiento de la admirable sentencia del duque de Wellington, formulada desde el humo de Waterloo: “La victoria es la mayor tragedia del mundo, con excepción de la derrota”.
Sospecho que los códigos para entender el fenómeno están más cerca de la estrategia que de la diplomacia y, por lo mismo, podrían descifrarlos mejor los intelectuales de las armas. En esa línea, hasta diría que hicimos la guerra con la doctrina equivocada. Esa que, según Karl von Clausewitz, identificaba su objetivo con la derrota total del enemigo, condenando al vencedor a velar las armas para mantener su supremacía, mientras el perdedor aguardaba el turno de su revancha.
Desde esa doctrina sólo podía crearse una espiral de recelos. Pero, como los militares suelen ser conservadores, debió pasar medio siglo (y muchísimas guerras) para que el estudioso británico Basil Henry Liddell Hart enseñara al mundo que aquella fue “una doctrina para formar cabos, no generales”. Eso lo llevó a descubrir que, siendo la guerra un pésimo instrumento para solucionar conflictos, al menos debía servir para establecer una paz mejor a la que existía antes del enfrentamiento.
La nueva doctrina bélica, funcional al ideario de Woodrow Wilson, inspiró el Plan Marshall y se consagró con el derrumbe de la URSS, una de las dos mayores potencias militares del siglo XX. La estrategia, la política, la diplomacia y la inteligencia –en su primera acepción-, demostraron entonces, al mayor nivel posible, que podían darse victorias claras sin necesidad de incendiar el futuro.
Paz raquítica
Pero, claro, eso ni lo soñábamos en 1879. Mal podía el país del fin del mundo adelantarse al pensamiento estratégico que le llegaba desde los países centrales. Así, aunque alcanzamos a debatir si era necesario ocupar Lima para negociar la paz, el pensamiento dominante se impuso: había que hacerlo, para que la derrota del enemigo fuera total y negociáramos en consecuencia.
Si asumimos, a mayor abundamiento, que la negociación sólo terminó en 1929, podemos entender que el resultado fuera una paz raquítica. Y no podía ser de otro modo pues, durante un período similar al de toda la guerra fría, las heridas siguieron abiertas, algunas se gangrenaron y la diplomacia fue sólo una forma de administrar el statu quo. En definitiva, así como la paz de Versalles trajo la segunda guerra mundial, chilenos y peruanos hemos estado, al menos dos veces, al borde de reeditar una segunda versión de la guerra del Pacífico.
En lenguaje de encuesta, ésa es la base de sentimientos del 57 % de limeños que sigue considerándonos “enemigos naturales” y de ese 71 % para el cual “Chile está en deuda” con el Perú. Como contrapartida, un 70% de chilenos asume que no somos simpáticos para los peruanos y un 79% rechaza estar en deuda con ellos.
Lo decisivo es que, a partir de esa base, nuestro gobierno podría definir si sigue actuando como si el tiempo, las inversiones y el mercado bastaran para cicatrizar las heridas, o si enfrenta la realidad, elaborando políticas de corto, mediano y largo plazo, con dos objetivos básicos: Uno, detectar qué clase de deuda creen tener los peruanos contra nosotros, al margen de los diferendos vigentes. Dos, qué medidas podríamos tomar para amortizar esa deuda y, en definitiva, saldarla.
El gobierno anterior asumió la primera opción y fracasó. Sería hora, entonces, de que asumiéramos la segunda, para que la relación entre el Perú y Chile se oriente hacia la integración y deje de ser una tregua eventual entre dos guerras.
Artículo publicado originalmente en La Tercera.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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