Bitácora
Alianza devaluada
José Rodríguez Elizondo
Quienes se comprometen en una “alianza estratégica”, asumen –o deben asumir- que se deben un trato privilegiado, especialmente en materias de seguridad nacional. Una relación de ese tipo siempre es discriminatoria respecto de terceros. Pretender, como el Presidente de Argentina Néstor Kirchner, ser aliado estratégico de Brasil, Bolivia, Chile y Venezuela, con los mismos énfasis en las mismas materias, es una malversación semántica.
Ese despilfarro del concepto viene a cuento porque, tras endosar a Chile el aumento de costos del gas boliviano importado, comprometerse (otra vez) a no reexpedir moléculas de dicho gas a este país y discriminar contra los consumidores vecinales de gasolina al paso, Kirchner volvió a mostrar lo poco que aprecia la alianza estratégica argentino-chilena.
Esas decisiones las tomó sólo considerando a los nacionales de su país, que han aumentado exponencialmente su consumo de gas natural, gracias a una poco ortodoxa politica de subsidio gubernamental. En otras palabras, el líder argentino no ha considerado, para nada, los compromisos jurídicos y políticos con Chile, que tienen su raíz en un Protocolo gasífero de 1995.
Empeorando el mal rato, la delegación chilena de alto nivel que fue a verlo, para acotar los estropicios, se encontró sin margen para negociar. Kirchner decidió dejarle en claro, a través de su ministro de Planificación Julio de Vido, que lo decidido, decidido estaba. De Vido pudo, así, reactualizar su desafiante aserto del año antepasado: Chile fue y es la “variable de ajuste” de los consumidores argentinos.
La Presidenta de Chile, Michele Bachelet, debe estarse preguntando qué hacer con interlocutor tan poco interlocutable.
A primera vista, las respuestas se posan en la misma baldosa del año 2004 cuando, tras las primeras reducciones en el envío de gas, Ricardo Lagos dijo que la confianza mutua con Kirchner se había “trizado”. En efecto, la oposición chilena vuelve a pedir “mano firme”, medidas retorsivas y denuncia ante las instancias jurisdiccionales. El gobierno, por su parte, pondera si “hablar fuerte” y ejercer los recursos que le proporcionan la OMC, ALADI Y MERCOSUR, mientras el canciller Alejandro Foxley fija pautas a los consumidores industriales de gas argentino, para que absorban parte de las alzas.
Sin embargo, lo decisivo –lo “estratégico”- es entender que un reinicio del baile de los pisotones puede mutar en una guerra comercial y ésta, en una “guerra de los Rose”. Un manejo levemente desprolijo, no sólo incrementaría las penurias energéticas de Chile, que en gran parte son el fruto de una política sectorial imprevisora. También induciría un grave retroceso en una relación de la cual depende, en lo fundamental, el equilibrio geopolítico con los otros dos vecinos: Bolivia y el Perú.
Por eso, para los chilenos que entienden de geopolítica, la alianza estratégica con Argentina va más allá del precio del gas, de la horterada con la gasolina y de la fluctante fiabilidad de Kirchner. Su carácter es histórico-estructural y se origina en duras lecciones aprendidas. Esas que hicieron ver, a los nacionales de ambos países, hasta qué punto deben actuar de consuno, para velar por sus objetivos permanentes.
De acuerdo con esto, el gobierno de Chile puede y/o debe ejercer los recursos que le corresponden, pues el Derecho y la institucionalidad integracionistas existen para aplicarse. Pero, simultáneamente, la Presidenta Bachelet y el canciller Foxley deben velar porque la mala coyuntura se desactive. Al efecto, disponen, por lo menos, de dos sistemas de señales: uno, asumir la invitación del nuevo Presidente peruano Alan García para reintegrarse a la comunidad andina, que Chile abandonó durante la dictadura de Pinochet. Otro, mostrar que, tras el reciente rechazo de Londres a negociar sobre la soberanía de las Malvinas, Chile sigue manejando una importante “variable de ajuste”, respecto a ese gran objetivo de su vecino principal.
Ese despilfarro del concepto viene a cuento porque, tras endosar a Chile el aumento de costos del gas boliviano importado, comprometerse (otra vez) a no reexpedir moléculas de dicho gas a este país y discriminar contra los consumidores vecinales de gasolina al paso, Kirchner volvió a mostrar lo poco que aprecia la alianza estratégica argentino-chilena.
Esas decisiones las tomó sólo considerando a los nacionales de su país, que han aumentado exponencialmente su consumo de gas natural, gracias a una poco ortodoxa politica de subsidio gubernamental. En otras palabras, el líder argentino no ha considerado, para nada, los compromisos jurídicos y políticos con Chile, que tienen su raíz en un Protocolo gasífero de 1995.
Empeorando el mal rato, la delegación chilena de alto nivel que fue a verlo, para acotar los estropicios, se encontró sin margen para negociar. Kirchner decidió dejarle en claro, a través de su ministro de Planificación Julio de Vido, que lo decidido, decidido estaba. De Vido pudo, así, reactualizar su desafiante aserto del año antepasado: Chile fue y es la “variable de ajuste” de los consumidores argentinos.
La Presidenta de Chile, Michele Bachelet, debe estarse preguntando qué hacer con interlocutor tan poco interlocutable.
A primera vista, las respuestas se posan en la misma baldosa del año 2004 cuando, tras las primeras reducciones en el envío de gas, Ricardo Lagos dijo que la confianza mutua con Kirchner se había “trizado”. En efecto, la oposición chilena vuelve a pedir “mano firme”, medidas retorsivas y denuncia ante las instancias jurisdiccionales. El gobierno, por su parte, pondera si “hablar fuerte” y ejercer los recursos que le proporcionan la OMC, ALADI Y MERCOSUR, mientras el canciller Alejandro Foxley fija pautas a los consumidores industriales de gas argentino, para que absorban parte de las alzas.
Sin embargo, lo decisivo –lo “estratégico”- es entender que un reinicio del baile de los pisotones puede mutar en una guerra comercial y ésta, en una “guerra de los Rose”. Un manejo levemente desprolijo, no sólo incrementaría las penurias energéticas de Chile, que en gran parte son el fruto de una política sectorial imprevisora. También induciría un grave retroceso en una relación de la cual depende, en lo fundamental, el equilibrio geopolítico con los otros dos vecinos: Bolivia y el Perú.
Por eso, para los chilenos que entienden de geopolítica, la alianza estratégica con Argentina va más allá del precio del gas, de la horterada con la gasolina y de la fluctante fiabilidad de Kirchner. Su carácter es histórico-estructural y se origina en duras lecciones aprendidas. Esas que hicieron ver, a los nacionales de ambos países, hasta qué punto deben actuar de consuno, para velar por sus objetivos permanentes.
De acuerdo con esto, el gobierno de Chile puede y/o debe ejercer los recursos que le corresponden, pues el Derecho y la institucionalidad integracionistas existen para aplicarse. Pero, simultáneamente, la Presidenta Bachelet y el canciller Foxley deben velar porque la mala coyuntura se desactive. Al efecto, disponen, por lo menos, de dos sistemas de señales: uno, asumir la invitación del nuevo Presidente peruano Alan García para reintegrarse a la comunidad andina, que Chile abandonó durante la dictadura de Pinochet. Otro, mostrar que, tras el reciente rechazo de Londres a negociar sobre la soberanía de las Malvinas, Chile sigue manejando una importante “variable de ajuste”, respecto a ese gran objetivo de su vecino principal.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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