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Método primeroEl descubrimiento de los ámbitos y de las experiencias reversibles que acabamos de realizar nos permite ahora comprender, por dentro y en su génesis, el acontecimiento del encuentro, que es una forma eminente de experiencia reversible.
Tercera fase: Descubrimiento del encuentro
El cuidado en distinguir los diversos modos de realidad que existen y las diferentes actitudes que debemos adoptar respecto a ellos está empezando a darnos luz para comprender acontecimientos muy significativos de nuestra vida, como es el encuentro. Comenzamos a descubrir que, al vivir las diversas fases de nuestro desarrollo personal, aprendemos a pensar con la necesaria precisión. Las experiencias reversibles -de doble dirección- sólo se dan entre seres que tienen cierto poder de iniciativa para ofrecerse mutuamente posibilidades. El tablero me hace posible jugar al ajedrez. La partitura me otorga la posibilidad de conocer una obra musical. La obra musical –igual que un poema- me da la posibilidad de asumirla como principio interno de actuación e interpretarla. Al hacerlo, creo con esas obras culturales un modo entrañable de unidad; las hago íntimas. Esta intimidad constituye el núcleo del encuentro. La relación de encuentro surge cuando asumimos activamente las posibilidades que nos ofrece una realidad y damos lugar al juego creativo que es, por ejemplo, la declamación de un poema o la interpretación de una obra musical o teatral. Estas actuaciones culturales suponen un entrelazamiento de dos ámbitos de vida: la obra y el intérprete. Tal entrelazamiento gana en valor a medida que las realidades ostentan un mayor poder de iniciativa. • Una obra literaria o artística nos habla, nos sumerge en un mundo expresivo, suscita en nosotros elevados sentimientos. Tiene cierta personalidad, un modo característico de ser y dispone de un poder de iniciativa mayor que el tablero de ajedrez. • La partitura me da una primera idea de lo que es una obra musical. Al recibir activamente la posibilidad que la obra me ofrece de asumir sus melodías, sus armonías, sus ritmos..., adquiero el poder creativo de darle vida. • La persona humana dispone de un poder de iniciativa todavía más alto. Por eso, si ya podemos encontrarnos con un poema y una sinfonía, la forma suprema de encuentro se da entre dos seres personales, que gozan de un poder de iniciativa inigualable en el universo, pues son capaces de crear la forma de cooperación e intimidad que expresa el término nosotros. Las personas se desarrollan creando modos de unidad –por tanto, de comunidad- cada vez más valiosos. Ya tenemos clara esta idea: Cuanto más elevada en rango es la realidad con la que entramos en relación, más valiosa puede ser nuestra unión con ella. Tal unión la logramos si respetamos esa realidad y le concedemos todo su valor. Estamos en el plano más alto del nivel 2, que nos exige una actitud de respeto, estima y colaboración. El encuentro es fruto de una doble transformación Reflexionemos sobre lo que es el encuentro entre personas a la luz de lo analizado anteriormente. También aquí queremos transformar un tipo de realidad en otro superior. En efecto, deseamos pasar de dos realidades individuales a una realidad relacional: el nosotros propio del encuentro. Esa transfiguración de la realidad exige una transfiguración correlativa de nuestra actitud. Advirtamos que se trata de un cambio cualitativo superior al cambio de la tabla en tablero, y del papel en partitura. Supone una elevación a un modo superior de realidad: pasamos del yo y el tú al nosotros, al encuentro visto como un estado de enriquecimiento mutuo. Yo me enriquezco oyendo una obra de Mozart, o declamando un poema de Lope de Vega. Pero más me desarrollo todavía si descubro la alta calidad de esa realidad nueva y sorprendente que surge al unirse íntimamente el yo y el tú. Esta unión no se reduce a una mera fusión –que diluye el ser personal de cada uno-; implica la integración de dos personas.
La relevancia de este tipo de realidad comunitaria exige una transformación total de la actitud del que quiere asumirla y vivirla. Para llevarla a cabo necesitamos una liberación interior: renunciar a la actitud de egoísmo en favor de una actitud básica de generosidad, que nos lleva a abrirnos a la otra realidad y actuar dualmente, desde los dos centros: el yo y el tú. Sólo así nos encontramos «centrados» (1) . Al vivir en ese centro dinámico -el «entre» de que hablaba Martin Buber, es decir: el campo de juego creado entre el yo y el tú (2) -, transformamos la actitud de egoísmo en una actitud de generosidad, y cambiamos, consiguientemente, todas nuestras actitudes: la falsedad en veracidad; la hosquedad en cordialidad, la deslealtad en fidelidad, la cerrazón en comunicación, la altanería en sencillez…
Esta transformación convierte nuestra realidad cerrada por el egoísmo –actitud propia del nivel 1- en una realidad abierta, regida por la voluntad generosa de colaboración (nivel 2). Tal liberación interior aumenta nuestra capacidad de asumir activamente las posibilidades que se nos ofrezcan y otorgar las propias. Tengo una preocupación y te pido ayuda. Tú respondes a mi invitación ofreciéndome tu capacidad de pensar, de expresarte, razonar, comprender situaciones y resolver problemas. Yo respondo a tu oferta de modo activo, poniendo en juego mis capacidades y ofreciéndotelas. Este intercambio generoso de posibilidades crea un campo operativo común, en el que nos enriquecemos mutuamente y fundamos una relación de intimidad. Tú influyes sobre mí y yo sobre ti sin afán de dominio sino de perfeccionamiento, y entre ambos ordenamos nuestras ideas, las clarificamos y entrevemos una salida airosa a la cuestión propuesta. Esta colaboración fecunda supone el entreveramiento de nuestros ámbitos de vida, la creación de un campo de juego común. Ese ámbito de participación que creamos merced a una entrega generosa de lo mejor de nosotros mismos lo llamamos encuentro, en sentido riguroso. Encontrarnos no se reduce a estar cerca -nivel 1-; supone entrar en juego creativamente para enriquecernos unos a otros -nivel 2-. Al relacionarnos en ese campo de juego común, superamos la escisión entre el dentro y el fuera, el aquí y el allí, lo mío y lo tuyo. Estamos, pues, ante un fenómeno creativo, propio del nivel 2, el nivel de los ámbitos y la creatividad. Antes del encuentro, tú eras para mí un ser distinto, distante, externo, extraño, ajeno. Al encontrarnos, dejas de ser distante, externo, extraño, ajeno, sin dejar de ser distinto, y te vuelves íntimo. Íntimo no significa que has salido de tu interioridad y te has recluido en la mía, o yo en la tuya. No hay paso de una interioridad a la otra. Hay superación del alejamiento entre lo interior y lo exterior, pues hemos creado un espacio nuevo que nos acoge a ambos y nos eleva de nivel, nos sumerge en el ámbito del nosotros. Este ámbito es un campo de juego en el cual participamos en la vida del otro y la compartimos, de forma que tus gozos son mis gozos, y tus penas, mis penas. No se trata, pues, de superar distancias –como sucede en el nivel 1-, sino de crear espacios en los que es posible fundar modos superiores de unidad. Dos personas que se encuentran, en sentido riguroso, no están la una fuera de la otra. Ambas se hallan insertas en un mismo campo de juego, en el cual el aquí y el allí, el dentro y el fuera no indican escisión entre una realidad y otra sino lugares distintos desde los cuales están participando en un mismo juego creador, es decir, colaborando al logro de una misma meta. Por el contrario, si, al tratar a una persona, sólo tomo en consideración su cuerpo y la reduzco a medio para mis fines, la bajo del nivel 2 al nivel 1; la sitúo fuera de mí, como algo exterior a mí, incapaz de participar en el juego de mi vida. Al hacerlo, soy injusto con ella, pues le resto posibilidades de desarrollo y la degrado. Cada tipo de realidad nos pide una actitud adecuada. La actitud que debemos adoptar respecto a las personas no es la de dominio, posesión y manejo interesado, propia del nivel 1, sino la actitud respetuosa, generosa, colaboradora y servicial, característica del nivel 2. El encuentro no se reduce a mera cercanía física (necesaria para estar unidos dos seres en el nivel 1). Es el modo privilegiado de unión que establecemos con las realidades personales cuando adoptamos respecto a ellas una actitud de respeto, estima y colaboración, que da lugar a un estado de intercambio y enriquecimiento mutuo (nivel 2). Esta forma de ver nuestra realidad humana opera una verdadera transfiguración en nuestra mente y nuestra actitud. Nos liberamos de la sumisión al espacio y descubrimos que una realidad distinta de nosotros se convierte, a menudo, en íntima, sin dejar de ser distinta. De esta forma, realidades que están fuera de nosotros en el nivel 1 se nos tornan íntimas en el nivel 2. Eso queremos decir al indicar que, en este nivel, los términos «dentro» y «fuera» dejan de oponerse y se complementan. Esta transformación es tan fecunda que da lugar a las formas más logradas del arte, que no expresan objetos sino ámbitos, no describen hechos sino acontecimientos, no subrayan tanto el significado de ámbitos y acontecimientos sino su sentido, no relatan procesos artesanales sino creativos (3). Fecundidad de esta idea del encuentro para la vida cotidiana Al comprender así, por dentro, lo que es el encuentro, clarificamos mil aspectos de la vida humana. Indiqué, un día, a unos jóvenes que, si salen por las noches y no indican en casa a dónde van y cuándo piensan regresar, se comportan desconsideradamente con sus padres, pues éstos, en tal caso, se ven angustiados por la preocupación y no pueden descansar. • «Pero ¿por qué han de tener miedo?», me dijo uno de ellos. • «No, no tienen miedo -agregué yo-; sienten angustia, que es peor. El miedo es temor ante algo concreto frente a lo cual puedes tomar medidas. La angustia surge cuando el peligro te envuelve, no da la cara, y no sabes qué hacer». • «Bueno -contestó el joven-, si se angustian..., ése es su problema». • «Si de veras piensas -repliqué yo- que tal angustia es un problema que sólo atañe a tus padres, debo decirte algo muy grave: no tienes hogar». • «¿Cómo que no tengo hogar?», protestó el joven. • «Vivienda sí -aclaré yo-, pero no hogar, pues éste surge cuando hay encuentro entre quienes viven en común». • «¡Pero yo me encuentro a diario con mis padres...!» -agregó el joven, confuso-. • «Sí, rozas su brazo al cruzarte por los pasillos -indiqué yo-, pero eso no es un encuentro; es mera vecindad. Si te encontraras de veras, los gozos de tus padres serían tus gozos; sus problemas, tus problemas; y su angustia, tu angustia». Esta breve pero radical explicación mía le causó al joven mayor impacto que si le hubiera afeado su conducta. Y con razón, pues no encontrarse es el mayor infortunio que podemos sufrir, ya que el encuentro es la raíz de nuestra vida, hasta el punto de que los biólogos actuales más cualificados nos definen como «seres de encuentro». A su entender, lo que más necesita un recién nacido, en cuanto a su desarrollo personal, es verse acogido por quienes lo rodean. El acogimiento se muestra, sobre todo, en la ternura. De ahí que los biólogos, los pediatras y los pedagogos anden a porfía en recomendar a las madres que, a no ser en caso de enfermedad, amamanten por sí mismas a sus hijos y los cuiden. Amamantar no es sólo dar alimento; es, además, acoger. Al sentir un día y otro la ternura en las yemas de los dedos de quien lo asea y lo viste, el bebé gana confianza en el entorno -formado por la madre, el padre, los hermanos...- y se prepara para abrirse a las demás personas y tener fe en ellas, condición indispensable para hacer confidencias y crear relaciones de encuentro. Sin esa confianza básica, el niño tiene grave riesgo de sufrir disfunciones psíquicas en la juventud: brotes de violencia, fracasos escolares, dificultad para realizar la entrega que exige la fe, tanto la humana como la religiosa... (4) Se cuenta que Federico II de Prusia ordenó que a los bebés de un orfanato se les diera todo lo necesario para subsistir biológicamente: alimento, bebida, vestido..., pero se evitara cuanto pudiera suponer una forma de encuentro personal: palabras cordiales, caricias, sonrisas... Esos niños fallecieron. Experimentos posteriores pusieron de manifiesto que lo que más necesitan los seres humanos al venir al mundo es sentirse acogidos por un clima de ternura. Este clima sólo se crea cuando todos los que forman el hogar se quieren entre sí. Tal experimento y muchos otros realizados en diferentes líneas de investigación han llevado a científicos, médicos y antropólogos a concluir que el ser humano es «un ser de encuentro» (5) . Condiciones del encuentro Si tenemos en cuenta lo que hoy sabemos sobre la importancia de la relación en el mundo inanimado, el vegetal y el animal, esta vinculación radical del ser humano con el encuentro indica a las claras que el hombre es «el rey del universo». Todo el mundo está basado en energías estructuradas, es decir, relacionadas, ordenadas. La materia -escribe el físico canadiense Henri Prat- «no es más que energía “dotada de forma”, informada; es energía que adquirió una estructura (6)» . Los seres del mundo vegetal y el animal existen y se propagan gracias a una trama de múltiples interrelaciones. El ser humano debe mantenerse, asimismo, en unidad con ese cosmos, pero, dentro de esa estructura relacional, tiene el inmenso privilegio de poder y deber crear nuevas formas de relación. Al hacerlo -por ejemplo, en la unión matrimonial- se convierte en portavoz del universo. Las flores que lleva la novia y las que adornan el templo el día de la boda se mantienen en unidad con el universo y dan así gloria al Creador, pero no lo saben ni lo quieren. Quienes conocen la importancia de tal unidad y optan por crear nuevas formas relevantes de unidad son los novios, que se brindan a darles voz. De ahí la inmensa alegría de todos los acontecimientos en los que se instauran nuevas y valiosas formas de unidad. Bien lo ha escrito Henri Bergson: «La alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha reportado una victoria: toda gran alegría tiene un acento triunfal (7)» . Podemos afirmar, con todo realismo, que la creación de formas elevadas de unidad lleva el universo a plenitud. Pero, en la vida, lo más grande no se nos da de forma gratuita. Hemos de conquistarlo con esfuerzo. Ya sabemos que las realidades, a medida que presentan mayor rango, nos plantean exigencias más altas: el tablero de ajedrez nos marca unos cauces y nos pide fidelidad al reglamento; la partitura nos exige máxima fidelidad a la letra y al espíritu de la obra, y lo mismo el poema. La persona, al ser superior en rango a estas otras realidades, nos plantea las mayores exigencias para encontrarse con nosotros. El encuentro no podemos crearlo con sólo acercarnos físicamente unos a otros (nivel 1). Para que el ámbito de participación que es el encuentro presente la debida solidez, firmeza y fecundidad, debemos cumplir las condiciones que nos plantean las actividades realizadas en el nivel 2, pues éste es el nivel en el que acontecen las relaciones entre las personas y los ámbitos, realidades abiertas que logran su máxima cota en los seres personales. Entre tales exigencias figuran la generosidad, la disponibilidad, la veracidad, la sencillez, la comunicación, la fidelidad, la paciencia, la cordialidad, la participación en tareas relevantes... Analicémoslas cuidadosamente, bien conscientes de que todas ellas se dan en el nivel 2. 1. La generosidad nos lleva a abrirnos a otras personas con afán, no de dominarlas y ponerlas a nuestro servicio (nivel 1), sino de enriquecerlas, ofreciéndoles posibilidades de desarrollarse y recibiendo activamente las que ellas nos otorgan (nivel 2). Generosidad procede de generare, engendrar, generar. Es generoso el que genera vida en otras personas, estableciendo con ellas relaciones de encuentro, que no aumentan nuestras posesiones (nivel 1) pero incrementan la calidad de nuestra vida personal (nivel 2). La generosidad es la condición primera y primaria del encuentro, por cuanto inspira las demás exigencias del mismo. Merece, por ello, una atención especial. El encuentro es una relación colaboradora que no reporta dominio ni incrementa las posesiones (nivel 1). Vista desde el nivel de los objetos y con voluntad de dominio, no aporta nada; parece infecunda. El penetrante filósofo del diálogo, Martín Buber, inspirado en la Religión de la Alianza, grabó esta idea en una frase feliz: «El que dice tú a otro (es decir, el que lo trata como una persona) no posee nada, no tiene nada, pero está en relación (8)» . Aquí se indica, a la vez, la generosidad del encuentro y el alto valor de la vida en relación. Este valor procede del carácter creador de la relación personal. Dos objetos que se relacionan, en cuanto están yuxtapuestos o chocan entre sí, no crean nada nuevo, siguen siendo lo que eran, no acrecientan el valor que ya tenían. En cambio, dos ámbitos, al entreverar sus posibilidades de acción, dan lugar a un ámbito nuevo que constituye para los dos un lugar de enriquecimiento. Tú me ofreces las posibilidades que tienes de clarificar una cuestión, y yo a ti las mías. Este intercambio constituye un diálogo. El diálogo es un campo de juego y de iluminación. Al crear un diálogo, ninguno de los coloquiantes invade el ámbito del otro y lo anula. Al contrario, poten¬cia su lucidez y su autonomía en el pensar y razonar. Desarrolla, así, su realidad y la perfecciona. Para entreverarse, los ámbitos deben renunciar a recluirse egoístamente en sí mismos. Pero tal renuncia no supone una pérdida de identidad, una entrega a lo ajeno y extraño. Significa, por el contrario, el cumplimiento de una exigencia de la propia realidad, que es entrar en colaboración. Toda realidad es un «ámbito» en la medida en que tiende a complementarse con otros seres para fundar nuevas realidades y desplegar, así, las posibilidades que alberga en su interior. Una persona es «ambital» porque está llamada a fundar toda clase de encuentros. Cuando dos o más realidades entran en relación creadora, dan lugar a un ámbito de envergadura superior. Esa actividad «ambitalizadora» potencia el carácter ambital de las realidades relacionadas y convierte en ámbitos las realidades que eran vistas anteriormente como meros objetos. Las personas, al relacionarse entre sí y con los ámbitos -obras literarias y artísticas, instituciones, etc.-, incrementan sus posibilidades, su poder de iniciativa, el campo que abarcan en la sociedad..., es decir, todas las condiciones que las convierten en un ámbito. Por otra parte, un objeto -como era la pluma con que Goethe escribió el Fausto- adquiere, en alguna medida, carácter de ámbito al entrar en relación activa con el proceso creador de una obra literaria relevante. El rango de cada realidad se manifiesta en la calidad de las relacio¬nes que colabora a fundar. Esa calidad es alta cuando el hombre renuncia a las relaciones que permiten dominar y cultiva las que implican colaborar. Este fomento y aquella renuncia entrañan cierta dosis de generosidad (9). 2. La disponibilidad de espíritu nos mueve a abrirnos a otra persona, dejar el ámbito confiado del propio yo y correr el riesgo de entregarnos a alguien distinto cuyas reacciones posibles desconocemos en principio. La actitud de disponibilidad nos lleva a escuchar las propuestas del prójimo -no sólo a oírlas- y vibrar con ellas, actitud creativa propia del nivel 2. Esa capacidad de vibración personal se llama simpatía, término derivado del griego sympatheia -padecer con-, y hace posible la verdadera comunicación entre las personas. Tal comunicación simpática funda una auténtica empatía y solidaridad, la disposición a sintonizar con los demás, acoplarnos en lo posible a sus gustos y su modo de ser, acompasarnos a su ritmo, compartir en alguna medida sus gozos y sus aflicciones. 3. La veracidad nos lleva a mostrarnos como somos, sin deformaciones tácticas. Al revelarnos con franqueza y transparencia, manifestamos una voluntad sincera de unir nuestro ámbito de vida al de los demás. Con ello manifestamos tener confianza y fe en ellos. Al ofrecernos de modo confiado y, por tanto, fácilmente vulnerable, hacemos patente que no nos movemos en el plano egoísta de la seguridad, el cálculo y el dominio -nivel 1-, sino en el de la gratuidad desinteresada (nivel 2). Por eso les inspiramos confianza. Al presentarnos como fiables, cobran fe en nosotros, nos hacen confidencias y creamos una relación de encuentro (10) . 4. La sencillez –actitud suscitada por la confianza- inspira un trato de igualdad. Sabemos que el encuentro supone un entreveramiento de dos ámbitos -o realidades abiertas- que tienden a enriquecerse mutuamente. Para lograrlo, no hemos de considerarnos autosuficientes, sino aceptar las propias limitaciones y la necesidad de complementación. Tal aceptación requiere sencillez. El altanero estima que puede autoabastecerse y no requiere ayuda de ningún género. El sencillo está pronto a recibir y a dar, bien seguro de que es la actitud de intercambio la que nos enriquece de verdad. "Yo no amo a los sedentarios de corazón –escribe Antoine de Saint-Exupéry-. Los que no intercambian nada no llegan a ser nada. Y la vida no habrá servido para madurarlos (11)" . 5. La comunicación mutua -el intercambio de ideas, sentimientos, anhelos y proyectos- crea intimidad y anima a compartir la vida del otro de forma activa, creadora de vínculos entrañables. Esta forma de comunicación sencilla y sincera es promovida por el sentimiento de confianza mutua y la voluntad de compartir plenamente la vida. Comunicarse cordialmente es darse. Tal actitud oblativa inspira el deseo de comprender al otro, de ponerse empáticamente en su lugar para ver la vida desde su perspectiva y entender su conducta: sus deseos, proyectos, gustos, reacciones... Esta tarea la llevamos a cabo de modo plenamente satisfactorio cuando procuramos adivinar en qué estriba la felicidad del otro y le ayudamos a lograrla. Si somos de verdad comprensivos con los demás, estamos bien dispuestos para otorgar perdón a quien, con su conducta, provocó algún tipo de ruptura. Per-donar(12) significa, etimológicamente, dar algo valioso. Recordemos que, en latín y en español, el prefijo «per» refuerza la acción del verbo. Lo que se da, al perdonar, es la posibilidad de comenzar de nuevo, considerar un momento dado como un origen, con toda la fuerza creativa que éste implica. Comenzar una y otra vez significa insistir, y ésta es la forma que tenemos los seres finitos, menesterosos, de conseguir algo difícil. No debemos desanimarnos -es decir, perder el ánimo- por haber de levantarnos una y otra vez y comenzar de nuevo, porque cada comienzo es una fuente de energía renovada. 6. La fidelidad no se reduce a mero aguante, actitud propia de muros y columnas (nivel 1). Implica la disposición a crear en cada momento de la vida lo que, en un momento, se prometió crear; por ejemplo un hogar estable (nivel 2). Prometer supone una gran soberanía de espíritu, ya que exige sobrevolar el presente y el futuro y decidir configurar, en cada instante, la propia vida conforme al proyecto establecido en el acto de la promesa. La fidelidad, en consecuencia, es una actitud creativa; no se reduce a soportar, de forma pasiva, algo gravoso. Esa actitud soberana y creativa sólo podemos adoptarla cuando descubrimos los grandes valores –unidad, verdad, bondad, justicia, belleza- y optamos incondicionalmente por ellos. Es la tarea propia del nivel 3(13) . Por ser creativa, la fidelidad implica flexibilidad de espíritu, no terquedad ni rigidez. La persona terca mantiene rígidamente sus posiciones. La persona flexible está siempre pronta a modificar sus puntos de vista si descubre razones suficientes para ello. 7. La paciencia tampoco se limita a aguantar situaciones incómodas; significa ajustarse a los ritmos naturales. • Si te rompes un brazo y el médico te prescribe un tiempo de reposo, no te pide que te aguantes, sino que adaptes tu actividad al ritmo lento de regeneración de tus tejidos. • El profesor que debe atender a un alumno lento de reflejos ha de acomodarse, en cierta medida, a esa condición y no exigirle una rapidez que le resulte estresante y pueda provocarle una pérdida de autoestima. La cordialidad lubrifica las relaciones humanas. La hosquedad las entorpece al máximo. Encontrarse significa entreverar dos ámbitos de vida distintos, dos personalidades diferentes, y esta forma estrecha de unión debe ser facilitada por la dulzura de trato, la amabilidad, la flexibilidad de espíritu, el buen humor, la facilidad de comunicación. Estas cualidades no se oponen, de por sí, a la seguridad en sí mismo, la solidez de las convicciones, la coherencia en las actitudes. Si soy profesor y me veo en la obligación de suspender a un alumno, he de hacerlo con la debida cordialidad, dándole las orientaciones necesarias para que salga airoso en el próximo examen. El alumno vuelve a casa suspendido, pero hemos creado unidad y hemos convertido la actividad evaluativa en una fuente de formación humana. 8. Compartir actividades elevadas crea entre nosotros modos de unión entrañables. Cuando varias personas participan en una realidad valiosa, se unen a ella íntimamente y crean, a la vez, un vínculo fuerte entre sí. Lo advertimos al contemplar a un buen coro interpretar una obra de calidad. Los músicos fijan la mirada en el director, que expresa con sus gestos el sentido de la obra. No se miran entre sí, pero se unen de forma admirable: atemperan el volumen de su voz y ajustan el tempo y el ritmo a los de los demás a fin de lograr una armonía perfecta, que es fuente de la más honda belleza (14). A estas exigencias debemos añadir una más: cultivar la relación de presencia mediante la integración de un modo de inmediatez y otro de distancia. La expongo aparte, en la sección de Conferencias y artículos, porque requiere adoptar un tempo algo más lento. Cuarta fase: El descubrimiento de los valores y las virtudes Estas exigencias del encuentro -generosidad, veracidad, cordialidad, paciencia...- encierran para nosotros un alto valor por cuanto nos permiten realizar diversos modos de encuentro y desarrollar, así, nuestra personalidad. Tiene valor para nosotros aquello que nos ayuda a crecer como personas. Acabamos de descubrir, por dentro o en su génesis, lo que son los valores. A partir de ahora tendremos una idea profunda de ellos porque los hemos visto surgir espontáneamente en el proceso de nuestro desarrollo personal. Cuando asumimos los valores como formas de conducta, los convertimos en virtudes. En latín, «virtus» significa fuerza, capacidad. Las virtudes son capacidades para encontrarse. Todavía hoy consideramos como «virtuoso» de un instrumento musical a quien muestra una extremada pericia para convertirlo en medio de expresión artística. Todos los seres humanos debemos adoptar una actitud virtuosa que nos capacite para crear modos elevados de unidad. De esa forma, configuramos virtuosamente nuestro modo de ser, esa especie de segunda naturaleza(15) que vamos adquiriendo al realizar determinados actos y adquirir ciertos hábitos. Hombre éticamente valioso es el que configura un modo de ser que lo dispone favorablemente para crear relaciones de encuentro (16) . En cambio, se consideran viciosas las formas de conducta que desajustan de tal modo nuestra conducta que nos resulta difícil o imposible fundar relaciones de encuentro y llevar nuestra personalidad a madurez. Una vez descubiertos el encuentro, los valores y las virtudes, quedamos preparados para realizar el descubrimiento más fecundo: el del ideal verdadero de nuestra vida. Es el momento decisivo de nuestra formación, como nos enseñan hoy los más expertos psicólogos. Sinopsis de lo descubierto en los análisis anteriores Destaquemos la importancia que tienen estos análisis para aprender el arte de pensar de forma aquilatada. Han sido un tanto complejos, más de lo que serán los siguientes, pero ha valido la pena, ya que 1) hemos descubierto las experiencias reversibles, en las cuales queda patente que la forma de libertad más importante es la creativa, y ésta no se opone a las normas; se enriquece al asumirlas; 2) hemos visto que la intimidad personal significa la creación de un campo de juego común entre dos personas; 3) hemos asistido a la génesis del encuentro y analizado sus condiciones; 4) hemos comenzado a distinguir diversos niveles de realidad y de conducta. Prestemos atención a estas cuatro claves de orientación, que nos permitirán comprender cómo nos desarrollamos y qué riesgos corremos de destruirnos. Si lo hacemos, nos disponemos para descubrir cuál es el ideal auténtico de nuestra vida y comprobar hasta qué punto este descubrimiento transfigura nuestro modo de ser. Será el tema del próximo input. 1. Recordemos que la elipse tiene dos centros intervinculados, y de ahí se deriva su peculiar dinamismo, bien visible en la arquitectura y el urbanismo barrocos. En la plaza romana de San Pedro, no te centras situándote junto al obelisco, sino moviéndote entre las dos fuentes. 2. Cf. Yo y tú, Caparrós, Madrid 1995, 2ª ed., págs. 33, 50. Versión original: Ich und Du, en Die Schriften über das dialogische Prinzip, Schneider, Heidelberg 1954, págs 41, 66. Qué es el hombre, FCE, México 1954, 3ª ed., págs. 151-154. 3. Este sugestivo tema lo explano en obras como Estética de la creatividad, Rialp, Madrid 1998, 3ª ed.; Cómo formarse en ética a través de la literatura, Rialp, Madrid 2008, 3ª ed.; La experiencia estética y su poder formativo, Universidad de Deusto, Bilbao, 2004, 2ª ed.; El poder formativo de la música. Estética musical, Rivera editores, Valencia 2010, 2ª ed.. 4. Véase la sugestiva obra de Juan Rof Carballo: Violencia y ternura, Prensa Española, Madrid 19773. 5. Cf. J. Rof Carballo: El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid 1973. Manuel Cabada Castro: La vigencia del amor, San Pablo, Madrid 1994. 6. Cf. L´espace multidimensionnel, Les Presses de l´Université de Montreal, Montreal 1971, p. 15. 7. Cf. L´énergie spirituelle, PUF, Paris 1944, 32ª ed., p. 23. 8. Cf. Yo y Tú, p. 8. Versión original: Ich und Du, p. 8. (El paréntesis es mío). 9. A lo largo de los análisis que estamos realizando a propósito del Primer Método quedará patente que descubrir la fecundidad de los distintos modos de relación y unidad que podemos fundar con las realidades circundantes nos permite elaborar una ética lúcida y sólida. 10. Nótese que los términos fe, confianza, confidencia, fiabilidad, fiarse... están hermanados, al proceder de una misma raíz latina: fid. 11. Cf. Citadelle, Gallimard, Paris 1948, p. 38; Ciudadela, Círculo de Lectores, Barcelona 1992, p. 38. (La traducción hube de cambiarla, por fidelidad al original). 12. Derivado del verbo del latín tardío «per-donare». 13. Los ochos niveles de realidad y de conducta los analizaremos después de descubrir las doce fases de nuestro crecimiento personal. 14. El tema del encuentro y sus exigencias lo trato ampliamente en las obras siguientes: Inteligencia creativa, págs. 131-217; Descubrir la grandeza de la vida, Desclée de Brouwer, Madrid 2009, págs. 48-54. 15. Esta segunda naturaleza se decía en griego êthos, término del que se deriva el vocablo Ética. 16. El tema de los valores es ampliamente tratado en mis obras: El conocimiento de los valores, Verbo Divino, Estella (Navarra) 2000, 3ª ed.; El libro de los valores, Planeta, Barcelona 2003, 10ª ed.; y en el tercero de los tres cursos on line ofrecidos por la “Escuela de Pensamiento y Creatividad”, bajo el título de “Experto universitario en creatividad y valores” (www.escueladepensamientoycreatividad.org). |
Editado por
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.
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