|
|
Método terceroAbordamos aquí un tema que nos lleva más allá de cualquier concepción superficial del orden, en su relación con la belleza y la verdad. Nos abre al gran enigma del universo y de nuestra posición en él. Si respondemos activamente a dicha llamada, comprendemos por qué el joven Glaucón se sintió impresionado al oír a Sócrates afirmar que la idea del bien supera en belleza al conocimiento y la verdad, y exclamó: «¡Qué inefable belleza le atribuyes!». «¡Qué maravillosa superioridad!» (La república 509 a, c).
LA BELLEZA, VÍNCULO ENIGMÁTICO ENTRE EL ORDEN Y LA VERDAD
A fin de preparar esa experiencia singular, quiero esbozar el contexto privilegiado en que nos ha situado la ciencia actual, al ahondar con increíble agudeza en los secretos de la materia y en las posibilidades expresivas del lenguaje matemático. Desde la alta cota en que se mueven, nos están abriendo rutas para la comprensión lúcida del fecundo nexo entre fe y ciencia; fe, ciencia y belleza. No en vano, algunos de los protagonistas de la ciencia actual unían a elevados conocimientos profesionales el cultivo esmerado del arte musical, que dispone nuestro espíritu para conseguir la flexibilidad y la agudeza que caracterizan la “mirada profunda” (1). Es una delicia intelectual observar la perspicacia con que estos autores plantean grandes problemas filosóficos y humanos que nos afectan a todos en lo más íntimo, al tiempo que se mueven en la región de los orígenes y parecen tocar fondo en el enigma de lo real. Leídos con la debida atención, esos textos nos transmiten al menos un eco de la emoción indescriptible que les produce contemplar la naturaleza cara a cara. La Física actual amplía nuestra mirada Cuando asumimos los resultados de la Microfísica y la Astronomía actuales, sentimos una especie de zozobra intelectual, pues nos parece entrar en un mundo fluido, evanescente, carente de la necesaria consistencia para sentirnos amparados. Una vez que acomodamos nuestra mente a esta nueva concepción de la realidad, observamos entusiasmados que hemos accedido a un nuevo modo de pensar y de ver, y la vida humana se nos presenta como algo grandioso. Lo ha visto así el físico canadiense Henri Prat: «Si hacemos una vez el esfuerzo de reflexionar sobre la verdadera complejidad del espacio que nos rodea, y del que formamos parte; si hemos comprendido que en él debemos incluir no sólo las tranquilizantes dimensiones euclidianas, sino el tiempo y la energía en sus múltiples formas, los campos de fuerza, la materia, la información (2), etc., no podemos ya sentirnos nunca más “como antes”: confortablemente asentados (...) sobre un suelo inmóvil, al hilo de un tiempo que transcurre plácidamente. Comprendemos que, en realidad, estamos inmersos en un torbellino de energía, de materia y de vida en ebullición, sobre una nave espacial gigantesca (el planeta tierra), lanzada velocísimamente por el Universo; que no somos sino partículas ínfimas y muy relativamente autónomas de este espacio multidimensional. (...) En esto consiste el gran salto actual hacia lo desconocido: el paso brutal del pequeño acerbo de conocimientos estables y bien etiquetados de nuestros abuelos a la cegadora explosión de la ciencia contemporánea; a la adquisición de fuerzas prodigiosas, de un dominio ilimitado de la naturaleza, de la apertura al espacio cósmico. Con todo lo que esto implica de magníficas posibilidades pero también de riesgos de catástrofes si, en el gran cerebro del “mono desnudo”, la ingeniosidad prevalece sobre la inteligencia, la violencia sobre la armonía y el odio sobre el amor» (3). Es impresionante pensar que, en el fondo, todas las realidades terrestres venimos a ser un torbellino de energías estructuradas, que cabalgamos sobre una enorme bola de energía que gira en torno a otra mucho más voluminosa, en la cual la fusión atómica produce altísimas temperaturas, y gira, a su vez, en relación a otros astros formando parte de los millones de sistemas solares que se extienden por espacios de extensión inimaginable... Por la fuerza misma que implica el modo de ser del universo estudiado hasta sus últimos reductos, la investigación física actual nos lleva a un cambio de mentalidad, de estilo de pensar. El modo de pensar "cosista" u "objetivista" no puede dar razón de los nuevos descubrimientos. Hoy la investigación física no ve la realidad como una especie de inmensa caja china, dentro de la cual se hallan cajas cada vez más pequeñas. Las más diminutas serían los átomos, y dentro de ellos las últimas partículas a las que se puede tener hoy acceso. La física de las partículas elementales no interpreta éstas como cuerpos pequeñísimos, sino como "eventos", acontecimientos, algo que aparece y se desvanece en tiempos mínimos. Un protón y un electrón no ocupan espacio, no son cosas permanentes, son centros de eficiencia o de acción transespaciales, inmateriales, inintuibles. «Las partículas elementales ‒escribe Werner Heisenberg‒ son más bien un mundo de tendencias o posibilidades que un mundo de cosas y de hechos» (4). Los eventos espontáneos e instantáneos que aparecen como chispas en milésimas y hasta millonésimas de segundo en la pantalla fluorescente que utilizan los investigadores para hacer visibles las apariciones microcósmicas no son divisibles como cosas corpóreas o corpúsculos. Esas energías primarias son «un primer asomo, potencial aún, de estructura, es decir, de forma (no sustancial todavía)» (5). «Las partículas elementales no adquieren sus propiedades en virtud de una estructura intrínseca ‒en ese caso, serían elementos compuestos‒, sino por estar incrustadas en el orden superior de las llamadas “leyes de cuadro” (“Rahmengesetze”), que relacionan a dichas partículas entre sí (...)» (6). Al relacionarse esas energías primarias entre sí, dan lugar a las diversas formas de realidad física. «(...) La materia ‒advierte H. Prat‒ no es más que energía “dotada de forma”, informada; es energía que ha adquirido una estructura. La destrucción parcial de esta estructura desencadena torrentes de energía hasta entonces tenida en reserva sabiamente en los pequeños edificios, más o menos estables, que son los átomos» (7). Una estructura es un conjunto ordenado de relaciones. Una relación es el ingrediente mínimo de una estructura. La importancia de la relación la expone nítidamente el físico y filósofo alemán Wolfgang Strobl: «Tan sólo la concatenación de un complejo de relaciones es capaz de dar “cuerpo real”, por decirlo así, a los aconteceres elementales, que se realizan gradualmente, en un orden rigurosamente jerárquico, emergiendo de las actualizaciones primarias y ascendiendo a través de las estructuraciones que forman el orden atómico, el orden molecular, el orden cristalino, hasta las formas intuibles que somos capaces de percibir. O expresado a la inversa, de modo negativo: en la naturaleza no se da una existencia aislada. Un electrón o un protón solo, desprovisto de su campo de coexistencias, resultaría al mismo tiempo despojado de todo sentido no sólo físico sino también óntico. Para que haya realizaciones elementales y, (...) distendido por ellas, un medio espacio-temporal, es condición necesaria el presupuesto de relaciones preexistentes. Los conceptos de relación (...) y de estructura (...) vienen a figurar, cada vez más, en el primer lugar y rango de las categorías científicas. Se impone la primacía de la totalidad e integración mutua sobre sus constituyentes» (8). « (...) Todas las “cualidades” que adscribe la física a las partículas elementales ‒masa, niveles energéticos, estados cuánticos, carga eléctrica, carga nucleónica o número barónico, “spin” e “isospin”, paridad... ‒ son conceptos relativos, o mejor: relacionales» (9).
La contemplación de los seres del universo como “nudos de relaciones”
Lo que llamamos materia y vida, con su variedad inagotable de formas y manifestaciones, está constituido en el fondo por despliegues de energía, configurada de modos diversos en el espacio-tiempo. Lo expresa así Henri Prat: «Partículas, materia (átomos), campos de fuerza (atracciones, repulsiones), luz, espacio, tiempo, velocidades, aceleraciones, masas (inercia), presiones, temperaturas, densidades, etc.; todas estas expresiones no son sino aspectos derivados de estos dos elementos fundamentales: la puesta en forma de la energía» (10). Este origen común de los seres explica 1) que haya una profunda unidad entre la sustancia que nos constituye a nosotros y la que da cuerpo a las realidades que nos rodean y hacen posible nuestra vida, 2) que todos los seres tiendan a vincularse con otros y formen una especie de "campos de realidad" complejos. H. Prat los denomina "hiperespacios", término cuyo sentido se corresponde en buena medida con el de "ámbito" o “realidad abierta”. Si un niño te pregunta lo que es un pez, señalas hacia uno de esos silenciosos seres que se deslizan blandamente por el agua y dices: «eso es un pez». Tu respuesta es muy incompleta; sugiere que la realidad llamada pez es algo perfectamente delimitado, como lo es una cosa. Pero un pez es todo un campo de realidad, que implica una serie de factores, relativos al espacio (longitud, latitud, profundidad), al tiempo (estación del año, fecha, hora), a la energía (radiaciones, longitudes de onda), a la materia (vientos, nubes, precipitaciones, olas, corrientes, gases disueltos, sales ionizadas, bacterias, virus, algas, animales). El pez flota, como un astronauta, en este espacio multidimensional, que es el suyo y a él se ajusta perfectamente merced a los prodigiosos aparatos sensoriales que tiene en su línea lateral, a través de los cuales percibe las menores variaciones de las cualidades del océano: gases, sales, presión, campos eléctricos, etc. El pez constituye un sistema "hiperespacial" (ambital) cerrado y abierto al mismo tiempo; independiente del medio en que se halla inmerso y, a la vez, en interacción con él (11). Conviene sobremanera que nos habituemos a determinar los factores que integran un "ámbito" o "hiperespacio"; por ejemplo, el de un submarino, un avión, una nave espacial... En todos ellos hay diversos factores (relativos al espacio, al tiempo, a la energía, a la materia...) que determinan el tipo singular de ámbito o campo de realidad que denominamos con esos nombres. Un submarino no lo podemos entender como tal si no lo vemos vinculado con la presión, la salinidad, las corrientes, el campo magnético, la temperatura, los marinos que lo habitarán activamente… Nuestro organismo constituye, asimismo, un "hiperespacio" o ámbito dentro de otro "hiperespacio" envolvente ‒el entorno‒, al cual se opone para mantener su independencia y del cual necesita para alimentarse, mantener su actividad energética, crecer y reproducirse. Nuestra persona muestra también estas dos condiciones: es independiente del entorno cultural y realiza intercambios con él para nutrirse espiritualmente. Al transmitir sus conocimientos a otras personas, realiza una especie de "reproducción" espiritual, porque de alguna forma "engendra" hijos espirituales en cuanto modela su personalidad. Un cristal que crece dentro de una solución salina sobresaturada se comporta, en cierto modo, como un ser vivo. De nuevo nos encontramos con dos ámbitos distintos y tensionados entre sí. La configuración del cristal es totalmente distinta de la del medio exterior. Todos sus átomos están ordenados de forma perfecta, mientras las moléculas del medio están desordenadas. En todos estos ejemplos queda patente que lo decisivo en la formación de un ser es la "configuración" o “con-formación”, que opera de manera "contagiosa". Un germen de configuración transmite su poder configurador al entorno, sea un germen cristalino, o una protoestrella o un impulso cultural... Un pueblo constituye un espacio multidimensional bien configurado frente a los pueblos que forman su entorno vital, como el medio ambiente lo está respecto al ser vivo y la solución salina respecto al cristal. Lo decisivo en todo pueblo es su grado de configuración interna, su "campo unificador". Su energía vital pende de la unidad interna y de los tipos de unión e intercambio que establece con el entorno. Al faltar esa capacidad de unión, sobreviene la disolución total y la muerte. Cuando hay factores configuradores, el orden sucede al caos, la prosperidad a la miseria, la fuerza a la impotencia. Es decisivo para nuestra formación integral descubrir que el nacimiento, el desarrollo y el declive de los seres está regido por esta ley universal: «Toda realidad debe tener en sí un "principio unificador" que mantenga su independencia al tiempo que lo relaciona activa y receptivamente con su entorno». Es una norma que se observa en la vida de un hombre y en un imperio, en una estrella y en una colonia bacteriana, en un animal y en una escuela artística, en un lenguaje y en un palacio, en un tema musical y en una dinastía, en un ciclón y en una guerra, en una moda y en una civilización... Figúrense la importancia que reviste para un joven darse cuenta de que su afán de independencia es legítimo, por responder a una necesidad de su ser, pero sólo es fecundo si se coordina con la vinculación al entorno, forma de unión activa que aúna el dar y el recibir posibilidades. El cultivo del narcisismo egoísta por parte de personas particulares o de pueblos enteros va contra corriente de la investigación actual más cualificada en todas las áreas. El "nacionalismo" exclusivista y agresivo respecto a los pueblos vecinos constituye un fenómeno tumoral dentro del tejido de la cultura contemporánea, porque supone un conglomerado de células muertas, ya que sólo hay vida donde se coordina la independencia con la interacción solidaria. Nada extraño que haya sido fuente de innumerables daños a lo largo de la historia. Todos los seres vivos deben, en cierta medida, enfrentarse al entorno para sobrevivir. Pero ese enfrentamiento tiene una finalidad constructiva. Así, los pueblos han de contrastarse, pero no oponerse; han de reconocer que son distintos, pero no necesariamente distantes, extraños y hostiles. Si ponen en juego su capacidad creativa y se relacionan con fines constructivos, logran una armonía mil veces más fecunda que las ganancias inmediatas que se derivan de la agresividad. En la vida hemos de ser combativos, no diluirnos blandamente en el entorno, mantener la propia personalidad, pero esa combatividad no debe perseguir la anulación del otro, sino una eficaz colaboración tensionada. El orden del universo genera y orienta la investigación científica La ciencia moderna ha surgido y se ha desarrollado gracias a la adivinación, por parte de los investigadores, de que el mundo está configurado conforme a un orden inalterable, en lo infinitamente pequeño y en lo inmensamente grande. Albert Einstein lo expresó con palabras no exentas de emoción: «Es aquí ‒en este esfuerzo por unificar racionalmente la multiplicidad de elementos‒ donde la ciencia alcanza sus más grandes éxitos (...). Pero cualquiera que haya experimentado la intensa satisfacción que produce todo avance logrado en este campo siente una profunda reverencia por la racionalidad que se pone de manifiesto en todo lo que existe. Con esta comprensión consigue liberarse en gran medida de los embates de sus propios deseos y temores personales, adoptando con ello una actitud de humildad mental frente a la grandeza de la razón encarnada en la existencia, y que en lo más hondo de sus profundidades resulta inaccesible al ser humano. Ahora bien, esta actitud, a mi modo de ver, es una actitud religiosa en el más alto sentido de la palabra». «Aunque es cierto que los resultados científicos son enteramente independientes de cualquier tipo de consideraciones morales o religiosas, también es cierto que justamente aquellos hombres a quienes la ciencia debe sus logros más significativamente creativos fueron individuos impregnados de la convicción auténticamente religiosa de que este universo es algo perfecto y susceptible de ser conocido por medio del esfuerzo humano de comprensión racional. De no haber estado dotada esta convicción de una fuerte carga emocional, y de no haber estado inspirados en su búsqueda por el amor dei intellectualis de Spinoza, difícilmente habrían podido dedicarse a su tarea con esa infatigable devoción, única que permite al hombre llegar a las más encumbradas metas» (12). Einstein consagró su talento durante treinta años a la tarea de buscar una formulación unificada de la gravedad y el magnetismo. Se mantuvo fiel a su propósito, considerado por todos como inviable en ese momento, merced a la fe que tenía en la unidad y el orden de la naturaleza. Sus hallazgos fueron decisivos para la actual física de las partículas elementales (13). En la misma línea, Max Planck afirma que Johannes Kepler se mantuvo fiel a su investigación científica, a pesar de mil avatares, merced a su «fe profunda en la existencia de un plan definido detrás de la creación entera» (14). Esta idea la expresó, asimismo, Heisenberg de forma muy bella en diversos pasajes de sus obras (15). Conexión entre la perfección orgánica y la belleza Llama la atención el nexo que existe, en muchos seres, entre la perfección funcional y la belleza. Un panal de miel, una tela de araña, una concha marina, una gacela de Grant, la trama membranosa de una hoja... cumplen de modo perfecto su función específica y muestran una belleza extraordinaria. Para realizar adecuadamente una función orgánica debe haber unidad de las partes con el todo, proporción de las partes entre sí, medida o mesura de las mismas: justo las condiciones de la belleza, según la Estética griega. Desde la constitución misma de la materia, las leyes matemáticas rigen la formación y crecimiento de toda realidad. Las matemáticas crean estructuras perfectamente ordenadas. Todo cuanto se ordene conforme a estructuras matemáticas es bello de raíz. En un retoño de bambú, los intervalos entre cada dos pisos sucesivos disminuyen a medida que la estructura del mismo se hace mayor. Eso mismo sucede en la torre de San Fermín de Pamplona. El crecimiento se ajusta a la serie numérica 2:3, 3:5, 5:8, 8:13, 13:21..., que se halla en relación con la famosa "sección aurea" o “número de oro”, según la cual la parte pequeña es a la grande como ésta es a la suma de las dos. Aquí se observa cómo el arte imita a la naturaleza en su forma espontánea de crear belleza (16) . La observación de la naturaleza nos permite descubrir una y otra vez cómo se unen estrechamente la configuración de las realidades, la ordenación perfecta de sus diversas partes y el logro de formas bellas. Werner Heisenberg, tan eminente físico como buen intérprete musical y entusiasta lector de Platón en griego, supo captar lúcidamente la relación entre la belleza, la unidad, el orden, la armonía, las interrelaciones expresables en fórmulas matemáticas, la importancia de lo bello en la búsqueda de la verdad... «En el momento en que el hombre descubre las ideas exactas ‒escribe‒, se produce en el alma de quien las ve un proceso indescriptible de extraordinaria intensidad. Estamos ante el sorprendente estremecimiento del que nos habla Platón en el Fedro: el alma recuerda algo que ha poseído desde siempre sin darse cuenta. Kepler dice: geometría est archetypus pulchritudinis mundi, “las matemáticas ‒podríamos traducir, generalizando‒ son el prototipo de la belleza del mundo”. En la física atómica este proceso ha tenido lugar hace más de cincuenta años, y con premisas nuevas ha conseguido volver de nuevo al estadio de bella armonía, perdido durante un cuarto de siglo» (17). Relación enigmática entre la mente humana y la realidad Este orden admirable que vamos descubriendo entre los seres del universo se da también entre la mente humana y la realidad. El matemático comienza inspirándose en la realidad para llevar a cabo sus primeras operaciones, pero pronto se eleva a un nivel de abstracción. En este nivel, aparentemente desligado de la realidad concreta, configura toda suerte de estructuras lógicamente articuladas, y más tarde advierte que le sirven para comprender la estructura de la naturaleza, que ‒en expresión de Galileo Galilei‒ «está escrita en lenguaje matemático». En principio, la mente humana se nos presenta como autónoma, capaz de operar en solitario, pero, al intentar conocer a fondo cómo está constituida la realidad, descubrimos que mente y realidad se hallan en sintonía, como si hubiera un plan de ordenación conjunta del universo. Debemos hacernos cargo personalmente de esta enigmática adecuación entre mente y realidad, que hace del universo un auténtico "cosmos", un conjunto ordenado. Para ello nos conviene percibir la profunda emoción que embargó a René Descartes y a Pierre de Fermat al inventar la Geometría analítica ‒que permite pasar de una figura a su ecuación, y viceversa‒, y a Leibniz y Newton al poner las bases del "cálculo infinitesimal", que hizo posible a la mente humana estudiar racionalmente fenómenos de la naturaleza que parecían evadirse a todo control intelectual preciso. El hecho de que hoy hablemos de «ciencias físicas matemáticas» ‒sin una y intercalada‒ indica de por sí el profundo vínculo ‒no por enigmático, menos real‒, que une la mente y la realidad (18). Nada más fecundo para la formación que despertar en los jóvenes la capacidad de asombro ante la grandeza sorprendente de mil aspectos de lo real. Esa labor se orienta en sentido contrario al reduccionismo, pues su meta es enriquecer nuestra concepción de cada uno de los modos de realidad, y no depauperarla. El empobrecimiento dificulta o incluso anula del todo la posibilidad del encuentro. El enriquecimiento la facilita e incrementa. A través de los estudios de Biología, un profesor avezado puede despertar en los alumnos un sentido de admiración profunda hacia lo que implica la vida, el hecho de que existan seres capaces de tener independencia respecto al medio, ejercer un tipo específico de control sobre él al tiempo que reciben del mismo cuanto necesitan para pervivir. Hay que evitar que el alumno dé por consabido todo cuanto le rodea, debido a su contemplación reiterada desde la niñez. Justamente, una de las tareas básicas de todo educador es avivar la capacidad de sorpresa ante lo cotidiano, que es el principio de la sabiduría. Las consecuencias éticas de esta instalación en el asombro son insospechadas. Si un joven llega a sentir admiración ante lo que es e implica un árbol, un bosque, un campo en flor..., experimentará un dolor casi físico ante el deterioro del paisaje y extremará sus cuidados con la naturaleza en torno. El que se abra al enigma prodigioso del ser humano se guardará muy bien de pensar o expresarse de forma superficial o frívola cuando se refiera a la vida naciente o declinante.
La belleza en las estructuras matemáticas
En su bella y sugerente obra El numero de oro (19), la Dra. Araceli Casans y de Arteaga nos sumerge en este apasionante mundo de la naturaleza con serenidad y destreza, para hacernos sentir cómo se conectan la belleza y el orden, la multiplicidad de formas naturales y la aparente rigidez de las proporciones geométricas. En su expresión contenida vibra un ímpetu emotivo afín al suscitado en Juan de Herrera por la contemplación de la figura cúbica, latente y operante en la admirable estructura del monasterio de San Lorenzo de El Escorial. A primera vista, esta gran fábrica ‒como le llamó su mejor cronista, el P. Sigüenza‒ parece algo estático, adusto y frío. Suele decirse precipitadamente que refleja, así, el carácter de su fundador y principal valedor, el Rey Felipe II. Si lo vemos, con mirada profunda, desde la interpretación dinámica de la figura cúbica que expuso el segundo arquitecto, Juan de Herrera, en su obra Elogio de la figura cúbica, este monumento se convierte en un volcán de emoción intelectual y estética (20). La exposición lúcida del profundo significado de la sección áurea y de las múltiples aplicaciones que se hicieron de la misma en el arte, en la arquitectura y el urbanismo, así como en la configuración de numerosos seres del reino vegetal y animal no sólo clarifica diversos fenómenos relevantes de la Historia del Arte; arroja luz sobre el enigma impresionante de las relaciones que median entre la mente humana, las ciencias matemáticas y el surgir de la belleza. Basta analizar de cerca cómo consiguió la ingeniería española del siglo XVIII aunar en el arsenal de Ferrol la más eficaz funcionalidad con la más alta belleza para convencernos de que la estética está muy lejos de reducir su alcance a la admiración y análisis de los fenómenos bellos; nos permite asistir, emocionados, al momento en que lo más ordenado se nos presenta como lo más bello, y la belleza surge como fruto de una transfiguración mutua del objeto de contemplación y del sujeto contemplador. Lo intuyó N. Berdiaeff al escribir: «Cuando se pregunta en libros sobre estética si la belleza es objetiva o subjetiva, se plantea la cuestión de modo completamente equivocado (…), ya que la belleza, incluso cuando se la contempla sencillamente, requiere la actividad creadora del sujeto. La belleza no es objetividad, es siempre transfiguración» (21). De modo afín, Henri Focillon advierte que «la forma no sólo está encarnada, es siempre encarnación» (22). NOTAS (1) Sobre este tipo singular de mirada puede ver una amplia exposición en mi obra El arte de leer creativamente (Stella Maris, Barcelona 2014) 31-77. (2)"Información" significa aquí "in-formación", configuración, donación de "forma" o estructura, entendida como principio de realidad y eficiencia. (3) L'espace multidimensionnel (Les Presses de l'Université de Montréal, Montréal 1971) 11. (4) Cf. Physik und Philosophie (Ulstein, Francfort 1961) 118. (5) Wolfgang Strobl: Introducción a la filosofía de las ciencias (Revista Estudios, Madrid 1951) 191. (6) W. Strobl: o.c., 80. (7) Cf. o.c., 15. (8) Cf. o.c., 67-68. (9) Cf. o.c., 80. (10) Cf. o.c., 147. (11) H. Prat: o.c., 23. (12) Cf. Heisenberg y otros: Cuestiones cuánticas (Kairos, Barcelona 1987) 170. Para Kepler y Maxwell, las leyes naturales eran objeto de contemplación religiosa. Cf. W. Heisenberg: Más allá de la física (BAC, Madrid 1974) 240-242; A. Fernández-Rañada: Los científicos y Dios (Nobel, Oviedo 1994) 182. Véase el texto de Kepler transcrito por Laín Entralgo y López Piñero en el Panorama histórico de la ciencia moderna (Guadarrama, Madrid 1963) 465-472. (13) A. Fernández-Rañada: o.c., p. 232. El autor aduce testimonios muy elocuentes de grandes figuras de la ciencia, entre ellas los Premio Nobel R. Feynman y Ch. H. Townes. Este último, descubridor del máser y el láser, afirma que los campos de la ciencia y la religión «son actualmente mucho más similares y paralelos de lo que nuestra cultura supone», pues «la fe es esencial para un científico, que siempre debe estar comprometido íntimamente con la creencia de que hay orden en el universo y que la mente humana puede entenderlo». Cf. o.c., 231-232. Ese orden es el que hace inteligible la realidad al hombre, lo cual supone un prodigio que nunca admiraremos bastante. (14) Cf. Cuestiones cuánticas, o.c., 212. (15) Cf. Más allá de la física, o.c., 240. (16) Exactamente, la "sección áurea" (o "número de oro") viene dada por esta proporción: (* 5+1):2 = 1: (*5-1)/2, que equivale a 0,618:0,382. Cf. W. Tatarkiewicz: History of Aesthetics (Mouton, La Haya 1970) 72. (17) Cf. Más allá de la física, o.c., 248. (18)Cf. B. D'Espagnat: En busca de lo real. La visión de un físico (Alianza Editorial, Madrid 1983) 206. (19) Cf. o.c. (Akrón, Madrid 2009). (20) Véase, en el Apéndice, una exposición sucinta de este libro, todavía hoy poco conocido. En ella se ofrecen diversos textos del autor, para dar ocasión al lector sensible de vibrar a una con el gran Herrera, tan buen conocedor de la Geometría como sabio admirador de su dinamismo interno. (21) Cf. «Dialectique existentielle du divin et de l´ humain», apud K. T. Gallagher: La filosofía de Gabriel Marcel (Razón y fe, Madrid 1968) 164. Versión original: Existentielle Dialektik des Göttlichen und Menschlichen (Múnich 1951). (22) Cf. La vie des formes (Alcan, Paris 1927) 52. |
Editado por
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.
Archivos
Últimos apuntes
Artículo n°128
22/05/2023
Artículo n°127
24/02/2023
Artículo n°126
10/12/2022
Artículo n°125
30/08/2022
Artículo n°124
23/10/2021
Artículo n°123
18/10/2021
Artículo n°122
12/03/2021
Artículo n°121
08/10/2020
Artículo n°120
21/07/2020
Tendencias de las Religiones
Enlaces de interés
|
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
|