|
|
Método terceroLa Biología y la Antropología filosófica más cualificadas actualmente han llegado a un consenso mundial respecto a la afirmación de que el hombre es un “ser de encuentro”; vive como persona y se perfecciona como tal creando relaciones de encuentro con las demás personas, las instituciones, las obras culturales, los pueblos y paisajes, la tradición, los valores estéticos, éticos, religiosos (1).
LA BELLEZA, NEXO ENTRE EL HABITAR CREATIVO,
EL CONSTRUIR Y EL POETIZAR Carácter relacional de la familia El encuentro del ser humano con el entorno comienza en el trato amoroso del bebé con la madre, el padre, los hermanos. Sabemos, por la Biología y la Medicina actuales, que el ser humano nace prematuramente, con sus sistemas inmunológicos, enzimáticos y neurológicos inmaduros. Ese anticipo de un año tiene la finalidad básica de que el recién nacido acabe de troquelar su ser fisiológico y psicológico en relación al entorno. Por razones biológicas, el entorno por excelencia del bebé es la madre. Para realizar esa labor de troquelamiento debe tejerse entre el bebé y sus familiares –comenzando por la madre‒ un ámbito de acogimiento y tutela, es decir, una “urdimbre afectiva”, en expresión del médico y escritor Juan Rof Carballo. Esta es la razón por la cual biólogos y pediatras instan a las madres a amamantar a sus hijos, pues, al hacerlo, los alimentan y los acogen. Con igual interés subrayan la necesidad de que el trato con los bebés y los niños esté inspirado en sentimientos de ternura, pues, al verse así acogidos, los pequeños sienten confianza en el entorno y se disponen para sostener una relación interpersonal equilibrada. La falta de tal confianza puede traducirse, en la juventud, en desajustes de conducta e incluso en fracasos escolares. Conviene destacar que, desde el comienzo de la vida, el encuentro es nuestro “elemento vital”, nuestro ámbito natural de configuración y desarrollo. A ello alude Martin Buber al afirmar categóricamente que «toda vida verdadera es encuentro» (2). Hay una relación de encuentro siempre que se da una experiencia reversible, bidireccional, en la cual el ser humano se intercambia posibilidades creativas con una realidad abierta (3), y da lugar a una realidad nueva dotada de cierto valor. La declamación de un poema, la interpretación de una obra musical, un diálogo auténtico entre personas… son formas de encuentro. En ellas, las dos realidades protagonistas dejan de ser distantes, externas, extrañas y ajenas, aun permaneciendo distintas, para crear un campo de juego común, en el cual se supera la escisión entre el dentro y el fuera, lo interior y lo exterior, lo exclusivamente mío y lo crispadamente tuyo. Nos asombra la posibilidad que tenemos de convertir en íntimas ciertas realidades que nos son distintas. Esta transformación es debida a nuestra participación activa en tales realidades abiertas. Tal modo de participación se halla en la base de la vida cultural auténtica y de toda configuración de la sociedad humana (4) . De lo antedicho se induce que la relación del hombre con el entorno y la sociedad viene exigida por su propio ser desde el mismo nacimiento. Nada más importante que configurar debidamente esa tendencia humana a vincularse a la realidad exterior, a fin de conseguir que lo exterior se haga íntimo, el fuera se integre con el dentro, y nuestra realidad personal adquiera el relieve y el alcance a que está llamada. Así se supera de raíz la agostadora unilateralidad del relativismo subjetivista y del objetivismo no relacional. Tal superación es indispensable para que descubramos la grandeza que adquiere nuestra vida al cultivar los diversos modos de encuentro. Tal descubrimiento empezamos a vivirlo al ascender al nivel 2, el de la creatividad y el encuentro (5). Amor personal y creación del hogar Para crear un encuentro auténtico debemos cumplir diversas condiciones: generosidad, veracidad, fidelidad, comunicación cordial, participación común en tareas nobles… Si ha de ser verdadero, el amor entre personas ha de tener la condición de encuentro, acontecimiento en el cual dos realidades abiertas se ofrecen posibilidades creativas, con el fin de lograr un estado de enriquecimiento mutuo. Entonces se llega a amar a la persona en cuanto tal, no sólo a sus bellas cualidades. En cuanto el amor es personal, tiende por naturaleza a crecer comunitariamente, creando vínculos y tramas de vínculos que dan lugar a realidades sociales. Por eso el que ama a otra persona en cuanto persona tiende a dar una proyección comunitaria a su amor. Esta proyección la realiza creando un hogar, no sólo mediante el simple recurso de habitar en una morada, sino habitándola, en el sentido transitivo de crear en ella vínculos permanentes de auténtico amor. Esta forma transitiva de habitar un campo de juego creado entre dos personas que se estiman es previa al hecho de habitar en un lugar. Con razón sostuvo Martin Heidegger ‒en la famosa conferencia de Darmstadt‒ que «primero es habitar, luego construir», pues se refería al modo transitivo, creador, de «habitar una casa», actividad propia del nivel 2. José Ortega y Gasset indicó que, obviamente, primero se construye un edificio y luego se habita en él. Esta observación resulta obvia en el nivel 1, que trata con realidades asibles, delimitables, mensurables, pero no se ajusta a lo que sucede en el nivel 2, el de la creatividad y el encuentro (6). De aquí se deduce que, si una persona siente atracción hacia otra y crea una relación de amor hacia ella, como persona, siente la necesidad de albergar ese ámbito amoroso en un hogar. Un hogar no se reduce a una casa. Es, más bien, la plasmación concreta de la trama de vínculos creados por quienes han aprendido a amarse como personas. Un hogar es un edificio dinamizado interiormente por la voluntad de crear interrelaciones cordiales con la persona amada. Y, como amar de verdad es desear que la persona amada no perezca sino que viva de forma perenne (7), el amor personal inspira la tendencia a convertir el amor en fuente de nuevas vidas. El hogar es el lugar adecuado por excelencia para fomentar esa doble forma de creatividad: la que incrementa la unidad entre los cónyuges y la que da vida a nuevos seres. Por eso, el lugar perfecto para acoger la vida naciente del modo que exigen hoy la pediatría y la biología es el hogar, el focus de los latinos, lugar escogido donde arde el fuego del amor. Observamos que basta ahondar en lo que es la vida humana, su origen, su modo de crecer, su ascenso a la plenitud de sentido para que resalte la vinculación originaria del ser humano a su entorno, desde el entorno reducido de la familia celular hasta el amplísimo de toda la sociedad, pasando por la llamada gran familia de parientes y amigos. La vida hogareña, si es auténtica, constituye una escuela de vida social. Nos inspira actitudes de generosidad y confianza, fidelidad y cordialidad, comunicación veraz y participación comprometida… Por eso subrayó con razón Otto Friedrich Bollnow la importancia que tiene para toda persona saber que, en cualquier circunstancia, hay un lugar en la tierra en el que se le quiere y acoge por ser quien es, sin atender a lo que la vida le llevó a ser (8). Esa proyección comunitaria del auténtico amor personal tiene una fuerza insospechada para superar la caída en la soledad. Entre las diversas formas de soledad, destacan estas dos: la soledad constructiva del recogimiento y el sobrecogimiento, y la soledad destructiva a la que aboca el hombre que ha roto vínculos, destruido amistades, vejado a los mismos familiares, y acaba –como el emperador Calígula– añorando la soledad del árbol. «Los seres que hemos matado están con nosotros –exclama desolado el emperador en la obra de Albert Camus Calígula–. […] ¡Solo! ¡Ah! ¡Si por lo menos en lugar de esta soledad envenenada de presencias que es la mía, pudiera gustar la verdadera: el silencio y el temblor de un árbol! ¡La soledad! No, Escipión. Está poblada de un crujir de dientes y en toda ella resuenan ruidos y clamores perdidos» (9). Descubrimiento del ideal En nuestro proceso de crecimiento se cumple la admonición que nos hace San Agustín en su obra De trinitate (IX, c. 1): «Busquemos como quienes van a encontrar, y encontremos como quienes aun han de buscar, pues, cuando el hombre ha terminado algo, entonces es cuando empieza». Ya hemos descubierto el significado profundo del encuentro y su fecundidad para nuestra vida. Ahora realizaremos, a su luz, hallazgos sorprendentes y decisivos. Cuando cumplimos las condiciones del encuentro, viviendo virtuosamente, experimentamos sus espléndidos frutos. • Nos otorga energía espiritual. Nos da buen ánimo para afrontar los avatares cotidianos y tenacidad para perseverar en la búsqueda de lo valioso. • Nos permite ser creativos incluso en las circunstancias más sencillas. Al encontrarnos, entramos en juego con realidades que nos ofrecen posibilidades para dar lugar a algo nuevo dotado de valor. Al asumir activamente tales posibilidades, actuamos de modo creativo. Eso sucede cuando declamamos un poema, interpretamos una obra musical, conversamos cordialmente con una persona, rezamos una plegaria. Con razón afirma la Estética musical que un buen intérprete no repite las obras que toca; las vuelve a crear. Esta capacidad que nos da el encuentro de actuar creativamente revaloriza nuestra vida cotidiana, aunque nos parezca anodina. • Nos llena la vida de luz. Al ser una forma de juego creativo –por asumir activamente las posibilidades que nos ofrece una realidad abierta y dar lugar a una realidad nueva, originaria‒, el encuentro se realiza a la luz que él mismo irradia. En cuanto nos hace entrar en juego y participar de la vitalidad de otra realidad abierta, el encuentro ilumina nuestra existencia en cada momento. De ahí que para conocer este tipo de realidades, debamos encontrarnos con ellas, participar en su vida, comprometernos con su suerte (10). • Nos adentra en una relación de intimidad con las realidades encontradas: personas, instituciones, obras culturales, juegos, valores… • Suscita en nuestro interior un hondo sentimiento de alegría. Nos sentimos alegres cuando cobramos conciencia de estar desarrollándonos como personas. Y nuestro desarrollo lo conseguimos en medida directamente proporcional al valor de las realidades con que nos encontramos. • Nos llena de entusiasmo. El entusiasmo en un sentimiento de plenitud que experimentamos al encontrarnos con una realidad que se nos muestra como perfecta. A lo perfecto solían considerarlo los griegos como divino. Sumergirse en lo divino era para ellos la raíz del entusiasmo, que denominaban con un término prodigioso: enthousiasmós. Si me sumerjo en el coral de Bach O Haupt voll Blut und Wunden, con su expresiva melodía y sus rotundas armonías, siento entusiasmo, porque me eleva a una alta cota de plenitud estética y espiritual. • Nos inunda de felicidad, pues nos hace sentir que hemos realizado el sueño de unirnos estrechamente a una realidad valiosa y noble. Si ahora nos recogemos y vemos en bloque que, en una vida tan probada como la nuestra, basta encontrarse de verdad para experimentar semejante transformación, advertimos de golpe, con singular lucidez, que el valor más grande de nuestra vida ‒el que más nos acerca a nuestra plenitud personal‒ es el encuentro, o ‒dicho en general‒ la creación de los modos más altos de unidad. Ese valor que corona a todos es el ideal de nuestra vida. Acabamos de descubrir el ideal de la unidad. Hemos ascendido, con ello, a la alta cota del nivel 3, que marca el punto más elevado de nuestra vida ética. Conviene notar que el ideal no es sólo una idea brillante; es una idea motriz, que dinamiza nuestra vida y ‒si es auténtico‒ le da pleno sentido. Un ideal falso puede impulsar, también, de modo potente nuestra existencia, pero la devasta, al desorientarla y desquiciarla. Para un “ser de encuentro”, el quicio de la vida es la capacidad de crear unidad. Poder transfigurador del ideal El ideal, cuando lo asumimos como un principio interno de pensar, sentir, anhelar, actuar lo transforma todo en nuestra vida, la transfigura: • La libertad de maniobra se transforma en libertad creativa. • La vida anodina se colma de sentido. • La vida pasiva se vuelve creativa. • La vida cerrada se torna relacional. • El lenguaje se convierte en vehículo viviente del encuentro • La vida temeraria ‒entregada egoístamente al vértigo‒ actúa con prudencia, inspirada por el ideal de la unidad. • La entrega al frenesí de la pasión se trueca en amor personal. Estas siete transfiguraciones suponen el máximo logro de nuestra vida personal y nos elevan a un nivel de excelencia. Resulta, por ello, impresionante observar que, por difícil que sea realizarlas, las tenemos al alcance de la mano con sólo orientar nuestra mente, nuestra voluntad y nuestro sentimiento hacia el ideal de la unidad, que va unido de raíz a los ideales de la bondad, la verdad, la justicia, la belleza. Tenemos, pues, un canon para dar a nuestra vida una elevación máxima: orientarla hacia el ideal de la unidad.
La familia, llamada a convertirse en templo e «iglesia doméstica»
La familia muestra toda su importancia cuando se la ve y se la vive de modo relacional. Los padres –como mediadores del Creador‒ llaman a cada uno de sus hijos a la existencia, y la vida de éstos ha de consistir en responder de modo agradecido, es decir, poniéndose a la recíproca en cuanto a generosidad. Esta actitud debe traducirse en voluntad de cuidar la vida y transmitirla. Si vemos la familia como la unión de varias personas intervinculadas por un amor auténtico, descubrimos su afinidad con el templo cristiano. Cuando un pueblo creyente desea erigir un templo, une sus fuerzas –religiosas, técnicas y económicas‒ y construye un edificio adecuado a esa función. Luego se reúne en él, presidido por la cabeza visible de la Iglesia –o un delegado suyo‒ y se dirige en oración al Dios al que adora. El templo surge como tal en el preciso momento en que se unen fecundamente todos los seres del universo con el Creador: la tierra –que ofreció el suelo sustentante y los materiales requeridos‒, el espacio –en el que se elevó el edificio y en el que operan los distintos meteoros‒, los fieles –que idearon el templo como lugar de oración comunitaria‒, el Ser infinito, principio y fin de cuanto existe (11). Al reunirse en este edificio los fieles, como comunidad religiosa, y establecer una relación expresa –mediante la oración‒ con su Dios, crean un campo de juego espiritual y transforman el espacio físico en espacio lúdico o campo de encuentro. El creyente que vive orientado hacia el ideal religioso capta simultáneamente estas dos vertientes del espacio –la física y la lúdica-, por la profunda razón de que vive simbólicamente, es decir, experimenta en cada momento el paso transfigurador de la realidad natural a la sobrenatural. Tal ascenso queda patente cuando el espacio físico creado por el ensamblamiento de los elementos materiales es transfigurado por la luz solar que se tamiza a través de las vidrieras y da cuerpo sensible al ámbito espiritual que forman los fieles al unirse en la iglesia bajo el impulso de un mismo espíritu, el Espíritu por esencia transfigurador. Los frutos de todo encuentro –luminosidad, alegría, entusiasmo, felicidad, amparo, júbilo festivo…‒ se dan de modo eminente en ese ámbito de altísima unidad que se forma entre los creyentes y el Creador al que se unen en un acto conjunto de adoración. Notemos que la armonía arquitectónica florece aquí en un género de encuentro desbordante de sentido y de belleza. Siempre la unidad, el orden y la armonía colaboran en el surgir de la belleza, que los pensadores medievales definían certeramente como “el esplendor del orden, de la forma, de la realidad”. Esta belleza, esta plenitud de sentido y armonía se da también en la familia cuando en ella se crea un ámbito de encuentro entre las personas que la forman, y entre ellas y todas las personas creyentes que forman el ámbito de la Iglesia. La apertura de la familia a la amplitud universal de la Iglesia no la diluye; al contrario, la aúna y refuerza, porque la auténtica vida comunitaria potencia la vida personal. En el ámbito acotado de la familia creyente resuena y vibra la vida entera de la Iglesia, en virtud de la “comunión de los santos”. A ello se alude cuando se considera la familia como una “Iglesia doméstica”. El habitar creativo suscita gozo Cuando entendemos el habitar en el sentido positivo de crear relaciones de encuentro, nos sentimos acogidos, bien orientados, afirmados en la verdad de nuestro ser de personas. Esta transformación de la casa en hogar lo transfigura todo (12). Por eso Heidegger advierte que los hombres deben aprender de nuevo el arte de habitar, entendido como la creación de ámbitos de intensa vida comunitaria, no el mero morar en un determinado espacio arquitectónico (13). Por su carácter activo, creador de vínculos, el auténtico habitar humano se configura de modo bien estructurado, ordenado, jerárquico, a fin de que todo en él tenga pleno sentido. No olvidemos que tener sentido equivale a estar bien orientado. Para el ser humano sólo está bien ordenado aquello que juega o puede jugar un papel constructivo en su proceso de desarrollo. Por su afán de “crear la ciudad en el corazón del hombre”, el protagonista anónimo de Ciudadela ‒la gran obra póstuma de A. de Saint-Exupéry‒ recuerda con emoción la articulación interna del palacio de su padre, donde todo tenía sentido. Ese recuerdo le hace exclamar: «He descubierto una gran verdad: que los hombres habitan, y que el sentido de las cosas cambia para ellos según el sentido de la casa» (14). En la vertiente espacial, la morada –con su riqueza de estructuras alumbradoras de sentido‒ juega el mismo papel configurador de vida humana auténtica que desempeñan los ritos en la vertiente temporal. «Así ‒agrega Saint-Exupéry‒, yo marcho de fiesta en fiesta, de aniversario en aniversario, de vendimia en vendimia, como, de niño, marchaba de la sala de consejo a la sala de descanso en el espesor del palacio de mi padre, en el cual todos los pasos tenían un sentido» (15). Frente a quienes entienden la libertad como ruptura de órdenes y vínculos, el autor de Citadelle se propone “recrear los campos de fuerza”, “restablecer las jerarquías allí donde los hombres se parecen como las aguas una vez mezcladas en la charca”, “restablecer las direcciones”, “darle un corazón a la casa para que uno pueda acercarse a algo y alejarse de algo” (16). Tan valioso es para el ser humano vivir creando vínculos de forma estable que Saint-Exupéry considera esencial el habitar y define al hombre como un ser que habita (17). Al valorar tan alto el habitar, se opone a los pensadores de orientación existencialista (18) que ven al ser humano como arrojado en una existencia carente de sentido y se une a quienes lo consideran acogido desde antes de nacer en una trama de relaciones amorosas que lo amparan y lo preparan para tejer en su vida otras tramas de interrelaciones constructivas. Entre ellos destaca Gaston Bachelard: «Antes de ser “arrojado al mundo” […], el hombre es colocado en la cuna de la casa». «La vida comienza bien, comienza amparada, rodeada, del todo caliente en el seno de la casa» (19). Habitar significa para el hombre la forma suprema de amparo, porque supone una creación mutua y generosa de vínculos personales (nivel 2), que supera la escisión que genera entre los sujetos y los objetos la actitud interesada propia del nivel 1. En su artículo «Construir, habitar, pensar» (20), Heidegger esboza una filosofía de la arquitectura entendida como el arte del habitar humano. No basta construir casas aptas para morar en ellas; deben construirse de forma que inviten al quehacer creativo del habitar, que está lejos de reducirse a un mero residir banal. Por eso, cada día el urbanismo subraya más la necesidad de vincular el hogar a los centros que polarizan nuestra actividad de personas abiertas a los distintos valores: valores vitales (tiendas, hospitales), estéticos (museos, auditorios), éticos (obras asistenciales, lugares de convivencia), religiosos (iglesias). Debido a este carácter dinámico y creativo del habitar la casa, el hogar es el centro del que arrancan los mil caminos que constituyen la trama dinámica de nuestra vida. Hoy se subraya como nunca el carácter dramático del ser humano, que se ve abocado a elaborar su propio destino. Pero, por fortuna, este destino va vinculado de raíz a la creación de relaciones amistosas y ámbitos acogedores que suponen una prolongación del hogar. De ahí se infiere la gravedad que encierra el drama de los desplazados, los desolados «hombres de la barraca» (21) que, en los campos de refugiados, subsisten, pero no habitan ni tienen el necesario arraigo. En los campos de exterminio se vivía en situación penúltima, a medio camino entre el seguro amparo perdido y un fin desconocido y hostil. Pero aún así, no pocos creaban entre sí relaciones cordiales que convertían la barraca en un esbozo nostálgico de hogar, y daban cierto sentido a su vida renovando interiormente los lazos con los seres queridos. Recuérdese el testimonio sobrecogedor que nos ofrece el psiquiatra vienés Viktor Frankl del ánimo que le daba en el horror de Auschwitz el recuerdo de su mujer: «Si yo entonces hubiera sabido que mi mujer estaba muerta, creo que, a pesar de ello, hubiera podido entregarme a esa contemplación amorosa de su figura, y mi diálogo espiritual hubiera sido lo mismo de intenso y plenificante» (22). Por pertenecer al nivel 2 ‒el de las experiencias reversibles y el encuentro‒, el hogar se convierte de por sí en el centro irradiante de una dinámica vida social. Para facilitarlo, deben los arquitectos configurar las viviendas como realidades abiertas al entorno vital de sus futuros habitantes. Por bien construidas que estén, una casa, una plaza, una ciudad sólo son “habitables” si colaboran a incrementar los vínculos de quienes realizan en ellas su vida. Sabemos que, a menudo, espacios muy amplios se tornan acogedores cuando su amplitud entra en vibración merced al dinamismo espiritual de quienes los habitan en un momento dado. Una catedral inmensa pierde súbitamente su frialdad cuando la multitud de fieles entona animosamente un cántico sacro. Estos templos no han sido construidos tanto para la soledad de la oración privada cuanto para el sobrecogimiento de la oración y el canto comunitarios. La inexpresividad de los ámbitos arquitectónicos procede, a menudo, de la actitud individualista de sus moradores. La grandeza de las proporciones sólo produce sensación de desamparo cuando falta una comunidad que pueble los espacios con su fervor religioso. De ahí la aversión de Saint-Exupéry a los “sedentarios de corazón”, los que se encastillan en su hogar para ganar una falsa seguridad. Olvidan que la única forma de amparo que protege al ser humano es la salida hacia el encuentro, y que el hogar debe ser fundado cada día mediante la creación reiterada de interrelaciones vivas. «Yo no amo a los sedentarios de corazón ‒escribe‒. Los que no intercambian nada no llegan a ser nada. Y la vida no habrá servido para madurarlos. Y el tiempo corre para ellos como un puñado de arena y los pierde» (23).
El habitar y el trascender
Cuando se han descubierto las inmensas riquezas que laten en el habitar la casa, la ciudad y la catedral –vistas de modo relacional‒, el espíritu gana una luz singular para entrever la presencia del Ser supremo y alzar el vuelo. De Saint-Exupéry podría decirse lo que él escribió sobre el entusiasta protagonista de su obra Vuelo nocturno: «Su hambre de luz era tal que remontó el vuelo» (24). Al hilo de la narración de diversas actividades arriesgadas, supo configurar en diversas obras (25) una ética humanista del amor, de la creación de vínculos, del ensamblamiento de las diversas líneas de fuerza que integran nuestra personalidad auténtica. Al mismo tiempo, se esforzó por ir plasmando la intuición creciente de que «la red de lazos que nos hace llegar a ser» (26) necesita encontrar su unidad y su solidez en la trascendencia religiosa. A pesar de la fascinación que ejercía sobre su espíritu el relativismo filosófico y el positivismo cientificista, Saint-Exupéry tuvo el presentimiento de que esa trascendencia es el polo que imanta las diversas vertientes de la compleja vida humana y las orienta hacia su definitivo sentido y arraigo. Así escribió en Ciudadela, la obra póstuma que recogió las ideas que asaltaban su mente, como fulguraciones, en cada rincón de su asendereado camino: «Tu pirámide ‒escribe‒ no tiene sentido si no termina en Dios. Porque éste se difunde sobre los hombres después de haberlos transfigurado» (27). «Entonces comprendí que quien reconoce la sonrisa de la estatua o la belleza del paisaje o el silencio del templo es a Dios a quien encuentra. Pues supera el objeto para encontrar la clave, y las palabras para oír el canto, y la noche y las estrellas para experimentar la eternidad. Porque Dios es, ante todo, el sentido de tu lenguaje, y tu lenguaje, si cobra sentido, te muestra a Dios. […] Basta un signo Tuyo para que el desierto se transfigure […] y así pueda leerte a través de él» (28). Se comprende que, en la línea del Kierkegaard de La enfermedad mortal (29), Saint-Exupéry vincule una y otra vez la desesperación del hombre actual y la pérdida del vínculo con la trascendencia religiosa: «[…] Tú lo has desimantado todo al deshacer este nudo divino que anuda las cosas» (30). La pérdida del habitar produce angustia El ser humano sólo despliega su personalidad y alcanza la debida madurez creando lazos de convivencia. Si se piensa que la vinculación comprometida a la vida social nos aliena o enajena ‒por obligarnos a salir de nosotros mismos‒, nos vemos ante un dilema insoluble: o recluirnos en nuestro interior para conservar la autenticidad personal o salir afuera a comprometernos en los avatares sociales que nos reclaman. Esta incapacidad de participar en la vida comunitaria con la seguridad de que es la forma adecuada de realizarnos como personas nos sume en la inseguridad existencial que llamamos angustia. La cultura autodenominada de vanguardia suele considerar la búsqueda del amparo vital como propia del espíritu «burgués», término propicio a abusos demagógicos debido a las resonancias políticosociales que suscita. Frente al apego a los climas acogedores, se ensalza el riesgo y el «dramatismo heroico» del nomadismo intelectual que busca refugio en ideologías carentes de potencia constructiva, pero dotadas de una incontrolada fuerza disolvente. Frente al «habitar» ‒supuestamente inoperante, débil y complacido‒ se exalta el inquieto «cambiar» ‒vocablo actualmente talismán, por adherencia con el término libertad‒; frente al «ser» ‒considerado injustamente como enemigo de la vida‒ se glorifica el variopinto y fluyente «devenir». Este trastrueque manipulador de conceptos presenta condiciones propicias para triunfar en una época de poderosas tensiones de cambio. Si añoramos los perdidos instintos seguros del animal, por preferir la seguridad de éste a la capacidad creativa que poseemos los hombres, tendemos a interpretar la libertad humana como desamparo, muy en la línea de la concepción pesimista del hombre que siguió a la última Guerra Mundial. Pero hoy tenemos la suficiente perspectiva histórica para saber que lo decisivo en la vida intelectual no es adaptarnos a las corrientes de moda sino a las leyes propias de la lógica de cada uno de los niveles de realidad y conducta en que podemos vivir. Confrontemos brevemente la actitud crítica de José Ortega y Gasset respecto al habitar y al ser con la sostenida por Martin Heidegger. En el Congreso de arquitectos alemanes celebrado en Darmstadt, la ponencia de Heidegger se centra en estos cinco puntos: 1. El hombre es un ser-que-habita. 2. Habitar implica un modo de actividad eminentemente creador y transitivo. 3. El hombre edifica porque habita. 4. La actividad de habitar es rigurosamente “poética”. 5. Cuando el hombre “habita poéticamente sobre la tierra” (Friedrich Hölderlin), su vida es auténticamente humana (31). Ortega contradice a Heidegger en estos términos: «Originariamente, el hombre se encuentra, sí, en la tierra, pero no habita en ella. Es precisamente lo que le diferencia de los demás seres» (32). «Y, en efecto, la Tierra es para el hombre originariamente inhabitable». «El habitar no le es dado, desde luego, sino que se lo fabrica él, porque en el mundo, en la Tierra, no está previsto el hombre y éste es el síntoma más claro de que no es un animal, de que no pertenece a este mundo. El hombre es un intruso en la llamada naturaleza. Viene de fuera de ella, incompatible con ella, esencialmente inadaptado a todo milieu. Por eso construye (33)». Queda patente que Ortega y Gasset se mueve, en esta ocasión, en el nivel 1, el nivel del manejo de realidades sometidas al espacio y el tiempo empíricos, sometibles a medición, y Heideger plantea su pensamiento en el nivel 2, el del encuentro y el lenguaje. El lenguaje tiene como una de sus funciones primarias expresar con precisión las realidades que son ambiguas por ser abiertas. El papel del poeta es resaltar esa condición del lenguaje. Sabemos que las cosas más valiosas no las conocemos de golpe, porque son abiertas, ambitales, y por eso no limitan (34) y tienden a entrelazarse con otros ámbitos. Visto con hondura, el lenguaje no es mero medio expresivo de realidades ya dadas de antemano de modo bien perfilado, sino vehículo de esta cambiante y creciente marea ambital. Esta marea imponente, increíblemente robusta en su fluir incesante, constituye, para Heidegger, «el elemento en que se mueve el poetizar» (35). «Cuanto más poético es un poeta, tanto más libre, vale decir, tanto más abierto y dispuesto para lo imprevisto es su decir, tanto más plenamente hermana lo que ha dicho con su constante y cada vez más esforzado estar a la escucha, tanto más lejos está lo que ha dicho de la mera proposición, de la cual sólo se trata para juzgar su rectitud o su no rectitud» (36). Esta apertura a lo “imprevisto” no ha de ser entendida como una evasión a lo fantástico irreal, sino como un ascenso al nivel de las realidades que, por su carácter abierto o ambital, hacen posible la creación de tramas de ámbitos que forman el clima del auténtico habitar. Ahora descubrimos el largo alcance de esta frase de Saint-Exupéry: «He descubierto una gran verdad, a saber: que los hombres habitan y que el sentido de las cosas cambia para ellos según el sentido de su casa» (37). NOTAS (1) Cf. JUAN ROF CARBALLO: El hombre como encuentro (Alfaguara, Madrid 1973); MANUEL CABADA CASTRO: La vigencia del amor (San Pablo, Madrid 1994). (2) Cf. Yo y tú (Caparrós, Madrid 1995, 2ª ed.) 13. Versión original: Ich und Du (en Die Schriften über das dialogische Prinzip, L. Schneider, Heidelberg 1954) 15. (3) Las realidades abiertas, capaces de intercambiarse posibilidades, suelo denominarlas «ámbitos». Para simplificar la lectura, utilizaré aquí solamente la primera expresión. (4) La lógica de la participación, propia de los niveles 2 y 3 la analizo ampliamente en la obra La ética o es transfiguración o no es nada, o.c., 627-829. (5) En la obra Descubrir la grandeza de la vida (Desclée de Brouwer, Bilbao 22011) 27-131, describo el decisivo e impresionante proceso de ascenso desde el nivel 1 al nivel 4. Este proceso se realiza merced a la energía que irradian sus dos hitos principales: el encuentro y la opción por el ideal de la unidad. (6) Más datos sobre este sugestivo tema pueden verse en mi obra El triángulo hermenéutico (Publicaciones Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2016) 467-496. Los ocho niveles de realidad y de conducta los analizo con cierta amplitud en la obra Descubrir la grandeza de la vida (Desclée de Brouwer, Bilbao 2011, 2ª ed.) 93-131. (7) «Amar a un ser es decirle: tú no morirás», exclama Antoine Framont en la obra teatral de Gabriel Marcel: Le mort de Demain. Trois pièces (Plon, Paris 1931) 161. (8) Cf. Die pädagogische Atmosphäre ‒La atmósfera pedagógica‒ (Quelle und Meyer, Heidelberg 41970). (9) Cf. o.c., en Teatro (Losada, Buenos Aires 1957)64; Caligula, suivi de le Malentendu (Gallimard, Paris 1945, 1958, 60ª ed.) 26. (10) «Conocer no es desmontar, ni explicar ‒escribe Saint-Exupéry‒. Es acceder a la visión. Pero, para ver, conviene empezar por participar. Es un duro aprendizaje…». Cf. Piloto de guerra (Sudamericana, Buenos Aires 1958) 47; versión original: Pilote de guerre (Gallimard, Paris 1942). «Yo no estoy ligado sino a aquel a quien doy algo. No comprendo sino a aquel con quien me uno» (Pilote de guerre, p. 174; Piloto de guerra, p. 166). (11) Martin HEIDEGGER escribe: «En el habitar radica el ser hombre […]». «Los mortales existen en el ámbito fundado por los cuatro (“Das Geviert”) en cuanto que habitan». «Cuidar el ámbito cuatripartito, salvar la tierra, acoger el cielo, esperar a los seres divinos, conducir a los mortales, este cuádruple cuidado es la esencia simple del habitar». Cf. Vorträge und Aufsätze (Neske, Pfullingen 1954) 50, 147, 158, 160. (12) En su obra El matrimonio inquebrantable, el escritor suizo MAX PICARD expone de forma penetrante el poder que muestra el amor conyugal de convertir los enseres de la casa en algo originario, irreductible, inédito. «El aire no es, como sucede fuera del matrimonio, un espacio vacío en que los aviones vuelan; el aire en la casa del matrimonio es un ser originario, acariciado por el aliento de la mujer y removido con más fuerza por el aliento del hombre, un elemento amado que sin cesar está indicando en silencio que el otro está ahí». Cf. Die unerschütterliche Ehe (E. Rentsh, Erlenbach, 1952, 2ª ed.)16, 19, 23. (163) Es interesante notar que también otros autores usan el verbo habitar en sentido transitivo, con una fuerte carga de creatividad. «El sentido habita la palabra», escribe Maurice Merleau-Ponty. «El alma habita el cuerpo». «Los hombres habitan el mundo». Cf. Phénomenologie de la perception (Gallimard, Paris 1945) 225, 369, 462. (14) Cf. Citadelle, p. 24; Ciudadela, p. 25. (15) Cf. Citadelle (Gallimard, Paris 1948) 26; Ciudadela (Círculo de lectores, Barcelona 1992) 26. (16) Cf. Citadelle, págs. 25-27; Ciudadela, págs. 26-28. (17) Cf. Citadelle, p. 24; Ciudadela, p. 28. (18) Conviene distinguir cuidadosamente el pensamiento existencialista –al modo de Jean-Paul Sartre – y el pensamiento existencial, liderado por Karl Kaspers, Gabriel Marcel y Martin Heidegger. (19) Cf. La poétique de l´espace (PUF, Paris, 1957) 39. (20) Cf. “Bauen, Wohnen, Denken”, en Vorträge und Aufsätze (Neske, Pfullingen 1954). (21) Cf. Gabriel MARCEL: L’homme problématique (Aubier, Paris 1955) 11-19. (22) Cf. Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn ‒El hombre ante la cuestión del sentido‒ (Piper, Múnich 71989) 168-170. Conviene advertir que la conocida obra de V. Frankl El hombre en busca de sentido (Herder, Barcelona 1979) no es la traducción de la obra anteriormente citada, sino de otra distinta publicada originalmente en inglés: Man´s search for meaning. An introduction to logotherapy (Pocket Books, Nueva York 1946, 1959, 1962). (23) Cf. Citadelle, 38; Ciudadela, p. 38. (24) Cf. o.c. (J. Janés, Barcelona 1951)126; Vol de Nuit (Gallimard, Paris 1964) 136. (25) Cf. Correo del Sur (1927), Vuelo Nocturno (1931), Tierra de los hombres (1939), El principito (1943), Piloto de guerra (1941). (26) Cf. Pilote de guerre (Gallimard, Paris 1942)179; Piloto de guerra (Sudamericana, Buenos Aires 1958) 170. (27) Cf. Citadelle, p. 229; Ciudadela, p. 212. (28) Cf Citadelle, p. 218; Ciudadela, p. 202. Esta forma de «leer» ‒en sentido de descubrir‒ realidades pertenecientes a un nivel superior al contemplar seres de nivel inferior suelo denominarla «intuición analéctica». Cf. El triángulo hermenéutico, (2ª ed. Publicaciones Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2016) págs. 37 ss, 52 ss, 120, 272ss, 314, 334, 362, 399, 403; Estética de la creatividad, passim. (29) Cf. SÖREN KIERKEGAARD: La enfermedad moral o De la desesperación y el pecado, Guadarrama, Madrid 1969. (30) Cf. Citadelle, p. 320; Ciudadela, p. 296. (31) Cf. Bauen, Wohnen, Denken, en Vorträge und Aufsätze (Neske, Pfullingen 21959) 145-163. (32) Cf. Obras Completas IX (Revista de Occidente, Madrid 1962) 639-640. (33) Cf. o.c., p.640. Esta posición de Ortega nos choca especialmente hoy, al observar que la fisica más avanzada destaca que el mundo está compuesto ‒en todos sus pormenores‒ de tal forma que sea posible en él la vida humana. A un gran físico actual se le preguntó por qué el mundo está hecho del modo que describe la ciencia. Él contestó sencillamente: “porque existimos nosotros”. Esta respuesta puede parecer ilógica e incoherente, pero no lo es; responde a los últimos avances de la investigación científica. Cf. Manuel Carreira: «Implicaciones teológicas de la física moderna», en VVAA: Fe en Dios y Ciencia actual (Instituto teológico compostelano, Santiago de Compostela 2002) 151-156; Ciencia y fe: ¿Relaciones de complementariedad? Algunas cuestiones cosmológicas (Universidad San Pablo-CEU, Madrid 2003) 39-59. (34) Recuérdese la conocida frase de Martin BUBER: «El tú no limita» (Yo y tú, o.c., 8; Ich und Du, o.c., 8). (35) Cf. Bauen, Wohnen, Denken”, en Vorträge und Aufsätze, p.190. (36 )Ibid. (37) Citadelle, o.c., 24; Ciudadela, o.c., 25. Sobre los sugestivos temas de la casa, el habitar creativo, el templo, el lenguaje, la autenticidad humana… se hallan valiosas precisiones en las siguientes obras de Otto Friedrich Bollnow: Mensch und Raum (Kohlhammer, Stuttgart 1963); versión española: Hombre y espacio (Labor, Barcelona 1969). Neue Geborgenheit (Kohlhammer, Stuttgart 21960). |
Editado por
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.
Archivos
Últimos apuntes
Artículo n°128
22/05/2023
Artículo n°127
24/02/2023
Artículo n°126
10/12/2022
Artículo n°125
30/08/2022
Artículo n°124
23/10/2021
Artículo n°123
18/10/2021
Artículo n°122
12/03/2021
Artículo n°121
08/10/2020
Artículo n°120
21/07/2020
Tendencias de las Religiones
Enlaces de interés
|
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
|