Después de la tempestad de nieve que tuvimos ayer y que nos obligó a buscar la protección de un gran iceberg y detenernos, hoy hemos podido seguir navegando a vela a lo largo de un canal que se había abierto a lo largo del frente del glaciar. Esto me ha permitido observarlo de cerca: los acantilados son de un blanco cegador, salpicados por hermosas sombras azules. Uno se queda hipnotizado mirándolos.
Creo que podría haberme pasado horas allí de no ser porque siempre hay cosas que hacer o porque quiero charlar con unos y otros. Worsley está preocupado. Me ha señalado que mientras que antes los canales estaban ocupados por escombros de hielo muy suelto, por lo que avanzábamos con facilidad, ahora este amasijo de trozos de hielo es muy más denso y cuesta mucho más abrirse paso a su través.
En cualquier caso hemos seguido avanzando, primero, y pese a las malas condiciones, unos veinte kilómetros, luego pudimos navegar cerca de treinta por aguas mucho más abiertas. Me acerque al camarote de Hurley, sabía que estaba escribiendo cartas porque sino hubiera estado fuera haciendo fotos. Estaba satisfecho de que sólo faltasen unos 150 kilómetros para llegar a Vahsel Burcht (siempre le gusta llamarla con el nombre en alemán).
A otros hombres estos avances, paradas y vuelta a avanzar a poco ritmo les aburre. Qué verdad es lo que dice Wild que aquí lo mejor es estar ocupado todo el día, aunque no sirva de nada lo que se esté haciendo.
Al final tuvimos que volver a detenernos. No había manera de penetrar por los canales atestados de hielo ni con toda la fuerza combinada de velas y maquinas. Precisamente nada más dar la orden de parar pude hablar un rato con Shackleton, se le veía muy preocupado. Me hizo notar que no le gustaba nada ese viento de Noreste, que empujaba a los hielos contra el frente del glaciar compactando toda el área. De seguir así, llegó a decirme pesaroso, no nos va a dejar un sitio por dónde avanzar.
Creo que podría haberme pasado horas allí de no ser porque siempre hay cosas que hacer o porque quiero charlar con unos y otros. Worsley está preocupado. Me ha señalado que mientras que antes los canales estaban ocupados por escombros de hielo muy suelto, por lo que avanzábamos con facilidad, ahora este amasijo de trozos de hielo es muy más denso y cuesta mucho más abrirse paso a su través.
En cualquier caso hemos seguido avanzando, primero, y pese a las malas condiciones, unos veinte kilómetros, luego pudimos navegar cerca de treinta por aguas mucho más abiertas. Me acerque al camarote de Hurley, sabía que estaba escribiendo cartas porque sino hubiera estado fuera haciendo fotos. Estaba satisfecho de que sólo faltasen unos 150 kilómetros para llegar a Vahsel Burcht (siempre le gusta llamarla con el nombre en alemán).
A otros hombres estos avances, paradas y vuelta a avanzar a poco ritmo les aburre. Qué verdad es lo que dice Wild que aquí lo mejor es estar ocupado todo el día, aunque no sirva de nada lo que se esté haciendo.
Al final tuvimos que volver a detenernos. No había manera de penetrar por los canales atestados de hielo ni con toda la fuerza combinada de velas y maquinas. Precisamente nada más dar la orden de parar pude hablar un rato con Shackleton, se le veía muy preocupado. Me hizo notar que no le gustaba nada ese viento de Noreste, que empujaba a los hielos contra el frente del glaciar compactando toda el área.