Sabemos que ya estamos en primavera, así lo dicen el libro de Efemérides Astronómicas, pero eso debe de haber sido en algún otro lugar del planeta, porque aquí nada ha cambiado.
Shackleton y los que han pasado un invierno en la Antártida nos habían advertido de esa apatía que se va apoderando lentamente de ti y que te puede llevar a la pasividad más absoluta. A mí me ha pasado esta semana.
Abandoné mi crónica
Desde hace meses todos los martes preparó la crónica de la semana para Diario Crítica, el periódico para el que trabajo y el que ha enviado aquí. Ha sido una rutina que me ha diferenciado unos días de otros.
Sí, parece algo ridículo, pero aquí en nuestras condiciones necesitamos diferenciar unos días de los siguientes, aunque sea en algo mínimo. Para mí, durante semanas y semanas, el elemento diferenciador ha sido la preparación de la crónica.
Todos los martes, y una vez que la enviaba, respiraba tranquilo. Tenía por delante toda una semana para buscar algún tema para la próxima crónica. Los primeros días, el miércoles, jueves o incluso el viernes, tenía la sensación de que el siguiente martes estaba muy lejos y podía vivir la rutina diaria sin preocuparte.
Pero de repente me daba cuenta que me faltaban un par de días para escribir la nueva crónica y te entraba una especie de angustia. Tenía que encontrar un tema de interés y cuanto antes.
No sé si sería el sentido de deber, o que era consciente de mi responsabilidad para con mis lectores… lo que sé es que algo se activaba en algún lugar recóndito de mi cerebro.
Recorría el barco con la mirada inquisitiva del que busca algo, me acercaba a mis compañeros tratando de encontrar en su mirada o en un comentario o en algo… una buena historia.
Y siempre la solía encontrar, porque siempre la buscaba intensamente y cuanto más me acercaba al fatídico lunes, cuando tenía que escribir mi crónica, más intensamente mi cerebro funcionaba y me devolvía a la vida.
La semana pasada no fue así. Los días pasaron y pasaron y yo no sentí esa urgencia por buscar un tema. A veces me había pasado, sin embargo, siempre me había activado en el último momento y mi crónica siempre había lista para mis lectores. Pero esta semana no.
Llegó el domingo y no había tema, y lo peor es que no había interés por encontrarlo. Y llegó el lunes y no supe qué escribir, y lo terrible fue que no me importó. Ni siquiera cuando el martes no envié mi crómica. Estaba aletargado física y mentalmente.
Un paseo por el hielo.
Ya he comentado alguna vez que Shackleton, entre bromas, chazas e historietas, siempre está pendiente de sus hombres. Hoy he comprobado que también está pendiente de mí.
Esta mañana, en el desayuno me preguntó cómo me había salido la crónica de esta semana. Me sorprendió, porque no suele preguntármelo. Y al responder que no la había escrito, en principio no me dijo nada y siguió desayunando.
Al rato me llamó y me dijo que acompañara a Wild que iba a salir a subirse a un gran iceberg que teníamos cerca a ver si desde allí se veía tierra y, además, para tratar de cazar algo.
Por supuesto le dije que le acompañaría. Aunque lo único que me apetecía era meterme en mi camarote y dormir, como he estado haciendo toda la semana.
Poco después estábamos caminando con temperaturas de unos 15 grados bajo cero. No era demasiado pero hacía viento y eso provocaba que sintiésemos un frío intenso. Al poco de caminar vimos una foca y Wild la mató de un certero disparo.
Nos vendría bien como comida para los perros, pero también utilizaríamos su grasa para la estufa, eso evitaba que gastásemos carbón, porque que lo íbamos a necesitar cuanto los hielos nos soltasen y volviésemos a navegar.
Luego nos subimos a lo alto del iceberg, no fue sencillo. Tuve que estar durante un buen rato pendiente de dónde ponía cada pie o de dónde me agarraba para evitar que me diese un batacazo. Finalmente, lo logramos.
Desgraciadamente desde allí, y aunque nos encontrábamos a más de 30 metros de altura sobre el mar, no vimos tierra en ninguna dirección y eso que el día estaba limpio.
Según volvíamos me notaba distinto. Algo había pasado dentro de mí. Volvía a querer contar lo que habíamos hecho o a buscar alguna historia interesante para contársela a mis lectores.
Al llegar al barco, y casi por casualidad, escuché a Wild comentarle al Jefe: “Ya te dije que no veríamos nada”. En aquel momento, y puesto que ya tenía el cerebro funcionando otra vez, pensé que aquel viaje no se había preparado para tratar de ver tierra, sino por otro motivo. ¿ustedes qué creen?
Shackleton y los que han pasado un invierno en la Antártida nos habían advertido de esa apatía que se va apoderando lentamente de ti y que te puede llevar a la pasividad más absoluta. A mí me ha pasado esta semana.
Abandoné mi crónica
Desde hace meses todos los martes preparó la crónica de la semana para Diario Crítica, el periódico para el que trabajo y el que ha enviado aquí. Ha sido una rutina que me ha diferenciado unos días de otros.
Sí, parece algo ridículo, pero aquí en nuestras condiciones necesitamos diferenciar unos días de los siguientes, aunque sea en algo mínimo. Para mí, durante semanas y semanas, el elemento diferenciador ha sido la preparación de la crónica.
Todos los martes, y una vez que la enviaba, respiraba tranquilo. Tenía por delante toda una semana para buscar algún tema para la próxima crónica. Los primeros días, el miércoles, jueves o incluso el viernes, tenía la sensación de que el siguiente martes estaba muy lejos y podía vivir la rutina diaria sin preocuparte.
Pero de repente me daba cuenta que me faltaban un par de días para escribir la nueva crónica y te entraba una especie de angustia. Tenía que encontrar un tema de interés y cuanto antes.
No sé si sería el sentido de deber, o que era consciente de mi responsabilidad para con mis lectores… lo que sé es que algo se activaba en algún lugar recóndito de mi cerebro.
Recorría el barco con la mirada inquisitiva del que busca algo, me acercaba a mis compañeros tratando de encontrar en su mirada o en un comentario o en algo… una buena historia.
Y siempre la solía encontrar, porque siempre la buscaba intensamente y cuanto más me acercaba al fatídico lunes, cuando tenía que escribir mi crónica, más intensamente mi cerebro funcionaba y me devolvía a la vida.
La semana pasada no fue así. Los días pasaron y pasaron y yo no sentí esa urgencia por buscar un tema. A veces me había pasado, sin embargo, siempre me había activado en el último momento y mi crónica siempre había lista para mis lectores. Pero esta semana no.
Llegó el domingo y no había tema, y lo peor es que no había interés por encontrarlo. Y llegó el lunes y no supe qué escribir, y lo terrible fue que no me importó. Ni siquiera cuando el martes no envié mi crómica. Estaba aletargado física y mentalmente.
Un paseo por el hielo.
Ya he comentado alguna vez que Shackleton, entre bromas, chazas e historietas, siempre está pendiente de sus hombres. Hoy he comprobado que también está pendiente de mí.
Esta mañana, en el desayuno me preguntó cómo me había salido la crónica de esta semana. Me sorprendió, porque no suele preguntármelo. Y al responder que no la había escrito, en principio no me dijo nada y siguió desayunando.
Al rato me llamó y me dijo que acompañara a Wild que iba a salir a subirse a un gran iceberg que teníamos cerca a ver si desde allí se veía tierra y, además, para tratar de cazar algo.
Por supuesto le dije que le acompañaría. Aunque lo único que me apetecía era meterme en mi camarote y dormir, como he estado haciendo toda la semana.
Poco después estábamos caminando con temperaturas de unos 15 grados bajo cero. No era demasiado pero hacía viento y eso provocaba que sintiésemos un frío intenso. Al poco de caminar vimos una foca y Wild la mató de un certero disparo.
Nos vendría bien como comida para los perros, pero también utilizaríamos su grasa para la estufa, eso evitaba que gastásemos carbón, porque que lo íbamos a necesitar cuanto los hielos nos soltasen y volviésemos a navegar.
Luego nos subimos a lo alto del iceberg, no fue sencillo. Tuve que estar durante un buen rato pendiente de dónde ponía cada pie o de dónde me agarraba para evitar que me diese un batacazo. Finalmente, lo logramos.
Desgraciadamente desde allí, y aunque nos encontrábamos a más de 30 metros de altura sobre el mar, no vimos tierra en ninguna dirección y eso que el día estaba limpio.
Según volvíamos me notaba distinto. Algo había pasado dentro de mí. Volvía a querer contar lo que habíamos hecho o a buscar alguna historia interesante para contársela a mis lectores.
Al llegar al barco, y casi por casualidad, escuché a Wild comentarle al Jefe: “Ya te dije que no veríamos nada”. En aquel momento, y puesto que ya tenía el cerebro funcionando otra vez, pensé que aquel viaje no se había preparado para tratar de ver tierra, sino por otro motivo. ¿ustedes qué creen?