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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
02/10/2012
Manfred B. Steger y Ravi K. Roy: Neoliberalismo: Una breve introducción. Madrid: Alianza Editorial, 2011 (242 páginas).
El neoliberalismo ha sido más objeto de noticias y análisis por sus estragos que por sus proezas. Éstas no se ocultan ni minimizan a lo largo del texto escrito a dúo por Manfred B. Steger y Ravi K. Roy.
Sin embargo, los autores advierten que sus efectos positivos sólo han recaído en una minoría de países y, a su vez, dentro de éstos, en una exclusiva y selecta minoría social: las élites del poder político, económico y financiero.
Inspirado en el liberalismo clásico (de Adam Smith y David Ricardo), el neoliberalismo arremetió contra las políticas keynesianas de la posguerra, pasando de la era del capitalismo controlado a la del capitalismo desregulado e incluso desbocado. La crisis de los años setenta fue crucial para su despegue.
La subida de los precios del petróleo implicó un incremento de la inflación y del paro, junto a una reducción de los beneficios empresariales. La responsabilidad de esta situación, según los teóricos neoliberales (Friedrick von Hayek y Milton Friedman), recaía en la excesiva regulación estatal, el desorbitado gasto público y las altas tarifas aduaneras.
La adopción, implementación y expansión de la nueva agenda neoliberal registró dos fases. La primera oleada fue propiciada por la denominada revolución conservadora, que protagonizaron los gobiernos de Reagan y Thatcher en la década de los ochenta. Sin olvidar el precedente impuesto ―manu militari― en Chile tras el golpe de Estado que, en 1973, despejó el terreno a los “Chicago boys”, como recoge David Harvey en un libro igualmente recomendable Breve historia del neoliberalismo, (Madrid: Akal, 2007).
La segunda fase se produjo en los “felices noventa”, auspiciada por gobiernos ―según los autores― de centro-izquierda, presididos por Clinton y Blair. Entre sus novedades respecto a la década anterior destacó la nueva estructura de poder en el sistema internacional tras el fin de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética, unido a las reformas económicas neoliberales adoptadas por los dos gigantes asiáticos, China e India.
A su vez, la supremacía estratégica estadounidense tuvo su correlato en la hegemonía ejercida en las principales organizaciones económicas internacionales, con sus recetas de ajuste estructural y libre comercio. Este proceso de globalización neoliberal fue acompañado no sólo por los cambios experimentados en el tablero de la geopolítica mundial, sino también fue facilitado ―e incluso acelerado― por la revolución en las tecnologías de la información y comunicación, las denominadas TIC.
Presidida por el Consenso de Washington, esta nueva etapa mostró toda su agresividad con la adopción de una agenda de desarrollo global de corte neoliberal. Su fórmula respondía a la iniciales DLP: Desregulación económica de los mercados, que desdibujó los contornos entre la economía productiva y especulativa; Liberalización del comercio y la industria, con la creación de un mercado global de bienes, servicios y capital; y Privatización de las empresas estatales.
Manifestado como ideología, forma de gobierno y paquete de medidas económicas, el neoliberalismo ha mostrado diversos rostros en función de los escenarios y coyunturas, poniendo de relieve su capacidad de adaptación a diferentes contextos, como se recoge en las experiencias de Asia, África y América Latina. Los países endeudados, demandantes de ayudas y préstamos, tenían que asumir la agenda neoliberal impuesta por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
De ahí que, ante sus diferentes expresiones, Steger y Roy consideren más pertinente hablar de neoliberalismos, dado que no se manifiesta de manera monolítica. Ahora bien, esto no excluye que sus diferentes formas compartan un ideario común, basado en el dogma de la “autorregulación” del mercado y el comercio sin necesidad, por tanto, de la intervención (regulación y control) de “un Estado civil fuerte”.
Sobre esto no deja de llamar la atención que sus principales defensores no duden en acudir o utilizar el Estado para desregular los mercados, favorecer a sus empresas e incluso rescatarlas. Además de alentar una política exterior agresiva e incluso militarista para defender los intereses de sus compañías transnacionales en el extranjero. La búsqueda de nuevos mercados, materias primas y mano de obra barata y abundante es tan conocida como la historia del viejo imperialismo.
La expansión del neoliberalismo, en sus distintas versiones y adaptaciones, ha introducido un reparto desigual de los beneficios, generando vencedores y vencidos. La resistencia a su agenda y efectos se ha expresado con distinta índole y desde diferentes ámbitos: organizaciones y partidos de izquierda, movimientos antiglobalización o alterglobalizadores, nacionalismos populistas e incluso parte de las fuerzas nacionalistas de derecha.
Pero, quizás, el principal obstáculo que ha encontrado en su camino se deba a sus propias contradicciones. Esto es, la crisis financiera desatada por las propias políticas neoliberales a finales de 2007 terminó derivando en una crisis económica. Bajó el rendimiento industrial, se produjo una retracción en el comercio internacional y un cese en el flujo crediticio que, a su vez, dificultaron la obtención de préstamos y afectaron negativamente a la rentabilidad de los negocios, la producción y el trabajo o, más concretamente, a los trabajadores, con un incremento del desempleo.
Por último, Steger y Roy se interrogan si la actual crisis significa la desaparición del neoliberalismo, dado que desde muchos ángulos se cuestiona el dogma neoliberal y se reclama un mayor control y regulación, tanto por parte de las instituciones nacionales como internacionales.
Ante la capacidad mostrada por el neoliberalismo para adaptarse a distintos contextos, los autores consideran que, de persistir la crisis, las opciones oscilan entre dos escenarios. Uno, el de una tercera fase de expansión neoliberal, algo más moderada que las antecedentes; y otro, el de una nueva era de capitalismo global controlado, asentado sobre principios keynesianos. De momento, todo parece indicar que el más previsible es el primero y cabe albergar dudas sobre su comedimiento.
El neoliberalismo ha sido más objeto de noticias y análisis por sus estragos que por sus proezas. Éstas no se ocultan ni minimizan a lo largo del texto escrito a dúo por Manfred B. Steger y Ravi K. Roy.
Sin embargo, los autores advierten que sus efectos positivos sólo han recaído en una minoría de países y, a su vez, dentro de éstos, en una exclusiva y selecta minoría social: las élites del poder político, económico y financiero.
Inspirado en el liberalismo clásico (de Adam Smith y David Ricardo), el neoliberalismo arremetió contra las políticas keynesianas de la posguerra, pasando de la era del capitalismo controlado a la del capitalismo desregulado e incluso desbocado. La crisis de los años setenta fue crucial para su despegue.
La subida de los precios del petróleo implicó un incremento de la inflación y del paro, junto a una reducción de los beneficios empresariales. La responsabilidad de esta situación, según los teóricos neoliberales (Friedrick von Hayek y Milton Friedman), recaía en la excesiva regulación estatal, el desorbitado gasto público y las altas tarifas aduaneras.
La adopción, implementación y expansión de la nueva agenda neoliberal registró dos fases. La primera oleada fue propiciada por la denominada revolución conservadora, que protagonizaron los gobiernos de Reagan y Thatcher en la década de los ochenta. Sin olvidar el precedente impuesto ―manu militari― en Chile tras el golpe de Estado que, en 1973, despejó el terreno a los “Chicago boys”, como recoge David Harvey en un libro igualmente recomendable Breve historia del neoliberalismo, (Madrid: Akal, 2007).
La segunda fase se produjo en los “felices noventa”, auspiciada por gobiernos ―según los autores― de centro-izquierda, presididos por Clinton y Blair. Entre sus novedades respecto a la década anterior destacó la nueva estructura de poder en el sistema internacional tras el fin de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética, unido a las reformas económicas neoliberales adoptadas por los dos gigantes asiáticos, China e India.
A su vez, la supremacía estratégica estadounidense tuvo su correlato en la hegemonía ejercida en las principales organizaciones económicas internacionales, con sus recetas de ajuste estructural y libre comercio. Este proceso de globalización neoliberal fue acompañado no sólo por los cambios experimentados en el tablero de la geopolítica mundial, sino también fue facilitado ―e incluso acelerado― por la revolución en las tecnologías de la información y comunicación, las denominadas TIC.
Presidida por el Consenso de Washington, esta nueva etapa mostró toda su agresividad con la adopción de una agenda de desarrollo global de corte neoliberal. Su fórmula respondía a la iniciales DLP: Desregulación económica de los mercados, que desdibujó los contornos entre la economía productiva y especulativa; Liberalización del comercio y la industria, con la creación de un mercado global de bienes, servicios y capital; y Privatización de las empresas estatales.
Manifestado como ideología, forma de gobierno y paquete de medidas económicas, el neoliberalismo ha mostrado diversos rostros en función de los escenarios y coyunturas, poniendo de relieve su capacidad de adaptación a diferentes contextos, como se recoge en las experiencias de Asia, África y América Latina. Los países endeudados, demandantes de ayudas y préstamos, tenían que asumir la agenda neoliberal impuesta por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
De ahí que, ante sus diferentes expresiones, Steger y Roy consideren más pertinente hablar de neoliberalismos, dado que no se manifiesta de manera monolítica. Ahora bien, esto no excluye que sus diferentes formas compartan un ideario común, basado en el dogma de la “autorregulación” del mercado y el comercio sin necesidad, por tanto, de la intervención (regulación y control) de “un Estado civil fuerte”.
Sobre esto no deja de llamar la atención que sus principales defensores no duden en acudir o utilizar el Estado para desregular los mercados, favorecer a sus empresas e incluso rescatarlas. Además de alentar una política exterior agresiva e incluso militarista para defender los intereses de sus compañías transnacionales en el extranjero. La búsqueda de nuevos mercados, materias primas y mano de obra barata y abundante es tan conocida como la historia del viejo imperialismo.
La expansión del neoliberalismo, en sus distintas versiones y adaptaciones, ha introducido un reparto desigual de los beneficios, generando vencedores y vencidos. La resistencia a su agenda y efectos se ha expresado con distinta índole y desde diferentes ámbitos: organizaciones y partidos de izquierda, movimientos antiglobalización o alterglobalizadores, nacionalismos populistas e incluso parte de las fuerzas nacionalistas de derecha.
Pero, quizás, el principal obstáculo que ha encontrado en su camino se deba a sus propias contradicciones. Esto es, la crisis financiera desatada por las propias políticas neoliberales a finales de 2007 terminó derivando en una crisis económica. Bajó el rendimiento industrial, se produjo una retracción en el comercio internacional y un cese en el flujo crediticio que, a su vez, dificultaron la obtención de préstamos y afectaron negativamente a la rentabilidad de los negocios, la producción y el trabajo o, más concretamente, a los trabajadores, con un incremento del desempleo.
Por último, Steger y Roy se interrogan si la actual crisis significa la desaparición del neoliberalismo, dado que desde muchos ángulos se cuestiona el dogma neoliberal y se reclama un mayor control y regulación, tanto por parte de las instituciones nacionales como internacionales.
Ante la capacidad mostrada por el neoliberalismo para adaptarse a distintos contextos, los autores consideran que, de persistir la crisis, las opciones oscilan entre dos escenarios. Uno, el de una tercera fase de expansión neoliberal, algo más moderada que las antecedentes; y otro, el de una nueva era de capitalismo global controlado, asentado sobre principios keynesianos. De momento, todo parece indicar que el más previsible es el primero y cabe albergar dudas sobre su comedimiento.
José Ignacio Algueró Cuervo: El Sahara y España. Claves de una descolonización pendiente. Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2006 (476 páginas).
Pocos conflictos en la escena mundial alcanzan una resonancia tan intensa en el seno de la sociedad española como el del Sahara Occidental. La propia condición de España como antigua potencia colonial explicaría esa sensibilidad social. Prácticamente ninguna provincia española carece de una asociación de solidaridad con el pueblo saharaui. Sus campañas de sensibilización, solidaridad, ayuda humanitaria y cooperación internacional son conocidas.
Tampoco faltan personalidades de la vida social y cultural que han asumido un compromiso personal con la causa saharaui, multiplicando su eco mediático. Cabe resaltar, en este sentido, al actor Javier Bardem, que produjo el documental “Hijos de las nubes, la última colonia ” (2012), dirigido por Álvaro Longoria. Sin olvidar el trabajo de Silvia Munt, que escribió y dirigió el Cortometraje Documental "Lalia" (1999), premiado con un Goya.
La pésima gestión que realizó el gobierno español del dossier del Sahara fue el punto de partida de un conflicto que se ha prolongado en el tiempo y que, de momento, no tiene visos de solución. En lugar de propiciar la descolonización prevista por las Naciones Unidas, España cedió su territorio colonial ―administrado como provincia española en África desde 1958― a Marruecos y Mauritania mediante los Acuerdos Tripartitos de Madrid, firmados el 14 de noviembre de 1975.
El grueso de la obra de José Ignacio Algueró Cuervo gira en torno a estos acontecimientos que rodearon la decisión adoptada entonces por el gobierno español. Seguido de otra parte dedicada a las consecuencias derivadas para la sociedad saharaui, la región del Magreb y su entorno más inmediato: España y, en particular, el archipiélago canario. Previamente a estos dos grandes apartados, el autor se centra en los orígenes y desarrollo de la presencia colonial española en el Sahara Occidental. Finalmente concluye con un epílogo en el que actualiza su recorrido hasta el cierre de su edición en 2006.
Pese al tiempo transcurrido desde su publicación, el trabajo del profesor Algueró Cuervo, fruto de su tesis doctoral (UNED, 1999), no ha perdido su vigencia. Por el contrario, a medida que se prolonga la irresolución del conflicto cobra mayor fuerza explicativa. Lamentablemente, la lejanía insular y la distribución editorial no han hecho justicia a una obra que, por su rigor y profundidad, resulta imprescindible para comprender los entresijos del conflicto y forma parte, por derecho propio, de la bibliografía especializada en la materia.
Pocos conflictos en la escena mundial alcanzan una resonancia tan intensa en el seno de la sociedad española como el del Sahara Occidental. La propia condición de España como antigua potencia colonial explicaría esa sensibilidad social. Prácticamente ninguna provincia española carece de una asociación de solidaridad con el pueblo saharaui. Sus campañas de sensibilización, solidaridad, ayuda humanitaria y cooperación internacional son conocidas.
Tampoco faltan personalidades de la vida social y cultural que han asumido un compromiso personal con la causa saharaui, multiplicando su eco mediático. Cabe resaltar, en este sentido, al actor Javier Bardem, que produjo el documental “Hijos de las nubes, la última colonia ” (2012), dirigido por Álvaro Longoria. Sin olvidar el trabajo de Silvia Munt, que escribió y dirigió el Cortometraje Documental "Lalia" (1999), premiado con un Goya.
La pésima gestión que realizó el gobierno español del dossier del Sahara fue el punto de partida de un conflicto que se ha prolongado en el tiempo y que, de momento, no tiene visos de solución. En lugar de propiciar la descolonización prevista por las Naciones Unidas, España cedió su territorio colonial ―administrado como provincia española en África desde 1958― a Marruecos y Mauritania mediante los Acuerdos Tripartitos de Madrid, firmados el 14 de noviembre de 1975.
El grueso de la obra de José Ignacio Algueró Cuervo gira en torno a estos acontecimientos que rodearon la decisión adoptada entonces por el gobierno español. Seguido de otra parte dedicada a las consecuencias derivadas para la sociedad saharaui, la región del Magreb y su entorno más inmediato: España y, en particular, el archipiélago canario. Previamente a estos dos grandes apartados, el autor se centra en los orígenes y desarrollo de la presencia colonial española en el Sahara Occidental. Finalmente concluye con un epílogo en el que actualiza su recorrido hasta el cierre de su edición en 2006.
Pese al tiempo transcurrido desde su publicación, el trabajo del profesor Algueró Cuervo, fruto de su tesis doctoral (UNED, 1999), no ha perdido su vigencia. Por el contrario, a medida que se prolonga la irresolución del conflicto cobra mayor fuerza explicativa. Lamentablemente, la lejanía insular y la distribución editorial no han hecho justicia a una obra que, por su rigor y profundidad, resulta imprescindible para comprender los entresijos del conflicto y forma parte, por derecho propio, de la bibliografía especializada en la materia.
18/09/2012
Daniel R. Headrick: El poder y el imperio. La tecnología y el imperialismo, de 1400 a la actualidad. Barcelona: Crítica, 2011 (464 páginas).
Una década después de su intervención en Afganistán, el ejército más potente del planeta, que comanda ―a su vez― otras fuerzas integrantes en la OTAN, no termina de controlar el país de los afganos y busca una retirada lo más digna posible. La historia no es nueva, tampoco tuvo éxito el ejército soviético a finales del siglo XX, ni el del Imperio británico en el XIX.
De las confrontaciones entre países que cuentan con un enorme poder e importantes avances tecnológicos y países débiles, empobrecidos y carentes de semejantes recursos, se extraen algunas lecciones: en muchos casos se impone la supremacía estratégica, pero en otros ese predominio no siempre se traduce en una victoria y, por el contrario, también se cosechan derrotas.
Esto recuerda que el poder en las relaciones internacionales es siempre un poder en relación, respecto a qué y a quién. En esta obra, Daniel R. Headrick se centra en el papel desempeñado por la tecnología en la expansión global: su uso en el control de la naturaleza, las innovaciones tecnológicas que permiten la conquista y dominación, además de la respuesta ―tecnológica o de otra índole― de los pueblos sometidos.
En este repaso histórico se recoge la experiencia marítima en la exploración y control de los océanos Índico, Atlántico y Pacífico; además de la conquista de los continentes americano, africano y, sólo parcialmente, asiático. Entre 1800 y 1914, los europeos pasaron de dominar el 35 al 84,4 por 100 de la superficie terrestre. Junto a un elenco de motivaciones (políticas, militares, económicas, ideológicas, sociales, etcétera), los medios derivados de la innovación tecnológica fueron fundamentales para establecer su dominio político-militar, económico, comercial y financiero.
No obstante, pese a su mayor poder, la empresa imperialista tropezó con algunos obstáculos, por ejemplo, la conquista del continente africano se demoró por razones medioambientales que afectaban mortalmente a la salud de los ejércitos invasores. Pero una vez superada la barrera medioambiental con los avances médicos, unido a la revolución industrial que perfeccionó e innovó las armas de fuego y el transporte marítimo (barco de vapor), el imperialismo decimonónico recobró un nuevo impulso que lo distanciaba del viejo, iniciado a principios del XVI con la conquista española de México y Perú y el control portugués del océano Índico.
Un hito en esta carrera fue la aviación. Su empleo no se limitó sólo a objetivos militares, sino que también se extendió a los civiles: ciudades, industrias e infraestructuras. Se consideraba que aterrorizando a los civiles, éstos obligarían a sus gobiernos a pedir la paz o la rendición. Práctica que, aunque no reconocida, se sigue ejerciendo en algunos conflictos actuales.
La conclusión del autor es que la supremacía estratégica no necesariamente se traduce en un predominio sobre el terreno. El poder no se reduce a un mayor desarrollo tecnológico, por el contrario, el factor humano sigue siendo fundamental. El de Afganistán es sólo un ejemplo más que debe sumarse a las lecciones extraídas de Vietnam y, en suma, de las luchas anticoloniales. Como señala el profesor Headrick, “la superioridad instrumental no implica una superioridad moral”.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850