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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
Sami Naïr: Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria, una solución real. Barcelona: Crítica, 2016 (192 páginas).
En su definición del término refugiado, la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, adoptada en 1951, alude a “toda persona” que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él”.
Conviene precisar esta diferencia sustancial del refugiado respecto a la del inmigrante por razones económicas o laborales. Pese a que la línea de demarcación entre ambos conceptos es muy delgada e incluso porosa, no es menos cierto que durante los últimos años ha existido una deliberada confusión en referencia a los refugiados como equivalente a inmigrantes. Su objetivo no es otro que eludir las responsabilidades contraídas por los Estados firmantes de la mencionada Convención de 1951 y el posterior Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados de 1967.
En un contexto de crisis económica y financiera, que no logra remontarse desde 2008, pero también de una no menos impactante crisis institucional y política de la Unión Europea, la llegada masiva de refugiados al territorio europeo a lo largo de 2015 sólo contribuyó a exacerbar las divisiones y contradicciones existentes en su seno.
En esta tesitura, la denominada crisis de los refugiados desvelaba, a su vez, una crisis del proyecto europeo; y que Sami Naïr remite a los “tres pecados originales que presiden a la construcción europea”. Primero, el economicismo, asentado en la idea de que los intereses económicos comunes facilitarían la unión política. Segundo, la ausencia de un proyecto político común, pues el resultado del economicismo ha sido “la dominación de la grandes empresas transnacionales” y “la hegemonía de los países más ricos”, sin “lograr una concepción política común”. Y, por último, tercero, la ampliación precipitada –el autor la denomina “frívola”– a los países del Este que, sin duda, había que integrarlos, pero “en un marco estratégico político determinado”, y no sólo en el del mercado.
Desde el punto de vista de Sami Naïr, el trato dispensado a los refugiados no ha sido del todo diferente al otorgado previamente a los inmigrantes, con un creciente cierre de las fronteras y externalización del problema. De esta manera se pasó del entusiasmo inicial, en particular, el expresado por la sociedad civil europea, al enfriamiento y adopción del mencionado itinerario aplicado a los inmigrantes.
Este cierre de las puertas de Europa a los solicitantes de asilo y desplazamiento del problema a terceros países se concretó en el acuerdo alcanzado entre la Unión Europea y Turquía en 2016. A cambio de importantes contrapartidas económicas (6.000 millones de euros) y políticas (exención de visado para la entrada de los turcos en la Unión Europea y abrir nuevas negociaciones de adhesión), Ankara se encargaría a partir de entonces de retener a los refugiados y aceptar su devolución.
Conviene recordar que el problema de los refugiados es anterior a su llegada masiva al territorio comunitario y que, mientras aquéllos estaban mayoritariamente concentrados en los países del entorno, no se visibilizaba del mismo modo dicha crisis. Además de esta falta de previsión ante la prolongada irresolución del conflicto en Siria, la Unión Europea también ha visto erosionada su capacidad de interlocución, prevención y mediación en la resolución de los conflictos en la región de Oriente Medio y el Norte de África.
Al compartir el espacio común del Mediterráneo, antes o después, dichos conflictos terminarían afectando inexorablemente al propio espacio europeo, como se ha puesto dramáticamente de manifiesto en el caso de los refugiados y, también, del terrorismo yihadista (sin que exista ninguna correlación, de causa-efecto entre ambos; por el contrario, los refugiados no sólo huyen de la guerra, sino también del terrorismo).
Del mismo modo, resulta igualmente pertinente recordar que, por lo general, la tendencia predominante en el desplazamiento forzado de los refugiados es permanecer en la región originaria, esto es, en los países limítrofes o del entorno al suyo. De manera que el grueso de los refugiados en el mundo (más del 85 por ciento) se ubica en los países más pobres, inestables y sin recursos del planeta; y no precisamente en los más ricos, desarrollados, con mayor poder y medios.
En 2016 el número de refugiados en el mundo alcanzó una cifra sin parangón en la historia, de más de 65 millones. Una parte importante de los desplazados internos y refugiados se concentra en la inestable e inflamable región de Oriente Medio: 4 de cada 10 en el mundo. Su número se multiplicó a lo largo de una década: pasó de 5 millones en 2005 a 23 millones en 2015 debido a los conflictos que asolan esta región, según informe del Pew Research Center (2016).
En suma, el texto de Sami Naïr analiza de manera global el problema de los refugiados y, también, de la inmigración; así como la respuesta europea. Entre la apertura o el cierre de las fronteras, el autor aboga por una solución intermedia, de gestionar la demanda de trabajo, implicando a los países emisores con políticas de desarrollo local, entre otras medidas. Además de asumir el derecho internacional y los propios valores europeos en materia de asilo, otorgando un pasaporte de tránsito para los refugiados.
Este problema ha adquirido una nueva dimensión durante estos últimos días con la negativa de la administración Trump a admitir la entrada en el país de personas procedentes de algunos países de mayoría musulmana. Es de temer que si ante el enorme sufrimiento humano de los refugiados no se desarrolla ninguna empatía ni solidaridad por parte de los principales responsables políticos en la escena mundial; y, por el contrario, se incumplen las reglas de las que se ha dotado la sociedad internacional de Estados y se contradicen los valores en los que se fundamentan las sociedades abiertas y avanzadas, cabe concluir que algo va de mal a peor.
En su definición del término refugiado, la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, adoptada en 1951, alude a “toda persona” que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él”.
Conviene precisar esta diferencia sustancial del refugiado respecto a la del inmigrante por razones económicas o laborales. Pese a que la línea de demarcación entre ambos conceptos es muy delgada e incluso porosa, no es menos cierto que durante los últimos años ha existido una deliberada confusión en referencia a los refugiados como equivalente a inmigrantes. Su objetivo no es otro que eludir las responsabilidades contraídas por los Estados firmantes de la mencionada Convención de 1951 y el posterior Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados de 1967.
En un contexto de crisis económica y financiera, que no logra remontarse desde 2008, pero también de una no menos impactante crisis institucional y política de la Unión Europea, la llegada masiva de refugiados al territorio europeo a lo largo de 2015 sólo contribuyó a exacerbar las divisiones y contradicciones existentes en su seno.
En esta tesitura, la denominada crisis de los refugiados desvelaba, a su vez, una crisis del proyecto europeo; y que Sami Naïr remite a los “tres pecados originales que presiden a la construcción europea”. Primero, el economicismo, asentado en la idea de que los intereses económicos comunes facilitarían la unión política. Segundo, la ausencia de un proyecto político común, pues el resultado del economicismo ha sido “la dominación de la grandes empresas transnacionales” y “la hegemonía de los países más ricos”, sin “lograr una concepción política común”. Y, por último, tercero, la ampliación precipitada –el autor la denomina “frívola”– a los países del Este que, sin duda, había que integrarlos, pero “en un marco estratégico político determinado”, y no sólo en el del mercado.
Desde el punto de vista de Sami Naïr, el trato dispensado a los refugiados no ha sido del todo diferente al otorgado previamente a los inmigrantes, con un creciente cierre de las fronteras y externalización del problema. De esta manera se pasó del entusiasmo inicial, en particular, el expresado por la sociedad civil europea, al enfriamiento y adopción del mencionado itinerario aplicado a los inmigrantes.
Este cierre de las puertas de Europa a los solicitantes de asilo y desplazamiento del problema a terceros países se concretó en el acuerdo alcanzado entre la Unión Europea y Turquía en 2016. A cambio de importantes contrapartidas económicas (6.000 millones de euros) y políticas (exención de visado para la entrada de los turcos en la Unión Europea y abrir nuevas negociaciones de adhesión), Ankara se encargaría a partir de entonces de retener a los refugiados y aceptar su devolución.
Conviene recordar que el problema de los refugiados es anterior a su llegada masiva al territorio comunitario y que, mientras aquéllos estaban mayoritariamente concentrados en los países del entorno, no se visibilizaba del mismo modo dicha crisis. Además de esta falta de previsión ante la prolongada irresolución del conflicto en Siria, la Unión Europea también ha visto erosionada su capacidad de interlocución, prevención y mediación en la resolución de los conflictos en la región de Oriente Medio y el Norte de África.
Al compartir el espacio común del Mediterráneo, antes o después, dichos conflictos terminarían afectando inexorablemente al propio espacio europeo, como se ha puesto dramáticamente de manifiesto en el caso de los refugiados y, también, del terrorismo yihadista (sin que exista ninguna correlación, de causa-efecto entre ambos; por el contrario, los refugiados no sólo huyen de la guerra, sino también del terrorismo).
Del mismo modo, resulta igualmente pertinente recordar que, por lo general, la tendencia predominante en el desplazamiento forzado de los refugiados es permanecer en la región originaria, esto es, en los países limítrofes o del entorno al suyo. De manera que el grueso de los refugiados en el mundo (más del 85 por ciento) se ubica en los países más pobres, inestables y sin recursos del planeta; y no precisamente en los más ricos, desarrollados, con mayor poder y medios.
En 2016 el número de refugiados en el mundo alcanzó una cifra sin parangón en la historia, de más de 65 millones. Una parte importante de los desplazados internos y refugiados se concentra en la inestable e inflamable región de Oriente Medio: 4 de cada 10 en el mundo. Su número se multiplicó a lo largo de una década: pasó de 5 millones en 2005 a 23 millones en 2015 debido a los conflictos que asolan esta región, según informe del Pew Research Center (2016).
En suma, el texto de Sami Naïr analiza de manera global el problema de los refugiados y, también, de la inmigración; así como la respuesta europea. Entre la apertura o el cierre de las fronteras, el autor aboga por una solución intermedia, de gestionar la demanda de trabajo, implicando a los países emisores con políticas de desarrollo local, entre otras medidas. Además de asumir el derecho internacional y los propios valores europeos en materia de asilo, otorgando un pasaporte de tránsito para los refugiados.
Este problema ha adquirido una nueva dimensión durante estos últimos días con la negativa de la administración Trump a admitir la entrada en el país de personas procedentes de algunos países de mayoría musulmana. Es de temer que si ante el enorme sufrimiento humano de los refugiados no se desarrolla ninguna empatía ni solidaridad por parte de los principales responsables políticos en la escena mundial; y, por el contrario, se incumplen las reglas de las que se ha dotado la sociedad internacional de Estados y se contradicen los valores en los que se fundamentan las sociedades abiertas y avanzadas, cabe concluir que algo va de mal a peor.
30/12/2016
Samir Kassir: De la desgracia de ser árabe. Córdoba: Almuzara, 2006, Primera edición (124 páginas); y Segunda edición, 2014 (104 páginas). Traducción de Antonio Lozano.
“No es recomendable ser árabe en nuestros días. (…) Desde cualquier ángulo que se mire, el panorama es sombrío, sobre todo si se compara con el de otras partes del mundo. (…) el mundo árabe es la región del planeta donde el hombre tiene hoy menos posibilidades de realizarse. Y más vale no hablar de la mujer”. Con estas palabras, extraídas del prólogo, comienza este ensayo el académico y periodista libanés Samir Kassir (1960-2005).
Pese a este diagnóstico sombrío, reconoce el autor que esa “desgracia” no siempre ha acompañado a los árabes, pues en un tiempo “no muy lejano” encaraban “el futuro con optimismo”. En particular, durante el proceso de renacimiento cultural registrado en la segunda mitad del siglo XIX, conocido como Nahda. Periodo en el que las sociedades árabes se adentraron en la senda de la modernización, se produjeron importantes cambios sociales y se reformuló la cultura árabe.
Incluso en el ámbito de las relaciones internacionales, prosigue el autor, los árabes protagonizaron algunas importantes referencias: el Egipto de Naser en la emergencia del eje afro-asiático o del Tercer Mundo y del Movimiento de Países no Alineados; la Argelia independiente en un modelo de emancipación para el continente africano; y la resistencia palestina que “reivindicó el derecho de los pueblos”.
Ante este escenario, en el que si bien no se cosecharon “demasiados éxitos”, no era menos cierto que se “vislumbraba un futuro mejor”, Samir Kassir se pregunta ¿cómo pudo cerrase este ciclo? “¿Cómo se llegó a despreciar una cultura tan viva y profesar el culto a la desgracia y la muerte?” A partir de aquí, el autor trata de responder a estas preguntas en los siete capítulos siguientes, abordando los diferentes aspectos de esa situación.
En esta dinámica, Kassir advierte el malestar existente en materia de desigualdad, injusticia social, deterioro medioambiental (desertización), superpoblación, carencia de perspectivas de futuro y una percepción comparativamente deficitaria en materia económica (ante crecimiento asiático) y política (ante democratización latinoamericana).
Todo esto, en conjunto, se resume en la impotencia “para ser lo que uno cree que debería ser” o “afirmar su voluntad de ser”; y que se ha visto agravada por las intervenciones de las potencias mundiales en la región y también por las regionales –como Israel– para hacer “literalmente cuanto le venga en gana”.
En su repaso panorámico de los diferentes Estados árabes, advierte toda una serie de similitudes en cuanto a su carácter autoritario, personalista, nepotista, corrupto y represivo. Sus economías combinan las desventajas del capitalismo de Estado y el ultraliberalismo, con una incapacidad crónica para gestionar sus recursos humanos.
A su vez, la lucha contra el terrorismo o yihadismo se ha transformado en la gran coartada para acallar el debate público y subyugar a las sociedades. Lejos de una supuesta predisposición cultural, su déficit democrático es fruto de la propia configuración del Estado. Su unidad tiende a ser cuestionada, sus instituciones carecen de toda credibilidad, sus ciudadanos son concebidos como súbditos y su soberanía ha sido limitada económica, financiera y políticamente por la hegemonía que ejercen los actores externos.
En prácticamente todos los países árabes se ha registrado un auge del islamismo, con una reislamización de las sociedades evidenciada en el uso del hiyab por las mujeres y una coacción a la libertad de pensamiento. Semejante tendencia no es ajena a la crisis ideológica que ha propiciado el recurso a la religión para “canalizar la frustración y articular la demanda de cambio”. No obstante, considera que el Islam político forma parte del problema y no de la solución.
Sostiene Samir Kassir que, lejos de ser estructural, esta situación responde a una determinada coyuntura histórica, pues no siempre las cosas transcurrieron de este modo. Sin necesidad de recurrir al falso consuelo de las glorias del pasado, el autor recuerda que hasta hace relativamente poco las sociedades árabes eran muy dinámicas y optimistas, embarcadas en un proceso de modernización que arranca desde la Nahda; y que eran parte integrante e incluso, en ocasiones, dirigentes de la revolución modernizadora en el Tercer Mundo.
Calificada como hija de la Ilustración europea, la Nahda fue un punto de inflexión, de reemergencia cultural (en literatura, pintura, música y cine) que no concluyó con la Primera Guerra Mundial y el ocaso del Imperio otomano. Por el contrario, su actitud se extendió durante el periodo de entreguerras, de dominio europeo (británico y francés), e incluso se prolongó hasta los años cincuenta y sesenta.
Esta dinámica modernizadora tuvo una implantación desigual. En los países árabes del Golfo se limitaron a importar y consumir bienes modernos, pero sin asumir su impacto social como se deriva de la reclusión en la que permanecieron sus mujeres o el uso generalizado del atuendo tradicional. Las reacciones a la modernización también fueron diferentes, la islamista surgió a principios del siglo XX. Pero entonces era una corriente minoritaria, sin el protagonismo social y político que cobraría a partir de los años ochenta, con la emergencia del puritanismo. Como señala el autor, el problema no fue “resultado de la modernidad, sino de su fracaso”.
En relación con lo anterior, buena parte del fracaso de la modernización social y política de las sociedades árabes tiene mucho más que ver con su geografía que con su historia. En concreto, su ubicación geopolítica, estrechos, canales y recursos geoestratégicos, unido a la implantación de un Estado foráneo en el corazón del mundo árabe, explicaría su inestabilidad y turbulencias durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.
Por último, el autor señala que la decepción y la pérdida de toda esperanza de cambio puede ser la peor de las desgracias. Semejante percepción, de estar en un “callejón sin salida”, se ha visto renovada actualmente con la frustración de las expectativas suscitadas por la denominada primavera árabe, con un panorama que, más que sombrío, resulta desolador.
Aunque este texto fue publicado originalmente en 2004 y publicado por la editorial cordobesa Almuzara en 2006 (y su segunda edición en 2014), el diagnóstico que realiza de las sociedades y Estados árabes resulta muy revelador para comprender las posteriores revueltas de 2010-2011.
Pese a que el autor no llegó a observar ni participar en estos acontecimientos, fue una figura destacada en el movimiento de oposición a la presencia militar siria en el Líbano, conocido como la revolución del cedro o de los cedros y, también, como la Intifada de la independencia o primavera de 2005. Su compromiso con la libertad fue irrenunciable y pagó un alto precio con su asesinato en Beirut en julio de 2005. Aunque sigue sin esclarecerse, su autoría se atribuyó a los servicios secretos sirio-libaneses.
“No es recomendable ser árabe en nuestros días. (…) Desde cualquier ángulo que se mire, el panorama es sombrío, sobre todo si se compara con el de otras partes del mundo. (…) el mundo árabe es la región del planeta donde el hombre tiene hoy menos posibilidades de realizarse. Y más vale no hablar de la mujer”. Con estas palabras, extraídas del prólogo, comienza este ensayo el académico y periodista libanés Samir Kassir (1960-2005).
Pese a este diagnóstico sombrío, reconoce el autor que esa “desgracia” no siempre ha acompañado a los árabes, pues en un tiempo “no muy lejano” encaraban “el futuro con optimismo”. En particular, durante el proceso de renacimiento cultural registrado en la segunda mitad del siglo XIX, conocido como Nahda. Periodo en el que las sociedades árabes se adentraron en la senda de la modernización, se produjeron importantes cambios sociales y se reformuló la cultura árabe.
Incluso en el ámbito de las relaciones internacionales, prosigue el autor, los árabes protagonizaron algunas importantes referencias: el Egipto de Naser en la emergencia del eje afro-asiático o del Tercer Mundo y del Movimiento de Países no Alineados; la Argelia independiente en un modelo de emancipación para el continente africano; y la resistencia palestina que “reivindicó el derecho de los pueblos”.
Ante este escenario, en el que si bien no se cosecharon “demasiados éxitos”, no era menos cierto que se “vislumbraba un futuro mejor”, Samir Kassir se pregunta ¿cómo pudo cerrase este ciclo? “¿Cómo se llegó a despreciar una cultura tan viva y profesar el culto a la desgracia y la muerte?” A partir de aquí, el autor trata de responder a estas preguntas en los siete capítulos siguientes, abordando los diferentes aspectos de esa situación.
En esta dinámica, Kassir advierte el malestar existente en materia de desigualdad, injusticia social, deterioro medioambiental (desertización), superpoblación, carencia de perspectivas de futuro y una percepción comparativamente deficitaria en materia económica (ante crecimiento asiático) y política (ante democratización latinoamericana).
Todo esto, en conjunto, se resume en la impotencia “para ser lo que uno cree que debería ser” o “afirmar su voluntad de ser”; y que se ha visto agravada por las intervenciones de las potencias mundiales en la región y también por las regionales –como Israel– para hacer “literalmente cuanto le venga en gana”.
En su repaso panorámico de los diferentes Estados árabes, advierte toda una serie de similitudes en cuanto a su carácter autoritario, personalista, nepotista, corrupto y represivo. Sus economías combinan las desventajas del capitalismo de Estado y el ultraliberalismo, con una incapacidad crónica para gestionar sus recursos humanos.
A su vez, la lucha contra el terrorismo o yihadismo se ha transformado en la gran coartada para acallar el debate público y subyugar a las sociedades. Lejos de una supuesta predisposición cultural, su déficit democrático es fruto de la propia configuración del Estado. Su unidad tiende a ser cuestionada, sus instituciones carecen de toda credibilidad, sus ciudadanos son concebidos como súbditos y su soberanía ha sido limitada económica, financiera y políticamente por la hegemonía que ejercen los actores externos.
En prácticamente todos los países árabes se ha registrado un auge del islamismo, con una reislamización de las sociedades evidenciada en el uso del hiyab por las mujeres y una coacción a la libertad de pensamiento. Semejante tendencia no es ajena a la crisis ideológica que ha propiciado el recurso a la religión para “canalizar la frustración y articular la demanda de cambio”. No obstante, considera que el Islam político forma parte del problema y no de la solución.
Sostiene Samir Kassir que, lejos de ser estructural, esta situación responde a una determinada coyuntura histórica, pues no siempre las cosas transcurrieron de este modo. Sin necesidad de recurrir al falso consuelo de las glorias del pasado, el autor recuerda que hasta hace relativamente poco las sociedades árabes eran muy dinámicas y optimistas, embarcadas en un proceso de modernización que arranca desde la Nahda; y que eran parte integrante e incluso, en ocasiones, dirigentes de la revolución modernizadora en el Tercer Mundo.
Calificada como hija de la Ilustración europea, la Nahda fue un punto de inflexión, de reemergencia cultural (en literatura, pintura, música y cine) que no concluyó con la Primera Guerra Mundial y el ocaso del Imperio otomano. Por el contrario, su actitud se extendió durante el periodo de entreguerras, de dominio europeo (británico y francés), e incluso se prolongó hasta los años cincuenta y sesenta.
Esta dinámica modernizadora tuvo una implantación desigual. En los países árabes del Golfo se limitaron a importar y consumir bienes modernos, pero sin asumir su impacto social como se deriva de la reclusión en la que permanecieron sus mujeres o el uso generalizado del atuendo tradicional. Las reacciones a la modernización también fueron diferentes, la islamista surgió a principios del siglo XX. Pero entonces era una corriente minoritaria, sin el protagonismo social y político que cobraría a partir de los años ochenta, con la emergencia del puritanismo. Como señala el autor, el problema no fue “resultado de la modernidad, sino de su fracaso”.
En relación con lo anterior, buena parte del fracaso de la modernización social y política de las sociedades árabes tiene mucho más que ver con su geografía que con su historia. En concreto, su ubicación geopolítica, estrechos, canales y recursos geoestratégicos, unido a la implantación de un Estado foráneo en el corazón del mundo árabe, explicaría su inestabilidad y turbulencias durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.
Por último, el autor señala que la decepción y la pérdida de toda esperanza de cambio puede ser la peor de las desgracias. Semejante percepción, de estar en un “callejón sin salida”, se ha visto renovada actualmente con la frustración de las expectativas suscitadas por la denominada primavera árabe, con un panorama que, más que sombrío, resulta desolador.
Aunque este texto fue publicado originalmente en 2004 y publicado por la editorial cordobesa Almuzara en 2006 (y su segunda edición en 2014), el diagnóstico que realiza de las sociedades y Estados árabes resulta muy revelador para comprender las posteriores revueltas de 2010-2011.
Pese a que el autor no llegó a observar ni participar en estos acontecimientos, fue una figura destacada en el movimiento de oposición a la presencia militar siria en el Líbano, conocido como la revolución del cedro o de los cedros y, también, como la Intifada de la independencia o primavera de 2005. Su compromiso con la libertad fue irrenunciable y pagó un alto precio con su asesinato en Beirut en julio de 2005. Aunque sigue sin esclarecerse, su autoría se atribuyó a los servicios secretos sirio-libaneses.
29/11/2016
Ilan Pappé: La limpieza étnica de Palestina. Barcelona: Crítica, 2008. Traducción de Luis Noriega (415 páginas).
Entre la extensa y creciente obra de Ilan Pappé, destaca este documentado trabajo sobre La limpieza étnica de Palestina, aparecido originalmente en inglés en 2006 y publicado en castellano dos años después.
En tan poco espacio de tiempo este libro se ha convertido en todo un clásico en la literatura especializada en la materia. Por tanto, su lectura resulta imprescindible para cualquier persona que desee acercarse a los acontecimientos que rodearon la creación del Estado israelí y dieron lugar a la tragedia de los refugiados palestinos; y que, en suma, forman parte del núcleo central de este sempiterno conflicto.
Su tesis, explicitada en el propio título de la obra, es que el origen de los refugiados palestinos se debió a un plan previamente concebido por el movimiento sionista y sus milicias. Su objetivo no era otro que la “expulsión sistemática de los palestinos de vastas áreas del país”. Esto es, “tanto de las áreas rurales como de las áreas urbanas de Palestina”.
Este desalojo por la fuerza de más de la mitad de la población nativa (alrededor de 800.000) preparó el terreno para dejar Palestina “étnicamente limpia” y establecer el Estado israelí que, desde esta óptica, lleva inscrito en su ADN un marcado carácter colonial. Pero a diferencia del colonialismo de factoría, más frecuente y clásico, en el que los colonos explotaban a la población indígena y los recursos del país, una colonia de asentamiento se caracteriza porque la población foránea desplaza a la nativa y se queda con el país.
Tanto esta obra de Pappé como los trabajos de otros autores, que integran el heterogéneo grupo de los denominados nuevos historiadores israelíes, desmienten la versión oficial israelí sobre la guerra de 1948. Esto es, que los palestinos abandonaron voluntaria y temporalmente sus casas y pueblos, haciéndose eco de una llamada de los gobiernos árabes para despejar el terreno a sus ejércitos con objeto de destruir el incipiente Estado judío.
Sin embargo, pese a su notable resonancia académica e incluso mediática, la tesis de Ilan Pappé no es nueva. Mucho antes, otros autores abordaron el tema sosteniendo la misma tesis, sólo que desde otro ángulo y con documentación complementaria a la empleada por Pappé.
En este sentido, cabe destacar a algunos historiadores palestinos como Walid Khalidi (ed.): All That Remains. The Palestinian Villages Occupied and Depopulated by Israel in 1948 (Washington: Institute for Palestine Studies, 1992); y Nur Masalha: Expulsions of the Palestinians. The Concept of <<Transfer>> in Zionist Political Thought, 1882-1948 (Washington: Institute for Palestine Studies, 1992). Disponible también en castellano: La expulsión de los palestinos. El concepto de <<transferencia>> en el pensamiento político sionista, 1882-1948 (Madrid: Bósforo Libros, 2008).
La pregunta, por tanto, es obligada, ¿qué hace que la obra de Pappé haya tenido –en principio– un mayor eco que la de los autores palestinos? El propio Pappé es consciente de esta diferencia cuando aborda el segundo objetivo de su libro: primero, “explorar tanto los mecanismos de la limpieza étnica de 1948” como, segundo, “el sistema cognitivo que permitió al mundo olvidar (y a los perpetradores negar) el crimen que el movimiento sionista cometió contra el pueblo palestino”.
En efecto, a toda limpieza étnica le acompaña el memoricidio de manera casi inherente para, así, borrar toda huella del pasado y, también, del delito cometido. De aquí la doble importancia que cobra la obra de Pappé y, por extensión, la de los nuevos historiadores israelíes. Una, porque está documentada con fuentes y archivos del movimiento sionista e israelíes; y dos, porque sus autores son historiadores israelíes y no se les presupone, como en el caso de los palestinos, que forman parte de las víctimas, ningún grado de subjetividad o intencionalidad política. Por el contrario, se les brinda un mayor crédito u objetividad porque pertenecen al bando vencedor, aunque revisan y niegan la versión oficial de la historia israelí.
Por último, en el epílogo, recuerda Ilan Pappé que el campus de la Universidad de Tel Aviv está construido sobre las ruinas de la aldea palestina de Shaykh Muwannis, en la que tanto el lugar como la gente que vivió allí han quedado como un paisaje “ficticio”, “sin rostro” y “sin identidad alguna”. Es, en palabras del autor, “la expresión más pura de la negación del plan rector de los sionistas para la limpieza étnica de Palestina”. De aquí que, en su opinión, este reconocimiento y reparación (que no venganza) sean fundamentales para la reconciliación y la paz.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850