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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
17/09/2017
Noam Chomsky e Ilan Pappé: Conversaciones sobre Palestina. Navarra: Txalaparta, 2017 (240 páginas). Traducción de Clorinda Zea*.
Noam Chomsky e Ilan Pappé no requieren mayor presentación, ambos son ampliamente conocidos por sus respectivas obras académicas, pero también por su activismo político. Además de su contribución a la lingüística, Chomsky es un autor de referencia por sus numerosos ensayos políticos, críticos con el capitalismo y, en particular, con la política exterior de Estados Unidos. De manera semejante, la obra de Pappé es fundamental para comprender los cimientos coloniales en los que se asienta el Estado israelí, que sigue prolongando uno de los conflictos más enraizados en la sociedad internacional.
A su vez, Pappé también es uno de los más distinguidos y productivos autores de los denominados –en su momento– “nuevos historiadores israelíes”. Un grupo integrado por historiadores y sociólogos que, después de investigar en los archivos israelíes, invirtieron el relato oficial de Israel sobre los acontecimientos que rodearon la construcción de su Estado en 1948 y la consiguiente tragedia de los refugiados palestinos. Su libro La limpieza étnica de Palestina (Barcelona: Crítica, 2008) es un claro ejemplo, incluso trascendió el marco académico y se convirtió en un auténtico best seller.
Esta obra viene a ser una continuación de la anteriormente titulada Gaza en Crisis. Reflexiones sobre la guerra de Israel contra los palestinos (Madrid: Taurus, 2011), editada también por Frank Barat, con gran éxito y traducida a numerosos idiomas. Junto a su actualización temática, introduce la novedad de que las respuestas son fruto de una conversación cara a cara y no de una larga correspondencia electrónica. Esta fluidez se advierte en el texto con las diferentes matizaciones o precisiones, perspectivas e incluso discrepancias (por ejemplo, sobre el boicot académico), con un enriquecimiento del debate.
Organizada la conversación en tres grandes bloques temporales (pasado, presente y futuro), Chomsky y Pappé intercambian sus puntos de vistas sobre los más diversos aspectos en torno a la cuestión de Palestina: la naturaleza colonial del movimiento sionista y de Israel como colonia de asentamiento; las similitudes y diferencias con la Sudáfrica del apartheid; el movimiento de solidaridad con el pueblo palestino y la campaña del BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel); unido a las perspectivas sobre la solución de los dos Estados o solo uno.
La obra se complementa con algunos artículos específicos de ambos autores en torno a las sucesivas agresiones israelíes a la Franja de Gaza (“genocidio progresivo” lo denomina Pappé); además de un estudio preliminar del mismo Pappé que, de manera esclarecedora, sistematiza tanto el diálogo con Chomsky como algunas reflexiones que, bajo el título de “Conversaciones antiguas y nuevas”, recoge la dramática evolución política en Israel/Palestina y en toda la región.
En concreto, considera necesario la “búsqueda de nuevas ideas” e “incluso de un nuevo lenguaje para Palestina” debido, entre otras paradojas, primero, a que los logros y, en particular, el cambio experimentado favorablemente por la opinión pública mundial sobre Palestina no ha tenido un impacto efectivo sobre la realidad por el apoyo que recibe Israel de “las élites económicas y políticas de Occidente”; segundo, el adoctrinamiento de la sociedad israelí, con una imagen favorable de su Estado, pese a las críticas que recibe del exterior; tercero, a que las críticas y condenas de determinadas políticas israelíes no alcanzan al “régimen y la ideología que produce dichas políticas”; y cuarto, a que el conflicto se barniza como “una historia multifacética y compleja, difícil de entender y más aún de resolver”, cuando en realidad se trata de “una simple historia de colonialismo y usurpación”. De ahí que Pappé abogue por un nuevo diccionario en el que términos como limpieza étnica, apartheid, colonialismo, descolonización, cambio de régimen y solución de un solo Estado, entre otros, sean centrales.
En suma, Chomsky y Pappé hacen una lectura crítica de los principales hechos y acontecimientos de este prolongado conflicto colonial (no entre Palestina e Israel como si se trataran de dos entidades semejantes); además de exponer la relación existente entre poder y producción del conocimiento. En esta dinámica, desvelan la inconsistencia de términos tan estandarizados o acuñados como “proceso de paz” o “solución de los dos Estados”, cuando la realidad sobre el terreno muestra que son una mera cortina de humo de la que se ha servido Israel para amortiguar o neutralizar las críticas, ganar tiempo y seguir implementando su política colonial, de hechos consumados, con la apropiación de más territorio palestino; además de la creciente fragmentación y guetización de la población palestina, unido al continuado bloqueo de Gaza desde hace una década.
Sin olvidar la discriminación de los palestinos en Israel, sobre los que también ha escrito una obra Ilan Pappé, Los palestinos olvidados. Historia de los palestinos de Israel (Madrid: Akal, 2017); y las diferentes agrupaciones de la diáspora palestina que en no pocos casos, como en el más reciente de los refugiados palestinos en Siria, se han visto forzadas a nuevos desplazamientos.
Con todas estas implicaciones, que remiten mucho más atrás de la ocupación israelí en 1967, es difícil no advertir que mientras persista el régimen de apartheid se seguirá perpetuando esta prolongada segregación y opresión. De ahí la importancia de abordar esa dimensión histórica: primero, para comprender mejor “por qué continúa el conflicto”; y segundo, para cambiar “el punto de vista político sobre la cuestión palestina” al mostrar cómo “el conocimiento fue manipulado” mediante ese mencionado lenguaje (“proceso paz”, “solución de los dos Estados”, entre otros términos).
Semejante lenguaje es, a su vez, empleado no sólo por la diplomacia internacional, sino también, de manera un tanto ingenua y equivocada, por gente bienintencionada, amigos y amigas de Palestina y movimientos de solidaridad; e incluso por la propia Autoridad Palestina, probablemente por “carecer de otras alternativas” o por “desesperación” como apunta Chomsky.
Ambos autores no se andan con rodeos para denominar las cosas por su nombre. Conscientes de la coyuntura actual, insisten en, primero, identificar clara y correctamente el problema, señalando el carácter colonial del movimiento sionista y de Israel “como un Estado racista”; y segundo, redoblar los esfuerzos para cambiar la política de Estados Unidos, pues su apoyo resulta “decisivo” para que Israel siga manteniendo un comportamiento de Estado paria a semejanza de la Sudáfrica del apartheid.
* Esta reseña fue publicada en el periódico Público el pasado 15 de septiembre, bajo el título "Noam Chomsky e Ilan Pappé hablan sobre Palestina".
Noam Chomsky e Ilan Pappé no requieren mayor presentación, ambos son ampliamente conocidos por sus respectivas obras académicas, pero también por su activismo político. Además de su contribución a la lingüística, Chomsky es un autor de referencia por sus numerosos ensayos políticos, críticos con el capitalismo y, en particular, con la política exterior de Estados Unidos. De manera semejante, la obra de Pappé es fundamental para comprender los cimientos coloniales en los que se asienta el Estado israelí, que sigue prolongando uno de los conflictos más enraizados en la sociedad internacional.
A su vez, Pappé también es uno de los más distinguidos y productivos autores de los denominados –en su momento– “nuevos historiadores israelíes”. Un grupo integrado por historiadores y sociólogos que, después de investigar en los archivos israelíes, invirtieron el relato oficial de Israel sobre los acontecimientos que rodearon la construcción de su Estado en 1948 y la consiguiente tragedia de los refugiados palestinos. Su libro La limpieza étnica de Palestina (Barcelona: Crítica, 2008) es un claro ejemplo, incluso trascendió el marco académico y se convirtió en un auténtico best seller.
Esta obra viene a ser una continuación de la anteriormente titulada Gaza en Crisis. Reflexiones sobre la guerra de Israel contra los palestinos (Madrid: Taurus, 2011), editada también por Frank Barat, con gran éxito y traducida a numerosos idiomas. Junto a su actualización temática, introduce la novedad de que las respuestas son fruto de una conversación cara a cara y no de una larga correspondencia electrónica. Esta fluidez se advierte en el texto con las diferentes matizaciones o precisiones, perspectivas e incluso discrepancias (por ejemplo, sobre el boicot académico), con un enriquecimiento del debate.
Organizada la conversación en tres grandes bloques temporales (pasado, presente y futuro), Chomsky y Pappé intercambian sus puntos de vistas sobre los más diversos aspectos en torno a la cuestión de Palestina: la naturaleza colonial del movimiento sionista y de Israel como colonia de asentamiento; las similitudes y diferencias con la Sudáfrica del apartheid; el movimiento de solidaridad con el pueblo palestino y la campaña del BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel); unido a las perspectivas sobre la solución de los dos Estados o solo uno.
La obra se complementa con algunos artículos específicos de ambos autores en torno a las sucesivas agresiones israelíes a la Franja de Gaza (“genocidio progresivo” lo denomina Pappé); además de un estudio preliminar del mismo Pappé que, de manera esclarecedora, sistematiza tanto el diálogo con Chomsky como algunas reflexiones que, bajo el título de “Conversaciones antiguas y nuevas”, recoge la dramática evolución política en Israel/Palestina y en toda la región.
En concreto, considera necesario la “búsqueda de nuevas ideas” e “incluso de un nuevo lenguaje para Palestina” debido, entre otras paradojas, primero, a que los logros y, en particular, el cambio experimentado favorablemente por la opinión pública mundial sobre Palestina no ha tenido un impacto efectivo sobre la realidad por el apoyo que recibe Israel de “las élites económicas y políticas de Occidente”; segundo, el adoctrinamiento de la sociedad israelí, con una imagen favorable de su Estado, pese a las críticas que recibe del exterior; tercero, a que las críticas y condenas de determinadas políticas israelíes no alcanzan al “régimen y la ideología que produce dichas políticas”; y cuarto, a que el conflicto se barniza como “una historia multifacética y compleja, difícil de entender y más aún de resolver”, cuando en realidad se trata de “una simple historia de colonialismo y usurpación”. De ahí que Pappé abogue por un nuevo diccionario en el que términos como limpieza étnica, apartheid, colonialismo, descolonización, cambio de régimen y solución de un solo Estado, entre otros, sean centrales.
En suma, Chomsky y Pappé hacen una lectura crítica de los principales hechos y acontecimientos de este prolongado conflicto colonial (no entre Palestina e Israel como si se trataran de dos entidades semejantes); además de exponer la relación existente entre poder y producción del conocimiento. En esta dinámica, desvelan la inconsistencia de términos tan estandarizados o acuñados como “proceso de paz” o “solución de los dos Estados”, cuando la realidad sobre el terreno muestra que son una mera cortina de humo de la que se ha servido Israel para amortiguar o neutralizar las críticas, ganar tiempo y seguir implementando su política colonial, de hechos consumados, con la apropiación de más territorio palestino; además de la creciente fragmentación y guetización de la población palestina, unido al continuado bloqueo de Gaza desde hace una década.
Sin olvidar la discriminación de los palestinos en Israel, sobre los que también ha escrito una obra Ilan Pappé, Los palestinos olvidados. Historia de los palestinos de Israel (Madrid: Akal, 2017); y las diferentes agrupaciones de la diáspora palestina que en no pocos casos, como en el más reciente de los refugiados palestinos en Siria, se han visto forzadas a nuevos desplazamientos.
Con todas estas implicaciones, que remiten mucho más atrás de la ocupación israelí en 1967, es difícil no advertir que mientras persista el régimen de apartheid se seguirá perpetuando esta prolongada segregación y opresión. De ahí la importancia de abordar esa dimensión histórica: primero, para comprender mejor “por qué continúa el conflicto”; y segundo, para cambiar “el punto de vista político sobre la cuestión palestina” al mostrar cómo “el conocimiento fue manipulado” mediante ese mencionado lenguaje (“proceso paz”, “solución de los dos Estados”, entre otros términos).
Semejante lenguaje es, a su vez, empleado no sólo por la diplomacia internacional, sino también, de manera un tanto ingenua y equivocada, por gente bienintencionada, amigos y amigas de Palestina y movimientos de solidaridad; e incluso por la propia Autoridad Palestina, probablemente por “carecer de otras alternativas” o por “desesperación” como apunta Chomsky.
Ambos autores no se andan con rodeos para denominar las cosas por su nombre. Conscientes de la coyuntura actual, insisten en, primero, identificar clara y correctamente el problema, señalando el carácter colonial del movimiento sionista y de Israel “como un Estado racista”; y segundo, redoblar los esfuerzos para cambiar la política de Estados Unidos, pues su apoyo resulta “decisivo” para que Israel siga manteniendo un comportamiento de Estado paria a semejanza de la Sudáfrica del apartheid.
* Esta reseña fue publicada en el periódico Público el pasado 15 de septiembre, bajo el título "Noam Chomsky e Ilan Pappé hablan sobre Palestina".
Mónica G. Prieto y Javier Espinosa: La semilla del odio. De la invasión de Irak al surgimiento del ISIS. Barcelona: Debate, 2017 (544 páginas).
Ningún otro país de Oriente Medio resulta tan clave para explicar la conflictividad regional como Irak. Mucho antes de que el sectarismo fuera retroalimentado y propagado por toda la región, el país bañado por el Tigris y el Éufrates fue su principal caldo de cultivo. También conoció la emergencia y expansión del autoproclamado Estado Islámico (o Dáesh por sus siglas en árabe); además de las continuas injerencias externas de las potencias regionales e internacionales.
Precedida por décadas de autoritarismo, purgas en la elite del poder, represión sistemática, guerras interestatales, sanciones internacionales y bloqueo, la invasión estadounidense (2003) marcó un indudable punto de inflexión en esta deriva. En particular, su política de ocupación se empeñó, deliberadamente, en desmantelar el Estado iraquí con la desarticulación de toda su administración y fuerzas de seguridad (policía y Ejército).
No es de extrañar, por tanto, que Mónica G. Prieto y Javier Espinosa tomen la invasión de Irak como punto de arranque de su narración, sin obviar el contexto dictatorial. De la lectura de estos hechos y acontecimientos se advierte que Washington no poseía ninguna alternativa real, seria ni viable que ofrecer ante semejante vacío de poder. Por el contrario, el caos parecía diseñado para justificar a posteriori la ocupación militar de Irak ante la endeblez de los argumentos empleados para su agresión e invasión. La imágenes del saqueo del Museo y la Biblioteca Nacional ilustraron ese propósito, al mismo tiempo que las fuerzas de ocupación custodiaban el Ministerio del petróleo.
La administración neoconservadora de Bush pasó de propiciar el cambio de régimen mediante la fuerza a destruir el Estado iraquí. El caos se adueñó del país. Las fuerzas de ocupación, consideradas ilegítimas desde el primer momento de la invasión, fueron el principal blanco de la emergente resistencia. Un enemigo invisible parecía ocultarse entre la población. Así se ponía de manifiesto también en la película de Gillo Pontecorvo, La batalla de Argel (1966), rescatada del olvido y puesta de moda en el Pentágono.
La lección a extraer era que, por muy potente que fuera el ejército estadounidense –y el de sus aliados–, no lograba implementar sobre el terreno su poder potencial en poder real. Lejos de la prometida pacificación y estabilización de Irak, la violencia y el derramamiento de sangre se convirtieron en una constante desde entonces. Estados Unidos empleó más fuerzas y registró más bajas a lo largo de la ocupación de Irak que durante su invasión. La creciente iraquización de la seguridad contribuyó a reducir las bajas entre las filas estadounidenses, pero no logró crear el buscado clima de normalidad, ni siquiera tras la celebración de las primeras elecciones (2005).
Para entonces el país se encontraba inmerso ya en una guerra civil, de corte sectario e intercomunitario. La confrontación fratricida no era precisamente ajena a la política de ocupación de “divide y vencerás”, a las continuas injerencias de otras potencias regionales y, en particular, al destacado e incendiario rol sectario, con su campaña de atentados contra la población de confesión chií, de algunos grupúsculos yihadistas como Monoteismo y Guerra Santa liderado por al-Zarqawi (denominado luego, en 2004, como Al Qaeda en Irak hasta derivar posteriormente en uno de los principales núcleos del autodenominado Estado Islámico).
Además de recoger esta creciente deriva de radicalización y violencia, Mónica G. Prieto y Javier Espinosa no desdeñan otros de los efectos más perniciosos que ha tenido ese vacío de poder, en concreto, el incremento desmesurado de la inseguridad y la criminalidad registrada en Irak desde entonces; y que, en no pocas ocasiones, se suele pasar por alto ante la prioridad otorgada al conflicto político y la violencia terrorista. Así, los secuestros de niños y niñas, pero también de adultos (periodistas extranjeros y profesionales), las violaciones y abusos sexuales, los desórdenes mentales, depresión y traumas permanentes, los robos y el pillaje, la corrupción, la proliferación de grupos mafiosos y criminales, abuso de poder y regresión en los derechos de las mujeres son sólo algunos dramáticos ejemplos de este prolongado sufrimiento.
Consideran los autores que este clima de inseguridad también ha contribuido a que, indudablemente, la gente busque la protección en las redes sociales comunitarias de pertenencia familiar, tribal, confesional y étnica, reforzándose así la división social siguiendo esas líneas identitarias subnacionales.
Una estrategia no precisamente ajena a la política de Washington, que buscaba debilitar y dividir un frente iraquí unido ante la ocupación; y en la que se adentraron algunas potencias regionales en busca de beneficios inmediatos o, al menos, neutralización de las potenciales ganancias ajenas; unido al mencionado rol yihadista con un agenda sectaria y transnacional (contraria a cualquier noción nacional); y a la política de exclusión y marginación suní practicada por Bagdad.
Con testimonios de primera mano y sobre el terreno, Prieto y Espinosa acercan al lector a la realidad de la vida cotidiana de los hombres y mujeres iraquíes que, durante las últimas décadas, han sido protagonistas involuntarios y víctimas de una incesante sucesión de conflictos, violencia e interminable sufrimiento. Esto es, de un auténtico panorama dantesco.
Ambos son también autores de otro recomendable texto no ajeno a lo sucedido en Irak: Siria, el país de las almas rotas. De la revolución al califato del ISIS, publicado también por la editorial Debate (2016).
Ningún otro país de Oriente Medio resulta tan clave para explicar la conflictividad regional como Irak. Mucho antes de que el sectarismo fuera retroalimentado y propagado por toda la región, el país bañado por el Tigris y el Éufrates fue su principal caldo de cultivo. También conoció la emergencia y expansión del autoproclamado Estado Islámico (o Dáesh por sus siglas en árabe); además de las continuas injerencias externas de las potencias regionales e internacionales.
Precedida por décadas de autoritarismo, purgas en la elite del poder, represión sistemática, guerras interestatales, sanciones internacionales y bloqueo, la invasión estadounidense (2003) marcó un indudable punto de inflexión en esta deriva. En particular, su política de ocupación se empeñó, deliberadamente, en desmantelar el Estado iraquí con la desarticulación de toda su administración y fuerzas de seguridad (policía y Ejército).
No es de extrañar, por tanto, que Mónica G. Prieto y Javier Espinosa tomen la invasión de Irak como punto de arranque de su narración, sin obviar el contexto dictatorial. De la lectura de estos hechos y acontecimientos se advierte que Washington no poseía ninguna alternativa real, seria ni viable que ofrecer ante semejante vacío de poder. Por el contrario, el caos parecía diseñado para justificar a posteriori la ocupación militar de Irak ante la endeblez de los argumentos empleados para su agresión e invasión. La imágenes del saqueo del Museo y la Biblioteca Nacional ilustraron ese propósito, al mismo tiempo que las fuerzas de ocupación custodiaban el Ministerio del petróleo.
La administración neoconservadora de Bush pasó de propiciar el cambio de régimen mediante la fuerza a destruir el Estado iraquí. El caos se adueñó del país. Las fuerzas de ocupación, consideradas ilegítimas desde el primer momento de la invasión, fueron el principal blanco de la emergente resistencia. Un enemigo invisible parecía ocultarse entre la población. Así se ponía de manifiesto también en la película de Gillo Pontecorvo, La batalla de Argel (1966), rescatada del olvido y puesta de moda en el Pentágono.
La lección a extraer era que, por muy potente que fuera el ejército estadounidense –y el de sus aliados–, no lograba implementar sobre el terreno su poder potencial en poder real. Lejos de la prometida pacificación y estabilización de Irak, la violencia y el derramamiento de sangre se convirtieron en una constante desde entonces. Estados Unidos empleó más fuerzas y registró más bajas a lo largo de la ocupación de Irak que durante su invasión. La creciente iraquización de la seguridad contribuyó a reducir las bajas entre las filas estadounidenses, pero no logró crear el buscado clima de normalidad, ni siquiera tras la celebración de las primeras elecciones (2005).
Para entonces el país se encontraba inmerso ya en una guerra civil, de corte sectario e intercomunitario. La confrontación fratricida no era precisamente ajena a la política de ocupación de “divide y vencerás”, a las continuas injerencias de otras potencias regionales y, en particular, al destacado e incendiario rol sectario, con su campaña de atentados contra la población de confesión chií, de algunos grupúsculos yihadistas como Monoteismo y Guerra Santa liderado por al-Zarqawi (denominado luego, en 2004, como Al Qaeda en Irak hasta derivar posteriormente en uno de los principales núcleos del autodenominado Estado Islámico).
Además de recoger esta creciente deriva de radicalización y violencia, Mónica G. Prieto y Javier Espinosa no desdeñan otros de los efectos más perniciosos que ha tenido ese vacío de poder, en concreto, el incremento desmesurado de la inseguridad y la criminalidad registrada en Irak desde entonces; y que, en no pocas ocasiones, se suele pasar por alto ante la prioridad otorgada al conflicto político y la violencia terrorista. Así, los secuestros de niños y niñas, pero también de adultos (periodistas extranjeros y profesionales), las violaciones y abusos sexuales, los desórdenes mentales, depresión y traumas permanentes, los robos y el pillaje, la corrupción, la proliferación de grupos mafiosos y criminales, abuso de poder y regresión en los derechos de las mujeres son sólo algunos dramáticos ejemplos de este prolongado sufrimiento.
Consideran los autores que este clima de inseguridad también ha contribuido a que, indudablemente, la gente busque la protección en las redes sociales comunitarias de pertenencia familiar, tribal, confesional y étnica, reforzándose así la división social siguiendo esas líneas identitarias subnacionales.
Una estrategia no precisamente ajena a la política de Washington, que buscaba debilitar y dividir un frente iraquí unido ante la ocupación; y en la que se adentraron algunas potencias regionales en busca de beneficios inmediatos o, al menos, neutralización de las potenciales ganancias ajenas; unido al mencionado rol yihadista con un agenda sectaria y transnacional (contraria a cualquier noción nacional); y a la política de exclusión y marginación suní practicada por Bagdad.
Con testimonios de primera mano y sobre el terreno, Prieto y Espinosa acercan al lector a la realidad de la vida cotidiana de los hombres y mujeres iraquíes que, durante las últimas décadas, han sido protagonistas involuntarios y víctimas de una incesante sucesión de conflictos, violencia e interminable sufrimiento. Esto es, de un auténtico panorama dantesco.
Ambos son también autores de otro recomendable texto no ajeno a lo sucedido en Irak: Siria, el país de las almas rotas. De la revolución al califato del ISIS, publicado también por la editorial Debate (2016).
Ilan Pappé: Los palestinos olvidados. Historia de los palestinos de Israel. Madrid: Akal, 2017 (384 páginas). Traducción de Jaime Blasco Castiñeyra.
Una corriente de análisis dominante respecto a la cuestión palestina es la que parte de la ocupación militar israelí de los territorios palestinos en 1967 como el origen del problema, sin echar la vista atrás.
Desde este prisma, el fin de la ocupación de Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este resolvería, en teoría, este enconado conflicto dando lugar a la solución de los dos Estados y, por ende, a la construcción de un Estado palestino en dichos territorios.
Semejante visión es compartida por el grueso de la sociedad internacional de Estados, por algunos sectores del denominado sionismo liberal y, también, con notables matizaciones respecto a la narrativa histórica, por la Autoridad Palestina.
De hecho, la fórmula de “tierras a cambio de paz” en la que se inspiró la Conferencia de Paz en Madrid (1991) y también, en teoría, los denominados Acuerdos de Oslo (1993) partían de un supuesto semejante.
El problema radicó en las diversas –e incluso opuestas– lecturas de la letra pequeña de este contrato no escrito. En particular, mientras la parte palestina anhelaba ver finalizada la ocupación militar y fundar su propio Estado, los sucesivos gobiernos israelíes han visto las cosas de un modo significativamente diferente.
En suma, mientras unos esperaban que se desmantelara gradualmente la estructura de la ocupación militar, otros no han hecho más que reforzarla con su continua escalada colonizadora. El resultado ha sido el fracaso del proceso de paz por la incompatibilidad entre dos proyectos opuestos, la asimetría de poder existente entre ambas partes y la indiferencia –cuando no complicidad– internacional.
En contraposición a esta perspectiva, que sitúa el origen del conflicto en la guerra de 1967 y la consiguiente ocupación, existe otra, de índole crítica y postcolonial, que ha ido ganando más amplitud y eco académico, político y mediático por su mayor capacidad y fuerza explicativa.
Su principal aportación reside en el enfoque de la cuestión, más centrado en los acontecimientos que rodearon la creación del Estado israelí en 1948 y la consiguiente limpieza étnica de la que fue objeto el grueso de la población autóctona de Palestina; y, también, en el carácter colonial del proyecto sionista.
A diferencia de la versión estándar, que no logra explicar de manera convincente la prolongada irresolución del conflicto más allá de una continua sucesión de coyunturas adversas, la visión postcolonial otorga una argumentación mucho más estructural, sólida y coherente, remitiendo a la política colonial israelí iniciada en 1948 para comprender la ejercida desde 1967. Es más, desde esta lógica, la ocupación de 1967 vendría a completar la de 1948.
Una de la voces que, sin duda, mejor representa esta visión es la del historiador israelí Ilan Pappé. Con una obra de referencia e imprescindible para comprender este conflicto “colonial y poscolonial” (en buena parte traducida al español y editada por Akal), se suma ahora la de Los palestinos olvidados. Historia de los palestinos de Israel, aparecida originalmente en 2011 y que, según el propio autor, viene a ser una continuación de su afamado trabajo sobre La limpieza étnica de Palestina (2006).
El objetivo de esta obra, además de “humanizar” a esta minoría que ha sido “olvidada, marginada y demonizada”, es poner de manifiesto que: “Sólo si trazamos la historia de la minoría palestina de Israel, podremos averiguar hasta qué punto el persistente afán sionista e israelí de supremacía étnica y exclusividad ha desencadenado la situación actual”.
Conocidos como árabes-israelíes o palestinos de 1948 o de Israel, esta minoría palestina en Israel –como prefiere denominarla Pappé– es fruto de la población autóctona de Palestina que quedó dentro de las fronteras del Estado israelí tras su creación y expansión en 1948 (y que, entre nosotros, también ha sido estudiada en profundidad por el profesor Isaías Barreñada).
Recuerda Pappé que tres meses antes de que se iniciase la primera guerra árabe-israelí había dado comienzo la limpieza étnica de la comunidad palestina por las mismas fuerzas militares que integrarían –a continuación– el Ejército israelí: “los expulsaron de sus hogares, de sus campos y de sus tierras”.
Palestina fue vaciada de unos 750.000 nativos palestinos, que en 1947 ascendían a 1.300.000. La población judía rondaba entonces en torno a 600.000, fruto en su inmensa mayoría de las sucesivas oleadas inmigratorias iniciadas a finales del siglo XIX e incrementadas durante el periodo de entreguerras; y sólo poseía algo menos de 7 por ciento de la propiedad de la tierra, que estaba mayoritariamente en manos de la población autóctona.
El incipiente Estado israelí se expandió entonces desde el 55 por ciento otorgado por el Plan de Partición de la ONU (1947) al 78 por ciento. Del millón de palestinos que estaban dentro de las fronteras del nuevo Estado sólo quedaron 160.000 tras la limpieza étnica de Palestina.
Los primeros años estuvieron marcados por lo que el conjunto de la población palestina denomina la Nakba (la catástrofe), en alusión a su tragedia original de expulsión, desposesión y dispersión. Pero también por el régimen militar que impuso Israel a la minoría palestina; y en el que, a semejanza de una dictadura militar, todos los poderes –ejecutivo, legislativo y judicial– estaban en las mismas manos de los oficiales israelíes.
Pese a esta drástica situación, los palestinos en Israel usaron los mecanismos institucionales y legales para impedir el saqueo de sus tierras y los desahucios; además de reivindicar su plena ciudadanía. En conclusión del autor, los palestinos aceptaron la creación de Israel como un hecho consumado. Su objetivo era “cambiar la naturaleza del régimen sin perder su afinidad con la identidad árabe y palestina”.
Pero esta batalla estaba perdida de antemano por una maraña de leyes destinadas precisamente a segregar dicha minoría. Incluso, una vez levantado el régimen militar en 1966, se siguió con una política de segregación social y económica: expropiación de tierras, exclusión laboral y maltrato educativo. Los palestinos pasaron a ocupar los estratos más bajos de la sociedad, se transformaron en ciudadanos de segunda clase, con muy escasa movilidad social.
Como todo poder colonial, Israel alardeaba de haber contribuido a la modernización de la población dominada. Sin embargo, como señala Pappé, en comparación con la sociedad judía, su progreso era muy limitado debido a su discriminación.
Con la ocupación israelí, en 1967, del resto del territorio de la Palestina histórica o del Mandato británico, se pusieron de manifiesto las diferentes agendas de la minoría palestina en Israel y la de los palestinos de los territorios ocupados. Una reivindicaba la ciudadanía plena e igualdad como minoría en Israel, otra buscaba liberar los territorios palestinos de la ocupación militar israelí.
Desde este prisma, Ilan Pappé analiza toda una sucesión de acontecimientos y hechos que han sellado la evolución sociopolítica de esta minoría palestina en Israel: desde la matanza de Kafr Qassem (1956), la creación de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), el Día de la Tierra (1976), la formación de los partidos árabes (nacionalistas e islamistas), la emergencia de la sociedad civil, el liderazgo político (con la semblanza de algunas de sus personalidades), hasta el activismo sindical y la producción cultural (poesía, narrativa y cine).
Sin olvidar, por último, cómo se ha visto dicha minoría afectada –y en ocasiones implicada– por la primera Intifada (1987), los Acuerdos de Oslo (1993), la segunda Intifada (2000) y, en suma, el fracaso en la resolución del conflicto que, a su vez, hacen planear nuevamente las peores amenazas sobre la población palestina en Israel.
No menos importante son los dos referentes conceptuales que están presentes a lo largo de toda la obra. Uno, el de etnocracia, que “concede a la minoría una igualdad relativa y se permite a los individuos integrarse hasta cierto punto en la vida política y económica. Paralelamente, una política de control y vigilancia inalterable y duradera garantiza el dominio de la mayoría y la marginalidad de la minoría”, en definición tomada por el autor de los sociólogos Oren Yiftachel y As’ad Ghanem.
El otro, el Estado mukhabarat (servicios secretos en árabe), caracterizado por la “resistencia de su estamento de seguridad (el mukhabarat) a los cambios internos y a las presiones externas”, debido principalmente a su “estrecha relación con una potencia exterior”; y que, en conclusión de Pappé, es como cabe calificar a Israel en su trato con la minoría palestina. Este concepto también ha sido empleado por autores como John P. Entelis y Nazih Ayubi en referencia a los Estados árabes.
Ante este desolador panorama, el autor abriga la esperanza de que si “el Estado de Israel sigue actuando de esta manera, Occidente le retire el escudo moral y político que le ha proporcionado hasta ahora. Si se mantiene este régimen opresivo, cabe la posibilidad de que Israel se <<sudafricanice>> o se <<arabice>> y, de esta manera, se le juzgará según unos criterios más estrictos”.
Con un estilo ameno y ágil, que presenta al lector con llaneza temas realmente complejos, el texto de Pappé profundiza en el pasado ilustrando también el presente y advirtiendo, no menos, algunas de las principales tendencias del futuro.
Una corriente de análisis dominante respecto a la cuestión palestina es la que parte de la ocupación militar israelí de los territorios palestinos en 1967 como el origen del problema, sin echar la vista atrás.
Desde este prisma, el fin de la ocupación de Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este resolvería, en teoría, este enconado conflicto dando lugar a la solución de los dos Estados y, por ende, a la construcción de un Estado palestino en dichos territorios.
Semejante visión es compartida por el grueso de la sociedad internacional de Estados, por algunos sectores del denominado sionismo liberal y, también, con notables matizaciones respecto a la narrativa histórica, por la Autoridad Palestina.
De hecho, la fórmula de “tierras a cambio de paz” en la que se inspiró la Conferencia de Paz en Madrid (1991) y también, en teoría, los denominados Acuerdos de Oslo (1993) partían de un supuesto semejante.
El problema radicó en las diversas –e incluso opuestas– lecturas de la letra pequeña de este contrato no escrito. En particular, mientras la parte palestina anhelaba ver finalizada la ocupación militar y fundar su propio Estado, los sucesivos gobiernos israelíes han visto las cosas de un modo significativamente diferente.
En suma, mientras unos esperaban que se desmantelara gradualmente la estructura de la ocupación militar, otros no han hecho más que reforzarla con su continua escalada colonizadora. El resultado ha sido el fracaso del proceso de paz por la incompatibilidad entre dos proyectos opuestos, la asimetría de poder existente entre ambas partes y la indiferencia –cuando no complicidad– internacional.
En contraposición a esta perspectiva, que sitúa el origen del conflicto en la guerra de 1967 y la consiguiente ocupación, existe otra, de índole crítica y postcolonial, que ha ido ganando más amplitud y eco académico, político y mediático por su mayor capacidad y fuerza explicativa.
Su principal aportación reside en el enfoque de la cuestión, más centrado en los acontecimientos que rodearon la creación del Estado israelí en 1948 y la consiguiente limpieza étnica de la que fue objeto el grueso de la población autóctona de Palestina; y, también, en el carácter colonial del proyecto sionista.
A diferencia de la versión estándar, que no logra explicar de manera convincente la prolongada irresolución del conflicto más allá de una continua sucesión de coyunturas adversas, la visión postcolonial otorga una argumentación mucho más estructural, sólida y coherente, remitiendo a la política colonial israelí iniciada en 1948 para comprender la ejercida desde 1967. Es más, desde esta lógica, la ocupación de 1967 vendría a completar la de 1948.
Una de la voces que, sin duda, mejor representa esta visión es la del historiador israelí Ilan Pappé. Con una obra de referencia e imprescindible para comprender este conflicto “colonial y poscolonial” (en buena parte traducida al español y editada por Akal), se suma ahora la de Los palestinos olvidados. Historia de los palestinos de Israel, aparecida originalmente en 2011 y que, según el propio autor, viene a ser una continuación de su afamado trabajo sobre La limpieza étnica de Palestina (2006).
El objetivo de esta obra, además de “humanizar” a esta minoría que ha sido “olvidada, marginada y demonizada”, es poner de manifiesto que: “Sólo si trazamos la historia de la minoría palestina de Israel, podremos averiguar hasta qué punto el persistente afán sionista e israelí de supremacía étnica y exclusividad ha desencadenado la situación actual”.
Conocidos como árabes-israelíes o palestinos de 1948 o de Israel, esta minoría palestina en Israel –como prefiere denominarla Pappé– es fruto de la población autóctona de Palestina que quedó dentro de las fronteras del Estado israelí tras su creación y expansión en 1948 (y que, entre nosotros, también ha sido estudiada en profundidad por el profesor Isaías Barreñada).
Recuerda Pappé que tres meses antes de que se iniciase la primera guerra árabe-israelí había dado comienzo la limpieza étnica de la comunidad palestina por las mismas fuerzas militares que integrarían –a continuación– el Ejército israelí: “los expulsaron de sus hogares, de sus campos y de sus tierras”.
Palestina fue vaciada de unos 750.000 nativos palestinos, que en 1947 ascendían a 1.300.000. La población judía rondaba entonces en torno a 600.000, fruto en su inmensa mayoría de las sucesivas oleadas inmigratorias iniciadas a finales del siglo XIX e incrementadas durante el periodo de entreguerras; y sólo poseía algo menos de 7 por ciento de la propiedad de la tierra, que estaba mayoritariamente en manos de la población autóctona.
El incipiente Estado israelí se expandió entonces desde el 55 por ciento otorgado por el Plan de Partición de la ONU (1947) al 78 por ciento. Del millón de palestinos que estaban dentro de las fronteras del nuevo Estado sólo quedaron 160.000 tras la limpieza étnica de Palestina.
Los primeros años estuvieron marcados por lo que el conjunto de la población palestina denomina la Nakba (la catástrofe), en alusión a su tragedia original de expulsión, desposesión y dispersión. Pero también por el régimen militar que impuso Israel a la minoría palestina; y en el que, a semejanza de una dictadura militar, todos los poderes –ejecutivo, legislativo y judicial– estaban en las mismas manos de los oficiales israelíes.
Pese a esta drástica situación, los palestinos en Israel usaron los mecanismos institucionales y legales para impedir el saqueo de sus tierras y los desahucios; además de reivindicar su plena ciudadanía. En conclusión del autor, los palestinos aceptaron la creación de Israel como un hecho consumado. Su objetivo era “cambiar la naturaleza del régimen sin perder su afinidad con la identidad árabe y palestina”.
Pero esta batalla estaba perdida de antemano por una maraña de leyes destinadas precisamente a segregar dicha minoría. Incluso, una vez levantado el régimen militar en 1966, se siguió con una política de segregación social y económica: expropiación de tierras, exclusión laboral y maltrato educativo. Los palestinos pasaron a ocupar los estratos más bajos de la sociedad, se transformaron en ciudadanos de segunda clase, con muy escasa movilidad social.
Como todo poder colonial, Israel alardeaba de haber contribuido a la modernización de la población dominada. Sin embargo, como señala Pappé, en comparación con la sociedad judía, su progreso era muy limitado debido a su discriminación.
Con la ocupación israelí, en 1967, del resto del territorio de la Palestina histórica o del Mandato británico, se pusieron de manifiesto las diferentes agendas de la minoría palestina en Israel y la de los palestinos de los territorios ocupados. Una reivindicaba la ciudadanía plena e igualdad como minoría en Israel, otra buscaba liberar los territorios palestinos de la ocupación militar israelí.
Desde este prisma, Ilan Pappé analiza toda una sucesión de acontecimientos y hechos que han sellado la evolución sociopolítica de esta minoría palestina en Israel: desde la matanza de Kafr Qassem (1956), la creación de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), el Día de la Tierra (1976), la formación de los partidos árabes (nacionalistas e islamistas), la emergencia de la sociedad civil, el liderazgo político (con la semblanza de algunas de sus personalidades), hasta el activismo sindical y la producción cultural (poesía, narrativa y cine).
Sin olvidar, por último, cómo se ha visto dicha minoría afectada –y en ocasiones implicada– por la primera Intifada (1987), los Acuerdos de Oslo (1993), la segunda Intifada (2000) y, en suma, el fracaso en la resolución del conflicto que, a su vez, hacen planear nuevamente las peores amenazas sobre la población palestina en Israel.
No menos importante son los dos referentes conceptuales que están presentes a lo largo de toda la obra. Uno, el de etnocracia, que “concede a la minoría una igualdad relativa y se permite a los individuos integrarse hasta cierto punto en la vida política y económica. Paralelamente, una política de control y vigilancia inalterable y duradera garantiza el dominio de la mayoría y la marginalidad de la minoría”, en definición tomada por el autor de los sociólogos Oren Yiftachel y As’ad Ghanem.
El otro, el Estado mukhabarat (servicios secretos en árabe), caracterizado por la “resistencia de su estamento de seguridad (el mukhabarat) a los cambios internos y a las presiones externas”, debido principalmente a su “estrecha relación con una potencia exterior”; y que, en conclusión de Pappé, es como cabe calificar a Israel en su trato con la minoría palestina. Este concepto también ha sido empleado por autores como John P. Entelis y Nazih Ayubi en referencia a los Estados árabes.
Ante este desolador panorama, el autor abriga la esperanza de que si “el Estado de Israel sigue actuando de esta manera, Occidente le retire el escudo moral y político que le ha proporcionado hasta ahora. Si se mantiene este régimen opresivo, cabe la posibilidad de que Israel se <<sudafricanice>> o se <<arabice>> y, de esta manera, se le juzgará según unos criterios más estrictos”.
Con un estilo ameno y ágil, que presenta al lector con llaneza temas realmente complejos, el texto de Pappé profundiza en el pasado ilustrando también el presente y advirtiendo, no menos, algunas de las principales tendencias del futuro.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850